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APROXIMACIONES PARA UNA COMPRENSIÓN DE LA NOCIÓN DE ESTADO EN MARIO

GÓNGORA1

Juan Carlos Vergara2

El fundamento del verdadero Estado es la


trascendencia de su principio

(Julius Evola)

Quien exige del Estado algo espiritual, ya no


puede ser demócrata

(Othmar Spann)

En el actual debate chileno, cuando se habla de Estado y el papel protagónico que éste debiese
detentar en el ámbito social, económico y cultural, es casi un hecho asociar esto a un
intervencionismo económico y burocrático que tiene por modelo al Estado planificador de los
socialismos reales3. Tras la caída del muro de Berlín (1991), y con el fin de la Guerra Fría mundial
y la Dictadura Militar (1973-1990), la polarización de lo político en Chile pareció haber acabado,
alcanzando todo el espectro partidista bajo legalidad un “consenso” en cuanto a los fines,
caracterizado por un giro desde la social-democracia hacia un modelo de democracia protegida
(altamente tecnocrática) y economía social de mercado4.

A partir de allí, todo un proyecto de Estado vinculado a la izquierda anterior al Golpe,


quedaba atrás –clausurado u omitido–; pero también con él, toda formulación político-cultural que
no se enmarcase dentro del consenso tecno(social)liberal. El efecto de ese “olvido”, al decir de
Tomás Moulián no sólo afectó a la izquierda, sino que también, aunque de modo menos
perceptible, al pensamiento conservador, como Cristi y Ruiz5 han llamado a una singular tradición

1 El siguiente artículo corresponde a la versión extendida y adaptada del segundo capítulo de nuestra tesis de
grado en Historia y Geografía, Mario Góngora: ideario y filiación metapolítica a partir del Ensayo histórico
sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX (Universidad de Ciencias de la Educación –UMCE-,
2017).
2 Titulado en Educación mención Historia, Geografía y Educación Cívica por la Universidad Metropolitana de

las Ciencias de la Educación (UMCE). Coorganizador de las Jornadas Mario Góngora: el pensador y su obra
(2014, UMCE-U.de Ch.) y coeditor de la obra Mario Góngora: el diálogo continúa…once reflexiones sobre su
obra, publicado por Historia Chilena (2017). Se ha especializado en Historia de las Ideas y Filosofía política.
3 Salvo contadas excepciones, como sería la obra de Hugo Herrera titulada ¿De qué hablamos cuando

hablamos de Estado? …………..


4 ver Tomás Moulián, Chile Actual, anatomía de un mito, Santiago, LOM, 2003, pp. 42-43. Cfr. Rolf Lüders, “El

modelo económico chileno y la subsidiariedad” en Claudio Arqueros y Álvaro Iriarte (eds.), Subsidiariedad en
Chile. Justicia y Libertad, Santiago, Instituto Res Publica-Fundación Jaime Guzmán, 2016, pp. 149-172.
5
Renato Cristi y Carlos Ruiz, El pensamiento conservador en Chile. Seis ensayos. Santiago, Ediciones
Universitaria, 1994.
anti-liberal chilena que no debe confundirse con el partido histórico del mismo nombre 6. Dentro de
esta escena conservadora, de acuerdo a Cristi y Ruiz, corresponde al historiador y ensayista Mario
Góngora el mérito de haber alcanzado la mayor realización y autoconciencia de la misma (cita, cfr.
Hugo Herrera).

En efecto, el historiador chileno Mario Góngora (1915-1985), considerado por muchos


como el más importante de la segunda mitad del siglo XX en Chile, hizo suyo este reconocimiento
tras la polémica publicación de su Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los
siglos XIX y XX7, en un contexto de férreo y paradójico embate anti-estatal8 dirigido por la propia
cúpula gubernamental del régimen militar de Augusto Pinochet (1973-1990). Góngora, que había
apoyado inicialmente el Golpe de Estado de 1973, pasó progresivamente a transformarse en un
implacable opositor al régimen militar y su giro neoliberal. El historiador se lanzó contra la
minimización del Estado desde una concepción organicista, vitalista y espiritualista del mismo que
le desmarcaba, igualmente, de una inscripción izquierdista, común a la polaridad
capitalismo/comunismo de la Guerra Fría, presente también en Chile9 bajo dictadura. De allí el
interés que suscita un pensamiento como el de Góngora y su noción de Estado, que, hallándose
allende los márgenes del consenso tecnocrático de la democracia protegida y el libre mercado,
tampoco se inscribe al interior de esa izquierda chilena que debió renunciar a su propio ethos
histórico-revolucionario para seguir existiendo amparada bajo el universalismo de los derechos
humanos.10

“Hay en el cielo un modelo para quien desea contemplarlo...” 11

La de Góngora, sin embargo, no es la obra de un doctrinario, y por eso no encontramos nunca en


ella una descripción o reflexión sistemática y definitiva de lo que sea el Estado. Más bien, se tratará
de alusiones, referencias, pequeñas consideraciones que, al pasar, abren un cuestionamiento, una
interrogación. Al momento mismo de su publicación en 1981, el Ensayo histórico sobre la noción
de Estado suscitó una fructífera polémica12; y más próximos en el tiempo, diversos han sido aún los

6 Cfr. Juan Carlos Vergara, “La noción de derecha en Chile. Contribución a una comprensión histórica”.
Bicentenario. Revista de historia de Chile y América, Vol. 17, N°1, 2018, pp. 25-54.
7 Góngora, Mario, Ensayo sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX. Santiago, La Ciudad,

1981.
8 O como los neoliberales prefirieron llamarla: “antiestatista”. Cfr. Góngora, Mario, “Exposición sobre mi

Ensayo (I-IX-1982)”, texto inédito que figura como apéndice en Góngora, Álvaro, “El Estado en Mario
Góngora, una noción de contenido spengleriano”. Historia. n°25. 1990. p. ___
9 ver Fermandois, Joaquín, Mundo y fin de mundo: Chile en la política mundial 1900-2004. Santiago,

Universidad Católica de Chile, 2005, cap. XIV. Los Años de Hierro: El Gobierno Militar (1973-1990), pp. --
10 Cfr. Sabrovski, Eduardo, Chile, tiempos interesantes (a 40 años del Golpe Militar). Santiago, Universidad

Diego Portales, 2013, pp. 127 y 185.


