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ISFD y T Nº 46 – 2009
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PANORAMA DE LA
GEOGRAFÍA: RECORRIDO
HISTÓRICO
METODOLOGÍA DE LA INVESTIGACIÓN II
Prof. Luis María Carrizo
Extraído de: http://aportes.educ.ar/geografia/nucleo-teorico/recorrido-historico/introduccion/la_geografia_un_recorrido_hist.php
Introducción
o La geografía, un recorrido histórico
Antecedentes
o Los temas "geográficos"
o La ciencia moderna
Humboldt y Ritter
o Los "padres" de la geografía
La institucionalización de la geografía
o Introducción
o Exploración del territorio y sociedades geográficas en el siglo XIX
o La definición de un objeto propio para la geografía
El triunfo del evolucionismo
o Ratzel y la antropogeografía
Otra forma de asumir el evolucionismo
o E. Reclus
Reacción antipositivista y geografía regional
o Introducción
o La geografía regional francesa: Paul Vidal de la Blache
o La geografía regional alemana: Alfred Hettner
o La geografía regional: a modo de cierre
La geografía cuantitativa o nueva (New Geography)
o El positivismo y los grandes cambios metodológicos
Radicalismos geográficos
o La determinación del espacio geográfico a partir de los procesos sociales
Los "humanismos" geográficos
o La perspectiva antropocéntrica
A modo de cierre desde la preocupación por la enseñanza
o La geografía llevada a la práctica escolar
Bibliografía
o Textos consultados
Introducción
La geografía, un recorrido histórico
La geografía se consolidó como una disciplina científica a lo largo del siglo XIX, y específicamente
en sus últimas décadas, en el contexto de la sistematización de las ciencias que impulsa el
positivismo. Para sostener esta afirmación se toman en cuenta diversas cuestiones que resultan de la
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forma de pensar la historia de las disciplinas y que, en último término, remiten a la pregunta acerca
de qué es una disciplina científica.
Una de estas cuestiones refiere a la existencia de un conjunto de temas o preocupaciones que son
objeto de estudio de la disciplina. Esto nos habla de la definición de un objeto propio de dicha
disciplina, y ya veremos que, en el caso de la geografía, se trata de una cuestión problemática, que a
lo largo del tiempo ha tenido diversas respuestas.
La existencia de un conjunto de obras que abordan los temas que se consideran objeto de estudio de
la disciplina es otra cuestión a ser tenida en cuenta, y gran parte de los estudios sobre lo que podría
llamarse “historia de la geografía” (a veces también denominada historia del pensamiento
geográfico) se ha abocado al análisis de estas obras, de sus fundamentos filosóficos, sus vínculos con
otras disciplinas, los contenidos tratados o las funciones que han cumplido.
Las obras tienen autores, y el estudio de estos autores, de sus biografías personales, su formación y
la filiación en relación con marcos filosóficos o ideológicos, es otro de los ejes que estructuran este
tipo de análisis. El análisis de las instituciones donde estos autores se desempeñan es también un
tema de interés, tanto para conocer el contexto de producción de los mismos, como para comprender
el papel que estas instituciones juegan en la reproducción de saberes y prácticas considerados válidos
o legítimos.
Por último, aunque no menos importante, los roles y funciones que todos ellos –obras, autores,
instituciones– cumplen en la sociedad de cada momento y lugar, también son cuestiones que se
consideran a la hora de analizar una disciplina científica. Hablamos entonces de los usos del
conocimiento. Así por ejemplo, el para qué se indagan ciertos temas y se produce conocimiento
sobre ellos (y no sobre otros) no es independiente de los objetivos e intereses que cada sociedad
en general, o cada grupo social con sus diferentes cuotas de poder, tienen y definen como
válidos. La consideración de estos usos o funciones del conocimiento también es indispensable
para comprender las características que la ciencia adquiere en cada momento.
Así como estas cuestiones permiten definir un momento y unas condiciones específicas en las que la
geografía se consolida como una disciplina científica, también permiten ver que esta consolidación
no es algo que surge en un momento y por la sola acción de sus actores y en función de las
necesidades de ese momento, sino que es también el resultado de un largo proceso en el que temas,
autores, obras y funciones se van instituyendo en las distintas sociedades, adquiriendo importancia y
conformando lo que algunos estudiosos del tema definen como “tradiciones geográficas”
(Livingstone, 1992), esto es, temas de preocupación que pasarán a ser objeto de la ciencia geográfica
cuando esta se consolide como tal. Desde esta perspectiva es posible, por otra parte, superar algunas
visiones limitadas sobre la consolidación disciplinaria, que centrando excesivamente su interés en los
procesos de institucionalización disciplinar (sociedades geográficas, cátedras universitarias o
disciplina escolar) descuidan la existencia de estas largas tradiciones, dando lugar a interpretaciones
limitadas que, por ejemplo, asocian linealmente la consolidación disciplinar con los intereses
sociales del momento.
En este capítulo se abordan estas cuestiones. Interesa fundamentalmente comprender las
características de la geografía como disciplina científica, los temas que aborda y la forma en que lo
hace en cada momento, los autores más importantes y las funciones que, en cada momento y lugar,
cumple la producción geográfica. Pero también interesa ver que, en gran medida, esta disciplina
rescata un conjunto de saberes y preocupaciones que son previos a su definición formal como
ciencia y que, de alguna manera, atraviesan y acompañan la cultura occidental. Entendemos que
esto último es de gran importancia para comprender el papel que la geografía puede tener como
contenido educativo.
Por último, es necesario advertir que, tratándose de un recorrido histórico, y en razón también de
las necesidades de organizar la exposición, el texto puede sugerir que cada título aborda una
“etapa” que es superada por la siguiente. Nada sería más erróneo, ya que los temas y
preocupaciones no sólo permanecen sino que cobran nuevos sentidos y mantienen su presencia.
