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Fernando Álvarez-Uría
En la actualidad parece claro que existe un malestar entre los profesionales de los servicios
comunitarios. A primera vista se podría pensar que dicho malestar deriva de una crisis más
amplia que afecta a los modelos instituidos de cobertura social en las sociedades postindustriales
Para algunos analistas sociales la raíz de estas crisis se situaría aún más allá: radicaría en la
quiebra tendencial del trabajo asalariado en tanto que vía hegemónica instituida de integración
social en las sociedades industriales. Al escasear los contratos de trabajo, al crecer el paro y el
trabajo precario hasta el punto de convertirse el desempleo en un problema endémico –al
producirse el denominado «paro estructural»–, se estaría dibujando en las sociedades de
tecnología avanzada un futuro incierto, puesto que el nuevo orden social dejaría ya de estar
vertebrado en torno al trabajo productivo. Tras la práctica desaparición del campesinado y de su
cultura le llegaría ahora el turno a los productores de las grandes fábricas de chimenea y, por
tanto, a la cultura obrera tradicional forjada al ritmo del desarrollo de las sociedades industriales.
Sin duda los cambios que se están operando ante nuestros ojos desde la caída del muro de
Berlín son demasiado rápidos y demasiado intensos como para que podamos anticipar el futuro.
Vivimos en un momento de aceleración de la Historia al que concurre la rapidez con la que
circula la información a través de numerosos canales, de modo que los datos fragmentarios y
tantas veces sesgados que se agolpan ante nosotros más que clarificar nuestra situación nos
tienen sumidos en la perplejidad. Al ser incapaces de comprender nuestro mundo más
inmediato, tampoco conseguimos comprendemos a nosotros mismos. De ahí la proliferación de
los mercaderes de sueños y la facilidad con la que tantos ciudadanos se empeñan en recurrir,
como tabla de salvación, a la psicología, a la quiromancia, a los saberes esotéricos, o se aferran a
las creencias religiosas, a los sectarismos y fundamentalismos de todo tipo.
En el interior de las sociedades complejas y enormemente inestables los problemas no son
fáciles de objetivar. Trataremos aquí de intentar reflexionar acerca del malestar existe entre los
profesionales del trabajo social, un malestar que explícitamente se expresa bajo formas diversas
y que aparece como común denominador en una serie de entrevistas realizadas por estudiantes de
primer curso de la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense a una serie de
profesionales de la asistencia social en activo de la Comunidad de Madrid.[1]
El objetivo de este trabajo es tratar de contribuir a una reflexión necesaria porque la
objetivación de los problemas puede ayudar a superar el desasosiego y la incertidumbre que
tantos especialistas de los servicios comunitarios manifiestan en la actualidad. Por mi parte
trataré de poner de relieve lo que considero que son las principales causas de ese malestar.
Mi hipótesis de partida es que la crisis del trabajo social, la crisis de los modelos de
intervención social, lejos de ser un problema reciente, está inscrita en la naturaleza misma de la
profesión desde su institucionalización a finales del siglo XIX. El malestar se alimenta, por tanto,
de una ambigüedad de base, de una ambivalencia fundamental que tiene viejas y profundas
raíces. Esto no quiere decir que ésta sea la única explicación de la perplejidad actual, pero, en
todo caso, es la matriz, o, si se prefiere, el marco coercitivo que actúa también como caja de
resonancia de nuevos y enormes problemas añadidos durante la última década.
¿En qué consiste esa ambigüedad a la vez constitutiva y constituyente? Se trata de una
ambigüedad múltiple, posicional y funcional, ya que el trabajo social nació en una especie de
tierra de nadie, en un espacio neutro, entre la economía y la política, es decir, en el denominado
espacio social. La intervención social tenía por objeto reparar las fracturas sociales –fracturas
asignadas a individuos de determinadas clases y grupos socia1men relegados– pero sin alterar en
profundidad la lógica de fondo que las generaba. En fin, el trabajo social se sustentó, a su vez, en
un principio, de unos códigos teóricos de intervención bastante ambiguos que fluctuaban entre
los saberes de las ciencias sociales y los valores propios de la filantropía.
