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Escrito por Dr. Armando Juárez.

Muy buenos días, estimados colegas.

Quisiera en esta solemne y significativa ocasión, dirigir a ustedes algunas breves


reflexiones acerca de la importancia y trascendencia de las nobles profesiones de
Abogado y Notario a las que aspiran ustedes ser autorizados a ejercer, así como las
responsabilidades que acarrea la infracción de los deberes legales y éticos que este
ejercicio implica.

El Abogado es un profesional dedicado a defender en juicio los derechos de sus clientes,


y también a aconsejarles sobre las cuestiones jurídicas que se le consultan.

Para ejercer esta profesión no basta con egresar de la Universidad con un título de
licenciado en Derecho: se requiere estar autorizado por la Corte Suprema de Justicia,
quien extiende esta autorización sólo luego de una investigación acerca de la conducta
moral del aspirante.

Es por esto que el artículo doscientos noventa y nueve de la Ley Orgánica de Tribunales
de mil ochocientos noventa y cuatro, disposición aún vigente, ordena que el título de
Abogado se expida por la Corte Suprema de Justicia previa comprobación de la honradez
y buena conducta del aspirante, por medio de una información de tres testigos, y que el
Abogado hará promesa de desempeñar lealmente sus funciones, ante el Presidente de la
Corte o el magistrado que este delegue.

Mientras se es sólo licenciado en Derecho se podrá laborar en diversas tareas


relacionadas con lo jurídico, asesorando a empresas o personas naturales; opinando
sobre proyectos de ley; ejerciendo la docencia; realizando consultorías técnicas para
organismos públicos y privados. Pero no se podrá representar a clientes ante los
tribunales de justicia o ante dependencias administrativas, pues esto sólo puede hacerlo
quien está investido como Abogado por el órgano estatal competente, que es la Corte
Suprema de Justicia.

La Abogacía tiene, pues, una caracterización más centrada en los intereses privados de
los clientes. El Abogado tiene que diseñar y ejecutar una estrategia de defensa de los
intereses particulares de sus clientes, y en este sentido tiene el deber legal de ser
parcial hacia sus clientes.

A este respecto, en una sentencia del año mil novecientos setenta y cinco, se dice por
este Alto Tribunal:

“Son litigantes las personas que intervienen como partes en los juicios. Abogados o
Letrados, son las personas que dirigen a los litigantes... en los juicios. Se entiende por
‘parte’ al dueño del pleito y no a su Abogado... Los litigantes son las partes, los dueños
del pleito”.

Actuando como Abogado, el profesional puede llegar a cometer diversas conductas


indebidas que le hagan incurrir en responsabilidades penales, civiles y disciplinarias.
Es desafortunadamente muy común que la responsabilidad penal del Abogado se derive
de una infracción manifiesta a su deber de fidelidad hacia su cliente, pues el artículo
cuatrocientos sesenta y seis del Código Penal vigente tipifica como delito el “patrocinio
infiel”, conducta en la que incurre el Abogado que perjudica deliberadamente o por
imprudencia temeraria los intereses de su cliente, o cuando habiendo asesorado,
defendido o representado a una persona, asesore, defienda o represente en el mismo
asunto a otra persona que tenga intereses contradictorios con su cliente; o cuando
destruye, inutiliza u oculta documentos o información a los que hubiere tenido acceso,
perjudicando los intereses de cliente.

Otra fuente de responsabilidad penal del Abogado es la comisión del delito de revelación
de secretos, tipificado en el artículo ciento noventa y seis del Código Penal, el delito de
usurpación de funciones que comete el Abogado que estando suspendido de la profesión
sigue ejerciendo como tal, o el delito de apropiación de dinero recibido de los
interesados para pagos o gestiones ante oficinas públicas o privadas, etcétera.

La responsabilidad civil es la que lleva consigo el resarcimiento pecuniario de los daños


causados y de los perjuicios provocados a un tercero por uno mismo: en este sentido,
aunque el Abogado no se obliga a obtener la victoria en los procesos judiciales que se le
encomiendan, si se obliga a actuar con un mínimo de diligencia profesional en el estudio
y tramitación de los asuntos, y a hacer uso oportuno y adecuado de los remedios y
recursos previstos en la legislación procesal, de modo que quedará sujeto a indemnizar a
su cliente cuando los asuntos se pierdan por su imprudencia, falta de cuidado,
negligencia o ignorancia inexcusables.

