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Unidad 1: América entre dos culturas.

Introducción.
Según investigadores, el poblamiento americano se inició hace más de 70000 años y la vía de acceso al continente
habría sido el Estrecho de Bering, el cual, al bajar las aguas emergía formando un magnifico paso entre Alaska y
Siberia.
Los protagonistas de este poblamiento eran recolectores y cazadores que abandonaron sus lugares de origen debido
a profundos cambios climáticos que provocaron escasez de alimentos.
La variedad de grupos humanos que fueron habitando el territorio dio lugar a un heterogéneo desarrollo socio-
cultural de las personas.
Había desigualdad en cuanto al desarrollo, por lo tanto, algunos apenas superaban el estadio más primitivo del
desarrollo; otros practicaban una economía de subsistencia llevando a cabo actividades (recolección de frutos, caza,
pesca) que se establecían entre grupos familiares, eran sociedades igualitarias, no existía la propiedad privada y
carecían de organización estatal.
Aquí, se formaron estados; algunos incapaces de formar una civilización regional; y otros más avanzados que
llegaron a formar imperios teocráticos, con estructuras políticas y religiosas muy organizadas, dominio de la
agricultura intensiva, de las técnicas de regadío, de las transacciones comerciales, de las construcciones
monumentales y del arte mágico-religioso. (Mayas, Aztecas e Incas).

Los indios americanos: Sus culturas y su actitud frente a los conquistadores blancos.
Los indios pertenecen a una raza Cáucaso-mongoloide. A menudo aparecen rasgos del tipo humano europeo
(aspecto de su cara y piel blanca). Comprobaron que en los trópicos americanos no vivían negros, esto sucede
debido a la heterogeneidad de las oleadas migratorias y el aislamiento de la población.
Las civilizaciones desarrolladas en América, se mantuvieron separadas entre sí. En algunas regiones se produjo el
ascenso de grandes culturas, mientras que en otras vivían en el salvajismo más primitivo.
Los grandes imperios se fundaron a partir de conquistas guerreras y mantuvieron su cohesión por medio del poder
brutal.
En la época de descubrimientos, la economía de los indios se basaba en varias actividades como recolección, caza y
pesca (pavo, pato, cobaya y perros). Para los europeos, la alimentación en América significo un notable cambio.
En diversas regiones se desarrolló la agricultura, como el maíz, mandioca. Se destacaban como civilizaciones del ocio.
En cambio, las grandes culturas indígenas se han desarrollado sobre la base de los cultivos del suelo, esto fue más
complejo, aumentó el número de las plantas cultivadas y el regadío, el abono de los campos acrecentó la producción
agraria.
Con las grandes culturas indígenas surgieron ciudades compuestas, unas de viviendas y otras de templos. También
las actividades artesanales cobraron gran impulso (cerámicas, tejidos, alhajas, armas y herramientas).
Los mercados exponían una plétora de bienes de consumo y artículos de lujo.
En los grupos primitivos no existía una organización estatal y las comunidades eran formadas por grupos familiares.
Frente a las comunidades indias, se hallaban caciques, este cargo era hereditario pero también podían ser elegidos
por el pueblo. Junto a esas ligas soberanas se formaron verdaderos Estados, que reclamaban el dominio sobre un
territorio y lo imponían por la violencia y por medios administrativos. Así se formaron los imperios de los aztecas y
los incas.
Existía una diferenciación social pronunciada en los imperios inca y azteca. Estaban los hombres libres y los esclavos
y los demás siervos sujetos a prestaciones de servicios.
La religión era diversa entre las diferentes tribus y pueblos de América. En los pueblos primitivos se registraba la
creencia de un ser supremo y la adoración a dioses astrales, a los fundadores de la tribu se les rendía un culto divino,
estaba regida por la creencia en demonios y espíritus, se atribuían diversas especies animales. En cambio, en las
grandes culturas presentaban una multitud de divinidades se concebían cada vez más figuras divinas.
El primer contacto de los españoles con indígenas americanos se produjo en las islas del Mar Caribe, donde
encontraron a los taínos, su complexión física y los rasgos faciales impresionaron agradablemente a los europeos,
Colón los describió como hombres de buena figura, agraciados, carecían de pelo crespo y de piel negra, cutis claro.
Constituían un tipo humano pacifico, vivían en el estadio de una cultura primitiva de plantadores, elaboraban
tejidos, adornos de oro y esculpían en piedra y madera. Creían que los forasteros habían descendido de los cielos,
intercambiaban sus pertenencias por baratijas.
A los caribes, se les conocía como pueblo guerrero y cruel, daban muerte a los hombres y raptaban a las mujeres,
eran descriptos como seres con cara y dentadura de perro. Se mostraron como enemigos de la conquista europea.
En la costa venezolana se hallaban los caiquetíos quienes habían alcanzado un nivel de cultura superior.
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En las costas de Brasil se encontraron con poblaciones primitivas, los tupíes, los botocudos y los bororoes, vivían de
la caza y de la pesca, su atavió consistía en pintarse el cuerpo y pegarse plumas, el canibalismo y la caza de cabezas
eran costumbres de amplia difusión, se alimentaban con el tubérculo de mandioca.
En Colombia se encontraron los chibchas, habían formado una organización estatal y una jerarquía de estamentos,
los caciques parecían disfrutar de poderes sobrenaturales. La economía se basaba en la agricultura. No habían
fundado ciudades y edificación de casas de piedra. Eran caníbales. Desconocían la escritura.

Mayas
La región de la cultura maya comprendía a Guatemala, Chiapas, Tabasco, Yucatán y Honduras, se había disuelto a
mediados del siglo XV.
Existía una sociedad diferenciada ordenada jerárquicamente, cuyo estrato superior lo constituía la nobleza
hereditaria y el clero, y el inferior constituido por los esclavos.
Arquitectura: Eran ciudades populosas con casas de piedra, grandes templos y calles empedradas. Los antiguos
lugares sagrados de los mayas se habían transformado en ciudades residenciales y capitales fortificadas.
Agricultura: El cultivo de plantas alimenticias permitió que la población urbana se dedicara a los diversos oficios
artesanales, al comercio y otras ocupaciones no productivas de alimentos.
Cultura: Desarrollaron una cultura intelectual, poseían una escritura ideográfica, escribían los números hasta el 19 en
forma de puntos y rayas, para números mayores utilizaban el cero. Esto le sirvió para la fijación de su calendario y
para la cronología.
Arte: Las dotes artísticas de los mayas se revelan en el relieve en piedra y en la escultura, así como en la cerámica
ornamentada y esmaltada. No se conocía el uso del metal.
Religión: La religión incluía una muchedumbre de divinidades principales y secundarias, cuyo favor y asistencia se
hacía mediante danzas, sacrificios, preces. Los sacerdotes habían adquirido una gran influencia sobre la vida de los
hombres.

Aztecas
Los aztecas lograron primacía en diversas ciudades de México y extendieron su dominación desde las costas del
Pacifico hasta las del Atlántico, su potencia fue desde 1519 a 1521 cuando fueron conquistados por los españoles.
Este imperio no era una formación estatal unitaria, diversas ciudades conservaban su independencia política. La
administración estatal se hallaba centralizada y burocrática, la organización en tribus había desaparecido por
completo.
La sociedad azteca estaba subdividida en clases: el estamento noble, que eran miembros de la vieja aristocracia
tribal y los nuevos nobles que habían ganado su ascenso por meritos especiales, los sacerdotes y los altos
funcionarios, estos tenían determinados privilegios; otro estrato social era el de los artesanos, que se hallaban
liberados de la actividad agrícola, se transmitía por herencia y se necesitaba capacitación para hacerlo; el pueblo
común, que cultivaba la tierra; y la esclavitud que se podía llegar a serlo por secuestro o cautiverio de guerra o
castigos por delitos, no estaban despojados de todo derecho, sus hijos eran libres.
Agricultura: El sistema milpas es el método más primitivo para el cultivo de maíz, donde se ha calculado que una
familia de cinco personas que labrara un campo de cuatro a cinco hectáreas en 190 días produciría más del doble de
lo que necesitaba para procurarse en sustento. Esto permitió liberar algunos hombres para que se dediquen a la
agricultura.
Arte: Casi todos los instrumentos fueron elaborados con madera o piedra, con los metales preciosos se hacían
aderezos, hacían trabajos con plumas y piedras preciosas y utilizaban cerámica.
Arquitectura: Con respecto a la arquitectura urbana, se caracterizó por los suntuosos palacios de los nobles,
construidos de una sola planta y sin ventanas, con las habitaciones agrupadas en torno a un patio interior. Parques
esplendidos rodeaban los palacios. Las viviendas de la gente común estaban hechas de adobe cocido. Los edificios
más importantes eran las pirámides. También se había desarrollado el arte del relieve de piedra y la escultura.
Religión: La religión azteca contaba con personas divinas en profusión. Los sacrificios humanos ofrecidos a las
deidades alcanzaron entre los aztecas proporciones aterradores. Consideraban que su mundo estaba amenazado por
el infortunio y condenado a la ruina.

Incas
La expansión de los incas comenzó en el siglo XV. Se extendieron por la región andina, centro de Ecuador, Bolivia,
Chile y noroeste argentino.
Para mantener unidos sus dominios, difunden un idioma uniforme en todo el imperio.
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Un poder estatal totalitario combinado con un ordenamiento económico socialista.
Las familias podían disponer libremente su cosecha. Bosques y pasturas estaban a disposición de todos los miembros
de la comunidad. La casa y el patio era propiedad de la familia, para mantener a los sacerdotes y los lugares del culto
se destinaba una superficie cultivable especial, toda la tierra restante pertenecía al inca.
Las sobras de cosechas quedaban en graneros del Estado, los bienes producidos debían entregarse a depósitos del
Estado.
Cultura: La cultura se fundaba en los logros alcanzados por las viejas culturas urbanas.
Agricultura: Una agricultura intensiva mediante el cultivo en terrazas, regadío mediante acequias y la utilización de
abonos.
Arte: Construían herramientas y armas con cobre y bronce. Los tejidos eran de extraordinaria diversidad.
Confeccionaban abanicos y vestimentas de plumas, cerámicas de diferentes estilos.
Arquitectura: entre los edificios descuellan los templos piramidales.
Religión: su religión presentaba una mirada de dioses. Objeto de especial adoración era el dios del Sol, la fiesta solar
en Cuzco era la principal solemnidad religiosa. A los dioses se les sacrificaba seres humanos, pero era infrecuente.

Unidad 2: La organización de América.


Introducción.
La expansión de los españoles a tierras americanas está vinculada a una serie de cambios, comenzó a desorganizarse
la sociedad feudal y se abrieron las puertas de un mundo nuevo, creció la actividad comercial, surgieron los Estados
Nacionales y se produjo un renacimiento en las artes, las letras y las ciencias. El cambio de las mentalidades que se
estaba produciendo en la sociedad no estaba sujeto a los dogmas de la religión cristiana.
En esta nueva concepción del mundo el hombre dejaba de ser un mero ejecutor de los planes divinos, para pasar a
ser el constructor de su propia suerte. No se aceptaban verdades absolutas, todo se cuestionaba y se ponía en duda.
Al llegar los españoles a América se produce un choque de culturas, ya que los españoles van a someter a los
aborígenes y le impondrán su cultura.
El éxito tan rotundo que lograron los españoles sobre los aborígenes se debió a diversos factores: experiencia en
participar en guerras, tenían superioridad en armamentos, la obtención de intérpretes indígenas, el control de jefes
indígenas y el aprovechamiento de las creencias indígenas.
Las zonas más pobladas y organizadas fueron conquistadas más fácil y rápidamente. En cambio, en zonas como el
norte de México o el sur de Chile, tuvieron que enfrentar largas luchas para derrotar a los líderes o jefes de las
bandas existentes.

El Río de la Plata en la economía colonial.


La Península Ibérica en la época de los Reyes Católicos.
A mediados del siglo XV la península ibérica estaba integrada por cuatro reinos cristianos: En el oeste, el reino de
Portugal; en el este, el reino de Aragón; en el noroeste y recostado sobre los Pirineos estaba el reino de Navarra; y
en el centro, de norte a sur, se extendía el reino de Castilla.
El matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón (1469) creó un formidable bloque de poder que pronto
empezó a crecer más allá de sus fronteras. Los Reyes Católicos gobernaron en conjunto los territorios más extensos y
ricos de la península durante las últimas décadas del siglo XV.
La España del siglo XV formaba parte de Europa pero también estaba vinculada con el mundo islámico, con África y
con las islas del Atlántico y con el Viejo Mundo.
Los comerciantes de Barcelona, Mallorca y Valencia estaban presentes tanto en el Mediterráneo como en la Europa
atlántica operando en diversas redes comerciales.
El comercio exterior castellano se desarrolló junto con las peregrinaciones religiosas que se dirigían al sepulcro de
Santiago en el extremo noroccidental de la península.
Hacia el siglo XV las relaciones comerciales estaban muy desarrolladas, las ferias integraban el comercio interior y
exterior de Castilla.
Castilla era una de las principales productoras de la lana en bruto que abastecía a las manufacturas textiles de
Europa occidental. La producción de lana y su comercialización se convirtieron en los elementos más importantes de
la economía castellana en el siglo XV.
Gran parte del hierro se exportaba a cambio de los alimentos que escaseaban en el interior montañoso, localmente
se producían cuchillos, implementos agrícolas, anclas y armas. Los astilleros de la costa vizcaína, además del hierro,
contaban con depósitos de maderas buenas para la construcción de las embarcaciones que navegaban por las rutas
marítimas.
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Los productos del sur de Castilla (sal, cereales, granos, aceite de oliva, lana, seda, vino) generalmente navegaban
hacia la península itálica. Las cargas del retorno se integraban con manufacturas italianas, especias y otros productos
orientales que los italianos obtenían de este.
Los metales preciosos y la ocupación del espacio.
Las tierras altas de México y Perú estaban habitadas por poblaciones densas con una organización social compleja y
en esas mismas regiones se encontraron los yacimientos de metales preciosos, la mercancía americana más buscada
por los europeos de la época.

La producción de plata, el comercio ultramarino y la configuración del espacio peruano.


El primer auge minero del Nuevo Mundo se produjo en el Caribe y estuvo relacionado con el oro. No se trataba de
verdaderos yacimientos, sino placeres que producían una riqueza considerable de una sola vez. Con un equipo
sencillo y escasa capacidad técnica era posible cavar en la arena o bien cernir el agua de los torrentes que bajaban de
las montañas para encontrar pequeñas partículas de oro. Año más tarde se encontraron yacimientos de oro en
México, América Central, Nueva Granada, Chile central y Perú.
No había concluido aún el ciclo del oro cuando hacia 1530 se descubrieron en las cercanías de la ciudad de México
los primeros yacimientos de plata de Nueva España, las ricas minas de Zacatecas, Guanajuato y Sombrerete, y en la
región de Charcas.
La plata, a diferencia del oro, solo se encontraba en bruto, siendo lo más común hallarla combinada con otras
sustancias. En consecuencia, el proceso de extracción y refinación de la plata requería considerables inversiones de
capital en herramientas, tecnología y materias primas, así como el empleo extensivo de mano de obra.

El sistema comercial español: la carrera de Indias.


El primer flujo comercial desde España hacia América se relaciona con el oro, y cuando esa etapa se agotó, la corona
dedico sus mayores esfuerzos a la minería de la plata. Las minas constituyeron el motor básico de la actividad
económica. El comercio con las Indias estaba reservado únicamente a los súbditos de la monarquía española y la
exclusión de cualquier otro país o Estado se basaba en el derecho adquirido por la prioridad del descubrimiento y la
conquista.
Hasta mediados del siglo XVI la navegación atlántica se practicaba en navíos aislados sin ningún tipo de protección y
no existían comunicaciones regulares.
La “flota” debía zarpar en la primavera con destino a Veracruz para abastecer de productos europeos a Nueva
España. Los “galeones”, así llamados porque los barcos navegaban escoltados por una armada real compuesta por
navíos de guerra, partían en el verano con destino a Nombre de Dios para surtir al Virreinato del Perú y a todos los
otros territorios de la América del Sur española. En Veracruz y en Portobelo los comerciantes de ambas márgenes
del Atlántico intercambiaban mercancías europeas por la plata americana y algunos productos de menor valor.
Los territorios americanos que se estimaban emplazados a grandes distancias de los puertos principales de la carrera
de Indias eran abastecidos por buques que navegaban solos, los “navíos de registro”. Estos partían de España con
una licencia especial de la corona y viajaban a cualquier puerto de mar del territorio americano. Había otro tipo de
navío que surcaba el Atlántico entre España y los puertos coloniales. Se trataba del “aviso” o buque correo, eran
embarcaciones pequeñas y rápidas que zarpaban siempre que fuera necesario con la misión de llevar la
correspondencia oficial, transportar funcionarios y también informaciones relativas a las flotas, anunciando la fecha
de salida y llegada de las mismas.

La minería de la plata en el espacio peruano.


La plata producida durante las primeras décadas posteriores al descubrimiento del yacimiento fue obtenida por
trabajadores nativos enviados al mineral por los conquistadores españoles y utilizando los métodos de extracción y
refinación conocidos durante el incario.
Un grupo de trabajadores indios de Potosí llamados yanaconas, fueron los primeros trabajadores en el cerro de
Potosí fueron enviados allí por los españoles con la obligación de producir media kilo de plata fina por semana para
sus amos, mientras que podían retener para si lo que excediese esa cantidad. Entre 1550 y 1560 el número de
yanaconas aumento notablemente. El precio pagado por el yanacona era la entrega al español del mineral más rico
apto para la función mientras que el menos rico se lo quedaba para sí. Usaban sus propias herramientas e insumos,
realizaban las obras necesarias y contrataban a otros trabajadores indios, algunos de los cuales pueden haber sido
indios de encomienda.

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Los indios de encomienda presentes en Potosí no estaban familiarizados con las actividades mineras y solo podían
realizas las tareas más sencillas. Muchos de estos migrantes eran contratados por los yanaconas para transportar el
mineral desde el interior de la mina.
A mediados de 1560, a medida que se agotaban los minerales más ricos, los mineros yanaconas abandonaban Potosí
para ir a trabajar en las haciendas de españoles que producían los alimentos demandados por los núcleos urbanos
del espacio. Otros permanecieron en la ciudad para dedicarse a otras actividades.
En los Andes centrales los españoles fueron deudores de la tecnología indígena, que había desarrollado la fundición
de plata por el método de wayra, adecuado para refinar los minerales de los depósitos extremadamente ricos de la
superficie. Una vez extraído el mineral de la montaña era necesario triturarlo con un canto rodeado de base curva,
después las piedritas se fundían en un pequeño horno de arcilla o piedra con forma cónica o piramidal.
El proceso de refinación de plata por amalgama con mercurio permitía refinar con bajos costos los minerales de baja
ley que abundaban en los Andes, pero su implementación requirió importantes inversiones de capital tanto en
maquinarias como en infraestructura, además del empleo excesivo de mano de obra. El mineral de plata se extraía
de la mina y después se trasladaba a la refinería donde era triturado hasta quedar reducido al tamaño de granos de
arena. Una vez triturado, el proceso de amalgama se realizaba en un patio pavimentado en piedra y en algunas
ocasiones techado. Allí se depositaba el mineral, se lo humedecía con agua, se añadía sal y a continuación se
agregaba el mercurio. Durante cuatro o cinco semanas la masa así formada era agitada y removida diariamente por
los trabajadores indígenas para favorecer el proceso químico. Pasado ese tiempo la masa se lavaba, para ello se la
introducía en una tina por donde se hacía pasar agua de forma que arrastrase las impurezas, quedando depositada
en su interior la pella o amalgama depurada. La pella se envolvía en un saco de lienzo que primero se retorcía y
luego se sometía a la acción del calor para separar los restos de mercurio. Al final del proceso se obtenía la piña de
plata pura.
La minería de la plata alto peruana genero efectos profundos en la economía de una extensa porción de la América
del Sur. Las producciones de las regiones vecinas a la ciudad de Potosí eran insuficientes para abastecer las
crecientes necesidades de la ciudad en alimentos, ropa, combustibles e insumos para la minería. La consecuencia fue
la incorporación de extensos territorios en la órbita económica del centro minero.
Hacia 1570 ya habían comenzado los primeros envíos a Potosí de tejidos, cera y miel desde Santiago del Estero. En la
década siguiente, desde la jurisdicción de la ciudad de Córdoba se exportaban textiles de algodón que provenían de
la actividad domestica urbana o de los telares de los pueblos de indios y en la de 1590 la existencia ganadera de la
región cubría las necesidades del consumo local y generaba un excedente que le permitía enviar ganado en pie al
mercado alto peruano y sebo a Brasil. Hacia fines del siglo comienzo a desarrollarse la cría de mulas.
La principal preocupación para los comerciantes establecidos en Buenos Aires, así como para aquellos que estaban
de paso en la ciudad, residía en su participación en la riqueza potosina. Eran las regiones productoras del Perú, el
Tucumán y el Paraguay las que obtenían mayoritariamente la plata potosina a cambio de la exportación de sus
excedentes agrarios y manufacturados. Entonces los comerciantes porteños o los que llegaban al puerto debían
vender los esclavos africanos y las manufacturas europeas en las regiones que previamente habían abastecido a
Potosí.

Producciones regionales, mercados y frutas comerciales.


Desde fines del siglo XVI, la ciudad de Tucumán se especializo en la producción de carretas que circulaban por los
caminos, fue utilizado para el transporte de mercancías y de pasajeros. La carreta como medio de transporte y carga
empezó a utilizarse a fines de 1570 y su uso se generalizo en el siglo siguiente.
En Córdoba el incremento en la elaboración de tejidos rústicos se vio favorecido por la existencia de mano de obra
indígena, la expansión de los rebaños de ovejas y la demanda del mercado minero. Los tejidos cordobeses
encontraban salida en Potosí, Asunción y Santa Fe, donde eran cambiados por vino y azúcar.
Las indígenas que servían en las viviendas de los españoles, además de las tareas domésticas, también se ocupaban
del tejido de bayetas, ropa de lana, sobrecamas, etc. Estas manufacturas eran utilizadas para las necesidades de la
familia.
El obraje textil colonial era una unidad productiva que concentraba bajo un mismo techo a numerosos trabajadores
que realizaban las distintas etapas de la producción textil. Allí se elaboraban telas, lienzos, sombreros, sobrecamas,
orientados hacia el consumo de los sectores de la sociedad con escaso poder adquisitivo.
La producción de mulas en la campaña cordobesa conoció un desarrollo similar a la del ganado vacuno para
constituirse en el sector dominante de las exportaciones cordobesas.

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La producción y el comercio de mulas de Córdoba se combinaban con la importación de mercancías europeas. En el
norte las mulas eran cambiadas por metálico para pagar las importaciones de Buenos Aires y también por efectos de
Castilla y de la tierra que se vendían en la propia jurisdicción o en otros lugares.
En Catamarca y La Rioja se elaboraban vinos y aguardientes que abastecían el consumo local y ocasionalmente
llegaban a mercados cercanos. En la región de Cuyo la viña se constituyó desde los primeros momentos de la
colonización española en su principal fuente de riqueza.
Los tejidos rústicos de algodón de la producción doméstica de Catamarca se consumían en distintos puntos del
interior y también en el litoral.
En el litoral ponían en movimiento una variedad de productos tales como azúcar, vino, cera, tabaco o algodón en
rama y yerba.
La ciudad de Buenos Aires había sido excluida del sistema comercial implementado por la corona. Por su parte, la
corona necesitaba promover la subsistencia de los vecinos de la ciudad y por eso se otorgaron autorizaciones para
exportar harina, cecina y sebo, y para importar manufacturas extranjeras y azúcar.
En el siglo XVI llegaban grandes navíos portugueses, holandeses y españoles directamente desde Europa. Los
productos importados consistían en azúcar y aguardientes, esclavos, hierro, papel y manufacturas europeas.
La posibilidad de acceder al mercado potosino y las importantes ganancias que podían obtenerse por las diferencias
entre los precios en Brasil y España y los de Potosí alentaron la presencia del comercio directo o contrabando en
Buenos Aires. Este se realizaba en la forma de arribadas forzosas, es decir, de los navíos que reclamaban el derecho
de entrar en el puerto para cobijarse de los azares de la navegación.
Durante el siglo XVII las preocupaciones de la corona con respecto a la permanencia y subsistencia de Buenos Aires
motivaron el establecimiento permanente de funcionarios reales de una guarnición militar. El conjunto era
sobredimensionado para las posibilidades demográficas y económicas de la ciudad y solo podría sostenerse con una
comunicación regular con el exterior. Así, la corona debió recurrir a la autorización de los navíos de registro para
sostener al puerto y al aparato estatal. Estas embarcaciones navegaban fuera del sistema de las flotas y los galeones
y debían obtener la autorización de la corona y nunca abandonaron el carácter de prerrogativa real.
La segunda mitad del siglo presenta una cierta expansión, la producción yerbatera paraguaya se expande al espacio
peruano, incremento en la cantidad de mulas en Córdoba.

