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El sentido cristiano de la limosna

Junto con el ayuno y la oración, la limosna constituye una de las obras


de piedad judías. Aunque en el Antiguo Testamento no hay una palabra
que signifique exactamente limosna, en Israel ella tenía un lugar muy
importante (cf Job 29,12-13). En efecto, en los libros deuterocanónicos
aparece frecuentemente; por ejemplo, en Tobías 4,7-11, los consejos de
Tobit a su hijo podrían considerarse una buena síntesis del sentido
religioso de la limosna y anticipación de lo que Jesús dirá en el
evangelio. La ley de Moisés ordenaba tender la mano al menesteroso y
socorrer al pobre (Dt 15,11); se les debía dejar las espigas caídas
después de la siega y algunos frutos de la recolección (Lv 23,22; Dt
24,19-21). Cada 3 años se les daba el diezmo (Dt 14,28-19) así como la
cosecha durante el año sabático (Ex 23,11). Todas estas prácticas eran
propias del verdadero israelita. Dar limosna era considerado una virtud y
no darla un grave pecado (Ez 18,7; Pr 19,17; Is 58,6-7).

En el Nuevo Testamento, Jesús pide dar limosna discretamente y sin


ostentación (Mt 6,2-4), la recomienda (Lc 11,41) como una virtud
purificadora, la exige a sus discípulos (Lc 12,33) e incluso él mismo la
practica (Jn 13,29). La actitud al dar la limosna tiene para Jesús más
importancia que el valor material del don. El verdadero discípulo no
puede negarse a ayudar al necesitado; por eso, los primeros cristianos
distribuían sus bienes entre los miembros de la comunidad, de modo que
nadie carecía de lo necesario.

Dar limosna no significa dar al pobre lo que sobra, lo que no sirve. Hay
personas que barren el apartamento y luego “regalan” toda la basura,
pensando que hacen una obra de caridad; otros dan la moneda que les
rompe el bolsillo. Se trata más bien de compartir con amor y gratitud lo
que recibimos de Dios con los menos favorecidos. La limosna puede ser
un medio para restablecer la justicia, al dar al mendigo aquello a lo que
realmente tiene derecho (Mc 10,46).

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