Sie sind auf Seite 1von 6

Arrow red

Para los neurocientíficos existe una correlación entre los niveles socioeconómicos de la familia con el
volumen del hipocampo en la infancia.

29 de diciembre de 2015

Red star

Por qué es importante

El estrés que genera vivir en condiciones de pobreza afecta la estructura del cerebro y puede conducir a
un retraso en su desarrollo, sin que se sepa si es reversible.

Un reciente estudio de Martha Farah, denominado The Neuroscience of the poverty, sugiere que las
infancias de los niños pobres, caracterizadas por el estrés de no tener las necesidades básicas cubiertas,
vivir en lugares peligrosos, el hacinamiento y otras circunstancias propias de la vida de los niños de
niveles socioeconómicos bajos, podrían conducir a un retraso en el crecimiento del desarrollo del
cerebro de estos niños.

Hace 15 años, la tesis de Farah sobre la posibilidad de extender las consecuencias de la pobreza de lo
social al cerebro, entusiasmó a los economistas y a los sociólogos, pero no ocurrió lo mismo con los
neurocientíficos, que la acusaban de patologizar la pobreza; sin embargo, ahora sus colegas
neurocientíficos y, también los psicólogos cognitivos, han empezado a estudiar la correlación de los
niveles socioeconómicos de la familia con el volumen del hipocampo y lóbulo frontal en la infancia, e
incluso han señalado las diferencias en otras estructuras cerebrales y las diferencias en la trayectoria de
crecimiento del cerebro.

Actualmente, los estudios también vinculan esas diferencias cerebrales con los resultados en el mundo
real como las pruebas académicas, pero todos coinciden que aun hay mucho que estudiar alrededor de
estas teorías.

Mientras tanto, esta y otras investigaciones previas de Farah han llevado a la conclusión que el estrés,
influenciado por padres que tienen ingresos inciertos que son menos pacientes y cariñosos, conduce a
un retraso en el crecimiento del desarrollo del cerebro en los niños de niveles socioeconómicos bajos,
pero no se tiene claridad sobre si ese retraso es reversible con los programas sociales y otros apoyos
asistenciales que puedan dar los gobiernos.
Para este estudio se involucró a 53 adolescentes afroamericanos de hogares con niveles
socioeconómicos bajos, a quienes se les siguió desde el nacimiento hasta la adolescencia. Los
participantes fueron evaluados en dos escalas: la estimulación del medio ambiente, en lo relacionado a
los juguetes con los que contaban para aprender los colores, el acceso a libros apropiados a los 4 años, el
cuidado de los padres a los 4 años y, los límites que les establecen a la edad de 8.

A todos los voluntarios se les pidió una muestra de saliva para analizar la hormona del estrés llamada
cortisol. El resultado fue que a mayor cortisol, menor capacidad de respuesta de los padres, lo que
significa que la crianza de los hijos y las primeras experiencias son diferentes en función de las clases
sociales.

Evolución y Neurociencias

Pablo Malo, psiquiatra, miembro de la Txori-Herri Medical Association y del grupo de psicorock The
Beautiful Brains. Interesado en Psicología y Biología Evolucionista.

domingo, 4 de octubre de 2015

La pobreza no se debe a falta de autocontrol

Ya hemos hablado antes del test de la golosina y de cómo los niños que en ese test demostraban más
autocontrol eran los que luego iban a triunfar en la vida llegando a disfrutar de mejor educación, puestos
de trabajo e ingresos. Sería tentador darle la vuelta a ese argumento y concluir entonces que si un mayor
autocontrol conduce al éxito un bajo autocontrol conduce a la pobreza. Hoy vamos a ver de la mano de
Elliot Berkman que la realidad es justo la contraria: la pobreza hace muy difícil que la gente pueda
ocuparse del futuro y les fuerza a vivir en el presente.

