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Marisa A. Gorzalczany
El Radicalismo que no baja las banderas.
I
EL RADICALISMO
1. Problemas del Radicalismo
Nos hallamos reunidos en momentos solemnes. En todos los horizontes, hombres y mujeres
luchan y perecen, en mares y campos de batalla, por la pervivencia del ideal de la libertad y
en las silenciosas retaguardias extenúan sus esfuerzos para posibilitar la resistencia. Los
pueblos americanos oyen, vivas y rotundas, las voces de sus fundadores y escuchan su
llamamiento en defensa de los principios que agitaron al continente en la hora inicial de su
emancipación. En este concierto del mundo que se estremece entre los dolores de un
alumbramiento; en este concierto en que aun las propias potencias agresoras mueven a sus
multitudes alucinadas por falsos ideales, pero ideales al fin para los seres anónimos que las
forman, solo nosotros, los argentinos, contemplamos en la inacción y en la despreocupación
como los otros combaten y como del resultado de este combate surgirá la estructura
económica y social que condicionará nuestra existencia futura. Como argentinos, nos
contrista esta realidad. Nos agobia y avergüenza ver a nuestro país debatiéndose en pugnas
minúsculas; con lideres políticos, educacionales y económicos, carentes de impulso creador
y valiente; sin ansiedad quemante de justicia; exhibiendo en sus luchas no el coraje
abnegado por colocar a nuestra patria en el clima histórico de la época, sino la apetencia del
poder como medio de disfrute. Mientras el mundo penetra en una aurora impregnada de
sentido heroico de la vida, en los círculos directivos de la Argentina - en todos los círculos
directivos- priva el sentido del goce sensual de la vida. Pareciéramos un país secular,
entrando en decadencia, describiendo el descanso de la parábola, sin conciencia nacional ni
conexión con las fuerzas espirituales que animaron a muchos padres, sin respetabilidad en
la forjación del porvenir ni sensibilidad para conmovernos ante el drama humano.
Y somos, sin embargo, una joven nación, que aún tiene los huesos blandos y
debiera vivir los sueños de la adolescencia.
Y somos sin embargo un pueblo joven, predispuesto a las empresas del desinterés
y el sacrificio por su tendencia emocional y porque no es en balde, en cada uno de nosotros
- hijos cercanos o lejanos de la inmigración-, bulle el recuerdo del antecesor arrojado que
rompió las ataduras más sólidas del hombre, aquellas que lo unen a su tierra, la del trozo de
suelo en que yacen sus padres, la del trozo de cielo que contemplaron absortos los ojos
infantiles, la del dulce idioma en que los labios maternos modularon las canciones de cuna,
las ligazones de la sangre y del pasado, para cruzar el océano y llegar a lo desconocido, a
este asilo de ilusión, en búsqueda de bienestar y libertad.
Un país poblado por un pueblo así, en cada uno de cuyos hombres alienta tan
íntima y tan valiosa herencia espiritual, no puede ser un país silencioso ante la injusticia, un
país indiferente ante las exigencias de su deber, un país que no quiera igualarse en ideales y
afanes con aquellos que marcan la excelencia de estas jornadas.
Como aires de fronda. Es un viento que hace crujir las viejas ramas. Es un viento
que no encuentra fronteras. A sus ecos, despiertan en los hombres de todas las razas y
altitudes ideas nuevas y voluntad de darse íntegramente en la acción para librar a las
generaciones futuras de las angustias que oprimen a la actual, con tanta intensidad, que
sentimos orgullosos el privilegio de vivir el trance en que la humanidad verifica
dolorosamente su reordenamiento, quizás por siglos.
Este viento cruza también sobre nuestras pampas. Agita las conciencias de millares
y millares de argentinos. Y palpita en el escepticismo de las últimas promociones juveniles,
escepticismo fecundo, porque señala la insurgencia ante un presente que abochorna y
encierra en si, grávidas, las posibilidades del mañana. No lo han advertido, únicamente,
quienes tienen la función natural de actuar como antenas sutiles de las ansiedades y
requerimientos del medio social y como conductores de su pueblo. Solo los políticos
argentinos en su casi totalidad, no han percibido el angustioso reclamo que importa el
retraimiento de la juventud. Y si esta ineptitud pudiera entenderse en cierto modo
explicable en los dirigentes de las derechas, hombres de círculos e intereses limitados,
implica un verdadero suicidio en quienes militan en el Radicalismo, expresión política de
ese inconcreto pero firme ensueño de justicia y renovación que anima el pueblo argentino.
Es que nuestros partidos viven con la mentalidad de principios de siglo y sus
planas dirigentes, con los incentivos morales y materiales de principios de siglo. Desde
hace mucho, sus cuadros activos no definen la orientación ética ni el pensamiento politicón
de las corrientes populares que deberían representar. Ese es el drama profundo de la política
argentina. Y sin que se llegue a la solución de ese drama, aunque se salve el escollo del
fraude, no habrá más que ser apariencia de un juego democrático auténtico. Que ello suceda
en las derechas tiene justificación. Desde 1930 el pueblo que no le es adicto no elige; es
mandado. La elección de sus dirigentes carece de base popular. Pero en nuestro partido,
¿qué ocurre?
Hasta 1916 la máquina partidaria sirvió con eficacia los propósitos que le dieron
origen. Había una idea central, dominante: el sufragio libre, causa motor del partido y
aspiración vehemente de una época. Fueron sus lideres quienes con mayor tesón, con
mayor pureza, lucharon por esa aspiración, contribuyendo a crear una conciencia del
derecho en el pueblo argentino. Llegó el triunfo en 1916. Desalojó a las oligarquías
políticas de las provincias. Y quedo como girando en el aire. No se atrevió a consumar la
revolución radical - como gustaba decir Yrigoyen - destruyendo los privilegios de la
oligarquía económica. Se limitó a una política social oportunista, actuando solo bajo el
apremio de las circunstancias, Detrás de los acontecimientos y no antes, en prevención de
los acontecimientos.
Las consecuencias de esta política, realizada muchas veces de buena fé, sin
analizar sus resultados corruptores, fueron extraordinarios y precipitaron la caída del
partido. A sus puestos directivos llegaron en mayor proporción quienes disponían de
«capital político» con prescindencia de su autenticidad radical, de sus cualidades morales e
intelectuales y de la aptitud para el ejercicio de la función a discernirse. El plantel dirigente
se fue inferiorizando, los militantes que desplegaban mayor actividad en recorrer los
campos, apadrinar bautismos, prestar su colaboración a los humildes en los instantes
difíciles, gestionar ventajas en la administración, curar a los enfermos, defender a los
procesados, conquistaban múltiples y cálidas adhesiones que les permitían realizar una
carrera política, al margen de causales realmente políticas. Y entre ellos llegaron, como es
suponible, muchos que no actuaban movidos por la pasión pública sino por el cálculo de
obtener un capital político, traducido en honores o canongias.
No es exacto que el partido se haya engrandecido numéricamente por actividades
de este género. Los radicales se hicieron por temperamento, por sentimiento democrático,
por irradiación del prestigio místico que rodeaba la personalidad de Yrigoyen. Pero, dentro
del partido, por simpatías o servicios, apoyaban a tal o cual dirigente. Muchos los prestaron
impulsados por un sentido generoso de solidaridad, y muchos no trabajaron para el
radicalismo sino para sí. Lentamente, los cuadros activos fueron perdiendo su fervor cívico.
El partido dejó de ser un medio de promover «la revolución» en la República y se convirtió
en un fin en sí mismo y para sus militantes. Cayó en la deformación electoralista. Cualquier
enunciación de ideas, cualquier solución a un problema nacional que, por justa que fuese,
pudiera suscitar oposición en algún grupo de la masa heterogénea que votaba al partido, era
apartada por los dirigentes de esa mentalidad, que creían, sinceramente, que lo fundamental
era ganar adhesiones y no perder una sola. Los reclutadores de votos ocuparon el sitio de
los políticos, dejando vacante la función política.
El descanso del nivel partidario no fue visible en toda su magnitud porque los
dirigentes de ese tipo de política no tenían el comando efectivo del partido, que se hallaba
en manos de Yrigoyen. No bien los achaques de la vejez comenzaron a obstruir las pesadas
tareas políticas y administrativas del lider, se vió crudamente cuan resentida se hallaba la
armazón partidaria. Parecía poderosísima, más cuando se produjo el motín de septiembre,
no pudo movilizar un solo núcleo ciudadano. Los millares de argentinos que antes estaban
dispuestos a entregar la vida al partido, cuando se les incitaba en nombre de ideales, solo
entregaron el voto a quienes les invocaban amistades.
El movimiento de septiembre, y más que el movimiento de septiembre las
amenazas implícitas en las palabras y actos del Gobierno Provisional, trajeron una
revitalización del Radicalismo, que tuvo exteriorización en la incorporación de grandes
contingentes juveniles, la victoria del 5 de abril y la Carta Orgánica de 1931, cuyos
principios básicos sobre el voto directo y representación de las minorías se violan
religiosamente en todos los distritos, con excepción de Córdoba; se trata de implantarlos en
la Capital después del contraste electoral y nosotros en nuestro ultimo Congreso
peticionamos infructuósamente que se cumplan en la Provincia.
La historia política de todos los países nos demuestra que los partidos se
corrompen y debilitan en el poder; que tras las ventajas que comporta, audaces e
inescrupulosos trepan hasta inficionar su organismo y que, a su vez, las minorías
desposeídas del poder se fortifican en el llano. La falta de ventajas materiales, el desarrollo
de la aptitud crítica, el fuerte grado de tensión de las masas, llevan lentamente a su frente a
conjuntos capaces, abnegados e idealistas, adecuados en sus ideas a su tiempo, que
conducen a su partido al éxito.
Este proceso, en lo que corresponde al oficialismo, fue cumplido con exceso. ¿Por
qué, en la parte que nos toca, no se verificó con perfiles nítidos? Porque nunca fuimos un
partido sin posibilidades de llegar al poder. Siempre estuvimos «virtualmente en el poder».
Al menos en la imaginación de la mayoría. Si el 5 de abril hubiésemos sido derrotados,
corvirtiéndonos en un minoría real, aquellos elementos con psicología o finalidad
oficialista, o sin aptitud para la recia batalla cívica que debiéramos haber realizado, habrían
abandonado sus ubicaciones internas. El partido hubiera seleccionado sus valores de lucha,
manteniendo con ellos una conducta férreamente combativa y ya estaría derribada la
oligarquía.
El partido ganó el 5 de abril. Y la decantación no se produjo. De donde, en tren de
humorismo paradojal, pudiera escribirse un ensayo a la manera de Chesterton, titulado: «De
cómo, en el 5 de abril, fue derrotada la democracia...» Después del 5 de abril el clima
oficialista, sin oficialismo, fue casi permanente. Siempre estuvimos a tres meses del
gobierno. La revolución era un hecho. La mayor parte de los cuadros dirigentes no tenían
fervor revolucionario; pero temían ceder la organización revolucionaria en su distrito, por
la revolución triunfante. Claro que, salvo honrosas excepciones y episodios heroicos que
reverenciamos, se redujeron a agrupar un estrecho y seguro conjunto de amigos y adictos,
aguardando que la revolución venciese por sí sola, por la acción de fuerzas extrapartidarias
o ejércitos procedentes del planeta Marte, para entonces, sí, tomar la comisaría y gozar del
privilegio y beneficios emergentes de la conducción revolucionaria local.