11 Platón, La República, 592b3-4.
12 Tras la publicación del Ensayo histórico en 1981, distintos intelectuales de derechas e izquierdas, desde

Arturo Fontaine, pasando por Sergio Villalobos, Ricardo Krebs, Gonzalo Vial, Bernardino Bravo Lira, José
intentos por determinar en qué consiste la “noción de Estado” gongoriana13. En ese mismo registro,
el nuestro es un nuevo esfuerzo, que se suma a los anteriores, por determinar esa noción de
Estado, aunque al margen de la discusión acerca de en qué medida ella se encarnó o no en la
historia republicana de Chile. La correspondencia que ésta tenga con la veracidad histórica, con la
efectiva trayectoria del Estado-nacional chileno u otro está fuera de discusión en este estudio,
centrado en precisar cuál es el contenido, la especificidad, y la filiación de la noción gongoriana
del Estado14.

De acuerdo al propio Góngora –en un sentido textual– la “noción de Estado” fundamental


de Chile es aquella en que “el Estado es la matriz de la nacionalidad; la nación no existiría sin el
Estado”, puesto que este último le ha “configurado a lo largo de los siglos XIX y XX”15. De esta
manera el historiador formula su célebre tesis, reiterándola en tres ocasiones más durante el
Ensayo, de las que se pueden desprender pequeñas precisiones: dirá más adelante que “la
nacionalidad chilena ha sido formada por un Estado que ha antecedido a ella”16; luego que “es el
Estado el que ha ido configurando y afirmando la nacionalidad chilena en los siglos XIX y XX” 17; y
finalmente, que “es el Estado el que ha dado forma a nuestra nacionalidad” 18.

Una primera cuestión que debemos subrayar al momento de aproximarnos al contenido del
Estado gongoriano es el uso del concepto “noción” por parte del propio Góngora para referirse a él.
Como ha señalado Renato Carmona, con la palabra “noción” se hace alusión a un “conocimiento
elemental”, “primordial”, “fundamental” que se tiene de algo19; Karmy, por su parte, se pregunta si
será la “traducción del término hegeliano begriff”, afirmando, en cualquier caso, que se trata “del
forjamiento y devenir de [una] imagen histórica”20. No estamos, por tanto, frente a una doctrina del

Bengoa, hasta Gabriel Salazar, dedicaron recensiones críticas sobre la noción de Estado gongoriana, en un
esfuerzo por esclarecer el contenido de la obra. Sobre ésta recepción véase González, Diego, “¿Estatismo
como nostalgia? Mario Góngora y la génesis de una tesis polémica”. Geraldo, Gonzalo y Vergara, Juan Carlos
(eds.). Mario Góngora: El diálogo continúa…once reflexiones sobre su obra. Santiago. Historia Chilena. 2017.
p. 122-131 (“Polémica y crítica”); y San Francisco, Alejandro, “El Ensayo histórico sobre la noción de Estado
en Chile en los siglos XIX y XX. Una lectura crítica”. Geraldo, Gonzalo y Vergara, Juan Carlos (eds.). Mario
Góngora: El diálogo continúa…. p. 67-75 (“introducción”).
13 Véase Alejandro San Francisco, “El Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y

XX. Una lectura crítica”; Cristóbal Durán, “El guion del Estado-nación”; Rodrigo Karmy, “Teología de la
Historia. La historiografía de Mario Góngora como una apocalíptica”; Diego González, “¿Estatismo como
nostalgia? Mario Góngora y la génesis de una tesis polémica”; Marcos García de la Huerta, “Tres lecturas del
Ensayo histórico de Mario Góngora”, todos presentes en el volumen Mario Góngora: El diálogo
continúa…once reflexiones sobre su obra.
14Cfr. Alejandro San Francisco, “El Ensayo histórico”, p. 87-88. El autor, en este texto, efectivamente sitúa el

problema en relación a la correspondencia real entre la “noción” gongoriana de Estado y lo que ha sido el
efectivo Estado chileno durante el siglo XX.
15 Mario Góngora, Ensayo histórico, p. 5. La cursiva es nuestra.
16 Mario Góngora, Ensayo histórico, p. 11. La cursiva es nuestra.
17 Mario Góngora, Ensayo histórico, p. 134. La cursiva es nuestra.
18 Mario Góngora, Ensayo histórico, p.138. La cursiva es nuestra.
19 Renato Carmona, “¿apuesta conservadora…?”, p. 179.
20 Rodrigo Karmy, “Teología de la Historia…”, p. 101.
Estado, sino ante un esfuerzo “sin ninguna pretensión de sistema”21 por aprehender alusivamente
una determinada “noción” o “imagen” del mismo que, en la medida que reitera su leitmotiv –el del
Estado configurador o formador– agrega elementos que enriquecen y aclaran su sentido. De allí la
dificultad misma del ejercicio, toda vez que la estrategia textual gongoriana sea la alusión, la
mención suscitativa, que sugiere, y nunca la determinación rígida del concepto. Como Gerhard
Nebel o Ernst Jünger, Góngora tenderá a oponer concepto e imagen 22.

El Estado Tradicional

¿Cuál será entonces esta “noción” de Estado y en qué consiste? Es posible encontrar una primera
respuesta en una observación del historiador al señalar que “El estado chileno de la época de la
Independencia –con el cual comienza su Ensayo histórico– abarcaba todas las nociones peculiares
del Estado tradicional europeo, pero expresadas en el lenguaje de la Ilustración” 23. Como veremos
más adelante, nuestro autor, en clara proximidad al pensamiento spengleriano, reconoce en la
Ilustración el inicio del decaimiento de la Cultura –fuerza espiritual creativa de un pueblo–, en tanto
movimiento subversivo que instaura el predominio de la visión burguesa del mundo. Tomaremos,
así, por punto de partida que la noción de Estado gongoriana hace referencia “fundamental” al
“Estado tradicional”24. Aunque quede por definir aún qué es, para Góngora, el Estado Tradicional.
La antítesis del Estado Moderno, por supuesto, en especial de aquel surgido de la Revolución
Francesa: el Estado como burocracia administrativa, centralizada, como contrato social, el
“monstruo frío” que señalara Nietzsche, el “Leviatán protector de la vida, seguridad y prosperidad
de los individuos”, que se constituye “en fuente de todos sus derechos…mecanizando así la idea
de política” 25, y que ya viniese erigiéndose desde el siglo XVII.

El rechazo que Góngora guarda por el Estado Moderno y la Modernidad en general, en


realidad, debe ser entendido en relación a sus elementos “materialistas, racionalistas [y]
progresistas”, a su “cientismo”, que ha sido cuestionado por distintas manifestaciones intelectuales
y espirituales a lo largo de la propia Modernidad, como podrían ser el romanticismo, el
tradicionalismo, el corporativismo, el renacimiento católico francés, la revolución conservadora

21 Mario Góngora, Ensayo histórico, p.5.


22 Góngora se referirá a la distinción romántica entre “concepto” e “idea” explícitamente para referirse a lo
mismo en su ensayo “Romanticismo y Tradicionalismo”.
23 Mario Góngora, Ensayo histórico, p. 12. La cursiva es nuestra.
24 El propio autor precisará que este Estado tradicional, su “noción”, es “europea e hispanoamericana”;

entrevista en La Segunda, del 7 mayo de 1982, en Civilización de masas…, p. 40.