Es como si el trabajo social se hubiese movido desde su institucionalización, en el último
tercio del siglo XIX (en el marco del Estado interventor), en el interior de una ambivalencia de
fondo que se ha perpetuado hasta la actualidad: era preciso promover el cambio pero sin alterar
el orden; era necesario intervenir pero sin que los especialistas de la práctica llegasen nunca a
poseer las claves últimas de su intervención. Estos especialistas han recibido para el ejercicio de
sus funciones un mandato social que responde al imperativo constitucional de la igualdad, pero a
la vez no pueden en realidad ir mas allá de unos límites preestablecidos que implican de hecho el
reconocimiento de las desigualdades. El trabajo social, los modelos de intervención social que
han existido desde el siglo XIX hasta la actualidad, han oscilado por tanto entre el control social
y la inserción, y es justamente este estatuto contradictorio lo que provoca el desánimo y lo que
será preciso superar en el futuro. Pero veamos más de cerca las bases hist6ricas de esa
ambigüedad constitutiva y las transformaciones que, a grandes rasgos, se han producido en los
países occidentales en el interior de las teorías y las prácticas dominantes del trabajo social,
desde su nacimiento hasta la actualidad. Ante la imposibilidad de avanzar aquí una genealogía
pormenorizada del trabajo social, me limitaré a presentar algunas «figuras» que a modo de tipos
ideales puedan servir para ilustrar los cambios del perfil profesional de los antiguamente.
denominados «visitadores del pobre», unos cambios que tienen a su vez intima relación con las
poblaciones «tratadas», desde los miserables del siglo XIX a los actuales «nuevos pobres».
Me parece que desde hace más o menos una decena de años también se han producido transformaciones
en relación a las técnicas. Se podría decir, simplificando mucho, que antes de esa época el ideal era la
tecnificación profesional, tratar los problemas sociales bajo la forma de una relación de servicio, de una
relación de reparación en el sentido goffmaniano del término, de poner frente a frente a un especia1ista
competente y a un cliente. De ahí la importancia que tuvo en Francia el psicoanálisis, que desbordó el
ámbito clínico para adentrarse en el del trabajo social.
En la actualidad se ha producido, a mi juicio, una crisis de esta relación de ayuda en tanto que servicio
personalizado, lo cual no quiere decir que se haya pasado a una especie de espontaneísmo, sino que las
nuevas técnicas y las nuevas competencias que es preciso poner en marcha son bastantes diferentes de la
competencia clínica, incluso entendida en un sentido amplio. La intervenciones sociales, al concentrarse
en el ámbito local, se han convertido al mismo tiempo en globales, son microglobales.
Como explicó Francis Bailleau, en lo que se refiere a las políticas de prevención de la delincuencia –y 1o
mismo podría decirse del desarrollo social de los barrios– están surgiendo cosas nuevas e interesantes a
nivel local. En Francia existe una comisión nacional que piensa las directrices generales y comisiones
locales. Se pide a los ayuntamientos que hagan un proyecto, por ejemplo, para la prevención de la
delincuencia, en función de sus necesidades concretas. Este proyecto debe ser aceptado por el poder
central aunque el ayuntamiento sea el responsable del mismo. En principio, y digo bien en principio,
debería de haber un mínimo de coherencia, de globalidad y de pluralidad. Dicho proyecto puede ser
apoyado y parcialmente financiado por el Estado central, lo que constituye un intento de lograr un cierto
equilibrio entre lo nacional y lo local, y al mismo tiempo un cierto control para evitar la dispersión total
de las iniciativas locales. Al frente de una operación de este tipo existe un jefe de proyecto, que no
pertenece a la Administración local y que debe de lograr el consenso de las distintas fuerzas para llevarlo
a cabo. Pero ¿qué es un jefe de proyecto? No se sabe muy bien y sin duda hay problemas de definición y
de formación en relación con este nuevo tipo de competencias, pero ya no es un especialista de la relación
de servicios ni un trabajador social clásico, sino alguien que debe ser capaz de movilizar competencias
muy diversas y poseer capacidades de negociación para aglutinar a los distintos inter1ocutores –
profesionales y no profesionales, administrativos, políticos. etc.–. Estamos, pues, ante un tipo de
innovación que pone en crisis el Estado central y a la vez pone en crisis la competencia especializada
basada en el modelo de la relación de los servicios. Actualmente existe una demanda real de formación en
relación con estas recientes iniciativas, formación que no va en el sentido de una psicologización. Ésta ha
dejado de ser predominante aunque no pueda decirse que esté totalmente superada. En términos de
modelos, estaríamos ahora ante un modelo de tipo «sistémetico» ya que sobre el terreno existen diferentes
