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SEMINARIO

“MEDIO SIGLO DE JURISPRUDENCIA LABORAL “

SALA DE CASACION LABORAL

CORTE SUPREMA DE JUSTICIA

“ORIGEN DE LA JURISDICCIÓN DEL TRABAJO”

JOSÉ ROBERTO HERRERA VERGARA


Bogotá D.C, 15 de Agosto de 2.006

INTRODUCCIÓN.

La conmemoración de los 50 años de existencia de la Sala de Casación Laboral de


la Corte Suprema de Justicia innegablemente amerita discurrir sobre el origen de
la jurisdicción especial del trabajo. Media centuria es un periodo apropiado para
efectuar un balance de instituciones, normas y personajes que dieron luz a la
especialidad que profesamos. Sus bondades o defectos no pueden otearse
exclusivamente bajo la óptica del mundo presente sino que es imprescindible
volver los ojos al conjunto de complejas circunstancias sociopolíticas y jurídicas
existentes al momento de su instauración.

Pero precisamente en ese variado entramado de factores diversos emergieron


legisladores, magistrados y juristas que con audacia y valor inusuales en nuestro
medio gestaron el idioma laboral. Por eso, constituye esta efemérides una propicia
oportunidad para enaltecer las ejecutorias de esa pléyade de grandes
jurisconsultos, pero ante todo de hombres superiores que desbrozaron el camino
ineluctable de la jurisdicción del trabajo y sentaron las bases sólidas del edificio
laboral, que desde entonces ha arrostrado los embates de los tiempos y el
desmedido apetito de quienes pretenden arrebatar sus congénitas y connaturales
competencias.

ANTECEDENTES.
La segunda guerra mundial ocupa la atención no sólo de las grandes potencias
mundiales sino aún de países tercermundistas preocupados por el nocivo influjo
del nazismo y su poder expansionista. Colombia se manifiesta a favor de los
aliados y se suma en 1943 a quienes han declarado la guerra a Alemania.

En 1944 el país tiene diez millones de habitantes. Se exacerba la pugnacidad entre


conservadores y liberales, quienes encuentran tímido respaldo en socialistas, que a
su turno los presionan para grandes transformaciones sociales. Una facción del
ejército, comandada por el Coronel Diógenes Gil, intenta en Pasto un golpe de
estado en julio de 1944, lo que produce el repudio de los demócratas del país que
rápidamente conjuran la situación bajo la acertada dirección del Maestro Darío
Echandía, quien asume los poderes presidenciales por un día.

Afectado por la férrea oposición a su gobierno, las crisis políticas en el interior de


su partido, la falta de apoyo del Congreso para la aprobación de sus proyectos y
los hechos de mamatoco, el presidente López Pumarejo renuncia el 19 de julio de
1945 a la presidencia y asume por el período restante, Alberto Lleras Camargo,
quien toma posesión el 7 de agosto de ese mismo año con el propósito de
desarrollar el Acto Legislativo de 1945.

Dividido entre Gaitanistas y Turbayistas, el partido liberal pierde las elecciones


presidenciales en mayo de 1946 y el nuevo gobernante es el conservador Mariano
Ospina Pérez, quien da participación en el gabinete a ministros liberales en su
inicial mandato de Unión Nacional.

En lo socioeconómico, Colombia deja de ser un país pastoril en esa década de los


40, cuando se dan los primeros pasos hacia una incipiente industrialización. La
economía se caracterizaba por el superavit del sector externo y por el enorme
déficit fiscal. En 1944 se reducen las importaciones como consecuencia del
ingreso de los Estados Unidos a la guerra.

En lo laboral, el antiguo trabajador antaño aislado e inerme en el campo, se


traslada a la urbe y junto con los que ya estaban en ella penetran en las empresas
donde se suscita una abigarrada gama de relaciones con sus patronos, que
empiezan a tornarse conflictivas debido a la ausencia de respeto hacia sus
derechos, a la excesiva politización sindical y ante todo a la carencia de una
regulación propia que se erigiera en factor de equilibrio con el capital.

Los principios del derecho común y la cultura de los jueces de entonces imbuidos
por sus postulados de libertad de contratación, igualdad de las partes, de
autonomía de la voluntad de los contratantes, de la ausencia de responsabilidad
sin culpa, de la pasividad del juez en la controversia judicial, quedan desbordados
por la arrolladora realidad social. Los caducos postulados del derecho civil clásico
devienen estrechos frente a la inconmensurable riqueza de la cuestión social, el
nuevo rumbo del mundo y la necesidad de una pronta resolución a los conflictos
laborales, imponen el cabal desarrollo de flamantes principios hermenéuticos que
deben ser aplicados con apoyo en la luz inspiradora de una perspectiva
proteccionista y de una resolución oportuna.

El primer antecedente histórico del fuero laboral aparece en Francia en 1806 con
la creación de los Conseils du prud hommes (Consejos de hombres probos) para
intentar conciliar controversias de poco monto entre trabajadores y empleadores o
aprendices, y en caso de no lograr ese objetivo, dirimir tales conflictos. Esa
trascendental iniciativa fue imitada dos años después por Prusia y después se
extendió a otros estados germanos.

