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Documentos históricos de la Revolución mexicana: Revolución y Régimen constitucionalista, IV: El Plan de Guadalupe
Documentos históricos de la Revolución mexicana: Revolución y Régimen constitucionalista, IV: El Plan de Guadalupe
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Documentos históricos de la Revolución mexicana: Revolución y Régimen constitucionalista, IV: El Plan de Guadalupe

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El examen detallado del Plan de Guadalupe, constituye el eje de este volumen. Asimismo, se considera que este Plan originó el régimen legal que ha normado la vida política del país. El texto parte de los antecedentes inmediatos: el levantamiento militar de una parte del ejército federal y la aprehensión y muerte del presidente Francisco I. Madero y del vicepresidente José María Pino Suárez.
LanguageEspañol
Release dateOct 28, 2013
ISBN9786071615060
Documentos históricos de la Revolución mexicana: Revolución y Régimen constitucionalista, IV: El Plan de Guadalupe

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    Documentos históricos de la Revolución mexicana - Isidro Fabela

    americana.

    EL PLAN DE GUADALUPE

    EL PLAN DE GUADALUPE

    La Revolución es obra de principios. …Revolución que transa, es revolución perdida.

    VENUSTIANO CARRANZA

    En Ciudad Juárez, al terminar el armisticio que originaron las conferencias de paz concertadas entre los representantes del régimen del general Porfirio Díaz y los del gobierno provisional de la Revolución de 1910, Venustiano Carranza, cuya viril conducta legalista había quedado definida desde 1893, impugnó la celebración de cualquier pacto que invalidara el cumplimiento del Plan de San Luis Potosí, declarando ante los conferenciantes que la revolución se suicidaría[1] si transaba con el Porfiriato a pretexto de devolverle su paz octaviana a la nación; pues el equipo civil y militar de la dictadura quedaría intacto y presto para imponer nuevamente sobre el pueblo el peso de su sistema político-administrativo, causa primera del desorden ético-económico y de la injusticia social en la república.

    Tal y como lo había predicho el señor Carranza, la revolución maderista se entregó inerme a sus enemigos al transigir con ellos mediante el Convenio de Ciudad Juárez, firmado el 21 de mayo de 1911[2] por el que reconocía la sucesión interina del mandato presidencial en la persona del último secretario de Relaciones del gobierno del general Porfirio Díaz y renunciaba a conservar las fuerzas armadas que le habían dado el triunfo militar, a fin de mantener íntegro el poderío del ejército porfirista (cuyos cuadros de mando eran baluartes de la dictadura tuxtepecana y lo continuarían siendo de los sucesores idóneos de ésta) aduciendo que la existencia del Ejército Federal, templado por la lealtad[3] y el heroísmo,[4] garantizaba la firmeza de las instituciones republicanas y la seguridad del Estado.

    La revolución maderista, al delegar sus poderes en el mandatario Francisco León de la Barra, arriaba su bandera y contradecía su programa político, pues el presidente interino, conforme al Considerando Tercero del Convenio de Paz de Ciudad Juárez, quedaba encargado… del Poder Ejecutivo de la Nación y [convocaría] a elecciones conforme a los términos de la Constitución; y, según lo establecido en el Considerando Cuarto del convenio suscrito [estudiaría] las condiciones de la opinión pública… para satisfacerlas en cada Estado conforme al orden constitucional y [acordaría] lo conducente a las indemnizaciones de los perjuicios causados directamente por la revolución.

    Pero, dicho sin ambages, se puede aseverar que la revolución maderista se suicidó ahorcándose con los inauditos alcances del punto único del Convenio de Paz, que a la letra dice: Desde hoy cesarán en todo el territorio de la República las hostilidades que han existido entre las fuerzas del gobierno del general Díaz y las de la Revolución, debiendo éstas ser licenciadas a medida que en cada Estado se vayan dando los pasos necesarios para establecer y garantizar la tranquilidad y el orden públicos.

