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Siglo XVI

Este mapa mundial del italiano Amerigo Vespucciy el belga Gerardus Mercator además de los
continentes Europa, África y Asia muestra el Américacomo America sive India Nova , nuevo Guinea y
otras islas de Asia de Sudeste, así como un hipotéticocontinente ártico (que se suponía que había sido
descubierto por Almirante Richard E. Byrd en 1947) y un aún no determinado Terra Australis .

Comenzó el 1 de enero de 1501 y terminó el 31 de diciembre de 1600. Es llamado el «Siglo de


las Colonias» Comenzó con elaño juliano de 1501 y finalizó tanto en el calendario juliano o
del gregoriano 1600 (dependiendo del cómputo utilizado; el calendario gregoriano introdujo un
lapso de 10 días en octubre de 1582).1
Vio a España y Portugal explorar el denominado "Nuevo mundo". Con la conquista y
sometimiento de los imperios azteca e inca, el Imperio español extendió sus dominios desde la
actual California hasta el río Biobío en Chile, siendo el imperio globalmás extenso durante 300
años. En general, el siglo XVI fue un período de auge económico para Europa.
España se erigió como la superpotencia de ese siglo y reunió un imperio gigantesco, con
posesiones por todo el mundo. Alcanzó su apogeo al anexionar el Imperio portugués. Dominó
extensísimos territorios americanos, desde los actuales Estados Unidos hasta la zona de Chile
y Argentina, posesiones alrededor de África, numerosas colonias en Asia fruto de la conquista
de Portugal. Además de media Italia, los Países Bajos, la Borgoña, etc.
A raíz del descubrimiento de América a finales del siglo XV, el siglo XVI prosiguió con las
grandes exploraciones, principalmente españolas y portuguesas, por el Nuevo Mundo,
el Pacífico, Asia, etc. España completó la primera vuelta al mundo de la Historia. La economía
se globalizó, creándose un primitivo capitalismo.
En Europa, la reformas protestantes discutían la autoridad del papado y de la Iglesia católica.
En Inglaterra, el autoritarioEnrique VIII separó la autoridad papal de su reino, y se estableció
como cabeza de la Iglesia anglicana para poder divorciarse. Estas guerras religiosas
provocaron más adelante, en el siglo XVII, la guerra de los Treinta Años, que acabó con la
supremacía de la Casa de Habsburgo en Europa. Mientras, en Oriente Próximo, el Imperio
otomano bajo Suleimán el Magnífico.

El siglo XVII (17) d. C. (siglo decimoséptimo después de Cristo) o siglo XVII EC (siglo
decimoséptimo de la era común) comenzó el 1 de enero de 1601 y terminó el 31 de
diciembre de 1700. Es llamado el «Siglo de la Física» debido a que en este siglo las
aportaciones de Galileo Galilei, René Descartes e Isaac Newton dieron origen a
la física clásica y a un sistema de pensamiento mecanicista.

Muere Isabel I de Inglaterra y es sucedida por su primo el rey Jacobo VI de Escocia, uniendo
las coronas de Escocia eInglaterra.

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LA INDUMENTARIA DEL SIGLO XVII (INGLATERRA).

Los espectáculos del teatro isabelino eran visualmente muy llamativos debido
a la indumentaria utilizada que era elegante, colorida y lleno de complementos de
difícil manipulación en escena. En las arcas de vestuario de las compañías se
podían encontrar pelucas, encajes, postizos, bastones, collares, capas, zapatos de
tacón y botas de montar. Los complementos y ropas utilizada por los actores eran
nunca correspondían con la época en que se desarrollaba la pieza. Al igual que en
nuestros corrales de comedias, se utilizaba un vestuario a la moda, es decir,
coetáneo a la época en que vivían. Es curioso constatar como en una escena de
Julio César , de Shakespeare, un personaje hace el siguiente comentario a propósito
de la indumentaria de Julio César: "Cuando vio aquel rebaño de populacho
alegrarse de que rehusaba la corona, me pidió abrir su GOLA y les ofreció el cuello
para que lo cortasen".

Ante la desnudez casi completa del escenario, el actor debía captar la atención
del espectador no sólo con su interpretación, sino también con su apariencia, que
era toda una llamada al sentido de la vista. Se buscaba la belleza y el lujo por medio
de ropas suntuosas. Más aún cuando se representaba delante de la reina Isabel ó el
rey Jacobo, más tarde. Al final de cada representación, los actores saludaban a su
majestad y a todo su séquito.

El vestuario, además, caracterizada externamente al personaje y esto facilitaba


al público el seguimiento de la obra. Había, igual que en otros aspectos de la
representación, una serie de convenciones establecidas que el público conocía.
También Julio César , en sus primeros versos, nos da muestras de hasta qué punto
el vestuario era de gran importancia en la comprensión de la obra. Flavio y Marulo
ven a ciudadanos vestidos con elegantes trajes e investigan:

Flavio. (...) ¡Habla! ¿Cuál es tu oficio?

Ciudadano. A la verdad, señor, soy carpintero.


Marulo. ¿Dónde está tu delantal de cuero y tu escuadra? ¿Qué haces luciendo tu
mejor vestido?

Por su parte, los empresarios teatrales rivalizaban por poseer el mejor y más
fastuoso vestuario en su compañía; normalmente, en las tragedias se llevaban las
mejores y más lujosas ropas. Pero toda esta riqueza no estaba a cargo de la
compañía, pues habría sido un lujo muy difícil de sobrellevar económicamente (en
Francia, en cambio, el vestuario iba a cuenta del propio actor; carga demasiado
pesada para un oficio tan mal pagado y tan poco reconocido socialmente). Estos
trajes eran donados por ilustres personalidades y grandes señores. Al parecer, era
costumbre de un verdadero gentleman dejar en testamento sus ropas a sus
sirvientes, quienes negociaban su venta a las compañías, puesto que ellos, por su
condición social, no podían llevarlas; en otras ocasiones, se adquirían de segunda
mano -o mejor dicho, de tercera- comprándolos a otras compañías. Además, las
ropas eran las mismas en todas las obras representadas.

