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La salud es una bendición inestimable, que está más íntimamente relacionada

con la conciencia y la religión de lo que muchos se dan cuenta. Tiene mucho que
ver con la capacidad de uno para servir, y debe ser guardada en forma tan
sagrada como el carácter; porque cuanto más perfecta sea la salud, tanto más
perfectos serán también nuestros esfuerzos para hacer progresar la causa de Dios
y beneficiar a la humanidad.

El 10 de diciembre de 1871 me fue mostrado que la reforma pro salud es un ramo


de la gran obra que ha de preparar a un pueblo para la venida del Señor. Está tan
íntimamente relacionada con el mensaje del tercer ángel como la mano lo
está con el cuerpo. La ley de los Diez Mandamientos ha sido considerada
livianamente por los hombres, pero el Señor no quiso venir a castigar a los
transgresores de dicha ley sin mandarles primero un mensaje de amonestación. El
tercer ángel proclama ese mensaje. Si los hombres hubieran sido siempre
obedientes al Decálogo, y hubiesen llevado a cabo en su vida los principios de
esos preceptos, la maldición de tanta enfermedad que ahora inunda el mundo no
existiría.

Los hombres y las mujeres no pueden violar la ley natural, complaciendo un


apetito depravado y pasiones concupiscentes, sin violar la ley de Dios. Por lo
tanto, el Señor ha permitido que sobre nosotros resplandezca la luz de la reforma
pro salud, para que veamos el pecado que cometemos al violar las leyes que él
estableció en nuestro ser. Todos nuestros goces o sufrimientos pueden atribuirse a
la obediencia o transgresión de la ley natural.

Nuestro misericordioso Padre celestial ve la condición deplorable de los hombres


que, a sabiendas unos, por ignorancia muchos, viven violando las leyes que él
estableció. Pero por su amor y compasión hacia la especie humana, él hace
resplandecer la luz de la reforma pro salud. Promulga su ley y anuncia la penalidad
que se aplicará a la transgresión de ella, para que todos puedan aprender y
procuren vivir en armonía con la ley natural. Proclama su ley tan distintamente y la
hace tan eminente que es como una ciudad asentada sobre una montaña. Todos
los seres responsables pueden comprenderla si quieren. Los idiotas no serán
responsables. Hacer clara la ley natural e instar a que se la obedezca es la obra
que acompaña al mensaje del tercer ángel, con el propósito de preparar un pueblo
para la venida del Señor.

“No sois vuestros”


Creemos sin duda alguna que Cristo va a venir pronto. Esto no es una fábula
para nosotros; es una realidad. Cuando el viniere, no lo hará para limpiarnos de
nuestros pecados, quitarnos los defectos de carácter o curarnos de las flaquezas
de nuestro temperamento y disposición. Si es que se ha de realizar en nosotros
esta obra, se hará antes de aquel tiempo.

Cuando venga el Señor, los que son santos seguirán siendo santos. Los que han
conservado su cuerpo y espíritu en pureza, santificación y honra, recibirán el toque
final de la inmortalidad. Pero los que son injustos, inmundos y no santificados
permanecerán así para siempre. No se hará en su favor ninguna obra que elimine
sus defectos y les dé un carácter santo. Todo esto debe hacerse en las horas
del tiempo de gracia. Ahora es cuando debe realizarse esta obra en nosotros.

Estamos en un mundo que se opone a la justicia, a la pureza de carácter y al


crecimiento en la gracia. Dondequiera que miremos, vemos corrupción y
contaminación, deformidad y pecado. Y ¿cuál es la obra que hemos de emprender
aquí precisamente antes de recibir la inmortalidad? Consiste en conservar
nuestros cuerpos santos y nuestro espíritu puro, para que podamos subsistir sin
mancha en medio de las corrupciones que abundan en derredor nuestro en estos
últimos días.

“¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en
vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido
comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro
espíritu, los cuales son de Dios”. 1 Corintios 6:19, 20.

No nos pertenecemos. Hemos sido comprados a un precio elevado, a saber, los


sufrimientos y la muerte del Hijo de Dios. Si pudiésemos comprender plenamente
esto, sentiríamos que pesa sobre nosotros la gran responsabilidad de
mantenernos en la mejor condición de salud, a fin de prestar a Dios un servicio
perfecto. Pero cuando nos conducimos de manera que nuestra vitalidad se
gasta, nuestra fuerza disminuye y el intelecto se anubla, PECAMOS CONTRA
DIOS. Al seguir esta conducta no le glorificamos en nuestro cuerpo ni en nuestro
espíritu que son suyos, sino que cometemos lo que es a su vista un grave mal.