Antecedentes
Los temas "geográficos"
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Resulta interesante ver que algunos temas que serán objeto de la geografía como disciplina
científica, y que hoy reconocemos como tales, han estado presentes como temas de interés o
preocupación a lo largo de la historia occidental. Si bien sería erróneo desprender de esto que la
geografía como ciencia tiene un origen remoto, ya que esto implicaría –entre otras cosas–
desconocer que lo que hoy entendemos como ciencia es producto de la modernidad (habiéndose
consolidado, por lo tanto, mucho después), permite ver que se trata de cuestiones que han sido
importantes y han estado presentes a lo largo del tiempo y en las diversas sociedades, suscitando
interés y debate, y brindando utilidad. Aunque no puedan ser considerados como “geografía”, estos
temas y conocimientos sentarán las bases sobre las cuales se irá consolidando la disciplina.
Entre otros autores, Capel y Urteaga (1984), reconociendo el origen griego de la palabra geografía,
señalan que ya en esta civilización encontramos su uso aplicado a dos grandes temas de
preocupación. Uno de estos grandes temas podría ser rotulado como la localización en la superficie
terrestre, apoyada en los conocimientos matemáticos e interesada en gran medida en la elaboración
de mapas. El otro gran tema es el que se refiere a la descripción de dicha superficie.
El nombre de geografía abarcaba entonces tanto el interés por aspectos de descripción de la
superficie terrestre como el interés acerca de aspectos matemáticos relativos a la ubicación de
lugares y la construcción de mapas. Al tiempo que aumentaba el conocimiento de las características
diferenciales de los lugares, crecía también el interés por conocer sus ubicaciones específicas en la
superficie terrestre (Broek, 1967; Unwin, 1995); y ambos temas resultaban, así, estrechamente
vinculados por la necesidad de disponer de mapas que permitiesen localizar de manera precisa los
lugares descriptos. Ambas tradiciones, a su vez, estaban íntimamente ligadas a una tercera vertiente o
tradición, la teológica, preocupada por los orígenes de la Tierra y las razones de la existencia
humana sobre ella. En el marco de esta tradición, las preocupaciones estaban centradas en el papel
del poder divino en la formación de la Tierra, y en comprender o “explicar el lugar que
correspondía a la humanidad dentro del mundo natural” (Unwin, 1995: 87).
Eratóstenes expresa de manera paradigmática la tradición de la localización, dada su preocupación
por medir el tamaño de la Tierra y por establecer algún sistema que permitiera ubicar cualquier punto
en su superficie. Esta tradición será continuada por Ptolomeo quien también se interesa por la
medición de la Tierra, la localización de puntos en la superficie y la representación cartográfica. La
obra de este último tendrá, con su rescate y difusión a fines de la Edad Media, una gran influencia en
los viajes de exploración.
Conocer la ubicación de los distintos lugares, las distancias que median entre ellos, y contar con
elementos que permitan llegar de un lugar a otro, tendrá una utilidad práctica evidente tanto para el
comercio como para la conquista. La cartografía será, desde esta perspectiva, el producto más
importante, tanto por su utilidad práctica como por su condición de objeto que expresa los
conocimientos, intereses y cosmovisión de cada sociedad en cada momento.
La tradición descriptiva encuentra su expresión paradigmática en el mundo griego en la figura de
Estrabón, quien sintetiza una larga tradición de relatos de viajeros y descripciones sobre lugares
conocidos. El interés por conocer los atributos propios y peculiares de un lugar de la superficie
terrestre tiene un valor práctico, en el sentido de inventariar la existencia de elementos que puedan
ser útiles (recursos, poblaciones, etc.); pero tiene también el valor del conocimiento de lo diferente,
que al tiempo que permite pensar más allá de la propia realidad, habilita la reflexión sobre la misma,
en la medida en que representa, al decir de algunos autores, una especie de espejo que, por
similitudes y por contrastes, permite mirarse a sí mismo:
De este modo, la geografía humana nació en manos de una cultura que tomó conciencia de la
relación “hombre-Naturaleza”: mas, como contraparte negativa, esa misma cultura organizó su
esquema de relaciones con otras culturas poniéndose como modelo absoluto frente a las mismas, lo
cual suponía una desvalorización, y en otros casos, además, una justificación de dominio y
servidumbre. La historia de este hecho se extiende desde las páginas de la Geografía de Estrabón
hasta las casi contemporáneas nuestras de las Lecciones sobre la filosofía de la historia universal
de Hegel. (Arturo Roig, Introducción a la Geografía, Prolegómenos de Estrabón, Madrid, Aguilar,
1980, XV).
Unwin (1995) señala la estrecha relación que existía entre geografía y conquistas, entre la
descripción detallada de lugares y regiones y el ejercicio del control político, en los mundos griego y
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romano. Las campañas y conquistas de la época fueron posibles gracias a los escritos geográficos
anteriores que suministraban información acerca de los recursos y las gentes, y, a su vez, permitieron
un importante crecimiento del saber geográfico. La utilidad de la geografía era “proporcionar la
información que permitiese a los dirigentes conquistar más territorios y mantener el poder en las
tierras que regían” (Unwin, 1995: 84). Así, la información, por ejemplo, sobre las dimensiones
de un territorio, las características de sus suelos y accidentes, y la historia de sus pueblos,
estaba condicionada también por los intereses políticos de la época.
Estas tradiciones temáticas estarán muy presentes en todo el mundo antiguo, y aunque permanecerán
relativamente acalladas durante el orden feudal, volverán a expresarse con fuerza en el proceso de
desestructuración de este orden feudal y conformación del orden moderno. Broek (1967: 18) señala
que “el Renacimiento trajo, como en otros campos, el restablecimiento de la geografía clásica”. Un
ejemplo de ello es la utilización de la obra Geographia de Ptolomeo como referencia básica para las
exploraciones portuguesas y españolas de los siglos XV y XVI.
Para pensar la geografía actual, estos “antecedentes” son de gran valor en la medida en que en ellos
ya aparecen núcleos temáticos y problemáticos que atravesarán toda la disciplina, dando lugar a
múltiples obstáculos y respuestas que representan, en gran medida, fuente de dificultades pero
también de riqueza.
Los grandes viajes de exploración y conquista de fines de la Edad Media rescatarán el interés por los
conocimientos que permiten desplazarse en la superficie terrestre y explorar más allá de lo conocido;
en un proceso que se realimenta a sí mismo, los conocimientos disponibles serán puntos de partida
para emprender nuevas aventuras de exploración, al tiempo que el perfeccionamiento de equipos e
instrumentos de navegación lo hacen posible. Los avances cartográficos acompañarán estos
procesos, permitiendo conocer y representar las extensiones reales, medir las distancias o delimitar
territorios con precisión creciente. Así, con el conocimiento de nuevos territorios comenzó a
configurarse otra imagen del mundo.