Modos de vestir

Los elementos principales de la indumentaria inglesa eran básicamente los


mismos para todos los estamentos; las diferencias sociales y de clase las marcaban
la calidad y color de la tela, la cantidad de adornos y el grado de influencia de las
modas de otras cortes europeas. Las clases bajas y el campesinado usaban el lino y
la lana, en colores marrones y grises principalmente. Las clases altas se decantaban
por seda, raso, terciopelo y damasco, en colores intensos y brillantes como el rojo,
el azul turquesa y el negro. Las prendas de los campesinos y de las clases medias
eran, lógicamente, mucho más sencillas que las modas de la corte. Por el contrario,
los trajes de colorido muy vivo hacían estragos en los gustos de las clases altas: el
color favorito era el rojo. Y las clases medias los imitaron cuanto pudieron, a pesar
de tenerlo prohibido. En Inglaterra se aprobaron en 1597 unas Laws of Apparel ó
Sumptuary Laws ("Leyes de Vestimenta") que prohibían a la burguesía el uso de
algunas telas consideradas exclusivamente para la aristocracia: terciopelo, tisú de
oro o plato y armiño.

A mediados del siglo XVI las modas españolas imponen leyes de moda,
desplazando la hasta entonces primacía alemana en el vestir. Dos detalles
caracterizaban la moda del nuevo imperio español: las prendas ceñidas y los
colores oscuros. Los cortesanos españoles llegados a Inglaterra con Felipe II
influyeron de tal modo sobre los ingleses que éstos pronto adoptaron prendas
similares. Esta influencia española persistió hasta finales de siglo.
Los hombres indicaban su casta aristocrática a través de su indumentaria,
manteniéndose erguidos dentro de sus acolchadas y rígidas prendas; rigidez a la
que contribuyó sin duda alguna el aumento de la gorguera (que llegó a límites casi
disparatados hoy a nuestros ojos). La gorguera, que mantenía la cabeza erguida en
actitud de desdén, era un evidente signo de privilegio aristocrático. Demostraba
que quien la utilizaba no necesitaba trabajar, o al menos no de un modo agotador.
Por supuesto, las mujeres también las llevaban; pero su uso creaba una especie de
conflicto con el uso del escote, método principal de explotar el encanto femenino.
Tal conflicto se resolvió con la aparición del compromiso isabelino -a propósito de
Isabel I de Inglaterra-; consistía en abrir la gorguera por delante para mostrar el
escote, elevándola por detrás de la cabeza en unas alas de gasa ( The rainbow
portrait , retrato de Isabel I pintado alrededor de 1600 es el mejor testimonio del
grado de sofisticación al que llegó esta prenda). Así las mujeres de la corte
consiguieron estar atractivas a la vez que mostrar su rango.

Al abandonarse, sobre la segunda mitad del siglo XVI, las gorras planas se
pusieron de moda diversos tipos de sombreros. Unos eran los bonetes de copa alta,
endurecidos con bucarán. El capotain era un sombrero con copa alta de forma
cónica. Podían ser de distintos materiales: castor, fieltro, piel. Se podían adornar
con una pluma ó una joya prendida en la banda del sombrero. La chistera o
stovipipe hat era un gorro de corona alta de fieltro negro. También había
sombreros de copa baja y de ala ancha, y unos parecidos al bombín moderno. Los
magistrados y otros profesionales los llevaban rectos sobre la cabeza; pero todo
caballero isabelino que se preciara de tal, mostraba su gallardía colocándose el
sombrero ladeado o bien caído sobre la nuca. En Hamlet Polonio aconseja a su hijo
sobre la indumentaria que debe llevar en su estancia en Paris:

LA MODA INGLESA POST ISABELINA.


EXCESOS RETRATADOS AL DETALLE.
21 octubre, 2014 · de dianafernandezgonzalez · en Historia del Traje y la Moda. ·

En la historia del traje y la moda hay etapas en las que las exageraciones en la forma y el adorno denotan la transición de
un estilo. Sin querer afirmarlo de manera absoluta, hay ejemplos de esta observación: el cambio del estilo del Gótico
Tardío a la moda renacentista (finales siglo XV e inicios del XVI); la moda femenina del Imperio en su paso a la nueva
línea del Romanticismo, entre 1810 y 1815; los años previos a la definición del traje moderno femenino, antes del
estallido de la Primera Guerra Mundial…entre otros.
Uno de ellos, de evidente búsqueda de una nueva moda, es la época del paso del predominio del estilo renacentista
español, a la nueva moda barroca, con las ‘aportaciones’ francesas e inglesas del vestir de finales del siglo XVI y
principios del XVII.

Anónimo. Lady Francis Fairfax. 1605-15

Hoy nos detendremos en detalles de la vestimenta femenina cortesana inglesa de la llamada “era jacobea”, período de la
historia de Escocia e Inglaterra que coincide con el reinado de Jacobo VI de Escocia (1567-1625), quien también heredó la
corona de Inglaterra en 1603 como James I. La era jacobea sucede a la época isabelina y precede la era Caroline, y más
allá de la política, marca un estilo propio en la arquitectura, las artes visuales, las artes decorativas, la literatura y…la
moda.
Para poder apreciar con objetividad las imágenes que ilustran estos apuntes, tendríamos que recordar la moda precedente,
impuesta, en gran medida, por la figura y fuerte personalidad de la reina Isabel I de Inglaterra. Sobre la vestimenta de la
corte isabelina, nos hemos detenido en publicaciones anteriores: “Great farthingale. Una estructura, una monarca” (20
abril, 2014); “Los excesos de la moda isabelina de finales del siglo XVI” (9 abril, 2014). Como recordarán, la monarca
‘puso el listón alto’ en cuanto a rebuscamiento de las formas, asumiendo dichos excesos en la apariencia como necesarios
para imponer su poder, no solamente a través de las guerras, leyes, decretos y órdenes, sino por medio de su propia
imagen.

Cuando en 1603, la “Reina virgen”, la última de la dinastía Tudor, muere sin descendencia, le sucedió en el trono de
Inglaterra e Irlanda Jacobo I, quien ya era rey de Escocia, con el título de Jacobo VI. El nuevo rey, hijo de María Estuardo
(hermana de Enrique VIII), rigió conjuntamente Inglaterra, Escocia e Irlanda por espacio de 22 años, hasta su muerte a los
58 años, en 1625. Por tanto, la “era jacobea” abarca desde 1603 hasta 1625.

Durante su reinado, las artes decorativas se hicieron cada vez más ricas en color, detalles y diseños. Las artes se vieron
influenciadas, en general, por las corrientes francesas y flamencas. Se importaron materiales de otras partes del mundo,
aumentando su aplicación en la fastuosidad decorativa de los interiores de palacios y recintos cortesanos. La vestimenta
no escapó a ese estilo recargado.

