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Educar desde el corazón

Todos recordamos, en lo profundo de nuestra memoria cordial, a aquel


educador, profesor o maestro que dejó huella en nosotros. Pero esta
impronta no se debía tanto a lo que decía como al modo en que se
relacionaba con nosotros, a la pasión con la que explicaba, a la
impresión que nos causaba su persona o a la confianza que depositó en
nosotros. Era su humanidad la que dejó huella en la nuestra, fue su
corazón el que tocó el nuestro, el que hizo vibrar nuestras cuerdas con la
longitud de onda de las suyas. Este profesor nos educó desde el
corazón.

Y es que la persona capta la realidad no sólo desde la inteligencia.


Nuestra captación de la realidad no es ‘fría’, no es aséptica ni indiferente:
cada cosa, acción o situación que se presenta ante nosotros lo hace con
un relieve determinado, como siendo más o menos importante para
nosotros, más o menos deseable. Esa no-indiferencia con la que se hace
presente lo que conozco es lo que hace patente los valores. Y los valores
de las cosas se conocen desde el corazón. Quien nos mostró lo
asombroso, apasionante o emocionante de una experiencia fue de quien
realmente aprendimos. Y eso que aprendimos racio-cordialmente es lo
que realmente ha quedado en nosotros.

¿Qué es educar desde el corazón? Para ensayar una respuesta, vamos


a partir de dos preguntas previas que me gusta hacer a todo educador:
¿Realmente, que haces cuando educas? ¿Qué puedes ofrecer como
educador que no pueda ofrecer Internet ni las nuevas tecnologías?

Primera cuestión: ¿Qué hago cuando educo?

Es muy conocida la historia en la que tres picapedreros se empleaban a


fondo en la ardua tarea de cincelar unos enormes bloques de piedra. Un
transeúnte que acertó a pasar por allí les preguntó: "¿Qué estáis
haciendoÓ. Dijo el primero: "¿no lo ves? Picando piedra." Dijo el
segundo: "Ganándome el sueldo". Dijo el tercero: "Construyendo una
catedral". Los tres actuaban de una manera semejante en apariencia,
pero era distinta la acción por el sentido de lo que les movía a cada uno.
Y también sería disímil su entusiasmo, realización personal,
satisfacción? Mutatis mutandis, todo educador, en algún momento de su
propia actividad educativa, debiera preguntarse sobre lo que está
haciendo cada día, cuál es su principal objetivo y motivación:

1. ¿Ganarse la vida? Sin duda, no está mal como modus vivendi.


Pero a cualquiera se le ocurren formas mucho mejores y menos
agotadoras de ganársela.
2. ¿Promocionar el éxito académico de los mejores alumnos? ¡Qué
profesor no desea que sus alumnos estén preparados
óptimamente para afrontar su futuro académico! ¿Pero es este el
objetivo último de la profesión? Entonces tendríamos una docencia
pragmática, en función de la 'cuenta de resultados'
3. ¿Trasvasar datos a la siguiente generación? Es evidente que el
profesor debe informar, de modo progresivo y pedagógico, de los
principales contenidos de su materia. ¿Pero aquí se acaba su
función? ¿Consiste su trabajo, básicamente, en 'dar el programa'?
Si así fuere, estaríamos ante una docencia bancaria, esto es, de
transmisión de datos al alumno de los que él fue previamente
depositario -y así de 'degeneración en degeneración'
4. ¿Utilización adecuada de tecnologías y técnicas? Si el docente
fundamenta su tarea en la aplicación de las más variadas técnicas
y tecnologías mediante el uso de los instrumentos más
sofisticados, parece que la educación sería un proceso de
aplicación de técnicas adecuadas, de procedimientos adecuados o
de protocolos adecuados de actuación. Sin embargo, lo que le
conviene a las personas, por ser personas, no son técnicas, pues
la techné es lo que se aplica a las cosas para producirlas o para
arreglarlas. Y la persona es justo lo que no es cosa.

Segunda cuestión: ¿Qué puedes ofrecer como profesor que jamás


lo podrán ofrecer ni las TIC's ni Internet?