    El significado histórico de la renuncia del presidente Díaz mediante el Convenio de Ciudad Juárez entrañaba la salvación de su sistema gubernamental y el de la estructura juridicopolítica que regía su paz constitucional con el apoyo del heroico ejército formado para someter la revolución dentro del orden, esto es: para disponer —sin eufemismos— de un eficiente equipo armado apto para reprimir los actos sociales públicos contrarios a la existencia y progreso del feudalismo porfirista y a la política de entrega de los recursos económicos nacionales a los potentados extranjeros coludidos con la minoría nacional privilegiada. La organización política del Porfiriato vencía cediendo a la revolución maderista, a fin de atraer al caudillo coahuilense al abismo de las conjuras cuartelarias urdidas por los partidarios del dictador oaxaqueño y apoyadas por los representantes diplomáticos de otras naciones, temerosos éstos de que la caída del general Porfirio Díaz resultara lesiva para los intereses económicos de sus compatriotas inversionistas al avocarse el Congreso al conocimiento, estudio y resolución de los problemas económico-sociales, asuntos que presuponían reformas urgentes a la Constitución de 1857.

    El plan científico, meditado por Rosendo Pineda y puesto en acción por José Ives Limantour, para destruir a la Revolución incipiente, era perfecto: a la revolución aparentemente triunfante se le cederían inmediatamente dos gubernaturas estatales: las de Coahuila y Chihuahua, bajo los mandatos de Venustiano Carranza y Abraham González, respectivamente; pero la máquina administrativa y electoral de la Unión quedaba bajo la dirección y control del presidente interino quien, aun cuando pareciera recibir la influencia decisiva de Madero, imponía su criterio gubernamental y el poder económico de los partidarios del antiguo régimen con el fin de que la mayoría de los funcionarios estatales y los nuevos representantes populares que deberían entrar en funciones como colaboradores del caudillo de Parras, surgieran realmente del seno de los bandos del Porfiriato, aunque fingiendo haber sido designados o elegidos por los partidos revolucionarios. Mas lo verdaderamente grave para la revolución maderista era que el Convenio de Paz le cercenaba de un tajo el brazo armado por el pueblo, quedando expuestos los soldados de la revolución a ser perseguidos y encarcelados por el Poder Judicial del régimen interino o muertos por los soldados del ejército de la dictadura, cuyos jefes no podían perdonar a los revolucionarios el haber sido vencidos por éstos en casi todos los puntos de la república donde habían enfrentado sus armas con ellos.

    Al sentido de previsión y a la visión política de Venustiano Carranza no escapaba el conocimiento del peligro inmediato que se cernía sobre los jefes revolucionarios y del riesgo inminente que amenazaba a Francisco I. Madero y a su administración, todos condenados a sucumbir por determinación de los políticos porfiristas y obra de los jefes del ejército de la Dictadura; pues advertía que al quedar en poder del antiguo ejército federal el mantenimiento del orden público y la conservación de la seguridad nacional, el sistema militar represivo del pasado régimen, que no podía identificarse con el gobierno emanado de la Revolución de 1910, sería una amenaza constante para el afianzamiento de las administraciones estatales afectas al maderismo.

    El 28 de mayo de 1911, Venustiano Carranza había entrado en funciones como gobernador provisional de su estado y jefe de la Tercera Zona Militar, en cuyos encargos únicamente permaneció dos meses, pues renunció a ellos a fin de aceptar su postulación para gobernador constitucional por el tiempo que faltaba del ejercicio en curso y que vencía el día 15 de diciembre de 1913, según la convocatoria expedida el 8 de noviembre por el H. Congreso del Estado. La aceptación de su candidatura la hizo pública en su manifiesto fechado el 1º de agosto de 1911.[5] Carranza fue ungido con el voto popular, por unanimidad, para ser gobernador de su estado, pese a la oposición de personas allegadas a Madero. Tomó posesión de su encargo el 22 de diciembre de 1911.[6]

    Sus más cercanos colaboradores fueron: Jesús Hernández, secretario particular; Lic. Eliseo Arredondo, secretario general de Gobierno; Cosme García, oficial mayor; Jesús M. Rodríguez, tesorero general.

