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JOHANN GO TTLIEB FICHTE

SOBRE EL CONCEPTO
DE LA DOCTRINA DE LA CIENCIA

Seguido de tres escritos sobre la misma disciplina

T r a d u c c ió n :
B e r n a b é N a v a r r o B.

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO


INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOSÓFICAS
PROGRAMA DE MAESTRÍA Y DOCTORADO EN FILOSOFÍA
MÉXICO 2009
Q175
F5218 Fichte, Johann Gottlieb, 1762-1814
2009 Sobre el concepto de la doctrina de la ciencia : seguido de
tres escritos sobre la misma disciplina / Johann Gottlieb Fichte ;
traducción: Bernabé Navarro B. — México : UNAM, Instituto de
Investigaciones Filosóficas : Programa de Maestría y Doctorado
en Filosofía, 2009.
92 p. — (Colección cuadernos Instituto de Investigaciones Fi­
losóficas ; cuaderno 11 )
Traducción de: Über den Begriff der wissenschaftslehre
ISBN 978-607-02-1127-0
1. Ciencia — Filosofía. I. Navarro B., Bernabé, tr. n. t. ID. Ser.

Título original:
Über den Begriff der Wissenschaftslehre
(Im Verlag des Industrie-Comptoirs. Weimar, 1794)
Primera edición en español: 1963
D.R. © 1963, Universidad Nacional Autónoma de México
Primera reimpresión: 15 de diciembre de 2009
D.R. (c) 2009 Universidad Nacional Autónoma de México

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Impreso y hecho en México


ISBN 978-607-02-1127-0
L os e s c r i t o s reunidos en el presente Cuaderno pretenden
ofrecer la posibilidad de un primer acceso y contacto inm e-
diatos con la filosofía de Fichte. Sólo en este sentido guardan
una cierta unidad. En cambio, unidad externa, cronológico*
o circunstancial, no la tienen. Fueron seleccionados bajo la
orientación del especialista que abajo se menciona.
E l relativamente corto tratado que da titulo al Cuaderno
fue la primera exposición, sumaria, que hizo Fichte de su
sistema. D e él aparecieron dos ediciones originales, una en
1794 y otra en 1797. E l texto reproducido en la presente
versión es el de la primera y se tomó directamente de un
ejemplar original proporcionado por el maestro R . Lauth,
especialista en la filosofía fichtiana. Siendo el prólogo y las
variantes de la segunda edición de secundaria importancia,
se prescindió por completo de ellos bajo sugerencia del citado
maestro. Ediciones posteriores existen también dos, una en
las Obras completas, publicadas por I. H . Fichte —hijo del
filósofo— en 1845 y otra en las Obras publicadas por Fritz
M edicus en la Biblioteca Filosófica de F élix M einer en 1 9 1 5
(y 1925, 1962); ambas reproducen el texto de la segunda edi­
ción original, indicando las variantes de la primera.
E l segundo escrito fu e publicado originalmente en 1797,
en el Diario filosófico —editado por el mismo Fichte y por
F. Im m anuel Nietham m er, Jena y Leipzig—, tomo \ 11, Cua­
derno 1, páginas 1-20. La traducción se hizo directamente
de un ejem plar original proporcionado por el citado profe­
sor Lauth. Este opúsculo es también reproducido en las dos
ediciones posteriores de las Obras, citadas poco antes.
E l artículo ofrecido en tercer lugar fu e publicado origi­
nalmente en el Diario Universal, B erlín 1801, A n exo N o . 1.
A¡o lleva titulo alguno; el que se le da aquí responde al con­
tenido. L a única reedición conocida fu e hecha bajo el titu lo
Un desconocido artículo de Fichte, en respuesta a los deseos
con ocasión del 18 de octu b re de 1921, L eipzig, Friedrich
Meyer (sin fecha). N o existen más ediciones. L a traducción
se hizo sobre un ejem plar de la últim a proporcionado por
el mismo profesor R . L a u th .
E l cuarto escrito es una carta de F ic h te a un tal Appia -
suizo de nación, según parece—, fechada en B erlín el 23 de
junio de 1804. F u e publicada p or prim era vez en los Kant-
studien, 2, 1898, pp. 100-103, de donde fu e tomada para la
Correspondencia de J. G . Fichte, q u e preparó Hans Schulz,
Leipzig, 1925, tom o 2, páginas 386-390. L a traducción se
hizo sobre un ejem plar de esta últim a. E l titulo puesto es,
como podrá verse, una expresión contenida en las primeras
palabras de la carta.
La fijación del texto alemán en pasajes dudosos o con erra­
tas se hizo siem pre en consulta con el profesor citado. Todas
las características externas de presentación del texto fueron
respetadas al máxim o; los pocos cam bios se indican en notas
al pie de página. Dichas notas son en general aclaración
de circunstancias o hechos; unas pocas aluden a conceptos
básicos de la filosofía de Fichte.
Las referencias a estas notas aparecen en el texto mediante
números arábigos. L os números al margen y las barras en
el renglón correspondiente rem iten a la división de página
en las ediciones tomadas como base e indicadas antes.
La traducción castellana aquí ofrecida es la primera hecha
a una lengua cualquiera. Ella fu e g en til y pacientemente
cotejada paso por paso con el original alemán por el profe­
sor doctor Reinhard Lauth, quien lee corrientem ente el
castellano (e italiano y francés). Séale a qu í manifestado nues­
tro agradecimiento. É l enseña filosofía trascendental en la
Universidad de M unich y es editor en je fe de la primera edi­
ción critica de las obras de F ichte p or encargo de la Acade­
mia de las Ciencias de Baviera.
SOBRE EL
CONCEPTO DE LA DOCTRINA
DE LA CIENCIA
O

DE LA LLAMADA FILOSOFÍA

como
Programa para sus lecciones
sobre esta ciencia

por
JU A N T E Ó F IL O F IC H T E
designado Profesor ordinario de Filosofía
en la Universidad de Jena.

Weimar
En la Im prenta del Industrie-Comptoir

i 794
PREFACIO

E l a u t o r de este tratado quedó con la lectura de nuevos


escépticos, especialmente del Enesidem o1 y de los excelen­
tes escritos Maimonianos? plenamente convencido de algo
que ya antes le había sido sumamente verosímil: que la filo­
sofía, aun por medio de los más recientes esfuerzos de varones
sagacísimos, no se ha elevado todavía al rango de una ciencia
evidente. Él creyó haber encontrado la razón de esto y haber
descubierto un fácil camino para satisfacer perfectamente a
aquellas mucho m uy fundadas requisiciones de los escépti­
cos a la filosofía crítica, y para poner de acuerdo el sistema
dogmático y el crítico en general en sus discrepantes pre­
tensiones, así como fueron | puestas de acuerdo por la filo­
sofía crítica las discrepantes pretensiones de los diversos sis­
temas dogmáticos.* N o acostumbrado a hablar de cosas que

• La verdadera disputa que impera entre ambos, y en la cual los escépti­


cos se batieron con razón al lado de los dogmáticos y con ellos del sano
sentido común, el cual ciertamente viene muy bien a consideración, no como
juez, sino como un testigo al que hay que examinar conforme a la ley, bien
podría ser la ^ e la conexión de nuestro conocimiento con una cosa en si; y la
disputa bien podría ser decidida por una futura doctrina de la ciencia, en
el sentido de que nuestro conocimiento, por cierto no inmediatamente a
través de la representación, pero sí mediatamente a través ds la sensación,'
se conecta con la cosa en sí; de que las cosas ciertamente sólo como apariencias
son representadas, que en cambio como cosas en si son sentidas; de que sin
sensación no sería posible absolutamente ninguna representación; pero que
las cosas en sí son conocidas sólo subjetivamente, esto es, sólo en cuanto
que obran sobre nuestra sensación^
1 El escrito aludido es el siguiente: Aenesidemus oder über die Fundamen­
te des von H erm Professor Reinhold in Jena gelieferten Elementar-Philo-
sophie. Nebst einer Vertheidigung des Skepticismus gegen die Anmassungen
der Vernunftkritik. 1792 . — Apareció anónimo. Su autor es G ottlob Ernst
L u d w ig S c h u l z e .
• Se alude sin duda, especialmente, al escrito: Streifereien im Gebiete der
Philosophie, Berlín, 1793 ; y también a la obra: Versuch über die Transscen-
dentalphilosophie, mit einem Anhang über die symboltsche Erkenntnts,

• De acuerdo con las líneas fundamentales de su sistema, ^terior


para sensación, la palabra Empfindug —que implicaría un co
aún tiene por hacer, habría él llevado a cabo su plan o callado
para siempre sobre él, si la ocasión presente4 no le pareciei^
ser una invitación para rend ir cuenta de la aplicación de su
musa hasta ahora y de los trabajos a los que piensa dedicar
el futuro.
L a siguiente investigación no ha de pretender ninguna
otra validez que una hipotética. D e ahí em pero no se sigue
en m odo alguno que el autor no sea capaz de poner como
5 | fundam ento a sus asertos absolutam ente ninguna otra cosa
que indemostradas suposiciones, y que éstas no puedan ser
a pesar de todo los resultados de un más profundo y sólido
sistema. Ciertam ente sólo después de años se promete él po­
der presentarlo al público en una form a digna del mismo;
pero la justicia de que n inguno lo rechazará antes de haber
examinado el todo, la espera él ya desde ahora.
El prim er propósito de estas hojas era el de poner a los
jóvenes estudiantes de la A lta Escuela a la que el autor ha
sido llam ado,5 en condición de juzgar, si debían confiarse a
su dirección en el cam ino de la prim era entre las ciencias, y
esperar que él fuera capaz de d ifu n d ir tanta luz sobre la
misma, cuanta ellos necesitan, a fin de andarlo sin peligroso
traspiés. El segundo, para recoger los juicios de sus protec­
tores y amigos sobre su empresa.
Para aquellos que no figuran ni entre los primeros ni entre
los segundos, sean las siguientes advertencias, por si este es­
crito pudiera llegar a sus manos.
Hasta ahora el autor se halla íntim am ente convencido de
que ningún entendim iento hum ano puede avanzar más allá
6 del lím ite en el que K ant se detuvo, especialm ente | en su
Critica del ju icio „e \ cual él sin em bargo nunca nos deter­
minó ni señaló com o ú ltim o lím ite del saber finito. Él sabe
que nunca podrá decir algo a lo q u e K ant no haya ya apun­
tado, inmediata o m ediata, clara u oscuram ente. Él deja a
las edades futuras el ahondar en el gen io del hom bre que,
guiado frecuentem ente com o por una inspiración superior,

afectante—, sino el
térm ino Gefühl, con el cu al acen tú a lo in te rn o de la ope­
ración. En castellano p u ed e servir p ara la in telig en cia e l térm in o sentim iento.
{ u e consultarse la clara ex posición d e H . H e im s o e th , F ich te . M iinchen,
,9 3- Pp-
2 123 ss.)
^ a la designación como profesor en la Universidad de Jena, lo
cual se indica en la portada de la o b ía .
Alta Escuela: Universidad de Jena. lb id .
arrastró tan poderosamente el juicio filosófico desde la situa­
ción en que él lo encontró hacia su última meta. - Él está
también íntimamente convencido de que después del genial
espíritu de Kant, no se pudo hacer otro más alto dón a la fi­
losofía que mediante el espíritu sistemático de Reinhold, y
cree conocer el honroso puesto que la Filosofía elemental6
del último siempre mantendrá a pesar de todo en los ulterio­
res progresos que la filosofía, esté ello en manos de quien
fuere, necesariamente debe hacer. No está en su manera de
pensar el desconocer intencionadamente cualquier mérito o
querer empequeñecerlo; él cree entender que cada pelda­
ño que la ciencia ha ascendido necesitó ser ascendido prime­
ro, antes de que pudiera ella subir a uno más alto;(él no con­
sidera en verdad como mérito personal ser llamado al trabajo
por una feliz casualidad después de eminentes trabajadores,
y sabe que | todo mérito que pudiera tal vez en ello realizarse
no estriba en la fortuna del hallazgo, sino en la probidad de
la búsqueda, acerca de la cual sólo cada uno puede juzgarse
a sí mismo y recompensarse.)Él dijo esto no por aquellos
grandes hombres, ni por causa de los que les son semejantes,
sino para otros no del todo tan grandes hombres. Quien en­
cuentre superfluo que él haya dicho esto, el tal no figura
entre aquellos para quienes lo dijo.
Además de aquellos varones graves, los hay también bro­
mistas, que previenen al filósofo para que no se ponga en
ridículo mediante exageradas esperanzas de su ciencia. Yo
no voy a decidir si todos ríen rectamente por motivos since­
ros, porque la jovialidad les es simplemente innata; o si hay
algunos entre ellos que se esfuerzan por reír solamente, a fin
de quitar al investigador no experimentado el gusto de una
empresa que ellos por comprensibles razones no miran con
agrado.* Puesto que yo, en cuanto me es consciente, no he
dado hasta ahora todavía ningún pasto a su humor mediante
exteriorización de tales altas esperanzas: por eso me es per-
• Malis rident alienis.7
* No se trata propiamente del título de una obra, sino de la denominación
del sistema de dicho filósofo. Las obras principales en que fue expuesto son:
Beitrage zur Berichtigung bisheriger Mipverstándnisse der Philosophte 1,
1790; II,1704, Jena. —Ueber das Fundament des philosophischen Wissens,
Jena, .
1791 — Versuch einer neuen Theorie des menschlichen Vorstellungs -
vermógens, Tena, 1789. . . . ».
7 Cita ligeramente modificada del verso Horaciano: cum raptes 1n tus malts
ridentem alienis. Sat. II, 3 » 72,
mitido quizá prim eram ente pedirles, no por bien de los filó­
sofos y aun menos de la filosofía, sino de ellos mismos, que
aguanten la risa hasta que la em presa esté | formalmente
fracasada y abandonada. Q u e se b u rlen entonces ellos de
nuestra confianza en la hum anidad, a la q u e ellos mismos
pertenecen, y de nuestras esperanzas en las grandes aptitudes
de la misma; que repitan entonces su sentencia consolatoria:
la humanidad es algo que ya no tiene rem edio; así fue y será
siempre — cuantas veces necesiten de consuelo.
PR IM E R A SECCIÓN

SO BR E
EL C O N C E P T O DE L A D O C T R IN A DE L A C IE N C IA
EN G E N E R A L

§ i. Concepto de la doctrina de la ciencia hipotéticamente


establecido
P a r a u n i f i c a r partidos divididos, se parte, en la forma

más segura, de aquello sobre lo cual están acordes.


La filosofía es una ciencia; sobre ello convienen todas las
descripciones de la misma, así como se separan unas de otras
acerca del objeto de esta ciencia. Y ¿cómo, si la separación
hubiera provenido precisamente de que el concepto de la
ciencia misma no estaba enteramente desarrollado, y si aque­
lla única característica bastara completamente para determ i­
nar el concepto de la filosofía mism a?^
Una ciencia tiene forma sistemática; todas las proposicio­
nes en ella están trabadas a una única proposición funda­
mental y se unifican en ella para un todo — tam bién esto es
concedido en general. Pero, ¿está ya agotado el concepto de
la ciencia?
Si alguien, sobre una proposición infundada e indem os­
trable, por ejemplo sobre la de que en el aire existieran
creaturas con inclinaciones, pasiones y conceptos humanos, y
cuerpos etéreos, construyera una historia natural de estos es­
píritus del aire, tan sistemática como se quiera, lo cual en sí
es muy posible — ¿reconoceríamos nosotros un tal sistema,
por más rigurosamente que sea deducido en sí mismo, y por
más íntimamente que pudieran estar ligadas entre sí cada
una de las partes? Por el contrario, si alguien enuncia un
teorema aislado o un hecho —por ejem plo, el obrero mecá­
nico la proposición de que sobre una línea horizontal el per­
pendículo tiene a ambos lados ángulos rectos; o el campesino
no instruido el hecho de que el historiador judío Josefo vivió
en la época de la destrucción de Jerusalén—, en tal caso
cualquiera confesará que el mismo posee ciencia de lo dicho,
por más que el primero no pueda desarrollar sistemáticamen­
te la prueba geométrica de su proposición a partir del primer
principio de esta ciencia, ni el otro probar metódicamente la
credibilidad histórica de su aserción, sino que ambos acep­
taron la cosa por fe y creencia. (¿Por qué, pues, no llamamos
nosotros ciencia a aquel sólido sistema que se basa en una
proposición indemostrada e indemostrable; y por qué llama­
mos ciencia al conocimiento | de los segundos, el cual en el
entendimiento de éstos no está trabado con ningún sistema?
Sin duda por el hecho de que el primero en toda su metó­
dica forma no contiene sin embargo nada que se pueda saber;
y los últimos sin ninguna forma metódica dicen algo que ellos
realmente saben y pueden saber.
X,a. esencia de la ciencia consistiría según esto en la cualidad
de su contenido; éste tendría que ser cierto, por lo menos
para el que debe tener ciencia; tendría que ser algo que él
pudiera saber: y la forma sistemática sería para la ciencia pu­
ramente accidental; aquélla no sería el fin de ésta, sino sólo
el medio para el fin.)
En efecto, si es que el espíritu humano por una causa cual­
quiera pudiera conocer con certeza sólo muy poco, todo lo
demás, en cambio, sólo opinarlo, conjeturarlo, sospecharlo,
admitirlo arbitrariamente, y sin embargo, también por una
causa cualquiera no se pudiese por cierto contentar con este
conocimiento tan estrecho o inseguro, no le quedaría entonces
otro medio para extender y asegurar el mismo, que com­
parar los conocimientos inciertos8 con los ciertos, y de la
igualdad o desigualdad de los primeros con los últimos con­
cluir la certeza o incertitud de los mismos. Si fueran iguales
a una proposición c i e r t a , podría él adm itir con seguridad
que son también ciertos; si fueran opuestos a aquélla, enton­
ces sabría él desde luego que eran falsos y estaría seguro de
no ser engañado más tiempo por ellos. Él habría ganado, si no
verdad, por lo menos liberación del error.
V oy a hacerme más explícito. — U na ciencia debe ser algo
8 Las expresiones conocimiento inseguro, conocimientos inciertos
entenderse sólo en el sentido de faltos dé fundamento explícito y consc e
según se explica antes con los ejemplos del obrero y del campesino.
uno, un todo. La proposición de que el perpendículo forma
sobre la línea horizontal dos ángulos rectos, o de que Josefo
v iv ió en la época de la destrucción de Jerusalén, es sin duda,
para aquel que no posee un conocim iento sistemático de la
geometría o de la historia, un todo y en cuanto tal una ciencia.
Pero nosotros consideramos también la geometría entera y
la historia como una ciencia, ya que ambas sin duda contie­
nen a d e m á s algo diverso de aquellas proposiciones — ¿cómo
y mediante qué, pues, una m ultitud de proposiciones en sí
s u m a m e n te diversas llegan a ser una9 ciencia, uno y preci­
sa m e n te el mismo todo?
Sin duda porque cada una de las proposiciones no serían
en absoluto ciencia, sino que sólo llegan a serlo en el todo,
mediante su puesto en el todo y mediante su relación con el
todo. Ahora bien, mediante simple unión de partes nunca
puede resultar algo que no deba hallarse en una parte del
todo. Si absolutamente ninguna proposición entre las propo­
siciones enlazadas tuviera certeza, tampoco tendría ninguna
el todo originado m ediante el enlace.
Por tanto, al menos una proposición tendría que ser cierta,
la cual comunicara a las demás su certeza; de tal modo que
si, y en cuanto esta primera debe ser cierta, también tiene
que ser cierta una segunda; y si, y en cuanto esta segunda
debe ser cierta, también una tercera, y así en adelante. Y así,
13 muchas y en | sí quizás m uy diferentes proposiciones tendrían
en común sólo una certeza, precisamente porque todas ellas
— tendrían certeza, y la misma certeza, y por ello vendrían a
ser sólo una ciencia.
La proposición cierta —hasta ahora hemos supuesto sólo
una como cierta— no puede obtener su certeza sólo por medio
del enlace con las restantes, sino que necesita tenerla previa­
mente al mismo, pues por unión de muchas partes no puede
resultar lo que no está en ninguna de ellas. T odas las restantes,
empero, tendrían que recibir la suya de aquélla. Ésta tendría
que ser cierta y segura previam ente a todo enlace. N i una sola
de las restantes, en cam bio, tendría que serlo antes del enlace,
sino llegar a serlo sólo por m edio de aquélla.
D e aquí se aclara al mismo tiem po que nuestra hipótesis

