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El drama de la desaparición forzada es un fenómeno no muy visible para la sociedad en general, el sufrimiento ha recaído fundamentalmente en las familias, y en especial sobre las mujeres. El 85% de las personas desaparecidas, que asciende a más de 80 mil, son hombres, pero las que persisten en su búsqueda son mujeres, con un 95%. Son ellas quienes asumen de forma enérgica el compromiso de organización, visibilización y búsqueda de su ser querido, llevando consigo el dolor y la incertidumbre de n
El drama de la desaparición forzada es un fenómeno no muy visible para la sociedad en general, el sufrimiento ha recaído fundamentalmente en las familias, y en especial sobre las mujeres. El 85% de las personas desaparecidas, que asciende a más de 80 mil, son hombres, pero las que persisten en su búsqueda son mujeres, con un 95%. Son ellas quienes asumen de forma enérgica el compromiso de organización, visibilización y búsqueda de su ser querido, llevando consigo el dolor y la incertidumbre de n
El drama de la desaparición forzada es un fenómeno no muy visible para la sociedad en general, el sufrimiento ha recaído fundamentalmente en las familias, y en especial sobre las mujeres. El 85% de las personas desaparecidas, que asciende a más de 80 mil, son hombres, pero las que persisten en su búsqueda son mujeres, con un 95%. Son ellas quienes asumen de forma enérgica el compromiso de organización, visibilización y búsqueda de su ser querido, llevando consigo el dolor y la incertidumbre de n
La presente es para saludarlos y espero se encuentren bien,
en unión de los suyos. Mi nombre es Sonia Edith Calibio Castillo y soy de aquí de Cali. Vivo en el jarillón de Comfenalco, nororiente de Cali. Tengo 54 años y estoy casada con Jairo Ever García Z. Soy una mujer de origen humilde y vengo del campo, con una crianza a “la antigua”, como dicen los chicos de hoy. No había energía, si no velas. No había equipo de sonido si no radio que sólo usaban papá y mamá. No había televisión, mucho menos celulares para llamarnos, si no los gritos de mi madre que decían: - ¡Ya para adentro; a bañarse y acostarse!
Tenía 16 años cuando falleció mi madre. Fue un golpe muy
duro, porque fue justo el día de la madre. Yo estaba muy pequeña y no entendía lo que se venía cuesta abajo con esta gran pérdida. Yo no sabía hacer nada, todo lo hacía mi madre. Comenzó mi gran sufrimiento, porque tuve que asumir mi responsabilidad como hermana mayor de cinco hermanos que quedaron más pequeños. Mi padre fue muy enamorado y al pasar un año, nos trajo madrastra, pero no supo escoger a la mujer correcta. Fue un calvario. La mujer era menor para mi papá. En adelante, se hacía lo que ella decía. Tenía más mando que mi padre al punto de provocar que nos castigaran por todo.
El tiempo pasó, hasta que cumplí 18 años, cuando me enamoré y
conocí al padre de mi primer hijo. Lo tomé como la salida a tanto sufrimiento y me volé de la casa. Todo marchaba bien, hasta que quedé en embarazo de Luis Alberto. No le gustó para nada, a los tres meses de gestación, me abandonó.
Con él, aprendí a fumar y a tomar trago. Lo hacía cada ocho
días. No tuve quién me guiara en ese momento. No debía hacerlo por mi bebé. Alicorada, tuve una caída de mi propia altura el 29 de septiembre de 1984 y el 1 de octubre me hospitalizaron para dar a luz, nació sietemesino. Desde entonces, aprendí a trabajar y a progresar, pues ya tenía una razón para seguir adelante. Habían pasado dos años, cuando conocí al hombre bueno y noble que me acompaña hasta ahora. Reconoció a mi hijo, le dio su apellido y me brindó apoyo cuando más lo necesité, me enamoré y nos casamos por la iglesia católica, tuvimos dos hijos más y seguimos adelante. A los 18 años, mi hijo mayor tomó la decisión de ser militar y se enlistó en la Armada Colombiana, le tocó en la base de Coveñas, en el departamento de Sucre, al norte del país. Su sueño, estaba cumplido, pero inició mi sufrimiento: el 30 de septiembre del año 2011 tomó una licencia que utilizaría para venir a visitarnos. Eso fue lo último que supe de él. Han pasado ocho años desde entonces y no tenemos ida de su paradero. He viajado en siete oportunidades a la costa con mis propios recursos sin tener razón de él. Hoy, acudo a la organización CDR (Organización para la asistencia de familiares de personas dadas por desaparecidas), en donde recibo apoyo psicológico y he podido conocer a mas madres con el mismo dolor: la desaparición de un familiar.
En este momento quisiera encontrar a mi hijo, sea como sea y
que el Gobierno no nos deje solas, porque es muy difícil vivir con tanto dolor. Las madres de personas desaparecidas, llevamos un dolor eterno. De antemano, quedo muy agradecida por la atención prestada. Le envío un caluroso saludo y les deseo la mejor de las suertes. Atentamente, Sonia Edith Calibío, Mujer buscadora.
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