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Rodrigo Barra Valenzuela

Seminario Electivo Foucault y Ranciere: Subjetividad y Política


Profesor Carlos Ossandon

Resistir la resistencia: la lucha de la teoría por la política en Foucault y Ranciere

La teoría política ha dedicado un tiempo incontable a pensar y resolver la estructura de la resistencia,


en conjunto a un esfuerzo de hacer infinito acerca del cómo plantear al mismo tiempo una praxis en
su propia teoría. Marx fue sin duda el principal gestor de este ímpetu práctico, su filosofía, teoría
política y económica son producto de una inmanencia muy particular, donde quien escribe se
encuentra envuelto en su escritura misma, o sea, que su teoría se monta en gestos y acciones vivas
desenvolviendo algo así como una dialéctica con el tiempo: lo que acontece y entonces se plantea y
luego nuevamente lo que acontece para tener que re plantear lo dicho. Son el tiempo y el transcurso
de la historia quienes dictan el pensar y la escritura, sus proyecciones y defensas. Sostenemos aquí,
como un cierto punto de partida “histórico”, que aquello que se expresa en el “gesto de Marx” (que
no necesariamente reduce su verdad a la verdad de Marx sino más bien nos da índice de un inicio)
propuso a la teoría y la política una revolución gigantesca en nombre de la potencia de la escritura y
su necesidad para darle relato a las coyunturas políticas, que hasta cierto punto deben tener una guía
o un espejo que les diga quienes son. Así es como para el siglo XIX y XX la teoría política se envolverá
de marxismo y materialismo e irá encontrando en sí la posibilidad de tener su propio “gesto de Marx”,
de interpretar el mundo y transformar la sociedad. Este ensayo encontrará su particularidad en las
obras de Michel Foucault y Jacques Ranciere en tanto modelos explicativos pero que su despliegue
buscará proponer que 1. la interpretación del mundo hecha por la teoría política a partir de Marx no
dio satisfacción al menos visible y potente acerca del problema de cómo pensar la realidad, 2. Que
esta insatisfacción se produce, en parte, por la misma comprensión que tiene la filosofía de sí, 3. Que
esta comprensión de sí y su consecuente insatisfacción política tiene su lugar en las instituciones
académicas del saber.

Así, tomaremos las nociones de poder y resistencia de la obra de Michel Foucault además de otras
lecturas para pensar una visión de un hacer filosófico dirigido principalmente por el análisis del sujeto
y su imbricación en las formas y estructuras del poder. Luego, para una posible “respuesta” a Foucault,
a partir de la teoría de la política y la policía de Ranciere y la idea de emancipación presente en “El
maestro ignorante” propondremos una visión dual de mundo en tanto política como unidad de
multitud prioritaria y distorsionada, o sea, que se produce en si misma y no en función, en o desde el
poder.