Además, no deben ustedes pasar por alto que toda persona responsable de la comisión
de un delito, responde también civilmente de sus consecuencias, responsabilidad civil
que abarca no sólo la indemnización de daños y perjuicios causados al agraviado directo,
sino también los ocasionados a su familia o a terceros.

Por otro lado, la responsabilidad disciplinaria tiene su origen en la infracción por el


Abogado de preceptos legales o reglamentarios o de los cánones éticos que regulan el
ejercicio de la Abogacía.

Ante la comisión de infracciones de este tipo, y sin perjuicio de las responsabilidades


penales y civiles del caso, la Corte Suprema de Justicia está facultada para imponer al
infractor las correspondientes sanciones disciplinarias, tales como amonestaciones,
multas y suspensión del ejercicio de la profesión.

Quiero reseñar aquí para ustedes algunas de las circunstancias más comunes que en la
práctica generan responsabilidad disciplinaria del Abogado, y que en algunos casos
pueden incluso conllevar responsabilidades penales y civiles:

-Coludirse el Abogado con la contraparte de su cliente (lo que conlleva además


responsabilidad penal y civil).

-Negligencia manifiesta en la tramitación de los asuntos que se le han encomendado.


-Ignorancia manifiesta en la tramitación de los asuntos que se le han encomendado.
-Negativa a devolver documentos propiedad de su cliente (lo que conlleva
responsabilidad penal).
-Retención indebida o apropiación de sumas de dinero que se le entregan para su
cliente.
-Abandono de los asuntos, habiendo ya cobrado sumas por honorarios.

Consideramos que todo esto tiene como causa principal, la carencia de solidez y
permanencia en los valores éticos. Es el momento de recordar la reflexión que realiza el
tratadista argentino Francisco Padilla respecto al origen de nuestra profesión cuando nos
dice:
“Que desde la más remota antigüedad, toda vez que un hombre virtuoso imbuido de un
alto espíritu de justicia, se vio compelido a auxiliar por un mandato interior caritativo o
altruista, a un semejante necesitado de defensa ante los tribunales, en ese mismo
momento surgió en los hechos, el Abogado.

Más que un profesional técnico en el manejo de la ley, era, como se dijo, un hombre
justo, generalmente culto, dotado de firmeza de carácter, a lo que sumaba, en
ocasiones en mínimo grado, el conocimiento de la tradición jurídica oral o escrita”.

El insigne jurista uruguayo Eduardo Couture ha sintetizado magistralmente los deberes


éticos y profesionales inherentes al correcto desempeño de la Abogacía:

Estudia. El Derecho se transforma constantemente. Si no sigues sus pasos, serás cada día
un poco menos abogado.

Piensa. El Derecho se aprende estudiando, pero se ejerce pensando.


Trabaja. La abogacía es una dura fatiga pues está al servicio de la Justicia.

Lucha. Tu deber es luchar por el Derecho, pero el día que encuentres en conflicto el
Derecho con la Justicia, lucha siempre por la Justicia.

Sé leal. Leal con tu cliente, al que no debes abandonar hasta que comprendas que es
indigno de ti. Leal para con el adversario, aun cuando él sea desleal contigo. Leal para
con el juez, que ignora los hechos y debe confiar en lo que tú le dices; y que, en cuanto
al Derecho, alguna que otra vez, debe confiar en el que tú le invocas. Intenta ser leal
con todo el mundo y todo el mundo intentará ser leal contigo.

Tolera. Tolera la verdad ajena en la misma medida en que quieres que sea tolerada la
tuya.
Ten paciencia. El tiempo se venga de las cosas que se hacen sin su colaboración.

