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Algunas premisas sobre la construcción de la identidad desde los

planteamientos de Kant y Castoriadis

Juan camilo Rojas


Maria Catalina Trasladino
Luis Alberto Cardozo

El sujeto, en disyuntiva conceptual desde los postulados de Kant (1784), se propone


como un agente critico en su rol social, el cual, no solamente propende por el bien
común sino que permite posibilidades de abstracción y transformación; en contraste
al concepto de individuo, pues, éste es un ser alineado y efímero. De ahí que, el
ser humano se configura como un ser histórico. Esta premisa, otorga la inserción
del sujeto a un grupo social.

Así, un colectivo social determinado permite al sujeto adquirir ciertas prácticas


comunes que responden a estructuras normativas establecidas a priori que van
definiendo la identidad de los sujetos, en palabras de Riesco (2007, p, 93) “A través
del proceso de socialización, los niños, adultos y personas mayores adquirimos
creencias, valores y conductas que varían en función de su adecuación a contextos
culturales específicos”. Permitiendo así la aceptación y desenvolvimiento de los
sujetos en una sociedad. En la actualidad, son las instituciones las reproductoras y
las encargadas de estructurar la identidad, quien a su vez construyen la de los otras
personas de inmediata cercanía.

Por ello, es pertinente y propicio esgrimir conceptualmente la categoría de sujeto


desde Kant (1784) a partir de su visión desde la ilustración; en correlación a la
noción de Castoriadis en lo concerniente a la formación de la identidad de sujetos
autónomos vinculando las implicaciones sociales, estos, retomados desde la visión
de (Anzaldua & Ramirez, 2010). Desde esta perspectiva, se postula la siguiente
pregunta concéntrica ¿De qué manera los procesos sociales y de formación inciden
en la transformación de la identidad como resultado de la reflexión? Bajo esta
premisa, se desarrollará el presente texto con la posibilidad de trasegar en
diferentes senderos del conocimiento.
En primer lugar, la psicología conductista es la que más ha influido en la
configuración de subjetividades-identidades- debido que el adiestramiento en las
prácticas sociales se desarrolla en la mecánica, refuerzos-castigos, es decir, en el
proceso de socialización el circulo inmediato de los niños –familia- es el que debe
ejercer el rol de educar, enseñar, y un método usado es el del refuerzo para cuando
el niño hace lo adecuado y un castigo para cuando sus actos van en contra de las
reglas. Este pensamiento emerge de las corrientes positivistas y las miradas
cartesianas sobre el conocimiento. Sin embargo, en el énfasis del presente texto,
se toman miradas diferentes, que apelan a la ontogénesis del pensamiento,
reevaluando la imaginación y las perspectivas internas del sujeto.

Bajo esta óptica, Castoriadis (1998, p, 10) citado por Anzaldua & Ramirez (2010,
114) señala “el sujeto y la sociedad crean un mundo para sí y esta creación implica
también la posibilidad de transformarse a sí mismos.” El sujeto en su dimensión
ecléctica: biológico e histórico social interactúa con sus pensamientos, deseos,
sueños y frustraciones, éstas, son el cumulo con que el sujeto parte en su relación
con su medio. Vinculo que emerge como un caos, desde el origen de la humanidad
se ha pretendido darle un orden a todo lo que nos rodea, esto se ha prologando a
través del lenguaje, que permiten estabilizar, ordenar pero también trasgredir con el
orden preestablecido, es aquí donde nos ubicamos, en la formación de un sujeto
con un compromiso social que resignifique la historia.

Culturalmente, los procesos sociales emergen como sistemas de significación que


permiten regular, guiar y controlar los cuerpos de los sujetos, en todo un ramillete
de significaciones, no obstante, el sujeto al inmiscuir una noción de autonomía,
permite reflexionar sobre la practicas sociales y diseñar estrategias de resistencia o
brindar argumentos, proposiciones que van más allá de la opinión y permite
resquebrajar o modificar el status quo.