En nuestro medio, el precedente de la asignación de temas laborales a


determinado juez se halla en la ley 57 de 1915, sobre accidentes de trabajo, que
atribuyó competencia a los jueces civiles municipales para conocer de las
controversias entre patronos y trabajadores reguladas por dicha normativa. En
tales procesos se seguían las reglas del procedimiento civil pero bajo el principio
de gratuidad.

La justicia del trabajo fue un viejo anhelo, pero como las grandes iniciativas
colombianas postergó muchos lustros su cristalización. Ya en la década de los
años 30s se plasmó la conciencia de una jurisdicción especializada, al disponer
provisionalmente la ley 10 de 1934 que “mientras se establece una jurisdicción
especial para la decisión de los conflictos del trabajo ... dichas controversias se
tramitarán de conformidad con el procedimiento señalado en el Título 46 del
libro II de la Ley 105 de 1931”. El principio de oralidad da a luz con esa primera
manifestación legislativa en la que al crear el auxilio de cesantía y fijar los
elementos del contrato de trabajo de los empleados particulares, otorgó
competencia a los jueces civiles para conocer por el procedimiento verbal
implantado para algunos procesos por el código judicial de 1931, las controversias
derivadas de la aplicación de dicha ley.

La ley 45 de 1939 simplemente ratificó que las controversias originadas en las


normas sobre las prestaciones sociales, jornada de trabajo y descanso dominical,
se dirimirían por el procedimiento verbal del Título 46 del libro II código judicial.
El primer antecedente constitucional aparece en el proyecto de Acto Legislativo
presentado por el gobierno de Eduardo Santos por conducto de su Ministro de
Trabajo, Higiene y Previsión Social, José Joaquín Caicedo Castilla, que lo
justificó así:

“El Gobierno propone a vuestra consideración un proyecto de reforma


constitucional que autorice al legislador para establecer la jurisdicción especial
de trabajo. Esta es necesaria porque al conocimiento de los problemas sociales
por parte de la jurisdicción ordinaria es posible anotarle tres inconvenientes: 1º.
Esa jurisdicción es lenta, demorada, y por el contrario, el problema que resulte
del ejercicio de una facultad reconocida por el derecho social requiere solución
rápida, inmediata. El obrero que gestiona el pago de una indemnización por
accidente de trabajo no puede esperar durante meses y años la sentencia de un
juez o tribunal. Correría el riesgo de perecer de hambre durante la espera. Lo
mismo cabe afirmar de los casos de demandas de efectividad de un seguro, de
pago de auxilio de cesantía o de uno de enfermedad. 2º La jurisdicción ordinaria
es costosa y por lo tanto inaccesible para el obrero en muchos casos. Hacerla
obligatoria para los problemas sociales equivaldría a constituir un privilegio a
favor de la clase patronal. 3º El criterio del juez ordinario, que constantemente
aplica e interpreta el derecho común, quizás no es el más aceptado para decidir
los litigios de carácter social que posean modalidades particulares, que exigen un
criterio de equidad, una comprensión de la realidad de la vida que va más allá de
las concepciones clásicas del derecho. No puede ser el mismo el derecho
probatorio cuando se trata de una servidumbre de medianería que cuando está de
por medio un auxilio de enfermedad para un trabajador. No resulta, en
consecuencia, aceptable el atribuir conocimiento de los litigios del trabajo a los
jueces comunes, formando salas especiales en los tribunales de segunda instancia
o de casación. No. Estimo que precisa constituir una jurisdicción especial,
independientemente de la otra en la medida que lo considere indispensable el
legislador”.

Desde entonces fue el propio constituyente quien se penetró de la imperiosa


necesidad de la especialización jurisdiccional, no quiso deferir al legislador su
previsión sino que asumió directamente el compromiso de darle el sitial que
correspondía a los elevados intereses de solución de los conflictos de esa clase,
suscitados en el amplio espectro laboral. Así, La jurisdicción especial del
trabajo fue contemplada por primera vez por el Acto Legislativo No. 1 de 1940
que dispuso “La ley creará la jurisdicción especial del trabajo y determinará
su organización”.

En la memoria presentada al Congreso de la República en 1940 por el mismo


ministro se plasman las bases del ulterior desarrollo legal, donde se destacan las
características de los procesos del trabajo:

“a) Lo más rápido posible condición primordial que debe satisfacer el


procedimiento, dado el carácter de urgencia que tienen generalmente las
demandas de los trabajadores, hasta el punto que pueda afirmarse que sin esta
condición, carecería de objeto el establecimiento de la jurisdicción especial del
trabajo; b) Oral o escrito o voluntad de las partes; prefiriendo el oral, porque
hace más rápido el trámite, facilita a las partes el acceso al Tribunal, y
humaniza la administración de justicia, y humaniza la administración de justicia,
el Tribunal tiene ante su presencia a las partes personalmente, lo mismo que a los
testigos, y peritos y puede así, ejerciendo sus capacidades de percepción directa y
de penetración sicológica, ponerse en mejores condiciones para apreciar la razón
o sin razón”. (Conferencias de Derecho Procesal del Trabajo. Blas Herrera
Anzoátegui).

