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Haití: Un himno al racismo

Javiera Araya.

Responde las siguientes preguntas:


- Antes de leer la crítica ¿Por qué crees que el texto lleva ese nombre?
- ¿Cuáles son los argumentos de Javiera Araya?
- A nivel del desarrollo de su idea ¿Qué sentido tiene la descripción de la Historia de Haití en la Crítica?
- Después de leer esta crítica ¿Ha cambiado tu punto de vista sobre el documental?
- ¿Estás de acuerdo con la lectura que ella hace del documental? ¿Por qué?
- Escribe una reflexión en torno al documental que vimos:
¿Cómo es Haití? ¿Qué idea te queda del país? ¿Cuál es el rol del documental y el de la crítica en la cultura?
¿Cómo se puede representar la realidad?

“¿Tú comes gatos?” (21:20) pregunta la animadora chilena a la guía turística, haitiana, que la acompaña por su visita
a Puerto Príncipe, un poco antes de regalarle una peluca de pelo liso (27:32). Durante cuatro capítulos de un
programa de televisión de Canal 13 “Adiós Haití”, hemos visto, en horario prime y con muchas repeticiones, estas
y otras situaciones que dan cuenta de lo más típico del racismo. Y es que ser racista no es sólo reclamar porque a
uno lo atiende un cajero haitiano en el supermercado, o expulsar a dos hombres de un lugar sólo porque son negros;
ser racista es también pensar que uno tiene derecho a tocar a otras personas cuando son negras, grabarlas, entrar
a sus casas y hacerles preguntas invasivas. Precisamente lo que vemos en “Adiós Haití”.
Aparentemente, el programa tiene como objetivo responder a la pregunta de “¿Por qué los haitianos eligen Chile
para vivir?” mostrando – y sigo citando la página web oficial de “Adiós Haití” – la cruda realidad de los miles de
haitianos que han llegado a nuestro país. Y no es que muestren algo que no es: es cierto que, en comparación con
Chile, la infraestructura de Haití es muy limitada, que en las ciudades se junta la basura y que, sí, es un país donde
una gran parte de la población vive en la pobreza. Es cierto también que el tráfico es muy distinto al de las ciudades
chilenas, que se comen alimentos distintos a los que se comen en Chile y que el acceso a servicios de salud y de
educación es reducido. Sin embargo, entre informar responsable y solidariamente sobre la situación de un lugar, y
reforzar el estereotipo de Haití como “el país más pobre de Latinoamérica”, hay un gran trecho.
En el capítulo 3, la animadora del programa visita a una mujer que tiene una guagua pequeña y que está
embarazada nuevamente. La animadora llora. En el capítulo 2, la animadora sostiene una guagua, y llora. En el
capítulo 4, entra a la casa de un hombre enfermo, y llora. En cada capítulo probablemente la animadora va a llorar.
Y claro, no hay nada de malo, en sí, con llorar en la tele. El problema es que los llantos repetitivos de la animadora
nos dicen más sobre ella que sobre la realidad que queremos conocer. Cuesta entender, viendo el programa, si se
trata de conocer la vida cotidiana en Haití o las emociones de esta mujer blanca que sufre por gente pobre que no
es blanca. Porque claro, el sufrimiento de los y las haitianas sólo parece ser digno de ser tomado en cuenta o
mostrado en televisión cuando pasa por los ojos de un blanco. Y el enojo y el respeto que exigen los locales,
comprensiblemente, cuando la animadora del programa los toca o los graba (por ejemplo, en el capítulo 1, en el
minuto 13:20 y en el minuto 28:30 en el capítulo 2), esas emociones no tienen espacio en el programa.
La historia de la intervención humanitaria en Haití es extensa, y no es una historia feliz. Se parece, aunque
evidentemente a escala distinta, a la lógica de “Adiós Haití”: autocomplaciente y ciega a las causas de la pobreza
del país, las que se remontan a los comienzos de la colonización española. Cristóbal Colón desembarcó en Haití en
1492, en territorio que hoy es dominicano, pero que en ese entonces era parte de la entidad completa que era la
isla, llamada “Ayiti” por los indígenas taínos que la habitaban. Convenientemente, después de haber llegado a la
isla, Colón la bautizó como “La Española”. Pero Colón llegó a “Ayiti”, y se encargó, junto con sus compatriotas
colonizadores y sus enfermedades, de asesinar a la totalidad de indígenas que vivían allí. A todos. En sólo algunas
decenas de años.
Mientras que los españoles se concentraban en explotar las minas de oro de la zona oriental de la isla – que hoy es
República Dominicana – los franceses llegaron poco a poco a instalarse en la zona occidental y a organizar la
colonización francesa.En un principio, los españoles toleraron oficialmente la presencia francesa, pero a fines del
siglo XVIII ya habían sido vencidos por los franceses, quienes habían establecido, en toda la isla, la colonia más rica
de las Antillas: Saint-Domingue. ¿Y quiénes trabajaron en las plantaciones de caña de azúcar para crear esta
riqueza? No fueron los franceses ni los españoles, fueron los más de cientos de miles de esclavos negros que vivían
en la isla justo antes de la revolución.