La obediencia es un asunto de deber personal


El Creador del hombre ha dispuesto la maquinaria viviente de nuestro cuerpo.
Toda función ha sido hecha maravillosa y sabiamente. Y Dios se ha comprometido
a conservar esta maquinaria humana marchando en forma saludable, si el agente
humano quiere obedecer las leyes de Dios y cooperar con él. Toda ley que
gobierna la maquinaria humana ha de ser considerada tan divina en su origen, en
su carácter y en su importancia como la Palabra de Dios.

Toda acción descuidada y desatenta, todo abuso cometido con el


maravilloso mecanismo del Señor, al desatender las leyes específicas que
rigen la habitación humana, es una VIOLACION A LA LEY DE DIOS.

Podemos contemplar y admirar la obra de Dios en el mundo natural, pero la


habitación humana es la más admirable. Puesto que las leyes de la naturaleza son
las leyes de Dios, sencillamente es nuestro deber dar a estas leyes un estudio
cuidadoso.

Debemos estudiar sus requerimientos con respecto a nuestros propios cuerpos, y


conformarnos a ellos. La ignorancia en estas cosas es pecado.

Cuando los hombres y las mujeres se convierten de verdad, respetan


concienzudamente las leyes de la vida que Dios ha establecido en su ser, y así
tratan de evitar la debilidad física, mental y moral. La obediencia a estas leyes ha
de convertirse en un deber personal. Nosotros mismos debemos sufrir los males
producidos por la violación de la ley. Debemos dar cuenta a Dios por nuestros
hábitos y prácticas. Por lo tanto, la pregunta que debemos hacernos no es: “¿Qué
dirá el mundo?”, sino “¿cómo trataré yo, que pretendo ser un cristiano, la
habitación que Dios me ha dado? ¿Trabajaré para lograr mi más alto bien temporal
y espiritual al guardar mi cuerpo como templo para la morada del Espíritu Santo, o
me abandonaré a las ideas y prácticas del mundo?”

La vida de Dios en el alma es la única esperanza del hombre


La religión de la Biblia no perjudica la salud del cuerpo ni de la mente. La influencia
del Espíritu de Dios es la mejor medicina para la enfermedad. El cielo es todo
salud; y mientras más profundamente se experimenten las influencias celestiales,
más segura será la recuperación del inválido creyente. Los verdaderos principios
del cristianismo se abren delante de todos como una fuente de felicidad
inestimable. La religión es un manantial inagotable, en el cual el cristiano puede
beber cuanto desee sin que jamás se termine.

La condición de la mente afecta la salud del sistema físico. Si la mente es libre y


feliz, como resultado de una conducta correcta y por la sensación de
satisfacción que se deriva de hacer felices a otros, engendra una alegría que
producirá un efecto positivo sobre todo el sistema, hará que la sangre circule
más libremente y tonificará todo el cuerpo. La bendición de Dios es un poder
sanador, y los que son amplios en beneficiar a otros experimentarán esa bendición
maravillosa tanto en el corazón como en la vida entera.

Cuando las personas que han gratificado sus malos hábitos y prácticas
pecaminosas se someten al poder de la verdad divina, la aplicación de dichas
verdades al corazón aviva las facultades morales, que parecían haberse
paralizado. El receptor posee una comprensión más enérgica y clara [de lo que
significa] fundamentar su alma sobre la Roca eterna. Aun su salud física mejora al
establecer su seguridad en Cristo.

Los hombres necesitan aprender que no pueden poseer en su plenitud las


bendiciones de la obediencia, sino cuando reciben la gracia de Cristo. Esta es la
que capacita al hombre para obedecer las leyes de Dios y para liberarse de la
esclavitud de los malos hábitos. Es el único poder que puede hacerle firme en el
buen camino y permanecer en él.

Cuando se recibe el Evangelio en su pureza y con todo su poder, es un remedio


para las enfermedades originadas por el pecado. Sale el Sol de justicia, “trayendo
salud eterna en sus alas”. Malaquías 4:2, V.M. Todo lo que el mundo proporciona
no puede sanar al corazón quebrantado, ni dar la paz al espíritu, ni disipar las
inquietudes, ni desterrar la enfermedad. La fama, el genio y el talento son
impotentes para alegrar el corazón entristecido o restaurar la vida malgastada. La
vida de Dios en el alma es la única esperanza del hombre.

