En esta etapa, tendrá el reto de resolver el Estudio de caso: Momentos
en el aula, partiendo del análisis y reflexión de la situación planteada a continuación: Juan Andrés es un excelente estudiante en la materia de tecnología, cada vez que puede les colabora a los docentes en las actividades relacionadas con esta área. Usted, como director de grado, se dio cuenta de que la intención de Juan Andrés es robarse las contraseñas de la señal inalámbrica de uso exclusivo de docentes de la Institución para luego venderla a sus compañeros de colegio. Rst/: Después de leer y analizar el caso puedo decir que es importante trabajar el tema desde 3 frentes: uno, haciendo entender a los estudiantes que ocultar una falta -el robo en este caso- no es adecuado (que no es sinónimo de amistad, por ejemplo), haciéndolos conscientes de lo que siente la víctima (en este caso el colegio) al haber sido objeto de un robo, y sobre todo, haciéndolos partícipes colectivamente del tipo de sanción. Esto debería ser un proceso dinámico en el que la comunidad educativa opina y argumenta sobre lo que se merece la persona que ha cometido la falta, y toma colectivamente la decisión de sancionar o de dar a la persona una segunda oportunidad.
Lamentablemente muchos colegios no pueden aplicar este tipo de
estrategia porque tienen reglamentos predeterminados y rígidos que nunca se revisan y en los que se estipula de antemano que robar es “falta grave”, y se señala la sanción a aplicar. Esto me parece nocivo, ya que cada caso tiene particularidades que deben tenerse en cuenta al momento de decidir. ¿Cómo puede saberse de antemano que algo es “falta grave” sin tomar en cuenta -por ejemplo- las intenciones de la persona, el contexto de la falta, o los posibles atenuantes? Con ese tipo de reglamentos se ata de pies y manos a los profesores, quienes muchas veces se sienten obligados a seguirlos, aunque no crean en ellos, y no se permite la participación de los estudiantes en la real toma de decisiones sobre las reglas que rigen su vida escolar. En resumen, es necesario romper la idea de una disciplina dividida en una cultura adulta (adultos que crean las reglas y las aplican o imponen) versus una cultura estudiantil (estudiantes que no participan en la generación de las normas y que reciben sanciones pasivamente), de modo que los estudiantes se sientan parte de la cultura de la escuela y asuman una participación directa en la vida (normas, reglamentos, sanciones) de la misma. Para ello, la disciplina debe ser entendida como expresión de una moral compartida (por todos) y no como control social o simple manejo de conducta. Debe dejar de ser correccional para pasar a tener connotaciones morales. Si la disciplina se vuelve una tarea colectiva, los estudiantes asumirán el control disciplinario como propio, se acabará la presión de pares para hacer precisamente lo contrario a las normas, ya que las normas no serán “de los profesores” sino de todos. Jean Piaget decía con toda razón que la disciplina debe abandonar la idea de que el primer objetivo del castigo debe ser la disuasión (para lo que se necesitan castigos cada vez más horrendos), y reconocer que su objetivo principal debería ser la expresión de la desaprobación del grupo. Esto depende, por supuesto, de la fuerza de la comunidad y el aprecio que cada uno de sus miembros le tenga.