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La experiencia estética de lo sublime y su teorización tuvo en
Kant y en otros filósofos de la Ilustración una especial
atención. Para Kant, el núcleo del problema, lo que se
manifiesta, finalmente, en dicha experiencia no es,
simplemente, la sublimidad de la naturaleza.
Por Gustavo Cataldo*
"El estremecimiento es la parte mejor de la humanidad. Por mucho que el mundo se haga
familiar a los sentidos, siempre sentirá lo enorme profundamente conmovido".
Goethe
El término "sublime" quizás haya perdido, en nuestra lengua, parte de su resonancia y
sentido originario. En general, la expresión designa lo excelso, eminente o de gran
elevación. De allí el verbo "sublimar", en el sentido de engrandecer o ensalzar. La
expresión proviene del latín sublimis, que designa lo que está en el aire, en lo alto, por el
aire. De donde también alto, elevado, situado en la altura, grandioso. La voz sublimis se
acerca, finalmente, también a un sentido moral: se convierte en equivalente de la expresión
"noble". Esta fluctuación entre los valores estéticos y los valores morales se mantendrá en
gran parte de los análisis propiamente filosóficos.
Quisiéramos mostrar, brevemente, este desplazamiento de sentido particularmente en la
Crítica del Juicio de Kant. Ciertamente la cuestión de lo sublime no es un asunto de cuyo
descubrimiento haya sido Kant responsable. De hecho el tema constituye parte tanto de las
preocupaciones de las denominadas "teorías del gusto" inglesas, como de la estética
universitaria alemana. Sin embargo, el uso del término no se introduce en el vocabulario
estético hasta que Boileau traduce, en 1694, el tratado del siglo I Sobre lo sublime,
inicialmente atribuido a Longino. Es cierto que esta obra refiere el término sublime al
estrecho marco de la literatura y la retórica, en cuanto designa fundamentalmente un "estilo
noble y elevado". No obstante, esta resolución ya resulta significativa. En efecto, al tanto la
belleza en las artes plásticas se interpreta como "limitación", la música y la poesía dicen
relación, en cambio, con la "ilimitación" de lo sublime. "En escultura dice el pseudo
Longino lo que se busca es la semejanza con el modelo humano, en literatura lo
sobrehumano". Lo bello se aplica, pues, a las artes que exigen acabamiento o limitación
formal y lo sublime a las que apuntan hacia una cierta infinitud o ilimitación.
Alegría y Horror
En la tradición estética inglesa será Edmund Burke el primero en explicitar la diferencia
entre lo bello y lo sublime. Desbordando claramente la estrecha aplicación que el pseudo
Longino hace de lo sublime, Burke le otorga a esta noción un significado tan amplio como
el de la propia belleza. En su obra Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas
acerca de lo sublime y de lo bello, Burke toma como modelos la metafórica de lo sublime
de Shakespeare y particularmente de Milton, a quien cita profusamente. De allí que asocie
la idea de lo sublime a cualidades tales como la oscuridad, la grandeza, la magnificencia, la
grandiosidad y, correspondientemente, a sentimientos como el temor, el asombro o el
respeto. Para Burke, pues, lo sublime no sólo se relaciona con la presencia de lo grandioso,
sino también con un cierto sentimiento de dolor y peligro: "todo lo que resulta adecuado
señala Burke en la Indagación para excitar las ideas de dolor y peligro, es decir, lo que es
de algún modo terrible, o se relaciona con objetos terribles, o actúa de una manera análoga
al terror, es una fuente de lo sublime; esto es, produce la emoción más fuerte que la mente
es capaz de sentir". Naturalmente, precisa Burke, cuando el dolor o el peligro acosan
demasiado no hay deleite alguno, pero a cierta distancia puede ser objeto de satisfacción.
Lo sublime, por consiguiente, comporta una complacencia del todo ambigua: se trata de
cierto "horror delicioso".
No hay duda de que las Indagaciones de Burke constituyen el antecedente más directo del
tratamiento que Kant hace de lo sublime en la Crítica del Juicio. La primera aproximación
al tema lo constituye, sin embargo, un escrito precrítico titulado Observaciones acerca del
sentimiento de lo bello y lo sublime, obra de 1763. Allí Kant, en un estilo ágil y llano, muy
distante de lo que será el estilo constante en la obra del período crítico, ensaya una suerte de
descripción empírica de lo bello y lo sublime. Las distancias fundamentales no se reducen,
evidentemente, a cuestiones estilísticas: no hay todavía vestigio alguno de lo que será la
transformación crítica y el trascendentalismo de la época posterior. Sin embargo, resulta
evidente que la preocupación de Kant por los problemas estéticos está ya determinada por
el valor moral de las acciones y el descubrimiento de la dignidad humana. Este tránsito y
oscilación entre los valores estéticos y los valores antropológicomorales, resulta ser
constante en el texto de las Observaciones.
