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Durante la santa Misa, en la proclamación de la Palabra, suele haber confusión en las respuestas de los fieles. Sucede en
concreto en dos momentos: cuando se lee una de las lecturas o cuando se lee el Evangelio. Por eso, es bueno dejar claro
cuáles son las respuestas.
Cuando alguien lee una lectura (sea del Antiguo como del Nuevo Testamento), al final dirá «Palabra de Dios», a lo que la
asamblea debe responder «Te alabamos, Señor». Sin embargo, cuando se trata de la proclamación del Evangelio, el
sacerdote (o diácono), al finalizar dirá «Palabra del Señor», a lo que la asamblea debe responder «Gloria a ti, Señor
Jesús».
Cabe mencionar que sólo cuándo se lee uno de los evangelios se dice «Palabra del Señor», pues se tratan de palabras
dichas por el propio Jesús (que es «el Señor»), mientras que cuando se lee cualquier otro libro, se dice «Palabra de
Dios», pues se trata de un texto inspirado por Dios pero mediado por un profeta o escritor sagrado.
La religiosidad surge de la apertura a la Trascendencia, a Dios, propia de toda persona humana. Pablo VI escribió que la
religiosidad popular es una “expresión particular de búsqueda de Dios y de la fe”[4] y que “refleja una sed de Dios que
solamente los pobres y sencillos pueden conocer”[5]. En el ser humano y en los pueblos existe un hondo sentido de lo
sagrado, que se expresa de diversas maneras.
La religiosidad popular de nuestros pueblos tiene profundas raíces cristianas. Es una religiosidad con la que se expresan
unas creencias y unas actitudes propias de la fe en Jesucristo. En su origen, la religiosidad popular es una expresión
pública y compartida de la fe cristiana. Mediante ella nuestro pueblo cristiano –especialmente la gente sencilla- vive y
expresa su relación con Dios, con la Santísima Virgen y con los Santos.