En muchos lugares, pero sobre todo en EEUU, se tiende a culpar a los pobres de su pobreza. Los pobres
tienen poco autocontrol y hacen malas elecciones en la vida y por eso acaban pobres. Se olvidan las
causas sistémicas de muchos fenómenos sociales y se pone el énfasis sobre el individuo. Para ellos, el
mundo es justo y cada uno obtiene lo que se merece. Si eres pobre sencillamente es cuestión de
esforzarse, ya que todo el mundo sabe que en EEUU cualquiera puede llegar a presidente.

Elliot Berkman, un psicólogo especializado en objetivos y motivaciones quería saber cómo funciona el
autocontrol y decidió empezar por la pobreza porque parecía que el autocontrol sería de gran ayuda
precisamente ahí. Pero cuando empezó a trabajar en ello se dio cuenta de todas las razones que hacen
muy difícil para la gente pobre tener autocontrol. Llegó incluso a cuestionarse si la definición habitual de
autocontrol (preferir el largo plazo al corto plazo) tiene realmente sentido para los pobres, que no tienen
ni tiempo ni dinero. La pobreza fuerza a la gente a vivir en un presente permanente. Preocuparte por el
mañana puede ser un lujo si no sabes si vas a sobrevivir hoy.

La investigación apoya esta idea de que la gente pobre se focaliza en el presente. La gente que está en el
escalón más bajo de la pobreza tiende a gastar su dinero en necesidades inmediatas, como techo o
comida, que son muy caras. Trabajar por recompensas futuras requiere la confianza de que esas
recompensas estarán esperándote cuando llegues allí. En los propios experimentos de Mischel con la
golosina se observó que si el experimentador no era fiable los niños esperaban mucho menos que si el
experimentador era fiable. Por supuesto, inestabilidad e impredicibilidad son precisamente sellos
distintivos de la pobreza. La investigación en adultos criados en la pobreza muestra que se focalizan en el
presente , especialmente cuando se les recuerda la mortalidad.

Cuando las condiciones son buenas, nuestros cerebros son capaces de un pensamiento abstracto y de
anticipar el futuro y hacer planes par llegar a él. Pero bajo condiciones adversas nuestros cerebros han
evolucionado para recortar todo tipo de lujos y florituras y centrarse en la supervivencia en el aquí y
ahora. Es absurdo pensar en resolver un problema que se presentará dentro de un mes si no tienes nada
para cenar esta noche. En una serie de estudios con personas pobres en el mundo real se comprobó que
la pobreza causa una reducción equivalente a 13 puntos en el C. I. Es verdad que el autocontrol se puede
enseñar. Los niños mejoran en autocontrol (y en la escuela) cuando los padres les enseñan a resolver
problemas y a participar en decisiones familiares. El problema es que esta implicación de los padres en la
educación lleva tiempo y los padres pobres son también “pobres en tiempo”, ocupados como están en
sobrevivir.
También se ha observado que salir de la pobreza es una lucha muy dura que conlleva un peaje en salud.
Los niños pobres que llega a triunfar en la escuela y en la vida (a costa de un enorme esfuerzo),
particularmente los miembros de minorías, tienen peor salud que los que fracasan, mostrando un
aumento del 20% en riesgo de enfermedad cardiovascular. Un estudio reciente encuentra que
adolescentes de ambientes pobres que tienen más autocontrol triunfan psicológicamente pero
envejecen antes a nivel molecular que los que tienen menos autocontrol. El autocontrol para triunfar
exige superar una serie de barreras y obstáculos y este estrés tiene un coste en órganos como el sistema
inmune que se ven afectados y se deteriora la salud.

Lo que Berkman concluye de estos estudios es que la pobreza tiene efectos muy perjudiciales en la gente
que hacen difícil escapar de ella. La propia definición de los psicólogos de autocontrol sirve para gente
que tiene el lujo de disponer del tiempo y el dinero para cubrir las necesidad es básica y poder así pensar
en el futuro pero no tiene sentido en las circunstancias de la pobreza. El autocontrol es un lujo de los que
pueden permitírselo.

Neurociencia de la pobreza

25 octubre, 2017

¿Es distinto el desarrollo cerebral de un niño pobre y el de un rico? Si durante la infancia sufrimos
privaciones, ¿nos costará más desde el punto de vista físico componer una sinfonía o resolver una
ecuación diferencial?