El descubrimiento y exploración de nuevos territorios, a su vez, proveerá insumos para nuevas
descripciones; las mismas tendrán, ciertamente, fines utilitarios vinculados con el inventario de las
riquezas pasibles de ser apropiadas, y su posterior apropiación efectiva. Pero tendrá también impacto
en la cultura, a través de descripciones y narraciones que se consumirán como obras literarias,
mezclas de realidad y fantasía, que alimentan el interés por conocer lo nuevo y lo diferente entre
algunos grupos, limitados por cierto, de las sociedades de la época. Conocer el mundo como
totalidad (aunque en gran medida siga siendo una totalidad imaginada) y conocer sus lugares en
forma pormenorizada (aunque sigan siendo sólo algunos lugares), tendrá notables consecuencias en
la transformación de las cosmovisiones imperantes, y pasará a ser parte del acervo cultural
disponible.
La ciencia moderna
La edad Moderna estará asociada a profundos cambios sociales, en todos sus órdenes. La
contestación del orden social vigente tendrá una de sus herramientas en la desacralización de las
explicaciones, hasta entonces monopolio de las interpretaciones teológicas, y en la consolidación de
lo que luego llamaremos ciencia moderna. Se instala la presunción de que el hombre, por medio de
la razón, puede conocer el porqué de las cosas; y para esto, es necesario descomponer las totalidades
y observar las causas (o cadenas causales), de manera objetiva y sistemática. Galileo y Newton
resultan paradigmáticos en este sentido.
Lo anterior implica una nueva relación con la naturaleza, que deja de ser expresión de lo divino
para comenzar a ser objeto de indagación; la razón humana y la observancia de ciertas reglas
permiten dar cuenta del orden natural, describirlo y explicarlo a través del establecimiento de las
causas subyacentes. La indagación de la naturaleza y la comprensión de sus mecanismos causales no
es sólo una aventura de conocimiento. Es también la posibilidad de manipular esa naturaleza en
función de objetivos humanos, y la capacidad que algunos actores sociales tengan para hacerlo
definirá también su rol en la sociedad. La burguesía en ascenso comprende esto inmediatamente.
La expansión del mundo conocido proveerá de una naturaleza casi inagotable, que será objeto de
observación sistemática y de clasificación e inventario. El conocimiento de los mecanismos
subyacentes al orden natural permitirá el creciente aprovechamiento de los elementos y procesos de
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este orden natural, realimentando el prestigio creciente de la ciencia como forma de conocimiento, y
el poder económico de quienes están vinculados a su utilización.
Pero el interés por comprender la naturaleza no es sólo instrumental. También se vincula con el
interés por comprender a los hombres y a la sociedad en su conjunto. El Iluminismo es la corriente
de pensamiento que expresa de forma más acabada la preocupación de ese momento por comprender
qué papel juega el orden natural en el social. Colocando al hombre en un lugar central, el Iluminismo
se interesó por comprender cómo se relaciona la historicidad de lo natural con la historicidad social
(Quaini, 1981). Y por supuesto las descripciones sobre otros lugares y otras sociedades que
derivaban de exploraciones, proveyeron las bases empíricas para este tipo de reflexiones. Temas
como la influencia de las condiciones naturales en las sociedades serán objeto de reflexión por parte
de pensadores de la ilustración como Montesquieu o Rousseau.
El conocimiento del territorio será también una necesidad de los estados que se van consolidando en
el período moderno. Razones prácticas vinculadas con la delimitación precisa, el inventario de
poblaciones y recursos o la facilitación de la circulación se unirán a otras vinculadas con la
construcción de argumentos legitimadores de la pertenencia de los habitantes y la homogeneización
interna. La crisis de los vínculos de vasallaje requerirá la construcción de nuevos discursos de
pertenencia, y la idea del pueblo vinculado a un territorio se irá consolidando cada vez más.
Para concluir este primer título, interesa remarcar que sus contenidos muestran cómo, a lo largo del
tiempo, han estado presentes temas que, con posterioridad y ya definida la geografía como ciencia,
serán objeto de su interés. En algunos casos estos temas fueron reconocidos bajo el rótulo de
geografía, en otros no; pero cuestiones tales como la localización y la distribución en la superficie
terrestre, la descripción de los rasgos particulares de los lugares, la comprensión de la naturaleza y
sus relaciones con la sociedad, atraviesan la historia y van adquiriendo peso propio. Algunos están
presentes antes de que pueda hablarse de ciencia como la entendemos actualmente; otros –o los
mismos con nuevos significados– se imbrican en la constitución misma de esta ciencia moderna,
pero son siempre temas de interés. Aparecen esbozados cuestiones y problemas que desafiarán a los
estudiosos y para los cuales se propondrán distintas respuestas, que irán perfilando la geografía
actual: tradiciones físicas o matemáticas interesadas por la localización, o humanas más
relacionadas con la descripción; el papel central de la representación cartográfica; la descripción
de lugares y sociedades como espejo de quien hace la descripción; y, atravesando todo, la relación
entre los hombres y la naturaleza.
Humboldt y Ritter
Los "padres" de la geografía
En 1859 mueren dos personalidades que marcarán profundamente el pensamiento geográfico:
Alexander von Humboldt y Karl Ritter. Mientras el segundo se adscribe explícitamente a la
geografía, el primero no lo hace, y es frecuente que su condición de geógrafo sea puesta en duda. Sin
embargo, el carácter de sus obras y, más aún, la influencia que tendrán en la geografía, los colocan
en una posición destacada para comprender la constitución de la disciplina; puede decirse que ambos
“resumen” en sus obras el estado de las preocupaciones geográficas en la primera mitad del siglo
XIX. En ambos se conjugan, en forma compleja y a veces contradictoria, perspectivas científicas de
corte positivista con filosofías de corte idealista y racionalista; son, en este sentido, expresión de una
época de transición.