Con esta tónica revolucionaria se terminó por desarmar el espíritu revolucionario.
Comenzó la concurrencia electoral y el juego de promesas de próximas elecciones libres.
Primero fue Justo; luego Ortiz, con la interrupción de su presidencia y la ascensión del
vicepresidente Castillo; y las esperanzas subsiguientes; empréstito a cambio de elecciones
libres; el retorno del doctor Ortiz y el final de la guerra, cuando millones de seres habían
muerto para entregarnos a nosotros, los radicales, quietos y cómodos, las libertades
democráticas que no sabemos ni intentamos reconquistar.
Siempre hubo, siempre hay una ilusión pendiente; siempre estamos contenidos
porque nos hallamos en vísperas de obtener el poder. Y la oligarquía, con mucho tino,
renueva periódicamente esas ilusiones, para mantener adormecida a la masa radical y
colaborar en la perduración, en las posiciones partidarias, de ciudadanos sin vocación de
lucha, tan útiles a sus intereses. En síntesis: los cuadros dirigentes partidarios no reflejan
fielmente el pensamiento del Radicalismo y los acontecimientos de los últimos años, están
acentuando la desconexión entre ellos y éste, porque no son elegidos en función de
problemas políticos, de criterios sociales o económicos - como cuadra a una agrupación
democrática- sino de simpatías, servicios o intereses; vale decir que no constituyen, en la
mayoría de los casos, la expresión política de sus afanes e inquietudes cívicas - con las que
pueden o no coincidir-, sino el resultado de una tarea de captación de voluntades.
La reorganización próxima.
Las fallas y debilidad de la vida interna se proyectan sobre la acción exterior del
partido. Sin decisión, sin fervor y sin aptitud para la lucha, se cayó en una política
posibilista. En lugar de asumir con entereza la noble tarea impuesta por las circunstancias, y
de enfrentar a los acontecimientos, el partido se colocó a su zaga. Aguardó la restauración
de las instituciones libres, por sucesos eventuales y ajenos a su propio esfuerzo. Confió en
la «buena voluntad» y el «patriotismo» de gobiernos surgidos de la entraña oligárquica.
Procuró no irritar los intereses del privilegio económico y social, soslayando la guerra
contra estos, para centrar sus fuegos contra las camarillas políticas oficialistas, que son
meros y serviles instrumentos de aquellos. Así, impremeditadamente, facilitó el juego de la
oligarquía al llevarse al ánimo popular confusionismo peligroso sobre la trascendencia de la
batalla entablada por el bienestar, la felicidad y la libertad de los argentinos, reduciéndola al
aspecto de simple contienda entre grupos disputantes de posiciones. No se movilizó la
capacidad potencial del pueblo con soluciones concretas, de temple y sentido radical, ante
los problemas que entenebrecen la nacionalidad. Se prefirió eludirlos, intentando
vanamente ganar buena voluntad de los círculos privilegiados, con la absurda demostración
de que sus intereses opresores no serían afectados con el acceso de las masas populares a la
dirección efectiva del Estado. Anhelando la tolerancia de las fuerzas del privilegio para que
concedieran, en acto de gracia, el poder que detentan, se comprimió la acción legislativa a
términos inofensivos; se abandonó la organización de la reacción del pueblo ante los
atentados cometidos contra sus intereses materiales o sus tradiciones espirituales; se omitió
la agitación candente y arrolladora contra las injusticias que están clausurando el derecho a
una vida digna a las capas laboriosas de nuestra población, actuándose con intensidad
unidamente en los procesos electorales.
Tales errores trajeron en las masas la progresiva decadencia de su fé, al tiempo que
aumentaron la jactanciosa confianza de los usufructuarios del gobierno, que perdieron el
respeto y hasta el temor de un despertar nacional, controlado por quienes, en obsequio a su
tranquilidad y bienandanza, introducían reiteradamente gérmenes de conformismo. Ante
cada fracaso se levantó un nuevo miraje, siempre ajeno a la propia acción y al pueblo,
siempre providencial y justificativo de la quietud partidaria. ¡Cuantas veces reeditamos la
escena de Chamberlain, al descender del avión después de la claudicación de Munich,
mostrando, alegre e ingenuo, el papelito de Hitler!. Aún esperamos nuestro discurso de
Churchill, el discurso de «sangre, sudor y lágrimas», el discurso de la verdad y el honor, del
sufrimiento y la lealtad.
Nos hemos circunscripto, en los últimos años, a levantar como consigna
fundamental la libertad de sufragio. ¿Por que el pueblo, si es que quiere votar por la libertad
de sufragio, no pelea por ella?... ¿Por que nosotros no peleamos? ¿Por que basta el dedo de
un vigilante para defraudar a una población? ¿El pueblo argentino esta formado, acaso, por
cobardes? ¿Somos, acaso, cobardes todos los militantes y dirigentes del partido? ¿Por qué
hace cuarenta o cincuenta años, los argentinos peleaban y morían por defender el sufragio?
¿ Y por que ahora no lo hacemos?...
El sufragio no es la consigna
obsesionante de la hora.
Los hombres del 90 o del 900 creían sinceramente que lo único que faltaba para
integrar la nacionalidad y realizar la felicidad de los argentinos era el sufragio, la verdad
institucional. Era la concepción obsesionante de esa época, y porque así creían, por ella se
sacrificaban. Estaban dispuestos a la entrega de la vida, porque, de acuerdo a sus
convicciones, valía la pena perder la vida en encubrir el tramo final hasta «la grandeza de la
patria y la dicha y el honor de sus habitantes», según decían y pensaban.
Nosotros no creemos eso, y cuando el momento de enfrentar la carabina policial,
el argentino siente que no vale la pena perder la vida por el sufragio. Siente que si llega a
morir en la empresa del triunfo radical, de sus consecuencias inmediatas y visibles no
nacerá una Argentina nueva, tan justa, libre, grande y feliz, que sus hijos justifiquen la
perdida de sus padres. Siente que las transformaciones profundas de su patria no van a ser
tan hondas que valga la pena morir por ellas. Por eso no afronta la muerte. Y sin decisión
de morir, no hay combate. Y el propio dirigente siente que no vale la pena; lo siente sin
pensarlo, sin raciocinio, porque la vocación de sacrificio no nace de un proceso intelectivo,
sino de un proceso preconsciente. Y porque este le ordena que no vale la pena, le aflojan
los brazos cuando llega el momento de la acción. No existe la convicción intima
indispensable.
Es que el sufragio libre, aislado, por sí solo, no es la conexión obsesionante de esta
época. No lo es la Argentina ni en el resto del mundo. Hace poco, leía un ensayista ingles:
«La lucha en el siglo pasado fue por el sufragio; en este, por el pan». Es decir, por la
justicia social. Cambiaron los tiempos, los conceptos y los móviles determinantes de la
resolución humana.
Ese mismo argentino, si sintiera que el gobierno radical cambiará a fondo el
panorama de la vida nacional; que reestructurará el país sobre nuevos cauces de verdadera
justicia; si sintiera que para sus hijos, en sustitución del clausurado horizonte actual, se
abriría un porvenir luminoso, y que él y todos los habitantes de esta tierra y los innúmeros
que quisieran poblarla se librarían de las angustias que oprimen el corazón; si sintiera que
nosotros luchamos por banderas tan altas y nobles, que ninguna consideración de interés ni
persona interceptará nuestra ruta a una Argentina soñada y frente a ese salto hacia el futuro
se interpone la muralla de privilegios e injusticias amparadas por el fraude, ese mismo
argentino no vacilará un segundo en ofrendar su sacrificio por una patria mejor. Y como él,
millares y millares, tantos, que instantáneamente habría elecciones libres, no por respeto a
la legalidad, sino porque el camino de la legalidad sería el camino de retirada menos
riesgoso para la oligarquía.
La experiencia extranjera.
Dije hace unos instantes, que el sufragio libre, solo, no es la concepción dominante
de la época. El hombre contemporáneo - tal es la dolorosa realidad- ha devaluado los
aspectos políticos de la democracia. Resigna su libertad de sufragio y todas las libertades
civiles y políticas, con tal de suprimir la angustia que dimana de la inseguridad de su futuro.
Esta es la lección del fascismo. El joven que encuentra ocupados los lugares de la vida; el
hombre que ignora si al día siguiente llevara un trozo de pan a su hogar, ni que será de él y
de los suyos al sobrevenir la desocupación, enfermedad o muerte; el hombre que se siente
ante el duro existir de una sociedad sin piedad, que rodea con pulso trémulo el
temblequeante pedacito de carne humana que es carne de su carne y se estremece al pensar
que será de él si falta su brazo para acorazarlo de las inclemencias de la vida; ese joven y
ese hombre entregaron sus libertades a los regímenes totalitarios a cambio de la eliminación
de esas incertidumbres.
Recojamos y adoptemos la enseñanza europea.
El presidente Roosevelt probó como puede eliminarse la inseguridad humana en el
régimen democrático. El «New Deal» reorganizó la vida nacional, cuidó la niñez, abrió
perspectivas a la juventud, dió trabajo y seguridad a los hogares ante los eventos del
porvenir, devolvió la confianza en sus ideales a un gran pueblo y Alejó, como dice la
Declaración del Atlántico, «el miedo a la vida». Pero el «New Deal» tuvo que vencer a
inmensos, poderosísimos intereses, y contó con una férrea oposición aún dentro de la
máquina política del propio partido demócrata, que padecía de muchos de los vicios del
nuestro y estaba muy influenciado por el capital financiero. Con el apoyo de la opinión
pública y la colaboración de la Organización de la juventud del partido Democrático,
promovida y estimulada por el Presidente Roosevelt, los «new-dealers» fueron venciendo
en las elecciones primarias a los viejos dirigentes sordos a los reclamos de los tiempos. Y,
en ocasiones, cuando triunfaron en su partido candidatos contrarios al New Deal, el
presidente Roosevelt se dirigió públicamente, en cartas abiertas, incitando a los electores
demócratas a votar por candidatos del partido adversario, sostenedores de las reformas
sociales. Por sobre el espíritu de facción primaba en el gran lider su solidaridad con el
destino nacional. Con esa valentía impuso Roosevelt el New Deal. Con igual valentía cuidó
el orden moral. Frente a los candidatos municipales del Comité Central de su partido, en
Nueva York, la ciudad más grande del mundo, con presupuesto superior al nuestro
nacional, apoyó decididamente a un candidato opositor, a Fiorello, por repugnancia a los
métodos corruptores de Tammany Hall.
