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MP Clase 2
Pasado y presente de las políticas socioeducativas
¡Hola colegas!
Les damos la bienvenida a esta segunda clase, aquí nos centraremos en los sentidos que asumen
hoy las políticas socioeducativas dentro y fuera de la escuela. Reflexionaremos sobre los modos
de comprenderlos en los diferentes momentos históricos de los que habláramos en la clase
pasada. Es decir, retomaremos los debates ya planteados para analizarlos desde otro enfoque o,
dicho de otro modo, nos proponemos mirar el mismo proceso desde otro ángulo.
Como recordarán, en la primera clase detuvimos la mirada en cuáles fueron los debates, en estos
distintos momentos históricos, en torno a las relaciones entre las diferentes nociones de igualdad
y escuela. Ahí distinguimos, tres momentos políticos de la igualdad: la igualdad para la
integración, la equidad para la compensación social y la igualdad asociada a la
multiplicidad.
El recorrido que les proponemos para esta segunda clase parte de pensar que, en distintos
momentos históricos, la escuela primaria se vinculó activamente a políticas sociales más amplias.
Los propósitos y sentidos por los que se definieron estas políticas –así como el contenido de las
múltiples actividades que de ellas se derivaban– fueron variando en los ámbitos de decisión. Así,
quienes las pusieron en práctica –maestros, directores, auxiliares, integrantes de distintos
equipos destinados a su ejecución, inspectores y supervisores– y los que las acompañaron en
distintos ámbitos –familias, organizaciones sociales, comunitarias, barriales, políticas- las
recrearon redefiniendo los sentidos con los que habían sido construidas.
En general, se esperó que en las aulas se enseñaran las primeras letras, los cálculos y la
construcción de ciudadanía pero además, desde la organización del sistema educativo argentino,
se imaginó a la escuela primaria asociada a variadas tareas que fueron desde promover la
documentación de niños y niñas, difundir pautas sanitarias entre estudiantes y sus familias,
garantizar la vacunación de la población para evitar epidemias, proveer la alimentación básica e
instalar consensos sobre las formas de comportamiento social sobre asuntos diversos. Por todo
esto, encontramos a lo largo de la historia de la escolarización en la Argentina, debates álgidos y
por cierto nada inocuos, sobre los rumbos que debía asumir la escuela. Se trata de debates que
dan lugar a valoraciones disímiles de lo que en las instituciones acontece, pero que también
propician la construcción de identidades docentes y pueden llevar a pensar en los estudiantes y
las estudiantes como sujetos de derechos.
Al mismo tiempo, en las escuelas se llevan a cabo un sinnúmero de prácticas que exceden la
transmisión de ciertos saberes formalizados y que incluyen: atender la alimentación de los niños
sirviendo y/o acompañando desayunos, almuerzos o meriendas; la gestión de turnos en
hospitales o centros de salud o bien de la asistencia de equipos de salud a las propias
instituciones; el acompañamiento para la identificación e intervención en situaciones de maltrato
infantil y otras que vulneran los derechos los niños, niñas y adolescentes. Asimismo, es frecuente
la construcción de lazos con otras instituciones públicas y privadas que comparten los territorios
donde están las instituciones escolares, tales como centros de salud, iglesias, comedores
comunitarios, partidos políticos, movimientos sociales, centros culturales, organizaciones no
gubernamentales, entre otras.
Todo esto nos lleva a pensar que los límites entre el adentro y el afuera de la escuela son difusos,
ya que lo que ella propone frecuentemente acontece dentro de la institución pero también más
allá de sus muros. Los sujetos que contribuyen a darle forma a la dinámica cotidiana de la
escuela son los docentes, niños, niñas, jóvenes y auxiliares, pero también padres, madres,
hermanos, vecinos, agentes públicos de diversas dependencias, gente de los barrios y localidades
donde las instituciones educativas se ubican. Desentrañar los sentidos con los que estas prácticas
se instalan y sostienen resulta central; como dice Déborah Kantor:
“Si procuramos que nuestra tarea contribuya a generar condiciones para vidas plenas y futuros
(más) dignos, se hace necesario pensar no sólo qué es lo que pretendemos o es posible hacer en
cada contexto, sino también qué supuestos y mensajes deberemos contrarrestar, de qué
improntas (propias) tendremos que librarnos y qué es lo que vamos a defender (en el espacio
público, así como en nuestros ámbitos de trabajo)” (Kantor, D., 2008).