La atlantización de la economía y las reformas imperiales.


El siglo XVIII se inauguró en España con la llegada al trono de los Borbones. La nueva dinastía implementara una serie
de reformas destinadas a modernizar el país. En los documentos de la administración borbónica aparece diseñado
un modelo económico, el de un complejo España-América que hará posible un progreso conjunto en beneficio de la
metrópoli. Se trataba de dar un nuevo contenido a las colonias con el fin de adaptarlas a las nuevas necesidades y
ellas debían colaborar con el desarrollo metropolitano. Los reformadores proponían acelerar el ritmo del
crecimiento económico a través del poder español y de los ingresos del Estado.
En 1717 se trasladó la Casa de Contratación de Sevilla a Cádiz y se estableció un servicio de avisos o buques correos
con el fin de mantener una comunicación regular entre España y sus dominios americanos. Finalizada la guerra entre
España e Inglaterra, la corona oscilo entre los intentos de restaurar el sistema de flotas y galeones y las vacilantes
aproximaciones al nuevo sistema. El Real Proyecto fue un intento de regularizar las relaciones comerciales entre
España y las Indias.
El ritmo de las reformas comerciales se intensifico para culminar con la sanción del “Reglamento y aranceles reales
para el comercio libre de España a Indias” en 1778. Este reunía todas las disposiciones emitidas en los años
anteriores, ampliaba el número de puertos habilitados en España y en América, simplificaba el sistema tributario
manteniendo solo los derechos de almojarifazgo y alcabala. Los objetivos eran proporcionar la combinación de
libertad y protección de fomentaría la colonización de territorios vacíos o escasamente poblados, eliminar el
contrabando, generar el aumento de los ingresos aduaneros y una expansión del volumen del comercio.
Los cambios en el sistema comercial se completaron con reformas fiscales, que incluían una simplificación de los
derechos que debían pagar las mercancías al salir de los puertos españoles y un nuevo sistema en la recaudación y
administración de las cargas impositivas que desde entonces estuvieron a cargo de los oficiales reales.
En el territorio americano las reformas se concentraron en defender las posesiones de las agresiones extranjeras y se
completaron con una serie de reformas administrativas.

El sistema fiscal colonial.

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En la España del siglo XVI coexistían jurisdicciones fiscales paralelas, además, los reinos, las ciudades, las villas, la
Iglesia y la nobleza defendían sus derechos a la exención fiscal concedidos por la corona durante las distintas etapas
de la reconquista.
El sistema fiscal establecido en la América española trato de evitar esos condicionamientos. La Real Hacienda
aseguro a la corona una parte de las riquezas producidas en sus posesiones ultramarinas y los impuestos recaudados
en las Indias sirvieron para pagar todos los costos de la defensa y la administración de las colonias.
Los ingresos de los impuestos americanos enviados a España pagaron parte de los costos de las guerras europeas,
del mantenimiento de la corte, de la construcción de palacios y conventos en la península.
La unidad del sistema fiscal colonial era la caja real, oficina responsable de la recaudación y el registro contable de
los ingresos provenientes de los impuestos.
Los impuestos eclesiásticos también ingresaban en las cajas reales.
Las reformas borbónicas implementadas introdujeron algunos cambios en las técnicas recaudatorias.

Continuidad y recaudación en el Río de la Plata.


Hacia 1740 las regiones de Tucumán, Cuyo, Paraguay y Río de la Plata orientaran sus producciones hacia la ciudad-
puerto de Buenos Aires en la medida en que esta participa en los beneficios de una de las corrientes ilegales del
metálico alto peruano.
En la etapa que se inicia en 1760 el análisis de las exportaciones de cueros y de metales preciosos, incluyendo el
comercio legal, el contrabando y el trafico intercolonial, muestra que los metales preciosos acumulados en el puerto
de Buenos Aires a través de los intercambios regionales y las transferencias de las cajas reales constituyeron entre el
90% y 85% de las exportaciones.
Entre las manufacturas europeas importadas predominan los textiles durante todo el periodo y después de 1780 los
vinos y aguardientes.

Buenos Aires y el comercio de esclavos.


En el Nuevo Mundo la esclavitud africana prosperó únicamente en las regiones con población nativa escasa o
dispersa y en aquellas donde la drástica caída de la población aborigen obligo a los europeos a emplear formas de
trabajo alternativas en sus empresas.
El sistema de introducir esclavos en América fue abandonado a fines del siglo XVI cuando la corona acudió al asiento.
El asiento era un contrato monopólico por el cual el beneficiado se comprometía a introducir cierta cantidad de
esclavos por un determinado número de años en un puerto americano. Este sistema permitía evitar el contrabando y
obtener el máximo beneficio fiscal.
En 1534 la corona concedió el primer permiso real para introducir esclavos en la zona del Río de la Plata. En 1595, y
respondiendo a los pedidos de esclavos por parte de los colonos, se firmó el primer asiento con un comerciante
portugués para traer cultivos africanos al puerto de Buenos Aires.
Un recurso común durante el siglo XVII era que los barcos esclavistas entraran al puerto de Buenos Aires
manifestando una arribada forzosa para realizar reparaciones antes de seguir viaje. Mientras se arreglaban las
embarcaciones se desembarcaba la carga de esclavos.

Buenos Aires, el interior y el comercio atlántico.


El comercio atlántico en el puerto de Buenos Aires seguía dependiendo de la capacidad de la ciudad para atraer la
corriente de metales preciosos que se producían en el lejano interior del espacio.
Potosí confirma su posición como gran centro minero cuya producción atrae a los comerciantes del conjunto del
espacio peruano que acuden a su mercado con el objetivo de trocar sus mercancías.
Las mercancías comercializadas eran efectos europeos en general y esclavos pero también efectos de la tierra como
yerba mate, sebo, cueros curtidos, productos de talabartería, botas, textiles de algodón. La contrapartida chilena de
los productos importados se integraba con cobre en barra y manufacturado, metales preciosos, jarcias, hilos y sogas.
En Salta el comercio de mulas para abastecer la demanda de animales de carga del Alto Perú adquirió un volumen
considerable.
La ciudad de Tucumán se vio favorecida por la expansión de los intercambios mercantiles durante el periodo colonial
tardío. La producción de su ebanistería y las carretas que allí se fabricaban abastecían las necesidades crecientes del
transporte de mercancías.
En la segunda mitad del siglo XVIII Córdoba siguió vendiendo sus mulas y ganado en pie en las ferias de Salta y Jujuy.
El comercio de mulas cordobesas es floreciente durante el periodo.

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Córdoba siguió trayendo los tráficos de vinos, aguardientes y frutas secas originados en la región de Cuyo como los
caldos y los tejidos rústicos de algodón que se producían en La Rioja y Catamarca.
También en esta época, se reflejó de manera ambigua la producción de vinos y aguardientes de la región de Cuyo.
Las exportaciones de vino mendocino no sufrieron contracción alguna, en tanto que las de aguardiente sanjuanino
muestran un claro crecimiento.
Santa Fe estaba orientando su economía hacia la producción de ganado vacuno.

Unidad 3: Revolución e inicio formación Estado Nacional. (1810-1853)


Introducción.
Las causas que provocaron los movimientos de emancipación de las colonias americanas que se encontraban bajo el
dominio de España son la invasión francesa a España y la destitución del monarca Fernando VII.
Los principales conflictos que enfrentaban a los propietarios americanos con las autoridades españolas, se
originaban en la negativa de la Corona de permitir el acceso de los americanos a los cargos más importantes del
gobierno y en el mantenimiento del monopolio comercial.
Grupos de vecinos de la ciudad de Buenos Aires habían comenzado a organizarse con el objetivo de hacerse cargo
del gobierno. Los revolucionarios se hallaban convencidos de que los americanos tenían el mismo derecho que los
españoles peninsulares para decidir la forma de gobierno que más le conviniera.
La inestabilidad política fue una característica de los nuevos gobiernos, ya que se estaba organizando el nuevo
Estado y no pudo concretarse un acuerdo sobre la forma de gobierno a adoptar. La guerra por la independencia
contribuyo a la inestabilidad pues las necesidades de la guerra llevaron a los gobiernos revolucionarios a buscar
diferentes formas de obtener recursos.
Las guerras provocaron la desorganización de los circuitos comerciales vigentes hasta 1810. Los circuitos comerciales
se destruyeron como consecuencia de saqueos, lo que provoco un mayor aislamiento de las regiones del interior y
acentuó la fragmentación del territorio.
Desde los primeros gobiernos patrios existieron diferentes opiniones respecto de la organización del gobierno. En
1816, el congreso General Constituyente reunido en Tucumán que además de declarar la independencia de las
Provincias Unidas del Rio de la Plata, tenía como objetivo decidir sobre la forma de gobierno a adoptar.
En 1819 se sanciono una Constitución que por establecer una forma de gobierno centralista, fue rechazada por las
provincias quienes defendían la forma federal de gobierno. El conflicto termino en un enfrentamiento armado en la
batalla de Cepeda (1820), que provoco la disolución del Directorio.
A partir de este momento, los gobiernos provinciales reasumieron las atribuciones que habían cedido al gobierno
central del Directorio y se avocaron a su reorganización interna.
Los dirigentes revolucionarios plantearon la necesidad de dictar nuevas leyes, no solo para ejercer el gobierno sino
para manejar la economía.
En 1826 habrá otro intento de organización centralista del país, cuando el Congreso Nacional dicta la ley de
presidencia por la cual se designaba a Rivadavia como presidente de la Republica, decidiéndose además la
federalización de Buenos Aires. Derrotado este último intento centralista comienzo el ascenso del federalismo que
con Rosas a la cabeza se mantendrá hasta la caída de este en 1852.

Del mercantilismo a la libertad: Las consecuencias económicas de la independencia argentina.


Comercio.
La economía de Buenos Aires se vio favorecida por la desaparición de regulaciones coloniales que obligaban a
comerciar a través de España y de un sistema fiscal cuya complejidad trataba y desalentaba la actividad productiva.
Pero al mismo tiempo el estado español proveía a las diferentes partes del virreinato a un costo que pronto se
revelaría no demasiado exagerado el servicio que se espera de un estado: protección, en su doble faz de seguridad y
justicia. La disolución del estado español en el Río de la Plata produjo el surgimiento de nuevos proveedores, sin
embargo, fue mucho más discutida y menos amplia.
De una economía que a fines del siglo XVIII estaba basada en la exportación de plata alto peruana, en las décadas
posteriores a la independencia se pasó a otra basada en la exportación de productos pecuarios de la pampa
bonaerense. La producción de plata alto peruana cayó durante la guerra de la independencia en una larga crisis de la
que no consiguió recuperarse. Más aun, como resultado de la guerra de la independencia, el Alto Perú quedo
separado de su antigua capital y envuelto en un larguísimo periodo de inestabilidad institucional.
Córdoba dejo de exportar frazadas para pasar a exportar cueros; San Juan y Mendoza se volcaron hacia la ganadería,
y cuando el ferrocarril puso a su alcance el mercado porteño, nuevamente vinos.

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Tierras y producción.
La mayor consecuencia de la independencia fue liberar las fuerzas productivas de Buenos Aires. La exportación de
cueros había crecido en las últimas décadas del siglo XVIII, produciendo una moderada expansión de la ocupación
territorial.
La incorporación de nuevas tierras a la producción se produjo dentro de las modalidades coloniales en uso a fines del
siglo XVIII y comienzos del siglo XIX: ocupación de tierras realengas, composiciones y mercedes. Esas modalidades no
cambiaron inmediatamente después de la independencia.
En 1830 las propiedades están todavía insertadas en un mar de tierra pública y muestran un marcado contraste en
sus dimensiones a medida que se internan tierra adentro.
La extensión del área productiva se triplico entre 1800 y 1860, al tiempo que aparecen factores que impulsan la
definición de los derechos de propiedad. La tierra paso a manos privadas a partir de 1836.
Los trabajadores rurales, los peones, no vieron demasiados cambios en sus tareas hasta la aparición del ovino. Las
tareas agropecuarias estaban determinadas por las necesidades estacionales de la producción. A fines del siglo XVIII
la producción de granos y de bienes pecuarios demandaba mano de obra en distintas estaciones, pero no ofrecían
empleo continuado. La producción de granos, localizada en las inmediaciones de la ciudad de Bs. As., ofrecía trabajo
a los desocupados urbanos, más próximos que la dispersa población de la campaña. Escasez y abundancia de mano
de obra deben de comprenderse en ese contexto: la queja de los productores acerca de la inestabilidad de la mano
de obra era reflejo de la capacidad de esa economía de generar un empleo estable.
La expresión de la ganadería vacuna acentuó las características estacionales de la producción y por lo tanto de la
demanda. Al mismo tiempo, esa expansión estaba atrayendo hacia la campaña cada vez más población. Periodo de
escasez y abundancia de mano de obra se sucedían estacionalmente. La inhabilidad de la economía rural de proveer
de trabajo permanente a la población de la campaña se veía compensada por una institución también común a todas
las economías agrarias.
Las tareas rurales no sufrieron transformaciones con la expansión de la ganadería vacuna, esta tuvo dos importantes
consecuencias laborales. Por un lado, la demanda de mano de obra se encontraba dispersa en un territorio cada vez
más amplio y, por otro lado, ella estaba localizada cada vez más lejos de la ciudad de Bs. As.
La expansión del ovino introdujo, décadas las tarde, nuevas formas de trabajo rural y por lo tanto nuevas relaciones
laborales. El ovino proveían empleo todo el año a una cantidad mucho mayor de trabajadores que el vacuno.

Moneda y crédito.
En Buenos Aires, aparecieron formas modernas de organización económica que contribuyeron a la movilización de
los factores productivos. La creación de instituciones de crédito público y privado y la sustitución de la moneda
metálica por el papel moneda fueron los principales rasgos de esa modernidad.
Aunque el Estado mantenía el monopolio de la acuñación monetaria, ella no le daba libertad para cubrir los gastos
de emisión, la moneda era moneda física, que valía como medio de cambio por el valor de mercado del metal que
contenía. La capacidad del Estado de hacer frente a sus gastos estaba limitada por la capacidad de producir moneda
o de conseguirla a través de la recaudación de impuestos.
La independencia produjo grandes cambios monetarios y financieros como la desaparición de los ingresos remitidos
por las cajas alto peruanas para mantener a la administración virreinal.
En 1813 el gobierno emitió Pagares Sellados, esto era demasiado imperfecto por el riesgo que implicaban y por la
sobreoferta, circulaba con descuento y su demanda está limitada al importante pero al fin de cuentas reducido
número de importadores que podían usarlos para el pago de derechos.
La reforma tributaria de 1821 tuvo por objeto eliminar impuestos que las transformaciones de la primera década
revolucionaria había tornado obsoleto y establecer otros de recolección más simples.
Los billetes de banco fueron libremente convertibles entre 1822 y 1826. En esta última fecha se suspendió la
convertibilidad de los billetes y poco tiempo después adquirieron curso forzoso.
La inflación fiduciaria fue el nuevo instrumento financiero del gobierno de Bs. As. Durante la guerra con el Brasil. El
crédito público no estaba tan bien establecido como para hacer frente a una emergencia catastrófica. La devaluación
del medio de pago produjo consecuencias como la destrucción del mercado financiero donde el único instrumento
eran títulos cuyo valor nominal se desvalorizaba al ritmo de la moneda.
El Banco de Buenos Aires había sido creado por los comerciantes de la plaza, criollos y extranjeros; el Banco
Nacional.
La desvalorización de la moneda introdujo incertidumbre en los contratos. El gobierno se convirtió en el principal
factor de inestabilidad. En 1826 al suspenderse la convertibilidad de los billetes del banco se produjo una

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desvalorización de los billetes respecto de su valor nominal en metálico. Los contratos no debían sufrir las
consecuencias de tal desvalorización.

Conclusión.
La independencia dejo en la economía de Buenos Aires huellas más profundas que en las economías del interior. La
inestabilidad política que siguió a la desaparición del poder español tuvo allí como consecuencia el desorden social y
el desaliento de las actividades productivas.
El sistema de explotación basado en el monopolio comercial condenado por Mitre había impuesto produjo en
Buenos Aires crecimiento económico y estabilidad política; y en el interior, estancamiento e inestabilidad. La libertad
triunfo en Buenos Aires y arrastro al resto del país.

El comercio y las finanzas públicas en los Estados provinciales.


No existieron luego de la Revolución un Estado, un gobierno ni una economía de carácter nacional. Fue a partir de la
década de 1820 cuando comenzó a configurarse un nuevo orden estatal a través de la gestación de Estados
provinciales, que a partir de 1831 conformaron una Confederación de provincias. Por ello, durante esta época los
grupos dirigentes de cada provincia pudieron organización la vida política y socioeconómica de sus respectivas
localidades.
Mientras algunas provincias experimentaron importantes transformaciones en sus patrones de desarrollo
económico, en sus nexos mercantiles y en sus esquemas financieros, otras, en cambio manifestaron una limitada
reestructuración, manteniendo una orientación de una economía similar a la de los tiempos coloniales.

La tradición comercial y financiera rioplatense.


Los bienes que se ofrecían en los mercados coloniales incluían productos elaborados en el continente europeo y en
el americano, la mayor parte de las necesidades se cubrieron con las mercancías originadas en el territorio del
“Nuevo Mundo”.
Este espacio económico regional se mantuvo integrado a lo largo de la época colonial.
Esta vitalidad en los tráficos mercantiles posibilito la consolidación de los negocios en el territorio rioplatense,
alimentando el crecimiento de las producciones locales y el enriquecimiento de los productores y comerciantes que
operaban en los mercados americanos.
Luego de la Revolución de 1810, aquel conjunto de vínculos comerciales y financieros que unía el territorio virreinal
comenzó a agonizar, para luego casi desaparecer.
Luego de 1810, el Estado revolucionario se quedaba sin recursos financieros, mientras que su economía sufría la
alteración de los patrones mercantiles que daban vida a sus producciones, afectando los capitales de comerciantes y
hacendados.
Pero en aquella primera década posrevolucionaria no todo aparecía tan desfavorable, algunas economías
comenzaban a encontrar un nuevo tumbo, que consistía en fortalecer a través del libre comercio, decretado en
1813, una acelerada inclusión de las producciones rurales rioplatenses en la economía atlántica.
En 1820, cuando la Independencia rioplatense estaba asegurada, quedaron planteados nuevos desafíos. Al tiempo
que, por los diversos tipos de producciones que tenían las regiones rioplatenses y por su posición con respecto al
mercado atlántico, no todas ellas estaban en condiciones de aprovechar de igual manera las nuevas oportunidades,
por lo cual este nuevo rumbo que ofrecía el mercado ultramarino no era viable para todas. Por eso dentro de este
nuevo universo de posibilidades solo algunas economías pudieron encontrar nuevos beneficios, mientras que otras
se limitaron a reconstituir sus antiguas vinculaciones.

Espacios económicos bifrontes.


Orientación bifronte: Las provincias de Argentina luego de la Revolución tuvieron una orientación bifronte, por un
lado estaban las economías vinculadas con el mercado atlántico y por el otro, economías vinculadas con el mercado
local y regional.
A partir de la segunda década del siglo XIX la economía ganadera de Buenos Aires inició un ciclo de crecimiento en el
mercado atlántico.
En beneficio a ese crecimiento el Estado bonaerense pudo afrontar los gastos de la etapa revolucionaria. Los
ingresos aduaneros pasaron a ser el sostén de la política fiscal.
Las provincias, luego de la independencia, tuvieron comportamientos distintos:
El territorio bonaerense-litoraleño fue el más beneficiado. Esta zona se volcó con éxito hacia la economía atlántica.
Los porteños defendían libertad de comercio de su puerto.
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Pero para el resto de las provincias del Litoral las cosas no cambiaron tan rápidamente.
En Buenos Aires empieza el proceso de expansión de la frontera rural, esto permitirá incrementar la producción y
proveer al mercado urbano mayor cantidad de cueros, sebo, carne salada, lana y cereales. Sin embargo esto no
alcanzo para obtener una balanza comercial positiva.
Entre Ríos tuvo una evolución más retardada a la porteña. Esta provincia aportaría al mercado atlántico cueros
vacunos, carne salada, sebo y lana.
Los esfuerzos de Santa Fe al mercado atlántico (entre 1820 y 1840) no fueron tan exitosos, recién a partir de 1870
logró ser una de las provincias más favorecida dentro del desarrollo económico de la Argentina.
Corrientes tenía una economía bastante diversificada. Durante los primeros años de la Revolución, la producción de
yerba y tabaco habían tenido acceso al mercado rioplatense, pero luego del bloqueo comercial al Rio de la Plata, la
competencia de los productos brasileños comenzó a perjudicarlos notablemente.
El gobernador correntino Pedro Ferré realizó duros reclamos al gobierno de Buenos Aires por usurpar las rentas
nacionales.
A pesar de los acuerdos alcanzados entre las provincias con la firma del Pacto Federal, la pelea por la libre
navegación de los ríos continuó presente en los enfrentamientos que mantuvieron los correntinos con Buenos Aires.
El intercambio comercial de Tucumán estuvo muy ligado al mercado atlántico, pero sin perder sus vínculos con los
mercados chilenos y boliviano.

Las finanzas públicas.


La caída del orden colonial quitó al Rio de la Plata de los recursos fiscales que ofrecía la minería alto peruana. La
aduana se fue transformando en el principal proveedor de recursos pero sin lograr compensar los ingresos que
recibían desde Potosí.
Se recurrió a tomar recursos de las contribuciones forzosas y prestamos de la caja fiscal de Buenos Aires para cubrir
el déficit.
A partir de 1820, cuando terminaron las luchas por la independencia, se promulgaron nuevas leyes de aduana, de
recaudación impositiva y de emisión monetaria.
El gasto público se concentró en el aparato militar y en estructura administrativa de las provincias.
En Buenos Aires, el puerto brindaba los impuestos de las importaciones. Desde 1830 hubo momentos de sobresaltos
financieros relacionados con el bloqueo al puerto de Buenos aires. En estas circunstancias el gobierno recurrió a la
emisión de moneda papel.
Las finanzas correntinas muestran un progreso, al lograr aumentar el ingreso y manejar el gasto dentro de los límites
impuestos por su recaudación fiscal sin déficit durante un largo tiempo. Mantuvo una política proteccionista con
limitaciones en las importaciones de productos que se elaboraban en la provincia. No se endeudo interna ni
externamente.
El gran gasto para equipar dos ejércitos militares terminaron malgastando la inversión pública y produjo el
endeudamiento del Estado provincial.
Buenos Aires y Corrientes lograron con mayor éxito en la recaudación fiscal. En cambio Entre Ríos, Córdoba, Santa Fe
y Jujuy tenían tendencia a acumular déficit y algunas tuvieron que recurrir al endeudamiento.
Conclusión: La organización de las finanzas provinciales luego de 1820 (salvo Buenos aires), dejó a los gobiernos
provinciales en una situación muy precaria, ya que los recursos recaudados fueron ineficientes para sostener la
administración de la provincia.

Nueva historia de la Nación Argentina.


Ideas económicas.
En 1810, en los periódicos de Vieytes y de Belgrano, se proclamaba a la agricultura y al comercio como fuente de
riqueza.
García insistía en que los metales preciosos por si mismos no aseguran la riqueza de un Estado, solo se alcanzaría
mediante el desarrollo de la agricultura, junto al de la industria que transforme sus productos.
Los documentos oficiales permitían el libre comercio pero con medidas proteccionistas (para proteger los intereses
de los comerciantes) y condicionadas a las necesidades fiscales.
Filangieri criticaba a los partidarios de los aranceles protectores, por creer que el aumento de precios de los
productos del exterior era el único recurso para elevar la industria nacional y de impedir que salga dinero afuera.
Cristóbal criticaba los efectos del librecambio.
En 1817, el mismo periódico admite que agricultura, comercio y manufactura son las tres grandes fuentes de
riqueza, y que la agricultura es la mayor de las tres.
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La Gazeta (en el mismo año), critica el error de considerar a los metales preciosos como la verdadera riqueza de un
pueblo y encareciendo el fomento de la agricultura, de la industria y del comercio. El Argos, también, decía que la
verdadera riqueza de un país consiste en su producción y no en el metálico que circula.
La orientación hacia el liberalismo económico fue apoyada desde la prensa, sobre todo por el oficialista Argos.
Es notorio el conflicto entre el liberalismo y el proteccionismo, conflicto que alcanzó su mayor intensidad en los
enfrentamientos del Litoral con Buenos Aires en 1830.