    El Poder Legislativo (XXII Legislatura) lo integraban Vicente Dávila Ramos, doctor Alfredo V. Villarreal, Jesús G. Hermosillo, Gabriel Calzada, Perfecto Fuentes, Jesús Sánchez Herrera, Epigmenio Rodríguez, Pablo López Bosque, Atilano Barrera, Franciseo P. Cuéllar y José García Rodríguez. Era oficial mayor de la Cámara Ernesto Meade Fierro.

    El Poder Judicial lo representaban los licenciados Matías L. Carmona, Gumersindo L. Vargas y Andrés Rodríguez Flores. Era procurador general del estado el licenciado Eduwiges Charles.

    Un año y medio escaso al frente del Gobierno de Coahuila confirmó sus dotes de estadista, ya puestas de manifiesto en dos interinatos anteriores. Cinco cuestiones importantes merecieron su atención inmediata: la impartición de justicia, principalmente para reivindicar y salvaguardar los derechos de los pueblos sobre las tierras, aguas y bosques; la educación pública, porque siempre sostuvo que un pueblo analfabeta no está en capacidad de ejercitar debidamente sus derechos políticos ni de reclamar justicia; la reorganización del sistema hacendario, debido a que aspiraba a que su estado y la República dispusieran de sistemas de tributación acordes con los principios de la economía social contemporánea; el municipio libre, pues sabía que en esta célula politicosocial descansa el poder de los derechos cívicos y la firmeza del Pacto Federal; y la seguridad pública. En este último asunto tuvo que afrontar con amargura y disgusto los resultados de las divergencias suscitadas entre su Gobierno y el de la Nación, pues Madero, cerca del cual intrigaban contra la personalidad política de Carranza los elementos simpatizadores o activos del Grupo Científico, se oponía, por todos los medios legales y amistosos, a que el mandatario coahuilense comandara y fortaleciera los cuerpos militares regionales con los que el Patricio de Cuatro Ciénegas había concurrido a la Revolución de 1910 y a la derrota de los infidentes de Pascual Orozco. La correspondencia sostenida con Madero respecto al licenciamiento de las fuerzas de seguridad, auxiliares de la Federación, desde febrero hasta junio de 1912, es explícita, como claro es el decreto estatal que justificaba la existencia de las tropas irregulares de Coahuila durante el régimen maderista. Son particularmente importantes las cartas de Carranza a Madero fechadas los días 18 y 23 de febrero, 19 y 25 de marzo, 13 de mayo y 28 de junio.[7]

    Por las cartas transcritas se comprueba no sólo el error del Sr. Madero de no permitir al gobernador Carranza que formara sus cuerpos provinciales, que dependieran de él mismo, sino que acató sus deseos respetuosamente. En esta última fecha también se dirigió a Ernesto Madero, ministro de Hacienda, manifestándole las razones por las cuales era necesario conservar las fuerzas estatales; pero aceptando que, si el Presidente insistía en su desaparición definitiva, él estaba dispuesto a acatar sus órdenes.

    Como se sabe, durante el segundo semestre de 1912, los barruntos de conspiraciones y levantamientos contra el régimen maderista eran parte obligada de las noticias cotidianas. A todos los revolucionarios adictos a Madero les inquietaba la extrema bondad con la que el Primer Mandatario recibía las informaciones sobre conjuras contra su Gobierno. Por esta circunstancia Carranza había entrado en contacto con diferentes políticos a fin de ponerse de acuerdo en la actitud que deberían observar los revolucionarios de 1910 en el caso de que las actividades subversivas concluyeran en una realización amenazadora contra la estabilidad del régimen maderista. No solamente entró en pláticas con los gobernadores de Chihuahua y de San Luis, sino que también sostuvo conversaciones con el doctor Silva, durante su visita a Michoacán. Carranza tenía plena fe en las convicciones revolucionarias de los trabajadores de Coahuila, mineros y campesinos que habían abandonado sus trabajos para ir a la lucha armada animados por ideales de justicia social. Confiaba en que ellos, aun cuando desarmados, serían el sostén del gobierno legítimo de la República en caso de trastornos graves, cuyo posible acaecer le había sido anunciado a Madero en razonada exposición por el Grupo Renovador de la Cámara de Diputados, en la memorable entrevista que tuvieron con él en el Castillo de Chapultepec, apenas un mes antes de que estallara la asonada felicista-reyista.

