Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
Información de mamparas
I. CALIFORNIA ANTES DE CALIFORNIA
PINTURAS RUPESTRES
Las pinturas rupestres y los petroglifos son la expresión plástica de la manera en que los
primeros habitantes peninsulares se relacionaron con la naturaleza. Hasta el momento no
sabemos con certeza su antigüedad.
Las imágenes más representadas en las en las paredes rocosas son las de animales
y figuras humanas en movimiento; hombres y mujeres con los brazos en alto, algunos con
adornos en la cabeza y sin el rostro definido, sobrepuestos a venados rojos y negros que
huyen apresuradamente. Borregos cimarrones, grandes peces, conejos y liebres, así como
aves con las alas extendidas, son efigies que nos transmiten la experiencia de la vida en la
península.
Los primeros habitantes dejaron así una marca de su presencia en estas tierras.
Actualmente las pinturas rupestres son consideradas patrimonio de la humanidad.
GEOGRAFÍA DE LA PENÍNSULA
El medio ambiente característico de la península es el desierto. Las corrientes del agua son
escasas, condición que ha determinado en muchos sentidos el devenir de quienes han
vivido en el territorio. A lo largo de la franja peninsular, se han aprovechado especialmente
los oasis, lugares donde la existencia de arroyos y estanques permite la formación de
poblados o rancherías.
Los enormes cardones y arenales, así como los diferentes tipos de cactáceas,
conforman el paisaje típico de estas latitudes. La fauna del desierto es diversa: el
correcaminos, el coyote, las víboras y las culebras, además del hermoso borrego cimarrón,
que se ha convertido en símbolo de los bajacalifornianos. Con excepción de las sierras y la
región del noroeste, el territorio afronta temperaturas muy altas en el verano.
La cordillera transpeninsular cuenta con grandes montañas. Destacan en ella las
sierras de La Giganta y San Francisco, que resguardan numerosas pinturas rupestres. En el
norte, las sierras de Juárez y San Pedro Mártir rompen con la imagen del desierto. Allí los
bosques de coníferas y la nieve en el invierno contrastan con la aridez general de la
península.
El mar la rodea casi por completo. El golfo de California y el Océano Pacífico
contienen una enorme riqueza y variedad tanto en su flora como en su fauna. En ambos
mares se ubican santuarios de ballenas, como el de la Laguna Ojo de Liebre, en donde han
nacido, desde tiempos inmemoriales, muchas generaciones de cetáceos.
LOS CONCHEROS
Los restos de alimentos que consumieron los habitantes de la península durante muchos
años se fueron acumulando en los concheros. Estos yacimientos se formaron durante
siglos, debido a la costumbre de tirar en sitios específicos las conchas de los moluscos que
la gente consumía.
Gracias a esa forma de “tirar la basura”, ha sido posible conocer y comprender en la
actualidad las costumbres y hábitos alimenticios de los primeros habitantes peninsulares.
LA MUJER DE JATAY
Los primeros pobladores poseían una cultura nómada. Se trasladaban de un lugar a otro
guiados por los conocimientos que tenían del medio para obtener alimentos; se dedicaban a
la caza de animales como el conejo, la liebre, el gato montés, el venado, el pato, la gaviota
y otras aves. Además, consumían productos marinos como peces, abulones, almejas,
caracoles y mejillones. Asimismo, se dedicaban a la recolección de plantas, semillas y
raíces. Las escasas corrientes de agua eran aprovechadas para diversos usos.
Con las conchas marinas hacían adornos, recipientes para el agua, raspadores y
cuchillos. Aprovechaban los huesos de animales para elaborar herramientas como
punzones, puntas de flechas, cuchillos y agujas. Utilizaban las piedras para confeccionar
raspadores, morteros, perforadores y buriles; estos últimos eran objetos puntiagudos que
empleaban para dibujar figuras humanas y de animales.
En el norte de la península, se cubrían con las pieles curtidas de los animales que
cazaban para protegerse del frío. También se valieron de los resguardos rocosos que
abundan en las serranías y cerca de las costas para emplearlos como habitación.
LA FANTASÍA EN TORNO A LA PENÍNSULA QUE LLAMARON CALIFORNIA
La tradición medieval concibió la primera fantasía de California: la literatura le dio vida antes
de que fuera descubierta. El libro de caballerías titulado Las Sergas de Esplandián,
publicado en 1510, adelantó la idea de su existencia. En uno de sus pasajes se dice:
Sabed que a la diestra mano de las Indias hubo una isla llamada
California, muy llegada a la parte del Paraíso Terrenal, la cual fue
poblada de mujeres negras, sin que algún varón entre ellas hubiese,
que casi como las amazonas era su estilo de vivir. Moraban en
cuevas muy labradas, tenían navíos muchos en que salir a otras
partes a hacer sus cabalgadas.
La imagen literaria acompañó a los soldados y marinos que, al explorar el Mar del Sur,
creyeron encontrar el lugar descrito en la novela al avistar las costas sureñas de la
península.
En 1542, Juan Rodríguez Cabrillo navegó por las costas peninsulares del Océano Pacífico
hasta llegar al territorio de lo que hoy son los Estados Unidos.
Sebastián Vizcaíno viajó por los litorales del Pacífico en 1602 y le dio nombre a las
puntas, bahías y ensenadas que encontró a su paso. Muchas de esas denominaciones se
han conservado hasta la fecha, como es el caso de Bahía Magdalena, Isla de Cedros, San
Quintín, Ensenada de Todos Santos y San Diego.