Cuesta entender cómo un equipo de producción que se propuso mostrar Haití, pudo ser tan ignorante para pasar
por alto la variable clave para comprender la historia y la vida cotidiana del país: la raza. No porque las razas existan
– de hecho, biológicamente, no existen – sino que porque el racismo sí existe y ha justificado la esclavitud.

Si el programa “Adiós Haití”, además de mostrarnos el espacio donde están las ruinas del Palacio Nacional en Puerto
Príncipe, nos hubiera mostrado también el Museo del panteón nacional haitiano – ubicado a sólo unos metros de
distancia – habríamos podido ver algunas imágenes de cómo eran tratados los esclavos en la isla. Si se negaban a
trabajar para los colonos, entre otro tipo de torturas y castigos, les cortaban las manos. No tenían descansos y,
legalmente, eran considerados como propiedad de un colono. La historia de la esclavitud, y la historia de la
liberación de ésta por parte del pueblo haitiano, impregnan necesariamente la vida en Haití, y no sólo sus museos,
por cuanto la distinción entre blancos y negros definió torturas para unos, y riquezas para otros. Sin embargo,
paradójicamente, “Adiós Haití” no dice mucho al respecto.

A principios del siglo XIX, el pueblo negro haitiano se organiza para liberarse de la esclavitud e independizarse de
Francia. Haití se convierte así en el primer país de América latina que declara su independencia, en 1804. La versión
haitiana de la formación de la primera junta de gobierno chilena, salvo que seis años antes y con un carácter
específicamente reivindicador de la liberación negra. Cuesta entender cómo un equipo de producción que se
propuso mostrar Haití, pudo ser tan ignorante para pasar por alto la variable clave para comprender la historia y la
vida cotidiana del país: la raza. No porque las razas existan – de hecho, biológicamente, no existen – sino que porque
el racismo sí existe y ha justificado la esclavitud. Pasar por alto esta variable, cuando se es blanco y se visita a un
país tocando y exhibiendo a sus habitantes sin ningún respeto es, en sí, racista. Ser racista es también presentar la
vida cotidiana en Haití como si fuera un espectáculo, un show para chilenos. Lo que hace “Adiós Haití”.
En 1825, Francia exigió a Haití que éste le pagara una compensación a cambio de la independencia. Francia había
“perdido” un territorio, plantaciones y esclavos. Con su mejor cara de palo, el rey Carlos X de Francia firma un
documento en el que “otorga” la independencia a Haití a cambio de 150 millones de francos-oro. El documento es
ridículo, no sólo porque Haití ya era independiente desde el 1804, sino que también porque la cantidad de dinero
era gigantesca (se estima que la suma equivale a 21 mil millones de dólares) para un país que venía saliendo de la
guerra. Al más puro estilo de tienda del retail chilena, Francia ofrece a Haití prestarle el dinero para que le pague la
deuda a… Francia. Bajo la amenaza de ser atacado por el imperio francés, Haití acepta este trato injusto y comienza
a pagar una deuda que, según muchos historiadores, explica en gran medida la difícil situación económica en la que
se ha encontrado el país después de su independencia. Bajo la amenaza permanente de una nueva invasión
francesa, las finanzas haitianas son, en la práctica, controladas por los franceses. Y esto, hasta la invasión de la isla
en 1915 por parte de Estados Unidos y su Doctrina Monroe, esa de “América para los americanos”. Pero todo esto
es estratégicamente olvidado en “Adiós Haití”, y mejor seguimos mostrando repetidamente la imagen de la basura
quemándose detrás de la animadora.
Cuando volví a Chile después de pasar algunos días en Cabo Haitiano y en Puerto Príncipe, me encontré con que,