Marcus Gheeraerts el joven. Princesa Elizabeth, hija de Jacobo I. 1612

Y para dejar constancia de esta riqueza de vestimenta y entorno, los pintores de la corte se multiplicaron. Se mantuvo,
durante un tiempo, la figura de Marcus Gheeraerts, el joven, quien era el artista favorito de Ana de Dinamarca, esposa de
James I, hasta alrededor de 1617, cuando ya es sustituido por los artistas más jóvenes, como Daniel Mytens quien, aunque
holandés, desarrolló su trabajo en la corte inglesa, sobre todo, después de la llegada al trono en 1625 el sucesor de Jacobo
I, Carlos I de Inglaterra.

Gheeraerts, Marcus el joven. Retrato de unadama.1615.


Marcus Gheeraerts el joven. Lady Done, aprox. 1610-15

Especial, por ser un representante destacado de la escuela inglesa, fue William Larkin, pintor que estuvo en activo desde
1609 hasta su muerte en 1619, reconocido por sus retratos icónicos de los miembros de la corte de Jacobo I. El pintor
londinense supo capturar en detalle la opulencia de los textiles y su manipulación: bordados, encajes, joyas, todo ello
característico de la moda en la era jacobea.

William Larkin. Retrato de Mary Radclyffe. 1910-13


William Larkin. Retrato de Lady Diana. 1616

¿El estilo “jacobeo” de la moda femenina?…Se aprecia claramente en esos retratos. Cuellos muy elaborados,
multiplicados en sus formas con la aplicación del encaje en su elaboración: en forma de abanicos, tipo “Médicis”, “a la
confusión”…(sabemos que las damas se mantuvieron más “fieles” a los cuellos destacados, hasta 1630, aproximadamente,
cuando ya los hombres lo había simplificado). Los materiales ‘ricos’ y con gran colorido, los bordados e incrustados en
variedad de piedras preciosas…Joyas y encaje…¡mucho encaje!…el siglo XVII es, sin duda, el gran siglo del encaje: en
los cuellos, como tocado, en los puños…

Anónimo. Retrato de Sarah Jones (det.).1615


William Larkin. Retrato de una dama (posiblemente Isabel de Bohemia). 1610’s

Anónimo. Lady Elizabeth (det.). 1620, aprox.


Paul van Somer. Elizabeth, condesa de Kellie (det.). 1610’s

Todo ello marcando una silueta que no define en un solo patrón su forma: algunas faldas mantienen el “great farthingale”
(gran verdugado), “the drum” (el tambor), “the wheel” (la rueda), promovido por la última etapa de la moda isabelina;
otras abandonan su uso y mantienen el volumen menos destacado…los talles van de afinados y alargados a altos y menos
ajustados…
Esa variedad y exageración de la decoración y las formas…¿no demuestra, tal como comentamos al inicio… la búsqueda
de un nuevo estilo…?…Yo creo que así es…

NOMENCLATURA DEL TRAJE Y LA


MODA: ENGAGEANTES
A pesar de que la moda femenina antes de 1920 era bastante compleja, tanto en su estructura como en cantidad de piezas
que la conformaban, se encontraban vías para facilitar, en algunos de sus múltiples detalles, tanto su uso como su
mantenimiento. Es así como, desde la Baja Edad Media, aparecieron soluciones como las mangas postizas.
En estos breves apuntes, nos detendremos una de ellas, identificada con el término ENGAGEANTES, con el que se
designaba al puño que se asomaba por el extremo de la manga de los vestidos de las damas de finales del siglo XVII y
hasta mediados del XVIII.
1727. Miguel Jacinto Meléndez. Isabel de Farnesio

Figurín de moda de principios del siglo XVIII

Estas mangas interiores o ‘acopladas’ aparecieron por primera vez, como parte del vestido de la moda de Luis XIV (a
partir de 1675) y fueron muy utilizadas también adornando el “vestido a la francesa”, tan de moda a mediados del siglo
XVIII (ver “El vestido ‘a la francesa’, Madame Pompadour y la promoción de un estilo” del 23 de noviembre de 2012), el
cual poseía las mangas estrechas hasta el codo, que terminaban con varios volantes de fino encaje. Con ello, estas mangas,
de color claro y delicado material, podía ser lavadas independiente del resto.
1753. Boucher -Mme Pompadour

1753. Boucher -Mme Pompadour (detalle)


1762. Joseph Blackburn. Retrato de una dama (detalle)

Las “engageantes”, también denominadas “mangas falsas” o “mangas acopladas”, se ataban con una cinta al antebrazo,
garantizando así que no salieran en su totalidad por la manga del vestido. Podían ser también abotonadas, poseyendo un
ojal para introducir en él el botón situado en el interior de la manga del vestido.

Engageantes originales en los que se observa el ojal

Eran elaboradas de fino encaje, en la parte ‘visible’ y de lino en lo que quedaba oculto. Durante la moda Luis XIV y Luis
XV, las “engageantes” se utilizaron como indicativo en la escala social de su portadora, pues el valor del encaje reflejaba
que mientras más capas de volantes y de mayor dimensión de estas mangas falsas, mayor era la solvencia económica.
Por analogía, con el término “engageantes”, se identificó también a las piezas que asomaban por las mangas pagoda de los
conjuntos de tarde de mediados del siglo XIX.
1850. Figurín de moda

1860. Figurín de moda. Engageante que se asoma por la manga pagoda del conjunto amarillo
1861. Figurín de moda

En esta ocasión, elaboradas de hilo o algodón, pudiendo ser bordadas y con forma de amplio globo.

Historia del traje y la moda en Inglaterra y


Francia desde el siglo XVIII hasta el año 1939
Bajarano, Paula; Bertzzoni, Victoria; Roldan, Guadalupe;
Valent, Pamela

Creación y Producción en Diseño y Comunicación Nº7


ISSN: 668-5229
Proyectos Jovenes en Investigación y Comunicación
Año II, Vol. 7, Mayo 2006, Buenos Aires, Argentina | 91 páginas

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La identidad es una construcción efímera creada a partir de conocimientos, valores y una


suma de elementos recopilados con el tiempo. A partir de este modelo y mediante estrategias
de selección y combinación se construye la propia imagen que va a ser percibida y dirigida al
entorno. De esta manera el traje da connotaciones sociales a la persona que lo lleva,
ayudándolo construir dicho modelo. Durante la historia los modelos sociales atravesaron
muchas etapas dentro de la indumentaria. El proyecto se focaliza en la indumentaria utilizada
desde el S. XVIII hasta el año 1939.