Asimismo, Vizcaíno y el padre carmelita Fray Antonio de la Ascensión, afirmaron que
la California era una isla, y que los océanos Atlántico y Pacífico se unían en el norte, gracias
a un supuesto estrecho de Anián. Esta falsa información fue muy difundida, por lo que en
mapas del siglo XVII e incluso del XVIII se registró a la península como isla.
Durante siglo y medio, la California fue visitada por los expedicionarios españoles. En ese
lapso, los contactos con los indígenas fueron esporádicos. Cuando los barcos llegaban a las
costas, se realizaban intercambios de algunos productos. Los indígenas trataban de
conseguir cuchillos y herramientas que les resultaban muy útiles.
Los testimonios escritos por los españoles, nos permiten señalar que poco a poco
los indígenas se acostumbraron a subir a los barcos y a efectuar los intercambios. Sin
embargo, es también evidente que el encuentro entre representantes de ambas culturas
impactaba a unos y a otros.
En 1632, el padre Diego de la Nava escribió sobre un acercamiento con habitantes
peninsulares:
En 1535, Hernán Cortés encabezó una expedición que arribó a la bahía de la Santa Cruz,
nombre que dió al lugar que actualmente ocupa el puerto de La Paz, en Baja California Sur.
Sin embargo, sus intentos por establecer un asentamiento español fracasaron, debido a que
los colonos no supieron cómo aprovechar el medio natural para producir alimentos.
Acerca de los primeros encuentros con los habitantes peninsulares, el testimonio de
un soldado español es elocuente:
LAS PERLAS
El atractivo para muchas de las siguientes empresas, fueron las perlas. Los aventureros
deseaban enriquecerse en poco tiempo. Las expediciones españolas insistieron durante
años en arribar a las costas de la California para obtener el ansiado producto. Incluso,
algunos llegaron a forzar a los indígenas con el propósito de que los ayudaran a obtenerlas.
Sebastián Vizcaíno, Nicolás de Cardona, Juan de Iturbe, Francisco de Ortega, Pedro
Porter y Casanate, Francisco de Lucenilla y Bernando Bernal de Piñadero, son los más
conocidos. Todos ellos, a finales del siglo XVI y durante el XVII, trataron de explotar esta
riqueza. Sin embargo, los resultados obtenidos fueron imprecisos, ya que los reportes que
se dieron a conocer hablaban de cosechas escasas.
EL VIAJE DE ATONDO Y ANTILLÓN
LA UTOPÍA JESUITA
El permiso que otorgó la Corona española señalaba que los jesuitas deberían hacerse
cargo de la evangelización y sostenimiento de las misiones. Por su parte, los religiosos
tendrían el control sobre los soldados. No se consideró la posibilidad de que llegaran
colonos civiles.
Los primeros militares que arribaron tenían la intención de enriquecerse, sobre todo
con el aprovechamiento de las perlas; no obstante, pronto se enfrentaron a los jesuitas,
quienes no les dieron oportunidad de cumplir sus deseos. Por ello, varios de los soldados se
retiraron.
Los militares que permanecieron, estuvieron bajo las órdenes de los misioneros. De
esta manera, los jesuitas trataron de llevar a cabo su ideal de convertir a los indígenas al
cristianismo.
VIVIR EN LA MISIÓN
Los indígenas que se integraron de manera temporal a las misiones, sin abandonar sus
ciclos tradicionales de vida, colaboraban en las distintas actividades a cambio de comida.
Como los misioneros no podían sostener en la misión a todos porque no contaban con
suficientes alimentos, los indígenas vivían solamente en ella durante periodos de una a
cuatro semanas. En ese lapso asistían a la doctrina, a la vez que ayudaban en la siembra y
en la construcción del templo y las habitaciones. Las mujeres hilaban, tejían y realizaban
otras actividades.
Varios de los indígenas aprendieron oficios. Un ejemplo interesante es el del indio
ciego Andrés Comanají, quien fue constructor de varias casas en misiones como la de
Santa Gertrudis, localizada en lo que actualmente es Baja California.
Para los misioneros, el estar presentes en Baja California significaba llevar la buena nueva
a quienes desconocían la palabra de Dios. La labor de cristianizar a los indios gentiles iba
más allá de los intereses imperiales. Los religiosos consideraban que su lucha era contra el
mal, contra el demonio, contra todo lo que dañaba a la humanidad.
Los indígenas de California debían conocer a Dios, ya que ello significaba su
salvación. Mientras el imperio español quería colonizar la península, para consolidar sus
dominios. Los jesuitas, entre tanto, intentaban establecer la religión como una forma de
vida. Sin embargo, la utopía religiosa no se cumplió.
Es decir, culpaban a los recién llegados de todo lo que ocurría, del desequilibrio, de la
muerte: la vida se alteró de manera irreversible para los habitantes de la península.
REBELIONES INDÍGENAS
En 1734 hubo una rebelión en la que los padres Nicolás Tamaral y Lorenzo Carranco
perdieron la vida a manos de los indígenas, quienes se resistían a modificar sus patrones
culturales. Ambos jesuitas fueron quemados.
Los pericúes atacaron la misión de Santiago y la casa del misionero, arrojaron a la
hoguera una cruz, las imágenes de los santos, el misal y los vasos sagrados; asimismo
dieron muerte a veintisiete indígenas que vivían en la misión de Santa Rosa de Todos
Santos, de donde logró escapar el padre Segismundo Taraval.