EN SÍNTESIS
El discurso pedagógico "normalizador" en torno al que se organizó el sistema escolar tuvo casi un
siglo de vigencia y sostuvo un mandato homogeneizador que se propuso erradicar la diversidad
cultural de origen a la vez que construyó un imaginario social en el que la educación apareció
como pieza clave en la disolución de estas diferencias (Puiggrós, A. 1990). El ideal de
"ciudadanía" fue sustento para la incorporación progresiva, aunque diferenciada, de amplios
sectores de la población. La escuela, en tanto ámbito de inclusión en la cultura letrada, era la vía
de acceso, por excelencia, a la ciudadanía; la "educación del soberano" constituyó una de las
bases de la república representativa (Sábato, H.1992; Dussel, I., 1995).
La escuela de principios del siglo XX, pensada para todos los niños de entre 6 y 14 años que
vivieran en las inmediaciones de las zonas pobladas, se comprometió a incluirlos en calidad de
“ciudadanos” a cambio de que dejaran de lado sus propios repertorios culturales. Aprender los
modos de hablar, vestir y comportarse, los modos de comer e higienizarse, lo que es bello y lo
que no lo es, distinguir los "usos debidos y correctos" de la lengua oral y escrita, muchas veces
implicaban modelos repetitivos, autoritarios. El habla de las distintas regiones del país, de los
inmigrantes, de los indígenas, de los sectores populares o los nuevos modismos, eran
despreciados como versiones "incorrectas", "incultas", "atrasadas". Así, la escuela construía una
autoridad cultural que postulaba que el "argentino estándar", el argentino rioplatense, era el más
valioso y representativo de la nación, y se negaba valor y legitimidad a otras hablas y formas del
lenguaje (Dussel, Southwell, 2004).
ACTIVIDAD
TOMANDO NOTA
“El día 7 de Marzo de 1935 llegaron al paraje denominado km 60 del F.C. de Colonia
Baranda, el Sr. Fernando del Valle Wilson y su esposa Sra. Adelia Capocci de del Valle,
quienes venían nombrados para desempeñar los cargos de Director y maestra de la
Escuela Nacional Nº 245 del Chaco, creada por el CNE, el 5 de octubre de 1934.
Grande fue la sorpresa de ambos por cuando vieron el edificio que se había aceptado
como local escolar. Tratábase de un viejo pesebre que en sus mejores tiempos había
servido de alojamiento al caballo de carrera de Don Luis Vallejos y a su cuidador o
“compositor”, y que su dueño cediera gratuitamente para el funcionamiento de la
escuela (…) A pesar de todos los inconvenientes, el día 11 del mismo mes se iniciaron
las clases con dos secciones de primer grado inferior, llegando la inscripción en el
transcurso del año a sesenta alumnos, algunos de los cuales debían recorrer largas
distancias para llegar a la escuela.
“El régimen de vida en aquella escuela era de lo más primitivo y rudimentario; más del
95% de los pobladores era analfabeto y vivía en ranchos y chozas miserables”.
Acompañan este relato estas dos fotos, que se envían al Archivo, sacadas con 8 meses
de diferencia, que expresan esta voluntad homogeneizadora de la escuela. La primera
muestra la escuela rancho y a los niños pobres, desalineados, junto a sus docentes.
La segunda foto tiene por objetivo mostrar lo que la escuela ha producido: niños y
niñas con el pelo arreglado, con delantal, formados junto al mástil… En definitiva,
construidos como alumnos y alumnas.
“Sus cabellos, antes hirsutos y enmarañados, habían sido dominados; sus pringosas y
deshilachadas vestimentas por lo menos se disimulaban bajo el guardapolvo blanco; se
hicieron más locuaces y comunicativos y en sus rostros apareció la sonrisa.
“Si al principio era imposible conseguir que recitasen una estrofa en público, en el
ambiente escolar tomaron afición a la declaración y alcanzaron a interpretar números
de conjunto con una naturalidad y una perfección admirables.
“Hoy cuando algunos de nuestros ex alumnos (muchos ya casados y con hijos) nos
visitan, no pueden menos que recordar emocionados lo que era el alumnado en los
primeros años de funcionamiento de nuestra escuela, asombrándose ante la diferencia
entre lo que ellos fueron y lo que son los actuales educandos.”