participantes que exhiben sus propias competencias, lo que plantea un problema de ajustes y
negociaciones. Pero ya no existe un modelo hegemónico de conjunto que englobará a todos los otros,
como por ejemplo el modelo clínico ampliado, la relación de ayuda o la relación especializada de
servicios. Todo esto abre la situación y plantea nuevos retos para lo mejor y para lo peor.[17]
Castel avanzaba, por tanto, ya en esa época el esbozo de un nuevo perfil profesional del
trabajador social que otros analistas han intentado caracterizar posteriormente a partir de las
variables específicas que presentan los responsables de proyectos. El tipo ideal se caracterizaría
por los siguientes rasgos: hombre, de edad que oscila entre los 35-45 años, perteneciente a la
generación de Mayo de1 68, con experiencia profesional diversificada e intensa actividad
militante, posee un importante capital relacional –y también una gruesa agenda con direcciones y
teléfonos– y requiere para trabajar un amplio margen de autonomía. Estos nuevos especialistas
participarían de un tipo común de ideología que podríamos caracterizar con el término de
idealismo pragmático. Tienen como horizonte un ideal de igualdad pero su actuación se rige por
un reformismo práctico, con metas perfectamente calculadas. Rompen, por tanto, con el
coloquio singular e imponen como imperativo fundamental el trabajo en equipo. Sus
intervenciones están concebidas a corto o medio plazo y se articulan en tomo a proyectos
evaluables. Entre los rasgos singulares de estos jefes de equipo no falta la capacidad de
comunicación y de negociación, que les permite aunar a la vez un trabajo técnico y político.[18]
El objetivo principal de este nuevo profesional es el de animar equipos que trabajan en la
resoluci6n de problemas en el interior de dispositivos territorializados, En España, estos nuevos
«trabajadores sociales» que actúan de jefes de equipo han hecho su entrada en algunas
comunidades autónomas como la del País Vasco, Navarra y Madrid. También algunos
ayuntamientos han establecido contratos con grupos de intervención que se aproximan a la nueva
tipología señalada, con el fin de combatir problemas relativos a la delincuencia, el tráfico y
consumo de drogas duras, la mendicidad infantil o problemas relativos a salud y educación.
(')
VVAA, Desigualdad y pobreza hoy, Madrid, Talasa, 1995, pp. 5-39.
Este texto sintetiza intervenciones y discusiones que tuvieron lugar en la Fundacin Paideia, La Corua, en mayo
de 1992, en las II Jornadas de Poltica Social organizadas por la Escuela Universitaria de Trabajo Social de 13
Universidad de Oviedo en abril de 1993 y en las I Jornadas sobre La pobreza hoy realizadas los días 8 y 9 de mayo
de 1993 en el Instituto de la Juventud de Madrid. organizadas por el colectivo Liberación. Una primera versión
abreviada de este texto ha sido publicada en la revista Claves de la razón práctica, julio–agosto 1993. pp.49–53.
[1]
Las entrevistas, grabadas en magnetofón y debidamente transcritas, formaban parte de los trabajos prácticos de
Sociología realizados en grupo por los estudiantes de primer curso de Psicología de la Universidad Complutense y
estaban centradas en el estudio de diferentes profesiones. La mayor parte de las entrevistas tuvieron lugar entre
enero y mayo de 1992 y fueron realizadas por Daniel Corbalán. Blanca Fariña. Carmen Zapatero y Miriam
Benavente.
[2]
Cf. Jacques Donzelot. L’ invention du social, Essa sur le déclin des passions politiques, E. Fayard. Paris. 1984
[3]
Sobre la tutela del obrero y el papel estratégico jugado por 1a filantropía así como por la medicina mental véase el
magnifico libro de Robert Castel. L' Ordre psychiatrique. L 'age d'or del. Alienazme, Minuit. Paris, 1976 (trad. Ed.
La Piqueta). Un buen aná1isis del concepto de solidaridad y sus implicaciones puede verse en VVAA. La
solidarite: un sentiment republicain? PUF. Paris.1992. Cf. también J. Donzelot. op. cit.
[4] He propuesto este marco interpretativo del trabajo social en mi libro
Miserables y locos. Medicina mental y orden social en la España del
siglo XIX. Tusquets. Barcelona, 1983, así como en «Los visitadores del pobre, Caridad. economía social y asistencia
en la España del siglo XIX», en VVAA. De la beneficencia al bienestar social Siglo XXI. Madrid.1986. pp.117.146
Un magnífico análisis de los antecedentes de estos procesos en Francia puede verse en Giovanna Procacci,
Gouverner la misère.La question sociale en France. 1789–1848. Seuil. Paris.1993
[5]
Véase en este sentido cl polémico trabajo de Ch. Lasch Refugio en un mundo despiadado. La familia: ¿santuario
o institución asediada?, Gedisa. Barcelona. 1984. Véase también J. Donzelol. La police de familles, Minuit. Paris.
1977 (traducci6n española en la Edilorial Pretextos).
[6]
Cf. Jeannine Verdes-Leroux, Le travail social, Minuit, París, 1978
[7]
Cf, Karl Polanyi, La gran transformación. Crítica del liberalismo económico, La Piqueta, Madrid. 1990.