Así se salvó Estados Unidos de un cataclismo. Así se salvó, para la esperanza del
mundo, la gran democracia del Norte. Sepamos, también, recoger su enseñanza.
Nuestra tarea.
Arde en nosotros la voluntad de reconstruir al país. Ansiamos en reforma política y
una valiente, justiciera y abnegada reforma social, fundamentada necesariamente en la
reestructuración de su economía sobre bases renovadas. Y solo podremos iniciar esta
trayectoria, con una honda reforma moral de la vida pública y de las finalidades
individuales. Frente a la moral del éxito, del goce y del poder, representada en nuestra
sociedad por la conquista del dinero y de las posiciones políticas y sociales, perecida con el
fracasado mundo de ante-guerra, alcemos el tono moral de una generación que sintoniza los
reclamos profundos de la hora y quiere ennoblecer sus días consagrándolos al servicio de
un ideal nacional, confundido en un ideal de superación y dignificación de la condición
humana.
Hace pocos días Harold Laski escribía: «No libramos esta guerra para retornar a la
Gran Bretaña de 1939, a la Europa de 1939 o al mundo de 1939. Los conceptos con arreglo
a los cuales estaba organizada la civilización de preguerra, pertenecen ya a la historia
antigua. Lo han comprendido instintivamente así los pueblos de todo el mundo».
No luchemos nosotros por la Argentina de 1939 y menos por la de 1930. Que lo
sepan. No nos conforma el país que nuestros ojos divisan. Ni el que ambicionan nuestros
hermanos mayores y satisface a los actuales directores de la política, la economía y la
cultura. La humanidad entra en un Mundo Nuevo. Trabajemos para una Argentina Nueva
en la cual tenga su lugar bajo el sol, la felicidad de todos los hombres que deseen compartir
nuestro techo y nuestro pan. Una Nueva Argentina en un Mundo Mejor. Desde aquí,
seguimos, con el corazón anhelante los avances y retrocesos de este mundo nuevo que
rubrican con sus vidas los hombres jóvenes de la libre Gran Bretaña, la heroica Unión
Soviética, de los potentes Estados Unidos y de la Legendaria China. En esta guerra
horizontal que se libra en todos los ámbitos de la Tierra por la futura liberación del hombre,
queremos, debemos tener participación. Sera una lucha amarga, una lucha por años, una
lucha para una generación, una lucha que se librara a pesar de los pequeños intereses de los
pequeños hombres refugiados en las trastiendas de los comités. Los hombres jóvenes que la
asuman sufrirán muchos trabajos, pero cuando cierren los párpados en el sueño eterno, una
sonrisa florecerá en sus labios.
2. EL PROGRAMA DE 1944
Nuestro primer deber como radicales consiste en definir nítidamente qué tipo de
país queremos construir, pues sólo al aliento de los grandes móviles de una justiciera
realización nacional el pueblo aceptara los duros sacrificios impuestos por la lucha que
libramos. Que no haya un argentino, por humilde que sea, que no sienta con certeza como
serán los perfiles de la sociedad que edificaremos; como la organización de la economía,
del trabajo y la cultura; como será la vida de los hombres, que tienen el derecho y el deber
de saber que será de su destino. Problema de doctrina y de conducta; sin aquella, no se nos
comprenderá; sin esta, no se nos creerá.
Mientras ese objetivo vital no se alcance, y la perspectiva argentina se
desnaturalice en la lucha en favor o en contra del régimen, el país seguirá corriendo los
riesgos de permanecer en la demagogia o de caer en las asechanzas de la reacción. O de lo
que sería aun peor para su futuro, en la desvirtualización del Radicalismo, que es un peligro
mayor, porque de la demagogia o de la reacción podrá la república liberarse tarde o
temprano si la Unión Cívica Radical, fiel a su origen y a su entraña popular, conserva la
esperanza del pueblo, pero si esta se pierde, todo será sombras y confusión, como aconteció
en los días cercanos que trajeron tan dramáticas consecuencias.
¿Quienes se benefician con el desdibujamiento de las finalidades concretas del
Radicalismo? En primer término, las tendencias totalitarias, porque la imprecisión de los
fines priva al pueblo de fe en los propósitos creadores de la democracia y facilita las
falacias de aquellas. En segundo lugar, las fuerzas de la reacción económica y social, que
sueñan, que con la expansión sin frenos de sus privilegios; y por último, y por qué no
decirlo, aquellos correligionarios cuyo espíritu conservador elude compromisos con el
mañana, que pretenden consciente o inconscientemente apartar al Radicalismo de su deber
histórico y de su médula popular para convertirlo en un partido más, que defienda a la
libertad sin contenido profundo y a la democracia restringida a sus aspectos formales, sin
advertir que por ese camino tantas democracias cayeron en la ciénaga dictatorial. Y si esto
es valido cuando se intenta soslayar definiciones, lo es mucho más, cuando se ensaya la
adopción de posiciones reñidas con el desarrollo nacional y el bienestar social.
En esta red mañosa de intereses antiéticos, que se combaten entre sí, pero que se
integran y complementan en el esfuerzo de trabar el avance del verdadero Radicalismo, la
que oscurece los horizontes de nuestro país y mejor contribuye al mantenimiento de la
situación actual. De ahí que sea ineludible el examen de nuestra realidad a la luz de la
doctrina radical y que el debate interno para esclarecer el pensamiento radical constituya el
más alto servicio a la democracia argentina.
Debemos mirar ante todo hacia adentro, hacia la Unión Cívica Radical, en el
convencimiento de que para salvar a la Argentina es necesario templar previamente el gran
instrumento cívico de su redención política y social. Creemos en el poder de las ideas y
confiamos plenamente en la capacidad de nuestro pueblo y del Radicalismo para elevarse a
las responsabilidades de la construcción nacional. Con estas convicciones plantearemos
ante su conciencia las cuestiones que hacen al porvenir de la República y de la Unión
Cívica Radical.
2. En la Línea de Yrigoyen
Dos son las conductas que se plantean en el partido. ¿Debe limitarse a la critica de
los actos oficiales, o la denuncia de las agresiones que cometen contra los derechos y
libertades del pueblo, debe acompañarse de la nítida expresión de nuestras proposiciones
acerca de los problemas fundamentales de la República? La cuestión toca en su medida
misma a la función de la Unión Cívica Radical. ¿Puede reducirse a ser la oposición, es
decir, un partido más, en negación del concepto de Yrigoyen, o su «mandato histórico» es
la construcción de la nacionalidad, conforme a los rumbos trazados por los fundadores? ¿Es
un simple movimiento negativo de este régimen o de otros anteriores, o una concepción
afirmativa de la vida argentina? En torno de este dilema, que suele presentarse en distintas
formas, originóse el debate en los episodios de la existencia partidaria.
La primera posición es la ansiada por el pensamiento conservador. Elude
definiciones de futuro; no implica compromisos con el pueblo. Oposición y nada más que
oposición, y sólo en los temas que no provoquen discrepancias. Bajo nuevas formas,
implica la reedición de la Unión Democrática, esta vez sin pactos entre partidos, por
agrupamiento espontáneo de ciudadanos coincidentes en su actitud opositora. Con ciertas
apariencias seductoras encubre sus proyecciones autenticas. En primer termino, para ese
objetivo se hace indispensable la exclusión de los problemas esenciales, aquellos que
suscitan divergencias por afectar la estructura social. Así se les pretende alejar de la
conciencia política del pueblo, a fin de que no encuentre obstáculos la prevalencia de los
intereses creados, fuertes, coherentes, entrelazados entre sí, más poderosos que el pueblo
cuando este se halla disperso en la confusión ideología.
Yrigoyen jamas aceptó semejante política. Después de su muerte, ella se impuso
con las nefastas consecuencias que ha sufrido la República. La lucha formal contra el
fraude y nada más que contra el fraude pospuso las reivindicaciones económicas y sociales,
desarmó al espíritu del hombre del común y al desdibujar los horizontes de la batalla
política, facilitó el advenimiento de los discrecionalismos que se turnaron en el control del
país. Luego, en 1946, al constreñir la acción a la defensa del orden constitucional,
abandonó las banderas del mundo naciente al continuismo, que las utilizó gozoso como la
mejor contribución para el éxito de sus designos. Una tercera experiencia sería una tercera
inevitable derrota, pués sin los grandes móviles de una justiciera construcción nacional no
habría en la resistencia la voluntad de sacrificio indispensable para superar los recursos de
la fuerza. A menos que se confiara en factores extraños al pueblo, en cuyo caso el resultado
sería azaroso o igualmente deleznable porque aquellos factores con su obrarían propia
mentalidad, y no con la del pueblo.
Supongamos por un instante, por reducción al absurdo, que esa política pudiere
llevar al poder. Sin haberse formado una conciencia colectiva en torno a los asuntos vitales,
recién entonces se suscitaría un debate turbulento, nada menos que sobre las cuestiones que
configuran la crisis de nuestra época. En ausencia de una opinión organizada sobre ideas
concretas, lo que solo puede lograrse en la paciente labor del tiempo, se abrirán las
perspectivas ciertas del caos y del predominio final de los intereses conservadores, que
ejercen el poder económico y retienen posiciones clave que permiten un rápido despliegue
de su gravitación social. En cortejo inexorable llegarían, como ya llegaron en otra
oportunidad, la decepción popular y la subsecuencia demagógica. Otros veinte años de
frustración de la Argentina; otros veinte años de vigencia del privilegio. Contra esta
tentativa antirradical combatiremos con todas las potencias de nuestra alma.
La grande e ineludible tarea consiste en el adoctrinamiento del pueblo, en ligarlo al
espíritu y a las ideas del Radicalismo, en «realizarlo», en formar cuadros de militantes con
convicciones íntimas sobre las transformaciones postuladas, para que el pueblo y conjuntos
directivos emanados de una plena identificación, solidarios hoy en la lucha, al asumir las
responsabilidades del país, realicen la revolución radical, el reordenamiento de la vida
argentina en función de justicia y libertad, que constituye la promesa histórica de la Unión
Cívica Radical.
3. Los Agrarios.
La nueva colonización.
El régimen de junio.
El retorno al campo.
Comercialización e industrialización.
Retorno de la oligarquía.
En la línea de dependencia.
Desde todos los rincones de Buenos Aires, hombres del trabajo en todas sus
expresiones, dejaron sus hogares, el sitio de sus afectos, en lugar de su preocupaciones,
para reunirse aquí en uno de los momentos mas graves de la existencia nacional.
Los vientos amargos de la época, aquellos que creíamos que no podían cruzar la
vastedad del océano, han llegado hasta nuestra tierra y nos plantean los problemas
dramáticos de la hora.
Aún la Argentina no se había organizado en la vigencia de su democracia política,
aún estábamos combatiendo por la verdad institucional y los principios de la constitución,
cuando las limitaciones de la democracia restringida al campo político, que habíanla
quebrantado en Europa, trajeron su debilidad y falencia a nuestro país, donde todavía era
una aspiración inalcanzada.