    En la visita que Carranza hizo a Madero en diciembre de 1912, el Primer Magistrado presentó al gobernador de Coahuila con Victoriano Huerta y Guillermo Rubio Navarrete, en el Castillo de Chapultepec. Huerta causó mala impresión a don Venustiano tanto más cuanto que éste presenció con cierto asombro la forma irrespetuosa con la que el futuro traidor abrazaba y levantaba el breve cuerpo de Madero, dizque para testimoniarle su afecto. Además, Carranza sabía que era público el rumor de que Huerta criticaba acerbamente a Madero y a su Administración y que alentaba sin tapujos la caída del Gobierno Federal.

    Durante su estancia en la ciudad de México, Carranza confirmó que otros antiguos enemigos de Madero y muchos de sus ex amigos conspiraban sin recato, lo cual preocupó mucho al gobernador de Coahuila, pues advertía que el jefe de la Nación no les daba la debida importancia a los complotistas que estaban a punto de derrocar a su régimen, en cuyo innoble intento preponderaban, casi sin excepción, los cuadros de mando del ejército porfirista, dispuestos a coludirse con Pascual Orozco y Emiliano Zapata, como con Higinio Aguilar y Gaudencio de la Llave, o con los demás jefes que, sin causa ni verdadera bandera, infestaban los estados con grupos armados que cometían toda clase de atropellos.[8]

    De regreso a Saltillo, Carranza recibió al coronel Luis G. Garfias, a quien el Presidente enviaba para organizar el 25º regimiento de caballería. En esta misión acompañaban a Garfias los capitanes Jacinto B. Treviño, Aldo Baroni y Antonio Delgadillo.

    A fines de diciembre de 1912 se había consumado el licenciamiento de las tropas irregulares de Coahuila: de acuerdo con lo dispuesto por el Gobierno Federal, Francisco Coss quedaba al frente de un insignificante grupo de fuerzas irregulares, que pagaría el estado; y Pablo González, a cuyas tropas continuaría pagando la federación, recibió órdenes de la superioridad militar para que movilizara sus fuerzas a los estados de Durango y Chihuahua.

    Carranza, a quien don Abraham González, gobernador de Chihuahua, le había dado noticias de la llegada de Francisco Villa a los Estados Unidos, tuvo conocimiento de que el fugitivo propalaba la especie de que se gestaba un cuartelazo en México; temeroso de que el movimiento subversivo estallara de un momento a otro, había advertido a Pablo González que, en el caso de que se iniciara la sublevación, al tener conocimiento de ello, se dirigiera inmediatamente a Saltillo, a fin de actuar como las circunstancias lo exigieran. González se encontraba en Julimes, Chih., al estallar el alzamiento felicista-reyista del 9 de febrero de 1913.

    El 9 de febrero, Carranza recibió el siguiente telegrama firmado por el general Ángel García Peña, secretario de Guerra y Marina:

    Núm. 80940. Hoy a la madrugada surgió movimiento sedicioso en que tomó parte la Escuela de Aspirantes; lo encabezaba General Reyes, terminando a las 10 a.m. en que fue dominada la situación. Sírvase usted estar alerta y proceder con la energía que demanden las circunstancias, por si repercute en la jurisdicción de su mando. Firma, A. G. Peña.

    Al recibirse el mensaje anterior en Saltillo era secretario general de Gobierno don Ernesto Garza Pérez y tesorero general Gustavo Villarreal. Carranza contaba solamente con las siguientes fuerzas: la gendarmería municipal de Saltillo, más 60 hombres a las órdenes de Cesáreo Castro y 28 a las de Francisco Coss.

    Este mismo día Madero se dirigió a Carranza en los siguientes términos:

    De Palacio Nacional, el día 9 de febrero de 1913. A las 11 a.m. Recibido en Saltillo a las 12:30 p.m. Señor Gobernador del Estado.

    Esta madrugada un grupo de aspirantes y algunos soldados de Artillería, encabezados por el general Mondragón, atacaron Prisión militar Santiago, libertando general Reyes; en seguida libertaron Félix Díaz y atacaron Palacio Nacional.

