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En el evangelio de hoy se nos presentan otras tres recomendaciones que a primera vista podrían

parecernos aisladas una de la otra, pero pienso que no es así, más adelante digo por qué.

En el mundo judío el perro no era apreciado como nosotros lo apreciamos, como una mascota, pues era
considerado un animal salvaje, a ellos no se les daba de comer, recordemos la escena donde los perros
están lamiendo las llagas del pobre Lázaro…y el puerco era considerado un animal impuro, hasta donde
sé, no se comía, recordemos la escena donde Jesús expulsa la legión de demonios de aquel hombre y ellos
piden irse a meter en los puercos que estaban en el campo y se precipitaron por un despeñadero. Pero
también hay quien dice que el termino perros y puercos, están referidos a los paganos y a los judíos que
no querían convertirse al cristianismo, a todos aquellos que se obstinaban en el mal y en la mentira. Las
cosas sagradas hacen referencia a la comida que era ofrecida en los holocaustos. En esta primera
recomendación se refiere a valorar las cosas o los dones sagrados.

La regla de oro ya era conocida en otros contextos extra bíblicos, es decir, no era algo propio de la religión,
sólo que ésta era conocida en su formulación negativa: “no hagas”; Jesús, en cambio, la propone en su
sentido positivo: “hazlo tú también al otro”. Esta segunda recomendación se refiere a la justicia (resumen
de la ley y los profetas).

La metáfora de las dos vías ya era conocida desde el Antiguo Testamento, desde el Génesis, y remarcan
la libertad que Dios da al hombre para elegir, para decidir por la vida o por la muerte. Claro Dios quiere
que el hombre elija la vida, pero no lo obliga.

Las tres recomendaciones están ligadas según mi juicio: por un hilo que es: la decisión de permanecer en
el bien, en la gracia de Dios.

Por eso inicio con la última de las tres recomendaciones, ya que primero debemos elegir qué camino
estamos dispuestos a recorrer, si el camino ancho o el angosto, el camino que implica renuncia y sacrificio
diario o el camino del libertinaje. Si elegimos el primero, éste siempre será un camino de renovación y de
conversión, pues estamos llamados a entrar por la puerta angosta, y a no caer en el juego o en la
imprudencia de dar las cosas sagradas a los perros ni las perlas a los cerdos. Es decir, de cambiar la gracia
que Dios nos da en los sacramentos por el placer o la comodidad del pecado, deberíamos de valorar
mucho más la gracia que Dios deposita en nuestras vasijas de barro.

Si vivimos aferrados en la gracia, será difícil no procurar al prójimo aquello que yo quiero para mí, que,
entre otras cosas, la más importante es su salvación. Salvación a la cual podemos arribar sólo con la cruz
a cuestas, y despojados de toda atadura. Me gusta imaginar que la puerta angosta como aquella que se
atraviesa para ser controlado en los aeropuertos, donde sólo puede pasar una persona a la vez y donde
te piden renunciar a todo aquello que ya sabes que no debes portar. Si estás dispuesto a abandonar
aquello, puedes pasar, si no, no pasas simple y sencillamente. Y considero que éste es el motivo por el
cual son pocos los que entran por la puerta angosta, porque no todos están dispuestos a dejar o
abandonar aquellas cosas terrenas en las cuales esta enraizado su corazón. Donde está tu tesoro ahí está
tu corazón.

Pidamos a Dios la ayuda para valorar y permanecer en su gracia, en comunión con Él y con los hermanos,
dispuestos a ser purificados por la puerta angosta y así conseguir habitar en el recinto santo.

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