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El 99% de los hombres: la masculinidad como masa de maniobra

Danilo Assis Clímaco

En: Revista de la Red Peruana de Masculinidades, octubre de 2019.


(Está por publicarse, favor no divulgar bajo ninguna circunstancia antes de octubre de 2019)

Entrevistadora: no eres el típico rapper machista…


Rincón Sapiência: Mira, no es que yo quisiera ser una persona
desconstruida, es que las minas te obligan a pensar en ello
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Es interesante que las autoras con mayor proyección en América Latina hoy, Rita
Segato y Silvia Federici -como en el Perú Rocío Silva- propongan al feminismo repensar la
cuestión de los hombres. En realidad, siempre hubo por parte de gran parte del feminismo
una preocupación por la inmensa mayoría de hombres que, profundamente comprometidos
con el patriarcado, sufren por él mucho más de lo que lo disfrutan. Que hoy esta preocupación
salte al primer plano del feminismo es indicativo de que los hombres estamos no solo con
serias dificultades para salirnos de la trampa de la masculinidad que nos armaron, sino que
estamos arrastrando las mujeres hacia ella.
Una investigación de Rosana Pinheiro-Machado entre electores jóvenes de Bolsonaro
en un barrio popular de Porto Alegre nos trae un ejemplo nítido y triste de ello. En el último
lustro, ocurrió allí algo inédito: las chicas jóvenes, “minas” como se reconocen y son
reconocidas, habían dado un paso hacia adelante, reivindicando un espacio propio. Si las
mujeres siempre habían tenido una importancia social en los espacios jóvenes del país, en
general asumían cierta jerarquía que permitía a los hombres -los “manos”- tomar la primera
plana de los movimientos -sea en la organización de grupos políticos, sea en la de los bailes
de hip-hop o funk-. Sin embargo, en los últimos años muchas de las minas pasaron a
cuestionar el machismo de sus compañeros y a reivindicar un espacio para expresar sus
aspiraciones. Muchas de ellas -como las exitosas raperas Mc Carol, Karol Conka o Tássia
Reis- se identifican sin tapujos como feministas.
Esta fuerza de las mujeres era evidente en los grupos focales mixtos organizado por
Pinheiro-Machado: las minas se mostraban desenvueltas, debatían mucho entre sí y lograban
una mirada propia hacia sus problemas como jóvenes, pobres o mujeres. Los hombres
parecían intimidarse frente a ellas, pero en los grupos focales sólo de ellos, sí se abrían y
entonces llegaban a afirmar que su voto en Bolsonaro era una reacción a la fuerza que las
mujeres habían adquirido en la favela.
Ahora bien, y esto nos parece de primera importancia: estos jóvenes que votaron por
Bolsonaro si bien lo admiraban, también lo temían: se mostraban preocupados por como el
nuevo presidente del país habla sobre racismo y parecían conscientes que su política de mano
dura auemtnaría la violencia policiaca en sus barrios. Por lo tanto, los jóvenes evaluaron los
riesgos que suponían por un lado la mayor autonomía de las mujeres y, por otro, un
incremento de la violencia policiaca y racista y optaron conscientemente por defenderse del
primer peligro.
Podríamos cogitar que, pese a que el fortalecimiento de las minas necesariamente
confronta a los manos en algunos aspectos de su vida, estos podrían haber apoyado a las
mujeres en sus procesos, reflexionando sobre la forma como ejercen machismo y dialogando
con ellas y otros hombres sobre los temas pertinentes para todos y todas tanto con respecto a
las relaciones de género, como con respecto a la construcción de una sociedad común positiva
para toda la colectividad. De hecho, algunos jóvenes -como el rapero Rincón Sapiência citado
arriba- dieron este paso. Pero la gran mayoría eligió lo contrario.
Desde nuestra perspectiva, que los manos opten por sabotear a las minas sabiendo que
se exponen a un peligro eminente nos muestra la masculinidad actuando como un mecanismo
que enajena el hombre de sí mismo, impidiéndole de percibir sus propios afectos y
aspiraciones y de interactuar junto a sus pares -masculinos- y con su comunidad para pensar
sobre su vida y actuar en ella de forma pertinente.
Sin embargo, nos parece fundamental entender que esta adhesión excesiva a la
masculinidad se debe a procesos más externos que internos. Hay fuerzas externas que buscan
que los varones se identifiquen con formas de masculinidad que distancian los hombres de sí
y de sus comunidades. Son verdaderas políticas de masculinización. A nivel mundial, nos