Pero tan fundamental iniciativa careció de pronta ejecución práctica. Por fortuna
un quinquenio después fue ratificada por el Acto Legislativo 1 de 1945, que en su
artículo 69 prescribió: “La ley establecerá y organizará la jurisdicción del
trabajo, y podrá crear tribunales de comercio”.

Fue así cómo la revolución en marcha tuvo una clara manifestación en lo laboral.
La trascendental reforma constitucional de 1936, sobre la función social de la
propiedad, se había quedado a mitad de camino en la realidad de los conflictos del
trabajo, porque ameritaba del adecuado desarrollo de la normatividad legal
sustantiva y del necesario complemento de jueces que la tradujeran a las
cuotidianas relaciones laborales. Apalancada, entonces, en aquella enorme
definición ideológica va adquiriendo carta de naturaleza la nueva jurisdicción
especializada.

CONSAGRACIÓN LEGAL.
Paradójicamente la intentona golpista del Coronel Diógenes Gil y el consiguiente
apresamiento del 10 de julio de 1944 del Presidente Alfonso López Pumarejo en
Consacá, con su Ministro de Trabajo, Higiene y Previsión Social, Adán Arriaga
Andrade, impulsaron la reacción del gobierno a favor de las clases populares y
fueron la cimiente de la idea que germinaría pocos días después con la expedición
del decreto de Estado de sitio 2350 del 30 septiembre 1944, concebido bajo el
magín privilegiado de una pléyade de jóvenes laboralistas en ciernes como
Guillermo González Charry, Carlos Restrepo Piedrahita, José Gregorio
Diazgranados y Carlos Gámez. Ese primer estatuto del trabajo en sus artículos
13 y 34 asignó la competencia e instituyó los órganos de administración de
justicia, respectivamente, así:

a) Los Tribunales Municipales del Trabajo, como falladores de primera


instancia;
b) Los Tribunales Seccionales del Trabajo;
c) El Tribunal Supremo del Trabajo como organismo de Casación
y Revisión.

Eran otros tiempos. Las urgencias sociales no daban tregua y eran arrastradas
por la fuerza huracanada del clamor popular. Tras múltiples años de espera y
frustraciones, más que tecnicismos jurídicos el objetivo irrevocable e
insustituible era poner en marcha rápidamente el revolucionario acervo social
tanto en sus flamantes aspectos sustantivos como procesales. El decreto 2350
de 1944 fue dictado invocando facultades de estado de sitio, la necesidad de
cumplir compromisos con la organización internacional del trabajo y la
segunda guerra mundial; en cuanto a este aspecto, concretamente se adujo que
“hallándose el país en estado de guerra exterior es de primordial importancia
estimular medidas que estimulen un mejor entendimiento y una más eficaz
colaboración entre patronos y asalariados”. (He subrayado). Dicha preceptiva
adoptó tanto las iniciativas que habían tenido informes favorables en el
Congreso pero no se habían traducido en realidad, como el influjo de las
legislaciones de México y Chile.

Tanto la gran prensa como jurisconsultos de la talla del Maestro Darío


Echandía, no obstante su condición de gran liberal y la conciencia sobre la
necesidad de las reformas, aferrado a sus profundas convicciones jurídicas,
estimaron que ese procedimiento constituía una gran tronera que hacía posible
en el futuro desafueros “legislativos”.
Ante el inminente riesgo de inconstitucionalidad de ese primer estatuto
integral del derecho laboral colombiano, dado que se trataba de un decreto de
estado de sitio con la motivación atrás explicada, pero animado por el gran
respaldo popular que suscitó, el Congreso reunido en sesiones extraordinarias
en 1945, dictó la ley 6ª de ese año, que acogió la esencia de aquél, lo
perfeccionó y bautizó con otro nombre los organismos encargados de dirimir
conflictos jurídicos del trabajo, que pasaron a denominarse:

a) Juzgados del Trabajo, como falladores de primera y única instancia;


b) Tribunales seccionales del Trabajo, con funciones exclusivas de
jueces de segunda instancia;
c) Corte Suprema del Trabajo, como Tribunal de Casación.
La ley 75 de 1945, expedida el 21 de diciembre de 1945, ordenó:

“Art. 3º: Mientras se expide el Código Procesal del Trabajo los asuntos
atribuidos a la Jurisdicción especial por el Art. 58 de la Ley 6ª de 1945 se
continuarán tramitando conforme al procedimiento señalado en el Título XLVI
del Libro II de la Ley 105 de 1931”.

Para reglamentar la ley 75, el ejecutivo dictó el 27 de marzo de 1946 el decreto


969, verdadero estatuto procesal del Trabajo, que fue suspendido
provisionalmente por el Consejo de Estado el 19 de julio de 1946 pues consideró
excedía la facultad reglamentaria. Al día siguiente (20 de julio) fue presentado al
Congreso como proyecto de Ley, pero éste lo rechazó, razón por la cual los juicios
del trabajo siguieron tramitándose conforme lo establecido por la Ley 75 de 1945.