Alexander von Humboldt nace en 1769 en Berlín (reino de Prusia), y tras una esmerada educación
inicial estudia Geología en la Escuela de Minas de Friburgo. Luego de desempeñarse en el
Departamento de Minas de Prusia, lo que le permite viajar por Alemania, se instala en París.
Durante cinco años (1799-1804) recorre distintos lugares de América junto con Bonpland, viajes en
los que recogerá gran cantidad de datos y experiencias. Ya de regreso, Humboldt comienza a
trabajar sobre la información recogida y a publicar. Entre estas publicaciones pueden nombrarse
los Viajes a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, los Cuadros de la naturaleza y el
Cosmos. Ensayo de descripción física del mundo del que publica 4 volúmenes. Murió durante la
redacción del quinto.
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Humboldt es un intelectual prominente que alcanzó gran reconocimiento en su época. Muy influido
por el racionalismo, comparte la fe en la razón, la libertad de pensamiento y la idea de progreso.
Adscribe al romanticismo con su énfasis en las sensaciones perceptivas provocadas por la
naturaleza, o su idea de unidad del todo, pero no en sus formas idealistas extremas que invalidan
los hechos empíricos. Al mismo tiempo, está fuertemente influenciado por el positivismo, lo que lo
lleva a rechazar la especulación y defender el tratamiento cuidadoso de la información y la
descripción de los hechos concretos. En Humboldt subyace una concepción totalizadora y armónica
de la naturaleza.
En sus trabajos, Humboldt utiliza lo que él denomina empirismo razonado. Se trata de un itinerario
metodológico que parte de la observación del paisaje, en la cual la naturaleza transmite una
sensación al sujeto, quien filtra esta sensación a través de su subjetividad produciéndose así una
impresión que contiene ya un presentimiento del orden o leyes subyacentes. Luego de esta primera
etapa, el investigador debe abocarse al tratamiento de la información empírica relevada, de manera
objetiva y sistemática, para establecer las conexiones que se prefiguraron en la impresión. En tercer
lugar, el material sistematizado es puesto en relación con la visión sensorial del investigador para
producir una descripción fundamentada del paisaje, que permite describir la individualidad del área
estudiada. Se prosigue por último en el camino de la generalización, para llegar al establecimiento de
leyes de distribución y combinación espacial de los fenómenos de la superficie terrestre (Moraes,
1989). Interesa rescatar aquí que este método permite articular la diversidad y la unidad, esto es, los
estudios sistemáticos y los de síntesis; por otra parte, posibilita relacionar también la individualidad
de un área con la universalidad (la Tierra); y vincular también la subjetividad (percepción sensible) y
la objetividad (datos empíricos). Todas estas son cuestiones centrales al conocimiento geográfico,
que reaparecerán permanentemente en la disciplina.
Para Humboldt, la geografía es una ciencia sintética, que trabaja con relaciones entre fenómenos
diversos, pero teniendo por objetivo establecer leyes. Como ciencia de síntesis, busca las conexiones
o relaciones entre los fenómenos que se expresan en la superficie terrestre. No se interesa por lo
único sino por lo universal y constante, lo que permite llegar a la formulación de leyes. Por otra
parte, la geografía de Humboldt es un estudio de la naturaleza, que considera a los hombres como un
elemento más del cuadro natural. Todo esto está atravesado por la idea de unidad de la Tierra y la
naturaleza, cuyo orden y armonía se manifiestan y deben ser encontrados.
Antonio C. Robert Moraes (1989) señala que Humboldt lega a la geografía varias cuestiones que
serán fundamentales para la disciplina:
Una de ellas es pensar a la geografía como una ciencia de las relaciones, esto es una ciencia
sintética (opuesta a una ciencia sistemática). La dicotomía entre geografía general o sistemática
y geografía regional se inscribirá, recurrentemente, en esta cuestión.
Otra es el lugar central del estudio del paisaje, en el que la visión o percepción humana juega un
papel activo. La relación entre objetividad y subjetividad, que está implícita en este planteo, será
también un tema/problema recurrente en la geografía.
El planteo de que el estudio de lo local es la puerta de entrada para el estudio de lo general y
global, es otra cuestión que queda planteada en la obra de Humboldt, y que volverá a instalarse
reiteradamente en torno al problema de las escalas geográficas.
Karl Ritter nace en Sajonia en 1779 en el seno de una familia burguesa profundamente religiosa, y
estudia en la Universidad Halle. Muy comprometido con la educación, tiene contactos con
Pestalozzi y trabaja por casi veinte años como preceptor de niños de familias acomodadas. En 1820
es designado profesor de la primera cátedra de Geografía en la Universidad de Berlín. En 1817
publica el primer volumen de su gran obra Die Erdkunde –o Geografía general comparada–, de la
que llegarán a publicarse 19 volúmenes hasta su muerte.
La obra de Ritter es fundamentalmente una obra de gabinete, que ordena el material existente
dentro de una secuencia lógica, con conceptos sistematizados y clara definición del universo y
objetos de análisis. Representa un inventario del conocimiento disponible en su momento, que se
alimenta con la profusa información proveniente de viajeros y exploradores, además de estadísticas
de todo tipo. Retoma, en este sentido, la vieja tradición descriptiva de la geografía.
El autor reconoce varios abordajes posibles para la geografía. Por una parte, lo que denomina
geografías especiales se ocupa de abordar clases de fenómenos desde lo regional (relevamiento de lo
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La institucionalización de la geografía
Introducción
A lo largo del siglo XIX, y especialmente durante su segunda mitad, diversos factores concurrirán al
establecimiento de la geografía como una disciplina con carácter autónomo, integrante del
concierto de las ciencias. Entre ellos, cabe destacar la expansión del número y consolidación social
de las denominadas sociedades geográficas, muy vinculadas al proceso de exploración y
colonización territorial. También la presencia de la geografía en los programas de enseñanza
básica que se fueron estableciendo a lo largo de este siglo obligó a formar a un cuerpo de
profesores que asumiese esta tarea, los que a su vez fueron conformando un grupo o cuerpo
específico de individuos que se reconocían como geógrafos y actuaban como tales. Esto también
incentivó el establecimiento de cátedras universitarias de Geografía, que se intensificó a partir de
1860 (Capel y Urteaga, 1984). Por último, la inscripción de la producción geográfica en los
parámetros de cientificidad del período también contribuye a esto. Abordaremos aquí algunos de
estos factores, reservando el vinculado a la geografía escolar para otro Módulo.
civilización más intensa es la relación con la naturaleza. Por otra parte, cada pueblo tendría una
energía (“energía de los pueblos”) que también estaría condicionada por las condiciones naturales en
las que se desarrolla. Fuerza del pueblo y condiciones naturales, juntas, definen los “niveles de
civilización”. Este esquema se enriquece con la consideración de la “difusión” o movimiento de los
pueblos en el espacio; los pueblos más civilizados tienen la capacidad de expandirse y, con esto,
influir sobre otros. A medida que los pueblos “se civilizan”, establecen relaciones más complejas con
sus espacios, al tiempo que tienden a expandirse.