25 Mario Góngora, “Libertad y cultura…”, p. 94. La cursiva es nuestra.
alemana, etc26; todas aquellas corrientes –y otras afines también– que Antoine Compagnon agrupa
bajo el genérico de “antimodernos” 27.

Se trata de la relación conflictiva que cierto pensamiento moderno –cierta Modernidad–


guarda consigo mismo. Y respecto al Estado, de una meditación cuyo “objeto es hacer considerar
o mirar”28 la “imagen [del Estado] desplegada y forjada en la historia” 29; su resultado, la formulación
orgánica y de conjunto sobre una diversidad de características de larga duración relativas al
mismo, que traspasan a la modernidad en un proceso de progresivo debilitamiento y desaparición,
lo que se designará Estado Tradicional, y que resulta ser, paradójicamente, una formulación
eminentemente moderna, pues bien podría ser que lo antimoderno fuera llamado ultramoderno,
como señalara el Maritain de Antimoderne (1922)30. En tal sentido –y atendiendo la cuestión del
Estado– , cuando hablamos de autores tradicionalistas en el sentido más amplio, son aquellos que,
en querella contra la modernidad, han pensado y valorado la “noción tradicional de Estado”31
modernamente.

Contra-machina: el Estado y su carácter orgánico-existencial

En el “Prefacio” al Ensayo histórico Góngora sostendrá que “El Estado, para quien lo mira
históricamente –no meramente con un criterio jurídico o económico– no es un aparato
mecánicamente establecido con una finalidad utilitaria, ni es el Fisco, ni es la burocracia”; El Estado
–citando a Edmundo Burke, padre en muchos sentidos del pensamiento conservador o
contrarrevolucionario europeo–:

“debe ser considerado con reverencia; porque no es una sociedad sobre cosas al
servicio de la gran existencia animal, de naturaleza transitoria y perecedera. Es una
sociedad sobre toda virtud y toda perfección. Y como las finalidades de tal sociedad
no pueden obtenerse en muchas generaciones, no es solamente una entre los que
viven, sino entre los que están vivos, los que han muerto y los que nacerán” 32.

Y más adelante, esta vez citando a Spengler, dirá que “el verdadero Estado es la
fisonomía de una unidad de existencia histórica”33; a lo que se puede agregar otro texto dedicado

26 Cfr. Mario Góngora, “Romanticismo y Tradicionalismo”; “Reflexiones sobre Tradición y Tradicionalismo en la


Historia de Chile”; “Civilización de masas y Esperanza” en Civilización de masas…
27 Compagnon, Antoine, Los Antimodernos. Barcelona, Acantilado, 2007.
28 Mario Góngora, Ensayo histórico, p. 6
29 Rodrigo Karmy, “Teología de la Historia…”, p. 101.
30 Mario Góngora, “Sobre la descomposición de la conciencia histórica del catolicismo”, en Civilización de

masas…, p. 124.
31 Mario Góngora, Estado en el Derecho Indiano…, p. 19.
32 Mario Góngora, Ensayo histórico, p. 5. La cursiva es nuestra.
33 Ídem. La cursiva es nuestra.
al pensamiento spengleriano, donde afirma, nuevamente en palabras de Spengler: que “El
Estado…es la forma de la Historia, y la Historia es el Estado pensado en su fluir” 34; donde
“Historia” es el proceso vital de la “cultura” (de un “alma colectiva”), es decir, la realización y
consumación de un “símbolo primordial”, de un principio espiritual que contiene dentro de sí todas
sus posibilidades35. Para Góngora este principio espiritual corresponde –más o menos libremente–
al volkgeist de los románticos alemanes, y en especial de Herder, al “Espíritu del Pueblo” que
alimenta la realidad de la comunidad “más allá de una mera sociedad organizada para fines
racionales al modo contractual” 36.

Estas citas del historiador expresan (y anticipan) lo que más adelante explicita como el
“sentido vivo y orgánico del Estado” 37, la “concepción orgánica del Estado”38; “un Estado
verdaderamente vivo… Que sea un organismo”; “la concepción del Estado como un organismo
viviente”; es decir la “fisionomía”, el principio unitario e inteligible, de esa realidad dinámica, en
movimiento, que es un pueblo o una cultura. Dicha concepción orgánica del Estado presente en
Góngora, es enriquecida por las referencias que brinda en su ensayo de 1985 Romanticismo y
Tradicionalismo. Allí, citando a otra vez a Burke, dice: “Un contrato de cualquier Estado particular
no es sino una cláusula en el gran contrato primordial de la sociedad eterna que conecta el mundo
visible con el invisible”39. Y con Adam Müller, repite que: “El Estado…Es la conexión íntima de
todas las necesidades físicas y espirituales, de toda la vida interior y exterior de una nación, para
contituir un gran todo enérgico e infinitamente movido y vivaz” 40.

Continuará con Eichendorff, para quien “el Estado está en eterna alianza con la religión, la
poesía y la vida”41, siendo imposible no detenernos en las dos primeras: la religión como el doble
vínculo, tanto entre los seres humanos42 como entre éstos y lo trascendente; y la poesía –con todo
lo que significa para la tradición alemana, desde Herder a Heidegger– cuyo sentido originario de
poiesis, creación, nos devuelve a la primera indicación gongoriana sobre el Estado y su papel
creador de la Nación. Finalmente, afirma con Schelling que “todo Estado es perfecto cuando cada

34 Mario Góngora, “Noción…”, p. 84. Para una revisión pormenorizada de la influencia de Spengler en la
“noción de Estado” gongoriana, véase Álvaro Góngora, “El estado en Mario Góngora…”. Adelantamos que no
se trata estrictamente de que el Estado en Góngora tenga un contenido spengleriano, sino de que la obra
spengleriana contiene consideraciones afines con el “Tradicionalismo Integral”, próximo a Góngora, tal y como
explicaremos en el capítulo final de esta obra.
35 Mario Góngora, “Noción…”, p. 78-80.
36 Mario Góngora, “Romanticismo y Tradicionalismo”, en Civilización de masas…, p. 58.
37 Mario Góngora, Ensayo histórico, p.97.
38 Mario Góngora, Ensayo histórico, p. 134. Cfr. Estado en el Derecho Indiano, p. 30.
39 Mario Góngora, “Romanticismo…”, p. 59.
40 Mario Góngora, “Romanticismo…”, p. 60.
41 Mario Góngora, “Romanticismo y Tradicionalismo”, p. 61.
42 De allí el papel funcional que le otorgarán a la religión los teóricos del corporativismo católico francés

próximos a la Acción Francesa, al estilo de Frédéric Le Play, Albert de Mun o René la Tour du Pin, y antes,
entre los contrarrevolucionarios, el propio Bonald. Sobre el papel social de la religión desde la perspectiva del
tradicionalismo integral, René Guenón, Introducción General al estudio de las doctrinas hindúes, Buenos
Aires: LC Ediciones, 1988, cap. IV: “Tradición y Religión”
uno de sus miembros a la vez que medio para el todo, es un fin en sí mismo. Mientras más
espirituales y vivos son los miembros, más vivo y personal es el Estado” 43.