"El traje a lo largo de casi toda su historia, ha seguido dos líneas separadas de desarrollo,
dando como resultado dos diferentes tipos de indumentaria. Desde un punto de vista actual, el
criterio de división más evidente, parecería el dado por el sexo, el traje masculino y femenino:
Pantalones y faldas. Sin embargo no puede decirse que los hombres hayan llevado siempre
prendas bifurcadas y que las mujeres no lo hayan hecho".
"Libre de referentes, aquí los objetos de la moda obligan a reexaminar permanentemente los
códigos en juego, indiferentes a cualquier orden social tradicional. Los sujetos cuya identidad
es relacional, son terminales virtuales de las redes múltiples, mientras el concepto de norma
no está centrado en el individuo y su responsabilidad, sino en las redes sociales y las
coyunturas contingentes de generación de sentido".

Los Ingleses
En los comienzos de la época medieval, tanto los hombres como las mujeres ingleses usaban una

túnica y un manto y ropa interior de hilo blanco denominada camisola. Pero con la llegada de los

normandos, en el siglo XI, las vestimentas se hicieron más ricas, prefiriéndose telas más suntuosas y,

además, pieles y joyas. La medida de longitud inglesa, denominada yarda, se fijó durante el reinado

de Enrique 11, entre los años 1154 y 1189, y se tomó como patrón la longitud del brazo del monarca.

En el siglo XII se adoptó el gabán, que vestían tanto los hombres como las mujeres. Los primeros lo

usaban sobre la armadura de cota de malla. El gabán se sujetaba a la cintura por un cinturón de cuero

grueso que llevaba adornos de metal y en el que pendía la espada. Los guantes se hacían de cuero o

lana, y el calzado era muy simple, de cuero suave y muy ceñido al pie. Las damas de la nobleza lo

usaban bordado. De izquierda a derecha, se ha representado un barón, el rey, un guardia, un

consejero y un canciller.

La conquista normanda en las Islas Británicas tuvo, como ya hemos señalado, gran influencia en la

moda. La vestimenta se hizo más rica y variada. Bajo el reinado de Guillermo II; en el siglo XI,

apareció el vestido femenino llamado "princesa", de corte ceñido y con una abertura que iba desde la

cintura hasta la parte superior de la espalda sujeta con lazos. Del ancho cinturón de cuero o tela

gruesa se colgaba un monedero y 1lavero. El peinado y el tocado femeninos adquirieron una modalidad

especial que perduró durante largo tiempo. El cabello se separaba en el centro por medio de una raya

y se sujetaba en dos largas trenzas, engrosadas con cabellos postizos y adornadas con cintas. Otras

veces, los cabe 1los se sujetaban con redecillas -en ocasiones muy suntuosas, ya que eran de hilos de

oro- o una pequeña toca de hilo blanco almidonado. Los tejidos más usados eran las lanas de Flandes y

las sedas y brocados de Venecia.

Las armaduras como elementos defensivo fueron conocidas desde la antigüedad y ya se habla de ellas

en la "Ilíada" y la "Odisea", del poeta griego Homero. Los soldados griegos, macedonios y romanos

también las usaron y fueron perfeccionándolas, pero fue en la Edad Media, cuando las armaduras se

hicieron más completas. Como hemos señalado en otros capítulos de esta serie, primeramente se usó
la cota de malla, pero luego se utilizaron las piezas enteras de metal que cubrían no sólo el pecho y la

espalda, sino también los brazos, las piernas y, sobre todo, la cabeza y la cara. Ésta se hallaba

protegida por una especie de visera que podía levantarse, lo que permitía reconocer a la persona. Es

interesante señalar que el característico saludo de quitarse el sombrero proviene, precisamente, del

ademán de levantarse la visera cuando un caballero se enfrentaba con otro. Sobre la armadura se

colocaba una túnica de paño grueso o cuero sujeta con un ancho cinturón, del que pendía la espada de

metal.

La dinastía de los Tudor corresponde al período del Renacimiento en Inglaterra. En los primeros años

del reinado de Enrique VII perduraba la tendencia de la moda medieval, y los hombres usaban largas

calzas ajustadas y túnicas cortas de tela gruesa que, en invierno, se reforzaban con forro de pieles o

adornos de este material. Debajo de la túnica llevaban una camisa blanca, de hilo, con mangas

abullonadas. Pero luego la túnica se alargó y se abría sobre un chaleco o pechera de un material

vistosamente bordado; sobresaliendo del chaleco aparecía la camisa. Por encima se llevaba un traje o

gabán de mangas muy amplias y sueltas. Las mangas tenían características especiales: las del traje o

gabán eran acuchilladas y dejaban ver las mangas de la túnica, que también eran acuchilladas y

dejaban ver la camisa. El gabán se ceñía con un cinturón de cuero. Las calzas eran ajustadas y largas,

y el calzado era de cuero suave y liso. La cabeza se cubría con tocados que presentaban diversas

formas o bien con capuchas o caperuzas.

En la época del Renacimiento, en Inglaterra, la túnica de los hombres se acortó. Debajo de ella se

usaba un chaleco o pechera de tela suntuosa y bordada. Este chaleco se abrochaba adelante en forma

entrecruzada, y también se sujetaba por detrás. Sobre el cuerpo se llevaba una camisa blanca de puro

hilo, cuyo cuello sobresalía del chaleco. Otra prenda muy común era el gabán largo con mangas

amplias y sueltas, acuchilladas, que dejaban ver las mangas de la túnica y de la camisa. Los cabellos

se usaban, por lo general, cortos, con flequillo y cayendo sobre los hombros. Los sombreros tenían

diversas formas: comúnmente eran de terciopelo, con ala pequeña y adornados con plumas y alhajas.

El calzado, tanto el femenino como el masculino, era muy sencillo y estaba confeccionado de cuero,

de paño o de terciopelo. Los guantes, cinturones y otros accesorios tenían ricos bordados.

En la época del Renacimiento, el vestido femenino tenía falda amplia y larga hasta el suelo. También

se usaba una falda interior de cañamazo de forma acampanada, predecesora del miriñaque. El corpiño

era ajustado y el escote redondeado o cuadrado. Pero eran las mangas las que ofrecían mayor
variedad. Se las usaba largas y ajustadas o muy amplias y forradas con telas de color diferente. A

veces la falda se abría por delante en el medio, dejando ver una suntuosa falda de brocado. También

el corpiño se abría en forma de V permitiendo admirar una pechera delicadamente bordada. Como

abrigo se usaban largas capas forradas de pieles. Para la vestimenta se empleaban telas suntuosas,

como sedas y brocados importados de Oriente, terciopelos de Venecia, lanas de Flandes y batistas de

Francia. Las joyas más comunes eran los collares de oro; también piedras preciosas o cruces

pendientes de una cinta fina de seda.