Para detener la insurrección, se les castigó desterrando a sus niños y mujeres a una
de las islas del golfo, obligándoles de esta manera a entregarse.
Fue necesario que el gobernador de Sonora y Sinaloa, Manuel Bernal de Huidobro,
uno de los principales opositores a los jesuitas, llegara con soldados de la contracosta,
terminando la rebelión en 1736.
Una vez sometidos los líderes expresaron que preferían morir a vivir como se les
obligaba. Unos guaycuras condenados a muerte gritaban: “¿Cuándo nos van a matar?
¿Qué esperan? Acaben ya de matarnos”. Alguno de ellos, que era conducido a Loreto,
luego de ver que otro reo había sido ajusticiado por haberse resistido a caminar, comenzó a
gritar a los soldados lauretanos: “¿Para qué me llevan? No me lleven. Mátenme a mí
también y váyanse”.
EL GALEÓN DE MANILA
En 1768, los jesuitas fueron expulsados de todos los dominios de la Corona española.
Muchas fueron las razones esgrimidas para ello, aunque sobresale el deseo del rey de
España de controlar con mayor eficacia administrativa lo que se consideraba sus territorios.
La estancia de los jesuitas en la península propició la importación de animales como
el caballo, las vacas y los puercos; vegetales como el trigo, la col, cebada y maíz; además
de frutas como las naranjas, manzanas y dátiles, que no existían en la región.
El cambio de las formas habituales de subsistencia como cazadores-recolectores, y
la vida restrictiva de la misión, que tampoco les garantizaban el alimento, provocó un
desequilibrio de graves consecuencias para los grupos indígenas de la península, muriendo
miles de ellos.
Hasta el momento de su salida, los jesuitas ya habían establecido misiones en todo
Baja California Sur; mientras que en Baja California funcionaban las de Santa Gertrudis,
San Francisco de Borja y Santa María.
A finales del siglo XVIII, los ingleses y los rusos amenazaban las fronteras imperiales. El rey
de España consideraba importante que los territorios al norte de la península fueran
colonizados. El visitador José de Gálvez, enviado por la Corona, viajó a la península con la
intención de reorganizar al imperio, convirtiéndose en uno de los artífices del nuevo modelo
español en el noroeste de la Nueva España.
Entre las disposiciones del visitador estuvo la de enviar misioneros franciscanos a
California. Los frailes, encabezados por Junípero Serra, ocuparon las misiones jesuitas
durante cinco años.
A diferencia de éstos, los franciscanos no tuvieron el control directo sobre los
soldados, sino que incluso ellos debían someterse a la autoridad civil.
Al ocupar las misiones que dejaron los miembros de la Compañía de Jesús, se
rindieron informes que registraron la desolación en que se encontraban. La población
indígena estaba por completo diezmada; los rancheros, por su parte, jugaban un papel cada
vez más importante, ya que controlaban algunas tierras.
Debido al interés de la Corona por cuidar los territorios al norte de la península, en
1769 fray Junípero Serra emprendió el camino hacia la Alta California. En su ruta estableció
la misión de San Fernando Velicatá, todavía en territorio de la actual Baja California. Ese
mismo año fundó la misión de San Diego de Alcalá, en la California continental, y
posteriormente varias más, todas ellas en lo que hoy son los Estados Unidos.
IV. TERRITORIOS Y FRONTERAS
EL SOLDADO DE CUERA
Así era identificado el soldado que llevaba como indumentaria una chaqueta de cuero
curtido, generalmente de venado, elaborada con siete capas de piel para protegerse de las
lanzas y flechas de los indígenas. Complementaba su atuendo con adargas y rodelas,
también de cuero.
El caballo era parte esencial de sus actividades, ya que así podía trasladarse por
desiertos, costas y montañas. El cuero resultaba la mejor vestidura para cabalgar entre una
vegetación saturada de espinas, como la de California.
La labor de los soldados consistió en proteger a los misioneros, a los indígenas
catequizados y a sus propias familias; además de construir un elemento sustancial en el
proceso de colonización.
En 1770, la orden de los dominicos solicitó permiso para evangelizar en las misiones de
Baja California. Dos años después se firmó el concordato entre franciscanos y dominicos,
por medio del cual los primeros se encargaron de evangelizar a los naturales de la Nueva o
Alta California, y los segundos se responsabilizaron de los habitantes de la Antigua o Baja
California.
Los dominicos tomaron bajo su tutela las misiones del sur de la península, además
fundaron otras en lo que actualmente es Baja California. Dichos establecimientos tuvieron
como objetivo consolidar un corredor seguro entre San Fernando Velicatá y San Diego de
Alcalá, a través del cual se pudieran transportar mercancías y personas. A la región que se
localizaba entre ambas misiones, se le conoce como la frontera dominica.
De esta manera, los sitios misionales de El Rosario, Santo Domingo, San Vicente
Ferrer, Santo Tomás y San Miguel, se edificaron con la intención de formar el corredor
hasta la Alta California. Otros centros, como Santa Catalina y San Pedro Mártir, se erigieron
con la idea de llegar a la región del delta del río Colorado, pero por problemas con los
indígenas, jamás llegaron a cumplir con su cometido.