Todas estas citas en “clave romántica”44 vienen a completar la concepción orgánica del
Estado Tradicional que ahora es explicitada por Góngora, al decirnos, en primer lugar, que el
Estado encarna la “idea misma de tradición”. Luego, que

“no tiene una finalidad meramente útil… sino que en el fondo abarca toda la vida,
tanto las necesidades materiales como las necesidades espirituales…De modo que
hay una concepción vital e histórica del Estado que va más allá del mero
contractualismo roussoniano o de la mera concepción mecanicista del Estado a que
tendían los tratadistas de la política de los siglos XVII y XVIII, o de lo que era el
Despotismo Ilustrado…que no piensa la vida misma.”45

“El Estado es la totalidad de los asuntos humanos en una conexión, en un todo vivo”, con
lo que Góngora querrá subrayar “la idea del Estado como un todo en movimiento” 46, como el
principio unitario y dinámico “pensado en su fluir”, es decir, el pueblo en “forma”. Lo anterior explica
que en la “concepción orgánica del Estado” “el Estado y el pueblo están íntimamente vinculados,
son una misma realidad que es la vida de las generaciones en una misma tierra, afrontando los
desafíos de la Naturaleza”47.

El Estado, una entidad espiritual

Luego, el Estado Tradicional es también una “entidad espiritual”, puesto que su “vida” no está
limitada por un “sentido biológico estricto”48 sino que se extiende a la trascendencia; corresponde
al “gran contrato primordial de la sociedad eterna que conecta el mundo visible con el invisible”, a
la “concreción visible” del “orbe moral”, al acto de “lograr que la voluntad subjetiva se someta a lo
universal”49. El Estado es pues la instancia –el donde y el cuando– de lo universal, por encarnar la
“unidad superior de los fines”50, el salto hacia la vida moral, la vida del espíritu. Quizá por esto es
que señala en otro momento que “el alma, en su esfera más alta, es alma espiritualizada”51, dado

43 Mario Góngora, “Romanticismo…”, p. 62.


44 Cfr. Diego González, “¿Estatismo...?”, p. 141. El autor utiliza la idea de “clave romántica” para referirse a la
modulación estético-teórica presente en la estrategia discursiva del Ensayo histórico
45 Mario Góngora, “Romanticismo…”, p. 60. La cursiva es nuestra.
46 Mario Góngora, “Romanticismo…”, p. 61. La cursiva es nuestra.
47 Mario Góngora, “Romanticismo…”, p. 60.
48 Mario Góngora, “Romanticismo…”, p. 63
49 Mario Góngora, “Exposición…” p. 75. La cursiva es nuestra.
50 Mario Góngora, Estado en el Derecho Indiano, p. 21.
51 Mario Góngora, “Proposiciones…”, p. 129.
que, si esta alma es un alma colectiva 52, una comunidad vital, su “esfera más alta”, su momento de
espiritualización, es el Estado. En este sentido, El Estado no se reduce a una forma político-
jurídica, como han indicado Rodrigo Karmy53 y Cristobal Durán, sino que expresa una forma que se
desenvuelve en vida, acuñada por la sangre y el ritmo54: un impulso vital de la cultura por alcanzar
su realización última como vida espiritual.

Revisando las “facetas esenciales” del Estado renacentista español –que para Góngora
guarda mucho de tradicional– señala que “el Estado es una unidad ética y teleológica, basada en
el bien común”55. En efecto, el Estado Tradicional tendrá por “finalidad esencial…el bien común”56,
pero donde “el bien común no es comprendido como utilidad general en sentido puramente
económico, sino como bien de la naturaleza humana en toda su plenitud filosóficamente
concebida”57, vale decir, el bien de un ser cuya naturaleza es eminentemente espiritual. De allí
que, como tendrá ocasión de reiterar Góngora en diversas ocasiones a propósito del Estado
Indiano58, el bien común incluye tanto la dimensión espiritual como la temporal de la existencia
humana59. En su noción tradicional, “el fin del Estado es la satisfacción de las necesidades vitales
de los hombre [los fines temporales], pero también la virtud en todos sus aspectos [los fines
espirituales]”60. E incluso Góngora subraya “un valor superior en el bien espiritual”61, aunque en la
tradición occidental tenderá a manar de la Iglesia , haciendo una distinción entre Estado (el Rey o
la “República”) e Iglesia (el Papa), distinción que, sin embargo, para Góngora no hará mella, dado
que si bien “existe un ‘poder temporal’ distinto del ‘poder papal’…es mejor afirmar que lo que hay
es un ‘oficio’ o ‘ministerio’ temporal, una espada que el Papa no usa, pero que ejecuta su

52 Aunque siempre personalmente experimentada –y esto será, adelantándonos, para Góngora la libertad.
53 Rodrigo Karmy, “Teología de la Historia…”, p. 105.
54 Cristóbal Durán, “El guión…”, p. 95.
55 Mario Góngora, Estudios sobre la Historia Colonial de Hispanoamérica, Santiago, Editorial Universitaria,

1998, p. 84.; Cfr. “Exposición…”, p. 73.


56 Mario Góngora, Ensayo histórico, p. 12 y 45.
57 Mario Góngora, Estado en el Derecho Indiano, p. 30. La cursiva es nuestra.
58 Cuyas fuentes tradicionales son, a su vez, las del Estado español medieval: las Partidas de Alfonso X, la

Escolástica, el Derecho Romano Imperial, el Derecho Canónico, y el Derecho Consuetudinario de origen


visigótico. Todo este acervo jurídico y espiritual en relación dinámica con el presente histórico de la Conquista
de América fue originando lo que se conoce como Estado Indiano. Véase Mario Góngora, Estado en el
Derecho Indiano, “Introducción: esquema de la concepción del Estado Castellano hasta Felipe II”, p. 15-35. El
historiador remarcará que “esta continuidad con la Edad Media no significa la conservación estática de
elementos de esa época en Indias”, p.304. La cursiva es nuestra. Obsérvese cómo Góngora indica la
conservación de “elementos”, y no de “la doctrina”, pues, como hemos subrayado ya, una “noción” refiere al
“conocimiento elemental”, “primordial” y “fundamental” que se tiene de algo.
59 Mario Góngora, Estado en el Derecho Indiano, p. 114; Estudios…, p. 83, 91; “Romanticismo…”, p. 60;

“Exposición…”, p. 74. Esta última dimensión espiritual del bien común, por lo demás, desaparecerá con el
racionalismo (la “Modernidad”), que en adelante se referirá a él como la “‘felicidad’ del pueblo”, en un sentido
puramente temporal y naturalista, ver Ensayo histórico, p. 12
60 Mario Góngora, Estado en el Derecho Indiano, p. 30. La cursiva es nuestra.
61 Mario Góngora, Estado en el Derecho Indiano, p. 21.
voluntad”62, por lo cual sigue siendo “El sentido de todo Estado, la conservación de la justicia, la
paz y el bien espiritual”63.