El desarrollo de las ideas revolucionarias de la Francia del 89 difundió el régimen
del capitalismo liberal: la economía libre, la separación de los poderes y las libertades
civiles y políticas del hombre. Más la expansión de las fuerzas de la economía liberada,
condujo a la gran concentración capitalista, a los monopolios, y en su vinculación con el
poder político a la lucha declarada por los mercados y al imperialismo, es decir, a la
creación de las fuerzas nuevas del sometimiento de los hombres y de los pueblos.
Concluida la guerra del 14-18, la crisis del mundo contemporáneo se hizo más
intensa. Con la caída de las últimas dinastías absolutistas creíase llegada la hora del triunfo
de los ideales de la libertad, igualdad y fraternidad proclamado por la Revolución Francesa.
Los pueblos luchaban por extender las funciones de la democracia en sus
realizaciones de felicidad y justicia. En el viejo imperio de los zares anunciábase el rojo
resplandor de una nueva Revolución. El recuerdo de los viejos despotismos parecía
sumergirse en la sombra de los tiempos. Pero en Italia rebrotó su antigua y maldita planta.
El nuevo despotismo.
¿Como apareció el moderno despotismo? ¿Acaso invocado la pretensión de un
hombre o de un grupo para regir a su arbitrio los destinos de la colectividad y llevarla a las
aventuras de su esperada vanidad de mando? Si así hubiera sido, no habría encontrado un
solo italiano que le prestase apoyo. El despotismo pudo resurgir en sus nuevas formas y
tomar ambiente popular alzando como banderas los sufrimientos y esperanzas de los
hombres humildes, el sentimiento nacional y el clamor revolucionario, que es el signo de la
época. En nombre del trabajo y sus derechos y denunciando la falla de la democracia liberal
para eliminar las angustias del hombre, pudo llegar al poder y desde allí iniciar la paulatina
destrucción de las libertades esenciales. El triunfo del fascismo fue posible,
fundamentalmente, porque las fuerzas democráticas no supieron recoger las aspiraciones
profundas del pueblo y abrir, dentro de la libertad, horizontes claros a sus ansiedades de
justicia. La dictadura se nutrió en la desesperanza de los hombres olvidados y levantó como
estandarte la reivindicación de los derechos obreros, ¿cual fue el lema permanente de
Mussolini? Italia proletaria y fascista. ¿Cual su gran cartel de propaganda? La carta del
laboro, nuestros «derechos del trabajador». ¿Cual su órgano de conducción de masas
conforme a la voluntad del estado totalitario que constituyo? La confederación general del
trabajo italiano.
Siempre recuerdo la denominación del partido que asoló la noble tierra alemana:
partido obrero socialista nacional alemán. Cuando Hitler tomo el poder, su primer cuidado
fue copar los sindicatos y organizar las masas obreras en el «frente de trabajo» que dirigió
el Dr. Ley. Es decir, que el tipo de organización política y social que esta padeciendo la
Argentina tiene sus antecedentes inmediatos en los totalitarismos que afligieron a Europa y
que en una hora decisiva amenazaron sedar las raíces de nuestra cultura y las más altas
expresiones de nuestra civilización.
El cuadro argentino.
La gran migración.
El patrimonio natural del pueblo argentino consistía en sus tierras, vasta y fecunda.
En la segunda década de nuestra historia independiente planeóse un régimen
agrario que reservaba su dominio como garantía del futuro. Llegó Rosas y se le cancelo.
Comenzó la dilapidación de la tierra pública, asignándose la porción del león a los corifeos
de la dictadura. Acentuada la oligarquía, bajo Roca, que simbolizo la prevalencia de los
intereses materiales, se consuma el despojo, enajenándose inmensas extensiones de tierra.
Nuestro país, durante tres generaciones, y vaya a saber cuántas más tendrá que sacrificarse
en el rescate para el trabajo de la tierra Argentina, que fue convertida en la base económica
del privilegio bajo los signos de Rosas y Roca.
En el curso de nuestro desarrollo nacional llega la etapa industrialista y el país
sufre la reedición de la misma deslealtad. Por el uso discrecional del crédito, las
manipulaciones monetarias, el control de la política económica y la disposición de los
resortes políticos y administrativos se acelero en términos impresionantes el proceso de
concentración económica y se ha constituido una oligarquía financiera industrial, surgida al
amparo del régimen y asentada en las posiciones llave del nuevo ordenamiento. Rosas,
Roca y Perón. Tres nombres distintos, pero una sola realidad: la subordinación de los
derechos del pueblo y de las exigencias del porvenir nacional al privilegio de minorías
protegidas por el poder político.
Esta no es una tarea que se improvisa. Debe hacerse lenta y paulativamente. Hay
que formar los cuadros; despertar el espíritu de confianza; formar la conciencia y la
responsabilidad. En los propios ambientes del trabajo y en cada sindicato hay que plantear
los problemas, aquilatar los valores humanos y probar, en el esfuerzo cotidiano, la firmeza
de nuestros hombres en la defensa de las aspiraciones obreras y de los intereses superiores
del país. Esto no es obra de un día, ni de una semana. Requiere previamente una clara
concepción de las nuevas exigencias de la lucha, de sus objetivos y de los métodos
impuestos por las circunstancias que aflijen a la Argentina.
Cuando se sucedían las grandes contiendas de este año y del pasado y parecían los
últimos baluartes del trabajo libre, pese a una resistencia muchas veces heroica, nos
limitamos a nuestra adhesión y a nuestra denuncia, como si se tratara de conflictos
gremiales de orden común y no de episodios salientes en el avasallamiento del derecho. Por
falta de la indispensable organización el Radicalismo no puede seguir contemplando como
un espectador los acontecimientos que definen el sentido sindical y cierran el cerco de
nuestro pueblo. Si nos mantuviéramos en la misma conducta demostraríamos ignorar lo que
ocurre a nuestro alrededor. Si no comprendiéramos la naturaleza y métodos del fascismo
habrían caído en vano millones de hombres y mujeres en los campos de batalla y en las
retaguardias de Europa; revelaríamos nuestra ineptitud para impedir que los mismos
sucesos promuevan aquí las mismas trágicas consecuencias. Resulta inconcebible que no
advirtiéramos esta realidad y no coloquemos a nuestra fuerza obrera en el plano de
organización y de lucha reclamado para resistir con eficacia las enbestidas del régimen y
rescatar progresivamente a las grandes organizaciones sindicales, a fin de que cumplan su
función autentica al servicio de la dignificación obrera.
Este es el gran tema del congreso: señalar sus puntos de vista con respecto a la
construcción nacional, pero señalar, ante todo, el tipo de lucha que debemos desplegar para
contemplar nuestros objetivos políticos con nuestros objetivos sindicales, que son
específicos para las agrupaciones que han designado a los delegados reunidos esta tarde.
Esta concepción de lucha coincide con los grandes postulados del Radicalismo. No
constituiréis cuerpos corporativos. En el partido, las decisiones emanan de sus órganos
políticos, de sus asambleas y comicios; cada afiliado es un ciudadano igual en sus derechos.
Pero el partido, fijada su linea política, nececita organismos de acción adecuada a las
circunstancias de tiempo y lugar. No contemplamos la organización social escindidas en
estamentos. Para nosotros no existe sino el hombre, la criatura humana, como punto de
partida y finalidad suprema. Su causa es la causa del Radicalismo. Cuando tenemos que
definir el sentido de nuestra patria y la filiación de nuestros ideales repetimos el lema de
San Martín y afirmamos que nuestra causa es la causa del genero humano. En servicio de
esta causa debemos ubicar a nuestras ideas y técnicas en el clima candente de nuestro
tiempo.
En esta nueva época de la historia radical, los trabajadores tendrán una función
eminente. Aquí estáis vosotros, hombres del trabajo de Buenos Aires: decid vuestra
palabra, organizad vuestros esfuerzos. Contribuyereis a la elaboración de los principios de
esa constitución social aportando vuestros conceptos a la organización política del
radicalismo y llevareis sus ideales y su espíritu a los lugares del trabajo donde se está
librando tan dura y áspera lucha por la preservación de la condición humana. Yo os saludo
con emoción, como quien recibe con vuestra presencia un abrazo de los tiempos que
vendrán. Examinaréis las soluciones creadoras del Radicalismo y regresaréis a vuestros
pueblos. Llevad este mensaje: decid a nuestros compatriotas que habéis diseñado la
Argentina del mañana. Mientras en Europa, Asia y Africa, las concepciones que niegan la
libertad y los derechos del hombre están debatiéndose en planos ajenos a la vida nueva
ansiada por la esperanza universal, nosotros estamos aquí, bajo los signos adversos del
presente, pero con ojos y corazón puesto en la azul lejanía, trabajando con fervor, con
serenidad y con seguridad por organizar una Argentina digna del mundo nuevo que sueña la
humanidad.
6. La Mujer
Enfrente, como para acreditar el carácter del Régimen, se ha formado una inmensa
congregación de mujeres. Vale la pena que nos detengamos en su análisis porque es una de
las experiencias más concretas del sistema totalitario que pretende edificarse. Vale la pena
que examinemos a la luz de los episodios precursores de Europa. Esos ejemplos tienen que
servirnos de lección permanente, a fin de ayudarnos a preservar a nuestra patria de los
padecimientos que provocaron. ¿Como se formo el partido nazi? Un grupo de hombres
acepto un conductor, un «fuhrer». Este designo en cada estado del Reich a un conductor
regional, un «gauleiter» provincial, y este, a su vez en cada distrito, a un conductor local.
Construida la pirámide con sus jerarquías establecidas se reclutaron adherentes. ¿Por que?
¿Para gobernar al partido nazi? De ningún modo. Para acatar las decisiones y actuar como
un engranaje inanimado dentro de la máquina política erigida para el cumplimiento de la
voluntad el «führer, del conductor preexistente, que ya dirigía antes de agruparse la fuerza
deshumanizada que habría de ser el soporte del poder.
¿Como se ha manifestado en la Argentina, en el orden femenino la equivalencia
del totalitarismo? Si ustedes evocan el ejemplo alemán y dirigen la mirada hacia lo que esta
aconteciendo cerca de nosotros, en este momento, observarán una extraordinaria similitud.
Una conducción nacional femenina del partido político oficial, preexistente, designa en
cada provincia a su «gauleiter». Aquí se le llama delegada censista, para vincular su gestión
en el juicio menos informado a funciones de Estado. La delegada censista nombre para
cada pueblo a una subdelegada censista y esta, secretarias de unidades básicas. Recién
entonces, constituida la vasta armazón, toma contacto con el pueblo en búsqueda de
ciudadanas. ¿De mujeres que procuran imprimir con su voluntad política un rumbo al
partido que integran? De ningún modo. Constituirán algo así como un rebaño humano que
marcará el paso y será conducido en la forma que determine la dirección preestablecida. No
se las congrega para afirmar el sentido de su dignidad cívica en el ejercicio de su querer
político, sino para cumplir órdenes y realizar planes en cuya formación no intervienen, para
transformarlas en muchedumbres sometidas, destinadas a dar viso democrático a un poder
político de estructura dictatorial: no deliberan, no eligen, no fiscalizan.