Con respecto a la vida de los misioneros, existen varios puntos de vista. Aquí presentamos
dos opiniones distintas sobre un proceso que marcó de forma importante la historia
peninsular. Por un lado, el fraile dominico Luis Sales asienta:
Al iniciarse el siglo XIX, los misioneros continuaban siendo los polos principales de
congregación poblacional. Sin embargo, ya habían dejado de estar integradas únicamente
por indígenas y misioneros, pues a ellas se habían sumado nuevos habitantes interesados
en trabajar las tierras y las minas cercanas; o bien en practicar el comercio, aunque fuera de
manera incipiente. Varios de estos colonos habían sido anteriormente soldados del presidio
de Loreto o mayordomos en alguna misión, así que conocían bien el territorio y los mejores
lugares para establecer ranchos y pueblos. Otros llegaron enrolados como marinos en las
embarcaciones dedicadas a la caza de ballenas o al comercio marítimo, y entusiasmados
por la existencia de minas de plata y placeres de perlas, se quedaron en la Baja California.
Aunque los misioneros cumplieron un papel importante en los inicios de la colonización, en
el siglo XIX la misión había perdido su razón de existir, debido antes que nada a la drástica
declinación de la población indígena.
Las actividades productivas predominantes en la Baja California tuvieron que ver con el
aprovechamiento inmediato de algunos recursos naturales. De ellos se obtenían productos
que tenían gran demanda en el extranjero, como oro, plata, perlas, carey, palo brasil,
orchilla y sal.
La población local se mantenía de la ganadería y la agricultura. Del ganado se
obtenían carne, queso, sebo, mantequilla, jabón, vaquetas y cueros; de la agricultura, caña
de azúcar y frutos de las huertas, con cuyos productos se elaboraba fruta “pasada”, vino y
piloncillo.
Algunos de los problemas eran: las dificultades para liberar el tráfico comercial, la
falta de capitales, la precariedad con la que se explotaba la minería, la sobre explotación de
la perla y la inestabilidad en la tenencia de la tierra. Esto último ocasionó varias dificultades,
particularmente en la región de La Frontera, donde los intereses de especuladores e
inversionistas extranjeros se empezaron a sentir, por lo que se dieron algunos
enfrentamientos con varios de los rancheros.
LA SECULARIZACIÓN DE LAS MISIONES
La secularización fue un proceso por el cual las tierras misionales pasaron a manos de
rancheros o indígenas cristianizados. Desde mediados del siglo XVIII, varios ex-soldados
del presidio de Loreto y otros colonos que fueron llegando a la Baja California, solicitaron
tierras para colonizarlas. En el sur de la península, la mortandad entre la población indígena
que había sido congregada en las misiones favoreció dicho proceso, pero la existencia de
pocos terrenos con agua, ocasionó enfrentamientos entre los colonos por las tierras de las
antiguas misiones de San José del Cabo y Todos Santos.
Por su parte, en el norte de la península este traspaso de los terrenos cultivables y
de pastoreo se efectuó desde los inicios del siglo XIX y culminó hacia finales de la década
de 1840. Los principales beneficiarios fueron los propios soldados y sus descendientes.
Algunos indígenas se posesionaron de pequeñas parcelas dentro de las áreas
misionales. En otros casos, los rancheros mestizos admitieron e impulsaron a los indígenas
para que ocuparan pequeños predios junto a los suyos. No obstante, en la segunda mitad
del siglo XIX llegaron nuevos pobladores, que presionaron a los indígenas sedentarizados
para quitarles las mejores tierras.
La frontera era habitada por indígenas y rancheros, quienes debieron estrechar sus lazos
culturales para lograr su sobrevivencia.
Los rancheros aprendieron de los indígenas nuevas maneras de aprovechar los
recursos que el medio ambiente les ofrecía. Ello les permitió sobrellevar el rigor del clima e
incorporar a su dieta alimentos como el mezcal tatemado, hierbas y mariscos. Los
rancheros aprendieron asimismo a utilizar algunas plantas para curar enfermedades, al
tiempo en que practicaban la lengua de los indígenas para tener una mejor comunicación.
Por su parte, también los indios adquirieron costumbres occidentales, no sólo en lo
que respecta a la religión católica, sino también en el uso de vestimenta similar a la de los
rancheros y el consumo de alimentos occidentales, junto con los tradicionales. De igual
manera aprendieron el idioma español; además de dominar el uso del caballo para el cultivo
de sus huertas, el trabajo en general y el transporte.
LA JURA DE INDEPENDENCIA
El Tratado de Guadalupe Hidalgo estableció una nueva línea divisoria entre México y los
Estados Unidos. La región comprendida en la parte norte de Baja California adquirió
entonces una nueva identidad física. En un documento anónimo de ese tiempo, se definió a
esta porción territorial de la siguiente manera:
Debido a sus ambiciones expansionistas, los Estados Unidos iniciaron la guerra contra
México en 1846. Entre sus principales objetivos estuvo la obtención de Nuevo México y la
Alta California. Pronto fueron tomadas las principales plazas de esta última, entre ellas San
Diego. A pesar del rápido control de los poblados por los estadounidenses, se organizaron
las fuerzas de contraataque con la ayuda de los rancheros más prominentes, sobre todo del
sur de la Alta California.
La resistencia la encabezó don Andrés Pico, con su grupo de lanceros, enfrentando
al contingente del general Stephen W Kearny en San Pascual, al norte de San Diego. En
este lugar, los californianos lograron una victoria sobre los estadounidenses. Kearny perdió
18 hombres en el campo de batalla. Por su parte, don Andrés tuvo una sola baja y algunos
heridos. A pesar de estos esfuerzos, la superioridad numérica y mejor equipo bélico de los
invasores obligó a la ulterior rendición de los californios.
