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Para la sociología tal como la conocemos hoy los años cuarentas del siglo XX
son una divisoria de aguas que consagró el canon clásico sobre el cual se esta-
blecieron los límites de lo que debía ser la disciplina. Si bien es cierto que en la
historia del análisis sociológico se puede remontar hasta la «protosociología» de
los pensadores de la Ilustración, es con los balances de los años 30´s, el más conocido
y de más impacto es el de Parsons en 1937, que se empezará a establecer de
manera organizada cuál es el corpus de la sociología. (Turner, 1989)
Que la sociología en ninguna parte del mundo fuera una disciplina establecida
antes de la década de 1940 es algo que se olvida cuando se hacen las recons-
trucciones de la sociología en América Latina. (Blanco, 2006) Todos los balances
hacen de lo que se produjo en la región hasta la primera mitad del siglo XX,
…la época en que los abogados, los filósofos, los historiadores y hasta los médicos
se convierten en profesores y especialistas en la naciente especialidad, ya fuera
por vocación, por perentorias necesidades del trabajo o por la búsqueda de presti-
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Desde su publicación El Ariel ha sido tomado como una proclama que se in-
troduce dentro de una genealogía intelectual a conveniencia de la interpretación
que se haga del proceso social latinoamericano durante el siglo XX. Para quienes
la influencia de Estados Unidos, o como lo prefieren denominar la dominación
imperialista estadounidense, es uno de los ejes que explican la precaria situa-
ción de la inmensa mayoría de la población en América Latina, ven en la crítica
de Rodó a la «nordomanía» un arquetipo de “un planteo antiyanqui” (Fernández,
2006). Aquellos que piensan que a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX,
hubo unos pensadores que tuvieron la capacidad de prefigurar la organización
social latinoamericana del siglo XX, tienen en El Ariel tal vez el principal modelo.
Se ve en la obra de Rodó el “discurso hegemónico” de las élites latinoamericanas
que contribuyeron a configurar una sociedad excluyente. (Jáuregui, 2004)
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Rodó. En su ensayo el pensador uruguayo utiliza las figuras shakesperianas de
Próspero, Ariel y Calibán, personajes de La Tempestad, para hacer a través de
ellas la reflexión sobre América Latina. Próspero es el “viejo y venerado maes-
tro” que diserta en la “sala amplia de estudio” frente a sus jóvenes discípulos,
luego de un año de tareas, en presencia de un “bronce primoroso” del
Asumir nuestra condición Calibán implica repensar nuestra historia desde el otro
lado, desde el otro protagonista. El otro protagonista de La Tempestad no es Ariel,
sino Próspero. No hay verdadera polaridad Ariel – Calibán: ambos son siervos en
manos de Próspero, el hechicero extranjero. Sólo que Calibán es el rudo e incon-
quistable dueño de la isla, mientras que Ariel, criatura aérea, aunque hijo también
de la isla, es en ella…el intelectual. (Fernández, 2006, pág. 37)
En los estudios literarios, donde se han hecho la mayor parte de los análisis
del Ariel, se ubica la obra de Rodó dentro del modernismo por su “malestar fini-
secular”, esteticismo y romanticismo. En la tradición sociológica hace parte del
periodo de los ensayistas, definidos como pensadores especulativos que aporta-
ron muy poco a la sociología, y con los que hubo que romper para establecer una
disciplina científica. Sin embargo, sí en la ubicación de la obra de Rodó dentro del proceso
social de desarrollo del pensamiento latinoamericano se abandona la búsqueda de una prefiguración,
en este caso disciplinar o de movimiento intelectual, es posible encontrar una riqueza socio-
lógica que podría contribuir a plantear problemas centrales para la comprensión
de América Latina.
La ruta que se va a seguir para entender la obra de Rodó está más cercana a la
sugerida por Gutiérrez Girardot, que a la búsqueda de alguna prefiguración del
proceso social latinoamericano, o de corrientes de pensamiento o disciplinas,
durante el siglo XX. Para seguir esta vía hay que mostrar que el Ariel no es una
proclama sino que en él se puede ver un «diagnóstico del tiempo de Rodó»2, y
por lo tanto es una pieza de análisis sociológico.
