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DIVINIDADES Y TEOLOGÍA

Notas sobre el nuevo nacimiento

¿Qué significa “nacer del agua


y del espíritu” en Juan 3:5?

Armando H. Toledo
Coordinador general de La Ucli
a.h.toledo@hotmail.com

Mucha gente piensa que la pregunta que Nicodemo plantea lo muestra como un literalista
bastante tonto. Eso tal vez sea muy severo, pero realmente no es muy justo que se te llame
“maestro de Israel” (Juan 3:10, posiblemente un título) si no puedes entender el sentido
profundo de esta extraña metáfora. Cuando escuchamos a Jesús decir que para entrar en el
reino uno debe “nacer de nuevo”, sospechamos que Nicodemo entiende que Jesús quiere
decir que aún no somos lo suficientemente buenos como para habernos ganado la entrada al
reino: debemos comenzar de nuevo, darnos una nueva oportunidad, hacer las cosas
diferentes. Seguramente Nicodemo cree que Jesús está yendo demasiado lejos: la vida ya
está hecha, a la gente realmente no le resulta tan fácil comenzar de nuevo o reclamar una
nueva vida, jactarse de un nuevo nacimiento o disfrutar de un nuevo comienzo, sobre todo
cuando uno puede ya estar avanzado en edad.

La mayoría de nosotros hemos enfrentado momentos en los que, si pudiéramos,


comenzaríamos de nuevo, o al menos eliminaríamos algunos de nuestros peores pecados y
fallas, ¿no es cierto? “¡Oh, para que un hombre surja en mí / Que el hombre que soy ya no
sea!”, escribió Alfred Lord Tennyson. O, como dijo John Clare, “Si la vida tuviera una segunda
edición, ¿cuáles errores corregiría?” Nicodemo percibe la inutilidad de continuar discutiendo
sobre que debemos tener un nuevo comienzo: es un poco tarde para exigir un nuevo comienzo
cuando uno ha armado tantos líos en su viaje por la vida (3: 4, 9). Y, si según este maestro,
eso es lo que se requiere para entrar al reino, entonces no hay esperanza, estamos perdidos:
‘¿Cómo puede uno nacer de nuevo siendo ya viejo? ¡Puede ya ser demasiado tarde para eso!’

Lejos de retroceder, Jesús insiste en el punto (3:5), pero lo hace de tal manera que la imagen
del “nacer de nuevo” se transforma en “nacer del agua y del Espíritu”, añadiendo así nuevos
detalles explicativos a la expresión. Quizá en este punto Nicodemo se siente incapaz de seguir
el razonamiento del maestro, y es cuando surge para nosotros también la inquietud de saber
qué fue lo que exactamente quiso decir.

Una propuesta insatisfactoria

Se han presentado varias sugerencias que, sin embargo, nos resultan bastante
insatisfactorias. Algunos proponen que Jesús está especificando dos nacimientos: uno debe
experimentar no solo un nacimiento natural (“nacer del agua”, del líquido amniótico de la

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madre) sino también un nacimiento espiritual (“nacer del Espíritu”, signifique lo que signifique).
La gente no solo debe nacer, sino que debe nacer “de nuevo”. Pero hay dos problemas
principales con esta interpretación:

(1) Es insoportablemente trillada. La primera parte diría no más que para entrar en el reino,
uno debe existir: debes haber nacido en este mundo de una madre, debes estar “aquí” antes
de aspirar a estar “allá”. Eso significa que todo el peso de la respuesta de Jesús se hallaría en
la segunda parte, “nacer del Espíritu”, haciéndonos preguntar de todos modos si realmente
eso quiso decir Jesús en la primera parte cuando habló de, “nacer del agua”, que, según esto,
está contribuyendo a la explicación de la último.

(2) Hasta donde sabemos, no se ha hallado ninguna fuente en el mundo antiguo que use la
expresión “nacido del agua” como una locución para hacer referencia al nacimiento natural de
una madre. Por supuesto que no es descabellado ni imposible que el flujo de líquido amniótico
que precede al nacimiento natural haya generado la expresión “nacido del agua”, pero si es
así, hasta ahora no ha salido a la luz, ni en fuentes judías ni helenísticas, tal evidencia
arqueológica. En ambos casos, parece improbable que esta sea la interpretación más
adecuada.