Tras las declaraciones de guerra a México, el presidente de los Estados Unidos ordenó
bloquear los puertos del Pacífico, entre los que se encontraban La Paz y San José del
Cabo, que fueron ocupados en definitiva durante marzo de 1847. A mediados de ese mismo
año, los vecinos de Mulegé se organizaron para defender el territorio bajacaliforniano bajo
las órdenes del capitán Manuel Pineda, nombrado por el gobierno de Sonora como
comandante general de Baja California.
Cuando los norteamericanos llegaron a Mulegé fueron advertidos de la voluntad de
sostener las armas en su contra, tras lo cual se preparó la batalla. Como resultado se
consiguió el retiro de los soldados extranjeros que se habían instalado en las costas
muleginas. A partir de ese momento, las tropas defensoras se propusieron recuperar La Paz
y San José del Cabo, acciones en las que fue fundamental la participación de José Matías
Moreno, al frente de una columna de voluntarios que, movida por sentimientos religiosos, se
hizo llamar Guerrilla Guadalupana de Comondú. Otro personaje que jugó un papel
destacado fue José Antonio Mijares, quien era oficial de marina y había quedado encargado
de las milicias en San José del Cabo. En una de las acciones de guerra, Mijares cayó
muerto, por lo que Pineda tuvo que asumir la responsabilidad de recuperar la plaza de La
Paz.
Después de la guerra entre México y los Estados Unidos, algunos sectores de la sociedad
estadounidense, principalmente los proesclavistas, consideraron que aún se podían obtener
mayores territorios a costa de nuestro país. Desde la Alta California, varios grupos trataron
de invadir territorios mexicanos, independizarlos y proclamar su adhesión a los Estados
Unidos. Tal fue el caso de las huestes comandadas por William Walker. Los filibusteros
desembarcaron en La Paz, donde tuvieron algunas acciones militares; posteriormente se
fueron a la ensenada de Todos Santos, ocupando el rancho de Pedro Gastélum, al que
denominaron fuerte McKibbin.
Al ocurrir las primeras incursiones de Walker en el área, la familia Meléndrez del
rancho La Grulla, con Antonio María a la cabeza, se preparó para la defensa. Atacaron a los
invasores en El Ciprés; pronto se les unió Francisco del Castillo Negrete, subjefe político, y
con todo el contingente decidieron sitiar el rancho de la ensenada. A pesar de haber
obtenido un triunfo en la defensa de La Frontera, la falta de municiones obligó a levantar el
sitio y Castillo Negrete huyó a San Diego, dejando a Meléndrez a cargo. Mientras tanto,
desde San Francisco llegó un importante contingente invasor para reforzar a Walker, pese a
lo cual Antonio María Meléndrez logró frustrar todas las expectativas anexionistas.
La sociedad bajacaliforniana era a mediados del siglo XIX primordialmente rural. Según un
censo elaborado en 1856, en el territorio que abarcaba las municipalidades de Mulegé,
Comondú, La Paz, San Antonio, San José del Cabo y Todos Santos habitaban cerca de 10
mil personas en varios pueblos y rancherías, dedicados a sus pequeños cultivos y a la
actividad ganadera. Tres poblados sobresalían en ese entonces, San José del Cabo por su
producción agropecuaria y su puerto de cabotaje; San Antonio por estar dedicado a la
minería y La Paz por ser la capital político-administrativo, por la importancia de su comercio
marítimo y por la pesquería de perla.
La región denominada La Frontera, en el Partido Norte de la Baja California
comprendía el territorio entre la ex misión de San Fernando Velicatá hasta la línea
internacional. En 1861 su población la integraban cerca de 200 residentes blancos o
mestizos, que vivían sobre todo en ranchos. La mayoría de la población eran indígenas
alrededor de 4 mil, asentados en las sierra de Juárez, San Pedro Mártir, Valle de la
Trinidad, La Huerta y en los márgenes del río Colorado, Estos últimos eran los más
numerosos.
El pueblo del Triunfo surgió al calor de los trabajos mineros en el año de 1751. Un siglo
después seguía siendo una congregación insignificante que no rebasaba a los 200
habitantes. Esta situación cambió a finales en las últimas décadas del siglo XIX al
establecerse en ese lugar El Progreso Mining Company. A partir de entonces, el pueblo de
El Triunfo se transformó definitivamente: el espacio predial creció, las nuevas viviendas se
construyeron en su mayoría de ladrillo y de manera ordenada; las calles se trazaron en
forma recta y en su nomenclatura aparecieron nombres de personajes nacionales como
Agustín de Iturbide o locales como Antonio Navarro.
La imagen del pueblo cambió aún más con la construcción de obras públicas, como
la casa municipal, el mercado, la cárcel, la plazuela, el teatro, la iglesia, la biblioteca, el
acondicionamiento de dos escuelas y la introducción del alumbramiento público. Junto a las
construcciones del pueblo resaltaban la planta de beneficio con altas chimeneas de tabique
y el edificio de la dirección de El Progreso, cuyo frente tenía empotrado un reloj.
V. EL PORFIRIATO
En la segunda mitad del siglo XIX, el gobierno de México impulsó en el país la inversión
extranjera, principalmente en el desarrollo de ferrocarriles y la extracción de minerales. La
región norte de Baja California, ya había sido objeto de intentos aislados de explotación
minera, pero no fue hasta la década de 1870, en que esta actividad se convirtió en un
impulso en la economía, como atractivo a la colonización.