9 Fichte emplea algunas veces en el adjetivo uno y en


ordinales la mayúscula para dar un énfasis ligero. En castellan po»
dejar ese uso, por tener valor muy distinto.
anterior es la única correcta, y que en una ciencia sólo n
haber una proposición que previamente al enlace sea '
y segura. Si se dieran varias proposiciones semejantes
estarían en absoluto enlazadas con la otra, y entonces no ^
fenecerían al mismo todo, sino que constituirían uno o varf^
todos separados; o estarían enlazadas con ella. Las propo
ciones, sin embargo, deben estar enlazadas no de otro modo
que mediante una e igual certeza. Si una proposición es cieña
entonces debe tam bién ser cierta la otra, y si la una no es
cierta, entonces tampoco la otra debe ser cierta. Esto no po­
dría valer de una proposición que tuviera una certeza inde­
pendiente de las restantes proposiciones; si su certeza ha de
ser independiente, entonces ella es cierta, | aun cuando las
otras no sean ciertas. Por ende, ella no estaría en absoluto
enlazada con aquéllas mediante certeza. Una tal proposición
cierta previamente al enlace se llama proposición fundamen­
tal. T o d a ciencia necesita tener una proposición fundamental;
sin duda podría ella muy bien, conforme a su carácter inter­
no, estar constituida por una sola proposición en sí cierta - la
cual, empero, no podría ciertamente llamarse luego propo­
sición fundamental, puesto que no fundaría nada. Sin embar­
go, tampoco puede tener ella más de una proposición fun­
damental, pues de otra manera no integraría una sino varias
ciencias.
U n a ciencia puede comprender, además de la proposición
cierta previamente al enlace, aún varias proposiciones, que
sólo m ediante el enlace con aquélla pueden ser reconocidas
como ciertas. El enlace consiste, como precisamente se ha
recordado, en que se muestre que, si la proposición A es cierta,
tiene que ser cierta también la proposición B — y si ésta es
cierta, tiene que serlo también la proposición C, y así en
adelante; y este enlace se dice la forma sistemática del todo,
que resulta de cada una de las partes. — Y ¿para qué este
enlace? Sin duda, no para hacer un truco del enlazar, sino
para dar certeza a las proposiciones, que en sí no tendr a
ninguna; y así, la forma sistemática no es fin de la ciencia»
sino que es el medio accidental —sólo bajo la condición de qu^
la ciencia deba estar constituida por varias proposiciones--
aplicable para el logro de su fin. A q u élla no es la esencia ^
la ciencia, sino una cualidad accidental de la misma. — P°
10 Guiones añadidos para facilitar la lectura.
ga m o s que la ciencia es un edificio; que el fin principal de la
misma es la solidez. Los cimientos son sólidos, y I una vez
que éstos han sido colocados, se habría alcanzado el fin. Mas
como no se puede habitar en los puros cimientos, y con ellos
solos nadie puede protegerse ni contra el voluntario ataque
del enemigo, ni contra los involuntarios ataques del clima,
por eso sobre aquéllos se construyen paredes y encima de éstas
un techo. Todas las partes del edificio son enlazadas con los
cimientos y entre sí mismas, y por ello resulta sólido el todo;
mas no se construye un edificio sólido, para que se pueda
enlazar, sino que se enlaza, para que el edificio resulte sólido;
y es sólido en cuanto que todas las partes del mismo descan­
san en sólidos cimientos.
Los cimientos son sólidos y no están cimentados sobre nue­
vos cimientos, sino sobre la tierra sólida. — ¿Sobre qué vamos,
pues, nosotros a construir los cimientos de nuestro edificio
científico? Las proposiciones fundamentales de nuestros sis­
temas deben y tienen que ser ciertas previamente al sistema.
Su certeza no puede probarse dentro del ámbito de los mis­
mos, sino que toda posible prueba en ellos la presupone
ya. Si ellos son ciertos, lo es también indudablemente todo
lo que de ellos se deduce: pero, ¿de qué, pues, se deduce su
propia certeza?
Más aún — vamos a argumentar así en la construcción de
nuestro edificio doctrinal: Si la proposición fundamental es
cierta, luego otra determinada proposición es también cierta.
¿En qué se funda, pues, ese luego? ¿Qué es lo que funda el
necesario nexo entre ambas, en virtud del cual debe corres-
ponderle a la una precisamente la certeza que a la otra le
corresponde? ¿Cuáles son las condiciones de este nexo y de
dónde sabemos nosotros que ellas son las condiciones, y las
| condiciones exclusivas y las únicas condiciones del mismo?
Y ¿cómo llegamos nosotros en suma a admitir un nexo nece­
sario entre proposiciones diferentes, y además condiciones
exclusivas, aunque exhaustivas de las mismas?
Brevemente, ¿cómo es posible fundar la certeza de la pro­
posición fundamental en sí; cómo es posible fundar la legiti­
midad de deducir de ella, de una determinada manera, la
certeza de las otras proposiciones?
A quello que la proposición fundamental misma debe tener
y comunicar a todas las restantes proposiciones que en la
ciencia ocurren, lo llamo yo el contenido interno de la pro.
posición fundamental y de la ciencia en general; la manera
como debe aquélla comunicar lo mismo a las otras proposi.
ciones, la llamo yo la forma de la ciencia. L a cuestión plan.
teada es por ende ésta: ¿cómo es posible en general contenido
y forma de una ciencia, es decir, cómo es posible la ciencia
misma?
Algo, en donde esta cuestión fuera respondida, sería por
cierto una ciencia, y precisamente la ciencia de la ciencia en
general.
Previamente a la investigación no se puede determinar si la
respuesta a aquella cuestión será posible o no, es decir, si
nuestro saber total tiene un sólido fundamento, o si, por más
estrechamente que puedan estar eslabonadas entre sí cada una
de las partes del mismo, al fin, empero, se apoye sobre nada.
Mas si nuestro saber ha de tener un fundamento, entonces
tiene que poderse responder aquella | cuestión, y tiene que
darse una ciencia en la que sea contestada; y si se da una tal
ciencia, entonces tiene nuestro saber un fundamento. Por
tanto, no se puede decir nada sobre lo fundado o infundado
de nuestro saber previamente a la investigación; y la posibi­
lidad de la ciencia postulada se puede demostrar sólo por
medio de su realidad.
La denominación de una ciencia tal, cuya posibilidad es
hasta ahora sólo problemática, es arbitraria. Sin embargo, si
debiera mostrarse que el terreno que, después de toda la
experiencia anterior, es utilizable para la construcción de
ciencias está ya ocupado por las que le corresponden, y que
sólo se ofrece aún un pedazo de tierra no construida, a saber,
el propio para la ciencia de las ciencias en general; si,
además, bajo un nombre conocido (el de la filosofía) se encon­
trara la idea de una ciencia, que por cierto pretende ser
o llegar a ser ciencia, y la cual no puede ponerse de acuerdo
consigo sobre el sitio donde debe ella establecerse: en tal caso
no ser a inconveniente asignarle el sitio encontrado vacío. Si
asta ahora se ha pensado bajo la palabra filosofía precisa-
ton C CS0 °- n° ’- n° ^ace abs° l utamente n»da al caso; y en-
a cien .esa c*enc*a’ siempre que hubiera llegado alguna vez
hast ^ no sin razón un nombre que ha llevado
ern rívx°ra C° n n? exaSerada modestia — el nombre de una
1 n superficial, de una afición, de un diletantismo. La
nación que la descubra sería perfectampnf» a : , ,
nombre de su propia lengua;* I y podría ^arle UI»
simplemente la ciencia, o la doctrina de la ciencia L aT T
ahora llamada filosofía sería por tanto la ciencia de una c£ ?
cía en general. una Clen'

§ 2. Desarrollo del concepto de la doctrina de la ciencia

De definiciones no es lícito hacer inferencia: esto quiere


decir, o que del hecho de que se haya podido pensar sin con'
tradicción una determ inada característica en la descripción
de una cosa, la cual existe totalmente independiente de nues­
tra descripción, no se debe inferir sin ulterior fundamento
que aquella tiene que poderse encontrar en la cosa real; o que
respecto de una cosa, que precisamente sólo por medio de
nosotros debe ser producida según un concepto formado
de ella, el cual expresa el fin de la misma, no se debe aún
concluir de la pensabilidad de ese fin a la factibilidad de la
misma en la realidad: pero nunca jamás puede significar que
no debe uno proponerse ningún fin en sus trabajos espiritua­
les, o corporales, ni tratar, por cierto, de hacerse claro el mismo
aún antes de que se vaya al trabajo, sino dejarlo al juego de su
fantasía o de sus dedos, resulte lo que resultare. El inventor de
los globos aerostáticos pudo muy bien calcular el tamaño
de los mismos y la relación del | gas encerrado dentro respec­
to del aire atmosférico, y el grado de su velocidad: más aún,
antes de que él supiera si inventaría una especie de gas que
según el grado exigido fuera más leve que el aire atmosférico;
y A rquím edes pudo calcular la máquina mediante la cual
quería m over de su sitio el globo terráqueo, aunque sa a
con seguridad que no encontraría ningún ugar uera e a
fuerza atractiva del mismo, desde el cua pui íe_a
actuar. — A sí igualm ente nuestra ciencia escn . *
tal, no es algo que exista indePe^ ¿ ^ s e r producido sólo
de nuestra intervención, sino que arril?nte según una
m ediante la libertad de nuestro esp ri^u,^ ^ 1¡bertad_como
determ inada dirección — si es que
a • «o Hp darle de su propia lengua
• Tam bién sería ella perfectamente dig ^ ^ ,a nación qUe
los demás términos técnicos; y la f ^ Hí>ridida preponderancia sobre las
hablara aquélla, lograría por ello un
otras lenguas y naciones.
nosotros igualm ente aún no podem os saber. iDetermine-
mos nosotros previam ente esa dirección; form ém onos un
concepto distinto de lo que nuestra obra debe llegar a ser!
Que si nosotros podemos producirla o no, eso se manifestará
sólo del hecho de que realm ente la produzcam os. Por ahora
la cuestión no es sobre ello, sino sobre lo qu e propiamente
vamos a hacer; y esto lo determ ina nuestra definición.
1. L a ciencia descrita debe ser ante todo una ciencia de
la ciencia en general. T o d a ciencia posible tiene una propo­
sición fundam ental, que no puede ser dem ostrada en ella, sino
que tiene que ser cierta previam ente a ella. ¿Dónde, pues,
debe ser demostrada esa proposición fundam ental? Sin duda
en aquella ciencia que ha de fun dar a todas las ciencias po­
sibles. — L a doctrina de la ciencia tendría que hacer en este
| aspecto dos cosas distintas. En prim er lugar, fundar la posi­
bilidad de las proposiciones fundam entales en general; mos­
trar cómo, hasta dónde, bajo qué condiciones y quizá en qué
grados puede algo ser cierto, y en general, qué quiere decir
— ser cierto; después, tendría especialm ente que demostrar
las proposiciones fundam entales de todas las ciencias posi­
bles, las cuales no pueden ser demostradas en ellas mismas.
T o d a ciencia, si no ha de ser una única proposición aislada
sino un todo constituido por varias proposiciones singulares,
posee form a sistemática. Esta form a, la condición de la depen­
dencia de las proposiciones derivadas respecto de la propo­
sición fundam ental, y la razón legítim a de concluir de esa
dependencia el que las primeras tienen que ser necesaria­
m ente tan ciertas com o la últim a, no se pueden tam poco pro­
bar en la ciencia particular, si es q u e debe tener unidad y no
ocuparse de cosas ajenas, que no le pertenecen, sino que es
presupuesta ya para la posibilidad de su form a. U na doctrina
general de la ciencia, por tanto, tiene sobre sí la obligación
de fun dar la form a sistemática para todas las ciencias posibles.
2. L a doctrina de la ciencia es ella misma una ciencia. Por
lo mismo, tam bién necesita tener ante todo una proposición
fundam ental, que no puede ser dem ostrada en ella, sino que
es presupuesta al efecto de su posibilidad. P ero esta proposi­
ción fundam ental tampoco puede ser dem ostrada en ninguna
otra ciencia superior, pues entonces esta ciencia superior sería
la doctrina de la ciencia, y aqu ella | cuya proposición funda­
mental necesitase prim ero ser dem ostrada no lo sería. Esa
proposición fundam ental de la doctrina de la ciencia y, por
su mediación, de todas las ciencias y de todo saber, n0 es,
por tanto, en absoluto susceptible de demostración alguna!
es decir, no puede ser reducida a ninguna proposición supe­
rior, por com paración con la cual se manifestara su certeza. Sin
embargo, ella debe dar la base de toda certeza; necesita por
tanto ser cierta, y precisam ente en sí misma, por causa de sí
misma y m ediante sí misma. T od as las otras proposiciones
serán ciertas, porque se puede mostrar que en algún aspecto
son iguales a ella; esta proposición tiene que ser cierta, sim­
plemente porque es igual a sí misma. Todas las otras pro­
posiciones tendrán sólo una certeza mediata y derivada de
ella; ella tiene que ser inm ediatam ente cierta. Sobre ella se
funda todo saber, y sin ella ningún saber en absoluto sería
posible; mas ella no se funda sobre ningún otro saber, sino
que es el p rin cip io 11 del saber en cuanto tal. — Este principio
es absolutamente cierto, es decir, es cierto, porque es cierto.
Él es el fundam ento de toda certeza, es decir, todo lo que es
cierto, es cierto, porque é l es cierto; y nada es cierto, si é l no
es cierto. Él es el fundam ento de todo saber, es decir, se sabe
Jo que él afirma, porque se sabe simplemente; se sabe eso
inmediatamente, en cuanto que se sabe algo cualquiera. Él
acompaña a todo saber, está contenido en todo saber y todo
saber lo presupone.
La doctrina de la ciencia necesita, en cuanto que ella mis­
ma es una ciencia, y si debe estar constituida no sólo por su
simple principio fundam ental, sino por varios principios —y
que así será, se puede | prever por el hecho de que ella debe
establecer principios fundam entales para las otras ciencias—,
necesita, repito, tener form a sistemática. A hora bien, ella no
puede tom ar esta form a sistemática de ninguna otra ciencia
en cuanto a la determ inación o rem itirse a ésta en cuanto a la
validez, porque ella mism a debe establecer para las otras cien­
cias no sólo principios fundam entales y por m edio de ellos
su contenido interno, sino tam bién la form a y mediante ella la
11 El térm ino alem án Satz, en el lenguaje filosófico, responde ordinaria­
mente al castellano proposición; en ciertos casos responde claramente al de
principio -siem pre en sentido lógico-; en otros muchos -com o en casi todo
lo que sig u e- podría igualm ente vertirse por uno o por otro. En genera
vamos a preferir el de principio, destacando así el sentido dinámico a ,
positivo- y evitando el puram ente formal y hasta gramatical del de p p
sición.
posibilidad del enlace de varios principios en ellas. Aquélla
necesita, por tanto, tener en sí misma esa forma y fundarla me­
diante sí misma.
Nosotros necesitamos analizar esto sólo un poco, para ver
qué se dice propiamente con ello. — A qu ello de lo que se
sabe algo, llámese entretanto el contenido, y lo que se sabe
de ello, la forma de la proposición. (En la proposición: oro
es un cuerpo, aquello de lo que se sabe algo es el oro y el
cuerpo; lo que de ellos se sabe es que en un determinado
aspecto son iguales, y en tal sentido podría uno ser colocado
en el lugar del otro. Es una proposición afirmativa, y este
respecto es su forma.)
Ninguna proposición es posible sin contenido o sin forma.
Tiene que haber algo, de lo cual se sabe, y algo, que se sabe
de ello. El primer principio de toda doctrina de la ciencia
necesita tener por lo tanto ambos, contenido y forma. Ahora
bien, él debe ser cierto inmediatamente y por sí mismo, y esto
no puede significar otra cosa, sino que el contenido del mismo
determina su forma, y viceversa, la forma del mismo deter­
mina su contenido. Esta forma puede convenir sólo a aquel
contenido, y este contenido puede convenir sólo a | aquella
forma; toda otra forma para este contenido anula el principio
mismo y con él todo saber, y todo otro contenido para esta
forma anula igualmente el principio mismo y con él todo
saber. La forma del principio fundamental absolutamente
primero de la doctrina de la ciencia, por tanto, no sólo es
dada por él mismo, sino además establecida como absoluta­
mente válida para el contenido del mismo. Si además de este
único absolutamente-primero debieran darse aún varios prin­
cipios fundamentales de la doctrina de la ciencia, los cuales
han de ser sólo en parte absolutos, pero en parte condiciona­
dos por el primero y supremo, pues de otra manera no se daría
ni un único principio fundamental: — entonces lo absoluta­
mente-primero en los mismos sólo podría ser o el contenido
o la forma, y lo condicionado igualmente solo el contenido o
la forma. Suponed que el c o n t e n i d o sea lo Acondicio­
nado: entonces el principio fundamental absolutamente-pri­
mero, que tiene que condicionar algo en el segundo, pues
de otro modo no sería principio fundamental absolutamente-
primero, condicionaría la forma del mismo; y según eso, su
forma sería determinada en la doctrina misma de la ciencia,
y por ella y por su primer principio fundamental; o suponed
al contrario que la forma sea lo incondicionado: entonces el
contenido de esta forma será necesariamente determinado
por el primer principio fundamental, y con ello mediatamen­
te también la forma, en cuanto que debe ser forma de un
contenido; luego también en este caso la forma sería deter­
minada por la doctrina de la ciencia, y justamente por su prin­
cipio fundamental. — Un principio fundamental, empero, que
ni en cuanto a su forma, ni en cuanto a su contenido fuera
determinado por el principio fundamental absolutamente-
primero, no puede darse, si es que debe darse simplemente
un principio fundamental absolutamente-primero, y una doc­
trina de la ciencia, y un sistema del saber humano. | Según
eso, tampoco podrían darse más que tres principios funda­
mentales: uno, determinado absoluta y simplemente por sí
mismo, tanto en cuanto a la forma, como en cuanto al con­
tenido; otro, determinado por sí mismo en cuanto a la forma,
y otro, determinado por sí mismo en cuanto al contenido. —
Si se dan más principios en la doctrina de la ciencia, tienen
que ser determinados todos por el principio fundamental,
tanto en cuanto a la forma, como en cuanto al contenido. Una
doctrina de la ciencia, según esto, tiene que determinar la
forma de todos sus principios en tanto que son considerados
separadamente. Una tal determinación de cada uno de los
principios, sin embargo, no es posible de otra manera que
determinándose ellos a sí mismos recíprocamente. Ahora bien,
cada principio tiene que estar perfectamente determinado,
esto es, su forma tiene que convenir sólo a su contenido y a
ningún otro, y este contenido tiene que convenir sólo a la
forma en la que él está, y a ninguna otra; pues de otra manera
el principio no sería igual al principio fundamental, en tanto
que es cierto (ver arriba), y por lo mismo no sería cierto. — Si,
pues, todos los principios de una doctrina de la ciencia deben
ser en sí diversos —como efectivamente tienen que serlo, pues
de otra manera no serían varios principios, sino uno y siem­
pre el mismo principio varias veces—: entonces ningún prin­
cipio puede recibir su perfecta determinación de otra manera
que por medio de uno solo entre todos; y por este medio es,
pues, determinada perfectamente toda la serie de los prin­
cipios, y ninguno puede mantenerse en algún puesto de la
serie diverso de aquel en que está. En la doctrina de la ciencia
cada principio recibe determinadamente su puesto por medi
de otro determinado. La doctrina de la ciencia según esto s°
determina por sí misma la forma de su todo.
25 Esta forma de la doctrina de la ciencia tiene validez nece
saria para el contenido de la misma. Pues si el principio fun­
damental absolutamente-primero era inmediatamente cierto
esto es, si su forma convenía sólo a su contenido, y su
contenido sólo a su forma - p o r él en cambio son determi­
nados todos los posibles principios siguientes, inmediata o
mediatamente, en cuanto al contenido o la forma, si se halla­
ban ya en cierto modo contenidos en é l- , entonces tiene
precisamente que valer de ellos, lo que vale de aquél: que su
forma conviene sólo a su contenido, y su contenido sólo a
su forma. Esto concierne a los principios aislados; la forma
del todo, en cambio, no es otra cosa que la forma de los prin­
cipios aislados pensados en uno, y lo que vale de cada uno ais­
lado tiene que valer también de todos, pensados como uno.
La doctrina de la ciencia, sin embargo, debe dar su forma
no sólo a sí misma, sino también a todas las demás ciencias po­
sibles, y establecer seguramente la validez de esta forma para
todas. Ahora bien, esto no se puede pensar de otra manera que
bajo la condición de que todo lo que debe ser principio de
una ciencia cualquiera esté ya contenido en un principio cual­
quiera de la doctrina de la ciencia, y por tanto establecido
ya en ella en su forma correspondiente. Y esto nos abre un
fácil camino para volver al contenido del principio funda­
mental absolutamente-primero de la doctrina de la ciencia,
del cual ahora podemos decir algo más de lo que pudimos
antes.
Admítase que saber ciertamente no quiere decir otra cosa
que tener inteligencia de la inseparabilidad de un determi­
nado contenido respecto de una determinada forma (lo cual
26 | no debe ser algo más que una aclaración nominal, mientras
es absolutamente imposible una aclaración real del saber),
de ese modo se puede ya ahora aproximadamente comprender
cómo por el hecho de que el principio fundamental absoluta­
mente-primero de todo saber determina su forma simplemen
te por medio de su contenido, y su contenido simplemente por
medio de su forma, puede serle determinada su forma a to o
contenido del saber: si en efecto todo contení o posi e s
halle en el suyo. Por c o n s ig u ie n t e , si nuestra suposición ha
de ser correcta y ha de darse un principio fundam ental abso-
lutamente-primero de todo saber, el contenido de este prin­
cipio fundamental tendría que ser aquel que contuviera en
sí todo contenido posible, él m ism o em pero no estuviera con­
tenido en ningún otro. Sería el contenido simplemente, el
contenido absoluto.
Es fácil de notar que en suposición de la posibilidad de una
tal doctrina de la ciencia en general, así como especialmente
de la posibilidad de su principio fundam ental, siempre se
presupone que en el saber hum ano existe realm ente un siste­
ma. Si debe existir en él un tal sistema, entonces se puede
demostrar, independientem ente de nuestra descripción de la
doctrina de la ciencia, que tiene que darse un tal principio
fundamental absolutamente-primero.
Si no ha de darse un tal sistema, entonces se pueden pensar
sólo dos casos. O no se da en absoluto nada inmediatamente
cierto: nuestro saber forma varias o una serie infinita, en la
que cada principio es fundado por uno más alto, y éste a su
vez por otro más alto, y así en adelante. Nosotros construimos
nuestras casas habitación sobre la tierra, ésta descansa sobre un
27 | elefante, éste sobre una tortuga, ésta — quién sabe sobre
qué, y así sucesivamente hasta el infinito. — Si nuestro saber
fue simplemente dispuesto así, nosotros no podemos induda­
blemente cambiarlo; pero entonces tampoco tenemos saber só­
lido alguno: quizá nos hemos remontado hasta un determi­
nado miembro en la serie y hasta ése hemos encontrado todo
aún sólido; pero, ¿quién puede respondernos de que, si hubié­
ramos de ir un poco más a fondo aún, no encontraremos el
sinsentido del mismo, y tendremos que abandonarlo? Nuestra
certeza ha sido obtenida a ruegos y no podemos nunca estar
seguros de ella para el siguiente día.
O —el segundo caso— nuestro saber está constituido por
series finitas, pero por varias. Cada serie se termina en un
principio fundamental, que no es fundado por ningún otro,
sino simplemente por sí mismo; mas hay varios de tales prin­
cipios, suDuesto a u e todos se fundan a sí mismos e indepen

