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los lazos políticos que en otro tiempo habían ligado al Nuevo y al Viejo Mundo se
cortaron o aflojaron hacia 1815.
Para el año 1815 Europa había recibido los tremendos golpes de la Revolución francesa y
de las Guerras napoleónicas los cuales habían agrietado las rígidas instituciones del
antiguo régimen. Pasado esto los europeos se encontraban viviendo en sitios antiguos
reconstruídos a medias y a medias empobrecidos. Los estadistas de la Era de la
Reparación fueron acusados de planear para el pasado y no para el futuro de la sociedad
europea.
Después de 1815, las grandes potencias evitaron recurrir a las armas durante cerca de
40 años; y, cuando se produjeron guerras, se libraron por objetivos limitados, y fueron
conflictos que se pudieron aislar y a los que nunca se les permitió alcanzar proporciones
agotadoras.
La forma de la historia europea después de 1815 dependió del juego reciproco de tres
factores principales, uno político, otro naval, y otro más económico.
El factor político fue el ascenso de las cuatro potencias victoriosas, Inglaterra, Austria,
Rusia y Prusia.
Los intereses rusos estuvieron representados en Viena por el zar Alejandro I en persona.
La Rusia zarista, tenía poco que ganar y mucho que perder si se levantaba de nuevo la
marejada revolucionaria. Los monarcas hereditarios de San Petersburgo estaban unidos
por problemas semejantes, puesto que todos tenían que vigilar a minorías descontentas,
y a todos les habían tocado pedazos del desmembrado Estado polaco.
Los delegados de los Estados secundarios: Dinamarca perdió Noruega. Sajonia cedió dos
quintas partes de su territorio a Prusia. Belgas y holandeses se convirtieron en súbditos
de Guillermo I de la casa de Orange, para formar el reino de los Países Bajos Unidos. En
el sureste se dio la independencia de Suiza, y fortaleciendo el reino de Piamonte –
Cerdeña, donde se restauró la casa de Saboya y al que se le entregó la República de
Génova. Lombardía y Venecia pasaron a ser provincias de los Habsburgo. En Nápoles, un
pretendiente Borbón, Fernando I, fue coronado rey de las Dos Sicilias; mientras que, en
Italia Central, los Estados papales estuvieron sujetos al Papa. Fernando VII recuperó el
trono español y Portugal quedó sujeto a la casa de Bragança.
La más notable reivindicación del principio de legitimidad lo dió el retorno de Luis XVIII a
París. Talleyrand, se presentó en Viena como el ministro de Luis XVIII, y llevaba la
legitimidad como su carta de triunfo, donde convenció a los cuatro grandes de que sería
una contradicción de principio ofrecerle a Luis XVIII un reino truncado: Francia debía
devolverse intacta a los Borbones. La inesperada fuga de Napoleón y la recuperación del
poder durante los “Cien Días” hizo que los aliados trataran con mayor severidad a
Francia. Después de Waterloo, Napoleón fue enviado a Santa Elena, y los límites
franceses se redujeron de nuevo. Pero tres años más tarde, los ejércitos de ocupación se
retiraron y se permitió a Francia sumarse a las cuatro potencias victoriosas en una
quíntuple alianza.
El Congreso de Verona, celebrado en noviembre de 1822 ( sin la participación del
gobierno inglés) autorizó a Luis para enviar un ejército francés a España, y suprimir allí
las manifestaciones liberales.
En 1821, Napoleón murió en Santa Elena. Su hijo y heredero, ¨el aguilucho¨, criado en
Viena bajo la mirada vigilante de Metternich.
El legitimismo había triunfado, la reacción estaba a la orden del día y Europa se había
recuperado del “veneno de las ideas francesas”.
Habiendo vencido a Napoleón y restablecido la paz, los gobiernos inglés, ruso, austriaco
y prusiano concertaron en 1815 un pacto de amistad de 20 años.
Por otro lado, el predominio del poderío naval inglés, se convirtió en una influencia
decisiva, especialmente cuando operó contra la alianza conservadora.
Un año después del tratado de Adrianópolis, corrieron por toda Europa los fuegos
revolucionarios de 1830.
La señal para esta nueva serie de insurrecciones populares provino de París con Luis
XVIII. Había logrado un equilibrio entre las fuerzas liberales y reaccionarias, pero murió
en 1824 dejando en el trono a su intransigente hermano Carlos X, quien desafió a las
Cámaras al designar a ministros reaccionarios y, por último, intentó un golpe de Estado,
imponiendo la censura de prensa, disolviendo la Cámara de Diputados y privando del
derecho de voto a tres cuartas partes del electorado. París quedó en manos de una turba
insurgente, la bandera tricolor se izó en Notredame y en Julio de 1830 el rey tuvo que
huir.
