Sie sind auf Seite 1von 3

Pierre Bourdieu, L'assassinat de Maurice Halbwachs, La liberté de l'esprit, Visages de la Résistance, n°16,

otoño 1987

Maurice Halbwachs murió en marzo de 1945 en el campo de concentración de Buchenwald, donde había
sido deportado. Las condiciones de su detención y de su muerte no deben olvidarse: “Cien a doscientos por
vagón, 48 horas sin agua, este es el viaje de Compiègne a Buchenwald. En Sarrebruck te quitan la ropa y los
zapatos para evitar fugas. En Buchenwald, te sacan de los vagones con culatazos y cachiporras. Totalmente
desnudos, esperamos doce horas, en un pasillo al aire libre, para completar los diversos trámites. Todos
somos peluqueados y afeitados por todo el cuerpo. Nos dan la ropa: camisa, chaqueta y pantalones rayados,
zuecos. Sin calcetines, sin calzoncillos. Pasamos quince días en un depósito de cuarentena: quinientos por
depósito, apilados unos sobre otros, cinco minutos al día para lavarnos. Golpeados con cualquier pretexto, la
mayoría de las veces sin pretexto. El decimoquinto día nos envían a trabajar en la cantera. Levantarse a las
cuatro de la mañana; te dan doscientos cincuenta gramos de pan, doce gramos de margarina y un cuarto de
agua caliente, llamada «café». En la cantera nos enganchan a vagones llenos de piedras y así remontamos
una pendiente larga de ochocientos metros, el desnivel es de unos cien metros. Los golpes de porra y de pala
caen sobre las espaldas curvadas de los hombres-caballos, que no avanzan lo suficientemente rápido.
Hacemos hasta veinticuatro viajes al día. A mediodía, recompensa: media hora de descanso y un cuarto de
«café». A las diecinueve horas, de vuelta al campamento, cada uno cargado con una piedra grande. A las
diecinueve treinta, formación, larga, agotadora después de la jornada de trabajo. Después de la formación,
volvemos al bloque donde nos espera la sopa: tres cuartos a un litro de sopa; dos veces a la semana
zanahorias, una vez hojas de remolacha, dos veces papas en aderezo con salsa de nabo, dos veces cebada. A
las veintidós, finalmente llegamos a la cama. Y al día siguiente empezamos de nuevo... éramos propiedad de
las SS. Cuando una fábrica necesitaba trabajadores, nos «alquilaban» por cinco marcos al día. El dinero así
ganado servía para financiar el ocio de nuestros amos. Los más desafortunados eran los inválidos. Al no
poder trabajar, las SS estimaban que no necesitaban la ración completa y les habían suprimido la margarina,
dejándoles sólo 250 gramos de pan seco y tres cuartos de litro de sopa. Eran mil por bloque, cada bloque
contenía «normalmente» quinientos prisioneros. Cuando éramos quinientos, apenas teníamos sitio para
movernos. Ellos se veían obligados a turnarse para dormir: un equipo se levantaba a medianoche para ceder
el lugar a los camaradas. Y así es como el Sr. Halbwachs pasó varios meses. Hospitalizado en agosto de
1944 por forunculosis generalizada, salió del hospital dos meses más tarde casi curado. Hospitalizado una
segunda vez alrededor del mes de enero por disentería y caquexia, murió después de tres semanas. Lo único
que hemos podido conseguir es que no fuese «picado».1

No hay jerarquía en la muerte. Pero no se puede evitar sentir una especie de desesperación ética ante el
asesinato de un militante de lo universal que había dado toda su inteligencia y su convicción para crear las
condiciones de la comprensión y la tolerancia entre pueblos separados por la historia.

Sé que las virtudes académicas no tienen buena prensa hoy y que es muy fácil ridiculizar como inspiración
mediocremente pequeña burguesa y vagamente socialdemócrata, toda empresa tendiente a construir, contra
todas las formas de particularismo, un humanismo científico que rehúsa hacer de la existencia dos partes,
una dedicada a los rigores de la ciencia y otra a las pasiones de la política, y que intenta poner las armas de
la razón al servicio de las convicciones de la generosidad. Sin embargo, eso es lo que ha encarnado Maurice
Halbwachs, en tiempos en que los cuentacuentos de la ciencia social, de la estadística, del «promedio» y de
la «nivelación» (me refiero al famoso texto de Heidegger sobre Dos Mann) denunciaban la pretensión
peligrosamente «reductora» y «positivista» de las ciencias del hombre, a veces con las mismas palabras que
emplean hoy los nuevos nihilistas, prontos a reconocer en la intención misma de conocer científicamente el
mundo social una especie de totalitarismo, o una forma más o menos enmascarada de denuncia.

Nacido en 1877, Maurice Halbwachs estuvo en la Ecole Normale entre 1898 y 1901, en el momento de la
causa Dreyfus: participa en las manifestaciones callejeras con Simiand, durante el juicio de Zola. Se vuelve
socialista. Abandonando la metafísica, adquiere una cultura económica que no tenía parangón entre los
durkheimnianos salvo en su amigo y guía intelectual, François Simiand. Su tesis de derecho, La explotación