Pero con excepción Bogotá y algunas pocas ciudades, los tribunales seccionales
especiales no empezaron a funcionar en forma inmediata. El nuevo gobierno de
unión nacional posesionado en agosto, a través de su Ministro de Trabajo, Higiene
y Previsión Social de estirpe liberal, Blas Herrera Anzoátegui, impulsa en todos
los debates parlamentarios y logra en un breve término la aprobación de la Ley 90
de 1946, en materia de seguridad social (cuyo proyecto había alcanzado a
presentarse al expirar el mandato anterior); y la Ley 26 de 1946, expedida en
noviembre y tramitada en tres meses, mediante la cual la jurisdicción del trabajo
empieza a caminar integralmente. Divide la administración de la justicia del
trabajo en 14 distritos, inviste de facultades al gobierno para poner en
funcionamiento los tribunales especializados y devuelve a la Corte Suprema del
Trabajo su denominación de Tribunal Supremo del Trabajo. Así se hace realidad
el sueño de la justicia especializada.

Sólo ese valor, la destreza para la concreción del gran proyecto y la osadía
normativa de los gobiernos de Alfonso López Pumarejo, Alberto Lleras Camargo
y Mariano Ospina Pérez, desarrollados por sus respectivos ministros del ramo,
permitieron que al fin se impartiera justicia laboral por organismos y jueces
idóneos para afrontar el desafío de la nueva jurisdicción especial sobre las bases
de la coordinación económica y la justicia social.

4. FORMA DE ELECCIÓN DE MAGISTRADOS.

La compleja forma de elección de los magistrados del Tribunal Supremo del


Trabajo, inspirada en la de las Juntas de Conciliación y Arbitraje de México, fue
dispuesta para Colombia por el Decreto 2350 de 1944; en el proceso intervenían
los gremios de la producción, las confederaciones sindicales, el ejecutivo y el
Congreso. El Tribunal estaba integrado por tres miembros, elegidos por la Cámara
de Representantes, de ternas elaboradas por el Presidente de la República, quien a
su turno las confeccionaba con base en sendas listas de candidatos que le
presentaban las asociaciones patronales y las organizaciones de trabajadores,
además de otra terna que integraba de manera directa.
Cada Tribunal Seccional del Trabajo se componía de tres miembros designados
por el Supremo de sendas listas que le presentaban el gobierno, las asociaciones
patronales y las organizaciones sindicales del nivel regional.
Aun cuando debe reconocerse que la cúpula de la jurisdicción del trabajo cumplió
sus deberes rectamente, con prescindencia de la filiación política y de sus
postulantes, esta forma de selección es inadecuada en nuestro medio porque no es
prenda de garantía de una administración de justicia independiente e imparcial, ya
que en ocasiones se ha visto cómo esa potestad nominadora es proclive a
politización de decisiones judiciales o a injerencia indebida de directorios o
partidos políticos. Igualmente era inapropiada la postulación por parte de gremios
económicos, centrales sindicales o el gobierno, porque si bien ello aparejaba la
ventaja de tribunales pluralistas, ese cordón umbilical, representaba al menos el
inconveniente de que el candidato tuviese que acudir como electores a la llamada
“horca caudina” de sectores que posteriormente eran destinatarios de sus
providencias. Incluso algunos ilustres magistrados del extinguido Tribunal
Supremo criticaron tal forma de selección, especialmente en cuanto a la facultad
nominadora de órganos políticos generalmente desconocedores de la idoneidad de
los postulantes y con intereses no siempre consonantes con el noble propósito de
una justicia eficaz y recta.
Años después se cambió esa inconveniente forma de elección y se garantizó la
autonomía de la justicia en la elección de magistrados de los altos tribunales de
justicia, lo que infortunadamente restringió numerosos años después la
constitución de 1991.

5. MAGISTRADOS DEL PRIMER TRIBUNAL SUPREMO DEL


TRABAJO.

El primer Tribunal Supremo del Trabajo funcionó desde su instalación hasta el 22


de abril de 1949, y estuvo integrado por Luis Alberto Bravo Guarnizo,
tolimense, propuesto por las asociaciones de trabajadores; Cástor Jaramillo
Arrubla, caldense, postulado por los gremios de la producción; y Diógenes
Sepúlveda Mejía, antioqueño, designado directamente por el gobierno. A partir
del 22 de abril de 1949 ingresó el samario Juan Benavides Patrón en reemplazo de
Cástor Jaramillo Arrubla y continuaron su magistratura Luis Alberto Bravo y
Diógenes Sepúlveda.