En la época del Renacimiento y, particularmente, hasta 1550 se usó en Inglaterra un tipo singular de

sombrero femenino. Se trataba de un sombrero a dos aguas, con caídas a ambos lados, que se colocaba

sobre una cofia o toca de hilo blanco muy ajustada y que se dejaba ver sobre la frente. Las caídas

estaban ricamente bordadas con perlas, piedras preciosas e hilos de oro y de plata. Otros modelos

constaban de una gran caída que partía desde lo alto de la cabeza y que, a veces, llegaba hasta el

suelo. Los hombres usaban también tocas de terciopelo con estas largas caídas, o birretes de

terciopelo adornados con plumas. Los accesorios tenían gran importancia, como el cuello de la camisa

de los hombres, que tenía delicados bordados negros, y los guantes de seda acuchillados. Las joyas

más comunes eran gruesas cadenas de oro de las que pendían piedras preciosas y perlas. Estas últimas

eran las preferidas, sobre todo en época de Enrique VIII, ya que el mismo monarca las usaba.

En esta época se preferían telas suntuosas para confeccionar los vestidos femeninos y masculinos. A

Inglaterra llegaban telas de diversas partes de Europa, y el activo comercio estaba apoyado en una

marina mercante cada vez más floreciente. Desde Oriente se importaban brocados y sedas muy

suntuosos con dibujos vistosos y de vivos colores; de Venecia se traían terciopelos lisos y bordados con

hilos de oro; de Flandes llegaban telas de lana, seda y raso; de Francia, las delicadas batistas

utilizadas en camisas y tocados. En tiempos del rey Enrique VIII, la moda masculina se dividió en dos

corrientes. La primera se caracterizaba por el estilo cuadrado y los hombros acolchados; la segunda,

por una línea más bien delgada.

Las mangas eran muy abultadas y acuchilladas, tanto en la vestimenta femenina como en la masculina.

Las clases más humildes continuaron usando vestidos sencillos, con mangas y busto ajustados, y falda

amplia que llegaba hasta los pies. Los cabellos eran cubiertos por una toca.

La túnica masculina experimentó un cambio notable en Inglaterra a partir del siglo XIV, ya que se
acortó llegando sólo hasta la rodilla. Debajo de ella se usaba un chaleco que, generalmente, se

abrochaba en forma entrecruzada. Una prenda muy característica era la camisa blanca de puro hilo,

sin cuello y con el escote alto y fruncido que sobresalía del chaleco. Los nobles usaban un gabán largo

con mangas amplias y sueltas, acuchilladas, y que dejaban ver las mangas de la túnica o de la camisa.

Los hombres usaban los cabellos largos, cayendo sobre los hombros y con flequillo. El calzado, tanto el

femenino como el masculino, era muy sencillo y por lo general se confeccionaba de cuero, de paño o

de terciopelo. Hacia el siglo XV se realizaron importantes innovaciones y se introdujo la fantasía en las

prendas de vestir. Así se combinaban telas y colores en una misma prenda, que tenía, entonces, gran

colorido.

Una prenda característica de la vestimenta masculina inglesa del siglo XV era la chaqueta corta muy

ajustada hasta el talle y con un faldón amplio que cubría la cadera. Esta chaqueta tenía un cuello alto

y pequeño, y mangas muy trabajadas. La parte superior de la manga era muy abullonada y acuchillada,

dejando ver la camisa de hilo blanco. En el codo había otra parte más pequeña, también abullonada y

acuchillada, y desde allí hasta la muñeca la manga era muy ajustada. Los pantalones eran también

muy ajustados, y sobre ellos se colocaban botas de cuero que se prendían al costado. Las puntas de las

botas se prolongaban desmesuradamente, y el extremo se sujetaba debajo de la rodilla con un cinto

de cuero. El sombrero era muy variable, pero una de las formas más comunes era el de ala ancha

levantada atrás y con adornos de plumas. Los tocados femeninos presentaban gran variedad.

En la segunda mitad del siglo XV las telas para la vestimenta femenina y masculina llegaban a

Inglaterra desde diversas partes de Europa y de Oriente. De Venecia se importaban terciopelos lisos y

adornados con brocados de hilos de oro; de Flandes, lanas y sedas; de Francia, delicadas batistas; y de

Asia, sedas y brocados.

La moda tuvo caracteres muy marcados durante el reinado de Enrique VIII: las calzas eran largas y

cosidas, abultadas y acuchilladas; los zapatos eran de horma cuadrada y acuchillada, y la túnica estaba

hermosamente bordada y acuchillada. El cuello de la camisa tenía un volante estrecho bordado en

seda negra. La pechera de la camisa tenía bordados en seda negra combinando con seda roja e hilos de

oro. Las mujeres usaban una camisa que se llevaba por encima de un miriñaque más amplio, y una

falda de raso bordado o terciopelo guarnecido de brocado y de un color que contrastaba con el resto

del vestido. Las mangas se hicieron muy amplias en los puños y con adornos de piel o terciopelo. El

tocado era muy variable y se usaban también los turbantes..


En la época de Enrique VIII, los hombres usaban largas calzas cosidas, abultadas y acuchilladas, y una

túnica bordada que llegaba hasta las rodillas. La camisa también era una prenda muy común, y el

cuello tenía un volante estrecho o un dobladillo recto bordado en seda negra. Algunas camisas tenían

la pechera bordada en negro y también con hilos rojos y dorados. Tanto las damas como los caballeros,

usaban anillos en los dedos de ambas manos, preferentemente en el pulgar, el índice y el del medio.

Del cuello pendían pesadas cadenas de oro con medallas o piedras preciosas y perlas. Por influencia de

la moda francesa, los hombres empezaron a usar el cabello corto y la barba recortada. Los sombreros

adoptaron formas muy variadas: los había de ala ancha con adornos de plumas, gorros pequeños,

birretes de punta como un techo a dos aguas, etcétera. El calzado era de cuero fino, y también de

terciopelo acuchillado, con la punta cuadrada y adornos de piedras preciosas.

A partir del siglo XVII y sobre todo desde el siguiente, la vestimenta de la nobleza en Europa

occidental era semejante. El intercambio comercial de telas suntuosas era frecuente, pero también la

creación de manufacturas reales y propias en España, Francia, Inglaterra, Italia y Flandes permitía la

utilización de tejidos que hacían posibles algunas diferenciaciones. Hacia el 1700 los nobles ingleses

usaban unas bragas cortas con un faldellín de cuero y una chaqueta con mangas acuchilladas. Todo

esto permitía lucir una camisa de seda natural o de hilo blanco con mangas abullonadas. Las botas de

cuero se abrían como una corola y dejaban ver medias de seda que llegaban hasta la rodilla. Los

hombres usaban el cabello largo y sombrero de fieltro adornado con plumas.