El fundamento teórico del conflicto Litoral-Buenos Aires: Liberalismo, proteccionismo, nacionalismo económico.
En 1830 se originó una nueva crisis entre el librecambio (Buenos Aires) y el proteccionismo (Litoral), protagonizada
por los representantes de Buenos Aires y Corrientes. Los problemas que más sobresalían eran: sobre la navegación
de los ríos, la regulación del comercio exterior y la permanencia de las rentas de la aduana en Buenos Aires.
Las críticas de muchos sectores del Litoral e Interior era la política librecambista que Buenos Aires imponía al resto
del territorio rioplatense, por el control sobre la navegación de la cuenca del Plata y sobre el comercio ultramarino.
El correntino Pedro Ferré expuso, en las negociaciones con las otras provincias del Litoral, clásicos argumentos neo
mercantilistas, como la de prohibir la importación de las mercancías que competían con las industrias del país,
fomentar el desarrollo de estas producciones y desalojar a los británicos de las posiciones que habían ganado en el
comercio rioplatense y la nacionalización de las rentas de la aduana.
El núcleo de la argumentación correntina era que la independencia y prosperidad de una nación se basaba en el
desarrollo de una industria nacional que, para resistir la competencia de las principales naciones industriales, debía
ser necesariamente protegida por los gobiernos.
Ferré alegaba que el librecambio era una desgracia porque los escasos productos industriales que se producen no
resisten la competencia con la industria del exterior, y al disminuir o desaparecer, se mejora el saldo desfavorable de
la balanza comercial, se reducen los capitales invertidos en esas producciones y sobreviene la miseria de la
población. También, agregaba que el proteccionismo tiene el mérito de ampliar la ocupación, fomentar la
producción industrial y reducir el consumo de importaciones.
A estos argumentos, la respuesta de Buenos Aires, por medio de un Memorándum de María Roxas y Patrón, se
apoyaba en la teoría liberal clásica. Decía que la protección encarecería los costos de producción, puesto a que la
mayor parte de los consumos de los trabajadores rurales provenían del exterior. El proteccionismo sería un
obstáculo para la ganadería.
“Es principio proclamado desde el 25 de mayo de 1810 por todos los habitantes de la República”, escribía María
Roxas y Patrón, “Que cada una de las provincias que la componen es libre, soberana e independiente de las demás”,
razón por la que Buenos Aires es dueña de disponer de forma exclusiva de su territorio, sus costas y sus ríos, así
como de regular su comercio exterior y utilizar en su provecho las rentas que ese comercio le produzca.

Las ideas económicas de la generación del ´37.


El proteccionismo tenía modalidades e intensidades distintas en cada provincia, sin dejar de estar presente en
Buenos Aires, en la que predominaba siempre la política librecambista.
Echeverría criticaba las restricciones y privilegios, reclamando “libertad, garantías, protección y fomento por parte
de los gobiernos”. Proclamaba que “la industria es la fuente de la riqueza y el poder de las naciones”; juzgaba la
situación rioplatense como primitiva y lamentaba que, al carecerse de capital y mano de obra fuera necesario
mendigarlos del exterior. Decía que se debía fomentar las producciones ya existentes. Realizo una crítica al gobierno:
Antes de ser fabril y mercantil, nuestra industria debe ser rural pero con otra calidad.
Alberdi concebía como necesaria una economía política “enteramente armónica”. Sostenía que para que la
Argentina se desarrolle se debía abrir paso al capital extranjero.

Unidad 4: Consolidación del Estado Nación Argentina (1853-1880)


Introducción.
Para los intelectuales liberales argentinos que querían que nuestro país se organizara de acuerdo a los modelos
europeos o norteamericanos el proyecto de modernización del país estaba basado en el aporte de población y de
capitales extranjeros que pondrían a producir las fértiles tierras y permitirán la transformación y el progreso de la
sociedad argentina.
Para llevar a cabo este proyecto de modernización, era necesario establecer un orden político y social estable,
organizar un estado que lo llevara adelante y ofreciera el marco jurídico adecuado para atraer inmigrantes y
capitales extranjeros.

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El dictado de la Constitución de 1853 allano este camino al establecer entre otras cosas, la forma republicana,
representativa y federal del gobierno que contaba con el consenso de la mayoría de las provincias. Además
establecía la nacionalización de las aduanas exteriores, la libre navegación de los ríos, la eliminación de las aduanas
interiores, la libre circulación por todo el territorio de la nación de bienes y personas, etc.
Pero el dictado de la constitución no fue suficiente para garantizar la unidad política del país ya que esta rigió solo
sobre una parte del país, dividido por la negativa de Buenos Aires de compartir sus privilegios y por la guerra civil.
Luego de la batalla de Pavón al incorporarse Buenos Aires a la Confederación, se inició un proceso de organización
estatal conducido por Buenos Aires.
A partir de la unificación del país se recorrerá el último tramo hacia la organización nacional. Para ello se avanzó en
el dictado de Códigos de leyes como el civil, comercial, penal, de minería, necesarios para regular las relaciones entre
los habitantes y las actividades económicas.
También se decidió la creación de una fuerza militar única (ejército nacional) que tuviera el monopolio de la
violencia, con autoridad sobre todo el territorio.
En este proceso dinámico de construcción y modernización del Estado y de desarrollo de una economía capitalista,
las oligarquías provinciales beneficiarias del progreso material y de la política estatal, fueron formando alianzas, que
concreto la unidad nacional y la consolidación del Estado-Nación.

Las ideas económicas.


A partir de la Organización Nacional.
La malinterpretada ley de aduanas de 1835 fue una circunstancial concesión de Buenos Aires a una muy fuerte
presión de provincias que amagaron enfrentamientos o esbozaron el abandono de la Confederación.
Mariano Fragueiro fue una figura política cordobesa que adquiría trascendencia nacional a partir de su actuación
como ministro del gobierno de la Confederación Argentina en 1853. Sus reflexiones económicas están enfocadas a
programar el funcionamiento de una economía nacional argentina, respecto de la cual la postura de Fragueiro es la
de un liberalismo moderado por un propósito social, cuyo logro es confiado a la intervención del Estado. Sostiene
que la propiedad es el objetivo fundamental de una sociedad, pero es perfectible por efecto de la legislación, y que,
por sagrado que sea el derecho de propiedad, no debe escapar a la intervención de la ley en caso de necesidad o por
razones de utilidad pública. Su propósito era lograr que la propiedad fuera accesible al mayor número de personas y
liberarla de las vinculaciones que trababan aun su mercantilización.
Lo más destacado de este liberalismo moderado por el interés social es su concepto de la organización del crédito
público. Mediante el crédito público el Estado se convierte en el receptor de los tributos que haya establecido y en el
monopolizador de la acuñación de moneda y de funciones bancarias.

Las ideas económicas de Juan Bautista Alberdi.


La postura de Alberdi es la de un pleno liberalismo. Construyendo una visión del presente y del pasado
hispanoamericano basada en la prioridad de la vida económica, con un economicismo que podría provenir tanto de
su lectura de la escuela clásica de economía como de los autores socialistas, consideraba que las necesidades
económicas eran las más vitales para la Argentina, como para toda América del Sur, y encarecía la más completa
libertad a fin de satisfacerlas y de suprimir la miseria y la pobreza.
Para exponer los principios de la política económica que preconiza, la estrategia de Alberdi es, por una parte, la de
afirmar la existencia de una doctrina propia de la Constitución de 1853 y, por otra, la necesidad de explicarla para
superar lo que juzga el caos causado por la diversidad de criterios que las distintas escuelas de economía política
muestran respecto de conceptos como los de riqueza, producción, valor, precio, renta, capital, moneda y crédito.
Los conflictos interprovinciales fueron efecto de la política de Buenos Aires tendiente a preservar la posición
monopolista derivada de su ubicación geográfica: control de la navegación de la cuenta del Plata, de los ingresos
aduaneros y del comercio exterior. Esto fue el origen de la guerra civil entre unitarios y federales.

Las doctrinas predominantes en la política económica Argentina hasta la crisis de 1873.


El reingreso de Buenos Aires a la Nación Argentina, mediante las reformas constitucionales de 1860, elimino gran
parte de los antiguos problemas que obstaculizaban la organización nacional. El liberalismo económico tuvo el
camino casi totalmente despejado, en el que las tarifas aduaneras constituyeron sustancia y símbolo de una política
económica.
La tentativa de varios representantes provinciales de impedir la transferencia de las aduanas a la nación fue
apoyada, sin éxito, en las disposiciones del Acuerdo de San Nicolás que protegían las instituciones provinciales.

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El país debía constituirse para incrementar y mejorar su producción, aumentar su población, desarrollar el
transporte ferroviario y la navegación fluvial, y de esta manera lograr la prosperidad y el bienestar. Para esto debía
suplirse la escasez de capital local abriendo paso al capital extranjero, ofreciéndole privilegios e inmunidades para
lograr su instalación permanente.
La Aduana era un instrumento fiscal. Se proclamaba en el debate parlamentario sobre la ley de aduanas para 1863,
es una institución admitida como recaudadora de derechos fiscales, según establece la economía política, cuyo
objetivo es establecer países sin fronteras y pueblos sin aduanas, esto es, el librecambio sin restricciones como
medio de lograr la regeneración y perfeccionamiento moral y material de las sociedades.

La reacción proteccionista.
Las consecuencias que tuvieron las crisis de 1866 y 1873 para las exportaciones del país, en las que predominaban
las lanas, socavaron la confianza en las ventajas del librecambio y crearon condiciones propicias para el
resurgimiento de las antiguas tendencias proteccionistas.
Las primeras reacciones de pública repercusión muestran no solo el efecto local de la crisis de 1866 sino también la
influencia de una nueva tendencia del pensamiento económico europeo y norteamericano.
Los librecambistas apelaban al ejemplo europeo, los propugnadores del proteccionismo analizaban la misma
experiencia en términos historicistas, aduciendo que la política librecambista británica era el fruto reciente de un
poderío que ese país había obtenido en etapas anteriores gracias al proteccionismo.
Un aspecto concomitante del nacionalismo económico fue la difusión de las ideas igualitarias de Proudhon y de otros
anarquistas y socialistas. Las ideas de Proudhon alentaban la demanda de medidas de protección y fomento que
beneficiaran a ese sector mediante la reorganización del crédito público.

Las ideas económicas hacia fin del siglo.


Los últimos años del siglo vieron revigorizarse los tradicionales postulados del liberalismo económico, además de
una política económica que, sin abandonar totalmente la intervención del Estado, tendía a ceñirse a aquella
tendencia.
José Hernández proclamaba que como país productor tenemos asignado un rol importante en el gran concurso de la
industria universal. Por mucho tiempo aun, agrega, el país seguirá intercambiando los frutos de sus campos por
productos fabriles europeos, en un mundo en el que el progreso había suprimido todas las barreras entre los
pueblos modernos y eliminando los recelos entre ellos y en el que la Argentina participaba con su industria
ganadera.
Roque Sáenz Peña desechaba la iniciativa estadounidense de crear una Unión Aduanera afirmando que cuando el
Estado intenta quebrar el curso natural de la producción y la acción del interés individual en el comercio no hace
otra cosa que introducir un factor de perturbación en la economía. Las viejas leyes de la oferta y la demanda, agrega,
seguirían dominando el intercambio entre los pueblos, y las posibles reformas e innovaciones provendrán
naturalmente de esos factores. Y el criterio de la complementariedad de las producciones primarias de la Argentina
con los mercados fabriles como fundamento de la política económica nacional.
José Terry se imponía ser proteccionista nacional, adoptando esa alternativa no como doctrina sino como síntoma
de la situación. O señalando que en ella no había proteccionismo ni librecambio, sino una decisión de oportunidad.

Las producciones regionales extra-pampeanas.


Una serie de cambios estructurales en la demanda europea de productos americanos determinaron el surgimiento
de nuevas economías en áreas hasta entonces periféricas del imperio colonial español. El cuero y el sebo, el tasajo, y
la lana de oveja fueron los productos en torno a los que organizo la prospera economía ganadera de las pampas
rioplatenses.
Diferente era la situación de las regiones no pampeanas, las provincias norteñas y cuyanas. Vinculadas por circuitos
comerciales forjados en la Colonia, su relación con los mercados andinos y del Pacífico era muy fuerte. Tanto para
Mendoza, San Juan, Tucumán, Salta, Jujuy, Catamarca y La Rioja habían desarrollado una serie de producciones que
satisfacían la demanda de las economías chilena y boliviana en rubros que incluían ganado, artesanías de cuero,
aguardientes, harinas, frutas secas, etc. Asimismo, se habían especializado en actividades como la fletearía. La plata
boliviana, amonedada o labrada, fue el medio de pago que permitió las transacciones en ese gran espacio hasta la
década de 1880.

Mercado, flujos y balanzas comerciales.

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Mendoza y Salta: Su posición fronteriza le proporcionó algunas ventajas como la comunicación con el exterior y la
oportunidad de un tráfico con Chile y con Buenos Aires. La producción de Mendoza se concentró en la agricultura.
Salta continuaba distribuyendo mercaderías de ultramar ingresadas desde Chile a cambio de ganado vacuno.
Tucumán poseía una ubicación estratégica que le permitía comunicar los importantes mercados andinos con el
litoral atlántico, Cuyo y el Pacifico. También continuaba con la construcción de carretas y curtiembres, sus campos
producían cereales, tabaco, azúcar y aguardiente; éstos eran el sostén de la actividad comercial de la provincia. Se
orientó a las actividades productivas y a la exportación. Los bienes que exportaba eran diversificados.
Siglo XIX, Mendoza proveía a Chile mulares, ovinos y bovinos. Se expandió el cultivo y se produjo un avance agrícola
sobre los suelos ganaderos, esto provocó un aumento de las importaciones chilenas.
1870: Crisis en Mendoza que impactó negativamente en el comercio exterior (depreciación del peso chileno, su
inconvertibilidad, guerra del Pacifico). La producción se reorientó hacia la agroindustria vitivinícola.
La guerra del Pacifico revitalizó la conexión de la economía boliviana con la Argentina, favoreciendo a Jujuy, Salta y
Tucumán, puntos de transito obligado de todas las exportaciones e importaciones bolivianas.

El desarrollo agrícola.
El trigo, acompañando el desarrollo del alfalfar, tuvo en Mendoza un crecimiento desde los años 50. Paralelamente
se expandió la molinería y hubo esfuerzos por modernizarla para atender una demanda sostenida, sin que existiera
en muchos productores una clara conciencia de sus limitadas posibilidades en el largo plazo.
El trigo tenía gran significación en la economía mendocina. El valor agregado en la elaboración de harina hacia crecer
la representatividad del sector en los flujos del intercambio.
En los años 80 disminuyo el número de molinos.
Durante las décadas del 50 y 60, el principal consumidor de los excedentes de harina era Santa Fe, seguida por
Córdoba y San Luis. En los años 70, el avance cerealero en Santa Fe, que acompañaba la expansión ferroviaria, redujo
la significación económica de aquellos mercados, lo que afectó también a otros productos.
La abundancia del recurso hídrico y una tierra rica en humus crearon condiciones favorables no solo para el cultivo
de la caña de azúcar y del tabaco, sino del maíz, el trigo, el arroz y otros cereales. Aunque la caña de azúcar
terminaría ocupando el lugar central en la agricultura tucumana hasta el punto de que la economía provincial fue
considerada un caso típico de monocultura.
Tucumán se autoabastecía de alimentos, exportando excedentes a las provincias vecinas, en particular maíz y trigo a
Santiago del Estero, remitiendo algunos años partidas de arroz al litoral. Sin embargo, en 1870, se importaban
harinas, por lo menos de Catamarca, y a comienzos de los 80 de Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja, San Juan,
Mendoza y Córdoba.
A comienzos de los 80 se insinuaba la dependencia tucumana en lo que se refiere a importación de harinas. La
competencia de las harinas del litoral y los altos precios de la caña de azúcar en el periodo de más acelerada
expansión de la agroindustria reorientaron a los productores de cereales hacia la producción cañera, haciendo
desaparecer el cultivo del arroz y disminuyendo el del trigo. La caña de azúcar, el maíz y el tabaco evolucionaron con
la expansión del mercado local y regional.

Los actores económicos.


En la estructura social del modelo mendocino, el nivel superior estaba constituido por un reducido grupo de
hacendados o comerciantes. Sus miembros estaban vinculados por relaciones familiares, económicas y políticas.
Los productores de alfalfa estaban en la base de la pirámide y dependían de los niveles superiores., sus explotaciones
eran pequeñas, medianas y aun grandes.
Los criadores de ganado también estaban en la base de la pirámide. Solo eran propietarios de sus animales y
trabajaban para estancieros o hacendados. Sus ingresos eran escasos y debían ser complementados con trabajos
realizados para el estanciero/hacendado.
Los hacendados se ubicaban por encima de las categorías anteriores.
Entre ellos pueden definirse dos categorías
Los productores no integrados Eran agentes con relativa autonomía, eran propietarios, arrendatarios o ambas
cosas. Muchos de ellos desarrollaban otras actividades (comerciales, financieras,
etc.)

Generalmente eran grandes propietarios, aunque también arrendatarios. Sus


Los comerciantes integrados explotaciones estaban en diversos puntos de la provincia. Abastecían parte del
mercado local y manejaban la exportación. Desarrollaban otras actividades
(transporte, crédito laico, comercio de mercancías).

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Tenían fuertes vínculos sociales y económicos con Chile y, con el Litoral y Buenos
Aires.
Tucumán reconocía un conjunto de actores que pueden clasificarse en labradores, criadores, hacendados,
manufactureros, comerciantes integrados y comerciantes no productores.
- Los labradores y criadores trabajaban pequeñas explotaciones, podían ser propietarios, arrendatarios o simples
ocupantes de la tierra. Los labradores despertaban desconfianza y sospecha por parte de los jornaleros y
sirvientes; el Estado brindaba control para evitar la corrupción de éstos, solo era posible su existencia bajo la
tutela de patrones.
- Los agricultores sabían leer, escribir y tenían más posibilidades de contratar trabajadores.
Las actividades agrícolas y ganaderas de las pequeñas unidades se combinaban con la producción artesanal y con la
venta de la fuerza de trabajo.
Los tucumanos, al igual que los mendocinos, controlaban el comercio de exportación e importación con el litoral y el
norte (hasta 1880).
Los mendocinos asumían el negocio ganadero y los tucumanos orientaban sus inversiones a la producción de azúcares
y aguardientes sin descuidar el negocio de la curtiembre.

Un panorama del mundo del trabajo.


Las relaciones laborales en las provincias argentinas durante el siglo XIX, estuvieron regidas por una institución: La
papeleta de conchabo. Éste era un documento emitido por una autoridad competente que certificaba que determinado
individuo estaba bajo relación de dependencia laboral.
Los que no poseían oficio, profesión, renta, sueldo, ocupación o medio lícito para vivir, se los consideraba vagos o
sospechosos y capaces de ser perseguidos o castigados. Los castigos y represiones eran variados, los más frecuentes
eran trabajos públicos forzados y servicio de armas en la frontera.
Tanto en Mendoza como en Tucumán, a través de leyes o decretos, se establecían penalidades a los indigentes que
carecían de papeleta de conchabo y a quienes contrataran peones sin que estos demostraran con una papeleta de
desconchabo estar libres de deudas y haber finalizado su relación laboral anterior.
Se trataba de uno de los requisitos de la modernización de la sociedad. Se recordaba con insistencia la vigencia de las
normativas y penas para los trabajadores y multas para los patrones.
Los peones se fugaban con frecuencia buscando mejores oportunidades, escapando a regímenes de trabajo muy
rigurosos o como medio para evadir deudas. A éstos los policías los capturaba y los entregaba a sus patrones o a
nuevos empleadores.
La oferta y demanda de trabajo actuó a través de las fugas y de la contratación ilegal de peones prófugos, abriéndose
lentamente el camino al “mercado libre de trabajo”. Pero el camino hacia un mercado de trabajo libre estuvo marcado
por marchas en Mendoza. Se liberaron las normativas en Mendoza pero no en Tucumán.

Las estrategias empresarias frente a los nuevos modelos productivos.


A fines del 70, Mendoza iniciaba un rápido declive en su economía y Tucumán había sufrido trasformaciones en su
estructura y funcionamiento. Una de las causas fue el sistema ferroviario.
De esta crisis surge dos nuevos modelos: El agroindustrial vitivinícola en Mendoza y San Juan y el azucarero en
Tucumán y las restantes provincias del norte.
Tucumán superó a Mendoza en la reconversión de su economía.
En 1870, Tucumán abastecía de azúcar a Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja, Córdoba, Salta y algunas provincias
de Cuyo; luego de cuatro años se especulaba exportar al mercado chileno.
El rol del Estado fue clave en la protección y fomento del nuevo modelo productivo (azúcar).
En Mendoza, el desarrollo agrícola pampeano y el ferrocarril determinaron el fin de la ganadería comercial. El
ferrocarril permitió incrementar la distribución de vino, era accesible y tenía costos bajos.
Los empresarios mendocinos y tucumanos realizaban actividades agrícolas, ganaderas y manufactureras y también
otorgaban préstamos al Estado y a particulares. Tenían la ventaja geográfica de conectar el Pacifico con el Atlántico y
los Andes.

Unidad 5: El modelo agroexportador (1880-1930)


Introducción.
Establecía la división internacional del trabajo a partir de la segunda mitad del siglo XIX, la Argentina se incorporó a
la misma a través del Modelo Agro-exportador, como productora de alimentos y materias primas para el mercado
mundial. En esta etapa se priorizo la producción agrícola-ganadera para la exportación, desarrollándose como contra
partida la importación de bienes industrializados. En este contexto, el sector industrial que se desarrolló se orientó
hacia la elaboración de productos primarios como complemento del sector exportador.
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Hacia 1880-1890 se puede encontrar un reducido número de grandes establecimientos como frigoríficos, empresas
aceiteras, curtiembres, molinos harineros, bodegas, con gran participación de capitales extranjeros.
La actitud del Estado será de favorecer con créditos al sector agro-exportador, lo que condicionara o pondrá limites a
su crecimiento.
La expansión del sector agro-exportador afecto a las economías regionales ya que la inserción de la periferia
argentina dentro de la economía nacional fue dispar.
Al mismo tiempo una creciente influencia inmigratoria estimulada por el Estado desde los 80, proveyó una buena
parte de la mano de obra necesaria para la expansión económica.
La primera guerra mundial vino a marcar el fin de una época, supuso para la Argentina el final de una época de
crecimiento relativamente fácil.
La Ley Sáenz Peña permitió el acceso de los gobiernos radicales que se tuvieron que desenvolver en un contexto
nuevo, para el cual no tenían respuestas.
La llegada del radicalismo al poder significo el desplazamiento de los conservadores los que solo volverían al poder
con el golpe militar del 30 y el fraude electoral.

El péndulo de la riqueza: la economía argentina en el periodo 1880-1916.