Precisa aclarar que la jurisdicción del Trabajo, aun cuando especializada, siempre
fue considerada técnica y jurídicamente integrante de la rama judicial y sus jueces
fueron jueces de derecho, procurándose en su selección la versación en asuntos de
derecho laboral y su penetración con las necesidades específicas de esa nueva
disciplina. En esos tiempos, negar la existencia de la jurisdicción especializada
equivalía a negar la existencia de la problemática social y la del mismo derecho
del trabajo que la encauzaba y dimensionaba en la trascendencia que ella
ameritaba en aras de la cabal convivencia social. La declaración legal de los
derechos sociales hacía imperiosa la presencia de los organismos especializados
que los profesara, los defendiera y los hiciera efectivos. Por eso un Estado que se
proclama como social de derecho, no puede abdicar de esas competencias
especializadas, hoy enriquecidas con las de la seguridad social, y asignarlas o
compartirlas con las de otras jurisdicciones porque ello equivaldría además a
enervar la misma esencia social del Estado.

BREVE JUSTIFICACIÓN DE LA JURISDICCIÓN ESPECIALIZADA.

Los profundos desequilibrios económicos y sociales gestados por la revolución


industrial del siglo XIX ciertamente acentuaron la explotación progresivamente
desorbitada de quienes como canon de subsistencia alquilaban su fuerza laboral.
El derecho del trabajo traduce la necesidad de la mutación del Estado de
espectador pasivo del drama social en protagonista del equilibrio socio
económico, mediante el instrumento de la tutela a los asalariados. Pero tanto el
sistema proteccionista de postulados que quebrantan las concepciones
tradicionales y ponen en consonancia la dignidad humana con la realidad legal,
como la avanzada legislación laboral en el orden sustancial, devinieron inertes
ante la posibilidad de violación, por lo que surgía indispensable el
acompañamiento de otro derecho que hiciera actuar aquellos principios y
preceptos proteccionistas compensatorios de los desequilibrios económicos, para
que adquirieran eficacia a través de jueces especializados.

Por eso Hinojosa pregonaba:

“el derecho procesal del trabajo es una disciplina jurídica perfectamente


caracterizada por la especialidad de sus instituciones, por los principios en que
se funda y por la naturaleza de sus propósitos y fines . . . funda su autonomía
como disciplina jurídica, en la diferencia esencial que existe entre los conflictos
del trabajo y los derecho común y, como lógica consecuencia, entre las normas
que rigen los litigios a que dan lugar unos y otros”.

Por lo demás, existía la necesidad de sustituir los trámites lentos, formales y


costosos de la justicia común, por los breves y sumarias de un fuero especializado
inspirado no solo en la ley sino también en la equidad, para evitar “que el hambre
llegue antes que la sentencia”.

Esas razones condujeron a que la Segunda Conferencia Interamericana de la


Habana del 4 de diciembre de 1939, organizada por la OIT, expidiera una
resolución en los siguientes términos:

“Así mismo, a fin de facilitar la tramitación de los juicios de trabajo se aprobó


una resolución que ruega al Consejo de Administración del (sic) O.I.T., haga una
recomendación inmediata a los Estados para la simplificación de los
procedimientos en las demandas de los trabajadores y para que se supriman
fórmulas y tecnicismos inútiles en la legislación social. La resolución se basa en
a): que es inútil una disposición legal sustantiva si no tiene el derecho procesal
adecuado que permita asegurar su cumplimiento efectivo, particularmente en
materia obrera, cuyas necesidades son de una urgencia inaplazable. b) que la
legislación del trabajo se ha diferenciado de las demás ramas del derecho,
provocando el desarrollo de organismos especiales encargados de su aplicación,
y en c) que la experiencia ha demostrado la conveniencia de suprimir, hasta
donde sea posible, la intervención de litigantes profesionales en los conflictos de
trabajo, buscando la manera de que el procedimiento sea accesible a los
interesados.”

Así mismo, el artículo 36 del proyecto de Carta Internacional de Garantías


Sociales a propuesta de Colombia en la Conferencia Internacional Americana
reunida en Bogotá en abril de 1948 dispuso:

“Art. 36. En cada Estado debe existir una jurisdicción del trabajo y un
procedimiento adecuado para la rápida solución de conflictos”.
COMPETENCIA DE LA JURISDICCIÓN ESPECIAL DEL TRABAJO.

La competencia inicial estuvo asignada por el artículo 13 del decreto 2350 de


1944, en los siguientes términos:

“Artículo 13. La jurisdicción especial del trabajo se instituye para decidir las
controversias que suscita, directa o indirectamente, la ejecución del contrato de
trabajo, entre patrones y asalariados, entre asalariados solamente, entre las
asociaciones profesionales de patrones y las de asalariados, o entre asalariados y
sus asociaciones profesionales, ya con motivo de la interpretación y ejecución de
las cláusulas del contrato de trabajo o de la convención colectiva, ya con ocasión
de la interpretación de las leyes de carácter social.”

Un año después, el artículo 58 de la ley 6ª de 1945, con redacción similar, facultó


adicionalmente a la jurisdicción especializada para decidir las controversias
suscitadas sobre prestaciones sociales de trabajadores particulares y de empleados
públicos departamentales y municipales, con independencia de la fuente del
derecho. Esa competencia no se extendía a los empleados públicos nacionales, lo
que generó un hibridismo jurídico indiscutible. Asimismo se asignó el
conocimiento de las declaratorias de licitud de la huelga y de las controversias
sobre el ejercicio de los derechos de los trabajadores con ocasión de ellas y del
cierre de empresa. La Ley 64 de 1946 le atribuyó el conocimiento de las
indemnizaciones por incumplimiento de contratos de trabajo.