    En momento del ataque fue muerto general Reyes y la mayor parte de los que le seguían; Félix Díaz huyó sin saberse para dónde. Yo, con los Ministros, me encuentro en Palacio Nacional, mandando aprehender a los directores intelectuales. La tranquilidad se ha restablecido por completo en la ciudad; habiendo sido ligeramente herido comandante militar de la plaza, general Lauro Villar. Ha sido nombrado comandante militar el general de división Victoriano Huerta. Francisco I. Madero.

    El día 10, el Gobierno Federal remitió la siguiente circular:

    Ayer, en la madrugada, Félix Díaz y general Gregorio Ruiz, con unos cincuenta alumnos de la Escuela de Aspirantes y un escuadrón del primer regimiento de Artillería, se posesionaron por sorpresa del Palacio Nacional; pero el general Villar y general García Peña los hicieron rendirse. Llegando a conocimiento del señor Presidente el asalto, se puso personalmente al frente de mil hombres y fue sobre Palacio, llegando a él en medio de los aplausos y vítores del pueblo. Antes de llegar el señor Presidente a Palacio, llegó el general Reyes, al frente de unos cuantos hombres, pidiendo la rendición de la tropa que lo guarnecía; pero por toda contestación cargaron contra ellos, quedando allí muerto el general Reyes y prisionero general Gregorio Ruiz, quien fue fusilado en seguida. Falta sólo aprehender Félix Díaz, que se encuentra con cerca de trescientos hombres en la Ciudadela, sitiado por numerosas fuerzas del Gobierno, y antes de veinticuatro horas será sometido. El Senado y la Comisión permanente de la Cámara de Diputados, en sesión de ayer, acordaron por unanimidad conceder acción libre al Ejecutivo en los ramos de Hacienda y Guerra. El número de muertos y heridos hasta estos momentos no llega a 200. El señor Presidente tiene de su parte al pueblo de la capital, y protesta que sostendrá la legalidad del Gobierno constitucional en todas las formas que se requieran. El general Victoriano Huerta ha sido nombrado comandante general de la plaza y está cumpliendo con su deber.

    Como se advierte, el contenido del documento anterior falseaba la verdad en aspectos importantes, pues no eran 300 hombres los que acompañaban a Félix Díaz en la Ciudadela, sino más de 1 000. Por otra parte, no ascendían a 200 los muertos habidos en el primer encuentro, sino que las víctimas sumaban más de 500, principalmente de individuos pertenecientes al pueblo, cuya curiosidad llevó a sus hombres a la muerte. Tampoco era cierto que el pueblo de la capital estuviera con el primer mandatario, pues hombres de todas las clases sociales se habían incorporado a los sublevados de la Ciudadela, a los que no se les había cortado el suministro de agua ni los servicios de luz y teléfonos. En este documento solamente destacan dos noticias importantes, a saber: que el señor Presidente estaba dispuesto a sostener la legalidad de su Gobierno en todas las formas que las circunstancias lo requirieran; y que Huerta había sido nombrado comandante general de la plaza y estaba cumpliendo con su deber.

    El 9 Carranza respondió a Madero como sigue:

    Saltillo, 9 de febrero de 1913. Sr. D. Francisco I. Madero, Presidente de la República. México, D. F.

    Su mensaje de hoy. Felicito a usted sinceramente por el triunfo obtenido la madrugada de hoy en esa capital sobre los amotinados, encabezados por el general Mondragón, que trataron de derrocar a usted del Gobierno. Creo que no ha desaparecido todavía todo peligro y que sus enemigos intentarán un nuevo movimiento en el Norte, como he comunicado a usted en uno de mis mensajes anteriores. Salúdolo afectuosamente. El Gobernador, V. Carranza.

    Don Venustiano dispuso que por medio de boletines se informara con veracidad al pueblo de Saltillo de los acontecimientos ocurridos en la capital de la República.

    En este mismo día Madero se dirigió a Pablo González, a Julimes, Chih., en los siguientes términos:

    Palacio Nacional, México, febrero 9 de 1913.

    Señor coronel D. Pablo González. Julimes (Chih.).