encontramos con toda una cultura de masas expresada en antihéroes juveniles -desde Rambo
hasta el Lobo de Wall Street de Leonardo di Caprio- que están muy distantes de la imagen
del padre de familia que había sido la mayor referencia masculina antes de los años 80. El
hombre actual no debe tener una responsabilidad hacia un empleo, hacia una familia y hacia
las instituciones sociales. Más bien, debe construir una vida de acuerdo a deseos irreflexivos
que expresan una potencia que es en realidad fugaz.
A nivel nacional, los medios audiovisuales reproducen este ethos masculino juvenil y
rebelde -en Brasil, mediante películas como Ciudad de dios o Tropa de elite-, mientras a nivel 2
de la vida en comunidad tenemos el avance de las iglesias neopentecostales que se basan en
la homofobia y en una rígida jerarquía de género, recibiendo asesoría internacional mediante
grupos como Con mis hijos no te metas.
De esta forma, los hombres jóvenes de América Latina, que ven su inserción en la vida
nacional obstaculizada por la gran explotación en el mercado de trabajo y por el racismo,
terminan por identificarse con una masculinidad empobrecida, para lo cual exigen que las
mujeres se pongan en una condición de subordinadas. La violencia de género es un paso
necesario en este camino: cualquier signo de autonomía de las mujeres es entendido como
una amenaza al proyecto de masculinidad precarizada.
La masculinidad se transforma, así, en el primer mecanismo estratégico de contención
de las luchas de los pueblos contra el avance de un capitalismo colonizador, de máxima
explotación del trabajo de las personas y sus territorios. En Brasil, desde que Bolsonaro
gobierna, ha aumentado el número de líderes sociales asesinados, se viene articulando una
nueva jubilación que llevará a la miseria millones de ancianos y fueron permitidos el uso de
pesticidas canceríginos condenados por la ONU, entre otras tragedias.
A los hombres nos cabe pensar que nuestro compromiso con la masculinidad no hace
daño solo a nosotros -que lo hace, y no poco-, sino hacia nuestros proyectos vitales en tanto
comunidad o sociedad. Nos resta responsabilizarnos y contribuir a la responsabilización de
los compañeros, siendo conscientes que nuestra lucha no es sólo entre nosotros, pero también
contra élites económicas asociadas a grupos religiosos que ven en la inestabilidad de los
hombres la principal forma de combatir la existencia de comunidades fuertes, capaces de
pensarse, debatir y decidir lo mejor para su vida. Las mujeres son hoy las grandes creadoras
de una nueva y autónoma política, nos toca con urgencia aprender con ellas.
Para concluir, nos preguntamos: ¿Quiénes son las élites que comandan este proyecto
colonizador capitalista y buscan masculinizar al máximo el 99% de la población masculina?
Bolsonaro y sus comparsas, desde luego que no. Sobrevivieron políticamente por décadas
mediante el apoyo de grupos paramilitares muy inestables, que con un pie en las instituciones
de seguridad pública y otros en el crimen organizado, están siempre a un paso de entrar a la
cárcel o al cementerio. Algunos de los ex policías que apoyaron directamente al senador
Flavio Bolsonaro, hijo de presidente, fueron recientemente encarcelados por el asesinato de
Marielle Franco y es probable que F. Bolsonaro termine preso, si no por este crimen, sí por
otros que se le investigan. Todos ellos son ejemplos de una masculinidad rebelde impulsada
por las élites mundiales, hombres infantilizados afirmando una empobrecida virilidad. Que
un grupo tan escatológico llegue a gobernar la 8ª economía mundial es un indicativo de cuán
poderosa es la verdadera élite.
Entonces, ¿quién conformará esta élite? Pues hombres en general mucho más
tranquilos, algunos quizás incapaces de cometer violencia directamente, respetuosos de
determinadas reglas y costumbres, capaces también de expresar una masculinidad afectiva.
Michael Corleone, el hijo que se dirigía hacia el Senado de EEUU no fuera que debió salvar
la vida de su padre, es un ejemplo cristalino de esta élite. Muy raras veces pierde el control,
pero si necesario, puede serenamente orquestar la muerte de todos sus adversarios. Y, si entre
estos hay un hermano desatento, tampoco habrá como salvarlo. La masculinidad más
peligrosa no se ostenta ociosamente, su avasalladora violencia es sutil. Pero somos muchas y
muchos. Otras formas de vivir llegarán.

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