El punto de partida de las Observaciones es la determinación del dominio de lo estético a
partir del concepto de sentimiento (Gefühl). Lo común tanto a lo bello como a lo sublime es
que se trata de un sentimiento de placer o de displacer. "Aquí no importa dice Kant en las
Observaciones lo que el entendimiento capta, sino lo que el sentimiento siente". El juicio
estético, por ende, se funda en la capacidad propia del sentimiento para ser afectado de
placer o dolor. El sentimiento de agrado, sin embargo, no es el mismo para lo sublime y lo
bello: "La afección señala Kant en las Observaciones es agradable para ambos, pero de
una manera muy diferente. La vista de una montaña, cuyas cimas nevadas se yerguen por
encima de las nubes, la descripción de una tormenta enfurecida, o la descripción del
imperio infernal que hace Milton, suscitan complacencia, pero con horror. Por el contrario,
el aspecto de un prado lleno de flores, valles con arroyos serpenteantes, cubiertos por
rebaños pastando, la descripción del Elíseo en el relato de Homero sobre el cinturón de
Venus, originan también una sensación apacible, pero que es alegre y risueña". Lo sublime,
según se ve, comporta un sentimiento de placer que contiene una extraña ambigüedad: no
se trata de un placer puro, sino mezclado con el horror, con un cierto displacer. Frente al
carácter risueño y alegre de lo bello, lo sublime se manifiesta bajo la traza de lo temible. La
desmesura de lo sublime queda plenamente reflejada en los ejemplos: la vista de unas
montañas nevadas, una tormenta enfurecida, el imperio infernal de Milton, son sentimientos
de placer ante lo grande, mezclado con cierto dolor.
Experiencia de lo sublime
El tratamiento de lo sublime en la Crítica del juicio mantiene, en lo esencial, los rasgos
descriptivos de las Observaciones, pero asumiendo ya plenamente el planteamiento
trascendental. No nos detendremos mayormente en despejar y articular la orientación
trascendental de la estética kantiana, así como tampoco su lugar y relación con el sistema
kantiano como tal. La pregunta mucho más precisa que nos preocupa, como núcleo de la
estética de lo sublime, es la siguiente: ¿cómo se produce la articulación y el tránsito entre
los valores estéticos de lo sublime y los valores antropológicomorales? Antes de ello, sin
embargo, detengámonos un momento en deslindar la propia experiencia de lo sublime.
Hemos destacado que la expresión española "sublime" proviene del latín sublimis, lo que
está en el aire, elevado, situado en la altura. La expresión alemana erhaben, empleada por
Kant, alude a la misma experiencia: significa elevado, saliente, superior, por encima de,
eminente. La experiencia designada con estas expresiones parece, pues, aludir a un cierto
"sentirse superado" o trascendido por algo que nos sobrepasa de una manera ilimitada. Los
ejemplos que Kant ya había puesto en las Observaciones resultan lo suficientemente
indicativos: unas montañas nevadas, una tormenta enfurecida, la profundidad estrellada de
una noche e incluso, frente a la comedia, la grandiosidad de la tragedia. De allí que la
primera diferencia de lo sublime frente a lo bello, sea la de la representación de una
"ilimitación". "Lo bello en la naturaleza dice Kant se refiere a la forma del objeto (Form
des Gegenstandes), que consiste en su limitación (Begranzung); lo sublime al contrario,
puede encontrarse en un objeto sin forma, en cuanto en él, u ocasionada por él, es
representada una ilimitación (Unbegranztheit) y pensada, sin embargo, una totalidad de la
misma...". Frente a la forma, en cierto modo, ceñida y cerrada de lo bello, lo sublime se
manifiesta como informidad e ilimitación. Esta informidad e ilimitación en la
representación del objeto, no es sino expresión de una superación de nuestras facultades
ante la presencia de lo ilimitadamente grande. La "informidad" de lo sublime no se
identifica, sin embargo, con lo "monstruoso". Lo monstruoso, dice Kant, "es un objeto que
por su magnitud niega el fin que constituye su propio concepto". Lo que aterroriza de lo
monstruoso es la magnitud de lo que "repugna" al fin o al "deber ser" que constituye el
concepto de un objeto, en cambio, lo que atemoriza de lo sublime es la magnitud de lo que
rebasa cualquier objetivación.