Ten fe. Ten fe en el Derecho, como el mejor instrumento para la convivencia humana;
en la Justicia, como destino normal del Derecho; en la Paz, como sustituto bondadoso de
la Justicia; y, sobre todo, ten fe en la Libertad, sin la cual no hay Derecho, Justicia, ni
Paz.
Olvida. La Abogacía es una lucha de pasiones. Si en cada batalla fueras cargando tu
alma de rencor, llegará un día en que la vida será imposible para ti. Concluido el
combate, olvida tan pronto tu victoria como tu derrota.
Ama a tu profesión. Trata de considerar la Abogacía de tal manera que el día en que tu
hijo te pida consejo sobre su destino, consideres un honor para ti proponerle que se
haga abogado.
Quisiera ahora referirme un poco más extensamente a la profesión del Notariado, a la
que, a pesar de su trascendencia y complejidad, desafortunadamente no suele dársele
en las universidades la importancia que merece.

El Notario es también, por supuesto, un profesional del Derecho, y para ejercer tal
profesión se requiere autorización de la Corte Suprema de Justicia, quien sólo la
concede al profesional después de estar incorporado como Abogado; pero a diferencia
de la Abogacía, el Notariado es una profesión concebida más bien como una función
pública, que tiene su fundamento en que para su funcionamiento normal, la sociedad
necesita de la estabilidad y seguridad del tráfico jurídico, y por ello en muchos casos los
particulares buscan a un notario que los oriente, aconseje, e ilustre con su saber y
entender, y que además interponga su fe pública, dando autenticidad a los negocios
jurídicos de los particulares, y evitando, en la medida de lo posible, que con
posterioridad se generen litigios a consecuencia de esos actos o contratos; es por eso
que el Notario, al desempeñar su función, debe actuar no sólo como consultor jurídico
sino también como consultor moral.

El Notario es una persona a quien, por sus cualidades humanas tales como honorabilidad,
discreción, ética, moral, rectitud, buenas costumbres y ausencia de vicios, y de sus
cualidades profesionales diligencia, acuciosidad, seriedad y conocimientos jurídicos, y
previo cumplimiento de una serie de requisitos legales, el Estado le delega la fe pública
para que, en su representación, intervenga en los actos y contratos que realiza la
sociedad y los revista de autenticidad y fuerza probatoria.

Es por esto que el artículo doscientos ochenta y ocho de la ya citada Ley Orgánica de
Tribunales define a los Notarios como “ministros de fe pública” encargados de redactar,
autorizar y guardar en su archivo los instrumentos que ante ellos se otorgan, y es por lo
que el artículo dos de la Ley del Notariado define éste como “la institución en que las
leyes depositan la fe pública, para garantía, seguridad y perpetua constancia de los
contratos y disposiciones entre vivos y por causa de muerte”.

En una sentencia del año mil novecientos noventa, refiriéndose al carácter e investidura
del Notario, este Supremo Tribunal expresó:

“... el notario principalmente no es un simple hacedor de escrituras, sino un alto


funcionario perteneciente a la institución del Notariado, en quien las leyes depositan la
‘fe pública’, para garantía, seguridad y perpetua constancia de los contratos y demás
actos para los que están autorizados por la ley...”

Y en una sentencia de mil novecientos noventa y curo ahondó aún más en este concepto:

“Los Notarios Públicos son ministros de fe pública; cuando hablamos de ella no nos
referimos a un acto meramente subjetivo, sino a hechos que objetivamente estamos en
la obligación de aceptar como hechos reales y revestidos de la verdad, en obediencia a
un ordenamiento de carácter legal, para garantía de la misma sociedad, para darle vida
jurídica a todos aquellos actos y contratos realizados entre personas naturales o
jurídicas. El Estado ideó el sistema de investir a una persona en la delicada función de
dar fe, esa persona se llama Notario, de manera que al intervenir y autorizar un
documento puede decirse que en dichos actos está presente el mismo Estado... La fe
pública conferida por el Estado, se considera como verdad de carácter oficial que todos
estamos en la obligación de aceptar, salvo que de manera plena se demuestre en juicio
que el notario haya incurrido en cualquier falsedad”.

La función del Notario es, pues, asesorar, conciliar, equilibrar y brindar seguridad en las
transacciones jurídicas civiles o mercantiles entre particulares, y en ese actuar debe
primar su imparcialidad: el Notario tiene el deber de escuchar e interpretar la voluntad
de las partes interesadas, darle forma legal a esa voluntad, asesorar o aconsejar qué es
lo más conveniente para ambas partes, y en ese contexto debe actuar con prudencia,
precisión, cautela, imparcialidad, y equidad.

