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Domingo XX del Tiempo Ordinario

18 agosto 2019

Lc 12, 49-53

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “He venido a prender fuego en el
mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué
angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz?
No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra
dos y dos contra tres; estarán divididos: el padre contra el hijo y el hijo
contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra
contra la nuera y la nuera contra la suegra”.

EL FUEGO QUE NOS CONSUME

El mundo suele ser habitualmente un lugar de enfrentamientos.


Lo cual es fácilmente comprensible si tenemos en cuenta que solemos
girar en torno al yo. Y el yo vive de la confrontación, por cuanto
necesita marcar las diferencias con los otros para poder autoafirmarse
como un ser separado. Por decirlo de un modo simple: la identificación
con el yo conduce inexorablemente a la división, en todos los ámbitos
en los que nos movemos.

El enfrentamiento tiende a exacerbarse siempre que el yo es


cuestionado. En un instintivo mecanismo de defensa, cuando interpreta
lo que ocurre como una amenaza, el yo busca protegerse atacando
aquello que lo incomoda. No es raro, por tanto, que una persona que
vive con fidelidad a sí misma, aun sin pretenderlo, provoque
movimientos hostiles a su alrededor.

La fidelidad a uno mismo es una actitud sabia, caracterizada por


la coherencia, la libertad interior y la flexibilidad. Porque ser fiel no
significa ser tozudo, así como tampoco seguir el impulso del propio
capricho, sino responder, de manera desapropiada, a aquello que la
Vida pone delante, desde una actitud de profunda alineación con ella.

Sin embargo, la misma libertad que conlleva puede hacer que


resulte cuestionadora o incluso provocativa para quienes se hallan
instalados en posicionamientos que no están dispuestos a modificar.

Por este motivo, la actitud y el comportamiento de la persona


sabia puede ser fuente de tensión, conflicto o división. Y así parecen
que han de entenderse las palabras de Jesús.
Pero lo que mueve a la persona sabia no es el conflicto por sí
mismo, sino el “fuego” interior que la habita. Un fuego que la convierte
en firme y flexible a la vez, en respetuosa al tiempo que apasionada.

Ese “fuego” no es otra cosa que la expresión de la Vida en


nosotros. Si no le prestamos atención y nos vivimos al margen de él,
queda como apagado e incluso mortecino. Nuestra existencia aparece
marcada por la resignación y el conformismo. Cuando, por el contrario,
mantenemos la conexión consciente con la Vida que somos, el fuego
se despierta hasta consumirnos por completo. A partir de ahí, ya no
vive el yo, sino la Vida misma en nosotros.

¿Percibo la fuerza de la Vida en mí?

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