El sentido de la nacionalidad.
Hace más de un año, sostuve que nuestros partidos estaban en crisis; que vivían
con la mentalidad de principios de siglo y sus planas dirigentes con los incentivos morales
y materiales de aquél entonces. Sus cuadros activos, dije, no definen la orientación ética ni
el pensamiento político de las corrientes populares que debieran representar. Ese es el
drama profundo de la política Argentina. Y sin que se llegue a la solución de ese drama,
agregaba, aunque se salve el escollo del fraude, no habrá más que la apariencia de un juego
democrático auténtico.
¿De dónde nació ese drama? El país luchó por el sufragio libre, por la verdad
democrática, médula de nuestras instituciones. Sáenz Peña dio una solución parcial.
Garantizó el sufragio en el instante de colocarlo en la urna. Pero en aquel instante el
ciudadano no elige. Se limita a escoger entre una nómina y otra nómina. Omitió garantirlo
antes y después de la emisión del voto, en el seno de las agrupaciones que canalizan las
corrientes populares y en los factores que pueden presionar en la conciencia de cada
ciudadano.
Declinación de la política.
Sufragio libre.
La Ley Sáenz Peña debe ser intangible; pero corresponde integrarla recogiendo la
experiencia trabajada con el sufrimiento argentino. No basta asegurar voto libre; no basta
asegurar sufragantes libres, porque los ciudadanos no actúan aisladamente, sino en acciones
colectivas organizadas por los partidos. La democracia es una simulación si, en los partidos,
pequeñas minorías en posesión de sus engranajes señalan las soluciones y la inmensa
mayoritaria del país se ve constreñida a optar entre una y otra, y a votar no por la que
prefiere, sino contra la que más teme. Lo atinente a ellos, pues, no es su menester privado.
Es cuestión vital para el régimen. De ahí que su funcionamiento deba condicionarse a las
exigencias del sistema democrático y que la garantía del sufragio libre tenga como base la
garantía de la intervención directa y permanente, de la fiel expresión y del control de la
ciudadanía dentro de los partidos. Protegidos del amaño, de la viveza criolla, los
ciudadanos de preocupaciones superiores que se sentían indefensos ante procedimientos
sinuosos, acudirán prestos a este alto servicio nacional.
Reconstrucción política.
Argentina, 1889. Crisis del carácter y del idealismo. El éxito es la única meta, no
importa cómo. Es la época de la riqueza fácil, de las rodillas blandas y del sometimiento sin
tasa. El Presidente ejerce el poder sin límites. Unge gobernadores; fabrica diputados. Su
palabra es orden para quienes sienten como lastre nuestra gran tradición de altivez. Una ola
sensual y dorada envuelve al país. El dinero, emitido en cantidades fabulosas, crea ilusión
de prosperidad. Como ahora. Y como ahora, la corrupción de los negociados y un coro
inmenso de adulaciones cubriendo la tierra de los argentinos.
Desmayan los varones, envejecidos en la lucha por los principios de la República,
y la soberbia posee al Presidente, cuyo poder parece infinito.
Y, sin embargo...
El 90, el 93 y el 95.
Calvario popular.
Cuatro de junio.
El régimen desnudo.
Hora de la juventud.
Esta es la batalla por la república, por los ideales que dieron origen y sentido a
nuestra patria; batalla de juventud, de muchachos que no tienen el alma vencida, que
quieren servir al porvenir construyéndolo con sus propios brazos, con sus desvelos y sus
sacrificios. Eran un puñado los estudiantes que gestaron hace sesenta y un años el gran
movimiento civil del Radicalismo. Parecían insignificantes ante el poderío del gobierno. Y
sin embargo, aquel gobierno cayó y ellos escribieron la historia de medio siglo, pues
reencendieron al civismo en el corazón de los argentinos. Este es ese mismo pueblo, del
cual estamos orgullos, aún en sus errores. Hagamos un grupo compacto en cada pueblo y en
cada ciudad de nuestro Buenos Aires y levantemos fervorosamente la voluntad de combatir
por la liberación política, social y económica de nuestros hombres y de nuestras mujeres. Es
lucha para muchachos de corazón templado, que sientan su responsabilidad ante el destino
nacional. Es lucha para muchachos dignos del honor de ser argentinos y de la emoción de
ser radicales. Es nuestra lucha. Alcemos las banderas de la Juventud Radical, digamos
nuestra palabra con autonomía dentro del Radicalismo, la fuerza histórica de la democracia
Argentina, y marchemos al encuentro del porvenir.
Tienes tu puesto en nuestras filas, en la Organización de la Juventud Radical.
Acércate, muchacho de Buenos Aires, a los compañeros de tu generación, que formamos
esta columna. Irá engrosando día a día, hasta reunir a todos los hombres jóvenes.
Combatiremos y sufriremos juntos, y juntos obtendremos nuestra victoria en la
construcción de la patria del mañana: la Argentina soñada del trabajo, la justicia y la
libertad.
2. El Primer Deber es Defender el Programa
De una conferencia
sobre los deberes de la juventud.
Ocupo con verdadera emoción esta tribuna, rodeada por un cuerpo de muchachos
y muchachas, junto a hombres de vieja actuación en el Radicalismo, atraídos por un tema
específicamente juvenil.
Como dijo quién me honró al presentarme, es una vieja preocupación mía esta de
promover y organizar la acción de la juventud. No tuvo nunca un sentido político, en la
acepción común de la política argentina. Tuvo un sentido profundamente humano. Mirando
al panorama de la humanidad en sus vastas perspectivas, era evidente que después de la
guerra del 14-16 asistíamos a la crisis de una civilización. Aquí, en la Argentina, la
marejada debía llegar un tanto más tarde, pero llegaría. Nuestra acción política inicial se
vinculó a los esfuerzos del radicalismo de Yrigoyen por mantener sus perfiles originarios
en la gran lucha que, primero sorda y después abiertamente, se libró desde 1922 hasta 1928.
Pero tuvo expresión definida cuando los hombres de mi generación, que eran apenas
muchachos, afrontaron el rigor y el fragor de la lucha después de 1930. Habían llegado los
tiempo amargos, y nosotros, que vivíamos los años de la mocedad, sentimos el
estremecimiento de nuestra tierra y salimos a la acción. Esa juventud desconocida y
desconectada que asomó el 5 de abril en todo Buenos Aires, fue el factor fundamental de
aquel episodio extraordinario que demostró la voluntad democrática de nuestro pueblo,
oponiéndose a las primeras tentativas de organizar el fascismo en el país argentino.
Comprendimos, enseguida, cómo debíamos colocarnos a la altura de la época. Los
hombres jóvenes actuábamos en organizaciones locales, dependientes y accesorias de los
comités de distrito, que, por sus propias limitaciones, no podían cumplir el papel creador
que correspondía a una joven generación en el momento en que se encontraban en revisión
y en crisis las estructuras del mundo
Sostuvimos el derecho y el deber de la juventud de organizarse. en un cuerpo de
generación. En el ambiente pequeño, los esfuerzos no se orientan hacia una empresa
nacional ni contemplan sus proyecciones mundiales. Quedan sepultados, casi siempre, en
los choques secundarios de la política de campanario. Era necesario ligar la acción de los
hombres jóvenes con sus responsabilidades provinciales y nacionales. Era necesario
crearles su propio escenario para que dieran, con autenticidad, el mensaje que cada
generación trae como aporte propio e intransferible a la evolución de las ideas, por encima
de la gravitación del pensamiento y de los intereses predominantes. Un hombre joven está
más cerca de la tierra, más apegado al suelo, e interpreta con mayor fidelidad los reclamos
nuevos de cada época. El común de los hombres se vincula por vida a las ideas que
prevalecían en su adolescencia. Nos asomamos a la arena política, recogemos un sentido de
la vida y, salvo excepciones, ese sentido sigue imprimiendo su rumbo a nuestros actos.
Es un momento de revisión de profunda de valores era indispensable que la joven
generación no estuviera encasillada en conceptos que habían hecho fracasar la organización
del mundo. Podría, de este modo, revitalizar el tronco añoso del partido, trayendo su propio
acento a la vieja lucha argentina y radical para la creación de un orden guiado por los
móviles de la justicia y de la libertad.
Concebimos así esta organización de la juventud radical, que tiene antecedentes y
paralelos en la juventud radical chilena; en los clubs de la juventud Democrática, en
Estados Unidos, que fueron el valuarte del New Deal, la grande empresa renovadora de la
democracia, del presidente Roosevelt; en las juventudes republicanas de España, que
evocamos con emoción porque fueron las que en nuestro tiempo dijeron el mensaje de la
libertad con mayor fuerza, juventudes que ya no existen, juventudes que murieron sirviendo
nuestro anhelo de un mundo nuevo frente al cuartel de la Montaña o en las cumbres del
Guadarrama y entregaron sus vidas para contener el ímpetu fascista, mientras su sacrificio
tocaba a somatén en la conciencia de los pueblos libres.
Quisimos adoptar este tipo de organización, y radicales de todo el país reunimos
en Córdoba, en 1938, para concretar esta aspiración: crear un sitio de lucha para las nuevas
formaciones y, al mismo tiempo, un lugar donde cada hombre joven que tuviera juicio
propio y definición autónoma, pudiese ascender de las restricciones lugareñas a los planos
provinciales y nacionales, para considerar los problemas de la República y cotejar y
ensamblar su juicio con el de sus compañeros, señalando los requerimientos de la inquietud
común. Era la salvaguardia de un Radicalismo en permanente renovación, que debía
recoger, en cuajo, el aliento creador de cada etapa.
Nosotros seguimos la norma, pero no su práctica. Quiso el destino que al inductor
de la ley escrita le correspondiese la responsabilidad de imponer su vigencia en la provincia
de Buenos Aires y de lograr en muchos distritos, y precisamente en éste, que los hombres
jóvenes tuviesen la posibilidad de ofrendar en la acción lo mejor de sus espíritus.
Quienes entendemos que el Radicalismo es un camino abierto hacia el porvenir, no
tenemos temor ante el juicio de los hombres jóvenes. Lo queremos vehemente, enérgico y
decidido, como tiene que ser la juventud.
Quienes no tenemos miedo al futuro ni complicidades con el pasado, queremos
una juventud que pronuncie su mensaje con valor y vigor, no una juventud adocenada que
cumpla con mansedumbre bovina las órdenes que llegan desde arriba.
Bienvenida su palabra para juzgar y para criticar. Bienvenida su palabra para
acertar o para errar, porque vivimos en crisis y si alguna opinión vale es la de un hombre
joven que no está sumergido en los sistemas de ideas que condujeron a la humanidad a la
encrucijada en que se debate.
IV
EL REGIMEN
1. Enjuiciamiento.
La revolución-mito.