El “bien espiritual” de la naturaleza humana es, de acuerdo a la doctrina tradicional católica


presente en Santo Tomás –y retomada en el siglo XX por el tradicionalismo de la línea de René
Guenón–, “la contemplación como fin superior” 64. Aunque también, de cara a otra línea del
tradicionalismo, el fin mismo del Estado es la “perfección del hombre” en tanto realización de los
valores del honor, el sacrificio, la fidelidad, el coraje, la entrega, la disciplina, el cumplimiento del
deber, la jerarquía, el sometimiento a la autoridad y la “despersonalización activa”: la conquista de
sí en el sometimiento a las condiciones duras y difíciles de la existencia, es decir la “virtud”
guerrera de la que mana la libertad cualitativa, aquella que posibilita la diferenciación, la
individuación, y en fin, la elevación65. Como sea, el Estado Tradicional es concebido entonces
como una “unidad ética” dirigida hacia la realización de la “virtud”, de lo cual se comprende su
designación como el “orbe moral” por excelencia. Su “valor” universal radica en su carácter de
“entidad espiritual”, en la “realidad trascendente” de su principio 66.

La realidad trascendente del principio espiritual que le constituye es lo que confiere un


“sentido sagrado” al Estado, como en el caso de “los reinos medievales”, ejemplo histórico de una
comprensión tradicional del mismo67, según Góngora. Los reyes han sido, de hecho, de acuerdo a

62 Mario Góngora, Estudios…, p. 56. Véase también Estado en el Derecho Indiano, p. 20: “La doctrina de San
Isidoro de Sevilla, siguiendo la teoría formulada por el papa Gelasio I, comprendía la realeza como un ‘oficio’
(ministerium) dentro del cuerpo cristiano, paralelo al sacerdotal, encargado de realizar el bien por la espada,
que el sacerdocio no podía usar”. Esta doctrina de “las dos espadas” corresponde a la tradición Güelfa al
interior de la Baja Edad Media cristiana, y tuvo su principal oposición en la tradición Gibelina, que agrupaba el
símbolo de la Autoridad y la Potestad en la figura del Emperador. Para mayor claridad sobre esta distinción, y
desde una perspectiva que enfatiza, contrariamente, la superioridad de la doctrina gibelina, véase, Julius
Evola Los Hombres y las Ruinas, cap. X: “Tradición-Catolicismo-Gibelinismo”, Buenos Aires, Ediciones
Heracles, 1994. Góngora, que parece próximo a la doctrina Güelfa de la distinción entre autoridad sacra
(espiritual) y potestad (temporal), sin embargo, sostendrá a propósito de la doctrina de la sagrada “investidura”
que “Los famosos textos [papales] ‘invisten a los Soberanos [los Reyes] con la plena, libre y omnímoda
autoridad y jurisdicción”, en Estudios…, p. 51. Como se ve aquí la “autoridad”, que es espiritual (papal) es
transmitida por completo al orden temporal. Para una perspectiva que adhiere a la doctrina de las dos
espadas y la supremacía del poder sacerdotal sobre el guerrero, cfr. Jean Hani, “René Guenón y la política”,
en Mitos, Ritos y Símbolos. Los caminos hacia lo invisible, Palma de Mallorca (España), José J. de Olañeta,
1999, p. 173; Jean Hani, La realeza sagrada: del faraón al cristianismo rey, Palma de Mallorca (España), José
J. de Olañeta, 1998; René Guenón, Autoridad espiritual y poder temporal, Barcelona, Ediciones Paidós, 2001.
63 Mario Góngora, Estado en el Derecho Indiano, p. 114.
64 Jean Hani, “René Guenón y la política”, p. 173.
65 Esta será la interpretación del tradicionalista italiano Julius Evola, quien enfatiza, frente al Papado, es decir

al estamento sacerdotal, la primacía del estamento guerrero, dándole al fin último del ser humano una
dimensión heroica, antes que contemplativa; ver Julius Evola, Los Hombres y las Ruinas. Esta distinción tiene
alguna importancia pues en Góngora habrá siempre una alta valoración de ambos estamentos, o mejor dicho,
“tipos” humanos, el de los contemplativos y el de los caballeros u héroes. Ambos, para nuestro autor, son
símbolos de la realización de la libertad.
66Julius Evola, Il fascismo: Saggio di una analisi critica dal punto di vista della Destra (“El Fascismo: Ensayo de

un análisis crítico desde el punto de vista de la Derecha”), incluido junto a su obra Notas sobre el Tercer Reich
en la edición argentina de Marcos Ghio titulada Más allá del fascismo, Buenos Aires, Ediciones Heracles,
1995, p. 44.; Los hombres y las Ruinas, p. 68.
67 Mario Góngora, Ensayo histórico…, p. 16 y 45. Nótese que Góngora se referirá al sentido sacro del Estado

por negación, es decir haciendo mención a la eliminación” de este sentido a partir de la modernidad política, y
los “antiguos concilios visigóticos…los protectores del culto divino y los custodios de la disciplina
canónica”68; de allí que la distinción (católica al menos, durante el siglo XIII) del poder temporal
respecto al espiritual no “implicaba neutralidad religiosa del Estado, en el sentido liberal
moderno”69. Su tarea de proteger los “cultos divinos” le da una sustancia religiosa al Estado, sin
hacer del mismo algo confesional. Más bien, se trata de la potencia, conferida por investidura – es
decir “transferencia del dominio”70– con que el Estado pone en relación el mundo natural con el
sobrenatural, lo visible con lo invisible, la vida terrena con la espiritual, acto por el que cada cosa
en el plano temporal asume su justo lugar de reflejo respecto al orden espiritual, al cual están
dirigidos los fines supremos del ser humano. En este sentido es que, tradicionalmente, la justicia
“asum[e] la función de principio inspirador del Estado”, pues es la justicia, en su sentido metafísico
y ético, la que obra como “intermediario metafísico entre las cosas divinas y humanas” 71.