[8]
Véase eltrabajo de Mary Jo Deegan. Jane Addam.and the Men of Chicago School, 1892-1918. Transaction Books,
New Jersey, 1988 así como el comentario de Daniel Breslau. La science, le sexisme et l'Ecole de Chicago. Actes' de
la Recherche en Sciences Sociales, 85, nov, 1990. pp 94-95.
[9]
Ya hemos señalado la vinculación de la sociología de3 Chicago con el reformismo social de Jane Addams.
Siguiendo esta va un poco mas allá el trabajo de William F. White, La sociedad de las esquinas, Ed. Diana, México,
1971. Street Comer Society se publicó en Chicago en 1943 y conoció un gran éxito de ventas. En esta obra se
escribía: «La función primordial de la casa de servicios sociales (en Corneville) es estimular 1a movilidad social,
ofrecer normas y recompensas de clase media a las persona de clase inferior». Al estimular la movilidad los
trabajadores sociales contribuían en realidad, sin saberlo; a agrandar la distancia entre los muchachos de la esquina y
los de los colegios. W .F. White planteaba el problema de la distancia cultural entre los trabajadores sociales y las
poblaciones asistidas. Los problemas generados por la autonomía relativa de una subcultura de la pobreza serán
retomados también por Oscar Lewis en Los hijos de Sánchez y otros libros. En todo caso, estos trabajos van a
desplazar el problema de la patología social a los procesos de socialización (el grupo de iguales, la familia y la
escuela), por lo que no han servido de réplica a la psicologización del trabajo social.
[10] Cf. A. Campanini y F. Luppi, Servicio social y modelo sistémico. Una nueva perspectiva para la práctica cotidiana,. Paidos, Barcelona. 1991.
[11]
Erving Goffman presenta e! modelo en su libro Internados. Ensayos sobre la situación social de los enfermos
mentales. Amorrortu, Buenos Aires. 1988, pp. 315 y ss. He intentado mostrar la inadecuación de este modelo a
situaciones sociales alejadas de los valores de las clases medias urbanas, concretamente a partir del campesinado
gallego, en F. Alvarez-Uría, “Medicina rural: el marco y los límites de una relación de reparación”, en R. Huertas y
R. Campos Eds., Medicina social y clase obrera en España (Siglos XIX y XX), Fundación de Investigaciones
Marxislas, Madrid, 1992, pp. 177-214.
[12] Cf. J . Verdes-Leroux, op. cit.
[13] Cf. J. J .Llover y R. Usieto. Los trabajadores sociales. De la crisis de identidad a la profesionalización, Editorial Popular, Madrid, 1990, p. 31. Son datos que han sido
retornados del estudio de J. M. Vázquez.
Situación del Servicio Social en España, Madrid, 1971. Según Llovet y Usieto, durante el
curso 1986-87 el porcentaje de varones ascendía ya al 19.3%.
[14] Según cifras oficiales correspondientes a 1992 proporcionadas por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, en 1960 el 20 % de privilegiados acaparaban el 70 %
de los ingresos mundiales, mientras que en 1989 el 20 % de privilegiados acaparaban el 83 %. En el otro polo, el 20 % de los habitantes más pobres accedían en 1960 al 2,3 % de
los ingresos mundiales, mientras que este mismo porcentaje de los más pobres en 1989 solo tenían acceso al 1,4 % (Cf.
El País de los Negocios, 6.11.1994, p.
30).
[15] Cf. :Robert Caslel.
«La inserci6n y los nuevos retos de las intervenciones sociales", en F. Alvarez-Uría Ed.,
.Marginación e inserción. Los nuevos retos de las políticas sociales, Endimión, Madrid, 1992, pp. 25-36, y sobre
todo R. Castel “De indigence à l’exclusion”, en J. Doncelot Ed., Face à l’exlusion, Ed. Esprit, París, 1992.
[16] Comunidad de Madrid,
Normativa Autonómica Básica en Materia de Asistencia Social, Madrid, 1991.
[17] La entrevista fue parcialmente publicada por el diario
El País. Las conclusiones del Congreso han sido recogidas en F. Alvarez–
Uría, Ed. , Marginación e inserción. Los nuevos retos de las políticas sociales. op. C.
[18]
El nuevo perfil profesional de los trabajadores sociales esbozado por Robert Castel ha sido sistematizado por
Jacques Ion. Le travai1 social à D`épreuve du territoire., Ed. Privat, Paris, 1990
[19] Sobre las prácticas en red: Cf, M. Elkaimed,
Les pratiques de reseau Santé mentale et contexte social, Ed ESF, París, 1987 (trad.
Gedisa}.