1. Mientras que en Internet todo aparece como obvio, desvelado,


patente y todos los procesos susceptibles de tratamiento
mecánico, el educador puede despertar la admiración, el asombro
ante lo inesperado y maravilloso, enseñar al mirar algo como se
miró la primera vez, la mirada del niño y del genio. El profesor
puede presentar el bien, la verdad y la belleza, el misterio y la
totalidad.
2. Mientras que en Internet encuentras todas las respuestas, el
profesor puede estimular la inteligencia y el corazón con las
preguntas. La pregunta despierta la persona y la pone en
camino hacia la hipótesis, la creatividad y la sabiduría.
3. Mientras que en Internet todo contenido se ofrece como definitivo,
de modo dogmático, incontestado, el educador enseña el
análisis, la reflexión, la crítica y promociona la libertad
intelectual.
4. Mientras que internet permite la conectividad continua, siempre
mediada, el educador permite y favorece el diálogo, el
encuentro directo, personal y personalizante.
5. Mientras que el internet y las tecnologías son el reino de los
medios, el educador puede mostrar fines y horizontes de
sentido que iluminan la vida.

La educación como acontecimiento antropológico

Si el educador tiene el poder de entusiasmar, de descubrir lo asombroso


de aquello que enseña, hacer preguntas, desarrollar un punto de vista
crítico, dialogar y mostrar un horizonte de sentido es porque el profesor
es persona, porque puede obrar desde un centro espiritual, desde el
corazón. Por eso la educación consiste, sobre todo, en un
Acontecimiento antropológico.

Mientras que un hecho es algo que ocurre, algo susceptible de ser


cuantificado y conceptualizado, quedando como algo exterior, un
acontecimiento es algo que meocurre, algo que me afecta, tocándome
en lo profundo y transformando mi vida en mayor o menor medida.

La educación es un acontecimiento antropológico porque es algo que


afecta a las personas en su relación con otras personas. En la
educación, por tanto, es la persona el centro, nunca la técnica o el
conocimiento, por importantes que sean. La clave de la educación es la
persona, la promoción de la persona.

A este respecto, se repite siempre -mecánica y acríticamente- que el


objetivo de la educación es la 'promoción integral del alumno'. Y es
cierto. Pero no est toda la verdad. Del mismo modo, e incluso con más
intensidad, habría que afirmar que la educación también concierne a la
promoción integral de la persona del profesor porque la educación es
iluminación, es transmisión de corazón a corazón, como ocurre cuando
vibra una cuerda que no he pulsado por simpatía con otra que vibra en la
misma longitud de onda. Sólo si el educador crece, hace crecer. Sólo
ilumino como educador si yo mismo estoy apasionado con aquello que
transmito. Donde se juega la calidad de la educación es en la plenitud de
la persona del profesor.

Y esto nos lleva a otra cuestión no menos importante: ¿quién es el


profesor como persona?

Quién es el profesor
como persona

Para sintetizar de modo sencillo alguno de los rasgos más nucleares que
los filósofos personalistas han descrito como constitutivos de la
persona [1], permítanme que utilice la parábola del lapicero.

Se cuenta que cuando el inventor del lapicero fabricó el primero, dio las
siguientes instrucciones para su uso:

 Conviene darse cuenta de que lo más valioso está dentro de él.


 Tendrán que sacar punta eliminando lo que sobra según vaya
transcurriendo su existencia.
 Siempre irá de la mano de alguien. De lo contrario no funcionaría.
 Si se cumple lo anterior, podrá dejar huella.

Del mismo modo, sabemos que lo más importante de la persona no es la


nobleza de su familia, ni su cuenta corriente. Ni siquiera su puesto de
trabajo, su currículum mortis o su éxito profesional. Lo más grande de la
persona es su dimensión más profunda, su dimensión espiritual, gracias
a la cual no es un 'qué', sino un 'quién'. Y lo que marca su grandeza es el
sentido de su vida, los valores que va encontrando y realizando y el amor
desde el que vive. Esto es lo que singulariza y personaliza su vida.
Al igual que el lapicero, la persona tiene que ir sacando lo que lleva
dentro, es decir, debe ir madurando, debe ir creciendo hacia su plenitud.
Esta es la tarea de cada persona.