En este año, los hermanos Ambrosio y Manuel del Castillo encontraron unas pepitas
de oro en las cañadas y arroyos del valle de San Rafael, al este de la Ensenada. Cuando la
noticia del descubrimiento del oro se publicó en un periódico de San Diego, California, la
fiebre se desató. A pie, en burro, en carreta, a caballo, los gambusinos se dirigieron hacia la
nueva bonanza en busca del preciado mineral.
Fue tal la motivación de las personas reunidas en San Rafael que en septiembre de
ese mismo año un grupo de 112 vecinos solicitó a las autoridades declarara pueblo al lugar.
En atención a dicha solicitud, autoridades y colonos acordaron fundar el 2 de octubre de
1870 el pueblo de Real del Castillo.
En ese poblado vivieron autoridades federales y locales, así como mexicanos de los
ranchos circunvecinos, de Sonora y extranjeros del sur de California. Para 1872, en Real del
Castillo vivían más de mil personas.
Para fines de la década de 1870, el oro se agotó y los habitantes poco a poco se
dispersaron, algunos regresaron a sus lugares de origen y otros persistieron en la búsqueda
de nuevos sitios de explotación minera.
A fines del siglo XIX el puerto de La Paz experimentó un gran desarrollo debido al impulso
que cobraron la pesquería de perlas y la actividad comercial.
A partir de 1874, en que se introdujo el uso de la escafandra en el buceo, la
explotación de los bancos perleros fue permanente aunque esta quedó en manos de unas
cuantas empresas. El proceso de monopolización se acentuó después de 1883, año en que
el gobierno federal comenzó a firmar una serie de contratos con particulares por medio de
los cuales se les otorgaban determinadas zonas marítimas de uso exclusivo. Entre las
compañías de pesca y buceo más importantes estuvieron La Compañía Perlifera San José,
La Compañía Perlifera de la Baja California, The Mangara Exploration Co. Ltd. y La
Compañía Criadora de Concha Perla de Baj California S.A.
En cuanto al comercio sobresalían La Torre Eiffel de Miguel González e hijos, la
casa de Antonio Ruffo, conocida años después como la Perla de La Paz, además de las
tiendas de Quon Ley Yuen y Cía., y Hong Chong Tai. En estos negocios se surtían los
pequeños comerciantes del sur peninsular.
La Compañía El Boleo, S. A., constituida por la Casa Rothschild, de los Estados Unidos y la
Mirabeau Banking Corporation de París, Francia, con un capital inicial de 12 millones de
francos, fue la empresa que explotó el cobre en la región de Mulegé, con base en el
contrato celebrado el 7 de julio de 1885 con el gobierno federal.
Para 1887 El Boleo tenía montada una hacienda de beneficio con cinco hornos y
empezó a tender una vía férrea. Siete años después introdujo la electricidad en los trabajos
mineros-metalúrgicos y el servicio de teléfono. En 1898, la inversión de la empresa
ascendía a casi 16 millones de francos. El desarrollo de esta infraestructura material se
reflejó en la producción de cobre. En 1891, por ejemplo, El Boleo aportó a la producción
nacional casi el 80 por ciento, suficiente para que México pasara del último al segundo lugar
como productor de cobre en el mundo. En los años sucesivos, con la introducción de la
electricidad, la producción de El Boleo siguió en aumento, hasta alcanzar la cifra de 13 mil
toneladas en 1910, fecha en que su fuerza de trabajo diaria era de alrededor de 2 500
trabajadores.
Esta actividad generó que Santa Rosalía se convirtiera en un pueblo francés. Se
ubicó en un terreno que comprendía una barranca y dos mesetas. En la barranca se
estableció el pueblo de la Playa y en las mesetas los asentamientos conocidos como La
Mesa Francia y la Mesa México. En el pueblo de la Playa, además de las casas de los
trabajadores y las oficinas públicas se construyeron la tienda de raya, la carnicería, la
panadería y el dispensario médico. Resaltaban por su arquitectura afrancesada la escuela,
la iglesia de Santa Bárbara, el hotel Central, el teatro y el edificio de la sociedad mutualista
Progreso. La Mesa Francia, sede de empleados y directivos franceses, se ubicaba en la
colina que estaba al norte del arroyo Providencia. Ahí se encontraba el majestuoso edificio
de la Dirección de la empresa, las casas de los directores y otros empleados principales, el
hotel Francés y el hospital.
Con la intención de irrigar Valle Imperial, se utilizó territorio mexicano para trasladar agua
del Río Colorado hacia el lado estadounidense. La California Development Company realizó
los trabajos. Con ello, se comenzaron a abrir tierras al cultivo.
La construcción de canales permitió el desarrollo capitalista en la región. En 1904, la
Colorado River Land Company, compró la concesión que había otorgado el gobierno
mexicano a Guillermo Andrade, y se convirtió en la dueña de más de 540 000 hectáreas de
terrenos en el Valle de Mexicali.
Con la apertura de canales de irrigación en el Valle de Mexicali la necesidad de
mano de obra [...]
El 15 de mayo de 1882, el Jefe Político de la Baja California, José María Rangel, comunicó
a las autoridades de Real del Castillo, la decisión del gobierno de México de cambiar la
cabecera del Partido Norte a la bahía de Ensenada. El cambio se decidió en virtud de las
mejores posibilidades comerciales que ofrecía el lugar. En el puerto se instaló una
guarnición militar y empezaron a llegar empleados de gobierno y habitantes de la región. En
Ensenada se hallaban asentados únicamente el edificio de la aduana y dos o tres casas.