Esta superación de nuestras facultades ante la presencia de lo sublime cualifica también la
satisfacción de un modo diverso. Al tanto, en efecto, la satisfacción en lo bello implica un
"sentimiento de impulsión a la vida" y, por lo mismo, se combina con el encanto y una
imaginación que juega; en cambio, la satisfacción en lo sublime comporta una suspensión y
desbordamiento momentáneo de nuestras facultades vitales. La satisfacción, pues, que
implica la representación de lo sublime lejos de todo juego, parece una ocupación seria.
Pero no sólo eso. Además el placer ante lo sublime comporta una interna ambigüedad: hay
tanto una atracción como un rechazo. Es por este juego "atracciónrechazo" por lo que la
satisfacción en lo sublime puede llamarse según Kant "no tanto placer positivo como,
mejor, admiración o respeto, es decir, placer negativo". El respeto (Achtung), a diferencia
del encanto (Reizen) propio de lo bello, no sólo puede ser definido por la positividad de la
atracción o la seducción, sino también y sobre todo por la negación que, al mismo
tiempo, nos separa y distancia del objeto. La connotación negativa de la satisfacción en lo
sublime o como Kant también lo llama, el "placer negativo" (negative Lust) pone de
manifiesto la limitación y el desbordamiento de nuestras facultades de representación frente
a la ilimitación de la naturaleza.
Esta ilimitación hace que, desde el punto de vista cuantitativo, lo sublime no pueda ser
definido sino como "lo que es absolutamente grande". Lo absolutamente grande es lo
"grande por encima de toda comparacion" (absolute, non comparative magnum, dice Kant
en latín). A esta determinación cuantitativa de lo sublime que Kant llama "sublime
matemático" se agrega lo que denomina "sublime dinámico". Lo "sublime dinámico" queda
definido por la fuerza (Macht). Y fuerza "es una facultad que es superior a grandes
obstáculos". La "naturaleza como fuerza" no puede sino producir temor (Furcht),
precisamente en cuanto no encontramos una facultad adecuada para resistirle. "Rocas
ejemplifica Kant audazmente colgadas y, por así decirlo, amenazadoras, nubes de
tormentas que se amontonan en el cielo y se adelantan con rayos y con truenos, volcanes en
todo su poder devastador, huracanes que van dejando tras de sí la desolación, el océano sin
límites rugiendo de ira, una cascada profunda en un río poderoso, etc., reducen nuestra
facultad de resistir a una insignificante pequeñez, comparada con su fuerza". La fuerza
(Macht) de la naturaleza empequeñece, reduce y "nadifica", en cierto modo, nuestras
resistencias. Pero el temor que se deriva de esta "nadificación" dista mucho también de ser
unívoco: no es un puro temor, es un "temor atractivo". Contemplamos, en efecto, al mismo
tiempo, con temor y atracción la fuerza superior de la naturaleza, con tal que y esto no se
le escapa a Kant no esté en riesgo nuestra existencia. En este sentido, y en tales
condiciones, la fuerza de la naturaleza es tanto más atractiva cuanto más temible.