El amor que Cristo infunde en todo nuestro ser es un poder vivificante. Da salud a
cada una de las partes vitales: el cerebro, el corazón y los nervios. Por su medio,
las energías más potentes de nuestro ser despiertan y entran en actividad. Libra al
alma de culpa y tristeza, de la ansiedad y congoja que agotan las fuerzas de la
vida. Con él vienen la serenidad y la calma. Implanta en el alma un gozo que nada
en la tierra puede destruir; el gozo que hay en el Espíritu Santo, un gozo que da
salud y vida.
Las palabras de nuestro Salvador: “Venid a mí... y yo os haré descansar” (
Mateo 11:28), son una receta para curar las enfermedades físicas, mentales y
espirituales. A pesar de que por su mal proceder los hombres han atraído el dolor
sobre sí mismos, Cristo se compadece de ellos. En él pueden encontrar ayuda.
Hará cosas grandes en beneficio de quienes en él confíen.

La reforma pro salud actual


En nuestra obra debe dedicarse más atención a la reforma pro temperancia. Todo
deber que exige reforma entraña arrepentimiento, fe y obediencia. Significa elevar
el alma a una vida nueva y más noble. De modo que toda verdadera reforma tiene
su lugar en la obra del mensaje del tercer ángel. Especialmente la reforma pro
temperancia exige nuestra atención y apoyo. En nuestros congresos debemos
llamar la atención a esa obra y hacer de ella un asunto de viva importancia.
Debemos presentar a la gente los principios de la verdadera temperancia y
solicitarle que firme la promesa de abstinencia. Debe dedicarse atención especial a
los que están esclavizados por los malos hábitos. Debemos conducirlos a la cruz
de Cristo.

A medida que nos acercamos al fin del tiempo, debemos elevarnos cada vez
más en lo que respecta a la cuestión de la reforma pro salud y la temperancia
cristiana, presentándola de una manera más positiva y decidida. Debemos
esforzarnos continuamente por educar a la gente, no solamente por nuestras
palabras, sino también por nuestra práctica. El precepto y la práctica combinados
ejercen una poderosa influencia. - See more at: http://www.recurso-
adventista.com/2013/05/Pecado-Violar-Leyes-Salud.html#sthash.dgB6dnuv.dpuf
JOYAS DE LOS TESTIMONIOS TOMO 1 pag. 198

EL 10 de diciembre de 1871 me fue mostrado que la reforma pro salud es un ramo de la gran
obra que ha de preparar a un pueblo para la venida del Señor. Está tan íntimamente
relacionada con el mensaje del tercer ángel como la mano lo está con el cuerpo. La ley de los
Diez Mandamientos ha sido considerada livianamente por los hombres, pero el Señor no quiso
venir a castigar a los transgresores de dicha ley sin mandarles primero un mensaje de
amonestación. El tercer ángel proclama ese mensaje. Si los hombres hubieran sido siempre
obedientes al Decálogo, y hubiesen llevado a cabo en su vida los principios de esos preceptos,
la maldición de tanta enfermedad que ahora inunda al mundo no existiría.

Debemos recalcar la ley natural

Los hombres y mujeres no pueden violar la ley natural, complaciendo, un apetito depravado
y pasiones concupiscentes, sin violar la ley de Dios. Por lo tanto, el Señor ha permitido que
sobre nosotros resplandezca la luz de la reforma pro salud, para que veamos el pecado que
cometemos al violar las leyes que él estableció en nuestro ser. Todos nuestros goces o
sufrimientos pueden atribuirse a la obediencia o transgresión de la ley natural.

Nuestro misericordioso Padre celestial ve la condición deplorable de los hombres, que, a


sabiendas unos, por ignorancia muchos, viven violando las leyes que él estableció. Pero por su
amor y compasión hacia la especie humana, él hace resplandecer la luz de la reforma pro
salud. Promulga su ley y anuncia la penalidad que se aplicará a la transgresión de ella, para que
todos puedan aprender y procuren vivir en 320 armonía con la ley natural. Proclama su ley tan
distintamente y la hace tan eminente que es como una ciudad asentada sobre una montaña.
Todos los seres responsables pueden comprenderla si quieren. Los idiotas no serán
responsables. Hacer clara la ley natural e instar a que se la obedezca es la obra que acompaña
al mensaje del tercer ángel, con el propósito de preparar un pueblo para la venida del Señor.

