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Verlo todo por vez primera

En una de sus novelas, El libro, Juan García Ponce hace decir a su protagonista,
un profesor de literatura que da la bienvenida a sus alumnos, las siguientes
palabras que cito de memoria: “Ustedes viene aquí a pervertirse, a perder su
virginidad literaria pero, si los libros son realmente grandes, para recuperarla
después”. A la imagen primera que futuros lectores tienen de las obras (y vale
decir de la realidad) se añadirá otra, distinta. La idea de la perversión entraña,
inevitablemente, la pérdida de una inocencia. Una pérdida de la inocencia a través
de la mirada, de la lectura. La realidad, luego de ser tamizada a través de esa
invención que es la literatura, adquirirá dimensiones que, al tener al hombre y su
circunstancia como su referente, podrá dejar de ser amable: es el precio del
conocimiento; asunto bíblico en la caída, mítico en el Prometeo, literario en el
Fausto de Gohete pero fundamentalmente vital.

Si el conocimiento es perversión no deja de ser, al tiempo, posibilidad


redentora. Si los libros son realmente grandes (obras de arte por la calidad de su
escritura) y tocan nuestra sensibilidad despertándola y provocándole nuevas y
extraordinarias posibilidades, esa mirada virginal podrá recuperarse después. Tal
es el caso no sólo de la narrativa sino, fundamentalmente, de la poesía. En la
poesía el mundo se crea de nueva cuenta. Al caos lingüístico el poeta le arranca
un orden nuevo y nos lo presenta como una lectura posible. En El arco y la lira,
Octavio Paz alcanza, al definir poesía y poema, uno de los momentos altos de
nuestro lenguaje: su definición es poesía y ritmo. Luis Cardoza y Aragón sostiene,
en un oximorón, que la poesía es la prueba concreta de la existencia del hombre.
Si el poema “es un caracol en donde resuena la música del mundo y metros y
rimas no son sino correspondencias, ecos, de la armonía universal”, 1 el Hai Kú es
una mirada fugaz, centelleante, luminosa, detenida en el tiempo, convertida en
palabras y vuelta imagen entrañable.

1
Paz, Octavio. El Arco y la lira. Fondo de Cultura Económica, México, 1998.

1
Introducido en nuestro país por Tablada a principios de siglo, el Hai Kú, de
factura japonesa (Matzura Basho escribió, ¿dibujó?, en 1644 el libro Mariposas),
no es, pese a su brevedad, un arte menor. Su ejercicio implica un saber ver de
nueva cuenta las cosas, encontrar, allí en lo cotidiano, el milagro de una imagen
que nos remita a la reflexión profunda, trascendental. Equivale a formular las
preguntas primeras: ¿quiénes somos? ¿por qué estamos aquí? ¿qué es esto que
nos rodea?

Josefina Esparza Soriano, maestra entrañable de varias generaciones, nos


remite, con Rocío sobre el cerezo, a esas imágenes primeras. Declara para sí y
para convocar la complicidad que no podemos negarle lo siguiente: “La vida pasa /
y sólo he atesorado / las palabras”. Se hermana, por su fe en la palabra, con lo
que en País, Blas de Otero, el poeta republicano español, nos recuerda en “El
principio”: “Si he perdido la vida, el tiempo, todo / lo que tiré, como un anillo al
agua, / si he perdido la voz en la maleza, / me queda la palabra. / Si he sufrido la
sed, el hambre, todo / lo que era mío y resultó ser nada, / si he segado las
sombras en silencio, / me queda la palabra. / Si abrí los labios para ver el rostro /
puro y terrible de mi patria, / si abrí los labios hasta desgarrármelos, / me queda la
palabra”.

Rocío sobre el cerezo, su más reciente libro, es el cultivo paciente del hai
kú. Miniaturas solares que, como el rocío, se posan sobre la limpidez de la hoja
acrisolando una mirada que remite a ver todo por vez primera. Es, también, un
inventario de lecturas e impresiones, de figuras históricas acuñadas en una idea
de identidad nacional siempre cambiante pero que sus palabras detienen; es, en
su prolijidad, el apunte certero que no excluye la ironía o la ternura ante lo
aparentemente intrascendente. La maestra Josefina Esparza nos invita, con Rocío
sobre el cerezo a ver todo por vez primera. Y eso se agradece. (José Carlos
Blázquez Espinosa)

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