Las escuelas y los docentes sabían de la pobreza de los alumnos. Ésta era observada, descripta y
a veces, objeto de intervenciones puntuales: iniciativas de vacunación en los edificios escolares –
cuestión que se encargaba muchas veces a las “maestras vacunadoras”–, distribución de la “copa
de leche”, provisión de delantales, son algunos ejemplos que ponen sobre la mesa que la
presencia de tareas destinadas a paliar desigualdades surgen con los propios sistemas de
educación.
La escuela, además, se preocupó por moldear a los niños y niñas que allí acudían, intentando no
sólo enseñar las primeras letras y ciertos conocimientos matemáticos sino también producir
sentimientos patrióticos, formas de hablar, de vestir, de peinarse, de divertirse, de comunicarse.
Como responsable de concretar las políticas de homogeneización, desde la escuela se naturalizó
frecuentemente que no todos los niños permanecieran en sus aulas, mientras desde los
organismos de gobierno educativo se llamó “desertores” a quienes dejaban la escuela,
asignándoles el cúmulo de la responsabilidad de no haber sostenido sus estudios. A partir de allí
se distinguió entre aquellos considerados “pobres pero dignos” –cuyas familias empeñaron todos
sus esfuerzos en enviarlos a la escuela–, de los “niños harapientos” –que no se destacaban, que
no eran acompañados por sus familias–. Estas dificultades tampoco se entendieron como
relacionadas con la distribución de la riqueza o con lo extraño que para muchos niños resultaban
ciertos modos de ser y hacer que la escuela proponía como modelos. La situación de pobreza fue
entendida como una circunstancia particular que debían enfrentar los sujetos y sus familias antes
que ser objeto de políticas públicas sistemáticas.
Las escuelas en barriadas populares o en zonas rurales postergadas fueron, entonces, objeto de
iniciativas específicas para atender aquello que las familias no lograban cubrir, especialmente en
cuestiones asociadas a evitar la expansión de epidemias que constituían objeto de preocupación
para la población en su conjunto. Es interesante ver la discusión sobre becas en esos primeros
años: los registros permiten observar que había becas que, a diferencia de las de hoy, eran muy
acotadas y asociadas al éxito escolar y al sostenimiento de la escolaridad para los sujetos
“excepcionales”.
Así durante el siglo XX, frecuentemente, al tiempo que se masificaba el sistema educativo –en
particular el de la educación primaria– no siempre fueron considerados los diferentes puntos de
partida de las comunidades para construir, conjuntamente con el Estado, las ofertas educativas
para sus hijos. Estudios realizados sobre el final de la dictadura, en los años ochenta, como los de
Cecilia Braslavsky, muestran un sistema educativo segmentado, en el que advierten, según los
llamó la autora, “circuitos de escolarización”. La fragmentación del sistema educativo público era
tangible. Sin embargo, es de destacar que la escuela pública era receptora de niños y niñas de
diversos sectores sociales, cuestión que con el correr de los años se modificaría, en particular en
los ámbitos urbanos.
Políticas sociales y educativas en clave compensatoria: el cotidiano
escolar de los noventa
La aparición de los comedores escolares, la tramitación de documentos, los planes de vacunación,
las becas, los proyectos etc., se han asociado a la profundización de los procesos de
pauperización social de la última década del siglo XX. Sin embargo, y es parte de lo que venimos
planteando, la inclusión de tareas que exceden la enseñanza en las escuelas es de larga data y no
siempre estuvo asociada a las situaciones de pobreza. Sin embargo en estos escenarios su
presencia se tiñó de otros sentidos.
ACTIVIDAD
TOMANDO NOTA
Antes de continuar con la lectura, les proponemos que reconstruyan y tomen algunas
notas sobre los efectos que tuvo asociar empobrecimiento con la irrupción de tareas
diversas en la escuela: ¿cómo se fue construyendo el discurso de que la escuela
había perdido el norte?; ¿cómo se fue instalando la idea de que los maestros y
profesores habían perdido el rumbo?
Le recordamos que esta tarea optativa, si lo desea, puede compartirla con su tutor.
En esa década, en un contexto signado por la reducción del gasto social, las políticas sociales
compensatorias -a las que nos referíamos anteriormente- se reorientan haciéndose eco de las
“sugerencias/imposiciones” de los organismos internacionales, como dice Myriam Feldfeber, y
asumen como principios la focalización, la privatización y la descentralización.