entre sí ningún nexo, sino que están tota


tal vez en nosotros varias verdades inm
son igualmente innatas, y en cuyo nexo i
el mismo se encuen-
esperar una ulterior penetración, ya que
tra más allá de las verdades innatas; o existe en las cosas f
de nosotros un m ú ltiple simple, que nos es comunicado 3
la impresión que aquéllas causan en nosotros, en cuyo n***
empero no podemos penetrar, porque más allá de lo simn]0
císimo en la im presión no puede darse algo aún más simple íi
— Si esto así sucede, si el saber hum ano es en sí y según s
naturaleza una | tal imperfección, como el saber efectivo de
tantos hombres; si originariam ente se hallan en nuestro es­
píritu una m ultitud de hilos que no están enlazados entre sí
en ningún punto, ni pueden ser enlazados, en tal caso no esta­
mos en posibilidad de luchar tampoco contra nuestra natu­
raleza; nuestro saber, hasta donde se extiende, es sin duda
seguro, pero no es un saber único, sino que son muchas
ciencias. — Nuestra casa, entonces, se mantendría sin duda
sólida, pero no sería un único edificio coherente, sino un
agregado de cámaras, de ninguna de las cuales podríamos
pasar a otra; sería una casa en la que siempre nos extravia­
ríamos y nunca nos aclimataríamos. N o habría luz en ella, y
en medio de todas nuestras riquezas permaneceríamos pobres,
puesto que jamás podríamos calcular las mismas, jamás con­
templarlas como un todo, jamás saber lo que propiamente
poseeríamos; nunca podríamos emplear una parte de las mis­
mas para el mejoramiento del resto, ya que ninguna parte se
relacionaría con el resto. A ún más, nuestro saber no estaría
nunca perfecto; tendríamos que aguardar diariamente a que se
manifestara en nosotros una nueva verdad innata, o que la
experiencia nos diera un nuevo simple. Tendríamos que es­
tar siempre preparados para construimos en donde fuera
una nueva casita. — Entonces ninguna doctrina general de
la ciencia sería necesaria para fundamentar otras ciencias.
Cada una estaría fundada sobre sí misma. Existirían tantas
ciencias cuantos principios fundamentales inmediatamente
ciertos hubiera.
Si es que, por el contrario, no debe existir simplemente uno
o varios fragmentos de un sistema, como en el primer caso, o
muchos sistemas, como en el segundo, sino que debe haber en
el espíritu humano un perfecto y único sistema, entonces tiene
que darse un tal principio fundamental supremo y absoluta-
111 Con los términos múltiple simple y simplicisimo en la impresión se seña­
la en el lenguaje fichtiano los últimos elementos irreductibles de la
lidad.
mente-primero. Por más que nuestro saber se extienda desde
él aún en tantas series, de cada una de las cuales salgan series
a su vez, y así sucesivam ente, sin em bargo, todas tienen que
estar sujetas sólidam ente en un único círculo que no esté afian­
zado a nada, sino qu e por su propia fuerza se sostenga a sí
mismo y a todo el sistema. — Tenem os, pues, un globo terres­
tre que se sostiene a sí m ism o por su propia fuerza gravita-
toria, cuyo centro atrae om nipotentem ente todo lo que hemos
construido realm ente sólo en la superficie del mismo y no aca­
so en el aire, y sólo perpendicularm ente y no acaso oblicua­
mente, y que no se deja arrebatar de su esfera ni un polvito.
Si se da un tal sistema, y —lo que es la condición del mis­
mo— un tal principio fundam ental, sobre ello no podemos,
previamente a la investigación, decidir nada. El principio
fundamental no se puede demostrar no sólo como simple prin­
cipio, él no se puede demostrar tampoco como principio fun­
damental de todo saber. E llo depende del intento. Si encon­
tramos un principio que tenga las condiciones internas del
principio fundam ental de todo saber humano, probemos en­
tonces si tiene también las externas, si todo lo que nosotros
sabemos o creemos saber se puede reducir a él. Que lo logra­
mos, habremos demostrado m ediante el establecimiento real
de la ciencia, que ésta era posible, y que existe un sistema del
30 saber hum ano cuya exposición ella es. Q ue no | lo logramos,
entonces, o no existe en absoluto un tal sistema, o simplemente
nosotros no lo hemos descubierto, y tenemos que dejar el des­
cubrimiento del mismo a más afortunados sucesores. Afirmar
sin más que no se da en absoluto ninguno, porque nosotros no
lo hemos encontrado, es una arrogancia cuya refutación está
por debajo de la dignidad de una seria consideración.
E xponer científicam ente un concepto —y es claro que aquí
no puede hablarse de ninguna otra, sino de ésta la más alta de
todas las exposiciones—, llam o yo aquello, cuando se indica el
lugar del mismo en el sistema de las ciencias humanas en ge­
neral, esto es, cuando se muestra qué otro concepto le deter­
mina a él su puesto, y a cuál otro le es determ inado éste por
el mismo. Ahora bien, el concepto de la doctrina de la ciencia
puede tener en general en el sistema de todas las ciencias un
lugar, tan poco como el del saber en sí en el sistema del saber
en general: más bien es él mismo el lugar para todos los con­
ceptos científicos, y les asigna a ellos sus puestos en sí mismo
y por sí mismo. Es claro que aquí sólo se habla de una exposi­
ción hipotética, es decir, la pregunta es ésta: suponiendo que
se dan ya ciencias y que hay | verdad en ellas (lo cual no se
puede saber en absoluto previamente a la doctrina general de
la ciencia), ¿cómo se relaciona la doctrina de la ciencia por
establecer respecto de estas ciencias?
T am bién esta pregunta ha sido ya respondida m ediante el
puro concepto de la misma. Las últimas se relacionan con la
primera, como lo fundado a su fundam ento; éstas no le asig­
nan su puesto a aquélla; pero aquélla sí les asigna a todas éstas
sus puestos en sí misma y por sí misma. Según esto, aquí hay
que habérselas sim plem ente con un ulterior desarrollo de esta
respuesta.
La doctrina de la ciencia debería ser una ciencia de todas
las ciencias. A q u í ocurre ante todo la pregunta: ¿cómo puede
garantizar ella que funda no sólo todas las ciencias conocidas
y descubiertas hasta ahora, sino tam bién todas las descubrí-
bles y posibles, y que ha agotado perfectam ente la región en­
tera del saber humano?
Ella debería en este respecto dar a todas las ciencias sus
principios fundamentales. T od os los principios, por tanto, que
en una ciencia particular cualquiera son principios fundamen­
tales, son al mismo tiem po tam bién principios natos de la doc­
trina de la ciencia; uno y el mismo principio debe ser consi­
derado desde dos puntos de vista. La doctrina de la ciencia
concluye del principio, como de uno contenido en ella; y la
ciencia particular concluye también del mismo principio, co­
mo de su principio fundam ental. Por tanto, o se infiere en
ambas ciencias lo mismo: todas las ciencias particulares están
33 contenidas no sólo en cuanto a su principio fundamental, |
sino también en cuanto a sus principios derivados, en la doc­
trina de la ciencia, y no se da absolutamente ninguna ciencia
particular, sino sólo partes de una y siempre la misma doctrina
de la ciencia; o se concluye en ambas ciencias de modo dife­
rente: lo cual tampoco es posible, ya que la doctrina de la
ciencia debe dar a todas las ciencias su forma; o a un principio
de la pura doctrina de la ciencia tiene que añadirse aún algo,
que naturalmente no puede ser tomado de ninguna otra par­
te que de la doctrina de la ciencia, si es que ha de convertirse
él en principio fundamental de una ciencia particular. Se
ocurre la pregunta: ¿qué es lo que añade, o —puesto que eso
que se añade integra la distinción— cuál es el límite determi­
nado entre la doctrina de la ciencia en general y cada ciencia
en particular?
La doctrina de la ciencia debería además bajo el mismo
respecto determinar su forma a todas las ciencias. Cóm o puede
suceder esto, fue ya señalado arriba. Pero se nos interpone en
el camino otra ciencia, bajo el nombre de la lógica, con las
mismas pretensiones. Entre ambas tiene que decidirse; tiene
que investigarse cómo se relaciona la doctrina de la ciencia
con la lógica.
La doctrina de la ciencia es ella misma una ciencia, y lo que
ha de rendir en este respecto, fue ya arriba determinado. Pero
en cuanto que es pura ciencia, es ciencia de algo cualquiera;
ella tiene un objeto, y resulta claro de lo anterior que este
34 objeto no es ningún otro que el sistema del | saber humano
en general. Se ocurre la pregunta: ¿cómo se relaciona la cien­
cia, como ciencia, a su objeto, en cuanto tal?
§ 4. ¿Hasta q u é p u n to p u ed e la doctrina de la ciencia estar
segura de haber agotado el saber humano en general?

El hasta ahora verdadero o im aginario saber humano, no


es el saber h um an o en general. Suponiendo que un filósofo
pudiera haber abarcado realm ente el mismo, y mediante una
inducción com pleta sum inistrar la prueba de que aquél está
contenido en su sistema, no por esto habría él aún cum pli­
do con su tarea ni con m ucho: pues, ¿cómo pretendería él me­
diante su ind ucción de la experiencia precedente demostrar
que aun en el fu tu ro no puede hacerse ningún descubri­
miento que no cuadre con su sistema? N o sería fundado el
subterfugio de q u e él tal vez sólo quiso agotar el saber posible
en la esfera actual de la existencia humana; porque si su filo­
sofía vale sólo para esta esfera, entonces no conoce él ninguna
otra posible, no conoce tampoco, según esto, los límites de
aquella que debe ser agotada por su filosofía; ha trazado ar­
bitrariam ente un lím ite, cuya verdad apenas puede él demos­
trar con otra cosa que m ediante la experiencia precedente, la
cual siempre podría ser refutada por una experiencia futura,
aun dentro de su esfera prefijada. El saber humano en general
debe ser agotado significa: debe determinarse incondicionada
y absolutam ente lo que el hombre puede saber, no simple­
mente en el J grado actual de su existencia, sino en todos los
grados posibles y pensables de la misma.*
Esto es posible sólo bajo las condiciones siguientes: en pri-

• Contra una posible objeción, la que sin embargo sólo podría hacer un
filósofo vulgar. - Las tareas propias del espíritu humano son en verdad,
tanto por su núm ero, como por su extensión, infinitas; su solución sería
posible sólo m ediante una perfecta aproximación a lo infinito, la cual en sí
es imposible: pero ellas lo son, porque son dadas desde un p n n a p o como
infinitas. Son infinitam ente muchos los radios de un círculo infinito cuyo
centro ha sido dado; y asi como el centro ha sido dado, ha sidc. d ato ciert^
mente el circulo infinito entero y los infinitamente muc os r
Uno de lo, extremos de ésto, se halla sin duda en e .nfim.o. pero * •
e ,ti en el centro, y el mi,m o es comün a todo,. H - » ^
dirección de las líneas está también dad . p crure el número
luego todo, los radios están dados pItsionM del No-Yo. como
infinito de los mismos, son determ inados P , , P Jtaban ¡uiuamente con el
realmente por trazarse; pero no son dados, ^ infinito, pero en cuanto
centro). El saber hum ano, en cuanto a los gr ’ permite ser agotado
al m odo está completam ente determinado por
totalmente.
mer lugar, que se pueda mostrar que el principio fundamental
establecido ha sido agotado; y luego, que no es posible ningún
otro principio fundamental que el establecido.
Un principio fundamental está agotado, cuando se ha cons­
truido sobre él un sistema perfecto, esto es, cuando el princi­
pio fundamental conduce necesariamente a todos los principios
36 establecidos, y todos los principios establecidos | se reducen a
su vez necesariamente a él. Si en el sistema entero no se pre­
senta ningún principio que pueda ser verdadero, cuando el
principio fundamental es falso, o falso cuando el principio
fundamental es verdadero, esto es la prueba negativa de que
ningún principio de más fue acogido en el sistema; pues
aquel que no perteneciese al sistema podría ser verdadero
cuando el principio fundamental fuera falso, o falso cuando
a su vez el principio fundamental fuera verdadero. Si el prin­
cipio fundamental está dado, entonces tienen que estar dados
todos los principios; en él y por él está dado cada principio
singular. De lo que arriba dijimos sobre el eslabonamiento de
cada uno de los principios de la doctrina de la ciencia, resulta
claro que esta ciencia suministra inmediatamente en sí misma
y por sí misma la prueba negativa señalada. Mediante ella se
demuestra que la ciencia es sistemática, que todas sus partes
están enlazadas en un único principio fundamental. — La cien­
cia es un sistema, o está completa, cuando ningún principio
más puede ser deducido: y esto da la prueba positiva de que
ningún principio de más fue acogido en el sistema. La cuestión
es sólo ésta: cuándo y bajo qué condiciones no puede ningún
principio más ser deducido; pues es claro que la característica
puramente relativa y negativa: yo no veo qué más pueda se­
guirse, no prueba nada. Bien podría venir después de mí otro
que viera algo ahí donde yo no vi nada. Necesitamos una ca­
racterística positiva de que absoluta e incondicionadamente
no pueda deducirse nada más; y ésta no podría ser ninguna
otra, sino que el principio fundamental, del que hubiéramos
partido, sea el último resultado. Entonces sería claro que no
podríamos ir más adelante, sin hacer otra vez el camino que
37 ya una vez habíamos | hecho. En una futura formulación de
a ciencia se mostrará que ella consuma realmente este círcu-
o, y que deja al investigador exactamente en el punto del
que partió juntamente con él; que ella, por tanto, ofrece
igualmente la segunda p ru eb a positiva en sí misma y por sí
misma.*
Pero, aun cuando el p rin cip io fundam ental establecido ha­
ya sido agotado y se haya construido sobre él un sistema per­
fecto, aún no se sigue de ello en absoluto que con su agota­
miento ha sido agotado el saber hum ano en general; a no ser
que se presuponga ya lo qu e debía probarse: que aquel prin­
cipio fundamental es el prin cipio fundam ental del saber hu­
mano en general. A aquel consum ado sistema no se le puede
evidentemente hacer nada más, ni añadir, ni quitar; sin em­
bargo, ¿qué impide, pues, que quizá en el futuro, aunque
hasta ahora no se haya podido m anifestar ningún indicio de
ello, a través de la experiencia acum ulada no debieran llegar
a la conciencia humana principios que no se funden en aquel
principio fundam ental, que presupongan, por tanto, uno o
varios otros principios fundam entales: brevemente, por qué
no habían de poder existir ju n to a aquel consumado sistema
38 además uno o | varios otros sistemas en el espíritu humano?
Ellos no tendrían evidentem ente el más exiguo nexo, el mí­
nimo punto común ni con aquel primero, ni entre sí mismos:
pero esto no lo deben tener tampoco, si es que no deben for­
mar un único, sino muchos sistemas. Luego, si debiera ser
probada satisfactoriamente la imposibilidad de tales nuevos
descubrimientos, tendría que demostrarse que sólo puede ha­
ber un único sistema en el saber humano. — Como este prin­
cipio, de que el sistema es uno solo, debería ser precisamente
una parte integrante del saber humano, por eso no podría él
fundarse sobre otra cosa que sobre el principio fundamental
de todo saber hum ano, y no ser demostrado por ningún medio
que por él mismo. Con esto, pues, por lo pronto al menos, se
habría ganado tanto, que otro principio fundamental que lle­
gara quizá alguna vez a la conciencia humana tendría que
ser, no sim plemente otro y diverso del principio fundamenta
establecido, sino además uno directamente opuesto al mismo.
Pues bajo el supuesto anterior, en el principio fun amen^
establecido tendría que estar contenido el principio, en
* La doctrina de la ciencia tiene, por tanto, ‘otahdad üa^ lu¿*ncia que
conduce uno a todo y todo a uno. Ella es, con . car¡jcter distintivo,
puede ser consumada; consumación es, según e o, ^ scr ^sum adas.
Todas las otras ciencias son Infinitas, y no p»e| doctrina de la
porque no retornan a su vez a su principio fun • (o
ciencia ha de demostrar esto para todas y dar la r
ber humano existe un único sistema. T o d o principio, pues,
que no debiera pertenecer a este ú n ico sistema, sería no sim­
plemente diverso de este sistema, sino además, en cuanto que
aquel sistema debería ser el único, opuesto a él, y tendría
que basarse sobre un principio fundam ental, en el cual se
hallara el principio: el saber hum ano no es un único sistema.
Se tendría que llegar, mediante una deducción inversa ulte­
rior, a un principio fundam ental directam ente opuesto al
primer principio fundamental; y si el primero, por ejemplo,
fuera: Yo soy Yo, el otro tendría que ser: Y o soy No-Yo.
De esta contradicción, pues bien, no debe ni puede infe­
rirse directamente la im posibilidad de un tal segundo princi­
pio fundamental. Si en el primer principio fundamental se
halla el principio: el sistema del saber humano es único, en­
tonces se halla evidentemente también ahí el de que a este
sistema único no tiene que oponerse nada; pero ambos prin­
cipios son tan sólo consecuencias de él mismo, y así como es
admitida la validez absoluta de todo aquello que se sigue de
él, así es admitido ya que él es principio fundamental absolu-
tamente-primero y único, y que domina absolutamente en el
saber humano. Luego hay aquí un círculo del que el espíritu
humano no puede salir jamás, y se hace muy bien en confesar
expresamente este círculo, para que no se caiga quizá alguna
vez en confusión a propósito del inesperado descubrimiento
del mismo. Es el siguiente: Si el principio X es primer prin­
cipio fundamental supremo y absoluto del saber humano, en­
tonces existe en el saber humano un único sistema: pues lo
último se sigue del principio X; ahora bien, puesto que en el
saber humano debe existir un único sistema, por tanto el prin­
cipio X , que es el que realmente (al tono de la ciencia esta­
blecida) funda un sistema, es el principio fundamental del
saber humano en general, y el sistema fundado sobre él es
aquel único sistema del saber humano.
Ahora bien, no se tiene razón en haber pasado por sobre
este círculo. Exigir que sea suprimido, significa exigir que el
saber humano sea totalmente infundado, que no deba darse
nada absolutamente cierto, sino que todo saber humano deba
ser sólo condicionado, y que ningún principio deba valer en
) sí, sino cada uno | sólo bajo la condición de que valga aquél,
del que él se sigue. Quien tenga aliento para ello, que inves-
tigue siempre qué sabría él, si su Y o no fuera Yo, esto es, si
él no existiera, y n in gú n N o-Yo pudiera distinguirse de su Yo.

§ 5. ¿Cuál es el lim ite que separa la doctrina general de la


ciencia de la ciencia particular por ella fundada?