Crecimiento económico y exportaciones.
En el periodo 1880-1916, la economía argentina experimento un crecimiento que la llevo desde una posición
marginal a convertirse en una promesa destinada a ocupar en América del Sur el lugar que los Estados Unidos tenía
en América del Norte.
El motor del crecimiento económico fueron las exportaciones de productos primaron. Desde el siglo XIX, las ventas al
exterior de lana habían crecido de manera sostenida y convertido a este producto en el principal bien exportable del
país, desplazando al cuero y otros derivados del vacuno que habían dominado al comercio internacional en los años
que siguieron a la independencia. A fines del siglo XIX, la estructura de las exportaciones comenzó a diversificarse
con la producción de nuevas mercaderías para vender en el exterior, como cereales, lino, carnes congeladas ovinas y
animales en pie. A principios del siglo XX, la carne refrigerada vacuna se transformó en una nueva estrella, mientras
los cereales ampliaban su presencia. Cultivos y vacas de razas desplazaron a las ovejas hacia el sur y cambiaron el
paisaje de las pampas hasta moderarlo con las características que hoy continúan prevaleciendo.
El auge exportador argentino fue parte de un proceso de internacionalización del intercambio general comercial que
se aceleró a fines del siglo XIX con el desarrollo del capitalismo internacional.
Los factores de producción móviles (trabajo, capital) fluyeron en el marco de esta internacionalización económica. El
movimiento se dio desde aquellos lugares en que estos factores eran abundantes hacia donde resultaban escasos.
A mediados del siglo XIX, la inserción de la Argentina en el mercado capitalista mundial era débil, el país no tenía ni
capitales ni población suficiente como para producir bienes exportables en gran escala. Este orden llego después de
un largo, costoso y complejo proceso que comenzó a gestarse con la Batalla de Caseros en 1852, y culmino en 1880
cuando las tropas del gobierno central vencieron a la última rebelión provincial.
La Argentina contaba con un factor de producción abundante sobre el que se basó el crecimiento exportador: la
tierra. El tipo de tierras y el clima de las pampas permitieron la producción de bienes que contaban con una
demanda creciente en el mercado mundial.
La ocupación del espacio pampeano por parte de los blancos se fue desplegando en el tiempo a partir de una
frontera que se desplazaba sobre el territorio indígena. El salto final se produjo con la Campaña del Desierto, librada
por Roca en 1879. En 1880, con las campañas en el Chaco y en la Patagonia, esta frontera termino por desaparecer.
El otro factor escaso que migro hacia la Argentina: el capital, al que se le ofrecieron oportunidades para lograr
ganancias extraordinarias. Las inversiones extranjeras se desplegaron siguiendo dos elementos cuya importancia
relativa fue cambiando con el tiempo: la seguridad y la rentabilidad.
Durante la presidencia de Rivadavia, el gobierno había contraído un préstamo con inversionistas ingleses. El crédito
tenía como fin la inversión productiva pero el clima político inestable sumado a los requerimientos de la guerra con
Brasil, había derivado el dinero hacia otros destinos. La disolución del gobierno nacional llevo a que la deuda se
declarara impagable por lo que los capitales extranjeros se mantuvieron lejos de la posibilidad de realizar un nuevo
préstamo y concentraron sus energías en recobrar el dinero prestado.
El arreglo del problema de la deuda era parte de la construcción de una atmosfera favorable para la llegada de
nuevos capitales que requería un marco jurídico y legal más amplio. La constitución de 1853 fue la base para
lograrlo, al establecer el carácter sagrado de la propiedad privada y prohibir la confiscación. La seguridad que
brindaba la ley no eliminaba los riesgos del mercado. Fue el naciente Estado el que los disminuyo ofreciendo
garantías de rentabilidad a los inversores.
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Los ingleses iban a invertir su capital en las vías del transporte que la producción necesitaba para poder
comercializarse y exportarse: los ferrocarriles.
La primera vía del tren la construyo el estado de Buenos Aires en 1857, cuando estaba separado del resto del país.
Capitales franceses invirtieron en dos ramales, uno que iba de Rosario a Bahía Blanca y otro en la región central y
norte de la provincia de Santa Fe. El Estado nacional continúo construyendo ferrocarriles en las zonas donde el
capital privado no quería aventurarse.
Los británicos invirtieron en tierras, comercio y hasta industrias. Pero fueron los bonos del Estado y los ferrocarriles
los que acaparan su atención. También invirtieron otros países europeos como Francia, Alemania, Bélgica e Italia.
Los norteamericanos invirtieron en los frigoríficos. Estas empresas permitían el procesamiento de vacunos con
destino a la exportación, pero de unos animales que eran muy distintos a los que habían poblado las pampas desde
la época colonial.
A fines del siglo XIX comenzó a exportarse ganado vacuno en pie para su faena en el lugar de consumo. Esta line de
exportación se desvaneció ante la invasión del buque frigorífico que permitía transportar la carne conservada hasta
mercados europeos.
Los ferrocarriles fueron fundamentales para hacer que la Argentina se convirtiera en un exportador de cereales en
gran escala.
Las colonias, formadas por inmigrantes y dedicadas a la agricultura, se caracterizaron por la alta presencia de
propietarios de la tierra entre sus pobladores.
En los primeros años del siglo XX, la Argentina ya había delineado un perfil productivo y exportador que continuaría
por muchos años: cereales y carne con destino a los mercados europeos. En 1910, el país se había convertido en el
tercer exportador mundial de trigo del mundo.

La economía pampeana.
La producción de cereales con destino a la exportación comenzó en las colonias agrícolas. Los colonos trabajaban
junto con sus familias. El costo de la contratación de peones era significativo para estos colonos que no tenían
mucho más capital que su tierra.
A principios del siglo XX, la producción cerealera comenzó a originarse en estancias. La estancia había caracterizado
el paisaje pampeano desde la época colonial. Los cereales se produjeron en la “estancia mixta” (combinaba
agricultura con la ganadería), un tipo de unidad productiva nueva, con una serie de instalaciones y un manejo
empresarial que la volvían diferente de la vieja estancia.
En las “estancias mixtas”, el estanciero se dedicaba al engorde o invernada de este ganado. El negocio de la
invernada era muy lucrativo. La forma que estos estancieros encontraron para abaratar esos costos fue la asociación
económica con un grupo de gran importancia en el agropampeano: el de los chacareros. Los chacareros explotaban
una facción de tierra. Su beneficio estaba en vender cultivos, pagarle un arriendo al propietario y obtener una
diferencia. El negocio del estanciero invernador era doble; cobraba la renta por la tierra adquirida y obtenía la tierra
alfalfada donde iba a engordar sus vacas.
Los chacareros arrendaban la tierra por uno o dos años y, después de dejarla lista para el engorde, se desplazaban a
otra parcela que podía ser o no del mismo dueño. Eran empresarios capitalistas en pequeña escala así como
empleadores de mano de obra que necesitaban para tareas agrícolas estacionales. Esta mano de obra era provista
por peones, que necesitaban el nombre de “braseros” y que eran contratados por un periodo del año, aunque
tampoco faltaba algún que otro jornalero que trabajara de manera más permanente en las tierras de un chacarero.
Los invernadores estaban al tope de la estructura económica de la región pampeana. Una parte de los estancieros
eran “criadores”, que se ocupaban de la primera etapa de la vida de los terneros, la previa al engorde. Los campos
de cría eran de peor calidad que los de invernada por lo que los criadores eran menos ricos y prósperos que los
invernadores.
Los cabañeros se dedicaban a la importación y producción de animales de raza, por lo que ocupaban un papel
fundamental de una economía que estaba renovando su stock de vacunos a ritmo acelerado.
La combinación entre agricultura y ganadería se mostraba como una asociación altamente eficiente.
El agro pampeano se caracterizó por la ausencia de grandes conflictos sociales durante el periodo de auge
exportador. Cuando estallaba una crisis, como ocurrió en 1912 durante el llamado Grito de Alcorta, las
complejidades y tensiones del tejido social pampeano salían a flor de piel. Su fama se debió a que fue el primer
conflicto agrario de este siglo en el corazón de la religión pampeana, en la que solo el levantamiento de colonos en la
provincia de Santa Fe en 1893 aparecía como un antecedente coque rural.
La industria se desarrolló en torno a la conducción de una serie de artículos de consumo y creció como resultado de
un doble movimiento de protección arancelaria y aumento de la demanda agregada. La actividad manufacturera
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había comenzado a desplegarse en 1870 y 1880. El crecimiento industrial solo logro cifras significativas en 1890.
Entonces, surgieron fábricas dedicadas a producir bienes de consumo que iban desde los alimentos y bebidas hasta
la vestimenta y artículos de ferretería. A principios del siglo XX, la industria se desplego con mayor fuerza a partir de
un nuevo aumento de la demanda, logrando la producción estandarizada mediante el uso de máquinas modernas y
aprovechando la economía de escala.

El comercio y las finanzas


Los almacenes de ramos generales proveian a los chacareros de mercaderias y creditos generalmente prendando la
futura cosecha.
El sistema de creditos se basaba en la prenda hipotecaria, por lo que aquellos que no poseian tierras debian recurrir a
mecanismos de los “almacenes de ramos generales”. El credito hipotecario estaba difundido a traves de una serie de
Bancos que en 1880 concedieron abundantes creditos al sector ganadero y al comercial.
Ademas de los prestamos directos, habia otro Banco (el Hipotecario) que se encargaba del financiamiento agrario y que
tenia como inversores a ahorristas británicos. La deuda era en pesos moneda nacional. Los britanicos terminaron
perdiendo dinero debido a las devaluaciones de la moneda nacional. Esto fue posible debido a que en Argentina se
realizaban dos monedas de manera paralela: Por un lado la moneda nacional y por el otro los pesos oro.
En la decada del ochenta, la moneda nacional era emitida por el Estado de acuerdo con las necesidades del erario, de
esta manera se producia una constante inflacion que hacia que la moneda nacional perdiera su valor respecto del peso
oro.
Para fijar una relacion estable entre ambas monedas se implantó un “patrón bimetalico”, por el cual se respaldaba en
oro y plata cada peso emitido localmente. En 1884, ante una pequeña crisis, se volvió a la “inconvertibilidad” que
obligaba aceptar la moneda sin poder cambiarla libremente por oro. La relacion inestable entre las dos monedas
favorecía a los exportadores, que obtenian sus ingresos en divisas extranjeras.
En 1887, el presidente Juarez Celman lanzó el proyecto de creacion de los bancos garantidos. Esta ley consistía en que
cualquier banco tendría la facultad de emitir moneda siempre que comprara bonos del gobierno nacional que servirian
como respaldo a esa emision. La ley de los bancos garantidos llevó a la emision descontrolada de dinero en todo el pais
y unida a la concesión liberal de credito se produjo la crisis de 1890, que impactó sobre la actividad bancaria.
La crisis terminó con el sistema bancario liberal y produjo la quiebra de muchos bancos privados y estatales.
En 1891 se crea el Banco de la Nacion Argentina que cesó con la crisis.
El crecimiento económico que se produjo a principios del siglo XX, cambió el panorama pero no llegó a ser lo que era en
los ochenta. Tanto el banco oficial como los privados se volvieron mas generosos a medida que aumentaban los
depositos; las sucursales aumentaban en todo el pais.
Hacia 1910, la Argentina contaba con una serie de instituciones estatales y privadas que no llegaban a formar un
sistema bancario desarrollado; las instituciones no tenian conexión entre si y el clearing recien llegó en 1912.
El grueso de la demanda crediticia bancaria estaba en el comercio y tambien (en menor cantidad) en los sectores
productivos. La agricultura era la menos beneficiada.
En 1899, durante el gobierno de Roca, se adoptó una ley de convertibilidad monetaria que iba a tener una vida mas
larga que la de los intentos anteriores. Esta ley fija la conversion entre pesos papel (moneda nacional) y pesos oro bajo
el sistema de patro-oro, en el que la moneda emitida localmente contaba con el respaldo de reservas en este metal. A
la vez, establecia una institucion (La Caja de conversion) que se encargaría de mantener la convertibilidad. La
estabilidad monetaria duró hasta la Primera Guerra Mundial y luego volvió por unos años en la decada del veinte, pero
solo para caer nuevamente frente a la crisis de 1929/1930.

Mercado interno y mercado nacional


La expansion del sector agroexportador afectó a las economias regionales, ya que no pudieron soportar la competencia
de productos importados.
El crecimiento economico del boom exportador se desplegó de manera desigual en Argentina. La region pampeana fue
la que cosechó mayores beneficios. El resto tuvo una evolucion mas retardada que la pampeana. Santa Fe y la
patagonia generaban pocos efectos multiplicadores. Otras zonas ubicadas en la frontera, se conectaron
comercialmente con los paises limitrofes.
La posibilidad de vender algun producto a la region pampeana se transformó en la alternativa mas provechosa y en la
llave del éxito.
El crecimiento del mercado interno fue tan alto como el del mercado exportador (Region pampeana).
El desarrollo agrario pampeano fue el mas importante. Una buena parte del sector industrial estaba representada por
los frigorificos que exportaban lo mas valioso de su produccion.
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Argentina se abastecía parcialmente de importaciones aunque entre 1881 y 1916 el mercado local empezó a producir
los productos que se importaban; la demanda interna se multiplicó por nueve.
La produccion agricola estaba presente en la zona rural, mientras que la demanda se localizaba mas que nada en las
ciudades.
Empieza el proceso de urbanizacion, las ciudades demandaban cada vez mas bienes y servicios, y se produce un
crecimiento de la construccion (Siglo XX).
La entrada de productos importados a partir del libre comercio significó un golpe para las industrias locales, y mas aún
con la construccion de una red ferroviaria que permitió reducir los costos de transporte de las importaciones. Las
fabricas porteñas tambien lograron beneficiarse con la llegada del ferrocarril debido a que pudieron vender sus
productos al interior.
La intencion de Buenos Aires fue conquistar el mercado nacional pero cada region tenia costumbres diferentes: el
interior consumía productos mas baratos y en cantidades modestas que la region pampeana; por lo que Buenos Aires
debía buscar una estrategia para poder posicionarse en la Nacion. Finalmente, logró conquistarlo creando productos de
menor calidad y comprando fabricas en el interior para convertirlas en sucursales.
El Estado provincial protegía las producciones regionales (azucar y vino), por lo que fue dificil que Buenos Aires pueda
acaparar el mercado del vino y del azucar.
Hacia 1910, la mayor parte del pais (menos la patagonia) se unió al mercado unificado de productos.

La revolución en el consumo
En 1916, el producto total era nueve veces mayor que el de 1881. Este crecimiento fue producto del aumento de la
poblacion y del ingreso per cápita.
El grueso del producto se concentraba en la region pampeana.
Demanda nacional: Las clases altas consumian en mayor proporcion productos importados y algunos locales. Las clases
media y bajas conformaron el grueso de la demanda nacional, tambien consumian (en pequeñas porporciones articulos
importados).
Hacia el siglo XX, se completó el proceso de formacion de una sociedad de consumo masivo.
Era mas facil acceder a los productos que antes eran inalcanzables, esto es gracias al crédito.
Surgen las agencias de publicidad (que ofrecian conocimientos para quienes querian vender en un mercado cada vez
mas complejo) y la “propaganda” (que tenian la finalidad de captar la atencion del lector).
La vestimenta, durante la epoca colonia, había sido un elemento de distincion social pero a medida que fue avanzando
el siglo XIX, la indumentaria perdió la forma de distincion de clases sociales.

Los vaivenes de la economía


1866  Primera crisis internacional que afectó a la economía argentina. Perjudicó a las exportaciones de lana.
1873  Crisis mundial que inició una etapa depresiva e impactó en toda la economía. Sus causas fueron los prestamos
extranjeros otorgados al Estado; en años anteriores a esta crisis, hubo un aumento de importaciones que superaron a
las exportaciones – deficit en la balanza comercial – Las inversiones disminuyeron y la cuenta capital tuvo signo
negativo. El gobierno de Avellaneda decidió enfrentar la crisis sin dejar de pagar la deuda externa e impuso aumentar
los impuestos a las importaciones y un reajuste en los gastos de gobierno; esto generó un superavit en la balanza
comercial.
Fines de 1870  Nueva crisis que interrumpió el optimismo de 1884. Se abandonó el plan de patron monetario
bimetálico. Luego de unos años volvió el crecimiento economico: se incrementó el consumo y las importaciones, lo que
llevó a una balanza comercial desfavorable y una cuenta capital positiva. La Argentina se convirtió en el principal
receptor de inversiones de Gran Bretaña.
1889  Se desencadenó una nueva crisis: En medio de la politica monmetaria de Juarez Celman, surgieron bancos sin
respaldo a partir de la ley de bancos garantidos. El veloz crecimiento economico pronto se derrumbó. Las inversiones
transmitían desconfianza por parte de la poblacion y la única inversion segura fue el oro. El peso moneda nacional
cayó.
La salida de la crisis fue superada por el presidente Carlos Pellegrini. Las tarifas a la importacion se elevaron, se
renegoció el pago de la deuda externa. La desvalorizacion del peso y la caida del consumo lograron un balance
comercial favorable. Se incrementaron las exportaciones de celerales. Fue a mediados de 1890 que la economía
argentina empezó a recuperarse.
1897  Otra crisis. Causas: - Sobreproduccion industrial que se traducía en una competencia salvaje y una reduccion
de precios que ponian a varias empresas al borde de la quiebra. – Conflicto fronterizo con Chile que estuvo a punto de
llevar a la guerra, esto llevó a la desaceleracion de créditos y afectó a las actividades industriales y comerciales. El
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sector externo se mantuvo saludable. Los “Tratados de Mayo” (1902) pusieron fin al conflicto con Chile. A partir de
entonces, debido al aumento de las exportaciones, la balanza comercial se mantuvo favorable a pesar del aumento de
las importaciones; las inversiones extranjeras se renovaron, con lo que la cuenta capital tambien mostró un superavit.
1907  Crisis internacional que afectó muy poco a la economía, ya que había mucho optimismo generado por el pais y
no se perdieron las exportaciones.
1913  Crisis internacional provocada por la guerra de los Balcanes. La caida de las inversiones afectó a la construccion
y al sector financiero. Como la balanza comercial era positiva antes de la crisis, no fue necesario aumentar las tarifas
para disminuir las importaciones. El presidente De la Plaza se vió obligado a declarar la inconvertibilidad de la moneda
ante el malestar del sector financiero. Los depositantes de la banca privada sacaban sus ahorros para depositarlo en
algun banco oficial (el Estado debía inspirar seguridad).

El Estado frente a la economía


En el siglo XX, la intervencion del Estado en la economía fue tan significativa (relevante).
El Estado promovió las primeras inversiones garantizando sus bonos y las ganancias de las empresas ferroviarias
privadas. Tambien se involucró en la construccion de la primera red de trenes.
La intervencion estatal continuaba en el mercado bancario.
El grueso de los ingresos estatales eran los impuestos a las importaciones. Los gravamenes a las exportaciones
terminaron desapareciendo en la decada de 1880, pues se consideraba que obstruian las ventas al exterior.
Los impuestos internos de las bebidas alcoholicas y el tabaco tambien eran fuente de ingreso estatal.
El Estado protegía a la industria local. Esta proteccion era selectiva y compleja.
Julio A. Roca definió a la Argentina como un pais que no tenia evolucion economica exitosa lo suficientemente vieja
para lanzarse al librecambio, pero tampoco había alcanzado la potencialidad de los EEUU, con lo que el proteccionismo
resultaba desventajoso. La solucion entonces fue tomar caso por caso y decidir.
En el momento de discutir la ley de convertibilidad monetaria, Roca tomó la decision de intervenir en la economía y
convertir un peso oro por 2,27 papel.
Los ingresos del Estado nunca llegaban a cubrir sus gastos y el deficit fical se cubria a partir de la emision de deuda
publica.
La actitud del Estado en esta etapa fue favorecer con creditos al sector agroexportador, apartando al sector industrial y
limitando su crecimiento.

Unidad 6: Desde la sustitución de importaciones a la globalización (1930-2000)


Introducción.
En la década de 1930 se produjeron importantes transformaciones:
En lo económico la crisis de 1930 desorganizó el mercado internacional provocando una contracción de los
principales países europeos. En la Argentina disminuyo el volumen de exportaciones (cereales y carnes) que
mantenía con los países centrales, también se redujo el ingreso de divisas y la economía entró en crisis.
En lo social el desempleo en las áreas rurales y los requerimientos de mano de obra en el nuevo sector industrial
provocó una importante migración interna.
En lo político el golpe militar del 30 interrumpió el lento proceso de construcción de la democracia política que se
había iniciado en 1912 y se propusieron reconstruir el régimen oligárquico vigente entre 1880 y 1916.
Como contracara, Argentina vive una bonanza económica en los primeros años de la década del 40, debido al
creciente comercio que mantiene con los países beligerantes de la segunda Guerra Mundial. Esta situación le
permitirá a Perón poner en práctica no sólo una serie de medidas para generar más trabajo y elevar el nivel de vida,
sino también nacionalizar importantes ramas de la economía (transporte, servicios, petróleo, etc.).
En 1951-52 al ver a la industria afectada la crisis, el gobierno Peronista decidió recurrir a capitales extranjeros para
financiar el desarrollo de la misma.
Entre 1958-1962 durante el gobierno desarrollista se produce un crecimiento de la producción industrial basado
principalmente en la radicación de capitales extranjeros. Y entre 1964-1974 estas tendencias se afianzaron lo que se
considera el más largo y continuo crecimiento de la industria Argentina.
Durante el tercer gobierno peronista del 73 al 76, como para alentar una redistribución más equitativa de la riqueza
encontramos el pacto social. Era un acuerdo entre trabajadores, empresarios y es estado, con el que se intentaba
equilibrar la balanza entre capital y trabajo.
En 1975 el ministro de economía Celestino Rodríguez pone en marcha una serie de medidas conocidas como “el
Rodrigazo”, se aplica una devaluación monetaria, aumento de combustibles y de las tarifas de los servicios públicos
sin ajuste de salarios.
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Esto hizo recrudecer los conflictos, y junto con la inflación imperante, creció la inestabilidad económica y la política
traducida esta última en el enfrentamiento entre la izquierda y la derecha, con la consiguiente aparición en escena
de la triple A, de grupos guerrilleros, Montoneros, E R P., culminando con el golpe militar del 76.
En marzo del 76 se cierra el proceso de industrialización de importaciones, y al instalarse un nuevo gobierno de
pacto en la Argentina, comienza un proceso económico de corte neoliberal, que prioriza la apertura de la economía,
es decir la apertura del mercado interno a la competencia exterior, asegurada por la desregulación del Estado y la
reforma financiera.
Martínez de Hoz (ministro de Economía del gobierno militar instalado a partir de marzo de 1976), puso en práctica
un programa de inspiración neoliberal que postulaba la necesidad de pasar de una economía de especulación a una
economía de producción. Estos objetivos no fueron alcanzados, por el contrario, el resultado de la política
económica de Martínez de Hoz, fue un crecimiento explosivo de la especulación financiera y una caída alarmante de
las actividades productivas, por el cierre de una gran cantidad de establecimientos industriales.
Este proceso de apertura económica que se inicia en la década del 70, se refuerza con los últimos gobiernos
democráticos, pues en mayor o menor medida estos van a acelerar y profundizar el proceso de apertura y
globalización de la economía.

La Crisis Económica.
La crisis de 1929 de Wall Street, llegó a la Argentina en el último año de la segunda presidencia de Hipólito Yrigoyen
y los primeros de la restauración conservadora iniciada por José F. Uriburu.
Tanto Marcelo T. de Alvear como el segundo gobierno de Yrigoyen no se habían preocupado demasiado por alterar
la dependencia argentina con respecto a su comercio de granos y carnes.
Seis meses antes de su caída Yrigoyen era víctima de la crisis mundial. Los recursos del gobierno descendieron pero
sus gastos se incrementaron entre 1928 y 1930.
A esta grave crisis en las finanzas del Estado se sumaba la baja en los productos agropecuarios (ya a partir de la
primera guerra mundial los precios de las exportaciones habían descendido año tras año en relación con las
importaciones). Paralelamente, el comercio mundial descendió.
La crisis de 1929 a diferencia de otras provoca a nivel mundial una quiebra profunda y prolongada en el sistema
multilateral de comercio y pagos.
El proceso se agudizó además en el movimiento internacional de capitales, que se redujo apreciablemente.
Como consecuencia básica de la crisis internacional y de la falta de iniciativa e imaginación económicas de los
gobiernos argentinos anteriores a 1930, la aguda caída del poder de compra de las exportaciones y de la capacidad
de importar, debía repercutir violentamente sobre el nivel de ocupación e ingreso interno, el balance de pagos y las
finanzas públicas.
En la práctica, la ruta seguida por la Argentina ha sido llamada por Aldo Ferrer una
"política compensatoria", cuyos hitos principales fueron el abandono de la convertibilidad del peso en diciembre de
1929, en forma correlativa, el presupuesto nacional arrojó un desequilibrio que fue financiado con la colocación de
títulos públicos en el sistema bancario; luego se autorizó a la Caja de Conversión a cambiar papeles comerciales por
billetes y, por fin, en octubre de 1931 se aplicó el control de cambios con el objeto de evitar la continua
desvalorización del peso.

El Pacto Roca-Runciman y el comercio de carnes: una gran clave.