La cuestión del dominio del espacio adquiere una posición central, y dos conceptos formulados por
Ratzel son fundamentales para dar cuenta de ella:
uno es el concepto de territorio, entendido como la porción de superficie terrestre apropiada por
un grupo humano; y
el otro es el concepto de espacio vital, que expresa la necesidad de territorio de una determinada
sociedad, variable según sean su bagaje tecnológico, sus efectivos demográficos o los recursos
naturales disponibles (Moraes, 1989).
Así, toda sociedad necesita de un territorio en tanto espacio vital, y su defensa pasa a ser un
imperativo de la historia. La historia es vista entonces como una lucha por el espacio, en la que los
más fuertes (civilizados) serán los vencedores. La defensa del territorio será una necesidad
fundamental a la hora de comprender el proceso de organización del Estado; una vez constituido, el
Estado adquiere autonomía y se transforma en el principal agente del proceso histórico, teniendo
entre sus principales intereses el apetito territorial.
A la luz de lo expuesto, pueden señalarse algunas cuestiones importantes para el tratamiento del
tema. La primera es observar que la relación entre condiciones naturales y sociedad, en Ratzel, es
más compleja y mediada que lo que suele reconocerse. La cultura, la tecnología, entre otros, están
presentes mediando esta relación, alejándola de las visiones deterministas más simplistas. A pesar de
esto, gran parte de los difusores del pensamiento ratzeliano transmitieron estas últimas visiones,
llegando a formular afirmaciones tales como las que vinculan las regiones planas con el predominio
de las religiones monoteístas (Ellen Churchill Semple) o, aunque menos burdas pero más difundidas,
las que relacionan las condiciones climáticas con la civilización (según las cuales, por ejemplo, el
rigor de los inviernos explicaría el mayor desarrollo de la Europa del Norte, o las afirmaciones
acerca de la indolencia del hombre tropical comparado con el industrioso septentrional, que se
han utilizado como explicación de las diferencias entre las colonias de Brasil y Estados Unidos).
La segunda es notar la coherencia de estos planteamientos con los intereses de las sociedades
europeas dominantes de ese momento. El planteo ratzeliano es, en gran medida, una explicación
“científica” de lo que está ocurriendo: expansionismo, colonialismo, consolidación nacional y puja
entre estados, orden capitalista y diferenciación social extrema. Todos estos hechos encuentran su
explicación y, más aún, su justificación. Y más interesante aún es el vínculo que, en esta
justificación, se establece con el orden natural; esto lleva a la naturalización del orden social y, en
concordancia, al carácter necesario de dicho orden. El darwinismo social resulta bastante evidente.
Los distintos pueblos serán ordenados en un orden evolutivo, desde los más “primitivos” hasta los
más “civilizados”, abriendo paso a relaciones jerárquicas y de dominación de los segundos sobre los
primeros.
Vinculado con lo anterior, cabe destacar el rol central que adquiere la relación entre Estado y
territorio, y la justificación del expansionismo, que tendría bases en una energía propia y diferencial
de los pueblos, y en sus necesidades territoriales (como su espacio vital). En último término, estas
tendrían razones de índole natural. Estos planteos tendrán importantes consecuencias. Por una parte,
serán retomados por ideólogos de la geopolítica y darán sustento y justificación a hechos como el
expansionismo alemán en el siglo XX, con nefastas consecuencias. Por otra, y para el campo de la
disciplina, llevarán –por reacción– a un alejamiento o desconsideración del rol de la política en la
explicación de la organización espacial, que perdurará por muchos años.
Nuevamente, y para concluir este título, resulta de interés dejar instalada la pregunta acerca de
las relaciones entre estos temas, conceptos y enfoques, con los contenidos que serán impartidos
por la geografía escolar.
E. Reclus
La obra de Elisée Reclus expresa también una clara asunción de los postulados evolucionistas que
permiten la comprensión unificada de lo físico y lo humano en geografía. Sin embargo, y a
diferencia de Ratzel, Reclus se aleja del darwinismo social poniendo énfasis en las nociones de
armonía y concordancia de los hombres y la Tierra.
Este geógrafo francés (1830-1905) tuvo una importante militancia anarquista, que lo llevó a la cárcel
y al exilio. Esto mismo tuvo relación con su alejamiento del mundo académico y universitario
francés, razón por la que en la geografía “oficial” fue ignorado por mucho tiempo. Sin embargo, su
profusa obra tuvo gran difusión entre el público, alcanzando a sectores populares que permanecían
ajenos a las publicaciones académicas. En 1868 publica La Terre, y entre 1876 y 1905 se publican 19
volúmenes de su Nouvelle Geographie Universelle, una obra en la que describe detalladamente, para
cada región, los movimientos generales que se producen en el globo. En 1905 publica L’homme et la
Terre, respecto de cuyos objetivos el autor expresa:
Hace algunos años (...) Trazaba el plan de un nuevo libro en el que se expondrían las condiciones
del terreno, del clima, de todo el ambiente en el que se han producido los acontecimientos de la
historia, en el que se mostraría el acuerdo de los Hombres y de la Tierra, en el que se explicarían
las actuaciones de los pueblos, de causa a efecto, por su armonía con la evolución del planeta. Este
libro es el que presento ahora al lector. (Elisée Reclus, El hombre y la tierra, tomado de Gómez
Mendoza, 1994: 217)
En el mismo texto, más adelante, el autor da una muestra acabada de su propuesta de trabajo:
La emoción que se siente al contemplar todos los paisajes del planeta en su variedad sin fin y en la
armonía que les da la acción de las fuerzas étnicas, siempre en movimiento, esa misma dulzura de
las cosas, se siente al ver la procesión de los hombres bajo sus vestimentas de fortuna o de
infortunio, pero todos igualmente en estado de vibración armónica con la Tierra que los lleva y los
alimenta, el cielo que los ilumina y los asocia a las energías del cosmos. (Ibídem, p. 218)
Los párrafos citados muestran que el autor coloca en lugar central la consideración de la relación
entre los hombres y el medio, pero lo hace poniendo énfasis en ideas de armonía y concordancia
entre ellos (retomando con esto las ideas de Rousseau). Esta armonía entre el hombre y la naturaleza
está rota, según el autor, por la constante violación de la justicia entre los hombres, que exige
siempre venganza, con lo cual el desequilibrio se reproduce. La superación
de este desequilibrio reposa y reclama cambios en la organización social,
que permitan el imperio de la libertad humana, la que sólo puede
garantizarse cuando el hombre se integra en forma armónica con el orden
natural.