En ese escenario, la escuela aparece como una institución estratégica para la instrumentación de
la asistencia pública, cuya razón estaba en su amplia difusión, su contacto cotidiano con parte
significativa de los sectores más afectados por el modelo societal (sensibilizado por las
situaciones de vida de sus alumnos) y por contar con personal que, en la mayoría de las
juriscciones, sin recibir retribución adicional, se hace cargo de parte del trabajo de gestión de
dichas iniciativas. Pero también porque en su historia hay marcas en las que dichas prácticas han
sido parte del repertorio escolar.
Los profundos cambios que habían tenido lugar en la Argentina durante la última dictadura cívico
militar, la profundidad de los procesos de exclusión, obligaron a pensar, a partir de la
recuperación de la democracia, en la asistencialidad no ya en términos de provisoriedad -un “mal
necesario mientras dure la crisis”- sino en una práctica de larga duración.
Ante estas situaciones, los maestros y maestras encontraron una sobredemanda, no sólo -o no
tanto- por la cantidad o el tipo de tareas a las que se enfrentaron, sino por el compromiso
emocional que implicó estar frente a alumnos y alumnas cuyas condiciones de vida eran de
extrema precariedad y se encontraban sin recursos para hacerle frente a las necesidades más
elementales.
En nuestro país, al igual que en otros de América Latina, el comienzo de siglo se presenta con
algunos cambios que tienen un signo positivo, ya que se vislumbran alternativas que cuestionan
el modelo neoliberal de los noventa; estos cambios, sin embargo, no han logrado revertir, en lo
inmediato, los procesos de polarización y fragmentación social, tan profundamente arraigados
durante décadas, que producen brechas difíciles de salvar entre quienes ven ampliadas sus
posibilidades de existencia a límites insospechados y quienes, en el otro extremo, intentan
construir posibilidades de integración que fueron posibles en otros momentos históricos.
En este sentido, a partir del 2003, como lo señaláramos en la clase pasada, en el marco de
sanción de leyes que procuran la ampliación de los derechos sociales y educativos y de algunas
políticas implementadas que tienen fuerte incidencia en los espacios educativos –como la
Asignación Universal por Hijo- se reinstala un horizonte de igualdad y de alcance universal y se
redefinen los sentidos construidos para los programas.
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-189943-2012-03-19.html
La ampliación de derechos sociales y educativos conmueve la escuela como institución. Tal como
dijéramos anteriormente, la escuela -construida sobre la homologación entre igualdad y
homogeneidad- justificó que algunos niños, niñas y jóvenes no entraran en ella y también, que
otros salieran sin que esto constituyera un problema. Estas situaciones fueron construidas como
naturales para amplios sectores sociales que suscribieron frases tales como: “la escuela no es
para él”; “la escuela es para quienes la merecen”; “no le da”; “estudiás o trabajás”; etc.
Uno de los temas más debatidos en diversos ámbitos son los efectos que conllevó que la escuela
abriera sus puertas a quienes aún no habían tenido un lugar en sus aulas, en particular con la
ampliación de los tramos de obligatoriedad a la educación secundaria y el estímulo a la asistencia
educativa que supuso la Asignación Universal por Hijo. En estas conversaciones se yuxtaponen
diversas cuestiones.
Por un lado, los niños, niñas y jóvenes que hoy llegan a la escuela y pueblan aulas, patios y
distintos espacios socio-educativos, lo hacen profundamente atravesados por situaciones de
desigualdad e injusticia que ponen en jaque las perspectivas que postularon unas únicas maneras
de ser “niño”, “niña” o “joven”. La inclusión del plural –infancias y juventudes- viene a poner
sobre la mesa que no hay una experiencia uniforme y natural de infancia o juventud, que las
identidades son múltiples e inestables pero además que las condiciones en que tienen lugar estas
experiencias son disímiles. Y si antes, ser alumno o alumna, suponía quedar al margen de otras
experiencias, hoy tales disyuntivas se diluyen.
Por otro lado, ¿qué sucede con las “formas de hacer escuela” centenarias, muchas veces
meritocráticas, de la institución y los docentes, ante la presencia de estos interlocutores que
frecuentemente ignoran o disputan los sentidos atribuidos a ciertas prácticas escolares? El trabajo
pedagógico supone intervenir, construir y sostener posiciones. Es interesante la invitación de
Déborah Kantor, a abstenerse de algunas miradas punitivas o moralizantes, propias de la escuela
decimonónica. Esta perspectiva no supone desdibujarnos sino, por el contrario, pareciera ser
necesario construir otras formas de ser docentes y hacer escuela. Creemos que habrá que
explorar recorridos que supongan sostener y reforzar lo que ponemos a disposición en términos
de contenidos y de estrategias de trabajo y debatir los modos en que se pueden diversificar las
oportunidades de encuentro con diversos repertorios culturales.