Que la pobreza está directamente relacionada con la exclusión social quedó demostrado hace décadas.
Ahora, cada vez más estudios subrayan que la escasez de recursos en la infancia tiene un impacto en la
morfometría del cerebro, independientemente de los antecedentes genéticos. Obviamente el ADN
influye, al igual que variables socioculturales y ambientales, pero lo significativo es que la falta de
alimento o de unas condiciones básicas de bienestar en los primeros años de desarrollo inciden en la
forma del cerebro, en partes que tienen que ver con el habla o la capacidad de tomar decisiones.
Diferencias que a simple vista se perciben en un escáner.

La neurocientífica Kimberly Noble, de la Universidad de Columbia, analizó en 2015 las resonancias


magnéticas del cerebro de 1.100 chavales de entre 3 y 20 años procedentes de distintos entornos
socioeconómicos. En aquellos niños de familias desfavorecidas, con menos de 25.000 dólares de ingresos
anuales la superficie de algunas áreas del cortex era un 6% más fina que la de los criados en familias con
más 150.000 dólares anuales. Ojo, esto no implica causalidad, sino correlación: ser pobre no implica
tener menos masa gris, pero la pobreza, en grandes grupos, tiende a producir este efecto.

Otro equipo de científicos en Estados Unidos concluyó también que los niños sin recursos presentan una
masa gris más delgada, el tejido cerebral que se asocia con el razonamiento, en el hipocampo (el
‘almacén’ de la memoria), el lóbulo frontal (relacionado con la capacidad de tomar decisiones, de
resolver problemas, de establecer juicios o de las emociones) y el temporal (cuna del lenguaje, la
conciencia de uno mismo, y el procesamientos información visual y auditiva).

Todas esas partes del cerebro trabajan en equipo cuando un niño estudia, decide, memoriza… Menos
masa gris implica irremediablemente mayor dificultad para aprender. Si a eso se le une además el vivir
en un entorno desestructurado, en situación vulnerable, o de malnutrición, el desarrollo se antoja aún
más complicado.

Terreno pantanoso

Al margen de su valor científico, estos estudios ponen en duda conceptos como el del sueño americano:
el que, con tal de trabajar duro, uno puede ascender en la escala social y triunfar. Pero concluir que los
pobres tienen un cerebro distinto alimenta una lógica falsa y perversa, comenta Matthew Hughey,
profesor de Sociología en la Universidad de Connecticut. “Eso de que ‘los cerebros de los pobres son
diferentes’ es un enfoque demasiado fácil, aterrador y simplemente equivocado”.

Los propios científicos se quejan de que los medios de comunicación y los resúmenes de sus
investigaciones son simplistas y terminan desvirtuando sus hallazgos. “Por ejemplo, implican causalidad
cuando realmente solo tenemos evidencia correlacional“, se lamenta Kimberly Noble. “Representar los
hallazgos de esta manera a menudo distorsiona la ciencia. No puedo predecir con exactitud qué tamaño
del cerebro de un niño en particular se basará en lo que gana su familia”. Los ingresos constituyen solo
una pieza del rompecabezas. Hay niños en ambientes de privación cuyos cerebros no tienen ningún
problema porque su entorno les ha proporcionado seguridad, afecto y estímulos. Pero estos estudios
ofrecen muchas pistas a quienes diseñan políticas públicas: muchos pequeños mejorarán su desarrollo
cognitivo simplemente si se ayuda a su familia a salir de la pobreza

En todo caso, el cerebro es capaz de modificar su propia estructura, sobre todo durante la primera
infancia. Aunque luego es más difícil, esa habilidad prodigiosa se mantiene durante toda la vida.

Postdata: En España, casi 13 millones de personas están en riesgo de pobreza y exclusión social, según el
último informe de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza. De ellas, 2,9 millones padecen pobreza
severa.

Crédito de la foto: University of Oxford.

Das könnte Ihnen auch gefallen