    Desmienta noticias alarmantes; situación igual, rebeldes siguen encerrados en la Ciudadela; yo acabo de regresar de Cuernavaca, trayendo dos mil hombres, y estamos preparando ataque. El Presidente de la República. Francisco I. Madero.

    El 10, Blanquet y Madero se cruzaron los siguientes mensajes:

    Cuartel General de Toluca, 10 de febrero de 1913.

    Señor Presidente de la República. MUY URGENTE.

    He sabido que en México se dice que he defeccionado. Protesto enérgicamente contra esa falsa versión, y ruego a usted que esta mi protesta se haga pública. Respetuosamente. Aureliano Blanquet.

    Palacio Nacional, febrero 10.

    Señor General Aureliano Blanquet.

    Nunca he puesto en duda su lealtad. Hoy mando hacer rectificaciones. Francisco I. Madero.

    Con esta fecha, Madero se dirigió a Carranza como sigue:

    De Chapultepec, México, el 10 de febrero de 1913. Recibido en Saltillo. Señor Gobernador del Estado.

    Desmienta rumores alarmantes. Situación igual. Rebeldes encerrados Ciudadela; acabo regresar Palacio Nacional con dos mil hombres que traje de Morelos, y estamos preparando ataque. Francisco I. Madero.

    Para este día ya Carranza había intuido que la asonada felicista-reyista era más grave de lo que a primera vista parecía; por lo que dispuso que el jefe de Estadística de su Gobierno, capitán Francisco J. Múgica, partiera a la capital de la República para informarse personalmente, de visu, de la situación, a fin de que le transmitiera sus observaciones imparciales, particularmente respecto a la actitud que guardaban los jefes del Ejército Federal. Carranza deseaba que su emisario entrevistara al señor Madero, a quien debía ofrecerle el auxilio de todos los revolucionarios de Coahuila para sostener a su Gobierno, manifestándole que, en caso de no darle seguridades la capital del país, partiera al Norte, para trasladar los poderes a Saltillo, pues, si las circunstancias lo requerían, él, Carranza, estaba dispuesto a sostenerlo con una guerra como la de Tres Años, o más sangrienta y larga si era necesario librarla. Con estas instrucciones el día 11 Múgica salió a cumplir su misión.

    Con esta fecha, Pablo González, advirtiendo la gravedad de los sucesos, telegrafió a Carranza como sigue:

    Julimes, Chih., febrero 11 de 1913.

    Sr. V. Carranza.

    Saltillo, Coah.

    En vista de noticia recibida hoy de México y de observaciones que comuniqué a usted en mi carta fechada en Meoqui el día 5, salgo en estos momentos rumbo a Coahuila, sin órdenes y sin aviso al Cuartel General de Chihuahua. Teniente Coronel Pablo González.

    Pero, según Jaime Gurza, el caso no era delicado: por lo que ni Madero ni sus ministros habían renunciado ni pensaban hacerlo, estando dispuestos a defender su Gobierno.

    Número 11. De México, el 11 de febrero de 1913, a las 11:10 p.m. Recibido en Saltillo a las 11:40 p.m. Señor Gobernador del Estado.

    Domingo hubo levantamiento con intención derrocar Gobierno. Primer intento fracasó. General Reyes fue muerto al querer entrar al Palacio. Félix Díaz y general Mondragón posesionáronse Ciudadela y han sido reducidos a quedar en aquella plaza, donde están rodeados por numerosas fuerzas leales. Vienen más fuerzas con dirección a esta capital. Dirige operaciones general Huerta, quien cree que pronto dominará por completo situación. La ciudad está tranquila desde el domingo y resto República no hay novedad, excepción Oaxaca, donde hubo anoche un mitin felicista, que fue prontamente sofocado. De todas partes recibe mensajes de adhesión el Gobierno. Le participo estas noticias, para que no se deje sorprender por noticias exageradas que hacen circular los levantados. Ni el Presidente Madero ni sus ministros han renunciado, ni piensan hacerlo, dispuestos como están a defender la legalidad y cumplir con su deber. Saludo a usted muy atentamente. Jaime Gurza.