El “culto divino” que mencionamos anteriormente es el reconocimiento de un orden


trascendente, expresado primeramente en la “imagen cósmico antigua y medieval”, es decir,
tradicional, del “universo sacral de la poética divina” 72. Cosmos que es preservado, “protegido”, por
el Estado, traduciéndolo en el correcto ordenamiento de los seres humanos respecto a su cualidad,
reconociendo su lugar. De allí que el poder del Estado, encuentre su fundamento en un
“trascendental sistema metafísico”73.

Auctoritas: símbolo sensible del orden sagrado del mundo

El Estado Tradicional es también, eminentemente, el símbolo de la autoridad. Góngora, recordando


a Edwards, señala que

“la concepción fundamental de Portales…consiste en restaurar una idea nueva de


puro vieja, a saber, la de la obediencia incondicional de los súbditos al Rey de
España…[por la cual] se implantaba una nueva obediencia, dirigida a quien ejerciera
la autoridad”74.

Con palabras de Isidoro Errázuriz, volverá a insistir en que la obra portaliana fundamental
consistió en reanudar el “principio de autoridad” 75. Más adelante, y otra vez parafraseando a

dice: “la legitimidad no puede tener en Hispanoamérica de los siglos XIX y XX la misma fuerza sagrada que en
la Edad Media o en la época de las grandes monarquías de los siglos XVI a XVIII”, p. 83.
68 Mario Góngora, Estudios…, p. 191.
69 Mario Góngora, Estado en el Derecho Indiano, p. 21.
70 Mario Góngora, Estudios…, p. 52.
71 Mario Góngora, Estudios…, p 83.
72 Mario Góngora, “Sobre la descomposición…”, p. 127.
73 Mario Góngora, Estudios…, p. 52.
74 Mario Góngora, Ensayo histórico, p. 13. La cursiva es nuestra.
75 Mario Góngora, Ensayo histórico, p. 14.
Edwards, dirá que éste valoró en la dictadura ibañista “el restablecimiento del misterioso ‘principio
de autoridad’”76. Y con ocasión de explicar en qué medida el “socialismo de Estado” propuesto a
principios de siglo XX por Valentín Letelier era “una nueva forma de la noción tradicional de
Estado”, afirmará que “era una forma tradicional sólo en [su] sentido autoritario”, pues, en otro
ámbito, “se eliminaba del Estado toda sacralidad” 77.

La comprensión del Estado como la instancia de la “autoridad” por excelencia es, pues,
tradicional, allí donde obtiene su fundamento en un principio trascendente” que hace de él, en la
formulación de Carl Schmitt, “fuerza originaria de mandar…en cuanto es poder del orden, en tanto
la ‘forma’ de la vida de un pueblo, [y] no arbitraria coacción por medio de una violencia
cualquiera”78. Julius Evola expresará, en la misma línea, que “el fundamento de todo Estado
verdadero es la trascendencia de su principio, es decir del principio de la soberanía, de la autoridad
y de la legitimidad”, en virtud del cual se trata “[d]el concepto del Estado en tanto irrupción y
manifestación de un orden superior, que se concreta en un poder”79.

Es importante destacar en la referencia de Schmitt que no se trata de un poder o de una


fuerza que sea “arbitraria coacción”; al contrario, es, ahora en palabras de Evola, la “encarnación
de una idea”80, y no se debe olvidar que la oposición romántica que Góngora rescata entre idea y
concepto, sitúa a la primera al nivel de la imagen, de lo dinámico y orgánico, es decir, de la “forma”,
del eidos. De allí que, en efecto, el Estado sea siempre una idea, la “forma de la vida” de un
pueblo, el poder del orden. Aquí otra vez reaparece la cuestión de la justicia como “principio
inspirador del Estado”, pues su capacidad de ejecutarla, es decir de reconocer el orden perenne
del cosmos y transmitirlo al orden social-temporal (secular), sometiendo a este último –cuya
tendencia natural es centrífuga– al primero, le viene de su “autoridad”. Los “reyes divinos”, como
“los faraones o los primeros reyes de Roma”, por ejemplo, eran la encarnación viva del Estado en
tanto idea, es decir del principio trascendente que da-forma u orden, y sólo por él estaban
investidos de una “superioridad innata o adquirida con respecto a la condición humana normal” 81.
Esta “superioridad” de los reyes sólo se explica dentro de su existencia estatal, que por supuesto
no refiere aquí a un aparato administrativo-burocrático cualquiera, y ni siquiera a uno jurídico en
sentido moderno, pues el Estado, en el sentido “espiritual”, “universal” y “moral” que Góngora deja

76 Mario Góngora, Ensayo histórico, p. 82. La cursiva es nuestra.


77 Mario Góngora, Ensayo histórico, p. 45
78 Carl Schmitt, Teología Política. Cuatro ensayos sobre el concepto de soberanía, Editorial Trotta S.A.,

Madrid, 2009, p. 28. La cursiva es nuestra. Cfr. Rodrigo Karmy, “Teología de la Historia…”, p. 104.
79 Julius Evola, Los Hombres y las Ruinas, p. 33. La cursiva es nuestra. Esta consideración evoliana confirma

el título de aquella obra de Jacques Derrida dedicada a la cuestión del poder: Fuerza de ley. El fundamento
místico de la autoridad.
80 ídem. La proximidad entre Evola y Schmitt en su concepción del poder como cuestión originaria,

autogenerada y trascendente, ha quedado de relieve en el interés que en el propio Evola suscitó la obra del
jurista alemán, atestiguada por las 7 cartas que el italiano le escribiera. Mario Góngora fue un lector de ambos
autores, en nuestro parecer, por su proximidad con el Tradicionalismo y la Revolución Conservadora.
81 Mario Góngora, “Exposición…”, p. 73.
ver, “como tantas otras denominaciones, ha existido siempre”82. De lo que se trata es de
comprender que “El Rey… tiene un oficio sacro”83, que “el poder real es un ‘cargo’ que da
expresión al poder general de la res publica”84, cuya “virtud cardinal” es la “dispensación de la
justicia”85.

En un sentido temporal, aunque de cara siempre a lo espiritual, la “función primaria de la


justicia en el Estado Tradicional, como es el caso del “Estado medieval”,

“e[s] mantener la ley y las prerrogativas tradicionales, ya fuese que éstas estuviesen
establecidas por escrito o simplemente hubiesen sido transmitidas desde tiempos
inmemoriales; el Rey que era ‘justo’ era el que respetaba fielmente el mantenimiento
de aquellos ‘fueros’ y esas sólidas costumbres”86.