Los marinos ingleses del siglo XVIII vestían trajes compuestos por una chaqueta larga con amplios

bolsillos y bragas cortas que cubrían la rodilla. La camisa era una prenda muy importante de la

vestimenta y tenía en el cuello una cascada de encaje. Los puños también terminaban en un volante

de encaje. Las medias eran de seda y los zapatos clásicos, sobre los que se destacaba una hebilla

dorada. Sobre el traje se usaba un abrigo que llegaba hasta las rodillas. Era costumbre usar pelucas

sujetas con lazos o empolvarse los cabellos de blanco y sostenerlos con cintas. Las mujeres de la

nobleza continuaron usando corpiño ajustado, que terminaba en gorguera, y sombrero de copa alta

con ala levantada en un costado. También usaban una toca de lino blanco y un cuello amplio del

mismo material. El peinado era sencillo y dejaba la frente despejada.


La indumentaria femenina en el siglo XVII

El Quijote es una fuente amplísima de conocimientos sobre las costumbres y


hábitos de la sociedad contemporánea de Cervantes. Resulta, por tanto, un campo
de trabajo idóneo para saber cómo vestían y se comportaban los hombres y mujeres
de los distintos estratos sociales en el siglo de Oro español.
Carmen Bernis es una de las mayores expertas en la indumentaria, en concreto
sobre los tipos y trajes de la época del Quijote. Bernis escribe que “para Cervantes
y para sus contemporáneos, los personajes del Quijote formaban parte de una
realidad vista y vivida. Si aspiramos a recrearlos visualmente, tal como los vio su
creador, necesitamos saber cómo iban vestidos, pues en todo intento de evocar un
personaje del pasado no podemos prescindir de algo tan íntimamente ligado al
ser humano como es el vestido.“
La indumentaria de la época reflejaba algunas de las características más
sobresalientes de la ideología de la época: el pudor y la complejidad
ornamental.
En las ciudades las personas mostraban su pertenencia a una determinada clase
social en parte gracias a la riqueza de sus atuendos y al uso de las telas más ricas y
exóticas. En cambio, en el campo no hubo esta preocupación y la indumentaria
apenas cambió a lo largo de los siglos.

El pudor obligaba, sobre todo, al uso de colores oscuros y a tapar casi todo el
cuerpo. De ahí que resultara casi imposible discernir tanto la figura femenina bajo
faldas, barquillas, enaguas, gorduras y mantos, como la masculino, bajo calzas,
cuellos, pelucas, capas y guantes.

Esta fue, desde luego, una de las épocas en que más se gastó en las ciudades en
vestir.

El vestido separa los sexos y permite leer sobre ellos los sentidos que cada época
atribuye a los cuerpos según su distribución en el binomio hombre/mujer. No
obstante, la indumentaria codifica otros valores: la pertenencia a una clase social,
la identidad nacional o grupal, la juventud y la vejez, la profesión, e incluso el
sentimiento religioso.

La indumentaria femenina

El Renacimiento consideró la belleza exterior correlato de una bondad de


inspiración divina, la cara como espejo del alma, y esta identificación se extrema de
manera muy peculiar en el libro de Cervantes. Por eso la mujer debía vestirse,
maquillarse, disfrazarse para hacer suya la apariencia de un ideal y de un canon
impuestos desde la mirada masculina. El Barroco, tiempo del disfraz, incentivaría
la mascarada.
De esta forma, las severas reglas higiénicas y cosméticas de la
época eliminaban de sus prescripciones el agua, elemento asociado a la
mutabilidad y considerado pernicioso para la salud, y promovían una estética de
ropa blanca, de polvos y perfume que cubren la piel, disfrazan su olor y su color
para hacerla semejarse al ideal.
En este contexto la mujer se convierte en juez y medida de un gusto de inspiración
masculina; al tiempo que en objeto de consumo, lujoso exceso. De ahí que cuando
el cura y el barbero decidan travestirse para asemejar una dama en apuros,
hiperbolicen los códigos cosméticos, pongan en escena a la mujer desde rasgos
puramente estéticos:

“En resolución, la ventera vistió al cura de modo que no había más que ver. Púsole
una saya de paño, llena de fajas de terciopelo negro de un palmo de ancho, todas
acuchilladas y unos corpiños de terciopelo verde, guarnecidos con unos ribetes de
raso blanco, que se debieron hacer ellos y la saya en tiempos del rey Bamba. No
consintió el cura que le tocasen, sino púsose en la cabeza un birretillo de lienzo
colchado que llevaba por dormir de noche y cíñase por la frente una liga de tafetán
negro” (Capítulo 26, Primera Parte).

Vestidas para la ocasión: traje femenino y norma social en el Quijote


En el Quijote damas, mujeres comunes, labradoras, novias y cazadoras se visten
para la ocasión y convierten sus ropajes en un código de infinitos valores, donde el
peso del linaje articula la lectura. Sin vestido es imposible lograr el “efecto belleza”.
La mujer noble del XVII combinaba un doble atuendo: el estilo de aparato, que
lucía en público, como representante de un linaje y portadora de la honra, y el traje
más sencillo, nunca ajeno, no obstante, a los valores que debía representar, pero sí
más adaptado a las necesidades de la cotidianidad doméstica.
El valor representativo de cada una de las piezas de su vestuario las convertía en
auténticas joyas, y como tales serían consignadas en testamentos y legados. De
igual forma, las damas que la acompañaban, como parte de su séquito, habrían de
participar del mismo lujo de vestido, aunque nunca superar el esplendor de su
señora. Ellas eran sus “complementos”

Desde aquí, el estilo de


aparato intentó borrar las formas del cuerpo femenino (considerado siempre
responsable de la lujuria), cubriéndolo y unificando. Todos los cuerpos habrían de
poseer una misma silueta; pero sin olvidar el “efecto belleza” que estos debían
producir. La mujer noble, como icono de referencia social, sería extremadamente
protegida en su cuerpo.
Así, el traje de aparato solía consistir en una saya entera, siempre profusamente
labrada, que se vestía sobre el verdugado (una falda interior armada con unos aros
llamados verdugos, que según las épocas se hacían de mimbre o madera, y que se
cosían sobre la tela y se forraban de terciopelo o raso), que daría al traje un efecto
rígido y acampanado según la moda. Vestir verdugado era símbolo de nobleza,
aunque usarlo requería de todo un aprendizaje.
Por eso, cuando Teresa Panza llega a creerse esposa de gobernador
inmediatamente deseará lucirlo:

“Señor cura, eche cata por ahí si hay alguien que vaya a Madrid o a Toledo, para
que me compre un verdugado redondo, hecho y derecho, y sea al uso de los mejores
que hubiere; que en verdad, en verdad que tengo que honrar al gobierno de mi
marido en cuanto yo pudiere.” (Capítulo 50, Segunda Parte).
Junto con el verdugado, corpiños forrados de cuero, cartón o con tablillas de
madera, contribuirían a la unificación y control de la figura de la mujer. Asimismo,
debajo de este podía llevarse “faldellín”, a modo de enagua de cintura, también
labrada ricamente, que pondría de moda “enseñar los bajos”, al subir y bajar de un
coche, pensado modo de exhibición de riqueza.

El retrato de la Infanta Ana de España, pintado por Juan Pantoja de la Cruz, nos
muestra el efecto visual que produciría una mujer ataviada de esta forma. La
infanta lleva saya entera, prenda típicamente española, sobre verdugado. La saya
de manga redonda y cuerpo en pico se completa con manguillas que cubren los
brazos, espacio de mirada erótica para la época. Los puños son de puntas de randa.
La hija de Sancho Panza, Sanchica, se dedica a bordar este tipo de puños:

“Sanchica hace puntas de randa; gana cada día ocho maravedís horros, que va
echando en una alcancía para ayudar a su ajuar.” (Capítulo 52, 2ª Parte).
El conjunto se completa con un gran cuello de lechuguilla, que inmovilizaba y
estiraba la cabeza, una cinta o cintura, pieza de orfebrería que bordeaba la cintura
por detrás y bajaba en pico por delante, posiblemente botones hechos en oro y
piedras preciosas, elaborado peinado y tocado de gorra y plumas a juego. La falda
se cierra con puntas de metal y cintas. El pañuelo que porta en la mano también
está decorado con puntas de randa.

Llama la atención en los testimonios pictóricos de la época el


vestido, ya de aparato, de las niñas, que aparece en los cuadros, esto revela la
importancia que la época daría al deber ser mujer, y al vestido que lo sustentaba; al
tiempo que demuestra que aprender a llevar ese vestido era una tarea que debía
comenzarse en la infancia.
A todos estos elementos se suma la gran aportación española a la moda europea: el
chapín, que jamás asoma en el retrato, pues los códigos de decencia de la época
marcaban que no habían de verse los pies. El chapín era un artificio que
sobrepuesto al zapato, levantaba el cuerpo con sus 6 o 7 suelas de corcho. Era
pesado e incómodo y obligaba a las mujeres a andar deslizándose, sin levantar los
pies del suelo, lo que la moralidad de la época encontraba beneficioso para ellas,
pues “las hacía estarse quietas”.

No obstante, resulta impensable una mujer vestida de este modo durante


veinticuatro horas. Por eso, el atuendo más informal sustituía la saya entera por un
jubón o cuerpo, siempre sobre camisa, y basquiña, nombre con el que designaban a
las faldas exteriores tanto del traje cortesano como del popular. El jubón acababa
en pico y podía llevar mangas, el cuerpo acaba en recto y nunca llevaba mangas.
Las camisas solían ir bordadas en plata y oro, según la tradición heredada de los
árabes. Este conjunto de dos piezas, aunque muy aparatoso si lo comparamos con
la moda de hoy, suponía para la mujer de la época ganar en comodidad y libertad
de movimientos.

Además del esmero en el vestir, la mujer noble también se aplicaba innumerables


cuidados de belleza: se pintaban el rostro, se teñían el pelo, se depilaban…

“Hemos tomado algunas de nosotras por remedio ahorrativo de usar unos


pegotes o parches pegajosos, y aplicándolos a los rostros, y tirando de golpe,
quedamos rasas y lisas como fondo de mortero de piedra; que puesto que hay en
Cadaya mujeres que andan de casa en casa a quitar en vello y a pulir las cejas, y
hacer otros menjurjes tocantes a mujeres, nosotras las dueñas de mi señora jamás
quisimos admitirlas” (II, 40).
Por otro lado, en algunas ocasiones excepcionales: de caza o de camino, el traje
de las mujeres principales experimentaría algunas variaciones. El traje de caza de
una dama se llamaba vaquero. El vaquero que la duquesa viste en su encuentro
con Don Quijote sería el traje típico de caza, ocasión que exigía enormes
preparativos pues la caza sería para los grandes señores una preparación de la
guerra, y una ocasión de lucimiento entre sus iguales, que también requería
libertad de movimiento.
“… vio una gallarda señora sobre un palafrén o hacaena blanquísima, adornada
de guarniciones verdes y con un sillón de plata. Venía la señora asimismo vestida
de verde, tan bizarra y ricamente, que la misma bizarría venía transformada en
ella. En la mano izquierda traía un azor, señal que dio a entender a don Quijote
ser aquella alguna gran señora de debía de serlo” (Capítulo 30, 2ª parte).
Las grandes damas necesitaban un atuendo que les permitiera montar a caballo.
Por esta razón, el vaquero, de origen turco, era un traje ajustado de talle, con dos
pares de mangas: las normales y otras a lo turco, más corto que la basquiña que se
llevaba debajo, que habría de eliminar aquellos elementos que más dificultaban la
movilidad de la mujer: el verdugado y el cuello de lechuguilla.

Sin embargo, de una manera u otra, todos los modelos de vestuario hasta aquí
descritos inscriben a la mujer cortesana en el espacio de lo privado (sea el salón de
recibir de su palacio o los campos de la finca de su familia), reforzando con ello la
relación hombre/mujer, público/privado.
De ahí que la obsesión por cubrir y proteger el
cuerpo femenino se acentúe cuando la mujer se aventure en el espacio de lo
público, cuando salga a la calle y se exponga a la mezcla con otras clases sociales.
Para esta ocasión el cuerpo se cubre todavía más si cabe, y el rostro se tapa, con un
gesto ambiguo que borra la identidad personal frente a la social, que desvía el
“efecto belleza”, pero que otorga también la libertad del anonimato. Taparse, al
contrario de lo que ocurre en el mundo musulmán, confiere a la mujer mayor
independencia. La mujer tapada se convierte en la gran protagonista del enredo en
la comedia del Siglo de Oro, pues “dejar al descubierto el ojo izquierdo”, a medio
ojo, será considerado el culmen de la seducción desde el poder que da el secreto.
Esta costumbre morisca pasó de ser la salvaguardia de la virtud y del recato, a un
“peligroso” modo de ocultación y coqueteo. Varias pragmáticas intentaron
inútilmente prohibirla.
El traje de camino fue el primero en cubrir el rostro de la mujer, a modo de
protección contra posibles asaltantes. Así, el rostro (especie de careta de tela), el
volante (a modo de velo de costosa tela que bajaba desde el sombrero), o el antifaz
serían las tres prendas que ayudarían a ocultar los rostros de las viajeras.
Capotillo y ferreruelo, junto con sombrero de copa alta y ala estrecha constituían
los elementos necesarios para vestirse de camino.