estos días, la principal fuente de información de los chilenos sobre Haití es este programa de televisión, ejemplo
paradigmático de lo que se ha llamado el “porno de la pobreza”, cuando se muestran imágenes chocantes de la
pobreza para aumentar el rating y generar morbo. Me propuse verlo, no tanto para aprender del país en el que
había tenido la oportunidad de pasar algún tiempo, sino que para descubrir la imagen que el programa mostraba
de Haití. No me esperaba ver tanta ignorancia. Con imágenes salpicadas de datos cuya proveniencia es desconocida,
“Adiós Haití” repite la lógica de des-empoderamiento de las y los haitianos por parte de los extranjeros. La misma
que ha justificado la continúa intervención extranjera en el país, desde el apoyo al golpe de estado contra Aristide
hasta la misión militar de pacificación organizada por la ONU, a la que Chile participó. Haití ha sido empobrecido
deliberadamente, pero “Adiós Haití” sólo nos habla de, textualmente, “la dura realidad que viven sus habitantes,
con un calor insoportable, suciedad y aguas servidas por todos lados”. Tampoco me esperaba ver tanto racismo. La
animadora, en el cuarto capítulo, se impresiona con los haitianos, diciendo que “no es gente que esté de manos
cruzadas” (53:24). Hay que haber tenido unos prejuicios muy negativos sobre algún país para impresionarse al ver
gente… trabajando, una actividad bien poco exótica.
Cuando veamos un nuevo capítulo de “Adiós Haití”, imaginémonos que este mismo reportaje se hace en Francia,
en Inglaterra o en cualquier otro país del “Primer Mundo”. ¿Se imaginan a la animadora hablándoles a los franceses
o a los ingleses forzadamente en español, a pesar de que no le entienden? (Fíjense en todas las veces en que la
animadora les habla en español a los haitianos, dejando en evidencia que no tiene ninguna intención de que la
entiendan). ¿Se imaginan ver, en televisión, a niños blancos bañándose desnudos, y que venga la animadora y les
diga, como en el capítulo 4, que “tienen que lavarse todas sus cositas”? (28:22) Estoy segura que esa escena, con
niños blancos, le habría costado alguna demanda de parte de las familias de esos niños. Pero claro, para “Adiós
Haití”, los cuerpos negros no merecen el mismo grado de protección y de respeto.
“Adiós Haití” quería, aparentemente, contribuir a mejorar la forma en que son tratados los y las haitianas que han
llegado a Chile. Quería mostrar a los chilenos que las condiciones de vida en Haití son difíciles. Sin embargo,
reafirmar la imagen de Haití como un país pobre, y de los haitianos como personas necesitadas, sólo transforma el
desprecio en caridad y en lástima. Los chilenos pueden acoger a los y a las haitianas por las buenas razones: no
porque vengan de un país pobre, sino que porque, como todos los migrantes, merecen dignidad. Algo de lo que
“Adiós Haití” insiste en despojar a los haitianos que muestra en su pantalla. Los migrantes, como todas las personas,
merecen no ser el objeto de generalizaciones excesivas e ignorantes. Y si lo que queremos es entender
específicamente la situación de Haití, contémonos la historia completa. Conocerla nos permitirá saber que acoger
a los y a las haitianas que llegan a Chile, como a muchos otros países del mundo, no es una cuestión de generosidad
– o de caridad o de asistencia social – sino que es una cuestión de justicia.
Solo resta terminar con un emplazamiento al Consejo Nacional de Televisión: ¿es posible que se evalúe sancionar
este tipo de discriminación que, quizás, parece menos estridente que otras, pero que promueve la asimetría y la
desigualdad cultural en medio de la evidente necesidad de promover un mundo más igualitario?

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