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María S. Taboada
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La disertación se realizó como invitada para el panel citado, espacio que compartí con la Dra. Virginia
Unamuno. He decidido, a los fines de que el artículo pueda ser consultado por estudiantes y no
especialistas en el tema y en la disciplina, mantener en la medida de lo posible en un texto escrito el
tipo de discursividad dialógico interaccional con que fue concebida la exposición.
VIII Congreso Nacional de Didáctica de la Lengua y la Literatura “Celebrando los veinte años 1995-
2015”. Universidad Nacional de Tucumán, Facultad de Filosofía y Letras, 6 al 8 de Agosto de 2015
Derechos lingüísticos, educación e identidad: la importancia de la conciencia política de
lenguas y variedades en la educación lingüística
marginación previa. Creo, sin embargo que se hace imperioso dar nuevos
pasos. Por una parte, reafirmar que los pueblos indígenas –tal como los
nombra el texto- no constituyen un colectivo homogéneo (como históricamente
se los ha significado e ideologizado con el término “indios”) y, en paralelo,
advertir que lo que el texto describe genéricamente como poblaciones étnica,
lingüística y culturalmente diferentes tampoco son un todo indiferenciado. En
ese sentido al reconocimiento de las diferencias habría que sumar el
conocimiento de la riqueza cultural compartida. Las lenguas originarias han
nutrido y nutren la lengua mayoritaria argentina y sus variedades. Para sólo
citar un ejemplo, cuando en Tucumán preguntamos ¿cómo has amanecido?
apelamos a una estructura gramatical y pragmática del quechua y a una
concepción del amanecer estrechamente vinculada a la subjetividad (Taboada
y García, 2011:95). Mientras que en otros lugares, otras lenguas y otras
variedades que se han nutrido de las variedades del español peninsular
“amanece”, en Tucumán, “amanecemos”, el día nos amanece desde una
mirada cultural propia. Por eso considero que tanto en las regiones en las que
se hablan lenguas originarias, como aquellas en las que no, el sistema
educativo debería ofrecer a los estudiantes la posibilidad de un conocimiento
profundo no sólo de las culturas y lenguas originarias sino de los estrechos
vínculos interculturales e interlingüísticos que sostienen el patrimonio regional y
nacional. Y, si los estudiantes así lo deciden, dar la posibilidad del dominio de
esas lenguas originarias. Para lo cual, en todos los niveles educativos y
particularmente en la formación docente, estas lenguas originarias debieran
incluirse como opciones del diseño curricular de la educación lingüística. En
este sentido, la Tecnicatura en Educación Intercultural Bilingüe con Mención en
Quichua de la Universidad Nacional de Santiago del Estero constituye un
hecho de avanzada.
Soy plenamente consciente del esfuerzo y del cambio de política,
planificación y conciencia lingüístico cultural que implica lo que propongo. Por
eso entiendo que deberíamos ser los docentes quienes nos animemos y nos
desafiemos a dar los primeros pasos para reconocernos y asumirnos
verdaderamente como el país plurilingüe y pluricultural que somos. De otro
modo, corremos el riesgo, con muy buenas intenciones, de seguir creando
suelen decir –cuando la temperatura baja-: hace frío (como dicen los
bonaerenses) sino: me hace frío. Al respecto, una colega epistemóloga advierte
que los tucumanos descubrieron la sensación térmica mucho antes que la
ciencia. Es también la lengua con la que en Tucumán se designa ese helado
tan peculiar la achilada (helado hecho con agua y de coloración roja) con un
término igualmente propio, que deriva de la percepción lingüístico cultural del i
gelati que los heladeros italianos anunciaban a viva voz en otra época, cuando
recorrían la ciudad ofertándolo. Pero esta lengua que me animo a designar
argentina, es la lengua sin nombre oficial, o como dice Lía Varela (2001) la
lengua cuyo “nombre es nadie”. Estrategia deliberada de anonimización de
una política lingüística estatal que deja siempre implícita cuál o cuáles son
nuestras lenguas oficiales. Este posicionamiento liberal posibilita la persistencia
ya casi centenaria del axioma que Juan B. Terán inscribiera en el Prólogo del
Primer Boletín de la Academia de Letras (BAAL, 1933): el idioma de los
argentinos... ni existe, ni es deseable. Vale aclarar que Juan B. Terán es uno
de los fundadores de nuestra universidad nacional.
El Estado argentino hasta el presente nunca definió en sus leyes
fundamentales cuál es su lengua oficial o cuáles son sus lenguas oficiales. No
hay mención al respecto ni en las dos Constituciones Nacionales (1853 y
1994), ni en las tres Leyes Nacionales de Educación (1884, 1993, 2006). El
interrogante persiste. Sí reconoce, como hemos señalado respecto de la
Constitución de 1994, la preexistencia y la existencia actual de las lenguas
“indígenas”.
Este liberalismo político lingüìstico en relación a la lengua mayoritaria,
que a primera vista podría significar un espacio abierto para el debate plural de
los diferentes sectores sociales, es en realidad -y como señalan no pocos
especialistas- una puerta para que los grupos de poder sean quienes definan
en cada instancia histórica la/s lengua/s oficial/es del estado. El vacío
escamotea y vulnera el reconocimiento de nuestra identidad lingüística,
sociohistórica y culturalmente diferenciada como patrimonio propio. Al
escamotear, porque opera discursivamente con estrategias de implicitación
presuposición y sobrentendidos, favorece la persistencia del imperialismo
lingüìstico del castellano –lengua oficial del Estado español, pero cooficial en
Referencias