Hay otra revolución, aquella que apareció en el gobierno «de facto», que titubió en
sus primeros pasos y restableció las palabras proscriptas de libertad y democracia cuando la
guerra mundial tuvo decisión; que alzó las consignas populares que ya formaban la
conciencia pública, en tanto bloqueaba la expresión de su pensamiento a quienes las
predicaron y sustentaron en la larga Batalla contra las direcciones políticas y económicas
enseñoreadas en el país desde 1930.
Entre esta revolución - mito, creada por la propaganda oficial, que semeja por
mimetismo a la revolución querida por el pueblo, y el régimen que tiene su sede en la Casa
de Gobierno, existe una distancia inmensa. Podrá mantenerse la confusión mientras se trabe
la libre información por el control de los grandes medios de publicidad y mientras de cada
diez argentinos, nueve viva en la penuria totalitaria de escuchar únicamente la voz del amo;
la voz del gobierno.
Han transcurrido seis años desde la toma del poder y tres desde los comicios que le
dieron ratificación popular. El país confronta la consolidación constitucional de lo que el
Régimen ha denominado su revolución nacional, aunando dos palabras mágicas: la que
designa el sentido revolucionario de la época y la que afirma el fervor con que los hombres
se sumergen en la empresa colectiva de superar la grandeza de la Nación.
Otros movimientos contemporáneos se ampararon bajo el nombre de revolución
nacional. En países socialmente resentidos por el sufrimiento de la guerra y de la desilución
de la paz, con estructuras políticas inestables, aparecieron seductoras las perspectivas de
jugar la gran aventura de la conquista del poder. Usóse una fraseología revolucionaria y se
declamó una exuberante demagogia revolucionaria alternada con el régimen del requiem
liberal. El adversario no era el capitalismo en cuanto tenía de lesivo a la economía popular,
pues los grandes monopolios se ligaron a las nuevas expresiones políticas, cuando no las
financiaron previsoramente. Fue contra el liberalismo espiritual, contra las libertades civiles
y políticas, que se libraba la revancha del renaciente absolutismo.
¿Quién realizó la revolución nacional en Alemania? El partido socialista nacional
alemán. ¿Cuál fue su organización básica para la dominación del pueblo alemán? El Frente
del Trabajo. ¿Qué estructura forjó en Italia la revolución nacional? El Estado proletario y
fascista. ¿Cuál fue su instrumento de propaganda? La Carta del Lavoro. Tienen su filiación
las denominaciones que aparecieron últimamente en la Argentina.
¿Qué hizo el señor Mussolini cuando capturó el poder? Mantuvo las instituciones
constitucionales del reino italiano; no suprimió el parlamento, pero lo desjerarquizó; no
suprimió la oposición, pero la humilló. Existía un régimen electoral de representación
proporcional y lo reemplazó en 1923 por otro que otorgaba dos tercios a la mayoría. No
estableció la censura, pero creó un sistema de coacción económica y moral que le permitió
ir dominando paulativamente a la prensa. Sólo quedaron los pequeños periódicos de
provincias y enhiesto en la cumbre de su prestigio internacional «Il Corriere della Sera»,
hasta que en el curso de los años la presión del régimen sofocó al noble vocero que
mantenía el ideario del «risorgimiento».
Y cuando el hombre de la calle en Italia quería enterarse de los acontecimientos de
su patria y del mundo, ¿que leía? Sólo podía formarse juicio de acuerdo con las directivas
del Ministerio de Propaganda. Toda la prensa estaba sometida al contralor de la
organización oficial.
El controlador de la prensa.
Lebensohn. - En Italia fue necesario dar aceite de ricino porque no había jueces
dóciles.
Lebensohn. - Parece el parlamento fascista: los mismos gritos cuando una voz
libre describe la realidad del Régimen.
¿Qué pasaba en Italia con el obrero de las ciudades industriales del norte o con el
campesino del sur que deseaba una hora de esparcimiento y se dirigía al cinematógrafo? En
el noticiario que obligatoriamente debíase pasar, aparecían a diario las figuras del régimen
en actividades tendientes a promover la atracción general. Y cuando regresaba a su casa y
quería informarse de cuanto ocurría en el país o en el mundo, en balde giraba el dial de la
radio. Sólo escuchaba la voz del Duce o de sus corifeos y las informaciones organizadas
sistemáticamente en el Ministerio de Informaciones para reformar el juicio del pueblo,
seleccionando con cuidado noticias y comentarios para justificación y gloria del régimen.
¿Qué de distinto pasa en la Argentina?
Lebensohn. - ¿De quiénes son las estaciones de radio? En este mismo recinto, en la
Cámara de Diputados, fue denunciada la adquisición de las radios por la dirección de
Correos y Telecomunicaciones. En la Comisión de Reglamento nuestros representantes
quisieron investigar en vano quiénes son sus propietarios actuales. Yo voy a decir que
fueron adquiridas por el Estado sin autorización legislativa, concediéndose su uso a
sociedades anónimas, tras las cuales se esconden jerarcas del Régimen para obtener grandes
ganancias y para controlar ese elemento vital para la información y juicio del pueblo.
La radio es un instrumento esencial en la formación de la conciencia pública, a tal
punto que su libertad es signo definitorio de un régimen. Donde la oposición tiene libre
acceso, en un plano de igualdad con el gobierno, se vive el decoro de la libertad, y donde es
monopolio del partido oficial, como arma sin réplica para la sugestión de las multitudes, se
sufre la humillación de una dictadura.
La libertad de radio es más importante todavía que la libertad de prensa. La lectura
de la palabra escrita requiere un acto de decisión: la palabra radiada se impone, penetra en
la intimidad del hogar y en el fuero de nuestros sentidos y tiene un poder de convicción que
sólo el acento humano puede proporcionar.
Son democracias, desde Inglaterra hasta Estados Unidos, desde Francia a Canadá,
todos aquellos países donde las corrientes de la opinión pública pueden propalar sus ideas,
en función de pensamiento y de crítica. O las pequeñas naciones como Uruguay, donde no
existe para los partidos políticos fiscalización de ningún género, donde cualquier ciudadano
puede emitir sus más enérgicos juicios contra el gobierno, porque allí no actúa otro juez que
la conciencia del hombre del pueblo, soberano para escuchar y decidir.
Los partidos.
La reelección.
Lebensohn. - Con plena responsabilidad digo que aún cuando el presidente fuese
un hombre de mi partido, tal es el conjunto que concentra el poder presidencial que podría
lograr su reelección indefinida, aunque no representara a las corrientes más cuantiosas de la
opinión pública. Esta situación iría socavando el régimen republicano y abriendo una fisura
profunda entre el gobierno y el país, y su consolidación habría de provocar en esta tierra,
que siempre ha sido tierra de resistencia a la opresión, las reacciones que son condignas a
los pueblos que aman y defienden su libertad. A la primera reacción, el Régimen está
muerto. Si triunfa, no tiene otro remedio que la huída, pero si logra la victoria, la sangre
derramada...
Lebensohn. - Tengo aquí una cantidad de antecedentes que demuestran hasta que
punto el dolor de los pueblos de Latinoamérica ha necesitado crear exigencias
constitucionales como las del artículo 77 para defender su derecho a la libertad.
En Guatemala, pequeño país que estuvo sometido a dictaduras, el presidente no
pudo ser reelecto, sino después de doce años del cese de su ejercicio.
La confesión de la mayoria.
Sampay. - Estados Unidos pudo elegir por tercera vez a su presidente Roosevelt
en un caso en que era necesario para la salvación del país.
Sampay. - Como allí, también aquí podría ocurrir que después de la reelección de
Perón tuviéramos que poner otra vez la prohibición de reelegir.
Ayer y hoy.
La actitud radical.
Un plan progresivo.
Quién siguió atentamente los acontecimientos ocurridos en los últimos años pudo
creer que muchos, lesivos a nuestros pensamiento democrático, constituían simples
expresiones del azar, reacciones temperamentales ante episodios de carácter personal,
devaneos teóricos de asesores extraños a nuestro ambiente. Más si dirigimos la mirada
hacia atrás advertimos que todos estos hechos aparentemente aislados se integran como
piezas de una estructura coherente y orgánica y se advierte que un hábil estratego ha venido
cumpliendo progresivamente un plan que arriba a su meta. Destrucción del sindicalismo
independiente, avasallamiento de las universidades, humillación del régimen parlamentario,
monopolio de la radio y del cine, restricción de la libertad de prensa, manejo discrecional
de los fondos públicos y de los inmensos recursos sustraídos a la producción, absorción
burocrática del control económico y financiero, reelección indefinida del jerarca.
El aparato represivo.
La revolución-contra.
Rotas aparentemente las coyunturas del fraude, el país debía ingresar en el orden
dinámico de la libertad y debatir en la agitación fecunda de la democracia las formas de
superación política y de transformación económica y social reclamadas por el espíritu
popular, sostenidas por el Radicalismo y postergadas por la coacción electoral. Fue
necesario copar la revolución que maduraba en las conciencias, conquistar la adhesión de
los sectores populares satisfaciendo sus reivindicaciones más inmediatas y mantener la
disposición del poder del Estado para impedir cualquier modificación de estructura que
afectase al orden impuesto. No fue un movimiento progresista, fue una fase negativa ‘la
revolucion-contra’ que llamara ‘Mac Leish’, pero una fase, en fin, del proceso
revolucionario que se esta desarrollando en la humanidad. Sólo intentó frenar el impulso de
transformación social, que es el signo de la época, con reajustes que mantuvieron
inalterables las relaciones de producción capitalista una amortiguación del régimen del
privilegio tendiente a fortalecerlo y a confundirlo con el Estado.
A la preeminencia de la oligarquía terrateniente formada al amparo del poder
político, en la época de la afirmación de los valores agropecuarios, sucedió la de las
expresiones financiero-industriales vinculadas al poder revolucionario, que facilitó así el
tránsito de nuestra estructura capitalista a las nuevas formas impuestas por el desarrollo
económico. Al servicio de esta evolución se colocó a los recursos del país, entregando los
dispositivos del control económico-financiero de la Nación a representantes conspícuos de
la nueva oligarquía.
Los hechos probarán a nuestros amigos obreros, en su debido tiempo, que la
justicia social no fue un fin en sí mismo, sino un medio de lograr el apoyo popular para
conquistar el poder y luego realizar desde él los otros objetivos de quienes se embarcaron
en la gran aventura de dominar al país.
Fué la misma estrategia social de Napoleón, figura histórica grata al espíritu del
presidente, que proclamó los ideales de la Revolución en tanto sofocó su espíritu, alejó a
los hombres que le eran leales y recreó el absolutismo para su mayor gloria imperial. Fué,
en otro sentido, la experiencia de Bismarck, cuyo ideal prusiano de potencia inspira al
oficialismo. El Canciller de Hierro no hizo sancionar las primeras leyes sociales alemanas
movido por sentimientos de justicia, sino guiado por la voluntad de atraer a los trabajadores
para dominarlos y forjar con su apoyo una economía y un ejército adecuados a sus planes
imperiales. Y fue también la reciente experiencia de los pueblos subyugados por el
fascismo que entregaron su libertad y su vida en la ilusión fugaz de suprimir su inseguridad
económica.