El decreto 1745 de 1945 contenía una prohibición muy importante (que hoy
debería observarse), consistente en que ni magistrados ni jueces podían dictar
reglas o disposiciones de carácter general, que tuviesen por objeto la
interpretación de las leyes aplicables.

PRINCIPIOS DEL DERECHO PROCESAL DEL TRABAJO.

Fue la preceptiva de 1944, anterior al código procesal del trabajo, la que instituyó
para los procesos laborales los principios de “apreciación en conciencia de las
pruebas” (distinto de la sana crítica), conciliación, consulta, gratuidad,
inmediación y publicidad. El principio de oralidad, tuvo una consagración
explícita en el decreto 2350 de 1994, pero debe advertirse que desde las leyes 10
de 1934 y 45 de 1939 estaba previsto que la tramitación de las controversias del
trabajo se regía por el procedimiento verbal prescrito en los artículos 1208 a 1213
del código judicial.

En los primeros tiempos de administración de justicia laboral, los principios del


derecho del trabajo no sólo constituyeron el código genético de nuestra disciplina
en la órbita académica, sino que fueron incorporados a las realidades
jurisdiccionales en todas sus manifestaciones. Casi todos los proveídos sobre la
aplicación e interpretación de la ley laboral, además del acatamiento a ésta,
destacan cómo esas instituciones tenían su fuente insustituible en esa base
superior que ha iluminado la hermenéutica laboral desde entonces, salvo contadas
excepciones. Esto es, tanto para el Tribunal Supremo como para la Sala de
Casación Laboral, esos postulados no se quedaron como testigos mudos de la
aplicación del ordenamiento objetivo, sino que fueron protagonistas activos en la
cotidiana y noble tarea de impartir justicia.

Fue así como el carácter de orden público de las normas laborales, los derechos
mínimos consagrados a favor de los trabajadores por las leyes de esta
especialidad, la favorabilidad inescindible del ordenamiento del trabajo, y todo
ese bloque “principalístico” conocido desde entonces, se ha mantenido incólume
como pilar inconmovible de la jurisprudencia laboral, puesto que conserva su
razón de ser, de suerte que matizarlos, so pretexto de ideas neoliberales, equivale
a una inadmisible renuncia a una parte vital del ontolaboralismo, con mayor razón
cuando ellos han adquirido alcurnia constitucional.

Al lado de esos postulados normativos explícitos, germinó en las primigenias


incursiones jurisprudenciales, un catálogo de principios tácitos tales como la
protección a la buena fe, la lucha contra las inequidades manifiestas, el abuso del
derecho y el enriquecimiento injustificado; algunos de ellos, justo es reconocerlo,
son ancestros de derecho común, son su base social, aceptada sin beneficio de
inventario por la jurisprudencia del trabajo. Conviene aclarar que estos últimos
aun cuando en esencia, como es inherente a la naturaleza proteccionista de la
especialidad, se han manifestado en pronunciamientos a favor de trabajadores,
igualmente se han aplicado de cara a injustificadas situaciones que ponen en
riesgo de desaparecer a la fuente de trabajo, afectan de modo desorbitante su
estabilidad económica o generan un enriquecimiento desproporcionado o
injustificado para el trabajador.

Y es en este escenario donde se aprecian grandes creaciones jurisprudenciales, el


alma de los pronunciamientos, no meras decisiones judiciales sino ante todo
enseñanzas de justicia y equidad, no de justicia robótica, sino justicia impartida
por seres humanos y para seres humanos.

Posteriormente, la turbación del orden público, desatada por el asesinato de Jorge


Eliécer Gaitán motivó la declaración del estado de sitio. El gobierno, invocando
las facultades que le otorgaba en ese ámbito la Constitución de 1886, expidió el
Decreto 2158 de 1948, que se convirtió en el Código Procesal del Trabajo, tras ser
adoptado como norma permanente por el decreto 4133 de diciembre de 1948,
expedido en desarrollo de la Ley 90 de 1948, que invistió de facultades
extraordinarias al Presidente de la República para adoptar como legislación
permanente varios decretos dictados bajo el estado de excepción.

Ese procedimiento laboral colombiano, vertido en ese enorme código procesal del
trabajo, fue inspirado en la ley de procedimiento civil italiana de 1926, y desde un
principio tuvo rasgos genéticos distintos del civil, que en esa época se había
convertido, en opinión de Calamandrei en “un juego de gallina-ciega para
adultos, en el que el mérito consiste en esconderse para lograr que no se
encuentren las huellas de la verdad”.

CREACIÓN DE LA SALA DE CASACIÓN LABORAL DE LA CORTE


SUPREMA DE JUSTICIA.