Inglaterra firma acuerdos con Canadá para dar a sus carnes preferencias en el mercado metropolitano. Desde que se
firmaron estos acuerdos de Ottawa, las exportaciones de carnes argentinas comenzaron a descender a razón de un
5% mensual.
El gobierno nacional, decide enviar en 1933 una importante misión a Londres encabezada por el vicepresidente Julio
A. Roca. Con el pretexto de retribuir una visita al príncipe de Gales, el objetivo de la misma era la firma del Pacto
Roca-Runciman firmado por el Roca y el ministro británico Walter Runciman (1° de mayo de 1933).
Gran Bretaña, en la práctica, sólo se obligaba condicionalmente a conservar la cuota de importaciones de carnes
argentinas, aun reservándose el derecho de restringirlas cuanto le conviniera.
La Argentina, en cambio, se comprometía a:
1) mantener libres de derechos al carbón,
2) respecto de las importaciones inglesas, volver a las tasas y aforos vigentes en 1930,
3) no reducir las tarifas ferroviarias;
4) destinar a compras en Gran Bretaña un tipo de cambio menos favorables que para las destinadas a otros países, y
5) a dispensar a las empresas británicas de servicios públicos.
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La situación de la ganadería era preocupante ya que los estancieros realizaban ganancias sumamente inferiores a la
de los frigoríficos.
El senador De la Torre decía que la Argentina había firmado el Pacto Roca – Runciman para favorecer al mercado
inglés. Las ganancias eran todo para los frigoríficos que encima evadían impuestos. Además, los frigoríficos
extranjeros podían reservar hasta el 25% de sus divisas para uso particular, éste privilegio no se permitía para el
resto de los exportadores.

Consecuencias indirectas de la crisis: comienzas del avance industrial.


Ciertos factores externos como quizá la Primer Guerra Mundial (1914-1918) y la crisis económica-financiera serán en
buena medida responsables del crecimiento industrial de nuestro país. Las principales causas de la industrialización
son:
Disminución de las exportaciones (en valor y tonelaje) y falta de divisas para continuar importando. Gran cantidad de
mercaderías empiezan a elaborarse en el país (sustitución de importaciones),
Devaluación monetaria,
Aumento de los derechos aduaneros,
Existencia de mano de obra abundante y barata,
Existencia de un mercado consumidor importante,
Presencia de industrias auxiliares desarrolladas,
Desmantelamiento de industrias,
Grandes ganancias por el escaso nivel de capital que debía invertirse,
El proceso de industrialización abarco sólo ciertas áreas geográficas de nuestro país (Bs.As, el gran Bs.As y la región
del Litoral).
La industrialización fue paralela también al fenómeno de las migraciones internas rural-urbanas. El lapso entre 1030
y 1943, y los años posteriores, aceleran el proceso, ya que la industria en crecimiento debe buscar su mano de obra
en su propio país.
Ante la Primer Guerra Mundial la Argentina se ajustaba cómodamente al molde de los tradicionales principios de la
división internacional del trabajo en el marco geográfico. Pero las consecuencias del conflicto bélico, más la gran
crisis de 1929, dislocaron esa aparente estructura que quería corresponder al concepto de la "mano invisible" de
Adam Smith que vigilaba los mercados y las leyes de la oferta y la demanda. Debieron intentarse algunos remedios
para consolidar la economía y las finanzas nacionales frente a las fluctuaciones del comercio exterior. Por un lado,
tender a una mejor distribución del ingreso nacional, por otro, el fortalecimiento de los ingresos de los grandes
ganaderos y agricultores.
Por supuesto, la industrialización como tal no fue prohibida por el gobierno, pero sí se la dificultó mediante el uso de
los derechos de aduana y del control de cambio.
Los derechos de aduana fueron utilizados de tres maneras para desalentar a la industria nacional. En primer lujar, los
derechos sobre las materias prima eran con frecuencia superiores a lo de los artículos terminados o semiterminados
elaborados con ellas. En segundo lugar, en muchos casos la tarifa aduanera se fijaba en un valor mayor para el kg de
materia prima que para el kg del producto terminado fabricado con ella. Finalmente, otra forma de discriminación
surgía de no considerar la merma o pérdida de la materia prima en el proceso de manufactura.
Otras desventajas que encontraba la naciente industria fueron la falta de capitales locales para invertir en ella y la
renuncia de los bancos a conceder créditos de mediano plazo.
Pero, superado todos estos inconvenientes la industria argentina ha crecido de a saltos desde 1935.
Entre 1935 y 1943 el país vivió un importante desarrollo industrial al que le faltó totalmente la protección estatal.
El sistema de la restauración conservadora enfrentó a mediados de 1940 otra seria crisis, provocada por el estallido
de la guerra europea (1939). Se cerraron todos los puertos europeos (excepto España y Portugal) a los productores
argentinos. La balanza de nuestro país comenzó a adquirir signos desfavorables.
Estos y otros hechos hicieron que Federico Pinedo (ministro de hacienda) elabore un plan para enfrentar la crisis.
Plan de Pinedo:
Compra por el Estado de los excedentes de la producción agropecuaria a precios moderados, con el objeto de que el
productor pudiera cubrir sus costos, sin que los propietarios exigieran arrendamientos excesivos.
Construcción de viviendas populares, facilitando los negocios de las compañías privadas a las que el Estado
fomentaría con recursos financieros a largo plazos y bajo interés.
Estímulo a las actividades manufactureras, con créditos bancarios a largo plazo, y utilización preferente de materias
primas nacionales.
Fomento de una zona de libre comercio entre países vecinos.
23
Utilización de los recursos bancarios para las necesidades financieras del Estado.
Crédito sin pago inmediato.
Una discutible "nacionalización" de los ferrocarriles británicos, empleando para ello los saldos acumulados en favor
del país en el Reino.
Limitación de las importaciones provenientes de los Estados Unidos.
El Plan de Pinedo aprobado por cámara alta ni siquiera llegó a discutirse en la Cámara de Diputados. Pero cuando el
Plan se estaba debatiendo en el Senado, la crisis entra en su cauce más propicio. La balanza comercial argentina, en
1941 cerró con un margen más favorable de comercio.
Las exportaciones de productos argentinos “no tradicionales” aumentaron considerablemente, con lo cual la
industria local empezó a obtener mejores beneficios.
La guerra, entre otras consecuencias, frenó el drenaje de divisas al reducirse la importación, facilitó la creación y el
desarrollo de nuevas industrias para reemplazar a los productos que ya no podían importarse, fomentó las
migraciones internas e hizo desaparecer la desocupación y produjo una rápida circulación de bienes.

Perón al Poder.
La relación de Perón con los sindicatos se inició unos meses después de la revolución del 4 de junio. El
derrocamiento de Castillo había contado con el apoyo de los más importantes voceros sindicales. El “unicato de uno”
castillisista había visto reducirse a un mínimo de su popularidad, y la ilusión de un vuelco favorable era compartida
por casi toda la sociedad. Por ese entonces la CGT estaba dividida en CGT 1 (gremios menos politizados) y la CGT 2
(dominada por socialistas y comunistas).
Ambas recibieron con agrado la revolución, tanto que la CGT 2 aseguró su “adhesión franca y leal”. En pocos meses
ese apoyo se había evaporado y la CGT 2 fue disuelta en junio. El gobierno intentaba así un mayor control de los
sindicatos.
La intervención de los más importantes gremios ferroviarios fue otra de las iniciativas del gobierno que lo enfrentó
con las organizaciones obreras.
Cuando en octubre de 1942 Perón se hizo cargo del Departamento Nacional de Trabajo, ya era evidente que la
política de control y dominación que el gobierno estaba ejerciendo sobre los sindicatos no servía ni siquiera para sus
propios fines. Varias situaciones sumadas a una indudable pretensión personal de poder convencieron a Perón de
que era hora de pasar de una política de control a una de concesiones. La nueva estrategia se veía facilitada por la
creación de la Secretaría de Trabajo y Previsión, encabezada por Perón.
Así conseguía Perón sus primeros pasos adherentes. La acción de la secretaría pronto fue extendiéndose a otros
sectores. Se agregaron una serie de arbitrios favorables a los trabajadores. Pero los favores de Perón tenían una
intención política.
Para las organizaciones obreras, la repentina generosidad oficial era un hecho inusitado y sorpresivo.
A partir de mediados de 1944 con Perón ya como vicepresidente y ministro de guerra, los actos de los sindicatos se
multiplicaron. Aprovechaba además las ambiciones políticas de muchos dirigentes sindicales. De éstos partió la
propuesta de respaldar su candidatura a partir de un Partido Laborista. Perón era para este entonces la figura más
importante del país.
Desde la universidad, la prensa y un empresariado descontento partían presiones para forzar el alejamiento de
Perón y una rápida normalización institucional.
Tomó fuerza la idea de entregar el gobierno a la Corte suprema y hubo tentativas de un nuevo golpe de estado. El 9
de octubre Perón tuvo que renunciar a sus múltiples cargos. Perón pudo despedirse con un acto y con un mensaje
radial antes de ser detenido y enviado a Martín García. La noticia hizo reaccionar a los gremios y desde distintos
puntos del país se reclamaba su libertad.
El 17 de octubre una movilización popular volcó la crisis en favor de Perón y forzó su restitución al gobierno.
A partir de ese día, y hasta febrero de 1946, un clima de agitación electoral sacudió al país como nunca antes.
Para sorpresa de muchos, la fórmula Perón-Quijano obtuvo 300000 votos de ventaja sobre los candidatos de la
Unión Democrática en las elecciones de febrero. El apoyo de los sindicatos, la iglesia y los militares, había decidido el
triunfo peronista.

“Ni capitalistas ni comunistas: Justicialistas”.


La visión corporativa era uno de los pocos rasgos del pensamiento de Perón que se mantendría inalterable a lo largo
de toda su carrera. Los azahares de la carrera militar lo habían destinado a Italia durante el apogeo de Mussolini,
época en que los encantos del sistema corporativo eran difíciles de resistir.

24
Una prueba de la consideración de Perón hacia esta peculiar manera de relacionar a la sociedad con el estado fue su
política previa en 1946 desde la Secretaría de Trabajo. Los trabajadores sindicalizados siempre recibieron mayor
atención que los no afiliados al gremio, y, de todos los sindicatos, los más beneficiados fueron los que estaban
asociados a la CGT. Y en el año 1944 la cantidad de gremios afiliados a la CGT aumentó aceleradamente.
Perón se esforzaba por diferenciarse del pensamiento de izquierda, y opuso al concepto de lucha de clases el de
armonía de clases. La colaboración entre el capital y el trabajo, antes que su enfrentamiento, era el camino para el
progreso social.
La propaganda oficial difundía las bondades de esta visión conciliatoria y la presentaba como una verdadera
doctrina, que pronto se llamó Justicialista. Perón se alejaba cuanto podía de cualquier invocación que lo
emparentara con el marxismo, de manera de ganar la confianza de un empresariado siempre temeroso de la
acechanza comunista.
No había en el enfoque de Perón un contenido sustantivo y coherente que permita hablar de una “economía
peronista”. Eso le daba cierta flexibilidad para resolver problemas distribuidos que, debía enfrentar. Pero no
alcanzaba, no se podía convencer a los empresarios de que, en nombre de la armonía de clases, debían ceder
generosamente ante la demanda de los trabajadores.
Durante los primeros años del gobierno propiamente peronista, el conflicto entre el trabajo y el capital se mantuvo
en estado latente.

Una nación políticamente soberana.


La "tercera posición" era la frase oficial para definir lo que se pretendía de las relaciones internacionales de la
Argentina, básicamente una actitud de independencia ante el conflicto entre los Estado Unidos y la Unión Soviética.
Perón consideraba probable una Tercera Guerra Mundial, previsión a la que contribuía la sucesión de conflictos
entre las dos grandes potencias de la posguerra, tal el caso del problema berlinés. Más allá de sus consecuencias
globales, una nueva guerra colocaría a la Argentina en una situación privilegiada.
Recién terminada la Segunda Guerra, no era fácil imaginar que sobrevendría una nueva era de expansión sostenida
del comercio mundial. La esperanza de retornar a un sistema de comercio y de pagos multilaterales se basaba en el
supuesto de que el intercambio comercial sería relativamente equilibrado. Pero en los años de la inmediata
posguerra la realidad fue exactamente la opuesta: Estados
Unidos era el gran proveedor mundial, y mantenía voluminosos excedentes comerciales con Europa y Japón,
atentaba contra el sistema de tipos de cambio fijos propuestos en Bretton Woods.
La memoria de la Depresión y de la reciente guerra ya eran alertas importantes contra la participación activa de la
Argentina en el flujo internacional de mercaderías.
El trato con los norteamericanos era de mutua desconfianza. El cortocircuito entre Buenos Aires y Washington tenía,
por supuesto, una razón más profunda. Perón había formado parte del gobierno revolucionario que había
mantenido la neutralidad argentina en la Segunda Guerra casi hasta el último disparo. Sin embargo, la nueva
configuración internacional estaba haciendo más intensa la necesidad de Estados Unidos de conseguir aliados. La
independencia de criterio que pregonaba el presidente argentino, por su parte, no era incoherente con un
estrechamiento de las relaciones con los norteamericanos, como tampoco impedía a acercamiento a la Unión
Soviética.
La delegación argentina dejó de lado la tradicional actitud hostil de las propuestas de Washington, y no obstaculizó
la aprobación del Tratado Internacional de
Asistencia Recíproca.
Pero esta tregua sería breve, la Argentina objetó los planes norteamericanos para la Organización de Estados
Americanos.
Estados Unidos tampoco vio con agrado la política del estado argentino en relación a la comercialización de sus
productos de exportación. La opinión internacional condenó el comportamiento argentino y las represalias tardaron
poco en llegar. A principios de 1948 se anunció el Plan Marshall, un sistema de créditos para que los países europeos
devastados por la guerra tuvieran acceso a importaciones cruciales.
La Argentina fue excluida como importador de alimentos, lo que representó una oportunidad perdida para un sector
rural ya bastante castigado.
La exclusión argentina del Plan Marshall fue, de los eventos diplomáticos con repercusiones económicas, el segundo
en importancia. El primero fue, la negociación con Gran Bretaña para arreglar las cuestas de la guerra. El balance de
pagos con Inglaterra venía siendo, reflejo nítido de la configuración del nexo anglo-argentino.
Durante la guerra la situación cambió. La dedicación de la industria británica al esfuerzo bélico, la decadencia de los
ferrocarriles, y las sucesivas repatriaciones de deuda pública, generaron un fuerte superávit global para la Argentina.
25
Hacia fines de la guerra, el Reino Unido debía al estado argentino 112 millones de libras esterlinas. Técnicamente,
estas eran libras bloqueadas ya que era imposible su libre convertibilidad en dólar. Así, el problema de las libras
bloqueadas pasó a ser el punto de conflicto central en las relaciones con Inglaterra.
Las posiciones de los argentinos y los británicos eran claras y opuestas. Había una predisposición británica a
desprenderse de los ferrocarriles instalados en Argentina y pagar así la deuda.
Finalmente, los dos problemas bilaterales más importantes (los ferrocarriles y las libras bloqueadas) fueron resueltos
conjuntamente.

El avance del Estado.


Durante el gobierno peronista, la estatización tomó mayor vigor. A la nacionalización de los ferrocarriles siguió la de
los teléfonos pertenecientes a la ITT. En el área energética la Empresa Nacional de Energía tuvo a su cargo la
instalación de 37 plantas hidroeléctricas. Con la creación de Yacimientos Carboníferos Fiscales se inició la explotación
de las minas en la provincia de Santa Cruz. La estatización del servicio de gas se completó con la creación de Gas del
Estado.
El texto constitucional de 1949 consagró esta tendencia, declarando al estado dueño natural de los servicios públicos
y de las fuentes de energía.
El partido opositor más importante, la Unión Cívica Radical, criticó la política de nacionalizaciones y estatizaciones no
por excesiva, sino por insuficiente. Al conocerse los resultados del acuerdo Eady-Miranda (una empresa mixta para
administrar los ferrocarriles), los radicales se opusieron demandando en cambio la nacionalización total. Se
mostraron temerosos de lo que consideraban un peligroso acercamiento de Perón a Gran Bretaña.
Desde la crisis del 30, la confianza en las capacidades del estado venía en aumento, y la inevitable participación en la
economía de los sectores públicos de diversos países durante la Segunda Guerra había reforzado esta tendencia.
En la Argentina, las cifras del gasto público reflejan el crecimiento estatal, tendencia que se inició antes del gobierno
peronista.
El aumento del gasto en inversión fue determinante para el incremento global de las erogaciones estatales. Hubo
inversiones en comunicaciones, energía y material ferroviario, y se dio impulsado a la construcción de caminos. En
algunos de esos sectores, sin embargo, no alcanzó a compensarse la fuerte depreciación del capital ya instalado, ni a
satisfacerse la creciente demanda por infraestructura. En algunas áreas, el aumento del gasto venía a satisfacer las
demandas de los sectores que sostenían al peronismo en el poder: los militares y la clase trabajadora. En los años
1946 y 1947 el principal motor de la inversión pública fue la defensa exterior. Creció también la importancia del
gasto en salud, educación y vivienda.
En todo el mundo la receta keynesiana de tonificar la demanda agregada con aumentos del gasto público estaba en
su momento de mayor apogeo. En los países que habían participado de la guerra, las compras de material bélico
habían permitido superar una situación de desempleo. Los gobiernos pronto se hicieron eco de este nuevo consenso
de ideas en materia económica. En Inglaterra, el White Paper on Employment, de 1944, comprometía al gobierno al
mantenimiento del pleno empleo, a través del gasto público cuando fuera necesario. En Estados Unidos, en tanto, el
keynesianismo era doctrina oficial ya desde la exitosa salida de la recesión de 1937. En los países América latina
también se difundieron las políticas contra-cíclicas, como las que Colombia había aplicado cuando la guerra complicó
a su comercio de exportación.
a partir de la Segunda Guerra Mundial las políticas redistributivas alcanzaron una sólida expresión institucional.
Inglaterra continuó siendo pionera, favorecida por el menor deterioro de su economía durante la guerra, comparado
con los países de Europa continental.
En países más parecidos a la Argentina también se reconoció esta nueva función del estado. Australia, por ejemplo,
introdujo seguros de desempleo y por enfermedad, y aumentó los beneficios por maternidad, todo ello a mediados
de la década del 40.
El triunfo del keynesianismo y la consideración de los problemas distributivos seguramente influyeron en el diseño
de las políticas fiscales peronistas. Así y todo, el gasto del gobierno no fue el único instrumento usado para sostener
la demanda agregada y para redistribuir progresivamente el ingreso.

Una Nación socialmente justa.


El Primer Plan Quinquenal, y el nombre de Miguel Miranda, están asociados a una fase de expansión salarial sin
precedentes. A pesar de las buenas relaciones entre el gobierno y los gremios durante el período anterior a Perón,
los salarios reales apenas habían aumentado entre 1943 y 1945. Esa mejora fue más acentuada que la de la
productividad.

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El incremento de los salarios reales llevó a una distribución del ingreso nacional más equitativa. Se ha calculado que
el componente salarial del ingreso nacional superó, por primera vez en la historia, a la retribución obtenida en
concepto de ganancias, intereses y renta de la tierra.
Detrás de esta política había, por supuesto, una intención política de Perón. Un éxito rotundo como administrador le
permitía unir fuerzas detrás de la persona, antes que la del partido y de los sindicatos, cosa que finalmente ocurrió:
en 1947 quedó fundado el partido peronista.
El optimismo de los primeros años peronistas era capaz de justificar políticas a veces demasiado audaces.
En los años 1946 a 1948 la clase trabajadora argentina experimentó el mayor aumento de bienestar de toda su
historia. El bienestar era todo el pueblo argentino, y no fue extraño que el peronismo obtuviera más de dos tercios
de los votos en las elecciones de constituyentes de 1949.
La política salarial de Perón, con su doble objetivo de garantizar empleo y retribuir el ingreso hacia los sectores
populares, fue uno de los elementos centrales de su política económica hasta 1949. El impuesto al ingreso, creado al
comenzar la década del 30, fue rediseñado repetidas veces de manera de hacerlo más progresivo.
El sistema previsional argentino había comenzado a funcionar, en 1904, con la creación de una caja para empleados
públicos. En 1915 se creó la caja para los trabajadores ferroviarios, en 1921 para los de otros servicios públicos, en
1923 para los bancarios y en 1939 para los periodistas y marineros. Pero fue a partir de la asunción de Perón en la
Secretaría de Trabajo y Previsión que las cajas adquirieron un impulso decisivo.
El sistema impositivo y previsional fue un factor importante, pero no el decisivo, en el esquema distribucioncita de
peronismo. El elemento crucial era la generosa política salarial.

Una Nación Económica libre: El Impulso Industrial.


El gobierno peronista actuó vigorosa y deliberadamente en favor de la industria sustitutiva de importaciones. Perón
veía en el crecimiento industrial la posibilidad de mantener un alto nivel de empleo y de consumo.
La industrialización era vista también como una política de desarrollo para el largo plazo.
Los medios elegidos por el gobierno para llevar a cabo este proyecto fueron básicamente dos: la restricción de las
importaciones y la generosa política crediticia. Ya el 1944, el “Régimen para la promoción y protección de la
industria” había mostrado la voluntad oficial de proteger la producción de manufacturas de “interés nacional”.
El Banco Industrial, fundado en 1944, inició sus actividades con una capacidad prestable equivalente a seis veces el
volumen negociado en la Bolsa de Buenos Aires. Con los años, ese poder crediticio se haría todavía mayor. El Banco
Central, por su parte, fue nacionalizado en 1946 junto al sistema bancario, lo que le permitió al gobierno manejar el
crédito a voluntad. Así es como, entre 1946 y 1948, la industria se encontró con fondos abundantes a su disposición,
redimibles en plazos largos y con tasas de interés muy favorables.
También contribuyo a lo largo de la industrialización la política fiscal del peronismo. Además, se intervino bastante
en la instrucción para la industria, siguiendo consejos ya centenarios de Juan Bautista Alberdi de evitar una
formación demasiado enciclopédica. El Instituto Superior de la Escuela de Otto Krause entrenó a muchos de los
futuros industriales.

En el campo, las espinas.


En los primeros años de la década del 30, el sector agropecuario había sufrido las consecuencias de unos términos de
intercambio inusualmente bajos. El gobierno conservador del general Justo, en cuyo gabinete se contaban cinco
miembros de la Sociedad Rural Argentina, intentó ayudar a los productores agrícolas y ganaderos. Estos últimos se
vieron favorecidos por la firma del tratado Roca-Raciman, que garantizaba una proporción del mercado inglés a la
carne argentina; para ayudar a los agricultores, en tanto, se instauró la Junta Nacional de Granos, con la misión de
asegurar un precio mínimo a los cereales, comprar los excedentes y venderlos a pérdida en el mercado internacional.
Durante el gobierno de Perón, la influencia del gobierno sobre los precios agrícolas se agravó más. El Instituto
Argentino para la Promoción del Intercambio (IAPI) desde 1946 monopolizó la comercialización de los cereales y
oleaginosas.
Había una política discriminatoria hacia el sector rural. Las ganancias del IAPI sirvieron para sostener el aumento en
el gasto público.
Los precios internos de los alimentos estaban estancados.
A través de la política del IAPI, el gobierno cerraba un triángulo de redistribución sectorial de ingreso coherente con
su apoyo político. En éste triángulo los vértices eran el sector rural, el sector urbano y el Estado.
Las políticas del IAPI eran poco convincentes para los propietarios rurales. Los aumentos salariales en la industria
habían repercutido en los costos de los productores, que debían aumentar los salarios de los peones para evitar su

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emigración hacia las ciudades. La agricultura estaba mas golpeada que la ganadería, había escacez de mano de obra.
El sistema de arrendamiento entró en crisis.
Hubo una sustitución de cultivos en la Pampa húmeda. Creció la importancia de semillas nuevas. La caía en la
producción de los cultivos tradicionales fue compensada por un aumento de las nuevas variedades.

Las complicadas cuentas externas.


Apenas acababa la guerra, el problema exterior era opuesto al que había imperado durante la Gran Depresión. Ya no
se trataba de “comprar a quien nos compra” sino, más bien, de “vender a quien nos vende”.
La manifestación más clara de este problema era el bloqueo de libras en el Banco de Inglaterra. Las libras que se
habían conseguido con las exportaciones durante la guerra sólo podían utilizarse para importar desde países del
“área de libra”.
Los primeros años de postguerra trajeron novedades al comercio exterior argentino. Pero las variaciones en los
precios no podían esconder una hecho decepcionante: el volumen de exportaciones de 1946 era menor que el de
1935 que era a su vez menor al de la década del 20.
En la mediocre evolución exportadora de la Argentina, las políticas externas fueron determinantes. En 1946, ya se
habían cumplido más de 15 años de decadencia en los mercados internacionales, y el gobierno peronista apostó más
a una tercera guerra mundial y a un debilitamiento todavía mayor del intercambio entre naciones que a la
impresionante resurrección que finalmente tuvo lugar.
La favorable situación de los precios de exportación argentinos en la inmediata postguerra no podía ser vista sino
como un hecho absolutamente excepcional y acaso irrepetible, con el que no se podía contar en el futuro. Esas
circunstancias fortuitas hicieron que la balanza comercial argentina tuviera, entre 1945 y 1948, un signo positivo.
Las importaciones se recuperaron rápidamente de su deprimido nivel durante la guerra, empujadas por la fuerte
demanda interna. Esto comenzó a ser visto con preocupación cuando amenazó con cambiar el signo de la balanza
comercial argentina.
Así, un signo de pregunta ensombrecía el futuro de las cuantas externas argentinas ya en 1948, y al año siguiente se
transformaría en un verdadero problema. El desequilibrio exterior de 1949 coincidía con la aparición de otros de los
temas llamados a dominar el debate económico en las décadas siguientes, la inflación de precios.

