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"LOS CACHORROS”

Resumen
- Mario Vargas Llosa -
“Los cachorros”, publicada originalmente en 1967 con el título de “Pichula Cuellar”, es
un relato que tiene que ver con la línea temática inaugurada en “Los jefes” y
profundizada en “La ciudad y los perros”.
El fracaso y la frustración son exaltados como esencialmente conformadores de las
condiciones en la que se desenvuelve la sociedad peruana.
El tema de “Los Cachorro” se centra en el colegio Champagnat de Miraflores. El
hermano Leoncio comunicó a los alumnos del tercero “A”, que un nuevo alumno
formaría parte del salón.
Su apellido era Cuellar y llegó una mañana a la hora de la formación. El hermano Lucio
lo puso a la cabeza de la fila porque era más pequeño que el alumno rojas, que antes de
la llegada de Cuellar, encabezaba la fila. Choto, Mañuco, Chingolo y Lalo, congeniaron
rápidamente con él.
Cuellar había vivido en San Antonio, pero ahora vivía en mariscal Castilla, cerca del cine
Colina. Cuellar rápidamente dio muestras de ser un alumno muy estudioso, recibiendo
por ello las felicitaciones de los hermanos del colegio.
Las clases de la primaria finalizaban a las cuatro, y a las cuatro y diez, el Hermano Lucio
ordenaba romper filas y a las cuatro y cuarto ellos estaban en la cancha de fútbol. Cera
a la cancha se oían los ladridos de un gran perro danés llamado “Judas”.
Choto decía que Cuellar por “chancar” mucho, descuidaba el deporte.

Pero Cuellar que era terco y se moría por jugar en el equipo se entrenò tanto en el
verano que al año siguiente se ganó el puesto de interior izquierdo en la selección de
clase.
Se había pasado los tres meses de vacaciones sin ir a las matinés ni a las playas, sólo
viendo y jugando fútbol mañana y tarde.

En Julio para el campeonato interaños, el hermano Agustín autorizó al equipo de


Cuarto “A”, a entrenarse dos veces por semana, los lunes y los viernes, a la hora de
dibujo y música.
Cuellar se metìa a la ducha después de los entrenamientos. Cierto día en que Lalo y
Cuellar se estaban duchando, apareció “Judas”.

Choto, Chingolo y Mañuco, saltaron por las ventanas. Lalo logró cerrar las puertas de
la ducha en el preciso instante en que “Judas” metía el hocico.
Después de un instante se oyó los ladridos de “Judas” y los llantos de Cuellar; luego el
vozarrón del hermano Lucio y las lisuras del hermano Leoncio. Cuellar, que había sido
atacado por el perro, era llevado en la camioneta de la Dirección por los hermanos
Agustín y Leoncio. Los muchachos fueron a visitarlo a la “Clínica Americana”, y vieron
que no tenía nada en la cara ni en las manos.
El malvado de “Judas” lo había mordido en la “pichulita”. Cuellar volvió al colegio
después de Fiestas Patrias; más deportista que nunca, Por el contrario su rendimiento
bajó considerablemente. Los hermanos lo mimaban al igual que sus padres.
Le ponían buenas calificaciones, aun cuando, la mayoría de las veces, no sabía nada. No
mucho después del accidente comenzaron a decirle “pichulita”; el apodo se lo puso un
alumno de apellido Gumucio y se esparció como reguero de pólvora por todo el colegio.
El apodo se le pegó como una estampilla; salió también a las calles y poquito a poco fue
corriendo por los barrios de Miraflores y nunca más pudo sacárselo de encima. Cuando
llegó a la secundaria ya se había acostumbrado al apodo. Cuando estaban en tercero de
media los chicos habían desarrollado físicamente.
El primero en tener enamorada fue Lalo, quien se le declaró a Chabuca Molina y Mañuco
a Pusy Lañas. En quinto de media Chingolo le cayó a Bebe Romero y le dijo que no a
Tula Ramírez y ésta también lo rechazó. Tuvo suerte con la China Saldívar que sí lo
aceptó.
El único que no tenía enamorada de todo el grupo era Cuellar. Los chicos los
animaban, pero Cuellar sólo se dedicaba a hacer locuras como beber en exceso, comer
como un loco en su auto.

Cuando Chingolo y Mañuco estaban ya en Primero de Ingeniería, Lalo en Pre-Médicas y


Choto comenzaba a trabajar en la “Casa Wiese” y Chabuca ya no era enamorada de
Lalo sino de Chingolo, y la china Saldívar ya no de Chingolo sino de Lalo, llegó a
Miraflores Teresita Arrarte.
Cuando Cuellar la vio cambió su comportamiento, dejó de hacer locuras. Cuellar estaba
enamoradísimo de Teresita Arrarte pero no se animaba a declarársele.

Dilato tanto la declaración de amor, que un día llegó a Miraflores un muchacho de San
Isidro que estudiaba Arquitectura, tenía un Pontiac y era nadador: Cachito Arnillas,
Cachito le cayó a Teresita después de un tiempo y ésta le dijo que sí. Entonces Cuellar
volvió a sus andadas.
Tomaba más que antes, en “El Chasqui”, entre timberos, dados, ceniceros repletos de
puchos y botellas de cerveza helada, y remataba las noches viendo un show, en cabarets
de mala muerte: en el “Nacional” el “Pingüino”, el “Olímpico”, y el “Turbillón”; o, si
estaba sin plata en antros de lo peor, donde podía dejar en prenda su pluma Parker, su
reloj Omega o su esclava de oro.
Cuando Lalo se casó con Chabuca, el mismo año que Mañuco y Chingolo se recibían de
ingenieros, Cuéllar ya había tenido varios accidentes y su Volvo andaba siempre
abollado, despintado, las lunas rajadas. Su carro andaba siempre repleto de
rocanroleros cuyas edades oscilaban entre trece y quince años y, los domingos se
aparecía en el “Waykiki” corriendo tabla hawaiana.
Cierto día hizo una apuesta con Quique Ganoza, una carrera al amanecer, desde la plaza
San Martín hasta el Parque Salazar, éste por la buena pista, Pichulita contra el tráfico. Os
patrulleros lo persiguieron desde Javier Prado, sólo lo alcanzaron den Dos de Mayo.
Estuvo un día en la comisaría. Y lo que tenía que suceder, sucedió yendo al norte, en las
traicioneras curvas de Pasamayo. Y así terminó la vida de Pichulita Cuéllar, un final que
él se lo buscó.

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