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LA DIGNIDAD HUMANA DESDE LA CREACIÓN: UN APORTE BÍBLICO TEOLÓGICO1

El libro de Génesis, especialmente de los capítulos 1-11, se refiere al origen del mundo y responde
a las preguntas esenciales del ser humano, hechas por un pueblo que reconoce la presencia de
Dios en la historia de la humanidad. Preguntas que tienen que ver con la vida, la muerte, la alegría,
el dolor, la justicia, la injusticia, la fraternidad, los conflictos, los desastres naturales, el poder, la
diversidad, la opresión, etc.

Ante estas preguntas, el pueblo halla respuestas simbólicas pero profundas en su concepción del
Dios único que orienta sus vidas. Uno de los pasajes bíblicos más conocidos pero a la vez
diversamente interpretado respecto a la dignidad del hombre y la mujer, se halla en este primer
libro de la Biblia, el Génesis. En 1:27 el escritor afirma: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a lña
imagen de Dios lo Creó; hombre y mujer los creó”. ¿Qué nos dice esto en cuanto al ser humano?

Veamos… Este relato enfatiza la iniciativa creadora de Dios y notamos que la creación de la
humanidad está dimensionada desde lo divino: (…) “a nuestra imagen, confirma a nuestra
semejanza” (Génesis 1:26). El hombre y la mujer formando una comunidad, son creados
igualmente a imagen de Dios. Si miramos detenidamente ese primer relato del Génesis, 1: 1-23
vemos que Dios coloca al ser humano en un ambiente armónico donde no hay caos sino que todo
es bueno. Dios los bendice y les anima a multiplicarse y a señorear sobre todo aquellos que hizo
bueno en gran manera, para que lo disfruten.

El marco donde Dios coloca a la humanidad, hombre-mujer, es un marco lleno de vida, de armonía
de relaciones entre todos los seres creados. Esa armonía entre la humanidad, las plantas y los
animales es un elemento que vale la pena destacar al igual que esa provisión de un lugar lleno de
vida que Dios ofrece, el cual es símbolo de la dignidad planeada por Dios desde los comienzos, es
decir, hay una intencionalidad divina de una vida con dignidad.

Igualmente, a la humanidad – comunidad: hombre-mujer, se le asigna una labor de dominio, de


señorío sobre lo creado. Ambos son considerados como seres responsables y capaces de cuidar la
creación.

El libro del Génesis señala así, como elementos propios de la dignidad humana: el don de la
comunión y comunidad (Dios-hombre-mujer), así como la responsabilidad hacia toda la creación,
en la que señorear significa tener cuidado de la naturaleza, confirma a Dios, cuidar ese mundo y
velar porque continúe siendo bendición para toda la humanidad.

Continuemos con los elementos que aporta el segundo relato de la creación (Génesis 2: 4-25)
respecto a la dignidad de los seres humanos, hombre y mujer.

En este segundo relato de la creación , Génesis 2:7 se lee que Adán (´adan) fue creado del polvo de
la tierra (´adanah), vocablos que por su similitud afirman esa relación entre la materia (polvo de la
tierra) y lo creado (la humanidad), ya mencionada antes: “Entonces Jehová Dios formó al hombre
del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”. Este

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Adaptado del texto de Justapaz: “La objeción de conciencia como ejercicio de la noviolencia en la construcción de
paz. Ediciones Justapaz-Clara, Bogotá, 2004, p. 29-35, en Alba Luz Arrieta (comp), “Construyendo la paz en ambientes
eclesiales”, Ediciones Justapaz – Clara, Bogotá, 2005, p. 25-31
relato comienza con la creación de la humanidad: el ser humano recibe soplo de vida de Dios para
su existencia. Pero viendo Dios que el hombre no tenía un apersona idónea, compañera, crea a la
mujer, a quien el hombre Adán recibe con estas palabras que indican la mutualidad entre hombre
y mujer: (…) “ésta es ahora carne de mi carne y hueso de mis huesos, ésta será llamada varona”
(Génesis 2:23). El término hebreo que se traduce como ayuda es ´ezer (Gén 2:18) y Dios mismo
aparece en la Biblia como nuestro ´ezer (ayudador), es decir, que “ayuda” refiriéndose a la mujer
no implica necesariamente subordinación. Es más cercano al hebreo el término compañera, lo cual
indica que este concepto es relacional.