Michel Foucault dedicó transversalmente su obra a renovar los campos y límites del análisis del sujeto.
Inspirado en Nietzsche y con un interés de poder alcanzar aquello que estaría sombrío u olvidado en la
teoría marxista, guió su análisis por la necesidad de darle un relato que abrace otra inmanencia para la
historia y el presente: si el mundo es esencialmente múltiple, diverso en sus formas y paradigmas, y
sobre todo maleable no solo por su estructura económica sino también por los devenires de la
consciencia, sus creencias, epistemes, relaciones y subordinaciones inconscientes, entonces la teoría
política tiene un pie cojo en el intento de dar explicación acerca de la activa y no solo potencial
imposibilidad de la libertad, como también un ojo ciego en la posibilidad de dudar de los grandes
relatos que el siglo XVIII y XIX propusieron al campo de la política. Así, el análisis Foucaultiano se
centrará principalmente en comprender qué es el poder, a través qué mecanismos se ejecuta, sus
formas de acción inmanentes y directamente productoras y sus transformaciones a lo largo de los
siglos. Es interesante ver cómo para Foucault el análisis de la subjetividad encuentra su lugar en un
espacio que parece repleto de poder: nos menciona que éste viene “de abajo” siendo una linea de
fuerza general, de relaciones intencionales más que subjetivas y que implica necesariamente la
resistencia. Explícitamente Foucault menciona: “por poder hay que comprender, primero, la
multiplicidad de las relaciones de fuerza inmanentes y propias del dominio en que se ejercen, y que
son constitutivas de su organización”. Esta idea de un poder de fuerzas inmanentes al mundo que, en
vez de dirigirse de arriba hacia abajo como se presentaría en un esquema clásico marxista de lucha de
clases, es siempre desde abajo en tanto éste acciona desde el subreptio de las relaciones, conforma
una visión de mundo donde el sujeto abraza el reconocimiento del poder en sus esferas hasta más
personales, ve en todos lados poder y en todos lados entonces la posibilidad de resistir. Es complejo
dilucidar qué entiende Foucault por política y cómo se diferencia o identifica con el poder. Parece ser
que en el intento de dar nuevo rumbo a la filosofía o al análisis de la sociedad Foucault también
prefiere no empezar siempre desde “la política”. Por esto es que el análisis busca abrazar una mayor
materialidad bajando así de la estructura conceptual “política” a la imagen de las fuerzas y relaciones.
Ahora, lo que proponemos en este ensayo será que, teniendo en consideración la importante
renovación de las formas del análisis de la teoría política que trae Foucault, la concepción de mundo y
entonces las vías de acción para la teoría y la filosofía que propone son insuficientes para poder
mediar de forma efectiva con los problemas que aquejan al mundo por los efectos del capitalismo,
siendo esto enrostrado por cómo está entendiendo Foucault la idea de resistencia, donde la falta de
una dualidad de mundo socava al sujeto en un campo inerte de conceptos y expresiones que si bien
refieren a fenómenos reales, no impulsan una posibilidad para el hacer de la teoría que explote su
capacidad, por ejemplo, en la renuncia de la institución académica de su hacer. Así, Foucault nos
señala las resistencias con características algo dispersas: implica oposiciones transversales en el
mundo, competen a los efectos del poder en sí, son inmediatas y cuestionan el estatus del individuo
por medio de la defensa de su diferencia, el ataque a la separación, la fuerza de volver a sí y la final
atadura de la identidad por el resistir. Finalmente menciona: “y cuyo fin es atacar no a tal o cual
institución, poder o clase sino a una técnica, una forma de poder”. La noción de resistencia de
Foucault comprende un mundo que en su propia inmanencia, su propia realidad, se constituye de
poder. Como si el poder y su historia fuera una red causal de acciones e intensidades que terminan
contaminándolo todo, donde el gran relato no tiene cabida pues ese gran relato habría de ser uno que
comprenda toda la multiplicidad de fuerzas políticas que socavan al planeta. El resistir por su propia
definición implica una fuerza ya andando que debe ser detenida o destruida, por eso es que Foucault
menciona que siempre donde hay poder hay resistencia y viceversa. Si bien es concebible que una
resistencia siempre sea ante tal o cual poder, lo que cuestionamos es el foco general de acción que
Foucault presenta para aquella teoría que busca una dirección militante o con resolución en la acción.
La idea de un poder que abarca el todo, que siempre está ahí ya presente parece ser la que en
consecuencia le da un espacio a veces abstracto, a veces reducido a la posibilidad de la resistencia. Y
es que ni siquiera parece condecirse con la propia realidad revolucionaria y militante histórica: si bien
las alternativas guiadas por los grandes relatos desde Marx en adelante han fracasado por lo que,
posteriormente, se puede analizar como estructuras que devienen autoritarias y totalizantes, no por
ello significa que toda su actualización devenga necesariamente en poder y entonces que todo lo que
haya sucedido bajo esos relatos y acciones sean ellas mismas formas del poder. El intento
emancipatorio siempre es un campo de exploración y de prueba, y por lo mismo tiende al fracaso y a
su actualización quizás burguesa o autoritaria, pero proponemos aquí que lo fundamental se
encuentra en ese espacio que se abre principalmente en su oposición al mundo y al poder y que, en
principio, no tendría mayor contenido que el que sus acciones despliegan pero que se diferencian
desde el inicio del paradigma del poder.