Hallamos arriba (§ 3) que uno y siempre el mismo prin­


cipio no puede ser en el mismo respecto un principio de la
doctrina general de la ciencia y un principio fundamental de
alguna ciencia particular; sino que tiene que añadirse aún
algo si es que él ha de ser lo últim o. — L o que tiene que aña­
dirse 110 puede ser tomado de ninguna otra parte que de la
doctrina general de la ciencia, ya que en ella está contenido
todo posible saber humano; pero no tiene que hallarse ahí
precisamente en el principio que ahora mediante la adición
del mismo debe ser elevado a principio fundamental de una
ciencia particular [2* ed.; doctrina de la ciencia (sic i ? ed.)]
pues de otro modo sería ya ahí principio fundamental, y no
tendríamos ningún lím ite entre la ciencia particular y las
partes de la doctrina general de la ciencia. T ien e que ser, por
tanto, un principio particular de la doctrina de la ciencia,
que sea unido con el principio que debe convertirse en el
principio fundam ental. Puesto que aquí no hemos de contes­
tar a un reparo tomado inmediatamente de los conceptos de la
doctrina misma de la ciencia, sino a uno procedente de la su­
posición de que además de ella se dan realmente aún otras
ciencias separadas de ella, por eso no | podemos contestarlo de
otro modo que tam bién mediante una suposición; y por lo
pronto habremos hecho suficiente, si al menos manifestamos
una posibilidad cualquiera de la limitación exigida. Que e a
suministra el verdadero lím ite —aun cuando bien pu íera ser
el caso—, no podemos ni debemos demostrarlo aquí.
Supóngase, por tanto, que la doctrina de la ciencia contiene
aquellas determinadas operaciones del espíritu humano, o a
las cuales él realiza, sea condicionadamente o incon icio »
forzosa y necesariamente; sin embargo, ella P °n®* ^ c e s a r í a s
ral, como suprem a razón explicativa de aque eraj
operaciones, una facultad de aquél de determinar ^
a sí mismo a obrar absolutam ente sini vio < e ^ un obrar
así, sería proporcionado por la ^ °ctn operaciones del espí-
necesario y uno no necesario o libre. ^ p
ritu humano, en cuanto que él obra necesariamente, estarían
determinadas por ella, mas no en cuanto que obra libremente.
— Supóngase además: que aun las operaciones libres, por una
razón cualquiera, debieran ser determinadas; en tal caso no
podría ello suceder en la doctrina de la ciencia, pero sí lo ten­
dría que ser —puesto que el asunto es sobre determinación—13
en ciencias, y consiguientemente en ciencias particulares. Aho­
ra bien, el objeto de esas operaciones libres no podría ser
otro que lo necesario proporcionado por la doctrina de la
ciencia en general, ya que no existe nada que ella no haya
proporcionado, y no proporciona nada en ninguna parte, ex­
cepto lo necesario. Según esto, tendría que ser determinada
en el principio fundamental de una ciencia particular una
42 operación que la doctrina | de la ciencia hubiera dejado libre:
La doctrina de la ciencia daría al principio fundamental lo
necesario y la libertad en general; la ciencia particular, en
cambio, daría a la libertad su determinación, y entonces ha­
bría sido encontrada la exacta línea divisoria, y tan pronto
como una operación en sí libre recibiera una determinada
dirección, avanzaríamos del dom inio de la doctrina general
de la ciencia más allá al campo de una ciencia particular. — Voy
a hacerme claro con dos ejemplos.
La doctrina de la ciencia proporciona como necesarios el
espacio y el punto en calidad de límites absolutos; pero deja
a la imaginación completa libertad para situar el punto donde
le agrade. T an pronto como esta libertad es determinada, por
ejemplo, para adelantarlo con vistas a la limitación del es­
pacio ilimitado y mediante ello trazar una línea,* no esta­
mos ya en el dominio de la doctrina de la ciencia, sino en
el terreno de una ciencia particular, que se llama geometría.
43 La | tarea en general de lim itar el espacio según una regla,
• |Una pregunta a los matemáticos! — ¿No se halla ya el concepto de lo
recto en el concepto de la línea? ¿Se dan otras líneas que las rectas? Y, ¿n
es la llamada línea curva otra cosa que una sucesión enlazada de punt
infinitamente muchos, infinitamente próximos? El origen de los mismos, co**
línea divisoria del espacio infinito (del Yo como punto central son tra**
infinitamente muchos infinitos radios, a los cuales, empero, nuestra hmi
imaginación tiene que poner con todo, un punto terminal; estos puntos
mínales, pensados como uno, son las líneas circulares originarias), me pai
garantizar en su favor; y de ahí resulta claro que y por qué la tarea c e m ^
mediante una línea recta es infinita, y sólo en una perfecta aP*°x‘ u¿
a lo infinito podría ser cumplida. — Igualmente resulta claro de anl, pt
la línea recta no permite ser definida.
11 Guiones añadidos para facilitar la lectura.
ola construcción en el m ism o, es p rin cip io fundam ental de
la geometría, la cual por ello está rigurosam ente separada
de la doctrina de la ciencia.
Por la doctrina de la cien cia están dados com o necesarios
un No-Yo absolutam ente in d epen d ien te de las leyes de la
pura representación, y las leyes según las cuales debe y tiene
que ser observado; * pero la facultad ju d icativa conserva ahí
su completa libertad de aplicar en general o no estas leyes, o
de aplicar, frente a la variedad tanto de las leyes como de los
objetos, la ley que ella quiera a un objeto cualquiera, por
44 ejemplo, de considerar el cuerpo hum ano com o | materia
inerte, o como organizada, o com o vivida animalmente. Pero
tan pronto como la facultad ju d icativa toma la tarea de ob­
servar un determ inado objeto según una determinada ley,
para ver si y hasta dónde conviene aquél con la misma o no,
ya no es ella libre, sino que está bajo una regla; y ya no
estamos, por consiguiente, en la doctrina de la ciencia, sino
en el campo de otra ciencia, que se llama ciencia de la natu­
raleza. La tarea en general de mantener todo objeto dado en
la experiencia bajo toda ley de la naturaleza dada en nuestro
espíritu, es principio fundam ental de la ciencia natural: ésta
consiste totalmente en experim entos (y no en la actitud pa­
siva frente a las desordenadas influencias de la naturaleza so­
bre nosotros), que uno se plantea arbitrariamente, y a los que
la naturaleza puede corresponder o no: y por ello, pues, la
ciencia natural está en general suficientemente separada de
la doctrina de la ciencia.
Luego se ve ya aquí —lo que nosotros recordamos simple­

* Por más singular qu e pueda aparecer esto a algún físico, se manifes­


tará no obstante, a su tiem po, q u e es posible estrictamente demostrar: que
mismo in trodujo prim ero en la naturaleza las leyes de la misma, que él
cree aprender de ella m ediante observación, y que aquéllas, la más pequeña
como la más grande, la estructura del más insignificante tallo de hierba.
así como el m ovim iento de los cuerpos celestes, pueden previamente a tot a
observación ser deducidos del p rin cip io fundam ental de todo saber húm a­
lo . Es verdad que ninguna ley natural y en general ninguna ey eg» a
conciencia, si no es dado ningún objeto, al cual p u e d a aquéHa ^ r aphcada;
« verdad que no todos los objetos tienen que convenir con ella
'"•■■nte, y todm en cl misnlo grado; es verdad que ni una sola r e ™ * ™
"Olal y com pletam ente con ellos, ni aun puede convenir. “ f tón
Por esto es verdad que nosotros no las aprendem os ni' “ |lo Iln ,ó *>n
9 Ue las ponemos como fun dam en to de toda observa . y q _
ley«* para la naturaleza independiente de nosotros, cuanto loe» |>
otros mismos sobre cómo hemos de observar la natura t
m ente de p a s o - p o r q u é sólo la d o ctrin a de la cien cia tendrá
absoluta totalid ad , y en ca m b io todas las cien cias particulares
serán infinitas. L a d o ctrin a de la c ie n c ia co n tien e sólo lo ne­
cesario; si esto es necesario b a jo tod a con sid eració n , es tam­
b ién lo m ism o en a ten ció n a la can tid ad , es d ecir, es necesa­
riam en te lim itad o . T o d a s las restantes ciencias se rem iten a
la lib erta d , tan to a la de n u estro esp íritu , com o a la del N o
Y o ab so lu tam en te in d e p en d ien te de nosotros. Si esto ha de ser
real lib e rta d , y si no ha de estar abso lu tam en te b ajo ninguna
ey, n o se le p u ed e p rescrib ir tam poco n in gu n a esfera de ac-
45 ción, lo cu al ciertam en te | ten d ría q u e suceder por m edio de
un a ley. Su esfera de acción es, po r consiguien te, infinita.
— A sí pues, n o hay q u e preocuparse po r n in g ú n peligro de par­
te de un a exh au stiva d octrin a de la cien cia para la perfectibili­
dad d el esp íritu hum ano, p e rfe ctib ilid a d q u e avanza hacia lo
in fin ito; ella no es derogada po r esto en absoluto, sino más
b ien situada com pletam en te segura y fuera de duda, y se le va
a asignar u n a tarea, q u e no podrá term inar en la eternidad.

§ 6. ¿Cóm o se relaciona la doctrina general de la ciencia


especialm ente con la lógica?
L a d octrin a de la cien cia debe establecer la form a para to­
das las ciencias posibles: conform e a la op inión ordinaria,
en la q u e sin d uda puede haber tam bién algo de verdad, la
lógica hace lo m ism o. ¿Cóm o se relacionan estas dos ciencias,
y cóm o se relacion an especialm ente a propósito de aquella
em presa q u e am bas se atribuyen? T a n pronto com o se re­
cuerda q u e la lógica debe dar a todas las ciencias posibles
sim ple y solam ente la form a, la doctrin a de la ciencia en cam­
b io n o solam ente la form a, sino tam bién el contenido, se ha
a b ierto un fá cil cam ino para penetrar en esta sumamente im­
portan te investigación. En la doctrin a de la ciencia jamás está
separada la form a d el conten ido, o el contenido de la forma,
en cada u n o de sus principios ambas cosas están unidas hasta
lo más íntim o. Si en los principios de la lógica debe hallarse la
pura form a de las ciencias posibles, mas no el c o n t e n i d o , en
tal caso no son ellos al m ism o tiem po principios de la doctrina
de la ciencia, sino q u e son diferentes de éstos; y c o n s i g u i e n t e
m ente, aun la ciencia entera n o es ni la doctrina misma <e
la ciencia, ni tam poco una parte de ella; aquélla no es, por
46 más sin gular que esto pueda a algu ien parecer en el | estat
actual de la filosofía, n in g u n a cien cia filosófica en absoluto,
sino que es una p rop ia cien cia aparte, con lo cual, sin em ­
bargo, no debe sob reven ir n in g ú n d etrim en to de su dignidad.
Si ella es esto, tiene q u e poderse señalar una determ inación
de la libertad, m ediante la cual sea trazado el lím ite entre
ella y la doctrina general de la ciencia, y ésa es pues tam bién
fácil de encontrar. E n la d octrin a de la ciencia contenido y
forma están necesariam ente unidos. L a lógica debe estable­
cer la pura form a separada del contenido; esta separación no
es en sí necesaria, sino q u e acontece sim plem ente m ediante
libertad; por esto en la lógica tiene que ser determ inada
la libertad de efectuar una tal separación. Se la llam a abstrac­
ción; y según esto la esencia de la lógica consiste en la abs­
tracción de todo conten id o de la doctrina de la ciencia.
De esta manera los principios de la lógica serían pura for­
ma, lo cual es im posible; pues en el concepto del principio
en general se halla el q u e tenga ambas cosas, contenido así
como forma (§ i). Según esto, lo que en la doctrina de la
ciencia es pura form a, en la lógica tendría que ser contenido,
y este contenido recib iría a su vez la form a general de la doc­
trina de la ciencia, la cual aquí sin em bargo sería pensada
determinadamente como form a de un principio lógico. Esta
segunda operación de la libertad por la cual la forma se con­
vierte en forma de la form a misma, como de su contenido, se
llama reflexión. N ingu na abstracción es posible sin reflexión,
y ninguna reflexión sin abstracción. Consideradas en sí ambas
son operaciones de la libertad; | pero si son relacionadas
mutuamente la una a la otra, entonces, bajo condición de la
una, es la segunda necesaria. .
De aquí resulta la determ inada relación de la lógica hacia
la doctrina de la ciencia. La prim era no funda a a u tima,
sino que la últim a funda a la primera: la doctrina de la cien­
cia no puede en absoluto ser demostrada desde la ló g ic a ,j
es lícito anteponer a aquélla com o válido ni un so ^
Pió logico,
lógico, ni
ni siquiera
siquiera ci
el de
u t co n tra
—d iccin ; *[W ^ Hemos-
rio, todo principio lógico y la lógica e” tera mostrado
trada desde la doctrina de la cíencl* ’ tien* ^ormas reales de
que las formas establecidas en aqu a si c¿encia. Por
un determ inado contenido en la cIoctnI ‘ . la ciencia,
tanto, la lógica recibe su validez de la dcKt ma^de
Y no la doctrina de la ciencia la suya de la lógic
Además, la doctrina de la ciencia no es condicionada ni
determinada por la lógica, pero la lógica sí lo es por la doc-
trina de la ciencia. L a doctrina de la ciencia no recibe de la
lógica su forma, sino que la tiene en sí misma, y la establece
ante todo para la posible abstracción m ediante libertad. Pero
al contrario, la doctrina de la ciencia condiciona la aplicación
de la lógica: las formas que ésta establece no pueden ser
aplicadas a n in gú n otro contenido que a aquel que encierran
ya en sí en la doctrina de la ciencia, no necesariamente al
contenido entero que encierran en sí allá — pues por ese medio
no se originaría ninguna ciencia particular, sino que sólo
serían repetidas partes de la doctrina de la ciencia—,14 pero
48 sí | necesariamente a una parte del mismo, a un contenido cap­
tado en y con aquel contenido. Fuera de aquella condición,
la ciencia constituida por m edio de un tal procedimiento es
un edificio en el aire.
Finalm ente, la doctrina de la ciencia es necesaria —no pre­
cisamente com o ciencia distintamente pensada y sistemática­
mente establecida, pero sí como disposición natural—, la ló­
gica en cam bio es un producto artificial del espíritu humano
en su libertad. Sin la primera no sería posible en absoluto
n ingún saber ni ninguna ciencia; sin la últim a sólo más tarde
habrían podido ser constituidas todas las ciencias. La primera
es la condición indispensable de toda ciencia; la última es
una invención altamente beneficiosa para asegurar y facilitar
el progreso de las ciencias.
V oy a exponer en ejemplos lo deducido aquí sistemática­
mente:
A = A es sin duda una proposición lógicamente correcta,
y en cuanto lo es, su significación es ésta: si A está puesta,
luego A está puesta. A q u í ocurren las dos preguntas: ¿Está en
efecto A puesta? —¿y hasta dónde y por qué A está puesta, si
está puesta?; ¿cómo están enlazados en general aquel si y ese
luego?
Suponed: que en la proposición anterior A significa Yo, y
tiene por tanto su determ inado contenido; entonces la pro­
posición significaría en prim er lugar: Yo soy Yo; o, si yo estoy
49 puesto, luego estoy | puesto. Pero como el sujeto de la pro­
posición es el sujeto absoluto, el sujeto s im p le m e n t e , por
tanto, en este único caso es puesto juntamente con la forma
11 Guiones añadidos para facilitar la lectura.
de la proposición su con ten id o interno: Y o estoy puesto
porque yo m e he puesto. Y o soy porque yo soy. - La lógica!
por tanto, dice: Si A es, A es; la doctrina de la ciencia: Por­
que A es, A es. Y de este m odo la pregunta: ¿Está, en efecto,
A puesta?, sería contestada así: ella está puesta, porque está
puesta.
Suponed: que en la proposición anterior A significa no el
Yo, sino otra cosa cualquiera; entonces por lo anterior se
puede com prender la condición bajo la cual se puede decir:
A está puesta, y cóm o se está autorizado para concluir: si A
está puesta, luego está puesta. — En efecto, la proposición:
A = A vale originariam ente sólo del Yo; fue deducida del
principio de la doctrina de la ciencia: Yo soy Yo; todo con­
tenido, por tanto, al que aquélla debe ser aplicable, tiene
que hallarse en el Yo y estar contenido bajo él. Ninguna A,
por tamo, puede ser otra cosa que algo puesto en el Yo, y en­
tonces la proposición significaría esto: Lo que está puesto en el
Yo, está puesto; si A está puesta en el Yo, luego está puesta
(en cuanto que en efecto está puesta, como posible, real o
necesaria) y de este modo es irrefutablemente verdadera, si
el Yo debe ser Yo. — Además, si el Yo está puesto, porque
está puesto, luego todo lo que está puesto en el Yo, está pues­
to, porque está puesto; y si sólo A es algo puesto en el Yo,
entonces está puesta, si está puesta, y la segunda pregunta
lia sido también contestada.

7
§ - ¿Cómo se relaciona la doctrina de la ciencia, como
ciencia, con su objeto?
Todo principio en la doctrina de la ciencia tiene forma y
50 contenido: se sabe algo; y existe algo, de lo que | se sabe
eso. Ahora bien, la doctrina misma de la ciencia es sin duda
la ciencia de algo; pero no ese algo mismo. Según esto sería
ella en general, juntamente con todos sus p r in c ip io s , forma de
un cierto contenido existente antes de la misma. ¿Cómo se re­
laciona ella con este contenido, y qué se sigue de esta re a
ción? ,
El objeto de la doctrina de la ciencia es desP“ * emente
el sistema del saber humano. Éste existe m epen rorma
de la ciencia del mismo, pero es constituido por e U e n forma
sistemática. ¿Qué es, pues, esta nueva forma, cómo
diferenciada de la forma que tiene que existir previamente
a la ciencia; y cómo está diferenciada en general la ciencia
respecto de su objeto?
L o q u e existe en el esp íritu hu m an o independientemente
de la ciencia, lo podem os nosotros llam ar también las ope­
raciones d el m ism o. Éstas son el q u e, q u e existe; ellas se ve­
rifican de u n a cierta m anera determ inada; m ediante esta ma­
nera d eterm in ad a se diferen cia la una de la otra; y esto es el
cómo. E n el espíritu hum ano existen, por tanto, originaria­
m ente, con an teriorid ad a nuestro saber, contenido y forma,
y ambos están inseparablem ente ligados; cada operación se
verifica de un a determ inada m anera según una ley, y esta ley
determ ina la operación. C u an d o todas estas operaciones están
enlazadas entre sí y se m antienen bajo leyes generales, espe­
ciales y particulares, existe para el eventual observador tam­
bién un sistema,
i Pero no es absolutam ente necesario que estas | operaciones
se presenten en nuestro espíritu realm ente, en cuanto a la su­
cesión, en aquella forma sistemática, una después de la otra;
que la que com prende a todas bajo de sí y da la más alta y
general ley se presente en prim er lugar; luego la que com­
prende menos bajo de sí, y así en adelante; además, tampoco
es la consecuencia en absoluto que todas ellas ocurran pura
y no mezcladamente, de tal modo que varias, que por m edio
de un eventual observador m uy bien serían distinguibles, no
debieran aparecer como una sola. Por ejemplo, sea la ope­
ración suprema del espíritu hum ano la de poner su propia
existencia; en tal caso no es absolutamente necesario que esta
operación sea según el tiempo la primera que llegue a hacerse
conciencia clara; ni es necesario tampoco que llegue ella
hacerse alguna vez conciencia pura de que el espíritu huma
no nunca es capaz de pensar simplemente: Yo soy, sin pen
al mismo tiempo que algo cualquiera no es Yo.
Pues bien, aquí se halla toda la materia de una posi ^
doctrina de la ciencia, pero no la ciencia misma. Para rea i
ésta se requiere aún una operación del espíritu humano
contenida entre todas aquellas operaciones, a saber, la
elevar en general a la conciencia su modo de operaci
Puesto que ella no debe estar contenida entre aquellas ope­
raciones, las cuales todas son necesarias, y las necesarias est* ^
todas, luego tiene que ser una operación de la libertad. —
doctrina de la ciencia, por consiguiente, en cuanto que debe
ser una ciencia sistemática, se origina exactamente como todas
las ciencias posibles, en cuanto que deben ser sistemáticas,
52 mediante una determ inación de la libertad; | ésta última está
aquí especialmente destinada a elevar en general a la con­
ciencia el modo de operación del espíritu humano; y la doc­
trina de la ciencia está diferenciada de otras ciencias sólo por
el hecho de que el objeto de las últimas es precisamente
una operación libre, el objeto de la primera, por el contrario,
son operaciones necesarias.
Algo, que ya en sí es forma, [a saber]15 la operación nece­
saria del espíritu humano, es acogido mediante esa libre ope­
ración como contenido en una nueva forma, la forma del
saber o de la conciencia, y por consiguiente, tal opera­
ción es una operación de la reflexión. Aquellas operaciones
necesarias son separadas de la serie en la que tal vez puedan
presentarse de por sí, y establecidas puras de toda mezcla;
con esto, aquella operación es también una operación de la
abstracción. Es imposible reflexionar sin haber abstraído.
La forma de la conciencia, en la que debe ser acogido el
modo de operación necesario del espíritu humano en general,
pertenece sin duda alguna también a los modos de operación
necesarios del mismo; su modo de operación es acogido en
ella, sin duda alguna, exactamente igual como todo lo que
ahí es acogido. No tendría en sí, por tanto, ninguna dificultad
contestar la pregunta: ¿de dónde, pues, debería venir esta for­
ma para efecto de una posible doctrina de la ciencia? Pero
si se dispensa uno de la pregunta sobre la forma, toda la di­
ficultad cae en la pregunta sobre la materia. — Si el modo
53 de operación necesario | del espíritu humano debe ser aco­
gido de por sí en la forma de la conciencia, entonces tendría
aquél que ser conocido ya como tal, tendría, por consiguiente,
que estar acogido ya en esa forma; y nosotros estaríamos en­
cerrados en un círculo.
Este modo de operación en general debe, según lo anterior,
ser separado de todo lo que no es él por medio de una abs­
tracción reflexiva. Esta abstracción se verifica mediante liber­
tad, y el espíritu humano no es conducido en ella en absoluto
mediante coacción ciega. T oda la dificultad está, por tanto,
contenida en la pregunta: ¿Según qué reglas procede la li-
le La expresión entre corchetes es para facilitar la lectura.
bertad en aquella separación? ¿Cómo sabe el espíritu humano
qué debe tomar y dejar?
Ahora bien, esto no lo puede él simplemente saber, a menos
que tal vez aquello que él debe elevar antes a la conciencia
esté ya elevado ahí; lo cual se contradice. Luego para esta
empresa no se da absolutamente ninguna regla, y no puede
darse ninguna. El espíritu humano hace intentos de toda cla­
se; a través de un ciego andar a tientas llega él al crepúsculo
y pasa sólo desde éste al claro día. Es guiado al principio por
oscuras sensaciones* (cuyo origen y realidad debe exponer
la doctrina de la ciencia); y nosotros no tendríamos aún hoy
ningún concepto claro y seríamos siempre aún la gleba que
iba elevándose del | suelo, si no hubiéramos empezado a sentir
oscuramente lo que sólo más tarde conoceríamos con clari­
dad. — ¡Ésta es, pues, también la historia de la filosofía!, y
nosotros hemos indicado ahora la verdadera razón por qué
aquello que sin duda se halla ahí abierto en cada espíritu
humano, y que cada uno puede coger con las manos, si le es
claramente expuesto, sólo después de mucho andar errando
llegó a la conciencia de algunos pocos. Todos los filósofos han
perseguido la meta propuesta, todos han querido mediante
reflexión separar el modo de operación necesario del espíritu
humano de las eventuales condiciones del mismo; todos lo
han separado realmente, sólo que más o menos pura, y más
o menos completamente; en conjunto, sin embargo, el juicio
filosófico ha avanzado siempre hacia adelante y llegado más
cerca de su meta.
Pero como aquella reflexión —no en cuanto que es en ge­
neral efectuada o no, pues en este aspecto es libre, sino en
cuanto que es efectuada según leyes, en cuanto que el modo
de la misma está determinado bajo la condición de que se
realice absolutamente— pertenece también a las operaciones
necesarias del espíritu humano, por eso las leyes de la misma
tienen que presentarse en el sistema del espíritu humano; y se
puede más tarde, después del perfeccionamiento de la cien­
cia, comprender ciertamente si se satisfizo al mismo o no.
Se podría creer, en consecuencia, que por lo menos más tarde