Además, la persona no camina sola en el sendero de la vida, sino que es


un ser comunitario, va 'de la mano' con otros. Vivir como persona es ser
con otros, desde otros y para otros. Es, en primer lugar, convivencia.
Pero nadie crece por sí mismo, sino apoyado en otros, es decir, desde
otros. Finalmente, vivir es desvivirse por otros, es decir, vivir para otros.

Por último, si la persona sigue su propio sentido existencial, va


madurando hacia su plenitud y vive comunitariamente, entonces, esa
persona dejará huella, será creativa, se realizará y contribuirá a la
construcción de la historia.

Pues bien: cuando un educador vive la educación desde lo que lleva


dentro, esto es, desde sus amores, sus esperanzas y sus convicciones
más profundas, cuando crece haciendo lo que hace, cuando descubre la
riqueza de vivir y desvivirse por los alumnos y siente que todo ello le
alegra y le hace crecer, podemos decir que ese profesor
tiene vocación de educador. Quien descubre esta vocación descubre que
el camino de su plenitud pasa por el acompañamiento e iluminación a
sus alumnos. Quien vive desde la conciencia de su llamada educativa,
educa desde lo profundo de sí, desde el corazón.

El Acontecimiento de la educación cordial ocurre en el encuentro

Según las creencias zoroástricas, cuando alguien muere, el alma del difunto
anda rondando su propio cuerpo durante tres días. Al cuarto día, comparece a
juicio sobre el ‘Puente de la Retribución’ o puente Chinvat, donde Rashn, el
hacedor de justicia, pesa sus propias obras y decide su futuro en los cielos o en
el infierno a la vista del tapiz que el difunto ha tejido con su propia vida y que
simboliza su propia biografía. En una ocasión, un rey murió y llegó al ‘Puente
de la Retribución’, situado entre el más acá y el más allá. Rashn le pidió que le
enseñase el tapiz de su vida. El rey sacó el tapiz, espectacular y grandioso, y lo
mostró a Rashn, manifestando su orgullo por la obra hecha. Al preguntarle
Rashn si tenía que agradecer algo a alguien en la elaboración del tapiz, el rey
dijo que de ninguna manera, que todo lo había confeccionado él, que se ‘había
hecho a sí mismo con gran esfuerzo’, y que él solo había logrado levantar un
imperio. En ese momento, comenzaron a aparecer en el puente de la
Retribución otros espíritus que, sin mediar palabra, fueron retirando cada uno
un hilo del tapiz del rey: el hilo de lo que le habían aportado en vida. Unos,
educación; otros, sustento; otros, consejo; otros, esfuerzo; otros, en fin,
creatividad, ejemplo, el lenguaje, ….. Al cabo, el rey se quedó sólo con el
bastidor en la mano, sin ningún hilo. Pero ni siquiera el bastidor del tapiz lo
pudo conservar, pues Rashn se lo reclamó diciéndole que había de devolver lo
que el Cielo le había dado al nacer. Sin hilos y sin bastidor, el rey ya no era
nadie, no era nada. Y se disolvió en medio del puente.
El tejido de nuestra vida se construye con los hilos que otros nos han
dado. Somos gracias a otros. Ser persona es ser con otros, pero también
desde otros y para otros. La persona descubre (y experimenta desde sus
primeros latidos), que todo crecimiento hacia su plenitud sólo ocurre en el
encuentro con los otros. Y entre estos otros significativos con los que nos
encontramos en la vida, los profesores constituyen unos de los más
importantes.

Por el encuentro con otros, la persona puede realizarse como tal. Y es


que las personas somos -más que seres sociales- seres comunitarios, es
decir, seres que han de hacer su vida acogiendo y dándose a otros,
siendo acogidos y siendo objetos de don.

Algunos de los más importantes hilos del tapiz de nuestros alumnos


serán los que nosotros, como profesores, les proporcionemos. Pero
depende de si estamos dispuestos a dárselos, depende de cómo les
consideremos, de cómo nos acerquemos a ellos, de cuál sea nuestra
mirada sobre ellos.