Es aquí donde radica el fundamento ético de la función notarial y esta es también la raíz
de la responsabilidad que asumimos como Notarios, pues es evidente que nada de lo
dicho hasta ahora podrá convertirse jamás en realidad práctica si el Notario no está
revestido tanto de los conocimientos jurídicos necesarios como de las cualidades
morales indispensables, pues aquellos no valdrán gran cosa si éstas no lo acompañan en
el ejercicio de la función notarial.

En palabras del afamado autor español Juan Vallet de Goytisolo, Presidente Honorario
de la Unión Internacional del Notariado Latino:

“Si le faltare la ciencia al notario, éste podría funcionar más o menos imperfectamente,
pero sin moral, sin buena fe, no se haría posible la función, puesto que sin las cualidades
morales de que la actuación notarial debe estar investida, es muy difícil llevar a cabo la
realización de la justicia que constituye el fin último del Derecho y lógicamente de la
labor del notario”.

En el mismo tema insiste el también insigne tratadista Tomás Ogayar y Ayllón:

“... el notario, que es legionario de la verdad..., ha de ser custodio de la justicia y la


buena fe en los negocios jurídicos. En su función, ha de ser independiente y debe tener
libertad absoluta en la defensa de lo que sea justo; colaborar en la realización del
Derecho, según la ley y la justicia, haciendo que los convenios y actos en que intervenga
sean expresión de la moral más rígida y del Derecho más justo, procurando evitar con
exquisito celo que se deslice en aquellos cualquier fraude de ley o cualquier abuso de
derecho”.

Y que este no es un tema actual, sino una exigencia eterna de la profesión notarial se
deduce al leer el siguiente pasaje de la obra “El Nuevo Notario Ilustrado”, publicado en
París, Francia, en el año 1859:

“No es solo adquisición de la ciencia el único deber que tiene necesidad de cumplir el
Notario para el buen desempeño de su profesión. Ésta además la prescribe de un modo
muy especial la exacta observancia de otra, que ya como hombre la tenía impuesta
desde que su razón comenzó a discernir lo bueno y lo malo, el de conformar siempre
todos sus actos y operaciones con la regla invariable de las costumbres.

“Este deber, que consiste en la rigurosa observancia de las sanas y saludables máximas
de la moral, es uno de los más esenciales de este funcionario, puesto que no puede
negarse que la moral es el único origen de todas las virtudes sociales y políticas, las
cuales en ninguna persona son más necesarias que en aquellas en las que todas demás
depositan su confianza, según se expresa la misma ley, la cual exige por este motivo que
el Notario sea... de buena fama, cualidades recomendables que solo tiene el hombre
honrado y fiel observador de la moral, cuyos preceptos le enseñarían, al ser probado,
leal, desinteresado, imparcial, sigiloso, incorruptible y estricto en el cumplimiento de
todos los otros deberes, y por consiguiente le proporcionara el buen nombre y
reputación que necesita, para que la escritura en la que se ve estampada su signo, sea
considerada por todos como monumento indestructible de verdad.
“El ser honrado el Notario, es su primero y principal deber, y si hablamos de esta
cualidad en el segundo lugar no es por otra causa sino por la profunda convicción que
tenemos de que no hay otra cosa que tanto persuada la necesidad de la moralidad como
el saber y la verdadera ilustración”.

Es conveniente hacer notar que una misma conducta indebida del Notario puede dar
origen a diversas responsabilidades penales, civiles y disciplinarias.