El poder personal.
Podrá tener el Poder Ejecutivo presupuestos por períodos de tres años, sellar
moneda y fijar su valor y negarse a contestar verbalmente las interpelaciones a sus
ministros. En el campo económico se constitucionaliza el actual monopolio de
exportaciones e importaciones, sin prever recaudos que eviten la formación de un
absolutismo económico al servicio del privilegio. Nosotros queremos el contralor social de
la economía, pero con un Estado dirigido democráticamente, en forma tal que todas las
fuerzas de la sociedad intervengan, sin interferencias deformadoras, en la expresión de la
voluntad colectiva y tengan al Estado como agente y no como dueño de la comunidad.
Este monopólio en los últimos años, ha significado el manejo sin publicidad, sin
fiscalización de la opinión pública ni del Parlamento, de recursos muy superiores a los del
presupuesto nacional y la regulación discrecional del rendimiento del trabajo del campo
argentino. El presidente de la República, por intermedio de sus funcionarios, ha dispuesto
discrecionalmente de miles de millones de pesos. Ni aún hoy en día el país puede enterarse
de la naturaleza de las operaciones de compra o de venta realizadas, de su conveniencia ni
del destino de esas inversiones.
Lebensohn. - ...el señor Dodero adquirió una gran flota. Transportan sus barcos la
producción nacional, los inmigrantes y gran parte de las importaciones, en situación de
privilegio, pués se los prefiere para evitar las demoras que existieron hasta hace poco
tiempo en el puerto de Buenos Aires. Con los dineros del Estado se adquirieron los barcos;
con los contratos del Estado se les paga; pero los barcos no son propiedad del Estado, sino
propiedad privada del Señor Dodero, el gran amigo del presidente de la Nación.
La prorroga de mandatos.
Seguiremos la lucha.
El precio de la sangre.
Nunca mejor que en estos momentos podremos iniciar nuestras deliberaciones bajo
el eco de las notas de nuestro himno. El habla de la larga lucha, que no nace con el
nacimiento de nuestra patria, sino que se remonta a miles de años atrás, cuando el primer
hombre comenzó a erguirse contra el despotísmo para afianzar la dimensión y la latitud de
sus derechos.
En un desfiladero, alguien tenía un garrote para imponer su ley -la ley de la fuerza,
del poder-, y alguien, nuestro antepasado primitivo y remoto en la lucha por la libertad, se
irguió sobre sus dos plantas y afirmó su derecho a ser, él, una criatura humana. Han pasado
millares de años, todo el tránsito de la historia. Y cada sector de esa libertad, que constituye
el decoro del hombre contemporáneo, se conquistó al precio de la sangre y del sufrimiento
de generaciones íntegras.
Nadie conoce el nombre ni el pensamiento concreto de los primitivos en la lucha
que nosotros representamos en esta hora grave de la vida argentina. Sin embargo, paso a
paso, en todo el desarrollo de esta hazaña histórica que es la conquista de la libertad, se
fueron jalonando los triunfos y las derrotas, y gracias a ellos advino un mundo humano; un
mundo del siglo XX, un mundo en que la criatura humana estaba protegida en sus fueros y
revestida de todo lo que constituye la dignidad de nuestra época.
El hombre, trabajosamente, al cabo de siglos, fue elaborando las estructuras
sociales, políticas y económicas que lo liberaban de la coacción y de la fuerza. El ingenio
del hombre libró durante esos siglos la lucha para resguardar la libertad de conciencia, y
logró que el alma, la tierna alma naciente del fruto de sus amores, se realizara conforme a la
ley de su hogar, y no conforme a la imposición del poder.
¡Cuántas gentes murieron en el cadalso! ¡Cuántos fueron quemados en la hoguera!
¡Cuántos perecieron en guerras seculares para afirmar los principios de la libertad de
conciencia!
Nosotros somos los merecedores de ese patrimonio. Y he aquí que en la Argentina
la lucha de nuestros antepasados remotos por dar libertad al espíritu del hombre, se está
frustrando. Y he aquí que estamos nosotros para responder a la sangre y a la memoria de
nuestros antepasados y para recrear las condiciones de la libertad de conciencia.
El hombre no se conformó con dividir los poderes. Quiso que hubiese muchas
entidades de derecho público y concibió, dentro de nuestro sistema institucional, que frente
al poder nacional, en cada sector de la vida argentina, hubiese una unidad histórica
resguardada en su autonomía política y en su autonomía económica. Y el hombre reconoció
las provincias e instituyó el régimen federal. Y dentro de cada provincia, quiso también que
se dividiesen los poderes, porque en ese balance y en esa limitación residía la libertad del
hombre.
Y no se conformó con esto. En su lucha de siglos concibió que hubiese otra
entidad apegada a él; el poder municipal. Quiso que en cada sitio existiese una autoridad
local que fuese expresión del pensamiento y estuviera ligado a su propia vida; e incluso
dividió esa autoridad en tres sectores -un legislativo, un ejecutivo y aun un judicial- porque
así garantizaba la libertad.
Y quiso por encima de todo eso, que rigiesen normas escritas capaces de movilizar
los esfuerzos de todos los individuos que actuaran concertadamente, conforme a los
principios que constituyen la ley de la nacionalidad. Y sancionó todos los códigos que
prescriben las reglas fundamentales de nuestro derecho positivo.
Y no se detuvo allí. Quiso también que en la base de su organización estuviese la
conciencia pública, el país, el hombre, vigilante, atento, actuando como recipiendario de
todas las impresiones, escuchando todos los juicios y decidiendo, con los plebiscitos
cotidianos de la opinión pública, cuál debía ser la marcha de todos los organismos que
había previsto y creado el ingenio humano, a través de los sacrificios de millares de años,
para liberar esa cosa frágil y tan falible que es una criatura humana.
Y todo eso, compatriotas, ha perecido en la tierra argentina. No existe división de
poderes, ni federalismo, ni vida comunal. No existe la constitución, porque su vigencia ha
sido suspendida y actúan poderes de guerra emplazados contra los propios nacionales, cuya
libertad es superior y anterior a la constitución. No existen las corrientes vivificantes de la
opinión pública, porque la prensa ha sido monopolizada por el Régimen y los medios
técnicos de expresión del pensamiento popular están cancelados.
Estamos los argentinos como hace miles de años. Un desfiladero, la fuerza bruta, y
un hombre que se pone de pie para iniciar esta marcha eterna hacia la liberación y la
expansión de la dignidad humana.
Este es nuestro papel, el altísimo papel que está desempeñando la Unión Cívica
Radical. Yo no veo ya la bandera de nuestro partido con los colores del 90. No la veo
siquiera con los colores que en nuestras Provincias encabezaban las columnas
revolucionarias del 93, colores que aun permanecen en nuestros distintivos para señalar
nuestra militancia política. Los olvido, diluyo esos colores y no veo más que la bandera de
la nacionalidad.
La Patria no existe. En cualquier otro sitio la Patria puede ser una mera expresión
geográfica, pero en la Argentina es, no una porción de tierra, sino un contenido moral y un
sentido histórico ligado a la idea fundamental de la libertad. Los forjadores de nuestra
nacionalidad no quisieron crear un país más. Cuando el Gran Libertador descendió con sus
tropas en las playas de Pisco, dijo una frase que es el lema de los argentinos: «Nuestra
causa es la causa del género humano». Argentina se concibió como ámbito que sirviera de
base a esta Patria del género humano.
Nosotros estamos en la lucha y en la pelea por realización de los fines y los ideales
de la nacionalidad. Nuestra bandera en este momento es la bandera de la República y
quienes se alzan contra el sentido de libertad y contra los contenidos profundos que dieron
nacimiento a nuestra Patria, son perjuros del sentimiento de la Argentina.
Integración latinoamericana.
La economía desarmada.
Las grandes frustraciones no consisten sólo en esto. El país esperaba una profunda
reforma agraria. Y basta dirigir la mirada hacia el campo: Una economía desarmada y el
mantenimiento del régimen de injusta e irracional distribución de la tierra. Muchos
hombres dejaron sus hogares ante la privación económica creada por los mecanismos del
Régimen y afluyeron hacia las grandes ciudades. Por cada latifundio que se ha dividido,
como expresión homeopática destinada a la propaganda, se han recreado varios latifundios
que son el patrimonio donde vierten sus capitales los oligarcas de nuevo cuño, nacidos al
abrigo de las ventajas proporcionadas por el régimen. Y he aquí que nuestros campos
despoblados están esperando la realización de su gran esperanza.
Si dirigimos la mirada al contorno industrial de Buenos Aires -centro de la
macrocefalía que destruye la armonía de la vida argentina-, en el que se suman seis
millones de habitantes, vemos el quebrantamiento de una industria, que no se realizó sobre
bases serias, sino como una empresa de aventura.
En los años de prosperidad, del 47 al 49, aumentan los salarios y suben los índices
de nivel de vida. Pero, debido al proceso de inflación, los hombres no pueden invertir sus
economías en el ahorro, que constituye el depósito de las épocas florecientes. Y tampoco
pueden levantar su casa, su hogar, porque las condiciones de la edificación de viviendas
están perturbadas en la Argentina por el desarrollo fantasioso del programa de
construcciones oficiales. Los hombres apenas si pueden comprar las pequeñas cosas que
sirven para ornar su vida. De este modo, al abrigo de la necesidad inmediata, se forma una
pequeña industria de quincallería, en la que trabajan 200, 300, 400 mil hombres. No es la
industrialización seria, recia, que exige el país. Creada sobre el sacrificio de todos los
argentinos, es una industria oportunista, porque sus capitales provienen del dinero emitido
por el Banco Central y de los préstamos del Banco Industrial. Y ahora, esa industria, que ya
no puede vivir y que se está extinguiendo lentamente, plantea un dramático problema: el
problema de la reconvención del trabajo de esos 200, 300 o 400 mil hombres, de ese millón
de habitantes de Buenos Aires, que tendrán que marchar hacia el campo o trabajar en
nuevas industrias cuya creación no se advierte como será posible en el estado de depresión
económica y social en que se sume el país.
Esta es la gran crisis que afronta la Argentina. No existe una industrialización
seria. El Radicalismo no se opone a la industrialización. El ansia como proceso
indispensable para el logro de la emancipación económica argentina. Pero nuestra
industrialización tiene que apoyarse sobre dos bases fundamentales: transporte y la
autosuficiencia energética.
Si examinamos el problema del transporte, encontramos que existe una crisis
profunda de estructura, derivada no de la nacionalización de los ferrocarriles, sino de la
peronización de los ferrocarriles, que ha subvertido su organización interna, que ha
entregado los puestos de comando a militantes políticos y que ha privado a la red
ferroviaria del necesario proceso de renovación mediante la incorporación de nuevas
máquinas, porque las divisas que constituyen la garantía del poder adquisitivo argentino en
el exterior, fueron despilfarradas por un Régimen que no tenía vueltos los ojos al país.