Crédito y descrédito.
Ya a partir de la Segunda Guerra mundial la economía argentina empezó a mostrar síntomas inflacionarios. Durante
cada uno de los años entre 1941 y 1945, la base monetaria creció más de un 15%. La resistencia de la sociedad
argentina a las políticas inflacionarias era bastante fuerte.
La Argentina mantuvo, a partir de la posguerra, una inflación consistentemente más alta que la de los países más
avanzados. A partir de los fines de los años 40 los caminos de la inflación argentina y la norteamericana se separaron
definitivamente, o al menos por varias décadas.
Recién iniciado el gobierno peronista, el régimen monetario y bancario argentino fue modificado. Al mes siguiente la
nacionalización del sistema bancario (los depósitos pasaban a ser pasivos del banco central antes que de los propios
bancos comerciales que los recibían). Los bancos no eran más que agentes receptores de depósitos por cuenta del
Banco Central, y desde luego no se les permitía prestarlos. Ambas disposiciones tenían como fundamento la idea de
que el estado debía reservarse para sí mismo el monopolio de la emisión monetaria. Suprimiendo esa actividad se
conseguía un manejo más inmediato de la cantidad de dinero.
El modelo monetario del peronismo a través de los bancos comerciales, el Banco Central desplegó la política de
créditos que permitió a la industria financiera inversiones y, pagar salarios cada vez más elevados. Estos créditos
eran en realidad un sustancial subsidio.
Una parte de los créditos volvía al sistema bancario en forma de depósitos, que aumentaron durante los primeros
años del peronismo. Sin embargo, el aumento de los créditos fue siempre mayor al crecimiento de los depósitos, y
eso no era ni más ni menos que una expansión del dinero circulante, siempre proclive a generar inflación.
Alfredo Gómez Morales, quien a partir de 1949 sería el conductor de la política económica, sostenía que a través de
las políticas crediticias del Banco Central y del Banco Industrial se estaba manifestando una nueva concepción del
dinero.
A la expansión crediticia provocada por la ayuda a la industria siguió la que recibía el estado nacional para cubrir su
creciente déficit presupuestario. Se iniciaba así una práctica que sobrevivirá durante años, y que ligaba íntimamente
a la inflación con el déficit fiscal.

¿Cómo reaccionó la sociedad a las inéditas condiciones inflacionarias?


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Cuanto más alto es la inflación, más poder de compra está perdiendo quien mantiene billetes en su bolsillo y más
rápido se va a desprender de ellos. Algo sorprendentemente, durante el primer trienio peronista ocurrió al revés.
Estaba operando lo que los economistas llaman "ilusión monetaria": la gente no sentía la necesidad de desprenderse
de las crecientes cantidades de dinero que recibía porque no sentía que ese dinero estuviera perdiendo valor.
Todavía faltaba algún tiempo para que los argentinos se acostumbrasen a distinguir entre cantidades nominales y
cantidades reales, y a usar monedas como unidades de referencia.

Del paraíso peronista a la crisis del desarrollo (1949-1958).


El año 1948 había sido el mejor año peronista.
La plata sobraba y dominaba la sensación de que lo económico había dejado de ser un problema para la Argentina.
Con este marco de abundancia, Perón se preocupaba de tener nuevas ambiciones. Una de ellas fue la realización de
una nueva reforma constitucional que le permitiera ser reelecto en 1952.
Desde un primer momento, la oposición criticó el procedimiento por el que se había decidido la necesidad de la
reforma, tanto que algunos partidos (socialista, demócrata-progresista) decidieron no participar de la elección. La
victoria oficialista fue total.
La oposición estaba condenada a una asfixia que iba más allá de la innegable debilidad electoral.
El encierro de la oposición se veía agravado por la política de comunicaciones del oficialismo. Muchos diarios fueron
adquiridos por el gobierno, otros directamente clausurados y expropiados.
Algunos sindicalistas se resistían al “nuevo unicato” de Perón.
Con el apoyo tácito o explícito de varios políticos de la oposición, el general retirado Benjamín Menendez encabezó
una desorganizada marcha desde Campo de Mayo cuyo fracaso no requirió demasiado esfuerzo por parte del
gobierno. Este primer intento de golpe de estado resultó ser una bendición para el gobierno, ya que le permitió a
Perón señalar enemigos peligrosos mientras desarrollaba la campaña que finalmente culminó en su reelección.
La fórmula Perón-Quijano resultó victoriosa contra la de Balbin-Frondizi (quienes corrieron con importantes
desventajas de no poder acceder a los medios de comunicación).
Paradójicamente la estrella de Perón comenzó a declinar aproximadamente cuando la economía empezaba a
encaminarse nuevamente por una senda de crecimiento. Es que por fin a partir de 1952 comenzó a sentirse la
recuperación de una larga crisis económica cuyos primeros inicios habían aparecido en 1949.

Síntomas de crisis.
En 1949, el debilitamiento del esquema distributivo de los primeros años del peronismo empezó a resquebrajarse
por lo más frágil: la balanza comercial y la inflación. Los términos de intercambio eran declinantes. A ello se le
sumaron las consecuencias de una política exterior algo orgullosa, que impidió la participación argentina en el Plan
Mundial.
El periodo 1949/50, estuvo marcado por una fuerte sequía que ocasionó pobreza en las cosechas.
La Argentina exportó en 1949 un valor menor que el año anterior. Esa reducción en las divisas disponibles junto con
el aumento de precios de artículos que el país obtenía del exterior obligó a comprimir aún más las importaciones.
La industria (por lejos el sector más dinámico en los primeros años de pos guerra) sufrió con la intensificación de
esos controles. Las importaciones para la industria caían al compás de los términos intercambio, evidenciando la
debilidad de los cimientos de la industrialización peronista.
El crédito total hacia la industria, cayó en 1949.
El gobierno parecía por fin reaccionar ante las presiones inflacionarias. Las autoridades económicas no podían evitar
que la insuficiencia de dólares se reflejara en su precio.
Para algunos peronistas la inflación era un mal necesario, si es que realmente la consideraban un mal. El aumento de
los precios era visto cono el único instrumento poderoso de redistribución de ingresos que no chocaba con las
normas inconstitucionales y con las jurisprudencias.
En 1950 el salario real aumentó muy levemente y los precios agropecuarios recibieron un leve impulso asociado al
conflicto de Corea.
Pero en 1951 el panorama volvió a empeorar. La inflación superó a la tasa de aumento salarial, mientras una terrible
sequía reducía las cosechas de los principales cultivos. El modesto superávit comercial de 1950 se transformaba en
un cuantioso déficit en 1951. La reaparición de gas contribuyó a difundir la sensación que una era de rápido progreso
popular estaba concluyendo. La restricción del crédito estaba golpeando sobre algunos sectores industriales y hacia
el inevitable conflicto entre trabajadores y empresarios.

29
Entre 1950 y 1951 pararon los trabajadores de la industria azucarera y los empleados gráficos, bancarios y
marítimos. El mayor conflicto fue el de los ferrocarriles con una huelga que duro 9 meses. Es indudable que el
deterioro de la economía estaba jugando un importante papel.

La hora de la austeridad: el plan económico de 1952.


El plan de estabilización económico de 1952 buscaba detener la inflación. Además, se intentaba resolver el problema
del déficit comercial externo. La idea era simple. Había que gastar menos. La inversión pública se redujo bastante a
partir de 1952. Medido a precios constantes, el gasto de gobierno bajo entre 1959 y 1953, y el déficit fiscal
disminuyó considerablemente.
Los instrumentos monetarios no fueron los únicos con que se intentó combatir la inflación. Hubo medidas más
directas, como el retraso deliberado de la tarifa pública y el aumento de los subsidios a los bienes básicos. La política
anti-inflacionaria fue acompañada, asimismo, por un concertado y prudente manejo de los salarios.
Hubo, por otra parte, algunas medidas que apuntaron al aumento de las exportaciones. Se intentó además
fomentar la exportación de otros artículos a través de modificaciones en el sistema cambiario.
Con el plan de 1952, el gobierno desmontó el esquema que había estado vigente a partir de 1946 y había tenido un
impresionante éxito inicial.
Por las buenas y por las malas, la inflación bajó hasta tocar un mínimo de 3,1 % en 1945. Después de descender en
1951 y 1952, los salarios reales comenzaron una firme recuperación.
La caída de la inflación restableció la confianza el peso. Entre 1952-1955 aumentó la proporción de riqueza privada
atesorada en moneda nacional. También se recuperó la producción interna, el problema externo fue corregido.
Después de las severas sangrías de 1951 y 1952 la balanza comercial pasó a ser superavitaria en 1953 y 1954, para
luego volver a un déficit en 1955.
La extraordinaria cosecha de 1952/53 fue decisiva para este alivio. La época en que el IAPI (Instituto Argentino de
Promoción del Intercambio) era el gran enemigo de los productores agropecuarios ya estaba terminada.

Una vuelta al campo.


Mucho se ha discutido sobre la naturaleza y los efectos de la intervención del IAPI en la comercialización de los
productos del campo argentino. Se ha argumentado que la decadencia de ciertos cultivos en la Argentina en los
últimos años de la década del 40 se debió a la política gubernamental de adquirir la cosecha a precios bajos al
productor local para venderlo caro al comprador internacional. Reducción en el área sembrada con maíz, trigo, y
lino. El girasol, el maní y la cebada compensaron la retracción de los cultivos tradicionales. Además, la ganadería
ocupo tierras antes dedicadas a la explotación agrícola. La producción agropecuaria global cayó entre 1947 y 1950,
en un 6% aprox.
El tipo de cambio se mantuvo a niveles considerados francamente bajos, lo que solo se corregiría tras la caída de
Perón. De esta manera se lograban “precios remunerativos” para el campo sin que los precios internos aumentaran
tanto como lo hubieran hecho con una devaluación, que también encarece las importaciones.
Las opiniones de la Sociedad Rural reflejaron el cambio de humor de la gente del campo a partir de los años 50.
Uno de los pasos fundamentales del gobierno para revertir la oposición rural fue la firma de sucesivos protocolos
con Inglaterra, que establecían las condiciones de comercialización para las carnes argentinas. El acuerdo Paz-
Edwards en 1951 suprimió los detalles innecesarios de arreglos anteriores y llego a una solución de compromiso en
la fijación de precios, tanto de los productos argentinos como del carbón y el petróleo provistos por Inglaterra. El
esfuerzo oficial por mantener vivo el mercado inglés, combinado con el aumento de los precios a los que el IAPI
hacia sus compras, fue cálidamente acogido por los sectores rurales.
El nuevo tratado de Perón al sector rural no se agotó en las políticas de crédito y subsidio, aunque estas fueron las
más importantes.
El drástico replanteo de la política para el agro puede ser visto como un reconocimiento de los límites que tenia la
pretendida transformación de la economía, de un país predominante agrario a una nación industrial moderna, la
industrialización, todavía considerada una panacea, empezaba a mostrarse problemáticamente.

Dilemas de una industrialización acelerada.


Durante el peronismo, el impulso industrialista se intensifico, a través de políticas que buscaban completar el
proceso de sustitución de importaciones por producción nacional. El Banco Industrial, creado en 1944, y el Banco
Central, nacionalizado en 1946, fueron los encargados de llevar adelante un programa de créditos marcadamente
expansivo.

30
El grado de sustitución de importaciones industriales que la Argentina alcanzo hacia 1950 se contara entre los
mayores del mundo semi-industrializado, exceptuando a los países socialistas. Por esa vía, los años del peronismo
fueron años de vigoroso crecimiento industrial.
El desarrollo de la industria durante la época de Perón solo puede calificarse como un éxito parcial.
Según las expresiones oficiales, el Banco Industrial vendría a complementar la tarea de los bancos comerciales, que
tenían “un incentivo para preferir concesiones de créditos a las ramas industriales más lucrativas, dejando de lado a
otras con menores beneficios que sin embargo son igualmente indispensables para la economía nacional”.
La política industrial diversificada que en los hechos eligió el peronismo era particularmente problemática en un país
con una población relativamente escasa, como era la Argentina. Muchas de las industrias que nacieron al amparo de
las políticas proteccionistas de los años 40 y 50 no alcanzaban una cierta escala mínima a partir de la cual pudieran
trabajar con un aceptable grado de eficiencia. El resultado fue una producción manufacturera de alto costo y con
pocas posibilidades de explotación.
El proceso de expansión manufacturera también estuvo complicado por un mercado de trabajo distinto del de otros
países que encararon la industrialización en la posguerra. En la Argentina, la ganadería y la agricultura eran
esencialmente modernas desde los comienzos de la industrialización, y por lo tanto tenían productividad y salarios
comparativamente altos.
A partir de los años 50 casi toda la expansión de la producción industrial surgiría de aumentos en el capital instalado
y de mejoras tecnológicas, con un tenue crecimiento de la ocupación.

¿Un defecto estructural?


Después de dos años de un superávit comercial provocado por el plan de estabilización y por la gran cosecha de
1952-53, en 1955 reapareció el déficit comercial, ya que las importaciones comenzaron a recuperarse de su
deprimido nivel de 1953 y 1954.
La situación estaba agravada por el comportamiento de las exportaciones. En 1955, la Argentina estaba exportando
por un monto de dólares menor al de 1920. En moneda constante, la Argentina exporto en el primer lustro de los
años 50 apenas la mitad de lo que había exportado en 1920/24. Además de bajos, los valores exportadores eran
volátiles e imprevisibles. En este aspecto, la Argentina compartía las vicisitudes de otras economías “medianas”.
Los controles cuantitativos a las importaciones y las barreras arancelarias se fueron extendiendo durante las
sucesivas crisis en la balanza de pagos australiana. Brasil también sufrió frecuentes tensiones en su balanza de pagos
durante los años 50.
Las respuestas peronistas a los problemas de pagos externos estaban a tono con la práctica internacional.
Los controles cambiarios, o los préstamos exteriores eran solo una solución temporaria al problema externo
argentino, pero estaban lejos de eliminar sus causas más profundas. La producción nacional no era un desafío menos
complicado. Al listar las industrias que más debían ser incentivadas, la CGE ubicada en primer lugar a los: sectores
industriales productores de artículos que reemplazan materiales esenciales de importación.
La escasez de divisas para importar hizo que muchos se lamentaran por el uso que se había hecho de las reservas
acumuladas durante la guerra. Según esta visión, los dos o tres a los posteriores a la guerra fueron una época de
oportunidades perdidas, ya que podría haberse encarado con decisión la capitalización del país en ciertas industrias
básicas, o que habría permitido la provisión local de bienes de capital e insumos que de otro modo debían
importarse. En lugar de ello, la mayoría de las reservas había sido usada para las nacionalizaciones de activos
extranjeros, básicamente a través de la cancelación de deudas y de la estatización de servicios públicos.

Un intento de corrección: El segundo Plan Quinquenal.


Aplicado a partir de 1953, era un plan de mediano o largo plazo que complementaba el plan de estabilización de
1952. Se notaba, en el Segundo Plan Quinquenal, una evolución bastante marcada de las ideas del gobierno.
Esta “evolución armónica” tenía que ver con las nuevas prioridades de inversión que contemplaba el plan. Un
objetivo explícito era el de solventar las necesidades básicas del país en lo concerniente a la producción de materias
primas, energía y transportes y bienes de capital. Como contrapartida caían las inversiones en defensa y las de
carácter social. La urgencia era ahora avanzar hacia un estadio superior de la industrialización. Se reconocía
sencillamente que el Primer Plan Quinquenal consolido en el país la industria liviana y corresponde a este Segundo
Plan arraigar la industria pesada.
La atención a la industria estuvo centrada en el proyecto de SOMISA. Ya en 1947 el Congreso Nacional había
aprobado la Ley Savio, con la intención de poner en marcha una planta siderúrgica en 1951. Pero mientras el
peronismo gozaba de sus mejores años, el gobierno no dedico demasiadas energías al plan del general Savio. Recién

31
en 1955 pudo incorporarse el alto horno, luego de otro crédito del Banco de Exportación e Importación
norteamericano.
La principal complicación del Segundo Plan Quinquenal fue el problema fiscal que venía acarreando el peronismo. La
inversión pública fue uno de los rubros sobre los que recayó el ajuste fiscal. Tomando cifras de valores constantes, la
inversión pública disminuyo entre 1948 y 1955 en un 35% aprox. Los esfuerzos del gobierno no alcanzaron para
satisfacer la creciente demanda, derivada de la expansión industrial.
El Segundo Plan Quinquenal puede entenderse como una corrección a la despreocupación de los primeros años,
corrección que fue de todos modos insuficiente.
El esfuerzo estatal por sí solo no podía ser suficiente para solucionar los problemas que aquejaban a la economía
argentina. El paso de una instancia distribucioncita a una etapa más preocupada en los problemas de eficiencia y
producción requería también del esfuerzo privado. El intento más consistente que llevo a cabo el gobierno para
estimular esa respuesta del sector privado llego recién en 1955.

Una nueva bandera peronista: La Productividad.


Perón sabía que para mantener una economía dinámica que permitiera un aumento progresivo del ingreso salarial,
era necesario incentivar la producción y la inversión garantizando de algún modo las ganancias de los empresarios.
Aumentar la cantidad de bienes a repartir, ahí estaba la clave del nuevo enfoque de la política económica del
peronismo. Solo existiría un margen para aumentar los salarios reales o las utilidades de las empresas si crecía la
productividad. Eso podía conseguirse tanto con un aumento de la inversión que estaba siendo estimulado por el
Segundo Plan Quinquenal como con cambios de organización de las empresas, que apuntaran hacia una mayor
eficiencia. En octubre de 1954 se convocó a un Congreso de la Productividad y el Bienestar Social (CNP)
El CNP tendría como protagonistas principales a los empresarios, agrupados en la recientemente creada
Confederación General Económica, y a los sindicatos, nucleados en la CGT.
Empresarios y trabajadores se sentaba a discutir acerca de sus problemas comunes. Una de las precondiciones del
CNP era que los documentos resultantes fuesen votados por unanimidad, la mayor parte de las conclusiones fueron
poco sustantivas, porque casi todas las propuestas empresarias chocaban contra la oposición firme de los
sindicalistas.

Atrayendo el Capital.
La inversión de origen interno, fuera pública o privada, era insuficiente para aumentar sensiblemente la
productividad y para reducir el peso de ciertas importaciones en su balanza de pagos.
El gobierno había entendido que para superar los problemas de la balanza de pagos no había otra salida que invertir
en algunos sectores industriales y en el área petrolera. En el Segundo Plan Quinquenal se declaro la importancia de
los capitales extranjeros, y se abrió la posibilidad de que participaran en servicios públicos.
Fue con una ley de 1953, relacionada a la inversión de capitales extranjeros, como se plasmó con mayor claridad el
nuevo espíritu del gobierno. Así, se consignaba que el Poder Ejecutivo debía tener en cuenta en el momento de
aprobar una inversión extranjera “que la actividad a la que se destine la inversión contribuya a la realización del
desarrollo económico previsto en los planes de gobierno, traduciéndose directa o indirectamente en la obtención o
economía de divisas. En consecuencia, la producción local de tractores por parte de empresas extranjeras fue un
primer avance. El Poder Ejecutivo aprobó la instalación de cuatro fábricas.
Pero lo más innovador en materia de inversiones externas se dio en el ámbito de la política petrolera.
En 1955 un funcionario del gobierno argentino firmo con la California Argentina de Petróleo un contrato de
explotación petrolera, cuya aprobación final quedaba en manos del parlamento argentino
Es sorprendente que un gobierno que había volcado tantas energías en proclamar la independencia económica y
atacar al imperialismo firmara estas cláusulas.
El contrato con la California fracasó. El proyecto de ley quedo estancado en una comisión de diputados, sin ser
tratado por ninguna de las Cámaras del Congreso, Perón era así víctima de las mismas ideas que había contribuido
eficazmente a instalar. El antiimperialismo y la autosuficiencia económica ya no eran banderas exclusivas del
peronismo.
La resistencia al proyecto de la California no era patrimonio exclusivo de los partidos opositores. En las finas
peronistas no se notaba el menor entusiasmo por una iniciativa que traicionaba el principio justicialista de
independencia económica. El Poder Ejecutivo tampoco puso todo su empeño para llevar adelante la iniciativa.
Los problemas económicos no eran la preocupación principal de casi nadie, ya entrado 1955. El desgaste político del
gobierno se estaba acelerando, y cada vez sonaban más fuerte los rumores de un levantamiento militar.

32
El impulso desarrollista (1958-1963).
Un gobierno acosado.
La llegada de Frondizi a la presidencia de la Nación, en 1958, no fue el resultado de un proceso democrático normal.
Los comicios que lo llevaron al poder habían sido convocados por un gobierno militar. Para poder sobrevivir como
tal, el gobierno debía tener en cuenta los límites que la amenazadora presencia de los militares imponía.
Esta vez era el peronismo, cuya proscripción era condición sine qua non para los hombres de la Revolución
Libertadora aceptar un gobierno surgido de la voluntad popular.
A lo largo de su gobierno, Frondizi intento aprovechar al máximo el reducido margen de maniobra con que conto.
Desde un principio se notó que la habilidad que había llevado a Frondizi a la presidencia no era suficiente para
independizar sus movimientos de la tutela militar y de la recelosa mirada peronista.
Cuando el general Carlos Toranzo Montero, en 1961, líder de varios levantamientos, fue forzado a retirarse, pareció
que por fin Frondizi había conseguido una mayor autonomía. Esa esperanza no tardo en empeñarse. Frondizi se
entrevistó en Bs. As. con Ernesto Che Guevara, representante de Cuba en el exterior y debió dar profusas
explicaciones de la vida del Che, y más tarde fue presionado para modificar la actitud moderadamente tolerante de
la Argentina hacia Cuba en la Organización de Estados Americanos. A todo esto, se acerba una fecha crucial: 18 de
marzo de 1962, día en que debían realizarse elecciones en Capital Federal y en 17 provincias.
Ya cercanas las elecciones de 1962, el presidente aún no había dado signos de dar marcha atrás en ese sentido.
Desde las fuerzas armadas se esperaba una rectificación.
El equilibrio que sostenía al presidente dependía de una victoria electoral que él consideraba probable, pero que
nunca llego. Framini fue elegido gobernador de Bs. As.
No había faltado tanto para que produjera la serie de eventos con que el frondicismo había especulado. La estrategia
había sido mantenerse en el poder, costara lo que costara, durante los primeros años, hasta que se lograse recoger
electoralmente los frutos de un programa económico en el que estaban puestas todas las esperanzas. La economía
había sido el eje principal del programa general de gobierno. Si Frondizi lograba encaminar al país en un sendero de
progreso no solo habría logrado detener por fin un estancamiento que ya venía prolongándose por casi tres décadas;
también había aumentado con creces su propio capital político. La recompensa no era menos, pero la tarea era
vasta.

Los problemas de entonces.


En 1959, la Comisión Económica para América Latina público los resultados de un profundo diagnóstico sobre la
economía argentina. La expresión más cabal de la insuficiencia de divisas para procurarse bienes importados era la
balanza comercial. En siete de los diez años del periodo 1949-1958 la Argentina había tenido déficit comercial, y en
1953 un superávit.
Con el término “estrangulamiento” se trataba de ilustrar el hecho de que cada vez que la economía se expandía, las
importaciones aumentaban y se agudizaba el problema de la balanza comercial. El gobierno de la Revolución
Libertadora había intentado una parcial modificación en este mecanismo, confiando en que un tipo de cambio más
alto desalentaría las importaciones y estimularía las exportaciones.
La política de control de importaciones había encontrado una racional adicional a la de evitar una sangría comercial.
Muchos productos industriales, que antes de la crisis del 30 se importaban habían sido reemplazados por bienes
nacionales. Esta expansión de la industria nacional a costa de importaciones se había transformado en política
oficial, y había sido impulsada con particular énfasis durante el gobierno peronista. El ahorro de divisas brindado por
la reducción de importaciones tenía su contracara: los requerimientos de moneda extranjera para comprarle al resto
del mundo los elementos necesarios para que la industria funcionara. Había además un problema de largo plazo. Las
dificultades para incorporar bienes de capital importados detenían la inversión y atentaban contra cualquier
esperanza de crecimiento económico sostenido.
Agotada la sustitución de importaciones en las ramas livianas, el gobierno peronista intento estimular la instalación
de industrias básicas, que atendieran localmente las necesidades de la producción manufacturera nacional. La
sanción de una ley que fomentara las inversiones externas fue el primer paso de ese golpe de timón, aunque no el
más sonado. La firma de 1955 de un contrato de explotación con una petrolera norteamericana despertó resquemor
del propio justicialismo para no hablar de rechazo furibundo de la oposición.

