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más que este artículo fuese leído en voz alta, en el seno de las familias. Si la
cuestión del calentamiento global fuese motivo de conversaciones entre padres,
hijos y nietos, alguna esperanza se levantaría entre nosotros. Noticias y reportajes
publicados en días recientes, que nos informan que el recién finalizado 2016 ha
sido el año más caluroso desde que se hacen estas mediciones, no deberían
dejarnos indiferentes. Si lográsemos que el calentamiento del planeta se sumara a
nuestras preocupaciones corrientes, entonces ya habremos dado un paso
adelante. La cuestión, según me parece, es que a pesar de ser un tema constante
en libros, revistas y noticieros, sigue siendo una materia sobre la que calificadas
audiencias no toman conciencia y, pese a ser un asunto tan grave, no alcanza el
lugar relevante que merece en la opinión pública. No sentimos que nos amenace
en lo más inmediato. Es de las cosas que siempre dejamos para los demás y para
más tarde. Y en la que todavía nos debatimos en flagrantes contradicciones. Por
ejemplo, mientras Alemania y Holanda anuncian planes legislativos para proscribir
los vehículos con gasolina para el 2030 y 2025 respectivamente, Trump se asoma
con un gabinete que parece privilegiar a la energía petrolera sobre las alternativas
verdes desarrolladas en la última década.
La lista de consecuencias es de tal magnitud que todos los días se suman a ella
nuevas consideraciones. Me limitaré aquí a recordar que las cosechas de trigo y
maíz han disminuido alrededor de 5% en las últimas tres décadas, producto del
calentamiento planetario y cambios climáticos. Las proyecciones hacia el 2040 son
verdaderamente alarmantes: las cosechas, afectadas por las variaciones
climáticas, podrían disminuir hasta 20% en comparación con las alcanzadas en
2014, con lo cual, un kilo de pasta podría aumentar su precio hasta cuatro o cinco
veces su precio de hoy.
Con frecuencia los expertos señalan que las medidas y propósitos que los países
suscriben en las cumbres mundiales dedicadas al clima no son realistas. Las
revisiones que tendríamos que hacer para detener el calentamiento global
sobrepasan las simples medidas de ahorro y de uso responsable de la energía,
que es la práctica con la que contribuyen aproximadamente 15% de las familias
del mundo. No solo hace falta aumentar este porcentaje a gran velocidad, sino que
es necesario prepararnos para cambios de carácter estructural. Cada vez son más
alarmantes los síntomas de los peligros que nosotros mismos estamos creando
para nuestros hijos y nietos.