Génesis 2:23 nos señala el reconocimiento de la otra como su igual, hecho que por siglos ha sido
concebido erróneamente ya que se ha considerado a la mujer como se inferior, a través de una
cultura patriarcal, que no permitió la armonía y acercamiento de igual a igual entre dos personas
de diferente sexo pero que en el plan de Dios fueron creadas para caminar juntas, crecer juntas,
ser igualmente responsables de la naturaleza. De igual forma, el concepto relacional hebreo nos
remite a la vida en comunidad con Dios, con toda la humanidad y con la naturaleza.

Es en esta vivencia relaciona donde puede hallarse la salud integral, (Shalom) la dignidad que nos
permite el bienestar total, la que permite un equilibrio del poder que no admite exclusiones. El
mundo donde se mueve el ser humano es un mundo de relaciones Dios – hombre – mujer –
naturaleza que implica confianza, responsabilidad, mutualidad, cuidado en reciprocidad.

Juan Driver, afirma que una de las distorsiones que se ha hecho precisamente de la creación es
concebirla como una forma jerárquica y no una forma relacional, lo cual ha originado un
entendimiento de la creación en escala de categorías descendentes. La comisión de cuidar y
dominar la tierra se entiende como algo jerárquico; el orden creado se concibe como algo material
y además se asocia lo espiritual con lo bueno y lo material con lo malo. Así, se concibe a Dios en la
cúspide, le sigue el hombre y luego la mujer. Estas formas jerárquicas han contribuido a crear
diferencias relacionales entre los seres humanos y la naturaleza, de modo que han surgido
diferencias de raza, color, sexo, etnias y se han explotado los recursos naturales de forma
depredatoria.

Este teólogo destaca cómo la doctrina bíblica de la creación es la afirmación de la soberanía de


Dios y de la relación mutua de una relación que depende de Dios. El ambiente que circunda la
creación señala la bondad de Dios para sus criaturas y a la vez muestra, más adelante, cuando la
humanidad se aliena o separa de los planes de Dios, es decir, cuando pierde su relacionalidad con
Dios y consecuencia con la otra persona y con la naturaleza (Génesis capítulos 1 a 11: origen del
mundo, la vida en el Edén, la desobediencia, la salida del Edén, el desconocimiento de la
hermandad de Caín hacia Abel, la descendencia de Adán, incremento de la maldad en la
humanidad, la construcción del Arca, el diluvio, el pacto de Dios con Noé, descendientes de Noé, la
torre de Babel).

Sin embargo, a fin de restaurar esa relación, Dios interviene en la creación una vez más para
formar un pueblo nuevo que llevará su nombre (Génesis 12, llamamiento de Abram). En este
segundo relato del génesis aparece un elemento más, propio del haber sido creado conforme a la
imagen de Dios y es el donde la libertad, don que da dignidad al ser humano como ser pensante,
que puede tomar opciones libremente. El relato nos muestra además la distancia que toma la
humanidad en relación con Dios y cómo se aparta de su voluntad al decidir por caminos opuestos
que llevan al rompimiento de las relaciones armónicas con todo lo creado.
En consecuencia, esta separación de Dios, va produciendo la separación entre los seres creados, la
separación o alienación hacia la naturaleza y así, la enemistad y la violencia hacen su aparición
(Adán culpa a Dios primero, luego a Eva y ésta culpa a la serpiente). Se pierde la confianza en Dios
y en la otra persona, se rompe la relación en la comunidad y la imagen de Dios en la humanidad.

Una historia bíblica muy conocida, ejemplo del rompimiento de relaciones, la alienación o
separación entre los seres humanos, es la historia de Esaú y Jacob. Después de mucho tiempo, los
hermanos se acercan y el ofendido, Esaú, es quien restaura la imagen de Dios en el otro (Jacob). A
su vez Jacob, cuando Esaú se acerca con el corazón lleno de amor a ofrecerle el perdón, se siente
desarmado ante tanta generosidad y afirma en Génesis 33:10: “(…) porque he visto tu rostro,
como si hubiera visto el rostro de Dios, pues que con tanto favor me has recibido”. Esta historia
nos muestra una vez más la concepción de Dios como reconciliador, lo cual señala al mundo
cristiano la necesidad de trabajar en la restauración de relaciones rotas, es decir en la
reconciliación, para ser fiel a su calidad de pueblo de Dios.