En 1886 se estableció en Ensenada la Compañía Internacional de México. Su
objetivo fue aprovechar las facilidades que otorgó el gobierno mexicano para establecerse e
invertir en nuestro país. La Compañía Americana, como comúnmente se le conoció, tenía
también oficinas en Nueva York, Hartford, Connecticut, San Diego y la Ciudad de México.
La compañía elaboró, entre otros proyectos urbanos, los de las ciudades de
Ensenada, San Carlos y Punta Banda. De éstas, Ensenada fue la única que se logró. Con la
presencia de la compañía se reactivó la economía de la región, surgieron nuevos
comercios, se construyó un muelle y se instalaron novedosos medios de comunicación
como teléfono, telégrafo y una línea de barcos de vapor.
Poco tiempo después de haberse establecido la Compañía Internacional en Baja
California empezó la recesión económica de 1889 en Estados Unidos. Las ventas de
predios se frenaron y sus negocios en general se estancaron. Todo ellos obligó a los
accionistas a vender sus intereses a otra compañía extranjera de capital inglés, la
Compañía Mexicana de Colonización, mejor conocida como Compañía Inglesa.
En esa misma época se descubrió un yacimiento de oro en El Álamo, al sureste de
Ensenada. La Compañía Inglesa aprovechó esta circunstancia, transportando a los
gambusinos de San Diego a Ensenada en sus barcos. Asimismo empezó la construcción de
oficinas, bodegas, y además continúo con las obras proyectadas por la Compañía
Internacional. También construyó un muelle y un hotel en San Quintín e inició la
construcción de un ferrocarril de este lugar a Ensenada.
A partir de las últimas décadas del siglo XIX el tráfico marítimo por el golfo de California y el
océano Pacífico fue permanente debido al desarrollo económico que se experimentó en
estas zonas, al mejoramiento de la infraestructura portuaria y a la política de subsidios que
el gobierno nacional convino con las empresas navieras. Entre las compañías que tocaban
puertos del golfo de California y el mar Pacífico estuvieron: La Línea Acelerada de l Golfo de
California, de nacionalidad norteamericana, que cubría la ruta de San Blas a El Fuerte
Yuma (Estados Unidos), pasando por los puertos de San Felipe, Guaymas, Mulegé, La Paz
y Mazatlán. La Compañía Mexicana Internacional de Vapores del Pacífico y Golfo de
California, de capital norteamericano, cuyo recorrido se iniciaba en San Diego y terminaba
en San José, Guatemala, tocando primero los puertos del Pacífico como Ensenada, Isla de
Guadalupe, Bahía Magdalena, Cabo San Lucas y después los del golfo de California para
seguir con los del Pacífico sur; la Compañía de Vapores de la Costa del Pacífico, de
nacionalidad norteamericana, cubría la ruta de San Francisco a Guaymas, pasando por los
puertos de Ensenada, Bahía Magdalena, San José del Cabo, Mazatlán y La Paz.
VI. LA REVOLUCIÓN
El inmigrante ideal según las leyes de colonización eran los europeos. Se pensaba en ellos
como los mejores depositarios de las virtudes occidentales.
En San Quintín se estableció una colonia con aproximadamente cuarenta familias
inglesas. Los colonos se dedicaron a la agricultura, sobre todo de trigo. Se construyó un
molino para la elaboración de harina, del que aún quedan restos.
El pueblo pronto adquirió el toque inglés por las construcciones que se realizaron.
Las casas de techo de dos aguas son un ejemplo de ello. Sin embargo, la colonización no
se incrementó y ya en el siglo XX, al quitarse la concesión a la empresa colonizadora, las
familias inglesas, en su mayoría, se fueron del lugar.
A fines del siglo XIX, un grupo de familias de rusos que se negaban a participar en
el ejército de su país, decidió inmigrar a los Estados Unidos para mantener sus creencias
religiosas.
De California se organizaron algunos de ellos para conocer la península. En Valle de
Guadalupe encontraron el espacio ideal para mantener su forma de vida. Compraron
terrenos y empezaron a asentarse desde 1906. Basados en el cultivo de trigo, construyeron
un entorno en el que la religión tuvo un papel central durante varios años. Posteriormente,
como producto del contacto, se relacionaron con los indígenas de la región, así como con
los rancheros mexicanos. Apellidos como Bibayoff, Samaduroff o Kachirinsky, se volvieron
parte de la historia de las Californias.
La inmigración china a Baja California comenzó de manera continua en el último cuarto del
siglo XIX. Su arribo al noroeste de México fue consecuencia del desarrollo económico del
suroeste de los Estados Unidos.
En 1882, los Estados Unidos impusieron obstáculos a la migración china, lo cual
motivó que buscaran introducirse a dicho país en forma clandestina a través de México.
Esto coincidió con el inicio de la política económica porfirista. Debido a la escasez de
población en el noroeste de México, hubo necesidad de importar mano de obra, lo que les
brindó a los chinos oportunidades de trabajo e incluso se fomentó su inmigración. Hacia
1885, existían congregaciones en las minas de El Triunfo y Santa Rosalía, en el Distrito Sur.
En 1886, al iniciar los trabajos de colonización de la Compañía Americana, algunos se
establecieron en Ensenada.
El mayor auge migratorio se dio en los primeros años del siglo XX al abrisrse a la
agricultura el Valle de Mexicali. Se requirieron jornaleros para la agricultura, la construcción
de canales de riego y la del ferrocarril Inter Californias. Entre 1915 y 1920, bajo el gobierno
de Esteban Cantú, la población china se incrementó notablemente. La mayoría se concentró
en el Valle de Mexicali, ocupados en los cultivos de algodón. En esta época constituyeron
sus primeras asociaciones y logias.