En un primer acercamiento hay que destacar que el Ariel aparece como con-
tradictorio. Está obviamente escrito en el lenguaje finisecular latinoamericano
que se expresa a través de figuras clásicas, especialmente de tradición europea
occidental, y tiene el “aire de familia” del pensamiento decadente que veía en las
muchedumbres la amenaza de los “grandes valores” de la “humanidad” que no
había conseguido terminar de arrasar el utilitarismo engendrado por el capita-
lismo. Pero también se respira un optimismo por el futuro de América Latina, se
confía en que la ciencia y la democracia permitirán a la región alcanzar el ideal
del Ariel. Esta contradicción puede ser entendida como la expresión de los dile-
mas a los que se enfrentaba una región que no estaba pudiendo desplegar con la
misma intensidad que Europa y Estados Unidos las fuerzas que desencadenaron
las transformaciones socioproductivas. Pero también es la lectura de un momen-
to del proceso histórico en el que en la misma Europa se sentía que el “proyecto
ilustrado” tenía limitaciones que no le permitían cumplir las promesas de bien-
estar universal. Asimismo, hacía parte de ese momento en el que ya evidente
despliegue de la sociedad estadounidense se iba convirtiendo en la abanderada
de la segunda revolución industrial, y que llevaría al «espíritu del capitalismo»
a desprenderse definitivamente del aura religiosa que Weber analizaría en Ética
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protestante y espíritu del capitalismo. Dejando al desnudo el “espíritu utilitario”.
En el país donde tuvo mayor arraigo, los Estados Unidos de América del Norte, el
afán de lucro, ya hoy exento de su sentido ético – religioso, propende a asociarse
con pasiones puramente agonales, que muy a menudo le dan un carácter en todo
semejante al de un deporte. Nadie sabe quién ocupará en el futuro la jaula de
hierro, y sí al término de ese monstruoso desarrollo surgirán nuevos profetas y se
asistirá a un pujante renacimiento de antiguas ideas e ideales, o sí por el contra-
rio, lo envolverá toda una ola de petrificación mecanizada y una convulsa lucha de
todos contra todos. En este caso, los “últimos hombres” de esta fase de la civiliza-
ción podrán aplicarse esta frase: “Especialistas sin espíritu, gozadores sin corazón:
estas nulidades se imaginan haber ascendido a una nueva fase de la humanidad
jamás alcanzada anteriormente”. (Weber, 2008, pág. 287)3
Si bien el diagnóstico de Rodó había sido similar, la respuesta que dio no está
dada desde la vieja Europa, sino desde la que él gustaba considerar joven Amé-
rica, y por eso destila optimismo al decir,
En tal sentido, se ha dicho bien que hay pesimismos que tienen la significación de
un optimismo paradójico. Muy lejos de suponer la renuncia y la condenación de la
existencia, ellos propagan, con su descontento de lo actual, la necesidad de reno-
varla. Lo que a la humanidad importa salvar contra toda negación pesimista, es,
3 Como dato en principio anecdótico, pero que bien pudiera indicar algo, el texto de Max Weber es de 1905, el Ariel de
Rodó es de 1900.
no tanto la idea de la relativa bondad de lo presente, sino la posibilidad de llegar a
un término mejor por el desenvolvimiento de la vida, apresurado y orientado me-
diante el esfuerzo de los hombres. La fe en el porvenir, la confianza en la eficacia
del esfuerzo humano, son el antecedente necesario de toda acción energética y
de todo propósito fecundo. Tal es la razón por la que he querido comenzar encare-
ciéndoos la inmortal excelencia de esa fe que, siendo en la juventud un instinto, no
debe necesitar seros impuesta por ninguna enseñanza, puesto que la encontrareis
indefectiblemente dejando actuar en el fondo de vuestro ser la sugestión divina de
la Naturaleza. (Rodó, 1993, pág. 9)
A través del Ariel como una utopía es posible hacerse al “diagnóstico del tiem-
po de Rodó” en una clave que aporta a una perspectiva sociológica no sólo de
América Latina sino de su momento histórico en general. Veamos entonces cómo
está hecho ese «diagnóstico».
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129) Queda así planteado el interrogante ¿quiénes somos?, del que se va a ocupar
el pensamiento social latinoamericano con más intensidad durante periodos en
que la región se ha replegado sobre sí misma, en respuesta al agotamiento de
oleadas de modernización.
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hallar realidad el objeto de su sueño, porque la conciencia del deber le dará, con
la visión clara de lo bueno, la complacencia de lo hermoso. (Rodó, 1993, pág. 18)
La idea de que del orden del mundo social se puede disponer en pleno sentido,
y no en el restringido de la Ilustración que Rodó ve a través de Kant, es la que
sustenta su concepción del papel activo del individuo en el proceso social, y su
recurso a la juventud como fundamento de transformación. Sobre la dedicatoria
que tiene el Ariel, «A la juventud de América», se pueden hacer distintas inter-
pretaciones, que está dirigido a una generación en especial (Gutiérrez, 2006)
(Alvarado, 2003), que es el uso de un símbolo de una «renovación apocalíptica»
al estilo de las que se dieron a lo largo del siglo XIX en Europa (Burrow, 2001).
