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Punto de no retorno en el amor y la muerte

En la dramática ópera del compositor alemán Christoph Willibald Von Gluck, Orfreo y
Eurídice. El hijo de Apolo, Orfeo, perdidamente enamorado de su esposa Eurídice no acepta la
muerte de su amada, quien fallece a causa de la mordida de una víbora y decide hacer algo muy
intrépido, bajar al inframundo, rescatarla y traerla de nuevo consigo al mundo de los vivientes.
Sorteando peligros y demonios, no le importó perder su propia vida, su amor por su amada
esposa era inconmensurable. Trágicamente su cometido no tuvo el final esperado, y ya
terminando el recorrido de salida del inflamando, Eurídice se desvaneció en el aire,
desapareciendo toda esperanza en el atormentado Orfeo.
¿Puede la pérdida de un ser querido y el amor que sentimos hacia él, llevarnos a cometer
cualquier tipo de locura? ¿No necesariamente bajar al inflamando sino recrear al ser amado
en un robot tan real como engañoso?

El amor es algo inherente en el hombre, no solo los seres mitológicos han hecho lo imposible
por conseguir el tan anhelado tesoro, sino también los mortales quienes a lo largo de su
trayecto terrenal y en el nombre del amor han cometido actos tan dignos y honorables, como
horrorosos y repulsivos, los primeros llevándolos a la felicidad y los segundos a la desdicha.
Este sentimiento puro, loable, que el cristianismo, las filosofías y religiones orientales, el
budismo y toda religión que apunte a la armonía, llevan como estandarte y fundamento, esta
corta palabra de la que se derivan todas las virtudes. La raíz de toda acción buena que mueve
la vida y que puede ser tan firme como un roble, pero también tan inestable como una veleta,
que nos gira en dirección equivocada cuando un evento trágico aparece en el camino y no
sabemos enfrentarlo como por ejemplo la muerte y es este punto un hilo delgado entre la locura
y la razón, que nos pone a tambalear en la cuerda floja y a hacer malabares con desquiciadas
intenciones tirando abajo la virtud.

“Siempre hay algo de locura en el amor. Pero también hay siempre una cierta razón en la
locura.” - Friedrich Nietzsche
Esta famosa frase de este influyente filosofo contemporáneo pareciera como si diera cierta
explicación o justificación a las locuras que se cometen a causa del amor o más bien parece
descubrir la correlación inseparable de dos pulsaciones sicológicas tan distintas como lo son la
locura y el amor, aunque ambas son resguardadas por el ello. La parte inconsciente de nuestro
cerebro, quizás ese es el quid de la cuestión. El hecho de ser pulsaciones inconscientes y que
convergen cuando suceden ciertas circunstancias unas veces solo provocando pequeñas
travesuras alocadas, pero en otras menos afortunadas en actos deliberados y delictivos.
Cuando el amor se ve desprovisto del ser amado como en el caso de la muerte, la locura toma
la batuta para dirigir una danza macabra compuesta por notas desesperadas.

El amor es el oxígeno del alma y sin este elemento nuestro ser se marchita, cualquier persona
que haya sufrido a causa de este sentimiento sabe que es el dolor emocional más intenso. Sobre
todo, cuando la persona que amamos, en la que hemos subjetivado el significado de la
existencia fallece, ese lazo conexivo que habíamos creado, esa simbiosis se desequilibra y
nuestro ser se siente amputado y de alguna manera intenta revivir al otro para no morir por su
ausencia, la que representa una parte vital de nosotros y por la que nos sentimos incapaces de
seguir sobreviviendo.
Esa necesidad de resucitarlo para llenar nuestro vacío incomprendiendo la inescapable
transición de la muerte a la que no aceptamos.
Por la que recurriríamos a cualquier invención, hechizo, ritual.

Muchos textos literarios y religiosos están provistos de resurrecciones, invocaciones para


mantener vivos a los muertos.
Hay quienes tienen la resignación de asumir la perdida, no obstante, y como efecto placebo
mantienen con vida a sus amados, llevando flores a la tumba, leyendo sus cartas y fotografías,
evocando el pasado y de manera engañosa sobreviven a su luto.
Otros más osados o cobardes, depende del punto de vista de cada cual, recurren a la ciencia y
efectuar experimentos extraordinarios como el de la clonación, la criogenización y la robótica
o inteligencia artificial.

Suena rutilante y nos llena de esperanza el pensar que la ciencia puede darle muerte a la muerte.

La tecnología avanza y avanzará hasta el punto en que podremos convertir a un ser muerto en
un robot, como frankenstein, pero metalizado, un engranaje articulado compuesto de acero,
circuitos electrónicos, sensores activados por ordenadores logarítmicos, inteligencias
artificiales vivientes, que caminen, hablen, y sientan y piensen como sentían y pensaban los
humanos a quienes están reemplazando.
Unas máquinas perfectas, que no se enferman, que no mueren y que dan vida a nuestros amados
fallecidos.
La solución inteligente para no morir por la ausencia del ser querido y si morimos también
podríamos convertirnos en robots y de esa manera el amor traspasaría la barrera del tiempo y
la muerte. El mundo perfecto a nuestro alcance, un mundo metalizado hasta el alma.
Sin embargo, la misma naturaleza nos advierte de muchas formas que no debemos traspasar lo
señalado. Atravesar el punto de no retorno en el que no podemos revertir y en el que se cumple
el adagio que dice que cada cual es víctima de su propio invento, como en la obra literaria del
señor Jekyll y el Dr. Hyde, en que el honorable doctor se convierte en un ser repulsivo cada
que toma uno de sus experimentos hasta llegar al punto en el que no puede volver a ser el
prestigioso medico porque su experimento se ha apoderado de él.

¿Hasta qué punto podemos reemplazar la vida humana por un imitador de metal?
Un robot no podría tener un corazón humano por más que su software sea diseñado de manera
perfecta. Quizás podría volverse nuestro enemigo y terminaría destruyéndonos o viceversa.

La psique y la esencia del alma humana son todavía un enigma, aunque el amor se describe
como una acción neuronal, no se ha descubierto plenamente de donde proviene. ¿Tendrá su
origen en el espíritu humano, tan intangible como el amor?
Y la muerte, misterioso designio tal como el de la conjugación del amor y la locura son
racionalmente inexplicables. Amar y morir y vivir pese a la perdida de nuestro ser amado, ese
es el quid de la cuestión.

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