• D e ahí se manifiesta que el filósofo de las oscuras sensaciones necesita


de lo recto o del genio, no en menor grado que el poeta o el artista, por
ejemplo; salvo que de un modo distinto. Los últimos necesitan del sentido
de la belleza, aquél del de la verdad, y semejante cosa ciertamente se da.
sería posible una demostración evidente de la rectitud de
nuestro sistema científico como tal.
■ Pero las leyes de la reflexión que nosotros encontramos en
el avance de la ciencia, aunque concuerdan con las que hipoté­
ticamente presuponemos como regla de nuestro proceder, son
sin embargo precisamente el resultado de su anterior apli­
cación; y se descubriría aquí un nuevo círculo: nosotros he­
mos presupuesto ciertas leyes de la reflexión, y encontramos
las mismas en el curso de la ciencia; luego las presupuestas
son las únicas correctas. Si hubiéramos presupuesto otras, sin
lugar a duda habríamos encontrado en la ciencia también
otras; sólo se pregunta si habrían concordado con las presu­
puestas o no: si no hubieran concordado con ellas, entonces
era ciertamente seguro que las presupuestas o las encontradas,
o más verosímilmente ambas, eran falsas. Luego no podemos
más tarde en la demostración concluir en círculo de la manera
defectuosa señalada; sino que concluimos de la concordancia
a la rectitud del sistema. Esto es, sin embargo, sólo una de­
mostración negativa, que funda mera verosimilitud. Si las
reflexiones presupuestas y las encontradas no concuerdan, en
tal caso el sistema es seguramente falso. Si concuerdan, enton­
ces puede ser correcto. Pero no tiene necesariamente que ser
correcto; pues, aun cuando —siempre que en el saber humano
haya sólo un sistema—16 en correcta deducción, sólo de un
modo puede encontrarse una tal concordancia, sin embargo,
permanece siempre posible el caso de que la concordancia se
haya producido por casualidad mediante dos o más deduc­
ciones incorrectas que causarían la concordancia. — Es como
si yo hago la prueba de la división mediante multiplicación.
56 | Si no obtengo la magnitud deseada sino otra cualquiera, en
ese caso seguramente calculé mal en alguna parte; si la ob­
tengo, entonces es verosímil que calculé rectamente, pero aún
sólo verosímil, pues podría haber cometido la misma falta
en la división y en la m ultiplicación, por ejemplo, haber
dicho en ambas 5 X 9 = 36, y así la concordancia no demos­
traría nada. — De igual modo la doctrina de la ciencia; ella
no es solamente la regla, sino que es al mismo tiempo el
cálculo. Q uien duda de la rectitud de nuestro producto, no
duda por cierto de las leyes eternamente válidas, de que se
tiene que poner un factor tantas veces como unidades tiene
16 Guiones añadidos.
le es esto a « tan im p ortan te com o a nosotros
y d u d a so lo d e si nosotros lo hem os observado realm ente ’

1
« i gUI1 T ° aUn Cn 13 su P rem a u n id ad del sistema, lo cual
es la c o n d ic io n n eg a tiv a d e su rectitu d , queda aún siempre
a lg ú n resto q u e n u n ca p u ed e ser estrictam ente demostrado,
sin o solo c o n c e d id o com o vero sím il, a saber, que esta misma
u n id a d n o se o rig in ó p o r casualidad m ediante incorrecta de-
UCC1 .JV e p u e d en a p lica r varios m edios para elevar esta ve­
r o sim ilitu d ; se p u ed e exam in ar m inuciosam ente varias veces
la serie d e los prin cip ios, si es q u e no están presentes ya en
n u estra m em oria; se puede hacer el cam ino inverso, y volver
d e l resu lta d o al p rin cip io fundam ental; sobre su reflexión
m ism a se p u ed e a su vez reflexionar, y así sucesivamente; la
v e ro sim ilitu d resu lta cada vez mayor, pero no se vuelve cer­
teza lo q u e era p u ra verosim ilitud. Si al menos se es consciente
de h a b e r | in vestigado con honradez,* y de no haberse pre­
fijad o ya los resultados, entonces se puede muy bien conten­
tar con esa vero sim ilitu d , y es lícito exigir de todo el que
p o n ga en dud a la fidelidad de nuestro sistema, que nos | de­
m uestre las faltas en nuestras deducciones; pero nunca es
líc ito p reten d er in falibilid ad . — El sistema del espíritu hu­
m ano, cu ya exposición ha de ser la doctrina de la ciencia, es

• El filósofo necesita no sólo del sentido de la verdad, sino también del


am or a la verdad. Yo no hablo de que él. por medio de sus sofisticaciones
- d e las que él mismo es bien consciente, pero de las cuales quizá cree que
ninguno de sus contemporáneos las descubrirá-- no vaya a tratar de afirmar
"os “« a lta d o s ya presupuestos; en tal caso él mismo sabe que no U am a
ios r e s u iia a o s y t * da uno es su propio juez, y ningún hombre
v e rd a d C o n tod o, hom bre de esta deslealtad, ahí donde los
t i e n e d erech o d e acusar deScubierto. Pero también tiene que
in d ic io s n o se h a lla n en t ^ involuntarias, a las que ningún
estar en g u a rd ia e r a tr a las que el investigador del espíritu humano,
o tro in v e stiga d o r está más a j p u a r t o q ^ s¡no e elevar a la clara conciencia
é l tie n e no sólo q u e só1q bus^a la verdad, resulte ella como resul-
y a su m ás a lta m áxim , q ^ ninguna parte se da verdad a lg u n a le
tare, y q u e au n la ver verdad. N ingún principio, por más árido
sería b ien v en id a, si sól indiferente — todos tienen que serle igua
y su til q u e parezca, tiene ^ ^ caua
m en te sagrados p o rq u e Pe« en ecen 1 ^ ;qu é ^ ¡« d e
u n o ap o ya a todos. El no ti q p Sf«yase lo que se siguiere. No tiei

h it st:
Y
« s M ft
t o c a r í a ----- * " ,odoi ,0’ p
« G uiones añadidos
absolutamente cierto e infalible; todo lo que está fundado
en él es simplemente verdadero; él no yerra nunca, y lo que
alguna vez ha sucedido o sucederá en un alma humana es
verdadero. Si los hombres erraron, la falta estuvo no en lo
necesario, sino que el ju icio reflexionante la cometió en su
libertad, en cuanto que confundió una ley con otra. Si nuestra
doctrina de la ciencia es una acertada exposición de este sis­
tema, entonces es absolutamente cierta e infalible, como
aquél; pero la cuestión es precisamente sobre si y hasta dónde
nuestra exposición es acertada; y sobre ello no podemos nos­
otros jamás suministrar una estricta demostración, sino sólo
una que funda verosimilitud. Aquélla tiene verdad sólo bajo
la condición y sólo en tanto que sea acertada. Nosotros no
somos los legisladores del espíritu humano, sino sus historió­
grafos; evidentemente no periodistas, sino historiadores prag­
máticos.
A esto se añade aún la circunstancia de que un sistema
puede ser realmente correcto en el todo, sin que cada una de
las partes del mismo tengan la completa evidencia. Puede
aquí y allá haberse concluido incorrectamente, pueden haber
sido saltados principios intermedios, principios demostrables
pueden haberse establecido sin demostración o haberse de­
mostrado incorrectamente, y sin embargo, los más importan­
tes resultados son correctos. Esto parece imposible, parece que
una pequeñísima desviación de la línea recta | tiene que con­
ducir necesariamente a una desviación que se agranda hasta
el infinito; y así sería por cierto, si el hombre fuera mera­
mente un ser pensante, y no también uno que siente; y si
la sensación no rectificara con frecuencia los antiguos extra­
víos mediante la producción de un nuevo extravío respecto
de la vía recta del razonamiento, y no lo volviera nuevamente
ahí adonde él, mediante correcta deducción, nunca hubiera
regresado de nuevo.
Por tanto, aun cuando debiera ser establecida una doctri­
na de la ciencia generalmente válida, el juicio filosófico a r
de trabajar siempre de nuevo, aun en este campo, en su con-
tinua perfectibilidad, siempre de nuevo habrá de llenar la­
gunas, de aguzar pruebas, de precisar delimitaciones todav
más de cerca.
Aún tengo dos advertencias que añadir: reflexión
La doctrina de la ciencia presupone las reg a
y abstracción com o conocidas y válidas; ella tiene que hacei
esto necesariam ente, y no tiene por qué avergonzarse de ello
o hacer de ello un secreto y ocultarlo. A ella le es permitido
expresarse y hacer deducciones, exactam ente com o a toda
otra ciencia; le es lícito presuponer todas las reglas lógicas
y em plear todos los conceptos que ella necesite. Estos presu­
puestos tienen lugar, sin em bargo, sólo con el fin de hacerse
com prensible; por lo tanto, sin sacar de ahí la m ínim a conse­
cuencia. T o d o lo dem ostrable tiene que ser demostrado; ex­
cepto aquel prim ero y suprem o principio fundamental, todos
los principios tienen que ser | deducidos. Así por ejemplo,
ni el principio lógico de oposición (de contradicción, que
funda todo análisis), ni el de razón (nada es opuesto, que no
sea igual a un tercero, y nada es igual, que no sea opuesto
a un tercero, el cual funda toda síntesis) están sacados del
principio fundam ental absolutamente-primero: sí en cambio
de los dos principios fundamentales que se basan en él. Los
dos últim os son ciertam ente tam bién principios fundamen­
tales, pero no absolutos; sólo hay en ellos algo absoluto. Estos
principios, por tanto, así como los principios lógicos que se
basan en ellos, no necesitan en verdad ser demostrados, sino
deducidos. — M e voy a hacer más explícito: lo que la doctrina
de la ciencia establece es un principio pensado y formulado
en palabra; aquello del espíritu humano a lo que corresponde
este principio es una operación cualquiera del mismo, que
de por sí no tendría en absoluto que ser necesariamente pen­
sada. A esta operación no tiene que presuponerse nada, salvo
aquello sin lo cual sería imposible como operación; y esto
no es presupuesto tácitamente, sino que el negocio de la oc
trina de la ciencia es establecerlo distinta y d e te r m in a d a m e n
te como aquello sin lo cual la operación sería imposi e.
por ejem plo la operación D — la cuarta en la serie, ^nt0”
tiene que precederla la operación C y ser demostra a
exclusiva condición de su posibilidad, y a ésta a oPe^ 1
La operación A por el contrario es posible absolutamente es
del todo incondicionada, y por eso no pue e m e¡, lota|.
supuesto nada. — El pensar la operación , pe Suponed
i mente otra operación, | que presupone 111l*c establecer;
que ella sea D en la se'rie de las ^ " .^ e n q t ser
entonces es claro que a propósito d * m e presup uestas,
presupuestas A B C, y por cieito
ya que a q u e l p en sar d e b e ser el p rim e r n ego cio de la doctrina
de la cien cia. S ó lo en el p r in c ip io D serán dem ostrados los
presupuestos d el p rim e ro ; m as en ton ces se habrá presupuesto
de n uevo a lg o m ás. L a fo rm a de la cien cia, según ello, se ade­
lanta con stan tem en te a su m ateria; y ésta es la razón señalada
arriba, de p o r q u é la cien cia , com o tal, posee sólo verosim i­
litu d . L o e x p u esto y la ex p o sició n están en dos series diferen­
tes. E n la p rim era n o se p resu p on e nada indem ostrado; para
la p o sib ilid ad de la segu n d a tien e q u e ser presupuesto nece­
sariam ente lo q u e só lo m ás tarde se pu ed e demostrar.
L a reflex ió n q u e d o m in a en toda la d octrin a de la ciencia,
en tanto q u e es cien cia , es un representar; de ahí, sin em­
bargo, no se sigu e en abso lu to q u e todo aqu ello sobre lo
q ue se reflexion a será tam bién sólo un representar. En la
doctrina de la cien cia es representado el Yo; pero no se sigue
q u e sea representad o sólo com o representante, sólo com o in­
teligencia: b ien pu ed en dejarse descubrir ahí aún otras de­
term inaciones. E l Y o , com o sujeto que filosofa, es de modo
incontestable sólo representante; el Yo, com o objeto del filo­
sofar, b ien pod ría ser aú n algo más. El representar es la ope­
ración suprem a y absolutam ente-prim era del filósofo, en
cuan to tal; la op eración absolutam ente-prim era del espíritu
hum ano b ien podría ser otra. Q u e esto será | así, es ya vero­
sím il p reviam en te a toda experiencia, por el hecho de que la
representación se p u ed e agotar perfectam ente y su proceder
es totalm en te necesario; y porque, consiguientem ente, tiene
q u e tener un ú ltim o fundam ento de su necesidad, que como
ú ltim o fun dam en to n o puede tener ninguno superior Bajo
este presupuesto, una ciencia que esté construí a so re e
concepto de la representación podría ser sin du a una[ pro­
p ed éutica sum am ente ú til para la ciencia, pero no P
la d octrin a m ism a de la ciencia. — Sin em a^ ° ’ Jos
sigue seguram ente d e los cuales debe
m odos de operación del « p ír ^ forma de la repre-
agotar la doctrin a de la ciencia, re p re s e n ta d o s -
sentación - s ó l o en cuanto y así com o son P
logran llegar a la conciencia.
§ »•
E l p r i n c i p i o fundam ental absolutamente-primero, puesto
que debe fundar no solamente una parte del saber humano,
sino el saber total, tiene que ser común a toda la doctrina de
la ciencia. División es posible sólo mediante oposición, cuyos
miembros, sin embargo, tienen que ser por cierto iguales a
un tercero.
Suponed que el Y o sea el concepto supremo, y al Yo le sea
opuesto un No-Yo; es claro entonces que el últim o no puede
ser opuesto, sin estar puesto, y precisamente en el supremo
concebido, el Yo. Por tanto, el Y o debería ser considerado en
dos | aspectos distintos: como aquello en lo que el No-Yo es
puesto, y como aquello que estaría opuesto al No-Yo, y por
ello mismo puesto en el Y o absoluto. El segundo Yo, por cuan­
to ambos están puestos en el Yo absoluto, debería ser ahí
igual al No-Yo, y debería también estarle opuesto en el mis­
mo aspecto. Esto se podría pensar sólo bajo la condición de
un tercero en el Yo, en el cual ambos fueran iguales y
este tercero sería el concepto de la cantidad. Ambos tendrían
una cantidad determ inable por medio de su opuesto.* O el
Yo es determinado (en cuanto a su cantidad) por el No-Yo.
En este sentido es él dependiente; se llama inteligencia, y la
parte de la doctrina de la ciencia que trata de ella es su parte
teorética. Ésta es fundada sobre el concepto de la represen­
tación en general, el cual ha de deducirse de los principios
fundamentales y ser demostrado mediante ellos.
• Sólo el concepto d el Y o. del No-Yo y de la cantidad (de los límites) son
absolutam ente a priori. D e ellos deben deducirse m ediante contraposición
e igualam iento todos los restantes conceptos puros.
Pero el Yo debería ser absoluto y estar determinado sim
plemente por sí mismo: si él es determinado por el No-Yo
entonces no se determina él a sí mismo, y se contradice el
supremo y absolutamente-primer principio fundamental. Para
evitar esta contradicción, tenemos que admitir que el No-Yo
mismo, que debe determinar a la inteligencia, es determi-
65 nado por el Yo, | que en este oficio no sería representante
sino que tendría una causalidad absoluta. - Pero como una
tal causalidad suprimiría enteramente el opuesto No-Yo y
con él la representación dependiente de él —con lo que la
aceptación de la misma contradice el segundo y tercer princi­
pios fundamentales—, por eso tiene que ser representada aqué­
lla como contradiciendo a la representación, como irreprc-
sentable, como una causalidad que no es causalidad. Pero el
concepto de una causalidad que no es causalidad es el con­
cepto de una tendencia. La causalidad es pensable sólo bajo
la condición de una terminada aproximación a lo infinito,
misma que no es pensable. — Este concepto de la tendencia,
que ha de demostrarse como necesario, es puesto como fun­
damento de la segunda parte de la doctrina de la ciencia, que
es la práctica.
Esta segunda parte es en sí con mucho la más importante;
la primera es sin duda no menos importante, pero sólo como
base de la segunda, y porque ésta sin aquélla es simplemente
ininteligible. Sólo en la segunda recibe la parte teorética su
segura delimitación y su sólida base en tanto que desde la
tendencia necesaria establecida son contestadas las preguntas:
Por qué tenemos nosotros en general que representar bajo la
condición de que exista una afección; con qué derecho rela­
cionamos la representación a algo fuera de nosotros como
a su causa; con qué derecho admitimos en general una facul­
tad representativa determinada enteramente por leyes (leyes
que son representadas no como innatas en la facultad repre­
sentativa, sino como leyes del Yo que tiende, cuya aplica-
66 ción I es condicionada por el influjo del No-Yo que tiende
en contra sobre la sensación). En ella es fundada una nueva
teoría, totalmente determinada, de lo agradable, de lo bello
y sublime, de la regularidad de la naturaleza en su libertad,
de la teología, del llamado sentido común o del sentido na­
tural de la verdad, y finalmente un derecho natural y una
doctrina moral, cuyos principios básicos no son puramente
formales, sino materiales. T o d o mediante el establecimiento
de tres absolutos: de un Yo absoluto bajo leyes repte-
s e n ta b le s dadas por sí mismo, bajo condición de un influjo
del No-Yo; de un No-Yo absoluto representable, indepen­
diente de todas nuestras leyes y libre, bajo la condición de
que exprese las mismas positiva o negativamente, pero siem­
pre en un grado finito; y de una facultad absoluta en nosotros,
representable, bajo la condición de que distinga un influjo
del No-Yo de un influjo del Yo o de una ley, [facilitad]18
de determinarnos absolutamente según medida del influjo de
ambos. Más allá de estos tres absolutos no va ninguna filo­
sofía.19

l * La adición entre corchetes es nuestra. mas lónnul»


«a ■ i i -i PIA
vamenre en U obra a p a n d a
ésta reconoce Fichtc la
Y SOBRE LA
F IL O S O F ÍA T R A S C E N D E N T A L
I .20 T o d a c o n c i e n c ia e s t á c o n d ic io n a d a p o r l a c o n c i e n c i a
INM EDIATA DE NOSOTROS MISMOS

§ >•
P e rm íta n o s e l lector, con el cual hem os de p o n e m o s en
conform idad de pensam iento, d irig irle la palabra, y tratarlo
con el confiado tú.
1. T ú puedes, sin duda alguna pensar: Y o , y al pensar tú
esto, encuentras interiorm ente tu concien cia determ inada en
una cierta form a; tú piensas sólo algo, precisam ente a q u e llo
que abarcas bajo aqu el concepto | del Y o , y eres con scien te
del mismo; y no piensas entonces otra cosa, la q u e tú po r
otra parte bien puedes tam bién pensar, y puedes h a b e r ya
pensado. — Por el m om ento no m e interesa si tú has ab arcad o
más, o menos que yo m ismo, en el concepto: Y o . L o q u e a m í
me im porta sin duda lo tienes tú tam bién ahí con seg u rid a d ,
y eso me basta.
2. T ú habrías podido pensar en lu gar de esto d e te rm in a d o
también otra cosa, por ejem plo, tu mesa, tus paredes, tus
ventanas, y piensas tam bién, por cierto, estos o b jeto s re a lm e n ­
te si yo te in vito a ello. T ú lo haces en v ir tu d de u n a in v ita ­
ción, en virtu d de u n concepto de lo q u e se ha de pensar, el
cual, conform e a tu aceptación, tam bién h a b ría p o d id o ser
otro, repito. T ú adviertes, por tanto, a ctiv id ad y lib e rta d en
este tu pensar, en este pasar del pensar d el Y o al pensar d e la