La propuesta desarrollista.
El gobierno de Frondizi mostro una línea consistente y decidida de la política económica. Contaba con un plan de
acción que fue de máxima prioridad a lo largo de todo su periodo presidencial. Ese programa estaba explícitamente
basado en las tesis del desarrollismo.
33
Desarrollarse era desarrollar las manufacturas, hasta transformarse en una economía enteramente industrializada.
En el caso de la Argentina, era obvio que parte del camino ya estaba recorrido. Pero el carácter desbalanceado de su
estructura industrial hacía necesario un impulso que garantizara definitivamente el paso de una economía
agroexportadora a una economía industrial.
Este empuje final hacia una economía industrial integrada reconocía una serie de prioridades. Debía multiplicarse la
producción de petróleo y gas, lo que permitiría, es un plazo bastante corto, ahorrar divisas para dedicarlas a la
inversión en otros rubros. Frigerio sintetizo su sustitución por producción local en la fórmula “petróleo + carne =
acero + industria química”: la capacidad de conseguir el capital necesario para instalar las ramas químicas y de acero
estaba dada por las posibilidades de exportación de carne y la sustitución de importaciones petroleras. Segunda en
la lista de prioridades esta la siderúrgica, cuyo desarrollo requería además la exportación de los depósitos de carbón
y hierro. El desarrollismo
Planeaba también una solución permanente al problema de la provisión de energía eléctrica que desde hacía
algunos años venía sufriendo Bs. As.
Se ponía énfasis en la construcción de rutas y autopistas. La producción nacional de autos y camiones. Querían poner
fin al grave déficit de transporte, se buscaba integrar económicamente a las distintas regiones del país y
descentralizar las actividades económicas. Un mercado interno unificado proporcionaría una firme fuente de
demanda para los nuevos productos industriales.
Para todo esto, había que conseguir un masivo aporte capital extranjero. La idea de llevar la industrialización al
extremeño de producir todo o casi todo no dejo de tener sus críticos. La propuesta desarrollista implicaba ya su
negación absoluta y rotunda.
A tono de los acontecimientos mundiales, el desarrollismo preveía un futuro de relativa paz y diseñaba su estrategia
sobre la base de ese supuesto.

1958: ¿Clima para la inversión?


El bajo nivel de reservas internacionales en el Banco Central era especialmente preocupante en un año para el cual
se preveía un nuevo déficit comercial.
Pero la implementación de la receta ortodoxa para combatir ese problema chocaba con otra de las urgencias del
presidente, Frondizi se veía obligado a evitar, aunque más no fuera de manera transitoria, las políticas típicamente
impopulares que requería la situación de pagos argentina.
Hacia fines de 1958, la inflación ya había erosionado el aumento de salarios de mediados de al. El manejo económico
del primer año de la administración frondicista se debió a la necesidad de crear una situación insostenible que
justificara un violento cambio de rumbo.

La batalla del petróleo.


En 1958, el gobierno anuncio que se habían firmado contratos de exportación con empresas petroleras extranjeras.
Las críticas arreciaron desde todos los frentes, incluido el partido oficial. Algunos radicales del pueblo hablaban de
un muy profundo intento de golpe al que no dudarían en sumarse. También desde el ámbito militar se presiono a
Frondizi para que revocara los acuerdos con las compañías extranjeras.
Nadie era ciego al problema petrolero, y todo el mundo coincidía en la inconveniencia de gastar 350 millones de
solares anuales en la importación del mineral cuando el país está dotado de reservas. Las negociaciones habían sido
llevadas personalmente por el polémico Frigerio. También se discutía aspectos particulares de los acuerdos,
especialmente en relación al precio que YPF debía pagar a las compañías extranjeras por el petróleo extraído.
Pero en pocos años quedo demostrado que, más allá de todos sus avatares, el proyecto petrolero del gobierno había
sido un éxito. El autoabastecimiento se hizo realidad en poco tiempo. Además, se multiplico por cuatro la producción
de gas. Paradójicamente, el episodio de los contratos le costó el cargo a Frigerio. Frondizi también perdió
credibilidad.

La modernización del Agro.


Las actividades primarias en la Argentina fueron menos dinámicas que la economía en conjunto.
El renacimiento de las pampas fue un logro de la agricultura más que de la ganadería. La clave de la recuperación
pampeana fue tecnológica. La revolución mecánica en el agro por fin se concretó a gran escala.
En los 60 también llegaron a la Argentina algunos beneficios de la revolución verde. La producción de sorgo granífero
y de maíz se basó cada vez más en variedades híbridas. De todos modos, a comienzos de los 70 era claro que faltaba
mucho para equipar la productividad del agro argentino con los países más avanzados.

34
La política hacia el agro atenuó un poco el énfasis en los precios remunerativos que había sido característico de los
gobiernos pos peronistas hasta entonces. Según afirmaba el ministro de agricultura de Illia “mayores precios no se
tradujeron en mayor producción”. Con el tiempo se reconocería que, aunque en un plazo corto los incentivos de
precio son estériles, en el largo plazo la producción crece en respuesta a precios más altos. En otras palabras, el
agricultor o el ganadero reaccionaran a los incentivos de precios si advierte ciertas estabilidades en el poder de
compra de sus productos.
Quince años de dificultades serias en la balanza de pagos habían enseñado a los gobiernos a respetar ciertos límites
en el trato al sector rural. Dentro del esquema global de economía protegida, que esencialmente se mantuvo, el
campo encontró su lugar. No era el sitial de privilegio de las primeras décadas del siglo, pero era suficiente para
seguir siendo el nexo principal entre la Argentina y los mercados mundiales.

El alivio externo.
La recuperación de la agricultura en un mayor volumen de exportaciones. Eso permitió modificar el déficit de
comercio que había sido característica de la Argentina en la década anterior. La Argentina retornaba así a la
combinación de superávit de comercio y déficits en los servicios financieros que había sido característica hasta los
años 50.
El excedente de comercio se explica por el crecimiento significativo de las exportaciones, que fue acompañado por
un aumento más lento de las importaciones. En 1973 los términos de intercambio argentino tocarían su punto
máximo desde 1951.
Aunque el fenómeno central del comercio internacional argentino fue la recuperación de las exportaciones
agropecuarias poco a poco se fueron perfilando otras tendencias tanto o más interesantes. De los años 60 datan los
primeros acercamientos a los países socialistas como destino de los productos argentinos.
Un hecho mucho más palpable que esa incipiente apertura de mercados de exportación fue la diversificación de los
productos vendidos. Fue en esa época cuando las exportaciones no tradicionales se instalaron definitivamente como
un rubro significativo de ingreso de divisas. Esa noticia tenía que ver con la evolución por la que atravesaban la
industrialización argentina y las ideas y políticas asociadas a ella.

En busca de una industria madura.


Cada vez más, se coincidía en la necesidad de exportar productos industriales. Con ello se dejaría de depender del
sector agropecuario para obtener divisas, y al mismo tiempo se estimularía la competitividad internacional de la
industria argentina.
La industria brasileña parecía estar pasando de una etapa de sustitución de importaciones a otra de expansión
exportadora.
En 1967, se implementaron simultáneamente una devaluación, una reducción de aranceles y un aumento de las
retenciones a las exportaciones. El intento fue bastante breve porque la inflación fue deteriorando poco a poco el
beneficio inicial de la devaluación, pero de todos modos era otra señal de que una conciencia industria-exportadora
estaba en ascenso. Sobre el final del periodo, la combinación de medidas de aliento a la exportación era tal que
“fuentes de la conducción fiscal estiman que se han desbordado los niveles previstos para el año en materia de
alicientes impositivos a la exportación.
Esas políticas seguramente incidieron en el comentado crecimiento de las exportaciones industriales.
Con el tiempo, las voces en favor de un cambio de estrategia hacia un esquema más decididamente industrial-
exportador comenzaron a oírse con frecuencia, las propuestas industrial-exportadora de los 60 y 70 tenían una
versión indiscriminada y una versión especializada. De un lado se proponía un esquema en el que cada rama de la
industria tuviera la protección adecuada, dada su productividad, pero que esa protección fuera simétrica para las
exportaciones y la sustitución de importaciones.
Una propuesta más audaz era la de ir hacia un esquema industrial-exportador especializado en lo que años atrás se
llamaban las industrias naturales. Solo así se podría exportar volúmenes suficientes como para aprovechar los
beneficios de la producción a gran escala.
Más allá de sus aspectos cualitativos, lo cierto es que, cuantitativamente, la evolución de la industria en la década
que siguió a la recesión de 1962/63 fue francamente alentadora. Por lo tanto, el ritmo de crecimiento industrial se
aceleró. La industria genero muchos empleos lo que se combinó con un crecimiento de los salarios reales.

Vivir con inflación.


Al finalizar los años 60, la Argentina ya se perfilaba como candidata seria al record mundial de inflación sostenida en
el siglo XX
35
Ante la inflación no había acuerdo ni en el diagnostico ni en el tratamiento. Tampoco estaba clara en qué medida era
dañina aunque nadie consideraba que fuera beneficiosa.
El problema era que era difícil o imposible medir su gravedad. El desacuerdo sobre el daño que provocaba la
inflación seguramente influyo para que los distintos gobiernos dieran distinta prioridad a las políticas de
estabilización de precios.
La explicación tradicional de la inflación era la monetarista. Señalaba a la rápida expansión de la cantidad de dinero
como causa única de la inflación.
El recurrente fracaso de los programas de estabilización era visto por quienes creían en la inflación estructural como
una confirmación de sus teorías. En la óptica estructuralista, la inflación era el resultado de un síntoma inevitable de
defectos arraigados en la organización económica. Se podía priorizar el equilibrio externo, con precios para los
productos exportables tan altos como fuera necesario para restringir la demanda interna y vender saldos
importantes en el exterior. Es probable que ni siquiera así quedara garantizado el equilibrio externo.
En esencia, la inflación estructural no era otra cosa que la cara monetaria del stop and go. En la medida en que la
Argentina fue librándose de esa traba la visión estructuralista fue perdiendo terreno, como lo había perdido la
monetarista.
Entre 1963 y 1973 fueron variando el énfasis y el modo con que se trató a la inflación. De los diez periodos de
gobierno que pueden contarse entre la mitad y el final del siglo, el de Illia es el único del que no puede decirse que
llevara adelante un plan de estabilización más o menos orgánico.
Pero el gobierno no pudo contener los aumentos salariales y la inflación de 1965 estuvo muy por encima de las
expectativas. En 1966 las metas fueron todavía más pretenciosas, y más restrictivas las políticas. Ya había
comenzado a ceder la inflación cuando el golpe de junio acabo con el gobierno de Illia.

Un plan novedoso.
Entre fines de 1966 y comienzos de 1967, dos cambios en la conducción económica prenunciaron la puesta en
marcha de un ambicioso programa anti-inflacionario: la renuncia de Tami y el reemplazo de Salimei por Vasena.

Sin rumbo.
El año 1970 marco el paso a lo que puede considerarse una tercera fase en el ciclo de política económica. Después
de una primera etapa de preparativos y una segunda de estabilización se ingresaba al periodo de declinación, que se
prolongaría hasta 1973. Carlos Moyano Llerena, designado ministro por Levingston, se anticipó a las expectativas de
devaluación. Era un plan como el de 1967 pero a pequeña escala, que intentaba salvar los logros del programa
original. Pero el presidente no tenía intenciones de encolumnarse detrás de una política antiinflacionaria. La
prioridad volvía a ser el desarrollo económico.
La figura de Aldo Ferrer, de orientación nacional desarrollista, estaba más en línea con las nuevas prioridades del
gobierno. Designado ministro en 1970, tomo una serie de medidas favorables a las empresas argentinas.
Sobre fines de 1970 ya no quedaban rastros de la estabilización de Vasena. La inflación había vuelto a un valor
superior a 20% anual. El nuevo peso rápidamente fue perdiendo posiciones frente al dólar.
Con Lanusse la economía siguió deteriorándose. El tiempo político de la Revolución Argentina finalmente había
llegado. Después del alejamiento de Ferrer, el ministro de economía fue abolido. La administración perdía así la poca
capacidad que le quedaba para controlar las presiones sectoriales y evitar los desbordes inflacionarios. El panorama
económico se deterioró año a año entre 1970 y 1972. El déficit público y la inflación se triplicaron largamente en ese
periodo.
Sobre el final de su período Lanusse opto por apoyarse en las organizaciones empresarias y la CGT.
En 1973, la inflación seguiría en ascenso, como cifra de una inestabilidad que parecía imposible de purgar y como
preocupación central del debate económico.

Política económica de un gobierno disgregado.


Los cambios de nombres y de políticas en el área económica acompañaban el movimiento pendular que se daba en
lo más alto del poder, donde alternativamente dominaron el tronco peronista-sindical y el círculo de López Rega:
Gómez Morales, apoyado por los gremios ensayo una serie de correcciones graduales a lo que quedaba del esquema
montado por Gelbard y Perón. El problema más urgente era la delicada situación de las cuentas externas, que no
mostro signos de recuperación después de una devaluación moderada. Una estrategia más drástica se aplicó una vez
Rodrigo, apoyado por López Rega, accedió al ministerio de economía. Se anunció un paquete de medidas que incluía
una devaluación del 100%, incrementos de las tarifas públicas en una proporción similar o mayor y la liberación de

36
casi todos los precios. Era el Rodrigazo. Cuando la presidenta ratifico las limitaciones a las demandas de las
organizaciones obreras, el país se paralizo. La movilización gremial forzó las renuncias de López Rega y Rodrigo.
A mediados de 1975 la economía ya estaba pasando de la expansión a la recesión. Se consideraba que en el contexto
de semi anarquía imperante detener la inflación era imposible. El déficit fiscal ya estaba totalmente fuera de control.
El incremento de precios alcanzo un ritmo hiperinflacionario. Pero el gobierno de Isabel no llego a anunciar ese
registro.

Diez años después, una nueva solución final.


En medio de ese descalabro político y económico que era la Argentina de principios de 1976, no fue extraño que el
golpe de marzo fuera recibido con alivio por una parte de la sociedad argentina. La sensación de que ningún cambio
puede ser para peor era más fuerte que cualquier argumento legalista.
El móvil inmediato del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional era, por supuesto, la eliminación de los
grupos armados, en particular el ERP y Montoneros. Los planes políticos previos al golpe se manejo la alternativa de
un gobierno relámpago que en seis meses acabara con la guerrilla y llamara a elecciones. Sin distinguirse en esto de
los golpistas de diez años atrás, los interrogantes de la Junta Militar del 76 hablaran de la necesidad de erradicar
ciertos males básicos que, según entendían, eran incompatibles con un funcionamiento ordenado de la economía y
de la sociedad.
Hacia 1978, la aniquilación de las organizaciones guerrilleras era un hecho. Descabezado el ERP, a mediados de 1976
y exiliada la cúpula de Montoneros en 1977, la suerte de lo que uno y otro banco consideraban una guerra ya estaba
echada a poco más de un año del golpe de marzo.
Hubo otro tema saliente en el ámbito de la política internacional durante la presidencia de Videla. Hacia fines de
1978, después de más de un siglo sin conflictos exteriores, la Argentina estuvo a punto de entrar en guerra con Chile
por una cuestión limítrofe también centenaria. La oportuna prudencia de Videla, permitieron una salida pacífica de
último minuto que defirió la cuestión, finalmente resuelta en 1984. Suspendida toda actividad política desde 1976, la
lucha por el poder tenía lugar entre los militares. Con todo, se pudo llegar a 1981 con el esquema político intacto.
Pero ya desde antes de la asunción del general Roberto Viola un desgaste creciente estaba corroyendo al régimen
debajo de la superficie.
A medida que el proceso se marchitaba por sí mismo, reverdecía lentamente la actividad de los partidos hacia
mediados de 1981 se formó la Multipartidaria, a partir de las agrupaciones que más votos obtendrían en 1983.
Radicales, peronistas, intransigentes, desarrollistas y demócratas cristianos tenían al menos un canal común para
reclamar por una salida institucional. Paralelamente, iba tomando más fuerza y haciéndose sistemática la protesta
por los desaparecidos. Videla hacia sido un presidente fuerte que con el tiempo había ido perdiendo los apoyos
iniciales. Viola, la figura débil, durante cuya presidencia se había hecho obvia la necesidad de un rápido final.
Lanusse, el hombre que se decidiera a forzar el ya necesario llamado elecciones.
Es difícil encontrar un solo acierto político en el antes, el durante o el después de la intervención argentina en
Malvinas. Se concibió como una operación de salvataje se rechazaron propuestas de paz cuando aun parecía haber
tiempo considerándoselas cuando ya era demasiado tarde.
Malvinas fue el tiro final para el proceso. El año y medio transcurrido hasta la elección de Alfonsín en 1983, bajo la
presidencia de Bignone, fue un periodo más de disgregación de un gobierno facto. La posibilidad de consolidar
definitivamente un sistema democrático aparecería en 1983.

El ocaso de Lord Keynes.


José Alfredo Martínez de Hoz, un empresario proveniente de las vertientes más liberales de la democracia cristiana,
aseguraba que la economía argentina no tiene ningún mal básico o irreparable y que la Argentina no es exactamente
un país subdesarrollado, por otro lado suscribía un diagnostico según el cual la inflación obedecía a falencias
profundas en la organización económica.
El enfoque de Martínez de Hoz tenía mucho que ver con un clima de época que a principios de los 70 recién estaba
amaneciendo. Estado de Bienestar o pleno empleo paso en esos años a una fase de crepúsculo acelerando a Richard
Nixon, un republicano, había declarado a fines de los 60 la unanimidad de ese consenso: “todos somos keynesianos
ahora”.
Diez años no son muchos para la historia del pensamiento. De ello podría dar fe el propio Keynes. El keynesianismo
empezó a perder batallas en los dos campos donde tres décadas atrás la había ganado: las mentes economistas,
teóricos y prácticos, la economía real, de la producción, el empleo y los precios.
Sobre finales de la década del 60 la inflación mundial comenzó a ser un problema. La aceleración de los precios no
era otra cosa que el costo de reducir el desempleo, tal como predecía la sencilla curva de Phillips. En 1968, Friedman
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y Phelps desarrollaron independientemente una idea que cuestionaba a la curva de Phillips y a las prácticas activas
asociadas a ella. El punto era que si el gobierno insistía con políticas de expansión, todo el mundo esperaría una
inflación mayor, y seria todavía más estimulo inflacionario para reducir el desempleo.
El abandono del sistema monetario de Woods (1971) y la crisis del petróleo (1973) añadieron más confusión al ya
convulsionado estado de cosas en la economía y la teoría económica. La macroeconomía basada en las expectativas
nacionales cuestionaba el hecho hasta entonces indisputado de que, al menos en el corto plazo, los instrumentos
monetarios tenían algún poder para reducir la desocupación.
El carácter internacional tanto de la crisis de Woods como en el shock petrolero ponía en un primer plano el estudio
de las balanzas de pagos. Los análisis en la tradición keynesiana eran atacados también en este campo.
Los economistas keynesianos se habían concentrado excesivamente en las exportaciones e importaciones,
considerando a los aspectos monetarios como meros residuos de lo que pasaba en el sector real.
La decadencia de la macroeconomía keynesiana arrastraba consigo a instituciones y políticas que estaban asociadas
a ella. Todavía no era claro cuál sería el paradigma sustituto de aquel hecho del estado un protagonista central en
todo Occidente.
Tras 1974 los partidarios del libre mercado pasaron a la ofensiva, aunque no llegaron a dominar las políticas
gubernamentales hasta 1980, con la excepción de Chile, donde una dictadura militar basada en el terror permitió a
los asesores estadounidenses instaurar una economía ultraliberal.
La excepción de Chile era poco relevante para el mundo desarrollado, pero de ninguna manera para la Argentina.
El péndulo de la política económica se movió en Chile con más rapidez que en la Argentina.

Política financiera, de la reforma a la crisis.


A la Argentina le esperaban reformas del mismo signo que las ocurridas en Chile. Martínez de Hoz planteo una lista
de prioridades acorde a la coyuntura de marzo de 1976. Los tres objetivos principales de su política económica
serian: la estabilidad de precios, el crecimiento económico y una distribución del ingreso razonable. La esencia de la
nueva política seria el paso de una economía de especulación a una de producción.
La política del equipo económico se inició aplicando una estrategia antiinflacionaria gradualista, rasgo que se
mantendría durante todo el periodo de Martínez de Hoz. Se liberaron los precios y se fue ajustando el tipo de
cambio a la inflación, los salarios fueron congelados por un tiempo para solo después evolucionar de acuerdo con los
aumentos de precios. El resultado fue el buscado: el salario real cayó bruscamente.
Pasado un año del golpe militar, la economía había recuperado al menos cierto orden y previsibilidad. El déficit fiscal
estaba declinado. Y en materia de inflación ya se había superado el descontrol. El comiendo había sido
particularmente alentador. Pero fue un episodio fugaz, empujado por la recuperación de la demanda de dinero, que
se alejaba así de su piso de marzo.
La Argentina tuvo tasas de interés reales negativas desde la posguerra hasta 1977, con las únicas excepciones de
1954, 1960, 1968 y 1969, años de excepcional estabilidad de precios.
La reforma financiera implicaba un cambio sustancial en el mercado de capitales argentino. Las medidas principales
eran la liberación de las tasas de interés y la desnacionalización de los depósitos, de modo que la capacidad
prestable de los bancos quedaba atada a su habilidad para captar depósitos.
Probablemente, el sistema bancario formal habría colapsado de no haberse introducido una reforma en esa línea.
Además, suponían que la aparición de tasas de interés reales positivas estimularía el ahorro.
El número de bancos aumento de 119 a 219 entre 1977 y 1980. Las tasas reales pasaron a formarse como era
previsible bajo las nuevas reglas.
La expansión financiera que siguió a la reforma se inició de modo bastante improvisado, y acabo en un verdadero
caos. Bajo un régimen de tasas libres, la combinación de garantía pública y ausencia de control de calidad a la cartera
de los bancos era potencialmente explosiva, más aun cuando los participantes del mercado financiero no estaban
acostumbrados a que el crédito tuviera un costo real.
Los depositantes, en cambio, llevaban una vida más tranquila con la reforma. Sabían que el Banco Central si estaría
allí para responder ante la defección de los deudores y los bancos.
Con la crisis financiera comenzó la fase terminal del programa económico de Martínez de Hoz. No se habían
alcanzado ni el objetivo general ni los fines más concretos que se había propuesto Martínez de Hoz desde los
comienzos. Cuatro años habían pasado y la economía apenas había crecido. Más grave aún era que la inflación
siguiera siendo un problema sin solución.

Política de estabilización: del monetarismo a la tablita.

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Hacia 1978, pareció que la decisión final del gobierno era determinar la cantidad de dinero y renunciar a la política
cambiaria. El Banco Central dejo de intervenir activamente en el mercado de divisas permitiendo que el tipo de
cambio alcanzara su propio equilibrio.
A fin de año se decidió otro golpe de timón. El 20 de diciembre se anunció un cronograma (la tablita) especificando
el valor del dólar durante 8 meses. Se preveía una reducción gradual en la tasa de aumento del tipo de cambio. Otras
pautas completaban la fase de profundización y ajuste del programa de Martínez de Hoz. Las tarifas públicas, los
salarios mínimos y el crédito domestico tenían sus propias tablitas. El propósito era disciplinar la inflación, llevándola
a un nivel incompatible con el que se hacía explícito en esos cronogramas.
Pero la mayor apuesta estaba en la evolución del dólar. La tasa de inflación iba a estar determinado por la suma de la
inflación internacional más el ritmo de la devaluación.
El efecto inicial de la tablita tuvo una doble cara. Por un lado, hubo en 1979 una expansión de la actividad
económica. Pero la caída del interés real se dio de modo distinto del que esperaba el gobierno, ya que se debió
menos a la reducción en el riesgo país que a la cara desagradable del programa de estabilización: la persistencia de
una inflación alta, que hizo que las tasas reales estuvieran muy por debajo de las nominales.
Es que el plan antiinflacionario fallo en su cometido especifico. Entre 1978 y 1979, la inflación minorista apenas
había disminuido un 8% y la mayorista aumento un 3%. La pervivencia de la alta inflación era mala en sí misma, pero
con el esquema de la tablita tenia efecto adicional quizás más grave. El aumento del precio del dólar era de poco
más de 60% mucho menor al de los precios. Así se iba acumulando un atraso cambiario que tendía a deteriorar la
balanza comercial.
Las explicaciones se multiplicaban. Fuera del gobierno y una minoría de economista, se coincidía en la gravedad del
problema del atraso cambiario. El tema del atraso cambiario estaba instalado en el debate y atentaba contra las
expectativas de supervivencia de la tablita. La balanza de comercio, fuertemente positiva entre 1976 y 1979, cambio
bruscamente de signo en 1980. El gobierno no era del todo claro en su compromiso con esa política.
A lo largo de 1980 la confianza se fue deteriorando. La crisis bancaria fue una primera señal. La estampida de las
tasas, empujadas también por la crisis bancaria, reforzaba el incipiente ciclo recesivo y ponía entre la espada y la
pared a las empresas endeudadas.
Se había anunciado una nueva profundización del plan de estabilización, se esperaba con ansiedad la renovación
presidencial de 1981. Para la tablita el silencio de Viola era más perjudicial que mil palabras y se descontaba su
abandono. La desconfianza se convirtió en pánico. Era una economía con pronóstico reservado, aquejada por una
inflación que amenazaba con acelerarse y sumida en una honda recesión.