La construcción de la identidad en los ejes de formación permite construir al sujeto


de manera integral y con dominios cognitivos y de la imaginación. Esta última,
devaluada por la tradición del pensamiento en la medida en que es “la maestra del
error y la falsedad”. Al vincular la imaginación, Catoriadis (1998) señala los dominios
de lo que es; lo qué he sido; lo qué podría ser. Es decir, la construcción de la
identidad como un proceso continuo, cíclico y ante todo social dotado por las
experiencias y la trayectoria diaria que enmarca al individuo. Por ello, se ajusta a
que los procesos sociales configuran la identidad en interacción con los parámetros
internos del sujeto (la psique). De este modo la construcción de identidad puede
presentar la influencia de los sentidos, la experiencia o la ensoñación, es construida
y constructora a la vez.

Precisamente, al construir la identidad del sujeto, en donde asume pensamientos


críticos y reflexivos, permite acceder a lo que Kant ( 1784) señalo como la mayoría
de edad. Concepto que fundamenta nociones de autonomía y emancipación, en
otras palabras, cuando el sujeto asume la potestad de su propio camino, sus actos
y su trasegar, es más bien, una posición reflexiva ante la vida que permite
transformaciones y reestructuraciones.

Un sujeto desde esta óptica permite cuestionar reflexivamente las significaciones


sociales, creadas y difundidas. En palabras de Castoriadis (1983,p, 1) citado por
Anzaldua & Ramirez (2010, p,116) “la autonomía implica, entre otras cosas,
cuestionar reflexivamente sus propias determinaciones subjetivas”. Esta noción,
remite a la identidad según la teoría Freudiana ésta tiene que ver con la forma en
como el “yo” cumple un rol de mediación entre el “súper-yo” –correspondiente al “yo
ideal” de Lacan- el cual podemos entender como las estructuras normativas,
morales y las expectativas sociales que el yo debe cumplir y el “ello”, este haciendo
referencia a los deseos, instintos o pulsiones que llevan al “yo” a una situación límite,
pues no siempre el “súper-yo” y el “ello” concuerdan en las concepciones de bueno
y malo, razón por la cual el “yo” genera (consciente o inconsciente) mecanismos de
defensa que le permiten “manejar” esta tensión.

Lo anterior, permite aseverar que las relaciones sociales permiten la construcción


de la identidad del individuo, esta, debido a la multiplicidad de ideales y de formas
de ser, no es única, ni pasiva. Es más, pretende transformar las prácticas sociales.
En la problemática que nos ocupa, se instala como una manera de resistencia y de
contrapoder frente los ideales imperantes. Por ende, el desarrollo de la autonomía,
además, de ser un proceso complejo, es uno trascendental que dota al sujeto de la
capacidad de autorregulación, es decir, el mismo monitorea sus relaciones
cognitivas e interpersonales con el fin de apropiar y transformar su medio.

Esta capacidad más que decir lo que está bien y mal, pretende autorregular el
sujeto, que examine los pro y los contra de su contexto inmediato, al igual, que
transforme sus prácticas alineadas o se dé cuenta quién determina los roles, para
poder empoderarse y resistir las estrategias de dominación. Esto permite que la
construcción del sujeto no solo limite al proceso social, sino también a procesos
intrínsecos del pensamiento.

Finalmente, los procesos de construcción de la identidad permiten dotar al sujeto de


un carácter de autonomía, el cual, contribuye a tomar las riendas de su existencia.
A desvirtuar las conductas estereotipadas y a concebir la historia como un proceso
alternativo. En donde la formación es el pilar para dotar al sujeto de idoneidad y
capacidad reflexiva, como instancia potencializadora de los procesos sociales y las
estructuras internas del sujeto, a partir de este bosquejo ahora, se replantearía la
siguiente incógnita ¿ En qué sentido los procesos sociales configuran las nuevas
prácticas, rutinas y esquemas para construir una identidad con rasgos de
autonomía?

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