En la década de los veinte, al ser expulsados de otras entidades del norte de la
república, muchos se refugiaron en Baja California, donde participaron en diversos giros
comerciales como tiendas de abarrotes, ferreterías, panaderías, restaurantes, hotelería y
cantinas.
La presencia cada vez mayor de mexicanos en el valle de Mexicali provocó que las
demandas por la propiedad de la tierra se hicieran más frecuentes. Así, por ejemplo,
apoyados en un decreto del presidente Álvaro Obregón del 2 de agosto de 1923. Marcelino
Magaña Mejía, ocupó terrenos nacionales y demandó que la Colorado River Land diera
facilidades a los mexicanos para establecerse como agricultores. Sus acciones fueron
reprimidas con el uso de la fuerza.
Otros personajes, como Ricardo Covarrubias o los inspectores federales del trabajo
Enrique San Martín y Cayetano Pérez Ruíz, presionaron para que se diera mayor
oportunidad a mexicanos. También se destacó Felipa Velázquez viuda de Arellano, quien
fue enviada a las Islas Marías por sus demandas de tierra.
Lázaro Cárdenas promovió el reparto ejidal en Baja California. Uno de sus objetivos era
poblar la península, debido a que las propuestas de anexión por parte de estadounidenses
continuaban. Por otro lado, debido a la posibilidad de que hubiera otra guerra mundial,
Cárdenas sabía que la península podría ser un punto estratégico para los japoneses.
Se organizó una campaña a nivel nacional, así como en el sur de los Estados
Unidos, para traer campesinos a Baja California. Con ello, se realizó una reforma agraria de
gran trascendencia.
En Mexicali, un grupo de campesinos ocupó terrenos de la Colorado River Land el
27 de enero de 1937, por lo que esta fecha se convirtió en un símbolo del reparto agrario en
Baja California. La empresa fue indemnizada por el gobierno de México y se retiró del valle
en la siguiente década.
Con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, los temores de una invasión japonesa
obligaron a los residentes de Baja California a realizar varias estrategias para una posible
defensa. Una de ellas, era la de apagar las luces de las casas, ya que se consideraba que
de esa forma no atacarían desde los aviones.
Por su parte, en 1942 las tropas estadounidenses pretendieron ingresar a la
península. Su argumento era que los japoneses los atacarían desde Baja California. La
población se opuso al ingreso, ya que existía el temor de que luego no se quisieran retirar.
Cuando las tropas estadounidenses se encontraban en la frontera, residentes de Tijuana se
organizaron con el fin de oponerse a su ingreso.
El presidente Manuel Ávila Camacho nombró al expresidente Lázaro Cárdenas
Comandante de la Región Militar del Pacífico. Cárdenas se estableció en Ensenada, en las
instalaciones del Hotel Riviera del Pacífico.
El olivo y la vid fueron traídos a Baja California por los misioneros jesuitas en el siglo XVIII.
Con la uva se elaboraba vino sacramental, con el olivo aceite para cocina y aceitunas. Al
término del periodo misional, ambos productos siguieron cultivándose en los ranchos para
autoconsumo. A fines del siglo XIX se dieron los primeros intentos de producir vino a gran
escala cuando Andonaegui y Ormart, comerciantes europeos avecindados en Ensenada,
crearon una compañía.
Durante la Ley Seca en Estados Unidos, florecieron algunas pequeñas vinícolas en
Tijuana que obtenían la vid en el área de Tecate y el este de Tijuana. En los años treinta, el
general Abelardo L. Rodríguez promovió e invirtió en la vinícola y el olivo. La mayor parte de
la uva se importaba de California, pero en 1945, ante la creación de aranceles, se impulsó
su cultivo entre agricultores del Valle de Guadalupe, Santo Tomás, San Vicente y Valle
Redondo.
Durante los años cincuenta se crearon en Valle de Guadalupe varias compañías
vinícolas y una olivarera. Bajo la gestión de Braulio Maldonado, con apoyo del gobierno
federal y la Comisión Nacional del Olivo, se incentivó la producción de este fruto, además
del referido valle, en el Ejido Chapultepec, Maneadero, San Vicente, Colonia Vicente
Guerrero y San Quintín. En los años setenta, el cultivo de la vid superó en importancia al del
olivo. La industria del vino se consolidó como uno de los principales polos de desarrollo
económico en el norte de Baja California, abrió nuevas opciones de empleo y posibilidades
de inversión en la región. El Valle de Guadalupe se constituyó en la principal zona
productora de vinos del país, hegemonía que mantiene a la fecha.
VIII. GEOLOGÍA
GEOLOGÍA
La historia natural de las Californias es muy antigua. Podemos conocerla a través de fósiles
que se han localizado en diversos puntos. Los hallazgos se remontan a 480 millones de
años. Buen ejemplo de ellos son los conodontos, encontrados en el rancho San Marcos. De
hace 300 millones de años existen crinoideos, detectados en la Sierra de Las Pintas. Por
ellos se puede afirmar que el territorio de la actual península fue alguna vez fondo marino.
Las rocas triásicas y jurásicas de origen ígneo indican que la apertura del Océano
Atlántico ocasionó el movimiento de la península. El plegamiento provocó la formación de
las montañas. Existen restos que permiten señalar que hace 73 millones de años los
dinosaurios caminaron por la península.