10 Fue el único capítulo que apareció. En la edición original se indica al


fin: "La continuación en los próxim os cuadernos", la cual nunca fue publicada.
En las ediciones posteriores se une siem pre este escrito al titulado: Primera
y segunda introducciones a la Doctrina de la ciencia, publicados poco antes
de éste en 1797 y en el Diario filosófico tam bién. De estos dos últim os escritos
CXAite tra(*ucción castellana hecha por el m aestro José Gaos y publicada con
prólogo del mismo por la Revista de Occidente, 1934 .
mesa, de las paredes, etcétera. T u pensar es para ti un obrar.
N o temas q ue tú m e concedes m ediante este reconocimiento
algo que te podría pesar más tarde. Y o hablo solamente de la
actividad, de la que tú en esta situación eres inmediatamente
consciente, y hasta donde eres consciente de ella. Pero si tú
estuvieras en el caso de no hacerte aquí consciente de ningu­
na actividad en absoluto —varios famosos filósofos de nuestra
época están en este caso—, entonces perm ite que aquí mismo
nos separemos el uno del otro en paz: pues tú no entenderás
desde este m om ento ninguna de mis palabras.
3 V oy a hablar con los que me entienden más allá de este
punto. Vuestro pensar es un obrar, vuestro pensar determi­
nado es, por consiguiente, un obrar determinado, es decir,
aquello que vosotros pensáis es precisamente esto, porque en
el pensar obrasteis precisamente así; y sería algo diferente
(vosotros pensaríais algo diferente), si en vuestro pensar hu­
bierais obrado diferentem ente (si vosotros hubierais pensado
diferentemente).
3. Ahora debéis vosotros pensar aquí en especial: Yo.
Como éste es un pensamiento determinado, por ello, según
los principios establecidos hace un momento, se lleva a efec­
to en el pensar necesariamente por medio de un p r o c e d i­
miento determinado, y mi tarea respecto a ti, entendido lec­
tor, es ésta: que te hagas propia e íntimamente consciente
de cómo procedes cuando piensas: Yo. Com o podría ser que
no abarcáramos ambos enteramente lo mismo en este concep­
to, por eso tengo yo que venir en tu ayuda.
En tanto pensabas tu mesa o tu pared, puesto que en ver­
dad, como entendido lector, eres consciente de la actividad
en tu pensar, eras para ti mismo en ese pensar lo pensante:
pero lo pensado no era para ti tú mismo, sino algo que había
de distinguirse de ti mismo. Brevemente, en todos los concep­
tos de esta clase deben ser, como tú bien lo vas a descubrir en
tu conciencia, lo pensante y lo pensado dos cosas distintas.
Pero en tanto tú te piensas, eres para ti no sólo lo pensante,
4 sino al mismo tiempo también lo pensado; pensante y | pen'
sado deben entonces ser uno; tu obrar en el pensar debe
volver hacia ti mismo: lo pensante.
Por tanto — el concepto o el pensar del Yo consiste en el
obrar sobre si del Yo mismo; y viceversa, un tal obrar sobre
si mismo da un pensar del Yo, y absolutamente ningún otro
sar Lo primero lo has descubierto tú poco antes en ti
mismo y concedido a mí: si te causara extrañeza lo segundo y
tuvieras duda sobre nuestro derecho para la inversión del
principio, entonces te dejo a ti mismo el que pruebes, si me­
diante el volver de tu pensar hacia ti, como lo pensante, re­
sulta jamás algún otro concepto que el de ti mismo; y si pue­
des figurarte la posibilidad de que resulte otro. Ambos, por
tanto: el concepto de un pensar que retorna sobre sí, y el
concepto del Yo, se agotan recíprocamente. El Y o es lo que
se pone a sí mismo, y nada más; lo que se pone a sí mismo es
el Yo, y nada más. Mediante el acto descrito no resulta otra
cosa que el Yo: y el Yo no resulta mediante ningún otro acto
posible, salvo mediante el descrito.
Aquí observas tú al mismo tiempo en qué sentido te fue
exigido el pensar del Yo. Los signos del lenguaje, en efecto,
pasaron por las manos de la irreflexión y tomaron algo de lo
5 indeterminado | de la misma; no puede uno mediante ellos
entenderse suficientemente. Sólo por medio de que se indique
el acto por el cual se efectúa el concepto, es determina­
do el mismo completamente. Haz lo que yo te digo, y pensarás
lo que yo pienso. Este método será también observado sin
excepción en el proceso de nuestra investigación. Así, quizá
podrías tú haber acogido en el concepto del Yo diversas cosas,
que yo no había acogido en el mismo, por ejemplo, el con­
cepto de tu individualidad, pues también éste es significado
con aquella palabra. De todo esto se te va a exim ir de aquí en
adelante; sólo aquello que se lleva a efecto mediante el puro
retornar de tu pensar sobre ti mismo es el Yo, del cual aquí
hablo. H
4• Los principios establecidos —la expresión inmediata de
nuestra observación hecha hace un momento—21 podrían sus­
citar escrúpulos sólo bajo la suposición de que fueran soste­
nidos para algo más que para esta expresión inmediata. El
Yo se lleva a efecto sólo mediante el retom ar del pensar sobre
sí mismo, repito: y hablo aquí exclusivamente de aquello que
puede llevarse a efecto mediante puro pensar, que, cuando yo
pienso así, se presenta inmediatamente en mi conciencia, y
que, cuando tú piensas así, se presenta inmediatamente en
6 D COnc*enc*a: en suma, yo hablo sólo del concepto del Yo.
e un ser del Yo fuera del concepto, no se | habla aún aquí
Guiones añadidos para facilidad.
en absoluto; si, y hasta qué punto puede en general surgir
el tema sobre un tal ser, eso se señalará a su tiempo. Por
tanto, para poner al lector a cubierto de toda duda posible
y de todo peligro de que vea en el proceso de la investigación
el principio concedido tomado en un sentido que él no qui­
siera conceder, a los principios establecidos antes: el Yo es
un ponerse a sí mismo, y semejantes, añado yo: para el Yo.
La razón de este escrúpulo del lector, de que tal vez se le
haga conceder demasiado, puedo yo también juntamente
aducirla; con la condición de que no se deje distraer por ella:
pues el todo es una observación incidental, que aún no per­
tenece aquí propiamente al asunto, y es aducida simplemente
para no dejar por ningún momento alguna oscuridad de más.
— T u Yo se lleva a efecto exclusivamente mediante el retor­
nar de tu pensar sobre sí mismo, se afirmó. En un pequeño
rincón de tu alma se halla contra esto la objeción — o: yo
debo pensar, pero antes de que yo pueda pensar, tengo que
existir; o ésta: yo debo pensarme a mi, retornar a mí; pero
lo que debe ser pensado, a lo que debe retornarse, tiene que
existir antes de que sea pensado o de que se retorne a ello. En
ambos casos postulas tú una existencia de ti mismo indepen­
diente del pensar y del ser-pensado22 de ti mismo, y que debe
ser presupuesta a éstos; en el primer caso como de lo pen­
sante, | en el segundo como de lo que se ha de pensar. Por
ahora me digo provisionalmente esto: ¿y quién es el que afir­
ma que tú tienes que haber existido previamente a tu pen­
sar? Ése lo eres sin lugar a duda tú mismo, y éste tu afirmar
es sin lugar a duda un pensar; y como tú aún afirmas además,
y como nosotros te lo concedemos con las dos manos, un pen­
sar necesario que se te impone a ti en esa conexión. T ú sa­
bes por cierto, así lo espero, de esa existencia que debe ser
presupuesta, sólo en tanto en cuanto tú la piensas; y esta
existencia del Yo no es por ende tampoco otra cosa que un
ser-puesto de ti mismo mediante ti mismo. En el factum,
que tú nos mostraste, no se halla por tanto, si lo considera­
mos con suficiente precisión, nada más que esto: tú tienes
que pensar, con anticipación a tu actual autoponerte elevado
a la clara conciencia, otro poner semejante, como sucedido
*■Ser-pensado —y ser-puesto unas doce líneas abajo—: con estas expre­
siones unidas mediante el guión traducimos los términos alemanes Gedachtsein
y Gesetztsein, distinguiéndolos asi de los simples infinitivos pasivos.
N UE V A e x p o s i c i ó n de l a d o ctrin a de l a cie n cia 61

sin clara conciencia, con el cual se relaciona el actual y por


el que está condicionado. Hasta que nosotros te mostremos
la fructífera ley, según la cual así es, conténtate con la inte­
ligencia de que el factum aducido no afirma nada más que
lo indicado, a fin de que no seas extraviado por el mismo.

§ 2-
Nos vamos a trasladar a un punto de vista más alto de la
especulación.
g /. Piénsate, y observa cómo haces esto: fue mi primera
petición. T ú tuviste que observar, a fin de entenderme (pues
yo hablaba de algo que sólo en ti mismo podía estar), y a
fin de encontrar en tu propia experiencia como verdadero
lo que yo te decía. Esta atención sobre nosotros mismos en
aquel acto era lo subjetivo común a nosotros dos. T u pro­
ceder en el pensar de ti mismo, el cual en mí tampoco era
diferente, era lo que tú observabas; ello era el objeto de nues­
tra investigación, lo objetivo común a nosotros dos.
Mas ahora te digo: observa tu observar de tu auto-ponerte;
observa qué hacías tú mismo en la investigación efectuada
poco antes, y cómo hacías para observarte a ti mismo. Con­
vierte lo que hasta ahora era lo subjetivo precisamente en ob­
jeto de una nueva investigación que vamos a empezar ahora.
2. El punto por el cual tengo aquí interés no es fácilmente
acertado: pero si es fallado, entonces fallará todo, pues sobre
él descansa toda mi doctrina. Permítame por tanto el lector
que lo conduzca por una entrada y lo sitúe tan cerca como sea
posible de aquello que tiene que observar.
En tanto tú eres consciente de un objeto cualquiera —sea
el mismo la pared situada en frente—, eres consciente, como
9 poco antes reconociste, propiamente de tu | pensar de esta
pared, y sólo en cuanto que tú eres consciente de él, es posi­
ble una conciencia de la pared. Mas para ser consciente de tu
pensar, tienes tú que ser consciente de ti mismo. — T ú eres
— consciente de ti, dices; tú distingues, por tanto, necesaria­
mente tu Yo pensante del Yo pensado en el pensar de aquél.
Pero a fin de que tú puedas esto, tiene que ser de nuevo lo
pensante en aquel pensar objeto de un pensar más alto, para
poder ser objeto de la conciencia; y tú obtienes al mismo tiem­
po un nuevo sujeto, el cual es a su vez consciente de lo que
era antes el j^r-consciente de sí mismo. A q u í argumento
ahora de nuevo, com o antes; y una vez que nosotros hein °
empezado a con clu ir conform e a esta ley, no puedes tú ind°S
carme en nin gun a parte un sitio donde debiéramos terminar"
por consiguiente, vamos a necesitar hasta el infinito para cada
conciencia una nueva conciencia, cuyo objeto sea la primera
y según esto, nunca llegaremos a poder adm itir una concien­
cia real. — T ú eres consciente de ti, como del consciente
sólo en cuanto que eres consciente de ti, com o del que-es-cons-
ciente;23 pero entonces el que-es-consciente es de nuevo el
consciente, y tienes que hacerte de nuevo consciente del que-
es-consciente de este consciente y así hasta el infinito; y así
puedes tú ver cóm o llegas a una prim era conciencia.
En una palabra, de este modo no se puede absolutamente
explicar la conciencia. — U na vez más: ¿cuál | era la esencia
del razonam iento efectuado hace poco, y la verdadera razón
por q ué la conciencia era incaptable por este camino? Ésta:
todo objeto llega a la conciencia exclusivamente bajo la con­
dición de que yo tam bién sea consciente de mí mismo, del
sujeto que-es-consciente. Este principio es irrefutable. — Pero
en esta autoconciencia de mí, se afirmó además, yo soy para
mí mismo objeto, y vale del sujeto relativo a este objeto a
su vez lo que del anterior valía; se vuelve objeto y n ecesita
de un nuevo sujeto, y así hasta el infinito. En cada conciencia,
por tanto, fueron separados uno de otro, sujeto y objeto y
cada uno considerado como algo aparte; ésta era la razón por­
que nos resultó incaptable la conciencia.
A hora bien, a pesar de todo hay conciencia; con lo cual
aquella afirmación tiene que ser falsa. Q u e es falsa significa:
su contrario es válido; por lo tanto, el siguiente principio es
válido: hay una conciencia, en la cual lo subjetivo y lo obje­
tivo no se pueden separar, sino que son absolutamente uno
y lo mismo. Una tal conciencia, por tanto, sería aquello que
nosotros necesitamos para explicar en general la conciencia.
Ahora volvemos nosotros, sin atender más a esto, despreocu­
padamente a nuestra investigación.
3. En tanto tú pensabas, como nosotros pedimos de
ora objetos que debían existir fuera de ti, ora a ti | m ism o,
supiste sin duda alguna que y qué y cómo pensabas tú; puesto
*• Esta expresión pretende trasladar el intraducibie término aleniá
Bewuptseiendes, distinto d el ordinario bewupt: consciente.
ue fuimos capaces de conversar sobre ello el uno con el otro,
com o lo hicimos en lo anterior.
pues bien, ¿cómo llegaste a esta conciencia de tu pensar?
Tú vas a contestarme: lo supe inmediatamente. La concien­
cia de mi pensar no es que sea para mí pensar algo accidental,
sólo más tarde añadido, y por ello vinculado, sino que es
inseparable de aquél. - Así vas a contestar, y tienes que
contestar; pues tú no eres capaz absolutamente de imaginarte
tu pensar sin una conciencia del mismo.
En primer lugar, pues, habríamos encontrado una concien­
cia tal como la que poco antes buscábamos; una conciencia en
la que lo subjetivo y lo objetivo estén inmediatamente uni­
dos. La conciencia de nuestro propio pensar es esta concien­
cia. — En seguida, tú eres inmediatamente consciente de tu
pensar: ¿cómo te representas esto? Manifiestamente no de
otra manera que así: tu actividad interna, que se dirige hacia
algo fuera de ella (hacia el objeto del pensar), se dirige al mis­
mo tiempo a sí misma y hacia sí misma. Pero, mediante una
actividad que retorna a sí misma nos resulta, según lo ante­
rior, el Yo. T ú eras, por tanto, consciente de ti mismo en tu
pensar, y esta auto-conciencia justamente era aquella concien­
cia inmediata de tu pensar; sea que haya sido pensado un ob­
jeto o tú mismo. — Luego la autoconciencia es inmediata; en
ella lo subjetivo y lo objetivo están inseparablemente unidos
y son absolutamente uno.
i* Una tal conciencia inmediata es llamada con el térm ino
científico una intuición, y así vamos a llamarla también nos­
otros. La intuición, de la que aquí se trata, es un ponerse a
si como poniendo (algo objetivo cualquiera, lo cual puede
ser aun yo mismo, como puro objeto), pero de ninguna ma­
nera como un puro poner; pues con esto seríamos enredados
en la im posibilidad señalada hace poco de explicar la con­
ciencia. T o d o mi empeño está en ser entendido y en conven­
cer acerca de este punto, que constituye la fundam entación
de todo el sistema que aquí debe exponerse.
Toda conciencia posible, com o algo objetivo de un sujeto,
presupone una conciencia inm ediata, en la cual lo subjetivo
y lo objetivo sean absolutam ente uno; además, la conciencia
es simplemente incaptable. Se buscará siempre inútilm ente
un lazo entre sujeto y objeto, si no se los ha concebido ya ori­
ginariamente en su unión. Por esto toda filosofía que no
parta del punto en el que están unidos, es necesariam
poco profunda e incompleta, y no es capaz de aclarar lo ^ ^
debe aclarar, y por lo tanto no es ninguna filosofía. ^Ue
Esta conciencia inmediata es la intuición del Yo des •
hace un momento; en ella se pone el Yo a sí mismo necesa*
13 riamente y es en consecuencia lo subjetivo y lo objetivo I *
uno. T od a otra conciencia es vinculada a ésta y proporcio
nada por la misma; exclusivamente mediante la vinculación
con ella se convierte en una conciencia; únicamente aquélla
no es proporcionada o condicionada por nada; ella es abso­
lutamente posible y simplemente necesaria, si es que debe
tener lugar otra conciencia cualquiera. — El Yo no pue­
de considerarse como puro sujeto, así como hasta ahora se
ha considerado casi sin excepción, sino como sujeto-objeto
en el sentido indicado.
Ahora bien, aquí no se habla de ningún otro ser del Yo
que de aquél en la autointuición descrita; o, aún más rigu­
rosamente expresado, del ser de esta intuición misma. Yo soy
esta intuición y absolutamente nada más, y esa intuición mis­
ma es Yo. Mediante este ponerse a sí mismo no debe preci­
samente ser producida una existencia del Yo, como de una
cosa subsistente en sí independientemente de la conciencia;
afirmación que sin duda alguna sería la más grande de las
absurdidades. Tam poco es presupuesta a esta intuición una
existencia del Yo, como de cosa (intuitiva), independiente
de la conciencia; lo cual en mi parecer no es una absurdidad
menor, aunque ciertamente no se debe decir esto, por cuanto
los más famosos sabios de nuestro siglo filosófico son parti­
darios de esa opinión. Una tal existencia no puede presupo­
nerse, repito; porque, si vosotros no podéis hablar de nada
14 de lo que | no seáis conscientes, y en cambio, todo aquello de
lo que sois conscientes, es condicionado por la autoconciencia
señalada; entonces no podéis de nuevo hacer que algo deter­
minado, de lo que vosotros sois conscientes, [a saber]24 la
existencia del Yo, la cual debe ser independiente de todo
intuir y pensar, condicione a aquella autoconciencia. O te­
néis vosotros que reconocer que habláis de algo sin saber de
ello, lo cual haréis difícilmente, o tendríais que negar que la
autoconciencia señalada condiciona a toda otra conciencia»
lo cual os será simplemente imposible, con tal que me hayá,s
84 La adición entre corchetes es nuestra.
entendido. - Se aclara aquí, por tanto, también esto: que me­
diante nuestro primer principio, no sólo para el caso aducido,
sino para todos los posibles, se es situado indefectiblemente
en el punto de vista del idealismo trascendental; y que es
enteramente uno entender aquél, y ser convencido de éste.
Así pues - la inteligencia se intuye a sí misma, simplemente
como inteligencia o como inteligencia pura, y en esta autoin-
tuición justamente consiste su esencia. Esta intuición, según
ello, es llamada con derecho, por si es que debiera darse otra
clase de intuición, para diferenciarla de esta últim a, intuición
intelectual. — Yo me sirvo preferentemente, en vez de la pa­
labra inteligencia, de la denominación: Yoidad; porque ésta
designa del modo más inmediato, para todo el que sea capaz
| al menos de la más exigua atención, el retornar de la actividad
sobre sí misma.*

§ 3-
Aún hay que notar una circunstancia en la observación de la
actividad pedida por nosotros. Tóm ese esta advertencia en-
• Últimamente se sirven algunos con frecuencia, para expresar el mismo
concepto, de la palabra: Mismo. Si es que yo derivo correctam ente, la fam ilia
entera a la que pertenece esta palabra, por ejem plo, mismo, etcétera, el-
mismo,*8 etcétera, significa una relación a algo ya puesto: pero absolutam ente,
en cuanto que ha sido puesto mediante su puro concepto. Si yo soy eso
puesto, se forma entonces la palabra: mismo. Mismo presupone, p or consi­
guiente, el concepto del Yo; y todo lo que ahí se piensa de absoluto está
tomado de este concepto. En una exposición p opular es quizá la p alabra
Mismo más cómoda por el hecho de que añade al concepto del Y o en general
pensado juntam ente ahí, aunque siempre en form a oscura, un énfasis especial,
del que el lector ordinario bien puede necesitar; en la exposición científica,
me parece a m í, el concepto tenía que ser llam ado por su in m ediato y
privativo signo. — Que este propósito, sin em bargo, deba ser logrado por
medio de que se coloque ambos conceptos, el d el M ism o y el del Y o, como
diferentes, el uno frente al otro, y del prim ero se deduzca un a doctrina
elevada, del segundo una digna de execración, como ha sucedido reciente­
mente en un escrito destinado a un p úblico más amplio,** cuyo autor, sin
embargo, tenía que saber por lo menos históricam ente que la ú ltim a palabra
también es tomada aún en otra significación, y que sobre el concepto desig­
nado mediante ella en esa significación es construido un sistema, el cu al de
ninguna m anera contiene aquella doctrina digna de execración: — qu e este
propósito deba ser logrado por ese m edio, no se p uede sim plem ente concebir,
«i no se quiere ni se puede adm itir uno hostil.
*• En castellano resulta im posible d ar a entender esa derivación, pues
simplemente no existe. En alem án el térm ino base es Selbst, y los dos adje­
tivos aludidos son selbigcr y derselbe.
'• El escrito u obra aludida no ha podido ser identificado por la vaguedad
de la alusión del autor.
16 tretanto sólo como una incidental. Inmediatamente no I Se
va a s e g u ir construyendo sobre ella; sólo más abajo se mos­
trará qué consecuencias tiene. Únicam ente que nosotros no
podemos dejar que se nos escape la oportunidad que tene­
mos aquí de hacerla.
En el representar de un objeto, o de ti mismo, te encon­
traste a ti activo. Observa una vez más muy íntimamente lo
que ocurrió en ti en esa representación de la actividad. -
Actividad es agilidad, interno m ovimiento; el espíritu se
arrebata a sí mismo más allá de lo absolutamente opuesto;
— descripción mediante la cual no es que deba ser hecho en
modo alguno concebible lo inconcebible, sino que sólo debe
ser evocada más vivamente la intuición necesariamente exis­
tente en cada uno. Pero esta agilidad no se deja intuir de
otra manera, y no es intuida de otra manera que como un
soltarse la fuerza activa desde un reposo; y así la has intuido
tú de hecho, con tal que hayas efectuado realmente lo que
de ti exigimos.
T ú pensaste, conforme a mi invitación, tu mesa, tu pared,
etcétera, y después de que habías producido en ti activamente
17 los pensamientos de estos objetos, | quedaste en seguida ab­
sorto en tranquila y fija contemplación de los mismos (obtu­
tu haerebas fixus in illo ,27
como dice el poeta). Yo te decía:
ahora piénsate, y observa que este pensar es un hacer. Para
realizar lo exigido, tuviste que soltarte de aquel reposo de
la contemplación, de aquella determinación de tu pensar, y
determinar el mismo de otra manera; y sólo en cuanto que tú
observaste ese soltarse y ese modificar de la determinación,
te observaste a ti como activo. Y o me rem ito aquí en efecto
exclusivamente a tu propia intuición interna; demostrarte
desde fuera lo que sólo en ti mismo puede existir, yo no soy
capaz de ello.
El resultado de la advertencia hecha sería éste: se encuen­
tra uno a sí activo, sólo en cuanto que uno opone a esta
actividad un reposo (un detenerse y estar fijo de la fuerza
interna). (El principio, lo cual nosotros recordamos aquí sólo
de paso, es también inversamente verdadero: no se hace uno
consciente de un reposo sin poner una actividad. Actividad
es nada sin reposo y al contrario. Sin duda el principio es
Expresión libremente citada del verso virgiliano: Durn stupet obtutuqve
naeret defixus ¡n uno. Eneida, I, 495.
universal mente verdadero, y en lo que sigue va a ser estable­
cido en ésta su universal validez: Toda determinación, sea
cual fuere lo que sea determinado, se verifica mediante opo­
sición. Aquí sólo atendemos al caso particular presente.)
18 ¿Qué especial determinación de tu I pensar era, pues, la
que, como reposo de aquella actividad por la cual te pensaste
a ti mismo, precedió inmediatamente; o expresado con más
exactitud, la que estaba inmediatamente unida con ella, tanto
que tú no podías percibir lo uno sin lo otro? — Yo te dije:
piénsate a ti mismo, con el fin de designar la operación que
debías realizar, y tú me entendiste sin más. T ú sabías, por
consiguiente, lo que significa: Yo. Pero no necesitaste saber,
y según mi presuposición no lo sabías, que este pensamiento
se lleva a efecto mediante un retornar de la actividad a sí
misma, sino que debiste primeramente aprenderlo. Pues bien,
el Yo, al tono de lo anterior, no es otra cosa que un obrar
que retorna a sí mismo; y un obrar que retorna a sí mismo
es el Yo. ¿Cómo pudiste, por consiguiente, conocer lo últim o
sin conocer la actividad mediante la cual se lleva a efecto?
No de otra manera que así: tú te encontraste, en tanto enten­
diste el término: Yo, a ti, es decir, tu obrar como inteligencia,
determinado de una cierta manera; sin comprender empero
lo determinado precisamente como un obrar. T ú lo com pren­
diste sólo como determinación, o reposo, sin saber propia­
mente, ni investigar, de dónde viene aquella determ inación
de tu conciencia; en suma, así como tú me entendiste, esa
determinación estaba ahí inmediatamente. Por eso me en­
tendiste, y pudiste dar a tu actividad, que yo exigía, la ade-
19 cuada | dirección. La determinación de tu pensar m ediante
el pensar de ti mismo era, por tanto, y tuvo necesariam ente
que ser, aquel reposo del que tú te soltaste para la actividad.
O para hacer la cosa más clara: — como yo te dije: piénsate,
y tú entendiste la última palabra, realizaste en el acto del
entender mismo la actividad que retorna a sí, m ediante la
cual se lleva a efecto el pensamiento del Yo, sólo que sin
saberlo, porque tú no estabas especialmente atento a ello; y
de ahí te vino lo que encontraste en tu conciencia. O bserva
cómo haces esto, te dije además; y entonces realizaste tú la
misma actividad que ya habías realizado, sólo que con aten ­
ción y conciencia.
A la actividad interna, concebida en su reposo, se la llam a
corrientem ente el concepto. Era, en consecuencia, el concep-
to del Yo, el qu e estaba u n id o necesariam ente con la intui­
ción del mismo, y sin el cu al la con cien cia del Y o habría
perm anecido im posible; pues el concepto ante todo perfec­
ciona y com prende a la conciencia.
El concepto es en todas partes no otra cosa qu e la actividad
del in tu ir mismo, sólo q u e no conceb id a com o agilidad, sino
com o reposo y determ inación; y así sucede tam bién con el
concepto del Yo. L a actividad q u e retorna a | sí, concebida co­
m o in m ó vil y persistente, po r m ed io de la cual, por tanto,
coincid en ambos, Y o com o activo, y Y o com o ob jeto de mi
actividad, es el concepto del Yo.
En la conciencia com ún se presentan sólo conceptos, de
n in gu n a m anera intuicion es en cu an to tales; no obstante que
el concepto es producido sólo por la in tu ició n , aunque sin
nuestra conciencia. A la concien cia de la in tu ición se eleva
u n o sólo m ediante libertad , com o ha sucedido poco antes a
propósito del Yo; y toda in tu ició n con concien cia se relaciona
a un concepto, q u e señala a la lib erta d su dirección. De ahí
procede que en general, así com o en nuestro caso particular,
el o b jeto de la in tu ició n debe ex istir previam ente a la intui­
ción. Este objeto es ju stam en te el concepto. C on form e a nues­
tra presente exposición se ve q u e éste n o es otra cosa que la
in tu ició n misma, sólo q u e n o conceb id a en cuanto tal, en
cuan to actividad, sino com o reposo.
[P R E F A C IO A N T IC IP A D O DE U N A N U E V A
E X P O S IC IO N DE L A D O C T R IN A
D E L A C IE N C IA ]