En este ensayo proponemos que parte de la insuficiencia de Foucault y cierta “desactivación” que da a
la política su idea del poder tiene que ver con el horizonte que la teoría ejecuta en función de su
acción. Hay un gesto intencional en el hacer de la teoría que decide por su comprensión de mundo. En
Foucault éste es explícitamente el de relacionar el poder con toda relación. En cambio, en Ranciere
encontraremos algo distinto: “La política es en primer lugar el conflicto acerca de la existencia de un
escenario común” así también ésta la define como “la actividad que rompe la configuración sensible
donde se definen las partes y sus partes o su ausencia por un supuesto que por definición no tiene
lugar en ella: la de una parte de los que no tienen parte”. El puntapié inicial es otro: hay política donde
hay conflicto y partes, y si ésta no tiene un relato en la actividad transformativa entonces no es
política. Estamos ante una visión dual de mundo y Ranciere decide posicionarse como parte de los sin
parte. El gesto es parecido en el maestro ignorante cuando señala el problema de la igualdad: es muy
distinto ponerse la igualdad como objetivo a empezar desde la igualdad. Podríamos decir, es muy
distinto entender la resistencia como una “salida” del poder a sostener la emancipación desde un
lugar que ya no tiene lugar, que es inmanente a sí y que “instituye una comunidad por el hecho de
poner en común la distorsión, que no es otra cosa que el enfrentamiento mismo, la contradicción de
dos mundos alojados en uno solo”. Así entonces el poder jamás deja de repartir lo sensible pero
cambia su origen: el poder es ejercido por la policía y la política confronta esta fuerza pero no ya en
sus esquemas y límites sino desde la distorsión, o sea, en cualquier caso, bajo un mundo que le es
suyo y que no solo es distinto a la policía sino que además la determina en última instancia. Por eso
Ranciere rechaza la noción de poder de Foucault y su idea de que “todo es político”. En realidad, eso
que sería el poder para Ranciere no es más que la policía, y eso no solo significa simplemente
reemplazar lo que Foucault entiende por poder por el de policía, sino también entender que una
teoría política emancipatoria, que se involucre en la acción, requiere de entender que el análisis de la
policía solo es un punto de partida y que solo se realiza en función de la igualdad, o sea, de la
posibilidad de romper la configuración sensible. Solo para la parte de los que no tienen parte el
mundo se concibe como uno desigual y poderoso, pero este solo es el punto de partida pues la
posibilidad de romper la configuración de lo sensible significa una acción estratégica, que conoce a su
oponente, que busca preverlo en su acción y sobre todo, de vencerlo en la lucha por la igualdad. Así, a
grandes rasgos, pensamos que 1. El intento de radicalizar la teoría política para la praxis no pasa tanto
por la radicalidad del discurso (por ser una inmanencia que aún no abandona la trascendencia del
logos, del análisis y la interpretación) como por la subordinación de la teoría a la acción (gesto que en
un inicio identificábamos con Marx), que 2. El fin de los grandes relatos o del juego de las identidades
no debe pasar por el abandono de toda identificación sino por el análisis cauteloso pero a la vez
estratégico de cómo emanciparse y desde ahí, solo desde la necesidad, el juego de identidades (que
reconocemos en Ranciere en su división de política/policía) y que 3. Pensamos, al menos
hipotéticamente, que aún la filosofía y la teoría guarda un potencial que debe no solo buscar en su
literalidad una expresión política y a la vez “científica” (en tanto efectos con la realidad) sino más bien
un cuestionamiento profundo a los lugares, medios y funciones por los que se realiza la teoría. A
grandes rasgos, proponemos aquí la necesidad de un periodo clandestino para la filosofía. Y esto
principalmente porque si creemos que la teoría debe subordinarse a la acción, tal como el gesto de
Marx expresaría, entonces es consecuencia el tener que dirigir nuestras miradas, muy humanistas e
intelectuales, hacia el entorno y lugar, al movimiento mismo de los cuerpos en su desigualdad explícita
-que hoy se vive sobre todo en la institución académica- a modo de reconocer instancias
transformativas que merezcan una atención teórica. Y esta clandestinidad es también una instancia
distorsionada, que, así como el maestro reconoce en su ignorancia una potencia, el filósofo reconoce
en su ingenuidad y cinismo que parte de éste se configura sobre todo en las instituciones académicas
y humanísticas, que si ahí es donde el reparto de lo sensible actual se condiciona y conserva, entonces
asuma que para pensar y hacer teoría las condiciones no deben subordinarse a los esquemas del
merito, profesionalismo y logro de la academia sino más bien a la posibilidad de su acción, y esa
posibilidad hasta ahora no tiene lugar más que un vagaje clandestino y experimental.

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