El capotillo era una prenda corta de abrigo que permitía a la mujer montar a
caballo, evitando la dificultad que le hubiera ocasionado el largo manto, podía
forrarse con piel para resguardarla de los rigores del viaje. Ancho, con mangas
tubulares que prendían de los hombros, tendría una longitud de dos palmos por
debajo de la cintura. El ferreruelo, del que quedan menos testimonios, sería similar
al capotillo, pero sustituiría la manga por aberturas delanteras para sacar los
brazos y añadiría un cuello. En ningún caso los trajes de las viajeras renunciarán a
simbolizar la estirpe y la riqueza de quien las portaba, se oculta la identidad
personal, pero se muestra la identidad social. El color preferido para su confección,
como en la indumentaria de caza, sería el verde.

De señoras a villanas o cómo vestían las otras


Las “mujeres comunes”, en expresión de Carmen Bernís, constituyeron un eslabón
intermedio en la jerarquía que marcaba el vestido, ya que según la riqueza de la
familia usarían un atuendo que las asemejaría a la nobleza o, por el contrario, se
vestirían casi como villanas.

De este modo, el traje de la mujer común


eliminaría aquellos aspectos más artificiosos del estilo de aparato, haciendo
desaparecer de su atuendo el verdugado y la lechuguilla (este quedaría sustituida
por cuellos abiertos, en forma de valonas o variantes), y escogiendo siempre el
conjunto de jubón o cuerpo (también corpiño) y basquiña, frente a la saya entera.
La cinta o cintura se cambiaría por una pretinilla, cinturón de damasco o cuero, al
tiempo que la tela se mostraba mucho menos guarnecida y siempre con adornos
más sencillos y baratos. Aquellas mujer de más categoría utilizarían también ropa.
De la misma forma, los grandes mantos serían muy usuales, tanto para salir a la
calle, como, incluso, en el interior de algunas viviendas.
Con este atuendo la camisa cobraría una tremenda importancia en el efecto de
conjunto. Esta presentaría dos variantes: la camisa de pecho, escotada, y la camisa
alta, que cubría el cuello. El escote que mostraba la camisa de pecho no se entendía
como atentado contra el pudor. También la camisa de amplias bocas o
arremangada permitiría a la mujer de clase media algo inusual en el mundo
cortesano: enseñar los brazos. Las medias mangas y manguitas, que cubrían la
camisa en los antebrazos, fueron también ajenas a la nobleza.

Con lo hasta aquí descrito podemos imaginar cómo vestiría la sobrina de don
Quijote, pero el caso del ama sería muy diferente. Las mujeres mayores de cuarenta
años se verían estigmatizadas por una sociedad que solo valoraba la femineidad en
tanto que generadora de belleza. Por eso el cuerpo femenino maduro se ocupa tras
capas de tela: grandes mantos, vestidos sin adorno y hábitos de corte monjil,
fueron los vestidos de las amas y las dueñas, pues su cuerpo ya no era objeto de
lujo, sin de despojo.

Junto a las mujeres de clase media villanas y labradoras tratarían de aproximarse a


estas en el vestido. Ni Quiteria, ni Dorotea visten como labradoras. Sancho quedará
impresionado ante el lujo del vestido de Quiteria:

” A buena fe que no viene vestida de labradora, sino de garrida palaciega. ¡Pardiez,


que según diviso, que las paternas que había de traer son ricos corales, y la palmilla
verde de Cuenca es terciopelo de treinta pelos! ¡Y montas que la guarnición es de
tiras de lienzo blanco! ¡Voto a mí, que es de raso! Pues ¡tomadme las manos,
adornadas de sortijas de azabache! No medre yo si no son anillos de oro, y muy de
oro, y empedrados con perlas blancas con una cuajada, que cada debe valer un ojo
de la cara. ” (Capítulo 21, 2ª parte).

Mientras Dorotea, aunque disfrazada, lleva con ella “una saya entera de telilla rica y
una mantenida de otra vistosa telilla verde”.
Así, el conjunto habitual de la mujer de las
clases populares habría de consistir en un sayuelo, cuerpo muy escotado y sin
mangas, acompañado de vasquiña y camisa, usualmente de pechos, algún manto
corto y un delantal que protegería la ropa. Además, sería muy usual un pequeño
tocado que se echaba sobre los hombros y podía meterse en el escote del sayuelo
para proteger del frío. Estas mujeres irían descalzas o calzarían chinelas y botines,
jamás el chapín que hubiera ido absolutamente en contra de las necesidades de su
trabajo. Teresa Panza no solo es la representante de este grupo sino de su escalafón
inferior, pues su saya es tan corta que atenta contra el pudor de la época que
sancionaba la exhibición de los pies.
“Salió Teresa Panza, su madre, hilando un copo de estopa, con una saya parda.
Parecía, según era de corta, que se había cortado por vergonzoso lugar; con un
corpezuelo a sí mesmo pardo y una camisa de pechos” (Capítulo 50, 2ª parte).

https://es.scribd.com/document/333148871/Monografia-Historia-de-La-Moda este

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Leer más: https://lahistoriadelamoda.webnode.es/los-ingleses/

https://vestuarioescenico.wordpress.com/2015/04/06/nomenclatura-del-traje-y-la-moda-
engageantes/

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https://modaenlahistoria.blogspot.pe/2010/03/index.html

https://es.wikipedia.org/wiki/Mar%C3%ADa_Ang%C3%A9lica_de_Scorailles fontange

http://www.mecd.gob.es/mtraje/exposicion/temporales/historico/2017/Pedro-Rovira.html
museo

http://www.bloganavazquez.com/2011/06/17/el-vestido-romano/

http://www.martelnyc.com/byzantine-empire/introduction.html

http://calzado-siglos-xv-y-xvi.blogspot.pe/

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