“[E]l Rey es Vicario de Dios” porque ampara a los pueblos en justicia 87, pero la justicia en
este caso no es la igualdad de derecho, tan cara al pensamiento político moderno, sino
contrariamente –como en el caso del Estado Indiano que conservó esta noción medieval
tradicional–, “la preservación de los derechos legales y consuetudinarios y los privilegios de grupos
e individuos”88, sus “fueros”, que los cualificaban y diferenciaban, y acorde a los cuales,
comúnmente, aquellos que han sido reconocidos por “servi[r] bien en la guerra” 89, adquieren por
obra de su “mérito individual”, una posición jerárquicamente superior, conformando una aristocracia
conductora90, que será el “polo” activo en que descansa el Estado 91, y por el cual éste tiende a
asumir una “fisonomía fundamentalmente guerrera” 92. En tal sentido el bien común es la justa
preservación de los fueros93, es decir, libertades adquiridas, que expresan un orden jerárquico94,
aristocrático, en que, estando cada uno situado en su justo lugar, accede a la posibilidad de
realizarse respecto a su propia naturaleza, contemplando su principio. Como se ve, este
ordenamiento de los seres humanos es únicamente posible en referencia a un superior orden
espiritual, cuya máxima expresión es el Estado en tanto símbolo de la autoridad. De allí que la

82 Ídem. Cfr. Estudios…, p. 84: “el poder del Estado viene…desde la Creación”.
83 Mario Góngora, Estado en el Derecho Indiano, p. 20.
84 Mario Góngora, Estudios…, p. 84.
85 Mario Góngora, Estudios…, p. 82.
86 Mario Góngora, Estudios…, p. 85.
87 Mario Góngora, Estudios…, p. 83.
88 Mario Góngora, Estudios…, p. 91.
89 Mario Góngora, Estado en el Derecho Indiano, p. 188.
90 Mario Góngora, Estado en el Derecho Indiano, p. 196, 304.
91 Mario Góngora, Ensayo histórico, p. 15-16; “Reflexiones sobre la Tradición y el Tradicionalismo en la

Historia de Chile”, en Civilización de masas…, p. 185


92 Mario Góngora, “Reflexiones sobre la crisis cultural chilena”, en Civilización de masas…, p. 193. El autor se

refiere al Estado de Chile durante la Colonia, que tendría esta característica, la de construirse sobre un ethos
guerrero, del cual mana un orden eminentemente aristocrático.
93 Mario Góngora, Estudios…, p. 87.
94 Es decir “sagrado”, de acuerdo a la etimología misma de la palabra: hieros (jeros)= sagrado; arquein=

principio, orden. El ordenamiento de los hombres como expresión del ordenamiento sagrado del cosmos.
justicia y la libertad sean realidad existentes únicamente dentro del Estado, y no fuera, puesto que
éste se proyecta como la “comunidad reunida para su bien común en torno a la autoridad”95.

Estado formador: autoconciencia espiritual de la Nación y elevación

El Estado Tradicional es, junto a todo lo anterior, formador; y esta característica es aquella que
está más explícitamente presente en la formulación gongoriana sobre el Estado. Comenzamos
este capítulo señalando su idea de él como aquel que “configura”, que “da-forma” a la Nación.
Marco García de la Huerta ha reconocido en esta formulación gongoriana los ecos del filósofo
fascista Giovanni Gentile, quien sostuvo la relación hegeliana entre Estado creador de la nación y
nación creadora del Estado, y donde el énfasis está puesto en la primera mitad del enunciado, el
cual Góngora habría extraído sin consideración de la segunda mitad96. Por su parte, Julius Evola –
al igual que Gentile, próximo al fascismo italiano– sostiene idéntica tesis que Góngora, y cita al
propio Mussolini en 1924, cuando dice “Sin el Estado no hay nación”, o en 1927, al precisar que,
“No es la nación la que genera al Estado. Por el contrario la nación es creada por el Estado, el cual
da al pueblo (…) una voluntad y por lo tanto una existencia efectiva” 97. Pero para Evola no se trata
del origen fascista de “la preeminencia del Estado con respecto a la nación”, sino, inversamente,
del “valor tradicional” de esta concepción tomada por el fascismo98. Ahora bien, la crítica de García
de la Huerta a esta tesis tradicional presente en Góngora consiste en referir la imposibilidad de un
Estado que crea ex nihilo a la Nación99, pero, como señala Cristóbal Durán, esta crítica confunde el
dar-forma y el configurar, con el crear de la nada 100.

El propio Góngora reconocía que “Durante la Colonia se desarrolla un sentimiento regional


criollo, un amor ‘a la patria’ en un sentido de tierra natal…Pero no creo que se pueda llamar
sentimiento nacional a ese regionalismo natural”101, afirmando luego que es por la obra formadora
del Estado que se genera “el salto cualitativo del regionalismo a la conciencia nacional” 102,
“conciencia nacional” que pareciera ser la de la nación como “unidad de destino en lo universal”, al
decir de José Antonio Primo de Rivera.

Definir qué cosa es la nación en la perspectiva gongoriana contempla una dificultad que no
es menor, porque, como en todos los casos, nuestro autor no se extiende en explicaciones sino

95 Mario Góngora, Estado en el Derecho Indiano, p. 234. La cursiva es nuestra.


96 Marcos García de la Huerta, “Tres lecturas…” p. 154. Cfr. Cristóbal Durán, “El guión…”, p. 93
97 Julius Evola, “El fascismo…”, p. 37.
98 Julius Evola, “El fascismo…”, p. 43; Orientaciones, Santiago, Ciudad de los Césares, 1986, p. 18.
99 Marcos García de la Huerta, “Tres lecturas…”, p. 156 y ss. Cfr. Rodrigo Karmy, “Teología de la Historia…”,

p. 107-109.
100 Cristóbal Durán, “El guión…”, p. 94.
101 Mario Góngora, Ensayo histórico…, p. 11. La cursiva es nuestra
102 Mario Góngora, Ensayo histórico…, p. 12.
que refiere mediante pequeñas alusiones. Sin embargo en su texto (minuta más bien) Exposición
sobre mi ensayo, nos brinda una aclaración fundamental:

“La idea de Nación tiene dos vertientes: una vertiente ‘natural’ dada, la tierra, el
idioma, la religión popular, las costumbres y mentalidades (todo esto es un
regionalismo, que se hace presente en Chile ya en el siglo XVIII); y una vertiente
espiritual, sin la cual la anterior sería ya ‘pueblo’ o ‘región’ pero no todavía nación.
Esta consiste en un ser, una personalidad colectiva espiritual, que vive en los
individuos, familias, hijos y pueblos, en una solidaridad originaria, en que los
individuos se sienten un ‘nosotros’… en que cada individuo es responsable de la
existencia, sentido y valor de la Nación…
En la segunda vertiente el contenido moral de la nación, lo logra el Estado”.103

Pareciera ser, entonces, que el Estado es el momento de la autoconciencia espiritual de la


Nación, su momento constituyente104. De allí que “anteceda” a la nación no en un orden
cronológico, sino en uno ontológico, puesto que es la irrupción de un orden superior de existencia,
la aparición de un “contenido moral” que vive de su principio espiritual trascendente, que eleva la
existencia puramente “natural” de la región, librándola de su “lado físico y vegetativo”, como diría
Evola105, y dándole “un conocimiento de sí, una voluntad, una superior realidad” 106.