    Como se ve, existía una gran discrepancia entre lo que pensaban el jefe de la Nación y sus cercanos colaboradores y lo que advertía, a distancia, el gobernador de Coahuila. Éste no tenía confianza en el Ejército Federal. Sabía que sus jefes eran antimaderistas reconocidos que solamente buscaban una oportunidad para restablecer los marcos del antiguo régimen dictatorial, por lo que Carranza se dispuso a tomar precauciones para afrontar la situación creada con el levantamiento de Félix Díaz y Bernardo Reyes y sus posibles complicaciones. Temía que Victoriano Huerta y todos los generales federales traicionaran a Madero.

    El 12 de febrero Madero y Gurza se dirigieron a Carranza en los siguientes términos:

    De México, Palacio Nacional, el 12 de febrero de 1913.

    Señor Gobernador del Estado.

    Durante el día de ayer y la noche, el cerco a los rebeldes se ha estrechado considerablemente. Fue demolido uno de los ángulos de la Ciudadela, causándoles pérdidas considerables. El número de desertores que ha salido de los rebeldes es cada vez mayor. Durante noche fueron sacadas convenientemente numerosas piezas de artillería, que hoy en la mañana principiaron el bombardeo. Jefes militares que dirigen personalmente operaciones, opinan que es muy probable que hoy mismo sea reducida la Ciudadela; pero en todo caso, consideran seguro que mañana caerá. Sigo Palacio atendiendo todo y eficazmente ayudado por todos los Ministros y jefes. únicamente bajas sensibles que hemos tenido, son las del coronel Castillo, jefe del séptimo batallón; cuatro oficiales heridos, algunos soldados muertos y otros heridos. Francisco I. Madero.

    Número 18. De México, D. F., el 12 de febrero de 1913, a las 10:26 a.m. Recibido en Saltillo a la 1:45 p.m. Señor Gobernador del Estado.

    Ayer, martes, durante el día se tomaron posiciones ventajosas por fuerzas leales del Gobierno, alrededor de la Ciudadela, habiendo cañoneo nutrido con intervalos. General Huerta estrechó círculo, que ha comenzado ya, pues por evitar desgracias se suspendió durante la noche. Dada la superioridad en número de fuerzas leales, creo fundadamente que en el curso del día podré tener la satisfacción de comunicar a usted que esa plaza ha sido tomada. General Huerta procede con toda prudencia, asegurando todos sus movimientos. Resto República sin novedad y sin secundar levantamiento. Saludo a usted muy atentamente. El Secretario de Comunicaciones, Jaime Gurza.

    Como se sabe, los acontecimientos más importantes desarrollados en la capital habían sido los siguientes:

    El domingo 9, coronando el complot fraguado en La Habana, Félix Díaz y Bernardo Reyes fueron libertados por Manuel Mondragón, Gregorio Ruiz y sus secuaces, alzados en cuartelada contra Madero. Una partida de sublevados se apoderó momentáneamente del Palacio Nacional. Éste fue recuperado por Lauro Villar, con fracciones del 24º batallón.[9]

    Bernardo Reyes pereció frente a Palacio al intimar la rendición a los defensores de la sede de los Poderes Federales. Gregorio Ruiz fue hecho prisionero y pasado por las armas.

    Rechazados los rebeldes y terminado el combate frente al Palacio Nacional la columna de sublevados comandada por Mondragón y Díaz se replegó por las calles del Reloj para tomar las de Venezuela y Mina hasta doblar hacia el sur en las de Guerrero, para continuar por las de Bucareli. Al pie del Reloj Chino emplazaron los dos primeros cañones contra La Ciudadela y en una altura próxima dos ametralladoras. Díaz intimó la rendición del arsenal al general Rafael Dávila, jefe de la posición. Negada la rendición se combatió hasta la una de la tarde, en que cayó la plaza.[10] En ella las fuerzas rebeldes encontraron 40 cañones, 55 000 fusiles, 30 000 carabinas, 100 ametralladoras, 26 millones de cartuchos para máuser y otras muchas municiones.