Al historiar la génesis de la Sala Laboral de la Corte conviene recordar cómo la


genial idea de un Tribunal Supremo del Trabajo, no fue unánime, ya que no fue
asimilada ni compartida por los pares de otras especialidades jurisdiccionales, ni
aún por la totalidad de los que fungían como laboralistas, quienes se bifurcaron en
dos tendencias, a la sazón extremas: la primera enarbolaba la defensa de la
independencia del órgano superior de unificación de la jurisprudencia laboral y la
segunda propugnaba su incorporación a la cúpula de la jurisdicción civil sin
sacrificar la autonomía de sus instituciones sustantivas ni la existencia
especializada de sus organismos inferiores. Planteado así el dilema institucional,
con el apoyo del gobierno militar del General Rojas Pinilla, se abría paso la
segunda tesis, ofrendada por algunos laboralistas que comulgaban con ella, por lo
que para aminorar la inmolación inexorable del Tribunal especial, los demás no
tuvieron alternativa distinta que la ineludible de aceptar una propuesta intermedia,
prohijada por el Ministro de Trabajo Cástor Jaramillo Arrubla, antiguo
integrante del Supremo, acorde con la cual se desistía de la continuidad del
Tribunal Supremo del Trabajo, que quedaba suprimido, a cambio de la
permanencia de la especialidad laboral en la cúspide de la jurisdicción ordinaria
pero ejercitada por una Sala de la Corte Suprema de Justicia.

El decreto 1762 de 1956, del 26 de julio de ese año, expidió certificado de


defunción al Tribunal Supremo del Trabajo y lo incorporó a la Corte Suprema de
Justicia como Sala de Casación Laboral. Como consecuencia de esta reforma, el
decreto legislativo No 1 de 1957, en armonía con los decretos 1796 y 1797 de
1956, suprimieron los Tribunales Seccionales del Trabajo y crearon las Salas
Laborales de los Tribunales Superiores de Distrito Judicial.

Los primeros magistrados de la Sala de Casación Laboral de la Corte fueron:


Juan Benavides Patrón; Enrique Arámbula Durán; Miguel Antonio
Constaín y Sergio Antonio Ruano, y el primer secretario Rafael Baquero
Herrera.

En 1966 la Sala Laboral se dividió en dos secciones: la Sección Primera estuvo


inicialmente conformada por Ramiro Araujo Grau, Adán Arriaga Andrade y
Víctor G. Ricardo. La Sección Segunda por Crótatas Londoño, Luis Fernando
Paredes Arboleda y Carlos Peláez Trujillo.

ANÁLISIS CRÍTICO.

Al regresar con mirada retrospectiva al origen del fuero laboral y avizorar el


horizonte jurisprudencial de esta media centuria de la Sala de Casación Laboral de
la Corte Suprema, desde la atalaya desprevenida del presente, puede decirse que
su labor es digna de encomio, insignes magistrados la han exornado con su
ilustración y sapientes providencias, que han guiado la de los tribunales y jueces,
y aplicado rectamente las diversas leyes que han regulado en nuestro país las
relaciones de trabajo y la seguridad social. Una ejecutoria saliente e indiscutible
de la Sala Laboral de la Corte ha sido la prontitud de las sentencias, pues a pesar
del incremento progresivo del trabajo, como regla general no se han presentado
demoras excesivas, lo que ha permitido no sólo una jurisprudencia ajustada a los
mandatos normativos, sino también oportuna.

Naturalmente la misión de esta jurisdicción especializada no ha estado


circunscrita a la aplicación mecánica del ordenamiento positivo, en la rica y
variada jurisprudencia se aprecia el sentido de justicia social y de equilibrio
económico, como lo ordena su propio principio rector de hermenéutica. Frente a
vacíos normativos, sus sentencias exhiben valores y principios constitucionales y
laborales fundamentales, que han garantizado una estabilidad jurídica, indiferente
a los aplausos o vituperios, pero que no han entrañado injusticias hacia los
trabajadores ni han conducido al cierre de la fuente de empleo.
Rasgo esencial desde sus orígenes ha sido, aún sin texto legal expreso, la
proscripción de inequidades manifiestas, cohonestadas por vacíos legislativos, ya
bien en lo individual, en lo procesal, en lo colectivo o en la seguridad social. De
esa concepción, que es simple emanación de una condición inherente para quien
se le asigna la elevada misión de impartir justicia, han surgido decisiones que
permitieron en el derecho individual, entre otras, la prevalencia de la realidad
sobre las formas adoptadas por los contratantes, la instauración de la indexación
en favor de los trabajadores cuando no ha habido otro mecanismo legal de
revalorización; la exoneración de gravosas indemnizaciones moratorias al
empresario amparado en la buena fe; en lo procesal, la teoría de la carga de la
prueba, salvo algunas excepciones, ha sido ampliamente favorable a los
trabajadores y ha hecho innecesario el catálogo de presunciones establecidos en
algunas legislaciones de esta latitud. Fueron los pioneros de la jurisprudencia
laboral quienes señalaron el sendero de principios tácitos, tales como, que la
simple prestación personal de servicios hacía presumir la subordinación y por
tanto la relación laboral; la presunción del capital de la empresa; que incumbía al
empleador demostrar la justa causa de extinción del vínculo y la buena fe en caso
de falta de pago de emolumentos laborales; la retrospectividad de la ley laboral; la
simulación en los contratos sucesivos; la presunción del contrato de duración
indefinida; la diferenciación entre causas legales y justas causas de terminación
del contrato; la imprescriptibilidad del derecho a la pensión; la afirmación en la
demanda del contrato laboral como presunción de competencia del juez del
trabajo; entre otras.