Sin embargo, en clave de entender el papel activo del individuo, un camino más
adecuado es atenerse a la misma simbología de Rodó, “Yo os digo con Renán:
«La juventud es el descubrimiento de un horizonte inmenso, que es la Vida»”.
…¿no nos será lícito, a lo menos, soñar con la aparición de generaciones humanas que devuelvan a la
vida un sentimiento ideal, un grande entusiasmo; en las que sea un poder el sentimiento; en las que una
vigorosa resurrección de las energías de la voluntad ahuyente, con heroico clamor, del fondo de las
almas, todas las cobardías morales que se nutren a los pechos de la decepción y de la duda? ¿Será de
nuevo la juventud una realidad de la vida colectiva, como lo es de la vida individual? (Rodó, 1993,
pág. 8)
Asimismo para no generar la ilusión que una acción bien intencionada de indi-
viduos genera de inmediato las transformaciones que se desean, Próspero dice
a sus discípulos,
Acaso sea atrevida y candorosa esperanza creer en un aceleramiento tan continuo
y dichoso de la evolución, en una eficacia tal de vuestro esfuerzo, que baste el
tiempo concedido a la duración de una generación humana para llevar en América
las condiciones de la vida intelectual, desde la insipiencia (sic) en que las tenemos
ahora, a la categoría de un verdadero interés social y a una cumbre que de veras
domine. — Pero, donde no cabe la transformación total, cabe el progreso; y aun
cuando supiérais (sic) que las primicias del suelo penosamente trabajado, no ha-
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brían de servirse en vuestra mesa jamás, ello sería, si sois generosos, si sois fuer-
tes, un nuevo estímulo en la intimidad de vuestra conciencia. La obra mejor es la
que se realiza sin las impaciencias del éxito inmediato; y el más glorioso esfuerzo
es el que pone la esperanza más allá del horizonte visible; y la abnegación más
pura es la que se niega en lo presente no ya la compensación del lauro y el honor
ruidoso, sino aun la voluptuosidad moral que se solaza en la contemplación de la
obra consumada y el término seguro. (Rodó, 1993, pág. 52)
En conexión con el activo papel del individuo en el proceso social está la crí-
tica que hace Rodó del utilitarismo. En esta forma de ver y hacer el mundo ve
apenas un estadio en el curso de construir un ser humano apropiado de todo su
ser, como era su utopía. La crítica que hace Rodó al utilitarismo no es la de cuño
conservador que se hiciera, por ejemplo, en Colombia, en la que se lamentaba
una reducción de lo humano a un sensualismo superficial y ante todo anticatólico
(Parra, 2002). El utilitarismo en el Ariel es objeto de crítica porque no le per-
mite al ser humano desarrollar plenamente todas sus capacidades, y lo limita a
lo presente e inmediato y no le deja visualizar un futuro que no esté atado a la
acción presente.
Marx, el otro «optimista paradójico», dijo medio siglo antes en la Ideología Alemana,
En efecto, a partir del momento en que comienza a dividirse el trabajo, cada cual
se mueve en un determinado círculo exclusivo de actividades, que le es impuesto
y del que no puede salirse; el hombre es cazador, pescador, pastor o crítico, y no
tiene más remedio que seguirlo siendo, si no quiere verse privado de los medios
de vida; al paso que en la sociedad comunista, donde cada individuo no tiene aco-
tado un círculo exclusivo de actividades, sino que puede desarrollar sus aptitudes
en la rama que mejor le parezca, la sociedad se encarga de regular la producción
general, con lo que hace cabalmente posible que yo pueda dedicarme hoy a esto
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y mañana a aquello, que pueda por la mañana cazar, por la tarde pescar y por la
noche apacentar el ganado, y después de comer, si me place, dedicarme a criticar,
sin necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador, pastor o crítico, según los
casos. (Marx, 1973, pág. 34)
Para cerrar estas notas se dejan esbozados algunos elementos para responder
una pregunta ¿De qué naturaleza es la superación del utilitarismo que Rodó dejó
planteada en su Ariel? En primera instancia, se considera lo que se estima no es
una respuesta adecuada. Como ya se anotó, la crítica al utilitarismo no se hace
desde una añoranza romántica de un pasado mejor, o de la sensación de ame-
naza de algo que se considera sagrado. No se trata de una vuelta al pasado, de
la recuperación de “valores perdidos” que en algún tiempo pudieron encarnar el
ideal de un ser humano en la plenitud de su ser. Asimismo tampoco se puede de-
cir que es la respuesta de un “idealista” (Fernández, 2006) al avance de un ma-
terialismo que no había tenido la capacidad de generar “ideales sublimes”, y que
por lo tanto hería la sensibilidad de un miembro de la “ciudad letrada” (Rama,
2004). Esto para algunos críticos de Rodó habría alimentado tendencias conser-
vadoras en América Latina, que leyeron en la referencia ideales aristocráticos
una invitación a la conservación de ideales de rancias elites latinoamericanas.