La obra de Reclus presenta un gran interés para el tema que nos ocupa, en
la medida en que muestra que la misma matriz positivista y evolucionista
que se reconoce en Ratzel puede ser utilizada para dar lugar a formas
totalmente diferentes de seleccionar, tratar e interpretar los mismos temas.
Su obra es hoy considerada fundacional de una geografía social, en tanto
coloca a la organización de las sociedades en un lugar central para
comprender los procesos de organización del espacio geográfico. Sin
embargo, fue ignorada por la geografía durante mucho tiempo, y recién en
las últimas décadas ha sido rescatada y analizada.
Imagen. Tapa de la edición española de El hombre y la Tierra. de Elisée Reclus. Incluye una
selección de textos de la obra original, introducidos por Béatrice Giblin, geógrafa que contribuyó
de modo fundamental al rescate de la obra de este autor.
Por una parte, comenzará a rechazarse la cientificidad positivista, que coloca a las ciencias naturales
como modelo, reconociéndose en cambio la especificidad de las ciencias humanas y abriendo paso a
la consideración de una antinomia entre historia y naturaleza. Por otra parte, se pondrá en duda el
objetivo de formular leyes para los fenómenos sociales, reconociéndose el carácter contingente que
los caracteriza; en lugar de buscar explicaciones causales, se propone alcanzar la comprensión de los
hechos. También la objetividad que rige la relación entre sujeto que conoce y objeto conocido es
puesta en cuestión, en la medida en que quien conoce los hechos sociales está inmerso en ellos, y por
lo tanto la distancia entre ellos es, cuando menos, ilusoria. Las generalizaciones propias del
evolucionismo aplicado a lo social también serán puestas en cuestión, en la medida en que resulta
cada vez más evidente la imposibilidad de acomodar la información que la investigación etnográfica
aporta sobre distintos pueblos en una línea evolutiva lineal; en lugar de esto, la indagación se
orientará hacia la comprensión de cada sociedad, de su funcionamiento (esto se conocerá en
antropología como funcionalismo). Y esto mismo se aplicará también al conocimiento geográfico, en
el que los postulados deterministas no logran superar las formulaciones vagas y simplistas, sin
alcanzar las pretendidas leyes que expliquen de modo universal y necesario estas relaciones.
El historicismo rescatará la dualidad que Kant ya había establecido entre naturaleza y espíritu,
afirmándose que así como la primera es el reino de lo necesario, la historia es el reino de la libertad.
Las ciencias que se ocupan del estudio de cada una de ellas, necesariamente, deben ser diferentes.
Las ciencias humanas o del espíritu parten de reconocer que la característica básica de la humanidad
es la historicidad de los procesos, los cuales acontecen en forma intencional y están atravesados por
valores: en ellas la neutralidad es ilusoria. Y la especificidad de este conocimiento admitirá también
otros métodos que no son el positivista: la intuición, la sensibilidad o el conocimiento empático
(contacto directo y total con el objeto que se quiere observar, netamente sensible), son aceptados
como vías o caminos válidos hacia el conocimiento.
Como consecuencia de todo esto, el interés se irá desplazando desde la búsqueda de lo regular y
repetible (pasible de formularse en leyes) hacia la consideración de los hechos singulares, cuyas
características particulares serán objeto de comprensión en lo que tienen de único y particular. En
geografía, estas perspectivas darán lugar al paulatino abandono de las pretensiones de comprender
regularidades, para centrarse en el estudio específico de porciones de la superficie terrestre, las
regiones.
Es habitual reconocer dos grandes escuelas de geografía regional, la francesa en torno a la figura
de Paul Vidal de La Blache, y la alemana en torno a Alfred Hettner, cuyos planteos serán
continuados y profundizados, ya cerca de la mitad del siglo XX, por Richard Hartshorne, en
Estados Unidos.
cristalizados por la costumbre (la historia), que expresan las formas de adaptación de dicho grupo a
las condiciones del medio geográfico. Esto muestra que el interés por la relación hombre-medio
sigue siendo fundamental en Vidal, pero sin –o incluso, contra– las pretensiones de necesidad y
universalidad positivistas.
El género de vida se expresará en una unidad espacial que tendrá características propias,
fundamentalmente una relativa autonomía funcional. Esta unidad espacial es la región, la que se
convierte así en objeto privilegiado de estudio para la geografía. La región tendrá un interés
intrínseco, que resulta de sus características peculiares y únicas, y el paisaje será la expresión
fenoménica de estas características peculiares, que se manifestará a la observación y a la sensibilidad
del investigador, quien a través de una aproximación empática será capaz de captar la esencia de
dicha región.
