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En nuestro país, la gran migración del campo a la ciudad tuvo lugar en las décadas
posteriores a la posguerra, cuando millones de españoles se desplazaron a las capitales
persiguiendo esas oportunidades laborales que se esfumaban día tras día en el entorno
rural. Muchos se hacinaron en las periferias de las grandes urbes, otros, en las ciudades
dormitorio emergentes. Como ocurría con la mayoría de migraciones en todo el mundo,
fue una huida por necesidad, no por gusto, ante una crisis (económica, social, bélica)
en el lugar de origen.
Desde esa perspectiva, suena extraño que la migración pase a ser un privilegio, pero a
juzgar por los datos de uno de los informes “en proceso” del Foro Económico Mundial,
es lo que ha ocurrido durante las últimas décadas en Estados Unidos. La razón, señala el
trabajo llamado '¡Atrapados!', el aumento continuado del precio de la vivienda, que
se ha erigido como una barrera antipobres para la migración en aquellos lugares
donde se concentra el mejor empleo.
Si antes eran los pobres los que se mudaban para probar suerte en otro lugar, el
encarecimiento de la vivienda ha cambiado las tornas
Los autores, el economista Tamim A. Bayoumi, autor del libro sobre la crisis
financiera 'Unfinished Business', y Jelle Barkema, analista del FMI, ponen de
manifiesto que en algún momento alrededor del año 2004 (aunque la tendencia venía de
los años ochenta) la tasa de migración comenzó a descender a medida que la
divergencia en el precio de la vivienda aumentaba. Entre tanto, millones de personas se
quedaron atascadas.
Á. Villarino
En las grandes áreas metropolitanas los asalariados tienden a cobrar bastante más por el
mismo trabajo. En España, por el contrario, los sueldos son iguales que en el resto del
país
En otras palabras, si en un mercado inmobiliario con precios más bajos las capas más
pobres de la sociedad podían permitirse probar suerte en otro lugar mejor —era una
apuesta barata—, el encarecimiento de la vivienda ha provocado que sea más difícil.
“Para aquellos que migran hacia arriba, de localizaciones menos prósperos a más
prósperas, su baja movilidad está determinada por un incremento en el precio de la
vivienda, ya que sus costes no compensan los posibles mejores sueldos”.
Algo que no ha ocurrido en el sentido inverso. Las familias con menos ingresos tienen
también menos razones para hacer las maletas y plantarse en la carísima gran ciudad,
pero raramente las que ya se encuentran allí suelen marcharse. El resultado, la
multiplicación de las áreas urbanas en decadencia. Las que “se han quedado atrás”,
como las denominan los autores. “Los precios son los que se han movido, no la gente”,
añaden.
Las consecuencias, si bien en algunos aspectos pueden resultar positivas —en España,
por ejemplo, frenar la despoblación de las zonas rurales—, pueden ser
particularmente dañinas para la igualdad social, como recuerda el urbanista Richard
Florida, quien en su último libro, 'The New Urban Crisis', ha alertado sobre los
problemas relacionados con la polarización urbana. “El resultado final es la creación de
dos economías separadas y geográficamente diferenciadas, con poca interacción entre
ellas, una frontera que desmonta América cultural y políticamente”.
A un lado de esta línea, los trabajadores con menos formación y capacitación laboral,
que se encuentran “atrapados” en las regiones más pobres del país, sin razones ni
posibilidad de migrar. Personas que viven de alquiler o propietarios cuyas posesiones
inmobiliarias se devalúan día tras día (de manera más aguda desde la crisis), cuya venta
les permitiría costearse la posibilidad de probar suerte en las “ciudades dinámicas”,
donde terminarían ejerciendo en el mejor de los casos empleos mal pagados y
precarios. Son los que han dejado de emigrar.
La nueva gran migración, a Seattle y a Silicon Valley. (iStock)
Al otro se encuentra la fuerza laboral mejor formada y remunerada. Los que disponen
de un título universitario siguen migrando entre regiones como hace décadas: tienen el
doble de posibilidades de hacerlo que sus compatriotas. ¿Hacia dónde? A los lugares
donde se encuentran las industrias de tecnología punta, que son las que actualmente
ofrecen los mejores empleos y la mayor productividad. “Ciudades superestrella y
'hubs' líderes” donde se concentran el talento y las mejores oportunidades.
El panorama que se deduce de esta doble tendencia es darwiniano. Unas ciudades salen
adelante y otras se hunden, unas zonas prosperan y otras caen en la depresión. “Las
áreas metropolitanas con precios elevados debido al espacio limitado atraen a los
trabajadores más cualificados a expensas de los otros”, señalan los economistas. “Esta
gentrificación se acumula a lo largo del tiempo a medida que la ratio de trabajadores
cualificados crece en la fuerza laboral total, lo que eleva la desigualdad por los precios
de la vivienda”.
Un círculo vicioso
Las migraciones ya no están protagonizadas por pioneros sin nada que perder, sino por
trabajadores formados que quieren ganar lo que creen merecer
Además, los trabajadores más cualificados no solo abandonan rápidamente las zonas
más pobres en busca de buenos sueldos, sino que suelen hacerlo a un número contado
de ciudades. Los centros urbanos de mediano tamaño, como determinadas capitales de
condado o capitales de provincia, no ofrecen oportunidades laborales lo
suficientemente suculentas como para convertirse en objeto de migración.
Los autores presumen de que su modelo explica alrededor de dos tercios del descenso
de las migraciones entre las zonas pobres de las ciudades y las ricas. Como recuerdan, la
clase de movimiento que “ha ayudado a los vecinos de las zonas de productividad más
baja a mudarse para utilizar sus habilidades de forma más eficiente”. El resultado, una
esclerosis urbana económica y social que aísla las zonas más desfavorecidas, de donde
nadie sale porque no puede y a donde nadie se desplaza porque no le compensa.
Los universitarios hacen la maleta, el resto no. (iStock)
EEUU, como España, vivió espectaculares migraciones, desde la fiebre del oro de
California hasta el viaje de los afroamericanos a los estados del norte después de la
Segunda Guerra Mundial pasando por la ruta de Oregón. Eso puede estar acabándose,
recuerdan los autores. El modelo del futuro puede ser el de San Francisco (Silicon
Valley) o Seattle, que reciban un gran número de inmigrantes, pero no, como en
aquellos casos, pioneros que no tenían nada que perder, sino los hijos de las clases
más altas que saben que allí y tan solo allí podrán ganar el dinero que se merecen.