O también, como lo señala Fernández Retamar, es el idealismo del intelectual
que se siente iluminado y llamado a conducir las muchedumbres ignorantes, sin
conocerlas realmente.
Frente a estas interpretaciones se propone que para la superación del utilita-
rismo, Rodó está proponiendo la necesidad de un salto cualitativo en la forma
como los seres humanos tienen organizado el mundo. La civilización para el pen-
sador uruguayo, no se definía por la riqueza material “… sino de las superiores
maneras de pensar y de sentir que dentro de ella son posibles” (Rodó, 1993,
pág. 24) Aunque en principio esto pueda aparecer como un argumento “típica-
mente” idealista, ubicada en la mecánica división factores materiales – factores
ideales, cambia de sentido sí se lo entiende en el marco de los desarrollos teórico
– empíricos que se han dado alrededor de la obra de Norbert Elias.
La crítica que hace Rodó al utilitarismo la hace en tanto es una “forma de pen-
sar y sentir” que está atada a la acción, que se deriva en ver y concebir el mundo
social como una proyección de la forma de actuar en el presente. Como parte de
su crítica al utilitarismo, viene la de la nordomanía, donde expresa una frase ya
célebre sobre Estados Unidos “Y por mi parte, ya veis que, aunque no les amo,
les admiro”. En una de las varias descripciones que hace de este país dice,
En el principio la acción era. Con estas célebres palabras del Fausto podría empe-
zar un futuro historiador de la poderosa república, el Génesis, aún no concluido, de
su existencia nacional. Su genio podría definirse, como el universo de los dinamis-
tas, la fuerza en movimiento. Tiene, ante todo y sobre todo, la capacidad, el entu-
siasmo, la vocación dichosa de la acción. La voluntad es el cincel que ha esculpido
a ese pueblo en dura piedra. Sus relieves característicos son dos manifestaciones
del poder de la voluntad: la originalidad y la audacia. Su historia es, toda ella, el
arrebato de una actividad viril. Su personaje representativo se llama Yo quiero,
como el «superhombre» de Nietzsche. (Rodó, 1993, pág. 38)
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tir de Taine, que el fondo primitivo, el fondo germánico de aquella raza, modificada
luego por la presión de la conquista y por el hábito de la actividad comercial, fue
una extraordinaria exaltación del sentimiento. El espíritu americano no ha recibido
en herencia ese instinto poético ancestral, que brota, como surgente límpida, del
seno de la roca británica, cuando es el Moisés de un arte delicado quien la toca.
(Rodó, 1993, pág. 39)
Hubo en la antigüedad altares para los «dioses ignorados». Consagrad una parte
de vuestra alma al porvenir desconocido. A medida que las sociedades avanzan,
el pensamiento del porvenir entra por mayor parte como uno de los factores de su
evolución y una de las inspiraciones de sus obras. Desde la imprevisión oscura del
salvaje, que sólo divisa del futuro lo que falta para terminar de cada período de sol
y no concibe cómo los días que vendrán pueden ser gobernados en parte desde el
presente, hasta nuestra preocupación solícita y previsora de la posteridad, media
un espacio inmenso, que acaso parezca breve y miserable algún día. Sólo somos
capaces de progreso en cuanto lo somos de adaptar nuestros actos a condiciones
cada vez más distantes de nosotros, en el espacio y en el tiempo. La seguridad de
nuestra intervención en una obra que haya de sobrevivirnos, fructificando en los
beneficios del futuro, realza nuestra dignidad humana, haciéndonos triunfar de las
limitaciones de nuestra naturaleza. (Rodó, 1993, pág. 52)
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