Lo sublime está en la razón
Para Kant, sin embargo, y con esto entramos al núcleo de nuestro problema, lo que se
manifiesta, finalmente, en la contemplación estética de lo sublime, no es, simplemente, la
sublimidad de la naturaleza. Lo sublime tanto en su consideración matemática como
dinámica no es algo, en primer lugar y finalmente, atribuible a la naturaleza. Si es cierto
que "sublime es aquello en comparación con lo cual toda otra cosa es pequeña", entonces se
ve fácilmente que no hay ninguna cosa en la naturaleza que pueda, propia y absolutamente,
ser llamada sublime. No hay nada tan grande en la naturaleza que, bajo otra relación, no
pueda ser rebajado hasta lo infinitamente pequeño, ni nada tan pequeño que, respecto de
medidas más pequeñas aún, no pueda ampliarse hasta el tamaño de un mundo. El telescopio
y el microscopio, dice Kant, han dado buena muestra de estas dos perspectivas. Pero, ¿qué
es, entonces, sublime? Por lo pronto, dice Kant negativamente, "nada de lo que es objeto de
los sentidos puede llamarse sublime". Simplificando: no es en el océano o en la tempestad
donde radica lo sublime, sino en nosotros. Para Kant, la propia limitación de nuestras
facultades para apreciar las magnitudes sensibles manifiesta una facultad suprasensible en
nosotros. Esta facultad capaz de abarcar la infinitud y de ordenarse a ella es la razón
(Vernunft). Sabemos que para Kant en la razón (Vernunft), a diferencia del entendimiento
(Verstand), hay "una pretensión de totalidad absoluta". Es esta apertura a una totalidad
auténtica teleologia rationis humanae, como dice Kant la que hace de la razón, y no la
naturaleza, lo verdaderamente sublime. Atendiendo a lo anterior no puede, pues, sorprender
la definición final de lo sublime: "sublime dice Kant, definiendo es lo que, sólo porque se
puede pensar, demuestra una facultad del espíritu que supera toda medida de los sentidos".
La incapacidad de nuestras facultades para encontrar una medida adecuada a la apreciación
estética de las magnitudes pone de manifiesto, en esa misma limitación, la capacidad de la
razón para mantener la infinitud como unidad. En otras palabras, en el propio hecho de
"poder pensar" lo sublime, lo absolutamente grande, se pone de manifiesto la superioridad
de nuestro espíritu sobre la naturaleza.
Lo mismo sucede con lo sublime dinámico. En la irresistibilidad de la fuerza de la
naturaleza, en nuestra impotencia física, se descubre al mismo tiempo nuestra
independencia y superioridad frente a ella. "La irresistibilidad de su fuerza, dice Kant en
un bello texto que ciertamente nos da a conocer nuestra impotencia física, considerados
nosotros como seres naturales, descubre, sin embargo, una facultad de juzgarnos
independientes de ella y una superioridad sobre la naturaleza, en la que su funda una
independencia de muy otra clase de aquella que pueda ser atacada y puesta en peligro por la
naturaleza, una independencia en la cual la humanidad en nuestra persona permanece sin
rebajarse, aunque el hombre tenga que someterse a aquel poder". En estas palabras de Kant
lindantes en lo lírico resuena, sin duda, el eco de Rousseau y la tradición ilustrada: el
sentimiento de la dignidad del hombre por sobre la naturaleza. Schiller en un ensayo
titulado De lo sublime, que lleva por subtítulo Ampliación de algunas ideas de Kant
expresa, en su definición de lo sublime y de un modo directo, esta misma idea acerca de la
"dignidad moral" del hombre: "Llamamos sublime a un objeto dice Schiller , ante cuya
representación nuestra naturaleza sensible siente sus propios límites; nuestra naturaleza
racional, empero, su superioridad, su exención de límite; objeto, al que no podemos resistir,
pues, físicamente, pero sobre el cual nos elevamos moralmente, es decir, por medio de
ideas". Lo que aquí resulta relevante, para nuestro problema, no es tanto la mera afirmación
de la "dignidad moral" del hombre, cuanto el tránsito desde los valores estéticos a los
valores antropológicomorales. O dicho con más precisión, el descubrimiento de los valores
morales "en" los valores estéticos. Ello resulta más sugerente todavía si consideramos que
el tratamiento del "juicio estético" implica sobre todo la determinación de su "peculiaridad"
frente a otros tipos de juicio y otras facultades. Gran parte de la Crítica del juicio opera
metódicamente sobre la base del enfrentamiento entre la facultad de sentir placer y dolor,
locus del juicio estético, y la facultad de conocer y desear. En otras palabras, Kant en gran
medida se empeña en distinguir el juicio estético de los juicios lógicoteóricos y los
prácticomorales. La determinación del juicio de gusto como "satisfacción desinteresada"
alude justamente a este intento de separar el juicio estético tanto de lo meramente
agradable, como de lo bueno. Y, sin embargo, también y esto es lo que hemos revisado
en el corazón mismo de lo estético comparece lo moral.