En lo colectivo la prístina jurisprudencia del Tribunal Supremo del Trabajo y de la


Corte Suprema del Trabajo, a través del recurso de homologación de laudos
arbitrales sentaron sólidos cimientos que ha mantenido incólume el edificio
jurisprudencial: el poder exclusivo de los trabajadores para poner en marcha el
conflicto colectivo de trabajo, sin perjuicio de la posibilidad excepcional de
denuncia de convenciones colectivas por parte del empleador, para preservar la
estabilidad de la empresa o evitar estipulaciones colectivas excesivamente
desproporcionadas; la imposibilidad del juez de anulación para injerirse en
aspectos económicos, salvo decisiones manifiestamente inequitativas; la
posibilidad de retrospectividad salarial de los laudos arbitrales; la posibilidad
arbitral de crear prestaciones sociales; y en fin, la potestad amplia de mejorar los
derechos económicos contemplados en normas legales.

En lo procesal los poderes del juez como rector del proceso y en especial el
principio de libertad de formas procesales, así como las facultades extra y ultra
petita.

Todo ese rico y denso patrimonio jurisprudencial encuentra sus raíces en


instituciones laborales plasmadas en las leyes de la especialidad y en la aplicación
estricta de sus principios, y demuestra de modo fehaciente que a través de estas
cinco décadas la Sala de Casación Laboral de la Corte Suprema de Justicia ha
cumplido cabalmente sus deberes constitucionales y legales no sólo por el cabal
acatamiento del mandato objetivo que la obliga sino también por la legitimidad de
sus pronunciamientos inspirados en su misión de equilibrio entre justicia social y
coordinación económica.

Sus postulados legislativos esenciales fueron insertados en la Constitución


Política de 1991, y no hubo necesidad de incorporar ningún otro que no tuviese
huella en las gacetas jurisprudenciales, por lo que en lo laboral la Carta
Fundamental actual no constituye el primer día de la creación, como algunos
pretenden hacerle creer a los colombianos; su mérito reside en ascender al rango
constitucional esos principios, y no, como en ocasiones se proclama, el propósito
de mostrar una superioridad a determinado cuerpo colegiado o juez, porque la
Constitución sólo la asigna al Tribunal Supremo de la Jurisdicción Ordinaria, no
sólo por las poderosas razones que dieron origen a esta especialidad, sino por la
credibilidad de sus pronunciamientos, ajenos a consideraciones políticas o de
popularidad; son fiel trasunto de sus elevados cometidos sociales dentro de una
sana aplicación de la ley y en aras de una justa, recta y oportuna administración de
justicia, dentro de la extrema complejidad que comporta impartir justicia en un
escenario de equilibrio entre el merecido reconocimiento con vocación
proteccionista de los derechos de los trabajadores y la confianza legítima de la
fuente que permite otorgarlos.

Por eso sigue siendo vital y asunto primordial en nuestros tiempos que sea el
órgano límite instituido dentro de ella, el órgano cierre de solución de los
conflictos jurídicos del trabajo y de la seguridad social. Como dijera uno de los
primeros y mejores magistrados del Tribunal Supremo del Trabajo y de la Corte
Suprema de Justicia, a quien debemos un tributo de gratitud por sus valiosos
aportes magistrales a la jurisdicción, doctor Juan Benavides Patrón, “una
postura distinta negaría todo el proceso de desarrollo de nuestra legislación
laboral . . . y los postulados superiores de protección al trabajo y solución
armónica de sus conflictos”. Agregaba cómo adscribir las decisiones de las
controversias del trabajo a otros jueces “es recorrer hacia atrás y con los ojos
vendados” y también destacaba que los códigos y la jurisdicción especializada
tienen una calidad sui generis por la particularidad de los asuntos y la categoría de
los sujetos litigantes “no son estatutos sin razón conocida; ni hijos de algún afán
de novedades, alocado además, que primero los inventó para luego inventar sus
objetivos y aplicación”. Cuán afortunadas esas enseñanzas magistrales en los
tiempos actuales en que está en grave peligro el benéfico atributo unificador de la
jurisprudencia del trabajo con las posturas a veces políticas de desconocimiento y
de deslegitimación de la trascendencia y la autonomía límite de la judicatura
especial laboral y de seguridad social.

Por lo dicho esta trascendental efemérides, conmemorada precisamente en las


circunstancias más difíciles de la autonomía de la justicia laboral, debe
representar un reconocimiento a sus fundadores y artesanos de esta especialidad
desde el primer nivel hasta la cúspide, y un acto de fe y de respaldo a sus
instituciones y a quienes las aplican, proveniente de quienes abrigamos la
certidumbre del importante papel que han cumplido funcionarios y empleados de
la jurisdicción del trabajo, como modelo de justicia, de juridicidad y de seguridad
jurídica.
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