D esd e h a c e
seis años se halla la doctrina de la ciencia ante el
público alemán.28 Ella ha encontrado en diferentes personas
una muy diferente acogida — en los más, violentos y apasiona­
dos enemigos; en algunos, panegiristas no suficientemente
informados; en pocos, inteligentes partidarios y cultivadores.
— Desde hace cinco años se encuentra una nueva exposición
de la misma en mi atril, conforme a la cual acostumbré im­
partir mis lecciones sobre esta ciencia.29 Este invierno estoy
ocupado en una reelaboración de esa nueva exposición y
espero poder presentarla impresa al público la primavera
próxima.30
Yo desearía mucho que el público por lo pronto, es decir,
hasta la oportunidad de la propia convicción, me creyera al
menos las dos siguientes aseveraciones, y con el presupuesto
de las mismas fuera a la lectura de esa nueva exposición. La
primera: que, descontados algunos pocos individuos (y mis
oyentes inmediatos, de quienes no se habla aquí), poco menos
que absolutamente ninguna noticia de la doctrina de la
ciencia existe aún en el público erudito. La segunda: que
esta ciencia es una ciencia del todo nuevamente descubierta,
cuya idea ni siquiera existió antes y que sólo puede ser sacada
de la doctrina misma de la ciencia y juzgada sólo desde ella
misma.
Por lo que toca a lo prim ero: el Fundamento de la doctri­
na de la ciencia?1 aparecido hace seis años como texto para
S8 Se alude a la obra: Grundlage der gesamten W issenschaftslehre. Leip­
zig. 1794-
Se trata de la obra: Wissenschaftslehre 1798 “ Nova M ethodo” . Permane­
ció manuscrita hasta que fue publicada por Hans Jacob en el tomo II de sus
Nachgelassene Schriften, de Fichte. Berlín, 1937 .
10 Es la D arstellung der W issenschaftslehre aus dem Jahre 1S01. (Obras
completas, por I. H. Fichte, t. II, pp. 3 - 163 .)
11 Op cit. en la nota 28.
mis oyentes, no fue, según m i saber, casi en absoluto enten­
dido, y no aprovechó casi a nadie, salvo a mis inmediatos
oyentes. Él parece no poder prescindir convenientemente de
una ayuda oral. En m i Derecho natural y en mi Doctrina
moral32 tuve, según creo, m ejor suerte en exponer claramen­
te mis pensamientos aun sobre la filosofía en general; pero,
sobre si habitualm ente se ha saltado las introducciones y las
primeras secciones de aquellos escritos, o sobre si en general
no es muy posible dar a las consecuencias más lejanas de mi
sistema sin sus primeras premisas aquella evidencia que se
puede dar m uy fácilm ente a las premisas — según todas las
declaraciones que encontré después de la aparición de aque­
llos libros y precisamente con m otivo de los mismos, parece
todavía a través de ellas no haber adelantado mucho el pú­
blico en la comprensión del punto principal. Sólo las dos
Introducciones a la Doctrina de la ciencia, y el primer capi­
tulo de una nueva Exposición de aquel sistema, que habían
sido impresos en el Diario filosófico,33 parecen haber sido
mejor entendidos y haber suscitado en algunas personas im­
parciales más favorables esperanzas de la doctrina de la cien­
cia. Pero mediante esos artículos, sin embargo, puede a lo
ia sumo | ser producido apenas un concepto provisional de mi
propósito; de ningún modo, empero, es realm ente llevado a
efecto y cum plido en ellos este propósito.
Hasta qué punto mi talentoso com pañero de trabajo, señor
profesor Schelling, en sus escritos de ciencias naturales y en
su Sistema del idealismo trascendental recién aparecido,34
tuvo m ejor éxito en proporcionar una entrada al punto de
vista trascendental, no voy a investigarlo aquí.
Yo he declarado ya hace tiem po en otro lu gar36 que, por lo
que a mí mismo toca, estoy dispuesto a tomar exclusivamente

8S Las obras aludidas son: G rundlage des Naturrechts, 1796 , y Das System
.
der Sittenlehre, 1798
••Cf. nota (ahí se reseñan las obras aludidas).
20
Los primeros escritos son sin duda los siguientes: Erster Entxvurf eines
Systems der N aturphilosophie. Jena und Leipzig, 1799. — E in leitu n g zu seinem
Entwurf eines Systems der N aturphilosophie. Oder: Ü ber den Begriff der
spekulativen Physik und die innere Organization eines Systems dieser Wissen-
schaft. Jena und Leipzig,
1799. _ Von der W eltseele. E in e H ypothesc der
° .f? zur E rkldm ng des allgem einen Organismus. Ham burg, 179®'
Se alude a lo dicho en la Prim era Introducción a la Doctrina de
F fch tó rerinnerung' l ’ 4’ ° <en la edición de las Obras com pletas por I. H-
sobre mí toda la culpa en relación al pasado por el casi ge­
neral no-entendimiento, con tal de que m ediante esto pueda
yo mover al público a adentrarse de nuevo en el asunto puesto
a sugestión. A propósito de un sistema com pletam ente nuevo,
no descubierto por el camino de la evolución desde la ciencia
preexistente, sino por un cam ino totalm ente diverso, sólo
a través de un largo y dedicado ejercicio con los individuos
más heterogéneos adquirirá el descubridor la habilidad de
sacarlo de su propio espíritu y exponerlo para otros espíritus.
Yo desearía, por tanto, que, para procurarle un m ejor éxito
al estudio de la exposición anunciada, pusiera uno com ple­
tamente aparte en el estudio de la nueva exposición, no sólo,
como de por sí se entiende, sus conceptos filosóficos sacados
de otros sistemas, sino también los conceptos originados por
la doctrina de la ciencia con base en los precedentes escritos
sobre ella; que se considerara por lo pronto aquellos escritos
como no existentes y se creyera invitado a una nueva inves­
tigación no puesta a sugestión anteriorm ente en absoluto.
Por lo pronto, repito, es decir, hasta que se pueda tomar de
nuevo aquellos conceptos con m ejor com petencia y en otra
claridad, y se pueda mirar en una luz distinta aquellos escri­
tos, que no por esto han de ser declarados en absoluto como
ineptos. Pues no se crea ciertamente que la preocupación, que
fue expresada ya muchas veces por personas circunspectas, a
las cuales no agrada ocuparse con el pensar a la buena de Dios:
de que bien podría yo nuevamente, después de haber im portu­
nado al público con el fatigoso estudio de una doctrina abs­
tracta, retirar la misma luego, tarde o temprano, y que ahora
todo el trabajo empleado está simplemente perdido, que esa
preocupación, repito, ahora va a cumplirse. Se retira sola­
mente lo que se ha opinado; lo que una vez se supo realmente
no se puede retirar. L o que se puede saber es lo cierto per­
manente, absoluta y eternamente; a quien se le revela esa
certeza una vez, le permanece tanto tiem po cuanto él mismo
permanezca. Si yo ahora m ediante el descubrim iento de la
doctrina de la ciencia he producido en mí un saber real,
como yo ciertamente lo afirmo, entonces bien puede el mis­
mo ser expuesto más claramente a otros (no a mi), pero jamás
ser | retirado; y si uno cualquiera de mis lectores con motivo
de aquellos escritos produjo en sí un saber, entonces nunca le
puede ser arrebatado el mismo, aun cuando yo alguna vez
por enferm edad o edad h u b iera de caer en una tal flaqUe
mental q ue dejara de com prender lo que actualmente com
prendo, dejara de entender mis propios escritos y en esa inin.
teligencia los retirara.
V en go al segundo punto. L a doctrina de la ciencia, decía
yo, es una ciencia totalm ente nueva. A n tes de ella no existió
algo aun sim plem ente parecido a ella.
Hasta K ant — que éste cond u jo la filosofía a una altura que
nunca tuvo antes de él, es sin duda tan cierto, como el que su
escuela no avanzó más que él m ism o*—, hasta Kant la filo­
sofía es un conocim iento de la razón por conceptos, y es
opuesta a la m atem ática precisamente en que la última debe
ser un conocim iento de la razón por intuiciones.
En esta concepción de la filosofía no se ha reflexionado en
varias cosas.
Prim eram ente, puesto que, con todo, debe darse también
un conocim iento de la razón por intuiciones, como se afirma
de la matemática, por eso —si ya no es que con aquel conoci­
m iento todo conocer y pensar tiene un término; es más, si
aun la simple afirmación de que se da ün tal conocimiento
es posible36 — tiene que darse a su vez un conocimiento de
aquel conocim iento y, com o una intuición en cuanto tal en
definitiva precisamente sólo puede ser intuida, un conoci­
miento por intuición. ¿Dónde está, pues, realizada esta ma-
thesis de la mathesis?
Después —así en efecto proseguiría yo hablando a aqué­
llos—, un conocimiento de la razón (esto debe significar aquí,
sin duda alguna, exactamente como en la matemática, un
conocimiento por medio de la razón, com o algo cognoscente,
y por cierto como razón pura, sin ninguna asistencia de la
percepción), un tal conocim iento queréis vosotros realizarlo
con conceptos — conceptos que, sin duda alguna, tenéis pre­
viamente al conocimiento que realizáis con ellos, los descom­
ponéis, y separáis lo que en ellos se encuentra unido. Yo

• Al señor profesor Beck, en cuanto autor de E l pun to de vista;,T no lo


cuento yo en esta escuela, como en efecto tampoco Kant lo contaba. Él
estaba en el camino hacia la doctrina de la ciencia. Si él se hubiera hecho
a sí mismo totalmente claro su propósito, la habria descubierto.
*• Los guiones son adición nuestra.
87 El título completo es: Erláuternder Auszug aus den kritischen Schriften
des Herrn Prof. Kant. 3 tomos, 1793-6 . T . III: Einzig m óglicher Standpunkt
aus welchem die kritische Philosophie beurtheilen werden muss, 1796 .
n u eva ex p o sició n de l a d o ctrin a de l a cie n cia 73

comprendo con esto muy bien cómo vosotros justamente vais


a encontrar de nuevo en estos conceptos lo que ya antes en
ellos estaba, y cómo mediante el desarrollo de los mismos
hacéis más claro vuestro conocimiento, pero nunca jamás
cómo mediante esta empresa lo extendéis, lo criticáis y fundáis,
lo purificáis, en el caso de que hubiera de ser incorrecto.
Vosotros tenéis el concepto, y lo presuponéis a vuestro desa­
rrollo de un conocimiento desde él. Pero, ¿cómo habéis, pues,
ante todo llegado a este concepto? ¿Qué es, pues, lo que con­
cebís en él; y cómo lo teníais y lo sosteníais, pues, antes y
mientras lo concebíais? Por tanto, para la simple posibilidad
de vuestros conceptos, que presuponéis a vuestra ciencia y
que para ésta son lo más alto, tendríais que adm itir algo que
en ese caso es superior a todo concepto.
Contra el que vosotros hubierais de concebir lo inconce­
bible, lo que absolutamente no se halla en aquello superior,
que contiene la materia para todos los conceptos, y hubierais
de establecer para nosotros conceptos de esa clase, ha sido ya
ja sin duda alguna atendido por la esencia de la | razón, y cier­
tamente no tememos de vosotros algo semejante a esto. Pero,
sin duda alguna, puesto que os proponéis establecer una
ciencia necesaria y universalmente válida, vais a partir de
conceptos cuya necesariedad como conceptos vosotros afir­
máis, esto es, de los cuales afirmáis que lo diverso sintetizado
en ellos es sintetizado de modo absolutamente necesario y es
inseparable uno de otro. Pues bien, ¿cómo y en qué pensáis
vosotros demostrar el fundamento de esa necesariedad del
sintetizar? Este fundamento, sin duda alguna, no debe hallar­
se en el sintetizar mismo, de tal manera que éste fuera su
propio fundamento, y por tanto libre, y no necesario; sino,
¿en algo fuera de él? Según esto, vosotros seríais siempre im­
pulsados más allá del concepto.
Desde que se comenzó a hablar de una crítica de la razón,
de un conocimiento de la razón, como algo conocido, y la
tarea de la razón vino a ser ante todo conocerse a si misma,
y sólo desde aquí verificar cómo puede conocer algo fuera
de ella misma, hubiera debido ser evidente que esta razón
tiene que comprenderse y concebirse a sí no en algo derivado
y que no posee su fundamento en sí mismo, como es el con­
cepto, sino en lo único inmediato, en la intuición: que, por
tanto, si desde ahora sólo ha de llamarse filosofía el conocí-
m iento de la razón m ism a p or si m ism a, la filosofía no puede
ser en m anera alg u n a u n c o n o cim ien to por conceptos, sino
por in tu ició n .
Puesto q u e sin du d a existía en tre nosotros realmente la
m atem ática, h u b ie ra d eb id o ser ya desde entonces conocido
y fa m ilia r a cada u n o q u e el fu n d am en to de la evidencia in­
m ediata, necesariedad y va lid ez un iversal, n o se halla jamás
en el concepto sino en la in tu ició n del concebir mismo: in­
tu ició n q u e, por cierto, jam ás es necesaria o accidental o algo
parecido, sino q u e sólo es sim plem ente, y es así, como es, y
tam poco es universalm ente válid a, en tanto perm anece eterna­
m ente un a y siem pre la m ism a, mas precisam ente por eso
com un ica su in variabilid ad a todo concepto que la con­
cibe, precisam ente por el hecho de que y en cuanto la
concibe. D esde ahí se habría descubierto que todo lo que en
las filosofías prekantianas y en la kantiana es realmente evi­
dente y universalm ente válido, no se funda, a menos que no
se tenga u n claro conocim iento de esas filosofías, en el con­
cepto, sino solam ente en la intuición .
Desde q ue en nuestra época resultó de todas partes entera­
m ente claro que el lenguaje no podía ya bastar para el enten­
dim iento sobre conceptos filosóficos, y que hasta fue hecha la
irónica propuesta,38 que más tarde H erd er39 y su pariente
intelectual Jean Paul* tom aron en serio, de anti-, repito, an­
ticipar a la critica de la razón una metacritica del lenguaje,
hubiera debido ser evidente que, puesto que, con todo, real­
mente nos entendemos en la vida, tiene que darse en la
razón, tanto para ese entendim iento, como tam bién para en­
tendim iento o eterna separación sobre filosofía, un medio de
unión superior al concepto y a la copia de segunda mano del
mismo, frecuentem ente tan falseada, la palabra; que este
m edio de unión superior puede ser la intuición, ante cuyo
tribunal tendrían que com parecer el concepto mismo y Sl1
representante, la palabra; de tal manera que desde hoy tan

• .40
E l últim o en su Clavis F ichtiana Esta llave bien puede no abrir: pu^
el autor de la misma no llegó a entrar.
•8 Probablem ente se alude al filósofo Johann Georg H am ann y a su obra
Metakritik über den Purismus der Vernunft, 1784 .
*9 En su obra Metakritik zur Kritik der reinen Vernunft, 1799-
;
40 Fue publicado este escrito en Erfurt, 1800 el titulo exacto es Cía**
Fichteana seu Leibgeberiana. E l final de la nota debe entenderse asi: t¡u
no llegó a entrar en la doctrina de la ciencia.
n u e v a e x p o s ic ió n d e l a d o c tr in a d e l a c ie n c ia 75

3 poco se necesita de un a | m etacrítica d el len gu a je filosófico,


como se necesita de u n a m etacrítica de los térm inos: pu n to
matem ático, línea, etcétera.
La filosofía sería p or tanto un co n o cim ien to de la razón
misma por sí m ism a — m ed ian te in tu ició n . L a p rim era ca­
racterística es el trascendente d escu b rim ien to de K an t, q u e
él sin em bargo n o lle v ó a térm ino; la segunda, com o co n d i­
ción de la p o sib ilid ad de la term in ación , la ha añ ad id o la
doctrina de la ciencia; ella es p o r tan to u n a cien cia del todo
nuevam ente descubierta.
Por lo m enos q u e n o se rechace en seguida y sin reparo
esta idea, tan sólo al o ír las palabras doctrina de la ciencia
e intuición e in tu ició n in telectu a l (pues u n a sem ejante es Ja
de donde parte la d octrin a de la ciencia), a la m anera de
Kant, el cual ú ltim am en te ex p lica sin más a las gentes las
expresiones de aqu élla en una tal form a q u e éstas se ven
obligadas a m antener una inju sticia, tom en la postura q u e
tomaren: “ D octrin a de la ciencia es — lógica pura; p o r eso es
trabajo in ú til sacar de ella un o b jeto rea l,” * “ In tu ició n in ­
telectual sería — una in tu ició n no sensible de un algo subsis­
tente inm óvil; lo cual es disparatado.” * * D o ctrin a de la
ciencia no es para m í en m odo alg u n o lógica; es más, yo des­
tierro la lógica pura totalm en te fu era del ám bito de la filoso­
fía. In tuición in telectu al n o es para m í in tu ició n de un algo
subsistente. L o q u e ella es n o se pu ed e hacer con ceb ib le,
precisam ente p o rq u e toda in tu ició n se halla más arriba q u e el
concepto; se llega a conocerla sólo po r el hecho de q u e se
la tiene. Q u ien aún no la conoce q u e espere nuestra e x ­
posición; o que en tretanto piense en su concien cia del trazar
una línea (no de la línea trazada), lo cual por cierto ojalá
no sea tam bién un algo subsistente. L a d octrin a de la ciencia
es mathesis, n o sólo según la form a externa, sino tam bién
según el contenido. E lla describe una sucesión continu a de
la intuición y com pru eb a todos sus prin cipios en la intu ición .