El lugar preciso de esta comparecencia no es, como hemos visto, lo bello como tal, sino lo
sublime. Lo bello no aparece sino como "limitación de la forma", lo sublime, en cambio,
posee la rúbrica de la infinitud. Es por esta ilimitación e infinitud que los objetos estéticos
no pueden ya ser interpretados en términos de "pura presencia" o "limitación formal" y,
correspondientemente, la experiencia estética en términos de una simple satisfacción
positiva. A través de lo sublime, tal se podría afirmar, se introducen la negación y la nada
en el dominio de lo estético. En este sentido, pues, no puede resultar sorprendente la
recuperación que ha hecho de la estética contemporánea de la experiencia de lo sublime.
Sólo que esta recuperación, si realmente quiere apoyarse en Kant, no puede servir para
sostener, en el dominio de lo estético, la primacía absoluta de lo negativo y lo puramente
irracional. Y ello porque para Kant la negación no puede sino cumplir una función
enteramente positiva: la revelación, en la misma finitud de la naturaleza sensible, de la
ordenación ilimitada del espíritu humano.
Gustavo Cataldo Sanguinetti, Escuela de Artes Liberales, Universidad Andrés Bello.
Los «valores estéticos» –bello, feo (K. Rosekranz publicó en 1853 una
Estética de lo feo), sombrío, fúnebre, elegante, cursi, hermoso, claro,
horrendo, sucio, asqueroso, armonioso, destemplado, esbelto, gracioso, fino,
grosero, desmañado, sublime, vulgar, guapo, &c.– y los juicios de valor
correspondientes están presentes prácticamente en la totalidad de la vida
humana, no sólo en los momentos en los que ésta se enfrenta con las que
llamamos «obras de Arte», sino también en los momentos en los que ésta se
enfrenta con la «prosa de la vida» y con la «Naturaleza». Es cierto que ni las
obras artísticas sustantivas o adjetivas o, en general, las obras culturales y,
menos aún, los procesos o estados naturales se agotan en su condición de
soportes de sus valores estéticos. Un reloj de porcelana barroco puede ser,
además de una obra sustantiva de arte, un instrumento tecnológico y funcional;
ni siquiera la obra sustantiva o exenta que parece haber sido concebida
únicamente para brillar por sí misma expuesta en el museo o en el teatro
(independiente de los efectos que pueda tener luego en la «prosa de la vida»)
se agota en su condición de soporte de valores estéticos; ella tiene siempre, al
margen de las funciones psicológicas sociales, políticas o económicas que
potencia, un trasfondo situado «más allá de lo bello y de lo feo». Incluso cabe
afirmar que la «finalidad» de la obra de arte (y por supuesto la finalidad de la
«Naturaleza») no puede hacerse consistir en la producción de valores
estéticos positivos (o acaso negativos: el feísmo). La Naturaleza o el Arte
tienen otras fuentes; los valores estéticos intervienen en la producción, o en el
uso y en el producto, más como reglas o cánones que como fines.
Sin embargo, parece indudable que, supuesto que sea ello posible, si
desconectamos una «producción cultural» de toda referencia a los valores
estéticos ella perdería también su condición de obra de arte sustantivo o
poético, y se convertiría en un producto tecnológico o científico estéticamente
neutro. En cualquier caso, el análisis de los valores estéticos en el plano
abstracto (respecto de sus referencias naturales o culturales), salvo que
determinemos reglas y proporciones objetivas empíricas, encierra el peligro de
su vaguedad y de su trivialidad, a la manera de la fórmula tomista: pulchra
sunt quae visa placent. Parece preferible el método que comienza el análisis
estético por la consideración de las producciones culturales humanas, «las
obras de arte sustantivo» (proporciones aúreas, contrapuntos) y pasando,
como intermedio, por las producciones culturales animales (panales, nidos,
telas de araña, cantos de pájaro, rituales...), continúa por las situaciones o
escenarios «naturales» (puestas de sol, grandes cataratas, bosques umbríos,
cielo estrellado...) que tengan conexión con los valores estéticos. La
determinación de características generales no triviales de los valores estéticos
podrá llevarse a cabo eventualmente con algún mayor rigor a partir de los
resultados de los análisis particulares previos. En cualquier caso, el
materialismo filosófico distingue también entre la estética filosófica (más
vinculada a la filosofía de los valores estéticos) de la filosofía del arte; entre
ambas perspectivas media una relación que recuerda a la que se establece
entre la Teología natural y la Filosofía de las religiones positivas (se
comprende que Hegel, desde el idealismo, postulase la reducción de la
estética a la Filosofía del arte). {E}