Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
Poema
El tonel de amontillado
Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
cabeceando, casi dormido,
Había yo soportado hasta donde me era posible las mil oyóse de súbito un leve golpe,
ofensas de que Fortunato me hacía objeto, pero cuando como si suavemente tocaran,
se atrevió a insultarme juré que me vengaría. Voso- tocaran a la puerta de mi cuarto.
tros, sin embargo, que conocéis harto bien mi alma, no “Es -dije musitando- un visitante
pensaréis que proferí amenaza alguna. Me vengaría a la tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
larga; esto quedaba definitivamente decidido, pero, por Eso es todo, y nada más.”
lo mismo que era definitivo, excluía toda idea de riesgo.
No sólo debía castigar, sino castigar con impunidad. No ¡Ah! aquel lúcido recuerdo
se repara un agravio cuando el castigo alcanza al repa- de un gélido diciembre;
rador, y tampoco es reparado si el vengador no es capaz espectros de brasas moribundas
de mostrarse como tal a quien lo ha ofendido. reflejadas en el suelo;
Téngase en cuenta que ni mediante hechos ni pala- angustia del deseo del nuevo día;
bras había yo dado motivo a Fortunato para dudar de en vano encareciendo a mis libros
mi buena disposición. Tal como me lo había propuesto, dieran tregua a mi dolor.
seguí sonriente ante él, sin que se diera cuenta de que Dolor por la pérdida de Leonora, la única,
mi sonrisa procedía, ahora, de la idea de su inmolación. virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada.
Un punto débil tenía este Fortunato, aunque en otros Aquí ya sin nombre, para siempre.
sentidos era hombre de respetar y aun de temer. Enor-
gullecíase de ser un connaisseur en materia de vinos. Y el crujir triste, vago, escalofriante
Pocos italianos poseen la capacidad del verdadero de la seda de las cortinas rojas
virtuoso. En su mayor parte, el entusiasmo que fingen llenábame de fantásticos terrores
se adapta al momento y a la oportunidad, a fin de enga- jamás antes sentidos. Y ahora aquí, en pie,
ñar a los millonarios ingleses y austriacos. En pintura y acallando el latido de mi corazón,
en alhajas Fortunato era un impostor, como todos sus vuelvo a repetir:
compatriotas; pero en lo referente a vinos añejos pro- “Es un visitante a la puerta de mi cuarto
cedía con sinceridad. No era yo diferente de él en este queriendo entrar. Algún visitante
sentido; experto en vendimias italianas, compraba con que a deshora a mi cuarto quiere entrar.
largueza todos los vinos que podía. Eso es todo, y nada más.”
Anochecía ya, una tarde en que la semana de carna-
val llegaba a su locura más extrema, cuando encontré Ahora, mi ánimo cobraba bríos,
a mi amigo. Acercóseme con excesiva cordialidad, pues y ya sin titubeos:
había estado bebiendo en demasía. Disfrazado de bu- “Señor -dije- o señora, en verdad vuestro perdón imploro,
fón, llevaba un ajustado traje a rayas y lucía en la cabe- mas el caso es que, adormilado
za el cónico gorro de cascabeles. Me sentí tan contento cuando vinisteis a tocar quedamente,
al verle, que me pareció que no terminaría nunca de tan quedo vinisteis a llamar,
estrechar su mano. a llamar a la puerta de mi cuarto,
-Mi querido Fortunato -le dije-, ¡qué suerte haberte que apenas pude creer que os oía.”
encontrado! ¡Qué buen semblante tienes! Figúrate que
Y entonces abrí de par en par la puerta: no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían… y se
Oscuridad, y nada más. estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo
pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella
Escrutando hondo en aquella negrura agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel
permanecí largo rato, atónito, temeroso, escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas
dudando, soñando sueños que ningún mortal hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y enton-
se haya atrevido jamás a soñar. ces… otra vez… escuchen… más fuerte… más fuerte…
Mas en el silencio insondable la quietud callaba, más fuerte… más fuerte!
y la única palabra ahí proferida -¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que
era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?” lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí… ahí!¡Donde
Lo pronuncié en un susurro, y el eco está latiendo su horrible corazón!
lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!”
Apenas esto fue, y nada más.