Nuestros alumnos no crecen ni se realizan solos. Junto con el dinamismo


de crecimiento hacia la plenitud, está el de crecer con otros, el ser con
otros. Esto responde al hecho de que la persona está abierta a sí misma,
al mundo, a los demás y al Otro. La responsabilidad de tener que
hacerse a sí mismo, como vimos, no se cierne sólo sobre sí, sino
también sobre los otros con quienes vive. Y es que la relación
interpersonal, el encuentro, es esencial en el proceso de personalización
y, por ende, en el proceso educativo.

El acontecimiento central de la educación es el encuentro entre profesor


y alumno [2]. Pero ¿qué entendemos por encuentro?

Un encuentro [3], en el sentido específico y concreto que aquí le


queremos dar al término, consiste en una experiencia personal radical en
la que se hace presente otra realidad personal que resulta significativa,
de manera que, acogiéndola, se establece con ella una comunicación
fecundante. El encuentro consiste, en cierta manera, en un diálogo
integral de una persona con otra. Pero un diálogo que exige una apertura
a lo imprevisible, a lo nuevo.

La conclusión es clara: Para transmitir mera información no hace falta la


presencia. Pero para formar y educar, sí. El educador, en el encuentro,
hace la propuesta de un ideal, de un sentido global, de valores que
orienten la vida.

En el encuentro se crea una unidad, un ámbito de comunicación y de


fecundidad, porque cada realidad personal oferta a las otras sus
cualidades y riquezas.
La estructura
del encuentro: el diálogo

El encuentro entre profesor y alumno ocurre por el diálogo. El diálogo


consiste en una comunicación interpersonal en la que se expone una
persona a otra. Lo que define el diálogo es que instaura o realiza una
cierta forma de comunión. Nuestra inteligencia y nuestra afectividad nos
remiten a los demás. Por eso nuestra razón y nuestra palabra (logos) se
realizan necesariamente en el 'diá-logos', en el logos compartido.
Crecemos en diálogo con los demás. Para que sea posible el diálogo, el
profesor ha de ser capaz de:

1. Salir de sí, de sus esquemas conceptuales previos sobre el alumno


y sobre el tema del cual dialogan.
2. Ponerse en el punto de vista del alumno.
3. Ponerse a la escucha del alumno. Escuchar al alumno significa
dejarme ser interpelado por él y demorarme en él.
4. Responder al alumno, tomándolo sobre sí.
5. Acompañarle en su apertura a la realidad. Acompañar es poner los
propios sonidos al servicio de la melodía del alumno, de su
desarrollo integral. Acompañar es apoyar, posibilitar, impulsar,
mostrar un sentido.

Educar desde el corazón


Quien vive la educación como acontecimiento de encuentro y
acompañamiento, como aventura en la que creciendo hago crecer, es
porque educa desde el corazón. ¿Cuáles son los principios de una
educación así [4]?

a. Dar primacía a la persona sobre los medios, los conocimientos , las


técnicas y los procesos. Para ello, el educador:

 Acoge, acepta, comprende, afirma, bendice la persona del alumno.


 Se dona a él. La mejor pedagogía, el profesor. Lo mejor que
podemos entregar a nuestros alumnos es un educador de alto
voltaje.

b. La acción educativa nace de la sobreabundancia de silencio.

 Silencio: consiste en hacer espacio interior, en escuchar.


Escuchando y atendiendo, nos abrimos al otro, al alumno, le
dejamos ser en nosotros.
 El silencio supone vivir el aquí y ahora, aceptando la realidad,
siendo hospitalario, sabiendo que el tesoro para mí son aquellos
con quienes estoy y allí donde estoy.
 El silencio lleva al educador a saber retirarse, a ser un anacoreta:
se retira al silencio para recuperar la conciencia de su vocación.
Esto impide caer en la mecanización, en la vorágine de
evaluaciones, exámenes, estándares?

c. La educación está orientada al testimonio, no al éxito. El profesor es lo


que transmite. Profesor empresario y agricultor.

d. Inteligente emocionalmente. Por ello, vive con humor, es amable, crea


un buen clima emocional que favorece la educación y el encuentro con el
alumno.

e. Esperanzado, positivo: siempre espera lo mejor porque cada persona


es un misterio y nosotros estamos abiertos al misterio, sin poder
etiquetarles jamás. Nuestra vida es un haz de luz que aspira a despertar
la luz de otro para que nuestro mundo sea un poco más luminoso.

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