Pero ¿qué podrá ser el “contenido moral” que el Estado le imprime a la Nación elevándole
a lo universal? En una ocasión Góngora se refiere a esto, señalando que el Estado no puede
renunciar “a la orientación hacia ciertos grandes valores”107, y en su ensayo Romanticismo y
Tradicionalismo afirma que

“en el Estado, para el romanticismo, la obediencia a la autoridad no puede ser fruto de


la mera superioridad jurídica ni, naturalmente, del monopolio de la fuerza física; tiene
que reposar en elementos morales, como confianza, sacrificio, honor. La guerra es
justamente para ellos un momento decisivo en la vida del Estado, en el sentido de que
los ciudadanos o los súbditos van más allá de la defensa de sus intereses personales,
particulares. Sacrifican todo y van más allá de ellos mismos, por decirlo así.”

Son justamente “virtudes que se dan en tiempos de guerra” las que aparecen aquí, y
parecen asumir cierto carácter de principios imperativos que el “arte de la política” –es decir la

103 Mario Góngora, “Exposición sobre mi Ensayo”, p. 75.


104 Dirá Góngora al respecto “La independencia aporta la Idea de un Estado configurador de la nacionalidad

hasta entonces sin conciencia de sí”, en Mario Góngora, “Reflexiones…”, p. 193.


105 Julius Evola, “El fascismo…”, p. 39.
106Julius Evola, Los Hombres y las Ruinas, p. 40.
107 Entrevista con Angélica Bulnes, La Segunda, 13 de diciembre de 1982, p. 4. La cursiva es nuestra.
cuestión del Estado– debiera preserva “durante el tiempo de paz”108. Son estos valores heroicos,
guerreros, los que el Estado encarna y los que obran como principios de lo Alto con carácter
anagógico, toda vez que generan “una cierta tensión ideal elevada” 109, donde prima la exigencia, el
rigor, la dificultad, la tarea, la misión por cumplir y el desprendimiento de sí, el “vivir con peligro”
(Nietzsche), y por el cual la existencia humana alcanza cualidad y realización en tanto conquista de
sí como libertad. Con lo que se comprende lo que Góngora indicara en palabras de Schelling al
sostener que

“todo Estado es perfecto cuando cada uno de sus miembros a la vez que medio para
el todo, es un fin en sí mismo. Mientras más espirituales y más vivos son los
miembros, más vivo y personal es el Estado”.

Conclusiones

El Estado Tradicional que reconocemos en la obra gongoriana posee cinco rasgos característicos,
íntimamente vinculados. En primer lugar su carácter orgánico, por el cual el Estado no es una
institución creada contractualmente por una suma de individuos, sino que es la expresión misma
de una comunidad; es, al decir de Carl Schmitt, la “forma de la vida de un pueblo”. En segundo
lugar, se destaca por su carácter espiritual. El Estado no se reduce a la mera satisfacción de las
necesidades de la existencia vegetativa del ser humano, sino que le imprime a su existir en común
un contenido moral, y por tanto universal, conduciéndolo a la realización de su naturaleza
espiritual. En tercer lugar, posee un carácter sagrado, pues su fundamento es de orden
trascendente, adquiriendo de él su autoridad, en virtud de la cual, obrando en justicia, pone en
armonía el mundo de los hombres con el cosmos y los principios metafísicos que le rigen. Luego,
tiene también un carácter formador –tipicamente romántico, bildung– por el que es capaz de dar-
forma a la nación, imponerle una superior idea que le otorgue una “personalidad colectiva
espiritual”, dándole una misión o tarea en lo universal; en esta tarea formadora la Universidad
como institución tradicional, puede jugar un papel importante, en tanto conservadora de los valores
humanistas fundamentales para la nación. Del mismo modo, el Estado, en la actual fase histórica,
tendrá un deber particular para con el proletariado, el de integrarlo al destino de la nación
espiritualmente comprendida. Por último debemos mencionar su carácter anagógico, en la medida
que los valores que encarna el Estado, típicamente heroicos, por ser aquellos referidos a la
despersonalización activa, al desprecio por la conservación vegetativa de la vida, y la exigencia en
medio de las condiciones dificultosas, elevarían la existencia humana al plano de su posible
realización metafísica, fin último del bien común espiritual.

108 Mario Góngora, “Romanticismo…”, p. 61-62. La cursiva es nuestra.


109 Julius Evola, “El fascismo…”, p.40 y 41.
Finalmente, la noción de Estado Tradicional aquí esbozada no corresponde a una doctrina
que Mario Góngora haya expuesto extensamente, ni a un sistema perfectamente coherente. Se
trata, más bien, de un esfuerzo hermenéutico, en la medida que se alimenta de pequeñas
alusiones, huellas, marcas textuales, muchas de ellas sin explicar, y de las que hemos creído
posible extraer una comprensión elemental, fundamental de eso que el historiador y ensayista
llamó Estado. En este sentido, no será nunca suficiente la reiteración de que no buscamos
polemizar con alguna efectiva “noción de Estado en Chile”, ni discutir si acaso aquel Estado
Tradicional que hemos querido reconocer haya existido alguna vez tal y como la exposición ha
dejado entrever, pues su valor es como una idea reguladora, y no empírica. Lo central, en nuestro
parecer, es que la noción de Estado gongoriana participa de aquellas ideas que no tuvieron lugar
dentro del consenso democrático en Chile, y que se condice, en gran medida, con el “fin de la
Historia” anunciado por Francis Fukuyama a partir de la consumación planetaria de la democracia
liberal y el libre mercado. Si se estudia desde una perspectiva mundial, se reconocerá que antes
de la caída del sovietismo stalinista, el primer derrotado por el capitalismo liberal con la Segunda
Guerra Mundial ha sido aquella familia intelectual que aquí ha sido identificada como pensamiento
conservador, y más comúnmente, en el reciente siglo, como fascismo. Góngora se hace eco y
receptáculo de éste pensamiento, dibujando una concepción del Estado que ha sido marginada –
por clausura u omisión–, del consenso progresista de la racionalidad científica de lo político,
manteniéndose, a su vez, allende los márgenes de la tradición marxista.

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