En la conformación de las diferentes culturas del mundo, encontramos la alienación entre los
seres humanos porque no se aprecia en la otra persona su humanidad, su dignidad; de ahí la
conformación de grupos humanos con muchos privilegios que consideran a las demás personas
seres inferiores o carentes de, sin importarles su dignidad. Existen diversos ejemplos sobre este
sentir como el mencionado por el antropólogo Clifford Geertz, quien cuenta que en Java, los niños
no se consideran seres humanos hasta que llegan a la madurez; tenemos además ejemplos
cercanos referentes a la época de la conquista y la colonia en Colombia y en América Latina,
cuando los indígenas eran considerados como seres animales, al igual que las personas de raza
negra, las cuales además eran vistas como animales de carga e identificadas como inclinadas hacia
los sentidos más que hacia lo intelectual.

Por otro lado, a la mujer se le ha negado también históricamente, espacios para lograr su
dignidad: recibir educación, tener una ciudadanía, poder de decisión, reconocimiento de su rol
productivo en el hogar, reconocimiento de su profesionalidad y otras cualidades, de modo que se
le ha asociado más al sometimiento, a labores caseras y a hacerse visible a través del varón, lo cual
no es precisamente reconocer su dignidad como persona.

La teóloga norteamericana Phillys Tribble, en un estudio bíblico en relación con la mujer y basado
en el idioma hebreo menciona cómo, en la cultura judía al igual quizás que en la nuestra, lo que
resultara como producto de una materia prima, era superior a la materia. En este sentido, si se
tomara literalmente, el relato de la creación, el hombre es superior al polvo de la tierra por haber
sido tomado de ella pero a la vez la mujer sería superior al hombre por haber sido tomada de la
costilla del hombre.

Sin embargo, afirma ella que pensar esto es erróneo y es en las palabras de Adán, al reconocer a
Eva como su igual: “varona”, donde descubrimos que en los planes de Dios, hombre y mujer son
compañeros, son comunidad, están en relación de igualdad y responsabilidad ante la creación.
Esta primera comunidad es el modelo relacional al cual Dios nos llama para renovar la humanidad
pues Dios mismo es comunidad: “Hagamos… a nuestra imagen y semejanza”.

Por mucho tiempo en diferentes culturas, sin embargo, esta calidad de ser hecha a “imagen y
semejanza de Dios” no se le ha dado a la mujer. Se le ha considerado un ser inferior, débil, carente
de, destinado a la sumisión como persona, sin derechos, etc. No obstante, en el quehacer de
Jesucristo, se retoma esta relacionalidad de la mujer con Dios y con los demás semejantes como
fue establecida desde el comienzo de la creación.

Actitud de Jesús en relación con la marginalidad de la mujer, en la cultura judía.

En el quehacer de Jesús, que algunos teólogos han llamado de “contracultura”, se descubre un


propósito constante de reconciliar a las personas con su comunidad: personas enfermas,
pecadoras, ladronas, marginadas, a las cuales hace parte del plan salvífico de Dios. En su tiempo, la
sociedad judía marginaba duramente a la mujer, hecho que se reflejaba en no poder salir de la
casa sin permiso del marido; no hablar con ningún hombre en la calle; no recibir educación en la
Ley o Torah; ocupar un lugar retirado en la sinagoga y en el templo, especialmente en los días de
la menstruación durante los cuales se declaraba a la mujer impura; no ser testigo en un juicio; ser
representada por el padre, hijo o esposo ante tribunales o ante el sacerdote por no considerarse
fiable su testimonio.

Sin embargo, siguiendo el modelo divino respecto a la dignidad y la relacionalidad entre los seres
humanos, Jesús hace a las mujeres sus discípulas (Juan 4:1-42, la Samaritana), les enseña (Lucas
10:38-42, Marta y María), las sana en público (Lucas 8:43-48, la mujer del flujo de sangre), se pone
de su lado para restaurarlas (Juan 8:3-11, la mujer adúltera), las reconoce dignas para proclamar a
través de ellas la más significativa buena noticia (Lucas 24:1-12, la resurrección, Mateo28:1-10, las
mujeres en la tumba vacía). Es decir, con base en la voluntad de Dios, Jesús reconoce a la mujer, al
igual que a los marginados de su tiempo, como una persona digna, hecha a la imagen de Dios, con
todas sus posibilidades para ser, pensar, crear comunidad con el varón, desde el principio. En
Mateo 19:4 Jesús reafirma la igualdad hombre – mujer cuando pregunta: (…) “¿No habéis leído
que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo?”

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