En la primera mitad del siglo XIX, existió un profundo conflicto ideológico que dividió a la
Europa liberal de la conservadora. Los pueblos de la Europa noroccidental, habían
desarrollado instituciones de gobiernos representativos. Pero en la Europa central y
oriental el más viejo sistema de despotismo monárquico luchaba todavía por
mantenerse. En los Estados reaccionarios de Europa el pueblo era todavía vasallo,
mientras que en los Estados liberales los súbditos se habían convertido en ciudadanos.
Allí el poder ejecutivo estaba encarnado en un gabinete ministerial, responsable ante
una mayoría parlamentaria.
La economía capitalista había creado tres nuevas clases, una minoría capitalista, cuya
fuerza y cuyas ganancias provenían de las inversiones; una “clase media”, que dependía
en parte de la propiedad y en parte del pago por los servicios; y una mayoría proletaria,
cuyos individuos carecían casi por completo de recursos en forma de tierras y de
ahorros, y vivían totalmente de sus salarios. A medida que los más antiguos grupos
privilegiados, los nobles y el clero, fueron suplantados, el dominio político pasó a poder
de una nueva aristocracia en ascenso, la de los capitalistas.
Para los críticos, la evolución del sistema capitalista no era mucho mejor que la
sustitución de la servidumbre agraria por la servidumbre industrial, y afirmaron que el
gobierno del nuevo régimen seguía siendo lo mismo que el del régimen antiguo.
El primer periodo, desde fines de la Edad Media hasta los últimos años del siglo XVIII, era
de capitalismo comercial. A ésta la siguió un intervalo de medio siglo, durante el cual el
capitalismo industrial desempeñó un valioso papel, y muchos empresarios destacados
aumentaron su influencia invirtiendo en las industrias mecanizadas y en los transportes
de vapor. Después de 1850, el papel desempeñado por los bancos y las agencias
financieras inició la fase del capitalismo financiero, que duró hasta el siglo XX. Entre
1815 hasta 1830 comprenden el periodo del capitalismo industrial. A medida que se
multiplicaron las nuevas invenciones, los dueños de las fábricas hicieron fortunas, y las
ciudades crecieron alrededor de dichas fábricas. El hierro y el carbón de una civilización
industrial se encontraban en Inglaterra. Las leyes de Cercamientos crearon propiedades
agrícolas más grandes y eficaces, pero arrojaron a miles de aparceros y pequeños
terratenientes a las ciudades en busca de trabajo, proporcionando abundante mano de
obra barata. Además, Inglaterra tenía materias primas y dominaba los mercados y las
rutas de transporte. Una armada dominante, un extenso imperio colonial y una marina
mercante más grande que todas las demás, aseguraron la llegada constante de
suministros y la fácil exportación de los productos industriales a los clientes lejanos. Por
último, Inglaterra pasó a desempeñar el papel principal en las finanzas internacionales, y
Londres sustituyó a Ámsterdam como centro bancario de Europa. Hacia 1815, el Banco
de Inglaterra era el más grande centro de depósitos del mundo. Mientras tanto el
comercio francés había quedado paralizado por los largos años de bloqueo marítimo, y
no se recuperó hasta 1825. El capital francés era tímido, los fundidores franceses usaban
todavía madera, y los industriales se contentaban con los clientes locales. Los
agricultores y los industriales franceses pidieron mayor protección para conservar los
mercados locales. La carencia de capital demoró el surgimiento de la industria en gran
escala en Francia. En Bélgica, la mecanización de la industria hizo progresos más
rápidos, especialmente después de que los belgas se rebelaron contra su forzada unión
con los holandeses en 1830. Mientras que los franceses seguían en estado de apatía,
Bélgica se puso a la cabeza de toda Europa en materia de construcción de ferrocarriles, y
las primeras líneas fueron empresas estatales, planeadas para estimular el comercio y
fomentar la industria.
Las Alemanias se hallaban todavía divididas en cerca de 38 fragmentos y no podía existir
un mercado nacional mientras perdurara este fraccionamiento.
En el resto de los países, hacia 1830, los transportes y las comunicaciones eran todavía
lentos y costosos. Cuatro quintas partes de la población vivían en medios rurales. Las
ciudades habían, limitados por la capacidad de la diligencia.
Hacia 1815, todas las clases estaban de acuerdo en que la revolución había sido un
fracaso.
Un renacimiento religioso se hizo sentir en toda Europa durante las primeras décadas del
siglo XIX. Mientras que la revolución había hecho hincapié en los derechos de los
ciudadanos como fundamento de una sociedad justa, el renacimiento religioso destacaba
los deberes del cristiano como la clave de la vida buena.
Tanto los racionalistas como los líderes del renacimiento religioso pugnaban por una
mayor justicia social. Por toda Europa occidental, las fuerzas de la democracia estaban
reanudando su marcha interrumpida y sus resultados habrían de aparecer en breve en
las victorias liberales de 1830 – 1832.