Otros proponen lo que podría llamarse una interpretación sacramental: el nuevo nacimiento,
dicen, está vinculado tanto con el acto del bautismo (en agua), como con la persona del
Espíritu Santo. Cómo, en este contexto, Jesús habría podido imaginar que Nicodemo pudiera
haber recogido de la palabra “agua” una alusión al bautismo cristiano, no queda muy claro.
Además, en el capítulo siguiente, Juan llama la atención sobre el hecho de que Jesús mismo
no bautizaba a las personas (4:2), sino que esa tarea se la dejó a sus discípulos, quienes aún
no tenían el Espíritu Santo.

Una mejor explicación

Proponemos otro procedimiento. Primero, haremos un comparativo entre Juan 3:3 y Juan 3:5,
para hacer evidente su paralelismo:

Juan 3:3 Juan 3:5

“De veras te aseguro que…” “Yo te aseguro que…”


“…quien no nazca de nuevo…” “…quien no nazca de agua y del Espíritu…”
“…no puede ver el reino de Dios.” “…no puede entrar en el reino de Dios.”

Inmediatamente queda claro que “nacer del agua y del Espíritu" (3:5) es paralelo a “nacer de
nuevo" (3:5). En otras palabras, “nacer del agua y del Espíritu” no puede referirse a dos
nacimientos, uno natural y otro espiritual; más bien, se refiere a un mismo nacimiento, el
nacimiento al que Jesús se refiere cuando habla de ser “nacido de nuevo”. Se deduce que el
uso de Jesús de “nacer del agua y del Espíritu” es la explicación de Jesús de lo que quiere
decir con “nacer de nuevo”, y su intención es la de responder la pregunta de Nicodemo.

Segundo, en lo que sigue se hace evidente que Jesús piensa que su explicación debería haber
sido suficiente para Nicodemo. De hecho, Jesús reprende a Nicodemo por no entender, a
pesar de que él es “maestro de Israel” (3:9-10). Como fariseo erudito, Nicodemo había leído y
estudiado lo que nosotros llamamos el Antiguo Testamento, junto con una gran cantidad de

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reflexión teológica adicional. De todo este aprendizaje, ¿qué debió haber recogido Nicodemo
de las palabras de Jesús que deberían haberle dado una mejor comprensión de aquello de lo
que Jesús estaba hablando?

Eso nos lleva al tercer detalle, la pista decisiva. La pregunta que debemos hacernos es esta:
¿dónde se unen “el agua” y “el Espíritu” en el Antiguo Testamento en un contexto que promete
un nuevo comienzo? Hay varias posibilidades, pero la más obvia es Ezequiel 36: 25–27:

“Los rociaré con agua pura, y quedarán purificados. Los limpiaré de todas
sus impurezas e idolatrías. Les daré un nuevo corazón, y les infundiré un
espíritu nuevo; les quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen, y les
pondré un corazón de carne. Infundiré mi Espíritu en ustedes, y haré que
sigan mis preceptos y obedezcan mis leyes.”

Dios promete a través del profeta Ezequiel, seis siglos antes de Jesús, que llegará un momento
en que habrá un nuevo comienzo transformador, caracterizado por una limpieza espectacular
simbolizada por agua que lava todas las impurezas e ídolos, y por el poderoso don del Espíritu
que transforma los corazones de las personas. Eso es lo que se requiere para que la gente
vea y entre en el reino de Dios. No es de extrañar, pues, que Jesús repita: “Tienen que nacer
de nuevo”.

Cuarto, con un poco más de espacio sería posible mostrar cómo ésta interpretación de las
palabras “nacer del agua y del Espíritu” se corresponde con el resto del pasaje y, de hecho,
con todo el Evangelio de Juan. Jesús felizmente insiste en que esta declaración de la
necesidad de este tipo de nuevo nacimiento tiene la autoridad de la revelación: él mismo ha
venido del cielo para traerlo (3:11-13). Y el patrón de un Dios que se inclina para salvar
poderosamente a su pueblo de su pecado e idolatría, ya estaba ahí en el Antiguo Testamento
(3:14-15; cfr. Núm. 21:4–9).

De hecho, todo esto se basa en el incomparable amor de Dios (Juan 3:16–21), y es accesible
a la fe: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que
cree en él no perezcas sino tengas vida eterna” (Juan 3:16).

“Por una fe inteligente…”

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