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Capítulo 1: Los esclavos de Yucatán

En este primer capítulo, el autor plantea varias premisas: primeramente expone el estado político
en el que se encuentra el país durante la dictadura de Díaz; su segunda premisa expone los
regímenes esclavistas en las haciendas de henequén tanto en Yucatán como en Quintana Roo,
así como las identidades de patrones nacionales y extranjeros y funcionarios públicos que
fomentan y se enriquecen de la esclavitud de millones de mexicanos pobres. De igual forma, se
exponen diversos casos y testimonios de esclavos que comprueban la cruel realidad que los
rodea.

A pesar de que México es un país con leyes escritas y una Constitución, es un país en donde la
ilegalidad domina por excelencia partiendo desde el propio Gobierno: es un país sin libertad
política, sin libertad de palabra, sin prensa libre, sin elecciones libres, sin sistema judicial, sin
partidos políticos, sin ninguna garantía individual, sin libertad de conseguir la felicidad. Durante el
gobierno de Porfirio Díaz el país no ha tenido una contienda electoral y por tanto el Poder
Ejecutivo lo gobierna todo por medio de un ejército permanente, donde los puestos políticos se
venden a precio fijo y las tierras de la nación y de muchos indígenas, también.

La gente es pobre porque no tiene derechos, el peonaje se traduce en esclavitud.

A principios de 1908, el autor cruzó el Río Bravo, acompañado por un universitario revolucionario
–L. Gutiérrez de Lara- y haciéndose pasar por inversionista norteamericano que deseaba invertir
en las tierras del henequén en Yucatán, venía a verificar si en realidad existía la esclavitud en
México.

Existen 50 reyes del henequén que viven en ricos palacios en Mérida y muchos de ellos tienen
casas en el extranjero. Viajan mucho, hablan varios idiomas y con sus familias constituyen una
clase social muy cultivada. Todo Yucatán depende de estos reyes del henequén, pues dominan
la política del Estado y poseen miles de esclavos: 8 mil indios yaquis, importados de Sonora, 3
mil chinos (coreanos) y entre 100 a 125 mil indígenas mayas, que antes poseían las tierras que
ahora dominan los amos. El precio corriente de cada hombre era de $400, aunque los
hacendados pagan solamente $65. Don Enrique Cámara Zavala, presidente de la Cámara
Agrícola de Yucatán, explicó que a su sistema no lo llaman esclavitud, lo llama servicio forzoso
por deudas; todo lo que se necesita es lograr que algún obrero libre se endeude a través de
prestamistas o negreros y con el pretexto del pago de deudas, el obrero es esclavizado de por
vida, al igual que su familia. La esclavitud es el peonaje llevado a su último extremo a pesar de
que la Constitución se opone a ello.

Los “obreros” nunca reciben dinero, se encuentran medio muertos de hambre –a base de una
sola comida diaria con tortilla, frijoles, pescado podrido y una bola de maíz para mascar durante
la jornada laboral-, son azotados, trabajan desde las 3:45 de la mañana hasta que se vuelve a
poner el sol; son encerrados en una casa que parece prisión; a las mujeres las obligan a casarse
con hombres de la misma finca; no hay escuelas para los niños; si se enferman tienen que seguir
trabajando y si la enfermedad les impide trabajar, rara vez cuentan con algún servicio médico; la
labor principal de las haciendas consiste en cortar las hojas de henequén y limpiar el terreno de
las malas hierbas que crecen entre las plantas. A cada esclavo se le señala como tarea un alto
número de hojas o plantas que tiene que limpiar, y como éste no se da abasto, su mujer y sus
hijos también deben trabajar.

En fin, toda la vida de esta gente está sujeta al capricho de un amo.

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