DIOS NOS CUIDA


Páginas: 382

Creemos sin duda alguna que Cristo va a venir pronto. Esto no es una fábula para nosotros;
es una realidad. No tenemos la menor duda, ni la hemos tenido durante años, de que las
doctrinas que sostenemos son la verdad presente, y que nos estamos acercando al juicio. Nos
estamos preparando para encontrar a Aquel que aparecerá en las nubes de los cielos
escoltado por una hueste de santos ángeles, para dar a los fieles y justos el toque final de la
inmortalidad. Cuando él venga, no lo hará para limpiarnos de nuestros pecados, quitarnos los
defectos de carácter, o curarnos de las flaquezas de nuestro temperamento y disposición. Si es
que se ha de realizar en nosotros esta obra, se hará antes de aquel tiempo.

Cuando venga el Señor, los que son santos seguirán siendo santos. Los que han conservado su
cuerpo y espíritu en pureza, santificación y honra, recibirán el toque final de la inmortalidad.
Pero los injustos, inmundos y no santificados permanecerán así para siempre. No se hará en su
favor ninguna obra que elimine sus defectos y les dé un carácter santo. El Refinador no se
sentará entonces para proseguir su proceso de refinación y quitar sus pecados y su corrupción.
Todo esto debe hacerse en las horas del tiempo de gracia. Ahora debe realizarse esta obra en
nosotros.

CONSEJOS SOBRE LA SALUD E INSTRUCCIONES PARA LOS OBREROS MÉDICOS MISIONEROS


Páginas: 412

La obra de la santificación

Estamos en un mundo que se opone a la justicia, a la pureza de carácter y al crecimiento en la


gracia. Dondequiera que miramos, vemos corrupción y contaminación, deformidad y pecado.
Y ¿cuál es la obra que hemos de emprender aquí precisamente antes de recibir la
inmortalidad? Consiste en conservar nuestros cuerpos santos y nuestro espíritu puro, para que
podamos subsistir sin mancha en medio de las corrupciones que abundan en derredor nuestro
en estos últimos días. Y para que esta obra se realice, necesitamos dedicarnos a ella en seguida
con todo el corazón y el entendimiento. No debe penetrar ni influir en nosotros el egoísmo. El
Espíritu de Dios debe ejercer perfecto dominio sobre nosotros, e influir en todas nuestras
acciones. Si nos apropiamos debidamente del cielo y del poder de lo alto, sentiremos la
influencia santificadora del Espíritu de Dios sobre nuestros corazones.

Cuando hemos procurado presentar la reforma pro salud a nuestros hermanos, y les hemos
hablado de la importancia del comer y beber, y hacer para gloria de Dios todo lo que hacen,
muchos han dicho por sus acciones: "A nadie le importa si como esto o aquello; nosotros
mismos hemos de soportar las consecuencias de lo que hacemos". Estimados amigos, estáis
muy equivocados. No sois los únicos que han de sufrir a consecuencia de una conducta
errónea. En cierta medida, la sociedad a la cual pertenecéis sufre por causa de vuestros errores
tanto como vosotros mismos.

Si sufrís como resultado de vuestra intemperancia en la comida y la bebida, los que estamos
en derredor vuestro o nos relacionamos con vosotros, también quedamos afectados por
vuestra flaqueza. Hemos de sufrir por causa de vuestra conducta errónea. Si ella contribuye a
disminuir vuestras facultades mentales o físicas, y lo advertimos cuando estamos en vuestra
compañía, quedamos afectados por ello. Si en vez de tener espíritu animoso, sois presa de la
lobreguez, ensombrecéis el ánimo de todos los que os rodean. Si estamos tristes, deprimidos y
angustiados, vosotros, si gozarais de salud, podríais tener una mente clara que nos mostrase la
salida y dirigiese una palabra consoladora. Pero si vuestro cerebro está nublado como
resultado de vuestra errónea manera de vivir, a tal punto que no podéis darnos el consejo
correcto, ¿no sufrimos acaso una pérdida? ¿No nos afecta seriamente vuestra influencia? Tal
vez tengamos mucha confianza en vuestro juicio y deseemos vuestro consejo, porque" "en la
multitud de consejeros hay salud" (Proverbios 11: 14).

Deseamos que nuestra conducta parezca consecuente ante aquellos a quienes amamos y
deseamos buscar el consejo que ellos nos puedan dar con mente clara. Pero ¿qué interés
tenemos en vuestro juicio si vuestra energía mental ha sido cargada hasta lo sumo y la
vitalidad se ha retirado del cerebro para disponer del alimento impropio que se puso en el
estómago, o de una enorme cantidad de alimento, aunque sea sano? ¿Qué interés tenemos en
el juicio de tales personas? Ellas lo ven todo a través de una masa de alimentos indigestos. Por
lo tanto, vuestra manera de vivir nos afecta. Resulta imposible seguir una conducta errónea sin
hacer sufrir a otros.

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