El Notario, además de las responsabilidades penales en que pueda incurrir por conductas
ilícitas de carácter privado, está sujeto a responsabilidades penales especiales derivadas
por su actuación como fedatario, tales como el delito de falsedad ideológica o material
cometido por el Notario que falta a la verdad cuando autoriza instrumentos públicos, el
delito de sustracción de documentos matrices, en que incurre el notario que sustrae o
permita que se sustraigan las matrices del protocolo, el delito de revelación de secretos
cometido por el Notario que traiciona su deber de sigilo profesional respecto de las
confidencias que le han hecho sus requirentes, el delito que comete el Notario que abre
o consiente que se abran documentos cerrados que tienen en custodia, el delito que
comete el Notario que sustrae o destruye documentos que se le han confiado por razón
de la profesión, el delito de usurpación de funciones que comete el Notario que estando
suspendido de la profesión sigue ejerciendo como tal, el delito de apropiación de dinero
recibido de los interesados para pagos y gestiones ante oficinas públicas o privadas,
etcétera.

Por otra parte, y como cualquier otra persona, el Notario es civilmente responsable por
los daños o perjuicios que en el ejercicio de la profesión cause por su conducta dolosa, o
por su conducta culposa, negligente o ignorante, por ejemplo cuando el Notario autoriza
actos obviamente ilícitos o actos obvia y absolutamente nulos, cuando el Notario es
negligente en su deber de identificar a los otorgantes, cuando el Notario comete
errores, omisiones y alteraciones en los instrumentos que autoriza, tanto si son de forma
como sustanciales, etcétera, y responde civilmente por los daños y perjuicios derivados
de la comisión de delitos oficiales.

Por otro lado, la responsabilidad disciplinaria tiene su origen en la infracción por el


Notario de preceptos legales o reglamentarios que regulan el ejercicio de la función
notarial, y de los principios éticos que rigen la conducta profesional y personal del
Notario.

Algunas de las circunstancias más comunes que en la práctica generan responsabilidad


disciplinaria del Notario son las siguientes:

-Autorizar actos ilícitos o actos absolutamente nulos.


-Autorizar actos en los que le estuviera prohibido intervenir por parentesco con los
otorgantes, o por adquirir el notario o sus parientes algún derecho en esos instrumentos.
-Consignar datos o hechos falsos en las matrices o en los testimonios o certificaciones
que expida (sin perjuicio de la responsabilidad penal que corresponda por el delito de
falsedad).-Negar la expedición de testimonio a favor de persona legitimada para pedirlo.
-Negar el acceso a la matriz de un instrumento a persona legitimada para verla.
-No remitir, o remitir tardíamente, el índice de los instrumentos autorizados en el año.
-No remitir, o remitir tardíamente la carta informando no haber cartulado en el año.
-Incumplir el deber de cuidado y conservación del protocolo (sin perjuicio de la
responsabilidad penal que corresponda por la destrucción o extravío).
-Entregar o prestar el protocolo a otros notarios o a particulares.
-Dar número a protocolo cuando en el año no ha autorizado ninguna escritura.
-Abrir dos protocolos en el mismo año.
-No cerrar el protocolo por medio de acta cuando legalmente corresponda hacerlo.
-Incumplir las obligaciones contractuales contraídas con sus clientes, y ajenas a los
deberes estrictamente notariales pero relacionados con estos.
-No salvar adecuadamente las correcciones realizadas en los instrumentos que autoriza.
-Cartular sin la correspondiente autorización o quinquenio.
-Omitir o alterar la fecha de expiración de la autorización o quinquenio.
-Usar sello distinto del autorizado por la Corte Suprema de Justicia.
-No usar de la firma a ruego en el caso del otorgante que no puede o no sabe firmar,
poniendo en su lugar la huella digital.
-Observar una conducta habitualmente inmoral o viciosa.

Quisiera concluir estas breves palabras con una cita del maestro uruguayo Eduardo
Couture:

“Con la fe pública ocurre algo análogo a los que sucede con las armas de un soldado. El
pueblo las entrega a un hombre, bajo la sola fe de su palabra y sin más garantía que su
virtud. El orden jurídico hace un depósito necesario de una y de otras. Hasta en su
sentido común de asegurar la paz, la imaginación asocia una y otra manera de
defenderse... Si al notariado se le quitara ese sutil elemento moral, íntima pero
profundamente adscrito a su servicio, quedaría reducido a una función cualquiera. Pero
como institución, habría perdido su sentido propio”.

Muchas gracias.
Colaboración del Dr Anibal Ruiz Armijo

Asesor de la Corte Suprema de Justicia

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