* En la aclaración de Kant sobre la doctrina de la ciencia en el D. L. de


Jena .41
## El sentido, aunque no con las mismas palabras, en el tratado de Kant
contra Schlosser: Sobre el tono elegante en la filosofía.**
41 L. significan Diario Literario. Se alude a la: Intelligenzblatt er
AUgemeinen Literatur Zeitung, N. 28 , Agosto de 1799 - .
“ El escrito es: Von einem neuerdings erhobenen vomehmen Ton 1» <
hilosophie, publicado en el Berlinische Monatsschrift, >79^-
Ella es la m athesis de la razón m ism a. A sí com o, por ejemplo,
la geom etría abarca todo el sistem a de nuestras limitaciones
del espacio, así abarca ella el sistema de la razón entera. - Yo
desearía que se fuera al estudio de la doctrina de la ciencia
no sin algún conocim iento de la m atem ática —del único pro­
cedim iento materialiter totalm ente científico que entre nos­
otros existe—, no sin clara inteligen cia del fundam ento de la
evidencia inmediata y validez universal de los postulados y
teoremas matemáticos. A q u ien entiende ahí por qué, por
ejem plo, el teorema: entre dos puntos es posible sólo una
línea recta — reúne en uno y representa la infinidad de todos
los casos posibles, y de dónde nace la inm ediata certeza de
que, siempre que la razón perm anezca razón, nunca puede
presentarse un caso que lo contradiga; a él puedo yo pro­
m eterle con toda confianza que entenderá la doctrina de la
ciencia en su nueva exposición tan fácilm ente como la geo­
metría. A quien no entiende aqu ello —tengo razones para
creer que a algunos les falta hasta el sentido para aquélla
evidencia y validez universal, y que ellos no contradicen
a la geometría, sólo por el hecho de que ésta ha sido e s t a b l e -
3a c i d a como | ciencia evidente—, a él quisiera yo disuadirlo
del estudio de la doctrina de la ciencia. Ésta se halla en un
mundo absolutamente inexistente para él.
Puesto que la doctrina de la ciencia es matemática, tiene
también las ventajas de la matemática.
En prim er lugar, la misma evidencia inmediata. N o tiene
lugar ahí ninguna vacilación, ninguna deliberación indecisa
y ninguna consideración sobre si se quiere o no conceder tal
vez la afirmación. Q uien no acierta el punto correcto, no la
entiende en absoluto; a quien lo acierta, lo sorprende ella
con claridad inmediata y necesariedad; él no puede ver de
otra manera que asi. — L a misma general precisión. A l signo
que ella vincule su objeto, sea que lo llame Yo, o No-Yo, X
o Y — el signo no es nada: lo que se presenta en la intuición
inmediata de cada uno es únicam ente de lo que se habla. Esto
no puede fluctuar y cambiarse entre las manos, como una
vacilante aprehensión traída de un vacilante lenguaje, en la
cual el uno ha asociado más en su fantasía, el otro menos, y
la que el mismo sujeto ha desarrollado ora más, ora menos
exactamente; sino que es lo mismo para toda razón, y per­
manece para todo ser racional, en tanto ello al menos para
sí mismo permanezca, invariablemente lo mismo. — La misma
irrefutabilidad. No se puede en absoluto disputar sobre la
doctrina de la ciencia ni contra la doctrina de la ciencia. O se
entiende su principio: pues se lo concede inmediatamente.
O no se lo entiende: entonces no existe en absoluto para nos­
otros, y si no obstante contradecimos, no contradecimos en­
tonces a lo que ella ha dicho, sino a lo que nosotros mismos
nos hemos imaginado. — ¿Cómo y desde qué premisas se po­
dría, pues, disputar contra aquella ciencia? ¿Acaso, como se
ha practicado hasta ahora, mediante conceptos y proposicio­
nes desarrolladas desde ahí? Pero, según la regla de toda
disputa, el contrario tiene, por cierto, que conceder aquello
desde lo cual se concluye contra él. Ahora bien, la doctrina
de la ciencia, absolutamente y sin excepción alguna, no deja
tener validez a ningún concepto que no haya producido ella
dentro de sus límites a partir de la intuición; y ninguno de
sus conceptos vale para ella más, ni como algo diferente, de lo
que se hallaba en la intuición. — ¿O se le va a negar a ella
la intuición y lo que en la misma estaba? Pues entonces se
la niega simplemente, pero no se la refuta. A quien niega al
geómetra que entre dos puntos no es posible más que una
línea recta, a ése no se le puede ciertamente convencer, y
él ha suprimido la posibilidad de toda geometría. Mas yo
pienso que todo hombre de sano entendimiento lo dejará
plantado.
Pero, como la filosofía no tiene aún para sí la misma auto­
ridad que la geometría —¿no es posible que contra la mate­
mática, cuando por primera vez fue tratada científicamente,
hayan sido enderezadas semejantes objeciones, como ahora
contra la filosofía, y que los no-pensadores de nuestra época
sean detenidos mediante otra cosa que mediante autoridad
en el aducir siempre de nuevo unas semejantes contra la
matemática?*—, como aún no le es permitido a ella dejar plan­
tado sin más a aquel que afirme semejantes cosas en su do­
minio, como en el dominio | del geómetra sería la afirma*
* Y ¿no se hizo escuchar ante los oidos de sus contemporáneos el fundador
de un supuestamente nuevo sistema dogmático (el desaparecido Wemer):
‘La afirmación de la divisibilidad infinita del espacio es un sinsentido de
los geómetras, el cual deshonra a su —por otra parte— ú til riencia’,?4•
** La cita no parece ser textual, sino segón el sentido. El autor es proba­
blemente Zacharias W erner (1786-1823), mas la obra y lugar citado no ha sido
posible constatarlos.
ción: que entre dos puntos son posibles infinitamente muchas
líneas rectas diferentes; por eso tiene ella en cambio un equi*
valente que el matemático no tiene en su dominio, pero
que para éste en general sí lo tiene en la filosofía: el de qUe
a todo el que la contradice puede em pujarlo desde su afir-
mación hacia atrás a otra cualquiera, que él mismo no en­
tiende, para cuya aclaración no puede aducir ni una sola
palabra inteligible, y con la cual puede hacerse manifiesto
a todos y a él mismo que su inteligencia y su razón parten
realmente de una absoluta ininteligencia y sinrazón.
Ojalá que mediante esta nueva exposición, cuya inteligi­
bilidad garantizo yo a todo el que tenga al menos entendi­
miento científico, sea inducido el público filosofante a aden­
trarse por fin seriamente en la doctrina de la ciencia. Después
de Kant, las cabezas un poco mejores en este dominio, con
excepción de pocos, han proseguido cada una por sí su discur­
so, sin escuchar el uno al otro; y así, en vez de una conver­
sación científica, se originó una bárbara y confusa gritería
de todos en desorden. Algún pensamiento original se m an i­
festó; pero el don de entender a los otros parece haberse per­
dido completamente. Para el bien de la ciencia, es tiempo
de tomar otro camino.
Por más íntimamente convencido que pueda estar yo en
cuanto a mi persona de la evidencia e irrefutabilidad de la
doctrina de la ciencia, no obstante, frente a otros, para reco­
nocer la independencia de su razón, y sólo para hacer posible
el propio examen por parte de cualquiera persona, provi­
sionalmente, es decir, hasta que hayan estudiado lo mismo,
les soy deudor de la suposición de que yo a pesar de todo me
puedo haber equivocado; igualmente como el matemático
tiene que suponerlo al comienzo de su clase, y mientras él
delante del alumno parece investigar primeramente su cien­
cia. Esta suposición la hago aquí expresamente; pero en cam­
bio, conforme a mi perfecto derecho, exijo de todos los seres
racionales provisionalmente, es decir, hasta que ellos me hayan
refutado, la otra suposición, de que yo exactamente igu^
puedo también tener razón.
Después de que ante los oídos de todo el mundo han sido
hechas promesas, como las anteriores, con base en conside­
raciones, como las anteriores, que a todo el que sepa algo de
ciencia tienen que poner pensativo; después de que, com°
n u eva ex p o sició n de la d o ctrin a de la cie n cia 79

va muchas veces ha sucedido, se prom etió ayudar desde una


tal filosofía a todas las otras ciencias para ponerlas en lim pio
y en claro, sería sin duda im perdonable si alguien conti­
nuase su discurso sin apenas escuchar lo que fue dicho; o
como hasta ahora ha sucedido, que en el m ejor de los casos
se grite con toda prisa al orador una broma insulsa o una
injuria.
Que se lea, por tanto, y precisamente hasta que se haya
entendido, y que se admita entonces, o se refute, si se puede;
o si no se quiere nada de esto, que se guarde silencio desde
ahora acerca de todo lo que concierne a la filosofía. Otra
medida no se puede tomar de manera racional bajo estas
circunstancias. En nombre de Dios tiene de una vez que ha­
cerse serio lo de la revolución en la filosofía, de la cual tanto
se discute por más de un decenio. Q ue | se quede atrás quien se
quedare; sepa sólo que está retrasado, y calle, y no haga ex­
traviarse a los otros que allá quieren ir adelante.
Yo no voy a ocuparme de la cantidad de extravíos que
desde la aparición de la doctrina de la ciencia se enderezaron
contra ella, o sin tomar noticia de ella, en el campo de la
filosofía. Lo pasado, pasado. Pero una vez que la nueva ex­
posición, cuya inteligencia puedo exigir yo con razón de cada
uno y a cuyos principios puedo remitirme, se halle ante
el público, voy a observar en un escrito periódico propio el
desarrollo de la filosofía.

El choque que se recibirá de nuevo con este solo anuncio


y con el tono del mismo, que se lo olvide entretanto hasta
que se haya entendido la exposición misma anunciada. A un
el tono proviene de la cosa y puede ser juzgado sólo con base
en ella.
Con el cargo de arrogancia que tan frecuentemente se ha
hecho a mí y a los otros defensores de la doctrina de la cien­
cia, se ha perdido de vista precisamente el punto más grave
de nuestras pretensiones: el de que nosotros reclamamos con
toda seriedad poseer ciencia — ciencia, repito, y enseñarla.
Aquellos que se cuentan unos a otros sus opiniones, tienen
que ser recíprocamente tolerantes y corteses, y resignarse a que
la opinión del otro bien puede tener exactamente el mismo
valor que la suya. Entre ellos lo que importa es: vivir y dejar
Vlvir, opinar y dejar opinar. Ellos tienen que ser modestos
en la forma exterior, porque en lo esencial son totalmente
arrogantes, pues la más terrible arrogancia es creer que a los
otros les importa saber lo que nosotros opinamos. Mas, a qu¿
cosa deba resignarse la ciencia —que jamás es cosa de los in­
dividuos, sino propiedad del ám bito entero de la razón-**
delante de la ignorancia, figura entre las cosas que yo nunca
he podido comprender. T od o depende, por tanto, sólo de
que nuestra suposición, de que poseemos ciencia, sea correc­
ta. Que únicamente se resuelva algo sobre ella antes, y luego
se arreglará también lo de la arrogancia.
Singular es el celo de estos pluri-filósofos contra los soli-
filósofos. Yo no comprendo esto de otra manera, sino que se
es únicamente o un soli-filósofo o ningún filósofo, y mientras
no nos sea demostrado lo último, nosotros nos tendremos por
lo primero, ahora como antes.

Finalmente: en lo que toca a claridad e inteligibilidad, yo


espero hacer en esta nueva exposición tanto que en este res­
pecto no necesite de ninguna ayuda ulterior, ni de ninguna
nueva exposición más clara aún. De lo que toca a elegancia
científica; a sucesión estrictamente sistemática de las partes
con exclusión de toda cosa extraña; a precisión de la termi­
nología mediante signos idiomáticos; a un sistema de signos
de los conceptos puros (como la característica general bus­
cada ya por Leibniz,45 la cual es posible únicamente después
de la doctrina de la ciencia), me ocuparé posteriormente,
luego que se descubra que la época aprovecha esta próxima
exposición y que se ha hecho susceptible de una puramente
científica.
Berlín, a 4 de noviembre de 1800
F ic h te

«b ^ °S 8u^0ne* 5011 adición nuestra.


¿n f *Puesta en Io8 siguientes escritos principalmente: Historia et cotnmen-
a charactcricae; De la M etliode de ¡’ Universalité, y en la Cafta
ran US (c f- C oüTU*AT, La Logique de L e ib n iz H ild e s h e im , i9 6 ‘ *
WP* nIV)
ñ
.
Usted recibe aquí, mi apreciable señor y amigo,40 un con­
cepto de la filosofía trascendental y de los esfuerzos de Kant
y míos a propósito de la misma, tan nítidamente delim itado
cuanto se lo puede dar, sin iniciar en la cosa misma.
A fin de que aun este concepto no permanezca com pleta­
mente vacío e inentendido, se requiere:
/. En relación al § 2,47 que se introduzca uno en la con­
ciencia en forma verdaderamente viviente, por medio de un
esfuerzo absolutamente no común de la atención. En la re­
flexión habitual, que yo llamo una descolorida, la conciencia
es inmediatamente objetivada de nuevo, y por ello enajenada
a nosotros, y ahí nace, pues, la engañosa apariencia de nues­
tro espíritu, alma y sea cualquiera el nombre que tenga este
fantasma, censurada [en el] § 1.48 Y por este camino no se
llega nunca ni siquiera a vislumbrar el organismo trascen­
dental. Tiene uno que percatarse vivientemente de que en
la conciencia es justo inmediatamente uno mismo la con­
ciencia, ni más, ni menos.
2. En relación al § 4 y a la empirie ahí censurada aún por
Kant. — Se tiene que admitir como posible, provisionalmente
al menos, que aquella sabiduría, en la que todos hejnos cre­
cido: de que, en efecto, experiencia, observación, empirie,
permanecen a pesar de todo lo sumo y último, y de que nunca
saldrá alguno por encima de ellas — que, repito, esa sabidu­
ría, por cierto, bien podría ser la justamente verdadera y
propia locura; pues esto es precisamente lo que (fuera de los
antiguos en conjunto, por ejemplo, Platón, Jesús y toda la
cristiandad) Kant (si bien éste no permaneció precisamente
congruente consigo mismo hasta el fin) y yo presuponemos.

“ s « ^ata aquí -co m o se indicó en la Advertencia— de una carta de Fichte.


4T Estas advertencias previas remiten al apartado que sigue con el título
de Aforismos.
11 Lo entre corchetes es adición nuestra.
Suministrar a alguno la prueba de que se puede saber
plemente a priori, y de que sólo mediante lo a priori le n ” 1’
a nuestro saber orden y evidencia, esto lo podemos nosotrm
sólo m ediante el acto mismo, en tanto lo elevamos a él r 1
mente a este saber a priori por encima de toda experiencia
Para este fin, sin embargo, tiene él, ante todo, que adentrarse
en nuestra suposición.
De estas dos indispensables condiciones se escandalizan
ahora en Alem ania, incluso m uy frecuentemente, y hasta hay
entre nosotros sujetos que apenas sabrían o serían capaces
de entender lo que he escrito en el anexo, mucho menos de
lo que tal vez creen los extranjeros. Ahora bien, si las res­
tantes naciones de la nueva Europa, como bien se puede su­
poner sin estar deslumbrado por el patriotismo, es decir, por
regla y en el promedio general, hubieran de estar en sus ope­
raciones intelectuales aún más descoloridas, dispersas y dé­
biles, y aún mucho más profundamente sumidas en la empi-
rie, que los alemanes mismos, en tal caso se puede esperar
entre ellas aún mucho menos fortuna para un sistema como
el descrito. Por esto, apreciable señor y amigo, habrá usted
de hacer una rigurosa selección entre aquellos con los que
usted se comunique sobre este asunto, y tendrá que mante­
nerse preparado para los más singulares juicios. —

F ic h t e

A F O R IS M O S SO B R E L A E S E N C IA DE L A F IL O S O F ÍA
C O M O C IE N C IA

§ i-
Tod a filosofía, hasta antes de Kant, tuvo por su objeto el ser
(objectum, ens — en el dualismo, por ejemplo, la conciencia
misma, como espíritu consciente, alma, etcétera, se convirti
en ser). El fin de esta filosofía era captar la conexión de as
variadas determinaciones de este ser.

§ 2-
Todas perdían de vista, exclusivamente por falta de atención»
que ningún ser se presenta excepto en una conciencia, y
contrario, ninguna conciencia excepto en un ser; que por
esto, lo propiamente en-sí, como objeto de la filosofía, no
es ni el ser, como en toda la filosofía prekantiana, ni la con­
ciencia, como en verdad ni siquiera una sola vez se intentó;
sino que tiene que ser: ser -f- conciencia, o conciencia -f- ser
= la absoluta unidad de ambos, más allá de su separación.
Kant fue el que hizo este gran descubrimiento y por ello vino
a ser el fundador de la filosofía trascendental. Corolario: Que
por consiguiente, aquellas singulares preguntas, de cómo llega
el ser a la conciencia, o la conciencia al ser, las cuales [debie­
ron ser contestadas] mediante el Infiuxus physicus, el Systema
causarum occasionálium, la Harmonía praestabilita,49 son
resueltas, en tanto que ser y conciencia no están, en efecto,
originariamente separados, por lo mismo tampoco pueden
ser unidos, sino que son en sí uno y lo mismo. —

§ 3.
Adición: Se entiende de por sí que aun después de esta total
inversión del verdadero objeto, la filosofía conserva aún siem­
pre su antigua tarea, de hacer comprensible la conexión de las
variadas determinaciones de aquel objeto fundamental.

§ 4-
En esta última empresa de la deducción se puede entonces:
O proceder, pues, de modo que se presuponga ciertas di­
ferencias fundamentales, que sólo pueden haber sido encon­
tradas en autoobservación empírica como no posibles ya de
unir, y se reduzca entonces a cada una de estas unidades-fun­
damentales particulares lo que ha de deducirse de cada una;
lo cual daría en parte una filosofía incompleta, que en sí
misma no ha llegado hasta el fin, es decir, hasta la unidad
absoluta, en parte una fundada parcialmente sobre datos
empíricos, por tanto, no estrictamente científica, la cual no
obstante (por el § 2) permanece [una]50 trascendental. —
Una tal filosofía es la kantiana. —

IcmV/íÍT? C? trc “ «fretes es adidón del editor alemán. - Los artículos ante
8011 a d alemán.
Adición del editor
• • i J T . i atin0s id ó n nue« ra .
O se puede, pues, proceder de modo que se profundice
y exponga aquella originaria unidad del ser y la concien­
cia (§ 2) en lo que ella es en si e independientemente de
su división en ser y conciencia. — (Yo llamo esta unidad ra­
zón, o Aóyo?, ut in Evangelio Joannis, saber, que ciertamente no
hay que confundir con la conciencia, y que es un miembro
inferior de la disyunción, solamente situado frente al ser;
de ahí, el sistema Doctrina de la ciencia, XoyoXoyía. Para ex­
ponerla a alguno realmente en forma íntima y hacérsela com­
prensible, se requiere una larga preparación del mismo por
medio de la más abstracta especulación). — Si se la hubiere
expuesto, aquella unidad, correctamente, se entenderá al
mismo tiempo la razón por qué se divide en ser y conciencia;
se entenderá por qué en esta división se divide nuevamente
de una determinada manera: todo absolutamente a priori,
sin ninguna ayuda de la percepción empírica, debido a aque­
lla inteligencia de la unidad; y por tanto se captará verdade­
ramente el todo en lo uno, y lo uno en el todo; lo cual ha
sido desde siempre la tarea de la filosofía. Esta filosofía ahora
descrita es la

DOCTRINA DE LA CIENCIA

Adición aclaratoria
En lo que concierne a la segunda división ulterior del ser y
de la conciencia concebidos ya como uno, se muestra en la
doctrina de la ciencia que aquélla se verifica en virtud de la
conciencia y conforme a sus leyes inmanentes; que en conse­
cuencia, el ser, en sí y por sí, y pensado separadamente de
la conciencia, es por ello uno, así como la razón misma, y que
él se divide sólo en su unión con la conciencia, porque la
última, en virtud de su propia esencia, se divide necesaria­
mente; según esto, sólo en la conciencia se da un ser múltiple,
por ejemplo (así en efecto se muestra en la doctrina de la
ciencia) [aquélla]81 se divide primeramente en una concien­
cia sensible y una suprasensible, lo cual, aplicado al ser, tiene
que dar un ser sensible y uno suprasensible. Lo suprasensi*

•l Adición del editor alemán.


ble se divide nuevamente, según una ley que aquí no puede
desarrollarse, en conciencia religiosa y moral, lo que aplicado
al ser da un Dios y una ley moral; lo sensible se divide a su vez
en una conciencia social y en una natural, lo que aplicado al
ser da una norma jurídica y una naturaleza. A l fin, justamente
como resultado de la división absoluta (es decir, infinita, que
nunca puede ser consumada) en la conciencia, el ser absolu­
tamente dividido, esto es la naturaleza, es extendido mediante
un espacio infinito, la conciencia es extendida mediante un
tiempo infinito; tiempo y espacio, empero, que, así como las
disyunciones mencionadas primeramente, no tienen lugar en
sí, es decir en el ser puro, o tampoco en la razón pura, sino
sólo en la conciencia. Según esto, la conciencia con éstas sus
leyes y resultados no es en manera alguna una ilusión, pues
no existe ningún ser y no existe ninguna razón excepto en la
conciencia. Por el mismo motivo no podemos nosotros renun­
ciar jamás a la conciencia y a sus necesarios resultados en la
vida; ello no obstante, nosotros podemos y debemos saber
que estos resultados no son en si eficaces para protegemos, por
su medio, de los tremendos extravíos y contradicciones que
desde siempre han sido ocasionados por aquella falsa presu­
posición.

Berlín, a 23 de junio de 1804


F ic h t e
SU M ARIO

Advertencia 5
SOBRE EL C O N C E P T O DE L A D O C T R IN A DE L A
CIE N C IA O DE L A L L A M A D A F ILO SO FÍA

Prefacio ................................................................................. 9

P r im e r as e c c ió n : Sobre el concepto de la doctrina de


la ciencia en g e n e r a l........................................................ 13
Se g u n d a
s e c c ió n : Exposición del concepto de la doc­
trina de la c ie n c ia ............................................................. 89
T e r c e r a s e c c ió n : División hipotética de la doctrina
de la c ie n c ia ....................................................................... 51

TRES ESC R ITO S BREVES SOBRE L A D O C T R IN A DE


L A C IE N C IA Y SOBRE L A F IL O SO FÍA
TRASCEN D EN TAL

Ensayo de una nueva exposición de la doctrina de la


ciencia ........................................................................... 57
[Prefacio anticipado de una nueva exposición de la doc­
trina de la ciencia] ....................................................... 69
[Concepto de la filosofía trascendental].......................... 81
Aforismos sobre la esencia de la filosofía como ciencia 82
Doctrina de la ciencia (A d ició n aclaratoria)................ 84
Sobre el concepto de la doctrina de la ciencia, editado
por el Instituto de Investigaciones Filosóficas, se ter­
minó de imprimir el 15 de diciembre de 2009, en los
talleres de Grupo Edición, S.A. de C.V., situados en
Xochicalco no. 619, colonia Vértiz Narvarte, delega­
ción Benito Juárez, C.P. 03600, México, D.F.). Para su
impresión, realizada en offset, se utilizó papel cultural
de 90 g; en su composición y formación se usaron ti­
pos Times de 18/18, 14/17, 12/15, 10/12, 9/11 y 8/10.
El tiraje consta de 1000 ejemplares.

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