    Hacia las tres de la tarde se operó la reconcentración de fuerzas leales, cuyo grueso eran corporaciones de rurales integradas por revolucionarios. A esa hora el Presidente partió hacia Cuernavaca para entrevistarse con el general Ángeles, a quien le ordenó movilizar sus efectivos para usarlos en el ataque a La Ciudadela. Como a las 5 de la tarde se recrudeció el tiroteo y los cañonazos de los rebeldes, para aterrorizar a la población. El lunes 10, los sublevados en el Arsenal ascendían a más de 1 500 hombres, con más cañones, ametralladoras, fusiles y municiones que las que podían contar todas las fuerzas adictas a Madero.

    Este día, los miembros del Cuerpo Diplomático empezaron a presionar al Presidente Madero para que pactara un armisticio con Félix Díaz, con el pretexto de dar garantías a los extranjeros y proteger la seguridad de los edificios de sus legaciones. El Congreso se reunió para conceder a Madero facultades extraordinarias en los ramos de Hacienda y Guerra.

    A las 6 de la tarde regresó de Cuernavaca el Presidente. Traía 2 000 hombres al mando de Felipe Ángeles. En los puestos de socorro había más de 1 000 heridos. Habían llegado de Celaya y de San Juan Teotihuacán dos regimientos de rurales, el 8º y 30º, circulando rumores de que los zapatistas se acercaban a Contreras para unirse a los sublevados de la Ciudadela. Madero nombró inspector general de Policía al mayor de caballería Benjamín Camarena.[11]

    El martes 11, a las 10, Huerta ordenó atacar la Ciudadela. La batalla duró 8 horas. Con verdadera estulticia, Ángel García Peña sugirió a Huerta que utilizara las fuerzas rurales de caballería en ataques frontales al Arsenal. Las fuerzas atacantes fueron destrozadas, con fuego de ametralladoras y cañones. Los muertos habidos durante el día ascendieron a 200 y los heridos a 300. Las granadas felicistas tomaron como objetivo el Hospital Juárez.

    El miércoles 12, fue bombardeada la cárcel de Belén, de la que se evadieron los reclusos, muriendo muchos de ellos al pretender fugarse. Otros se incorporaron a la Ciudadela. Rubio Navarrete fue nombrado comandante de la Artillería. Después se supo que la acción de los cañones federales no hizo daños en la posición de los rebeldes por error o mala fe de los servidores de la artillería maderista.

    Mediada la mañana, el embajador de los Estados Unidos y los ministros de Alemania, Inglaterra y España, pidieron al Presidente que se estableciera una zona neutral, para que en ella se refugiaran los extranjeros.

    La ciudad carecía de vigilancia y luz; pero no hubo un solo acto de pillaje. Durante las treguas muchos de los habitantes de las zonas expuestas a los fuegos de los contendientes, huían hacia otros puntos de la ciudad o salían de ella buscando refugio en las poblaciones próximas.

    Los artículos de primera necesidad escasearon desde el primer día y los comerciantes extranjeros elevaron los precios en términos exorbitantes, a pesar de que los almacenes de la ciudad estaban llenos de víveres; en cambio, los tahoneros españoles introdujeron a la ciudadela pan, leche, vinos y viandas finas. A la media noche, la Ciudadela recrudeció el fuego de su artillería y ametralladoras, en una nueva demostración de fuerza.

    El jueves 13, el duelo de artillería que se inició a las 9 de la mañana asumió caracteres extraordinarios conforme pasaron las 3 horas y media que duró su primera etapa. Los cañones del general Ángeles causaron graves daños en las colonias Cuauhtémoc y Juárez. La batería gobiernista establecida en el Teatro Nacional atrajo el fuego enemigo sobre los clubes Alemán y Americano. Un proyectil de los felicistas cayó cerca de la Puerta Mariana matando a varios soldados. Los fuegos de la Ciudadela acallaron la batería maderista situada en el Hotel Imperial.

    El bombardeo se reanudó a las 4 de la tarde y concluyó a las 7 de la noche en su segunda etapa. Las fuerzas felicistas habían ampliado su radio de acción hasta las proximidades de la estatua de Carlos IV. El tiroteo con ametralladoras y fusiles se mantuvo intermitente entre las 7 y las 11 de la noche, hora en que se recrudeció uniéndose a su estrépito el trueno

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