Y si dirigimos la mirada hacia la energía, comprobamos que la provisión argentina
de combustible ha disminuído y el aprovechamiento integral de la energía hidroeléctrica -
que debió realizarse con carácter de epopeya- apenas se encuentra en su comienzo. El país,
en consecuencia de ella, ha tenido que intensificar su importación de combustibles, al
extremo de que el año pasado debió invertir más de mil millones de pesos en comprar el
petróleo y el carbón de piedra indispensables para el sostenimiento precario de su industria
y de su energía termoeléctrica.
La nacionalización de los yacimientos de petróleo, esa bandera radical que
concibió Yrigoyen con acierto preciso y visión clara de las necesidades del porvenir, fue
arriada en 1930, cuando el gobierno nacional cayó por la acción de columnas militaristas de
las que formaba parte el actual Presidente de la República, quien acaba de confesar esta
verdad en un momento de desconcierto y desasosiego. Y continúa arriada. Desde 1930
hasta ahora, en los yacimientos de petróleo argentino no está la bandera de nuestra Patria,
sino las banderas extranjeras, que marcan el sometimiento del combustible básico para el
desarrollo nacional a las exigencias y a los intereses de los grandes monopolios
internacionales.
Con estas grandes banderas enfrentamos el retorno del despotismo, que está
delante nuestro en expresiones y en actos que revelan la ausencia de toda serenidad.
Frente a la tentación del odio, frente al mandato de la violencia, la Unión Cívica
Radical responde con serena y reflexiva energía. Si nos lanzáramos a la contestación del
ataque, desataríamos la guerra civil en la vida argentina. Si fuéramos un episodio
transitorio, podríamos disputar esa guerra civil. Pero nosotros somos una permanencia
dentro de la vida argentina. Cuando no exista sino el recuerdo de estas épocas nefastas,
estará la Unión Cívica Radical como contextura y la estructura fundamental de nuestra
Patria.
Porque representamos una comunidad histórica, tenemos que cuidar la solidaridad,
la unión, la concordia entre los argentinos. Debemos fortalecer los vínculos que pueden
arraigar en nuestra Patria, y no los factores de disociación, de humillación, de persecución
que pueden debilitar a la Argentina en el concierto interno y en el orden internacional. Por
eso dirigimos un llamamiento supremo. ¿Cómo es posible que se hayan extinguido hasta el
último reflejo de patriotismo en los hombres que tienen la responsabilidad de la conducción
del país? Al plantear este angustioso interrogante no me refiero sólo al Presidente de la
República. El Régimen actual se ha apartado del derecho y ha colocado los poderes del
estado en el terreno de la fuerza y de la violencia. Quienquiera represente una fuerza en el
país tiene la responsabilidad de este trágico momento argentino.
La Unión Cívica Radical no conspira, porque su prédica, su posición y su historia
no la vinculan a episodios que necesiten disimularse en las sombras de la noche. La Unión
Cívica Radical cumplirá su deber serenamente, reflexivamente. Aunque se cierren los
caminos, esta fuerza histórica sabrá realizar todos los sacrificios que sean imprescindibles
para que de la tierra argentina no desaparezcan los caracteres, ni los símbolos ni los fines
que dieron origen a la nacionalidad. Lo hará seria y responsablemente, porque la Unión
Cívica Radical, cuando asumió la suprema responsabilidad de la protesta armada, supo
hacerlo, no en las sombras de la noche, sino por la acción valerosa y pública de sus
autoridades constituidas, como ocurrió en todos los episodios históricos que jalonan su
trayectoria cívica.
Somos una comunidad política al servicio de la nacionalidad. Estamos armando
nuestras filas, armando nuestra moral. Y podemos mirar hacia adelante con fe en el
porvenir. Porque nosotros tenemos fe en nuestro papel y en el hombre argentino. Hasta en
el hombre argentino que cree ser nuestro adversario. Sabemos que nos bastará acercarnos a
él y estrecharnos contra la palpitación de su corazón, para que él se sienta radical como
nosotros. Como nosotros nos sentimos, junto con él, parte necesaria para la realización de
la Patria.
La unidad nacional.
RESUELVE:
La Convención Nacional del 5-8 del diciembre* fijó una nueva línea política, que
ha sido definida con acierto como combatiente, pues señala los contornos de una lucha
activa y sin tregua en todos los terrenos. La posición anterior del partido se limitaba al
campo electoral. Se circunscribía a los mecanismos políticos de la organización
institucional. Correspondía a circunstancias normales, de vigencia de las garantías de la
Constitución. El partido encauzaba en el sufragio estados de conciencia pública, que
contribuía a formar mediante su propaganda oral o escrita: la prensa o la tribuna popular.
Ahora las vías de expresión del pensamiento se hallan bloqueadas y los resortes totalitarios
intentan las esencias nacionales en la pretensión de aniquilar la autonomía de los hombres.
A la guerra total desatada por el Régimen correspondía oponer la lucha, también total, por
salvaguardar los principios que dieron origen y sentido a nuestra Patria. Ese es el camino
que marcó la Convención.
Lucha total, en todos los frentes y utilizando todos los recursos, sin declinar de
ninguno. Es el acto cívico, la conferencia o la reunión cultural, cuando logra efectuarse; es
el periódico, cuando logra circular; es la acción de nuestros representantes, desde el
Parlamento hasta la modesta Municipalidad de aldea, para denunciar los desmanes de la
arbitrariedad y concretar en hechos, en sus proyectos y votos, el sentido creador del
Radicalismo y su lealtad con los intereses del pueblo, dando así rotundo mentís a la
pretensión de colocarnos en planos adversos a las aspiraciones del trabajo. Todo eso, que ya
se realiza, pero llevando la lucha, con reciedumbre, a todos los demás terrenos en que deba
plantearse para crear e intensificar una militancia popular arrolladora en servicio de las
libertades argentinas. Si se prohíbe la edición de periódicos, imprímanse folletos y volantes,
que hiendan las murallas de la incomunicación en que el Régimen pretende sumir al
pueblo; si no se consienten mitínes, promuévanse reuniones informativas o de
organización, de las que nazca el encuadramiento de los afiliados en las mil entidades que
establezcan el contacto directo e inmediato del partido en cada rincón de nuestro país y
cada expresión de la actividad social. Y así, trasládese la acción al ámbito gremial, cuyo
sometimiento constituye el soporte principal del Régimen, a fin de restablecer en su
independencia una de las exigencias básicas de la democracia sindical; defiéndase, en una
tarea orgánica, la autonomía de los centros de influencia de la sociedad: cooperativas,
entidades culturales, deportivas, cuya captura planea el Régimen; elévese a la dimensión de
un esfuerzo heroico aquél que resguarde la libre formación del; espíritu humano y proteja
los frutos de la cultura fundada en la libertad, fortaleciendo en cada alma la vigencia de los
ideales de la dignidad del hombre.
Lucha total en el frente político y en todos los frentes, con todos los medios
accesibles, sin abandonar ninguno, puesto que la misión del Radicalismo, en esta hora
histórica, abarca todos los aspectos en que se fundan el sentido y el porvenir de la
República. Movilización patriótica de todas las energías del pueblo argentino para la
defensa y recuperación de las libertades abolidas, expresa la declaración del alto cuerpo
partidario, movilización patriótica en una batalla heroica, sin descanso, para salvar el honor
y el decoro de nuestra tierra. La consigna es una orden de marcha. No está comprimida por
una táctica. Es de acción en todos los campos. No tiene límites. Tiene sólo una meta.
No dió la Convención únicamente la voz de partida. En resolución inspirada en el
acervo histórico del partido, de acento y temple radical, determinó las condiciones que
modelarán el triunfo de la causa popular.
PRIMERA: Esta movilización no debe ser parcial. Es una convocatoria de «todas
las energías del pueblo argentino»; pero organizada y dirigida bajo la responsabilidad
expresa de las autoridades partidarias. La Unión Cívica Radical -sin pactos ni cesiones-
asume el cumplimiento de su mandato histórico. Es el principismo intransigente, iniciado
por Alem e Yrigoyen y restituido el cauce partidario luego de la dramática experiencia que
epilogó 1946.
SEGUNDA: Debe realizarse en un esfuerzo permanente y combativo, que
mantenga vivo y actuante al espíritu de la resistencia popular». Vale decir, que si en esa
movilización se utilizan medios a la instrumentación institucional y a los procesos
electorales, es únicamente como uno de los tantos resortes de acción que deben desplegarse
en conjunto, sin prescindir de ninguno, en la tensión de excitar y acuciar la comprensión del
pueblo, para «mantener viva y actuante» a su resistencia en la empresa de reivindicar las
libertades abolidas.
TERCERA: La tarea a cumplir no será meramente opositora, ni caerá en el
antiperonismo», forma intencional de llevar la confusión al pueblo, colocando
indiferenciadamente en un mismo común denominador al Radicalismo, fuerza
representativa del sentimiento argentino, junto a aquéllas negatorias de las esperanzas
populares. No debe tender simplemente a cualquier solución, sino a la solución que impida
la reedición de defraudaciones, y asegure la realización del país soñado, consumando la
voluntad histórica de nuestra milicia cívica. Por eso nuestro esfuerzo tendrá que estar
impregnado de contenido afirmativo, debiendo señalar -dice la declaración- «las soluciones
creadoras de la Unión Cívica Radical para la construcción del futuro argentino».
He aquí las grandes líneas orientadoras, sancionadas por el cuerpo soberano del
partido. Quiso, sin embargo, marcar otros aspectos substanciales, definiendo enfáticamente
el carácter totalitario del Régimen, que se perfecciona con la perduración limitada del
inconstitucional estado de guerra interno», y subrayó que había perdido sus fundamentos de
derecho, para reposar en la fuerza. En tal situación las representaciones públicas del
Radicalismo no participan en el ejercicio del gobierno, ni lo convalidan. Su presencia es
una acusación permanente, un medio de combate, una herramienta y un arma «para llevar a
un terreno más la lucha de la Unión Cívica Radical por la libertad y los derechos del pueblo
argentino».
Precisado nítidamente este carácter, la resolución concluye con una solemne
invocación. Va dirigida a los radicales y a los demás ciudadanos que discrepan con el
Régimen, como así al propio Régimen y a todas las fuerzas de la nacionalidad. Es una
angustiosa apelación al sentimiento de responsabilidad argentina. Levanta la visión de la
Patria. Y ante el intento fratricida de dividir al país y de torcer su rumbo, proclama como
bandera suprema: la unión de los argentinos, la convivencia entre los argentinos en la
libertad y en el derecho. Es un llamamiento al retorno a la Constitución -prenda de unión,
de paz y de concordia-, pero al retorno real, sin ficciones ni imposturas, a la vigencia de las
garantías que configuran el clima de la dignidad humana. Allí reside la garantía de la
permanencia del país. Es la más alta enseña de lucha. Así el Radicalismo diseñó, no una
posición política, sino una posición patriótica, y concitó al combate abnegado y sacrificado,
definido, por sustentarla e imponerla, como una expresión de fe en los fundamentos
morales que hicieron la grandeza argentina.