1
y el precio de la tierra en París, publicada en 1909, es un estudio de sociología aplicada, por no decir
comprometida. Muestra lo que los proyectos de los planificadores deben a las oscuras restricciones que rigen
los mecanismos de la especulación (no dejará de atacar los presupuestos y los métodos de los economistas,
especialmente sus pretensiones deductivistas): de esta investigación, que le vale ser recibido por Jaurès, a
quien admiraba, el partido socialista saca un folleto de propaganda contra la especulación capitalista.
Durante su estancia en Alemania, en 1909, estudió economía política alemana y marxismo. Provoca un
pequeño escándalo político, que será evocado en la Cámara, enviando a L'Humanité, donde sus amigos
Mauss y Hubert escribían regularmente, un relato de la represión policial de una huelga en Berlín. Lo que le
vale ser expulsado de Prusia. Incidente revelador de una postura intelectual, que lleva a concebir el trabajo
de investigador como una tarea militante (y viceversa) y que se expresa igualmente claro en sus primeras
publicaciones importantes, «la posición del problema sociológico de las clases», «las necesidades y las
tendencias en la economía social», «la psicología del obrero moderno», «la ciencia y la acción social», «la
ciudad capitalista», todos temas casi completamente ignorados por otros durkheimnianos. Hoy corremos el
riesgo de subestimar la audacia de la empresa que consiste en defender en la Sorbona una tesis sobre La
clase obrera y los niveles de vida (1913) verdadera etnografía de la existencia cotidiana de los obreros que
se apoya en una lectura ingeniosa de sus presupuestos familiares.

Para hacer justicia plenamente a ese proyecto intelectual, habría que evocar todos los aspectos de una
práctica universitaria donde se afirma esa especie de militancia científica que designa, me parece, Lucien
Febvre, cuando describe a Maurice Halbwachs como un "espíritu de una curiosidad asombrosa, siempre
poseído, cuando se lo encontraba, por alguna nueva pasión intelectual que exponía con ese tipo de
entusiasmo sin estruendo que era precisamente su marca". Sabemos de todas las formas de colaboración que
instauró con especialistas de otras disciplinas, particularmente con los matemáticos Georges Cerf y Mauricio
Fréchet, coautores de su Cálculo de las probabilidades al alcance de todos (en su juventud, había escrito
estudios críticos sobre Leibniz y sobre François Quételet). Y también de todos los intercambios científicos
que este hombre al que se acordaba decir "dulce y casi tímido" emprendió, particularmente durante su
estancia en Estrasburgo, con filósofos, psicólogos, historiadores, geógrafos, demógrafos: Martial Guéroult,
Maurice Pradines, Charles Blondel, Marc Bloch, Lucien Febvre, Georges Lefebvre, Gabriel Le Bras, etc.
Esa voluntad generalizada de promover una política de la razón científica, y en primer lugar en el ámbito
específico de su observancia, el mundo universitario, traduce una visión crítica de la institución que se
revela por completo en lo que puede parecer un detalle: él es de los que, ya en ese tiempo, afirman, según las
palabras de Lucien Herr, que no quieren sacrificar nada "a esa devoradora de fuerzas intelectuales que es la
agregación". Si menciono este rasgo revelador, es para convencer que, en el largo tiempo de la historia
académica, todo lo que está en cuestión aquí no tiene nada de un pasado cumplido, muerto y enterrado.
Tengo en efecto la convicción de que la empresa científica que ha sido interrumpida por la muerte de un
sabio como Mauricio Halbwachs espera de nosotros su continuación. No se trata de celebrar a los héroes
desaparecidos, lo que, como en todo rito de duelo, vuelve a eliminarlos una segunda vez, aceptando el hecho
de su desaparición. Se trata de retomar la lucha donde la dejaron, y esto sin olvidar la violencia que los
venció, y que también hay que tratar de comprender.

A esto Maurice Halbwachs todavía puede ayudarnos, él que, aunque sin duda había contribuido más que
ningún otro a hacer conocer Francia la sociología alemana, jamás dejó de interrogarse, no sin inquietud,
sobre sus ambigüedades científicas y políticas. Miembro del Centro de Estudios Germánicos de la
Universidad de Estrasburgo, a menudo invitado, hasta 1930, a dar conferencias en Mainz, lugar de
implantación de este centro, Maurice Halbwachs formaba parte de la pequeña minoría que había luchado a
favor de los intercambios de profesores entre universidades francesas y alemanas. De todos los profesores de
Estrasburgo, es el único, con Charles Blonde 1, en haber asistido a los encuentros francoalemanes de 1928-
1931 en Davos (donde conoce a Sombart). Favorable, hasta 1930, a la reconciliación francoalemana,
presenta a los sociólogos alemanes en sus conferencias (una de ellos trata sobre "los principales
representantes de la sociología alemana") y en sus publicaciones. Es el primero en reconocer la importancia
de Weberi, cuyas tesis sobre el origen del capitalismo defiende: utiliza sus ideas sobre el carisma y la
burocratización, y elogia su rigurosa metodología, su gusto por la investigación interdisciplinaria y su
ausencia de dogmatismo, asociado a una gran audacia intelectual. Es más reservado a propósito de
Mannheim, Simmel ("un sociólogo dotado") y Sombart. Pero, y este es el punto esencial, considera que,
aparte de Max Weber, los sociólogos alemanes están demasiado preocupados con cuestiones teóricas o
debates ociosos de nociones tales que Geist o Kultur y sobre todo demasiado hostiles hacia la investigación
empírica e interdisciplinaria, demasiado alejados de la visión desmitificada y desmitificante (lo que no
quiere decir "desencantada") del trabajo intelectual que se impone la empresa científica moderna.

Creo que, so pena de exponerse a las repeticiones de la historia, hay que aceptar que existe un vínculo entre
los discursos de rectorado que el filósofo alemán más grande de la época pronunció, en 1933, con el
brazalete de cruz esvástica en el brazo, por la gloria de la Universidad alemana y su reencuentro con el
racionalismo reductor y destructivo para el que la sociología francesa representaba el símbolo más
aborrecido, y el asesinato de un gran sociólogo francés, perpetrado en 1945, en la locura ultrarracional de un
campo de exterminio.

Das könnte Ihnen auch gefallen