La región vidaliana permite, de este modo, superar los problemas planteados por el determinismo,
sin por esto abandonar el interés por la relación entre el hombre y el medio. Al mismo tiempo,
permite superar la dicotomía entre el conocimiento sistemático de los distintos aspectos que
intervienen en la comprensión de las especificidades de un lugar (propio de la geografía sistemática
o incluso escindidos de ella y transformados en campos disciplinarios autónomos) y la descripción
detallada de las particularidades de los lugares. Combina, así, las grandes tradiciones disciplinarias:
conocimiento sistemático de un fenómeno en su despliegue en la superficie terrestre, por un lado, y
conocimiento descriptivo e integrado de las peculiaridades de un lugar resultantes de la forma
específica en que estos distintos fenómenos se combinan él. Y al habilitar la vía sensible y empática
para su estudio, reafirma el carácter humano e histórico de la construcción regional. El énfasis en la
relación de los grupos humanos con su medio tendrá, asimismo, un carácter político conservador que
resulta adecuado a una sociedad que ya se ha consolidado como Estado nacional y necesita reafirmar
la pertenencia de su pueblo (Escolar, 1992).
La propuesta vidaliana, sin embargo, no estará exenta de problemas. Por una parte, la dicotomía
entre lo humano y lo físico permanece subyacente al abordaje regional, y se expresará, en la
tradición de las monografías regionales , en un tratamiento sistemático y muchas veces desvinculado
de uno y otro. Por otra parte, el énfasis puesto en captar las peculiaridades de la región desembocará
en un abandono de la consideración de la totalidad en la cual dichas regiones se incluyen, la que
aparece, en más de un caso, como la mera suma de las partes (regiones).
El énfasis puesto en la historia y en lo humano permitiría suponer que la geografía vidaliana se
aproxima a las ciencias humanas o sociales; sin embargo, Vidal de La Blache negó esta posibilidad,
al afirmar que la geografía es la ciencia de los lugares y no de los hombres. Con esto, colocó a la
geografía en una posición de excepción que, más tarde, será blanco de fuertes críticas.
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Radicalismos geográficos
La determinación del espacio geográfico a partir de los procesos
sociales
Con el nombre de geografías radicales se menciona un conjunto de perspectivas geográficas
caracterizadas, en términos generales, por su posición de compromiso con la transformación social y
sus aspiraciones de convertir a la geografía en un instrumento para dicha transformación. Estas
perspectivas se consolidan entre finales de la década de 1960 y la de 1970 en los medios académicos
de los países desarrollados de Europa y América del Norte. Coincide con un contexto de
efervescencia y contestación social, del que el Mayo francés, de 1968, es un hito por todos conocido.
Las razones que llevan al surgimiento y consolidación de este movimiento son heterogéneas pero,
más allá de estas diferencias, las críticas al orden socioeconómico imperante son el telón de fondo
que permite considerarlas en conjunto. Por una parte, el reconocimiento de que las expectativas
positivas instaladas tras el fin de la Segunda Guerra Mundial no se habían cumplido en términos del
mejoramiento de las condiciones de vida de la población mundial, siendo que por el contrario las
diferencias se habían acentuado, lleva a una actitud de crítica y desencanto respecto del modelo de
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tradición marxista tuvo nuevo impulso también aquí. Por otra parte, la crítica radical tuvo en Francia
un blanco diferente, pues se orientó contra la geografía regional tradicional.
En Francia, la revista que cumplió un papel central en este movimiento fue Herodote, que comenzó a
publicarse a mediados de los años setenta por iniciativa de Ives Lacoste, un conocido geógrafo
francés con una larga tradición de estudios regionales. En esta revista, por ejemplo, tuvo lugar el
rescate de un viejo geógrafo como Elisée Reclus, que había sido olvidado por la geografía
académica.
La geografía radical francesa centró sus críticas en el carácter “supuestamente” ingenuo e irrelevante
de la geografía regional, y en particular en su relación con la formación de profesores y el contenido
escolar. En su libro Geografía, un arma para la guerra, Ives Lacoste denunció a esta geografía de los
profesores como una “cortina de humo” que, instalando en la formación básica destinada a toda la
población la idea de una geografía memorística e irrelevante, ocultaba los verdaderos alcances del
saber geográfico. Estos alcances sí eran valorados, en cambio, por lo que él denomina la geografía
“de los estados mayores”, esto es, por los grupos de poder que estaban en condiciones de valorar y
utilizar en función de sus intereses el conocimiento pretendidamente “neutro o ingenuo” del trabajo
regional, dando ejemplos de que efectivamente así lo hacían.
Más allá de las diferencias que las perspectivas radicales muestran entre sí, hay algunos elementos
comunes que merecen ser rescatados. En primer lugar, el movimiento radical significó para la
geografía una instancia de aproximación a la tradición de estudios sociales muy importante, que
rompió definitivamente con el aislamiento de esta ciencia “excepcional”. Para bien o para mal, la
geografía se vio obligada a incorporarse a foros de discusión científica, compartir conceptos,
justificar resultados; ya no fue suficiente decir que la geografía era “lo que los geógrafos hacen” para
justificar la pertinencia o relevancia de sus resultados. Y esto dio lugar a un proceso de
enriquecimiento de la disciplina que es insoslayable.
En segundo término, la geografía se vio obligada a revisar sus fundamentos teóricos y a desarrollar
nuevos, que permitiesen justificar su existencia. La noción de producción social del espacio ocupa
aquí un lugar central, ya que es la que permite articular el estudio del espacio con el de lo social en
general. Por supuesto, esto sacude viejas estructuras conceptuales vinculadas a la relación entre
hombre, medio y organización espacial, que se habían mantenido en precario equilibrio por mucho
tiempo (al decir de algunos, por “demasiado” tiempo). Otro tanto sucede con la dicotomía entre
geografía humana y geografía física, y por supuesto con los problemas del determinismo ambiental y
el análisis regional.
La geografía radical tampoco estuvo exenta de críticas, y quizás la más importante se vincule
también con la noción precitada. El énfasis puesto en lo social y la consideración del espacio como
un reflejo supusieron el riesgo de que el estudio de este acabara perdiendo sentido. En efecto, si el
espacio es un mero reflejo de lo social, debería ser suficiente con estudiar lo social para
comprenderlo. Y en efecto, en más de un caso las investigaciones realizadas llevaron, de hecho, a
esta situación. El mismo orden social –en esencia, el capitalista– daba cuenta de todas las formas de
organización espacial posibles, con lo cual los alcances del conocimiento derivado de estos estudios
terminaba siendo limitado. Por otra parte, el énfasis puesto en la teoría y en la conceptualización, en
muchos casos acabó desdibujando el papel de lo empírico; se produjo así una especie de movimiento
pendular, que al tratar de alejarse del empirismo extremo de las propuestas tradicionales acabó
produciendo una geografía vaciada de estos contenidos y centrada en afirmaciones generales que no
hacían más que reiterar lo que ya había sido establecido, en muchos casos, por autores clásicos de las
ciencias sociales.