Finalmente, ¿cómo “hacer escuela” en estos escenarios donde las desigualdades persistentes se
articulan con diferencias culturales que se procuran respetar y reconocer?
Creemos que para pensar escuelas para todos y todas, que no supongan dejar de lado las propias
marcas culturales, habría que poner en cuestión la idea de que es la carencia, el déficit, o la
multiplicidad de las pobrezas, lo que explica el abandono escolar u otras formas de exclusión de
los saberes que a veces suceden en la escuela. Pareciera central no confundir desigualdades y
diferencias sociales y culturales. Estas discusiones están presentes en la escuela, en los barrios,
en las organizaciones sociales, y además tenemos que propiciarlas. ¿Cómo pensar a los niños,
niñas y jóvenes desde sus horizontes de posibilidad, sin construir anticipaciones que limiten
futuros?
Sin ánimos de ignorar la complejidad de llevar a cabo prácticas sociales y educativas en espacios
signados por la desigualdad, partir de una perspectiva que pone en el centro a los niños, niñas y
adolescentes como sujetos de derechos supone nuevos desafíos, y entre estos está el de revisar y
reinventar las formas de hacer, de enseñar porque no parecen útiles aquellas que se pensaron
para la construcción de sujetos que eran visualizados en tanto y en cuanto se asemejaran a
modelos predefinidos de “alumno o alumna”.
Para realizar este recorrido hay que poner en duda algunas cuestiones que para quienes hemos
pasado buena parte de nuestras vidas en el sistema educativo –como alumnos, como docentes,
como padres- son, a veces, complejas de identificar. Sabemos lo difícil que es revisar los “núcleos
duros de las gramáticas escolares”, tal como lo veremos en profundidad en la próxima clase. A
veces, quienes están en los bordes de las escuelas, como en los Centros de Actividades Infantiles,
en los Centros de Actividades Juveniles (CAJ), en las Orquestas, los que hacen el seguimiento de
los chicos en el Programa de Becas, pueden identificar que hay muchas experiencias que pueden
aportarle a la escuela en términos de reconocer la diversidad sin estigmatizar. También las
escuelas han ido construyendo saberes en este sentido y muchas tienen claro que hay que poner
en tensión aquello que históricamente fue construido como escuela para poder entrar en diálogos
y enseñanzas con los niños, niñas y jóvenes que hoy están en las aulas, en los patios, en la
puerta de las escuelas.
Quedan abiertos muchos interrogantes que esperamos ir trabajando en las próximas clases.
Mientras tanto, ¿qué estrategias pueden o han resultado interesantes para llevar a cabo en la
vida cotidiana de las escuelas o de los barrios que se sostengan en el paradigma de la igualdad
y al mismo tiempo, permitan albergar, reconocer y aprender en la diversidad?; ¿cuál es el lugar
asignado a los niños, niñas y jóvenes en estas experiencias?; ¿cuál es el lugar que ocupan los
adultos en estos relatos?
ACTIVIDAD FINAL
Les proponemos elaborar un relato en el cual, en un primer momento,
presenten el barrio/la zona donde trabajan, para hablar luego sobre cómo y
dónde se educan los niños, niñas y jóvenes de esas comunidades, y cuáles
son las relaciones/articulaciones entre las diferentes instituciones que
ustedes identifican. Finalmente, detengan el “recorrido” para analizar
alguna iniciativa pensada para la inclusión social de los niños, niñas y/o
jóvenes.
BIBLIOGRAFÍA
Obligatoria
THISTED, S. “Pasado y presente de las políticas socioeducativas”. En THISTED, S.; PINEAU, P.;
BÉJAR, M.; FORSTER, R.; SEOANE, V.; y TRÍMBOLI, J. Problemas, estrategias y discursos sobre
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Consultada
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2008. Disponible
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• SABATO, H., "Citizenship, Political Participation and the Formation of the Public Sphere
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• BIBLIOTECA ENRIQUE BANCHS, Archivo Escuelas Láinez, Historia de las Escuelas Láinez
durante el siglo XX en provincias y territorios nacionales. En biblioteca “J. V. González”
del Instituto Bernasconi de la Capital Federal.
• ALAYÓN, N., “Políticas sociales, ¿universales o focalizadas?”, Página 12, del 19 de marzo
de 2012. Disponible en: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-189943-2012-03-
19.html
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