Sin embargo, estas críticas también dieron lugar al desarrollo de propuestas que intentan superarlas,
dando origen a lo que en términos generales se conoce como geografías críticas. Si bien estos
desarrollos se retomarán en el Módulo 2, cabe aquí indicar que los mismos se han centrado,
precisamente, en tratar de comprender el papel que el espacio tiene en los procesos sociales, teniendo
en cuenta su “contenido” de naturaleza e historia. Ni mero contenedor ni mero reflejo, el espacio
geográfico seguirá, así, ubicándose en un lugar central para la disciplina.
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La perspectiva antropocéntrica
“Los individuos entran a escena” sería una expresión útil para introducir estas perspectivas
geográficas. En efecto, y más allá de la extrema diversidad de propuestas que se engloban bajo el
rótulo de humanismos geográficos, todas ellas comparten el hecho de poner énfasis en los individuos
y en los factores subjetivos asociados a ellos. Se trata de perspectivas antropocéntricas, esto es que
colocan a los individuos en el núcleo de interés. Buscan un enfoque holístico de la realidad, evitando
las fragmentaciones temáticas mediante la centralidad de la experiencia humana (García Ramón,
1985).
Un antecedente importante lo constituye la denominada geografía de la percepción, inscripta
originalmente en el marco cuantitativo, que buscó dar cuenta de aquellos aspectos que no podían ser
entendidos mediante la indagación de la racionalidad dominante, a través de la captación de los
aspectos vinculados con la percepción subjetiva de los individuos. Por ejemplo, ya en la década del
sesenta se realizaron estudios que permitieron captar los valores subjetivos que los habitantes
otorgaban a ciertos lugares de sus ciudades, lo que permitía explicar los “desvíos” que el precio
del suelo mostraba respecto del comportamiento esperado según los modelos de costo-
distancia. Otro tanto sucede con la percepción de riesgos, fuertemente condicionada por
valores culturales, que desvía el comportamiento de las personas de los parámetros
“racionales” esperables.
Basadas en perspectivas fenomenológicas y existencialistas, estas miradas geográficas pondrán
énfasis en la subjetividad, cuestionando la existencia de un mundo objetivo independiente de la
existencia del hombre. La experiencia es la base del conocimiento, y por lo tanto la experiencia
individual debe ser considerada. Específicamente, en geografía interesa la relación entre la
experiencia y la dimensión espacial, que se plasmará en conceptos tales como el de mundo vivido,
que remite a la conjunción de hechos y valores que abarca la experiencia cotidiana personal, o el de
lugar, entendido aquí como un espacio concreto cargado de significado para el ser humano, que está
unido a él por una vinculación afectiva o emocional.
En algunos casos, estas perspectivas se proponen como complementarias de otras, procurando un
entendimiento más acabado del objeto de estudio. Es el caso, por ejemplo, de los trabajos que
plantean la consideración de dimensiones ideológicas o subjetivas en articulación con las
estructurales, para comprender una determinada forma de organización espacial. Se reconoce
así que, si bien un determinado espacio puede estar organizado en función de las lógicas dominantes
(por ejemplo, la capitalista) el mismo es también un lugar cargado de significados para los
individuos que lo habitan; todo junto, se especifica en ese lugar y le otorga peculiaridad.
En otros casos, las dimensiones subjetivas cobran absoluta centralidad, dejando de lado la
consideración de las estructuras. El hombre pasa a ser el núcleo de estas indagaciones, interesadas en
comprender sus acciones a partir de como él mismo las entiende y valora, contribuyendo con esto a
que se comprenda a sí mismo.
La distinción entre sujeto y objeto, al igual que las pretensiones de objetividad y neutralidad, pierden
gran parte de su sentido en estas perspectivas. La búsqueda de explicación es reemplazada por la
comprensión. Las metodologías participativas son privilegiadas, en tanto permiten una mayor
proximidad y compromiso. Y los objetos de indagación se multiplican: literatura, films y
representaciones (pinturas, mapas, etc.) son fuentes para comprender el valor del espacio y poder
comprender, a través de esto, sus características.
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Entendemos que estos contenidos resultan fundamentales a la hora de comprender nuestra práctica
docente en las escuelas y, más aún, cuando nos interesa transformarla para cumplir mejor con
nuestros objetivos educativos. Suele suceder que los docentes no tenemos acabado conocimiento de
los orígenes y fundamentos del contenido de nuestra disciplina, de los temas que incluimos y de las
perspectivas desde las cuales los abordamos. La evaluación de nuestro quehacer, en términos del
contenido disciplinar, resulta por esto muy difícil de realizar. Lo mismo sucede con la incorporación
de nuevas perspectivas y temas, muchas veces incentivada por cambios curriculares o por tendencias
y “modas”, en la medida en que no tenemos herramientas suficientes para evaluarlas y enfrentarlas.
Gran parte de lo expuesto en este Módulo atraviesa, de múltiples y muchas veces contradictorias
maneras, nuestra práctica docente, y también nuestra formación como profesores. Apropiarnos de
estos fundamentos nos permitirá organizar mejor nuestro quehacer y, más aún, ponerlo en relación
con los desafíos que se nos presentan para resolverlos adecuadamente. En tiempos de cambio como
los actuales, los profesores de geografía hemos enfrentado reiteradamente la sensación de que nada
de lo que hacemos y sabemos tiene relación con “lo nuevo” que nos piden que hagamos de ahora en
más, lo que nos lleva a la desvalorización y la parálisis. Frente a esto, y para hacer frente a esto,
proponemos lo contrario: sólo a partir de lo que sabemos podremos transformar. Y los
contenidos aquí expuestos se orientan a esto.
Para seguir andando, los invitamos a reflexionar en torno a su presencia o ausencia en vuestra
formación y vuestras clases, preparándonos con esto para los próximos Módulos.
Bibliografía
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