Política comercial: de la apertura exportadora a la avalancha importadora.


Uno de los hechos más recordados de la época de Martínez de Hoz es la avalancha importadora. Al cabo de menos
de un año del golpe militar, las retenciones a las exportaciones tradicionales habían sido recortadas sustancialmente,
y a fines de 1978 todos los impuestos a la venta exterior habían desaparecido, para no reaparecer hasta después de
la caída de Martínez de Hoz. La producción de bienes exportables aumento significativamente con Martínez de Hoz.
La producción agrícola de exportación también se vio favorecida por un evento externo. En 1980, la mitad de las
exportaciones de granos tuvo como destino el mercado soviético.
Dos factores contribuyeron a moderar la apertura comercial importadora. De un lado, los frecuentes desvíos a la
vocación declaradamente librecambista. De otro lado, el efecto económico de la caída de aranceles era
prácticamente nulo.
El problema del atraso cambiario seria determinante en la suerte final del intento aperturista de Martínez de Hoz. La
reducción de controles al comercio exterior y el programa de estabilización fueron prácticamente simultáneos. Fue
una combinación de políticas que altero bruscamente los precios relativos de los distintos sectores de producción.
Los productos de exportación ganaban por un lado y perdían por el otro. El sector más perjudicado era el industrial.
Las importaciones representaron una competencia que para muchas ramas manufactureras resulto perjudicial, y
además provocaron un fuerte déficit de comercio. En 1980 esas tenencias se acentuarían por la continuada
apreciación cambiaria y el inicio de la recesión.
No es fácil determinar con exactitud cuánto de la expansión importadora se debía a la apertura y cuanto al atraso
cambiario, pero está claro que la apreciación monetaria fue un factor crucial.
La evolución sectorial de la producción nacional acuso el impacto de la nueva configuración de precios relativos.
El final del gobierno de Videla coincidió con el desmoronamiento de lo que habían sido sus principales políticas. La
tablita se abandonaba, el sistema bancario apenas empezaba a revelar sus múltiples fragilidades y la apertura se
tornaba insostenible en combinación con el atraso cambiario.

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De herencia y condicionamientos.
La economía de Alfonsín recibida de los militares pasaba por un momento decididamente problemático. El gobierno
radical no dejo de resaltar el peso de la herencia con toda razón.
El impacto de la crisis de una deuda fue muy violento. No era un mero problema de liquidez como se pensó en algún
momento, sino uno de insolvencia estructural. En 1983, tanto las importaciones como la inversión estaban en la
mitad de su valor de 1980. Salvando la inmediata posguerra y los gloriosos 60, la economía argentina había crecido
muy poco desde la crisis del 30.
La expansión de las demandas cuya satisfacción dependía directamente del presupuesto general ponía en grave
riesgo a un estado estructuralmente deficitario. Cada vez más debía recurrirse a formas de financiamiento
extraordinarias y poco aconsejables. Quedaban como única salida el endeudamiento interno y la emisión monetaria.
Cinco factores se agudizaron e interactuaron durante el último tramo de gobierno militar, en gran medida por las
desordenadas políticas de ajuste impuesta por las nuevas condiciones externas. Para controlar las importaciones se
hizo todo lo que se pudo.
El grave estado en que se encontraba la economía al momento de la transición democrática se amoldaba a la
perfección con las interpretaciones puramente institucionales de los problemas argentinos. Pero ignoraban los
agudos problemas estructurales que aquejaban a la economía.
La administración de Alfonsín se iniciaba con un predominio absoluto de los temas políticos sobre los económicos,
algo que iba a cambiar con el tiempo. El juego de presiones al que estaría expuesto el gobierno de Alfonsín tenía un
límite preciso. El poder de negociación se acababa allí donde empezaba a percibirse un riesgo para las instituciones
democráticas.

Viejas fórmulas nuevos problemas.


La política económica de la administración radical siguió aproximadamente una evolución ya conocida durante otros
gobiernos de la posguerra: una administración algo improvisada de la economía precedió a un elaborado intento de
estabilización, que concluiría en una tercera etapa de deterioro. Con las diferencias del caso, durante los gobiernos
de Frondizi, de la Revolución Argentina y del proceso de reorganización nacional, la trayectoria había sido similar.
Con Alfonsín, la primera de esas etapas duro alrededor de 15 meses.
Pero durante los 15 meses iniciales de Alfonsín se fue tomando conciencia de que la economía requería medidas
mucho más drásticas que las que se habían implementado.
Entre tanto, las negociaciones por la deuda externa tomaban un aspecto combativo. La esperanza había sido que la
llegada de la democracia hiciera una valiosa contribución a la economía, ablandando las condiciones de los
acreedores.
La apretada situación obligo a acudir a una ayuda combinada entre los más importantes países latinoamericanos y
los EEUU.
A pocos meses de su inauguración, era evidente que las políticas de Grinspun no estaban consiguiendo sus objetivos.
La luna de miel entre Alfonsín y la ciudadanía se iba eclipsando a medida que el deterioro de la economía pasaba a
ocupar el centro de la escena.
Dentro del propio gobierno comenzaron a escucharse voces en disidencia a la pasiva administración de Grinspun.
Tras la firma de un inevitable acuerdo con el fondo monetario a fines de 1984 el gobierno hizo explicita su decisión
de priorizar la lucha contra la inflación.

Teoría y práctica de una estabilización heterodoxa.


En 1985, Grinspun fue reemplazado por Sourrouille en el Ministerio de Economía. Sourrouille y su equipo admitían
que el déficit fiscal y la consecuente emisión monetaria eran la principal causa de la inflación en el largo plazo. Su
análisis enfatizaba la existencia de una fuerte inflación inercial, es decir, de una tendencia de la inflación a
perpetuarse a sí misma.
El problema seguía siendo por dónde empezar. Y aquí estaba el corazón teórico de lo que sería el Plan Austral. El
mecanismo crucial que hacía que la inflación de un mes tendiera a repetir a la del mes anterior tenía que ver con las
consecuencias y las causas de las expectativas de inflación. Por un lado, si se esperaba alta inflación esa expectativa
tendría a cumplirse, los trabajadores estaban preocupados no tanto por la cantidad de pesos que recibieran sino por
el poder adquisitivo de ese dinero; a los empresarios, por su parte, les interesaba el costo real de trabajo, y la
relación que el precio de sus productos guardara con otros precios. Por otro lado, la inflación pasada era en general
confiable como primera aproximación para estimar la del periodo corriente.
La conclusión era que para bajar la inflación había que bajar las expectativas de inflación. Tanto en las salidas de las
hiperinflaciones históricas como en las estabilizaciones transitorias de la Argentina, siempre había existido una señal
40
contundente de que se estaba quebrando con el pasado. En casos como el argentino purgar la memoria inflacionaria
requería congelar todo lo que fuera posible, desde el tipo de cambio y las tarifas públicas hasta los precios privados y
los salarios.
Después del impacto inicial, la cuestión era desactivar las causas últimas del problema para consolidar la nueva
situación y las expectativas de que se mantuviera en el tiempo. Las autoridades eran conscientes de que debían
poner en empeño especial en evitar cualquier brote inflacionario.
Fue con esa idea que antes de anunciarse el Plan Austral se corrigieron hacia arriba algunos precios que se creían
retrasados respecto al promedio. El tipo de cambio se devaluó hasta alcanzar un nivel prácticamente record y las
tarifas públicas se elevaron hasta el punto en que cubrían los costos de las empresas estatales.
Las medidas de corrección de precios previas al Plan Austral aceleraron la inflación. La hiperinflación estaba cerca y
llego un primer indicio de que se aproximaba la hora de un impacto estabilizador, cuando Alfonsín advirtió que no se
debían esperar mejoras en el nivel de vida y anuncio que comenzaba una etapa de economía de guerra. Finalmente,
se anunció el Programa de Reforma Económica, enseguida rebautizado por la prensa Plan Austral el austral seria la
nueva unidad monetaria, que se cotizaría a un tipo de cambio fijo de 80 centavos de austral por dólar.
Un anuncio fundamental era que el Banco Central dejaría de emitir dinero destinado a financiar los desequilibrios del
Tesoro Nacional. La esperada recuperación fiscal se basaba en impuestos adicionales a la exportación, un esquema
de ahorro forzoso, el aumento en algunos gravámenes específicos y la reducción del periodo de pago del IVA. Para
evitar ganancias inesperadas de acreedores y propietarios, se introdujo el desagio: los contratos pactados en la
moneda antigua, que incorporaban una alta expectativa de inflación, se transformaban automáticamente a australes
a través de una tabla de conversión que mantenía el valor real esperando de los pagos futuros.
Una encuesta mostraba que el 68% de la población consideraba “bueno” o “muy bueno” al Plan Austral y un 9%
decía que era “malo”.

Hacia el colapso hiperinflacionario.


La crisis externa se sumaba así a la crisis fiscal para montar un escenario de alto riesgo. Para un gobierno que hacia
1988 había perdido prácticamente toda la confianza, solo quedaba un magro consuelo de no haber caído en el
abismo de la hiperinflación. Pero hasta ese humilde logro se hallaba ahora en peligro. La posibilidad de un colapso
hiperinflacionario paso a tener una presencia palpable y amenazante. Durante la primera mitad de 1988, el índice de
inflación creció casi ininterrumpidamente.
Si quería conservarse la chance de un triunfo radical en las elecciones de 1989, el peligro de hiperinflación debía
conjurarse de algún modo. Fue con ese objeto que se monto a la operación de salvataje que se llamó Plan
Primavera, anunciado a fines de agosto.
Pero sobre el Plan Primavera pendían dos amenazas a las que no sobreviviría: la escasez de reservas y la
incertidumbre pública y económica ante las inminentes elecciones para el recambio presidencial.
Iniciando 1989, la idea del gobierno de llegar a las elecciones con la situación bajo control no era compartida por los
operadores financieros. Entrado el verano, ya nadie creía en el Plan Primavera, pero no podía saberse el momento
exacto de la debacle. La confirmación no oficial de la sospecha de que el Banco Mundial suspendería su ayuda a la
Argentina actuó como una señal. La corrida contra el austral se inició hacia fines del enero de 1989, y en pocos días
el Banco Centrar tuvo que desprenderse de 900 millones de dólares para evitar una depreciación del peso. Pero la
fuga hacia el dólar seguía, y en febrero se decidió la creación de un tercer mercado de cambios (el dólar libre que se
sumaba al oficial y el financiero). La noticia significaba el final del Plan Primavera.
Después del colapso del Plan Primavera, la fuga hacia el dólar se propago al punto de provocar una depreciación
cambiaria. A la crisis real se sumaba una crisis psicológica por la desconfianza que la imagen de Menem despertaba
en el mercado financiero.
La transmisión desde el valor del dólar hacia los precios internos quiso evitarse con sucesivos sistemas cambiarios y
la asunción de Menem en junio. Con el tiempo empezó a actuar con mayor intensidad el aspecto más estrictamente
monetarista, avivado por el carácter explosivo de un endeudamiento interno que se contraía cada vez a tasas mas
altas y cuyos intereses eran pagados directamente con emisión monetaria. Los procesos de retroalimentación de la
inflación empezaron a funcionar a toda velocidad. Con la economía funcionando ya en un régimen hiperinflacionario,
cada sector ideaba estrategias defensivas que terminaban agravando la situación general.
El gobierno comprobaba ahora la impopularidad de la alta inflación. La renuncia de Sourrouille y su equipo no había
bastado para calmar las aguas, y Menem era elegido presidente con mayoría absoluta de los electores. El medio año
que todavía debía transcurrir hasta la fecha fijada para el recambio de presidente se abría como un abismo en el que
el peligro de un recrudecimiento de la hiperinflación podía prolongar un nuevo ataque a las instituciones políticas
nacidas en 1983. Una Argentina convulsionada asistía al espectáculo de la desintegración de un gobierno del que se
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había esperado casi todo. Quedaba en manos de la nueva administración la responsabilidad inmediata de encontrar
una salida a la hiperinflación y la tarea postergada de guiar al país por un sendero de crecimiento.

Bajo el signo de la Globalización.


Las tendencias de la economía internacional durante los años 90 pueden entenderse como una prolongación y una
intensificación de las que venían manifestándose desde la posguerra. Esas tendencias de posguerra retornaban lo
que había sido la primera gran fase de internacionalización de la economía.
Como en la belle époque, los avances tecnológicos que reducían los costos de comunicación y transporte facilitaban
la expansión comercial. En la desaceleración del comercio de los diez o quince años posteriores a 1973 también
impactaron las políticas económicas, no solo comerciales sino también monetarias. Pero, por otro lado, para ese
entonces ya había empezado a configurarse un mercado de capitales auténticamente internacional.
En los 90, la internacionalización del comercio y de las finanzas se intensifico. Creció la tasa de crecimiento de las
exportaciones mundiales, en el primer periodo de la producción mundial había crecido. El renovado vigor del
intercambio fue un evento global, pero se concentró sobre todo en los países menos desarrollados. El mercado
internacional de capitales fue mutando aún más rápidamente. En su pico de 1996, los flujos de capital privado hacia
países en desarrollo alcanzaron un valor que era seis veces mayor que en el periodo 1983-1989.
En el orden comercial, se profundizaron o iniciaron procesos de integración regional, con la Unión Europea como
caso líder en el mundo y el NAFTA y el Mercosur destacándose en América. También se consolidaron los mecanismos
de coordinación a nivel global tendientes a reconstruir un orden más liberal de comercio.
Los 90 se distinguen de otras épocas por la veloz incorporación de nuevos integrantes al circuito económico
internacional. El fenómeno llamativo, aún más que en América latina, en las naciones que recorrían la dolorosa
transición del socialismo al capitalismo. De la caída del comunismo debe decirse que acelero la globalización.
Las economías se abrían para aprovechar las oportunidades de la propia globalización brindada. Los gobiernos que
seguían esa lógica estaban respaldados por la experiencia histórica, pues la evidencia del último siglo y medio señala
que ha sido precisamente en tiempos de intenso comercio internacional cuando los procesos de apertura económica
han brindado mayores frutos en términos de crecimiento. Los organismos internacionales, por su parte, valoraron
como nunca antes los beneficios del librecambio. Mucho tenía que ver en la revalorización del comercio el poder
que se asignaba a las exportaciones como vehículo para el crecimiento económico. En cuanto a las importaciones, su
crecimiento era no solo la consecuencia natural de querer exportar más, sino una precondición para ello, en tanto se
hacía más accesibles bienes de capital e insumos necesarios para las actividades de exportación.
Era difícil en los nuevos tiempos pensar en una apertura comercial con barreras fuertes a la movilidad de capitales.
Las entradas de capital eran la vida de escape a esa verdad de hierro para las economías cerradas según la cual más
inversión implica menos consumo. El ordenamiento macroeconómico pasaba así a ser una condición necesaria para
financiar externamente los aumentos en la inversión que se requerían para crecer más rápido.
En la Argentina, la naturaleza exacta de las oportunidades, desafíos y riesgos planteados por la globalización fue
ganando importancia como tema de debate a medida que se iban dando respuestas satisfactorias a otras cuestiones,
que en 1989 eran más apremiantes.

Una nueva macroeconomía.


Basándose en la premisa de que la hiperinflación era la consecuencia de una profunda crisis del estado, el gobierno
de Menem hizo sus primeras armas en la lucha contra la inflación bajo el supuesto de que la estabilidad de precios
seguiría de manera poco menos que automática a la solución de esa crisis estructural.
La convocatoria al grupo empresarial Bunge & Born para que se hiciera cargo de la economía puede entenderse
como un paso político, por el cual Menem daba una señal inequívoca de su compromiso con la anunciada “economía
social de mercado”.
Por su parte, la ley de reforma del estado marco el comienzo del fin de otro de los pilares del patrón de desarrollo
preexistente, al fijar el marco normativo para la privatización de gran número de empresas públicas. Durante el año
1990 se concretaron las primeras privatizaciones importantes.
Pero en el área específica de la estabilización de precios el avance fue mínimo durante 1989 y 1990. Durante 1990, la
política antiinflacionaria siguió la tradición monetarista más clásica, bajo un régimen de flotación cambiaria. Previo a
ello se había refinanciado forzadamente la deuda del Banco Central por la vía de una conversión de los depósitos a
plazo fijo en títulos de deuda pública de largo plazo. Pero los precios seguían en ascenso. Cuando la situación fiscal
obligo a las autoridades a apartarse de la restricción monetaria, la inflación recrudeció y una nueva corrida cambiaria
forzó otro cambio en el Ministerio de Economía, que paso a manos del canciller Domingo Cavallo.

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Pasado un año y medio de gobierno, Menem no había cosechado ningún éxito duradero de las tareas que le habían
sido encomendadas. Pero la situación de fondo no era tan desesperante como en los comienzos. La privatización de
un buen número de empresas públicas y la conversión de la deuda de corto plazo en obligaciones menos
apremiantes permitían pensar en un horizonte de equilibrio fiscal. Por otra parte, el Banco Central contaba con
varios miles de millones de dólares en reservas, que había acumulado en el intento por no dejar caer el tipo de
cambio durante 1990.
Menem y Cavallo entendieron que las condiciones estaban dadas para una arriesgada apuesta de estabilización,
orientada a anular los signos de inflación. La sanción de la Ley de Convertibilidad en 1991, obligación impuesta al
Banco Central de mantener reservas en divisas capaces de comprar toda la base monetaria, al tipo de cambio que
establecía la ley.
La práctica de comprar y vender dólares a un precio fijo llevaba consigo la renuncia del gobierno a la política
monetaria como instrumento macroeconómico.
El Plan de Convertibilidad tuvo un éxito inusual en su fin específico de acabar con la inflación. Aunque en los
primeros meses el índice de precios al consumidor creció, a fines del 1991 ya se registraron tasas mensuales
menores al 1%. Entre 1992 y 1996, el índice alcanzaría cada año un valor nunca muy superior a la mitad del
correspondiente al año previo.
El crecimiento de 1990-94 desencadeno una serie de desarrollos que consolidaron económica y políticamente el
esquema estabilizadora. Ayudado también por el dinero obtenido de las privatizaciones, el estado argentino redujo
su déficit e incluso llego a transformarlo en un pequeño superávit.
Los hogares bajo la línea de pobreza en el área metropolitana de Buenos Aires, cayeron en 1993, revelando que los
efectos del boom económico habían alcanzado a los escalones más bajos de la estructura social. La desocupación
generada por la liberación comercial, la reorganización del sector público y las privatizaciones fue más que
compensada por el impacto que sobre el empleo tuvo un aumento del producto.
Sin embargo, hacia mediados de 1994 algunos interrogantes proyectaban una sombra de duda sobre el mejorado
escenario macroeconómico.
La desregulación de varios mercados, la reducción o anulación de un sinnúmero de impuestos internos, específicos y
laborales y la eliminación de aranceles a las importaciones de bienes de capital fueron todos capítulos de una misma
política, destinada a mejorar la competitividad de la producción nacional. La gran apuesta del gobierno era que el
proceso de inversión que se había iniciado tuviera como resultado un incremento de productividad tal que, una vez
considerados todos los incentivos fiscales, las empresas que producían en la Argentina podrían competir sin
desventaja con las del resto del mundo.
La mejora de la productividad fue muy intensa. El producto medio del trabajo en el sector urbano creció, una
evolución que jugaba a favor de la estrategia oficial.
Aun con todo lo que significaba como indicador de progreso, el aumento de la productividad tenía una amarga
contracara, que pronto sería el más grave problema de la economía argentina: el desempleo.
En un país que había pasado por largos años de retroceso de la productividad, el rápido proceso de modernización
desencadenado por las reformas estructurales expulso empleo del sector público y de otras actividades que en los
años anteriores habían actuado como refugio laboral.
Esas reformas estructurales que consisten en los cambios operados en el estado y la apertura comercial y de
capitales fueron los pilares de lo que resultó ser una de las mayores mutaciones del capitalismo argentino.

El ordenamiento del estado.


A comienzos del gobierno de Menem la demanda por un cambio profundo no era exclusiva de una minoría, sino que
se había extendido a franjas muy amplias de la población. El nuevo gobierno tenía espacio para avanzar con su
política reformista, y lo hizo estableciendo sus propias prioridades. Comenzó con una política financieramente
redituable y con una gran carga simbólica: la privatización de los servicios públicos.
El gobierno obtuvo resultados favorables. Gano reputación en el mundo de los negocios y el impacto sobre las
cuentas públicas fue positivo. Finalmente, como resultado de las privatizaciones, comenzó a cerrarse la brecha
tecnológica y organizativa.
A las privatizaciones se fueron sumando otras políticas de reforma que modificaban aun más el espectro de
actividades estatales y el modo de asumirlas. Así, el traspaso de los servicios de salud y educación desde la Nación
hacia las provincias sirvió para que el gobierno central aliviara su déficit, y no necesariamente para aumentar la
eficiencia de las prestaciones. Del lado de los ingresos públicos hubo también modificaciones importantes. La
recaudación aumento y de ese modo pudo eliminarse el regresivo impuesto inflacionario. A partir de esa nueva

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plataforma se suprimieron o redujeron impuestos internos, tributos al comercio exterior, impuestos al trabajo y
algunas contribuciones directas.
Con respecto a estas reformas que afectar al sector público hubo un retroceso en comparación con los 80. En
términos de estructura, se observa una disminución de la proporción correspondiente a las inversiones y los
subsidios.
La promesa implícita en la Ley de Convertibilidad pudo cumplirse gracias a un cambio pronunciado en las cuentas del
estado. El fin de la recesión y el fin de la inflación eran al mismo tiempo consecuencias y requisitos de la solvencia
fiscal. A ello debe agregarse la abundancia de fondos externos, que hizo posible un financiamiento en condiciones
favorables.

Nuestra gran depresión.


Completado el primer año tras la devaluación de 2002, la economía se encontraba sumergida en profundidades poco
menos oscuras que las que los EEUU conocieron durante su Gran Depresión; la caída del ingreso de la Argentina
entre 1998 y 2002 y la tasa de desempleo en las principales ciudades argentinas llego a 21.5% en 2002.
Cada uno de los cuatro años 1999, 2000, 2001 y 2001 tienen características propias, distinguibles de los demás.
El año 1999 estuvo dominado por las malas noticias provenientes desde el exterior y por el debate acerca de cómo
reaccionar a ellas. La respuesta de la política económica parecía recoger los eco del efecto Tequila; se daban señales
de que si pensaba modificar las instituciones económicas organizadas alrededor de la convertibilidad, solo seria en la
dirección de una profundización.
El año 2000 coincidió con el primer año de la presidencia de Fernando de la Rúa. El gobierno de la Alianza busco
ante todo generar una confianza suficiente como para revertir o moderar una salida de capitales. El gobierno
suponía que la prudencia presupuestaria conduciría a una reducción del riesgo pies y que los efectos expansivos de
la caída de la tasa de interés excedieran largamente cualquier influencia directamente contractiva que pudiera tener
el ajuste fiscal.
El gobierno de la Alianza arranco con aumentos impositivos y, cuando esto se juzgó insuficiente para restablecer el
equilibrio presupuestario, se procedió a recortar gastos y a establecer topes en las transferencias que la Nación
realizaba a los tesoros provinciales. Estas reacciones no lograron atraer los capitales ni despertar la actividad
económica. Gradualmente, la economía argentina pasaba a estar en el foco de los inversores internacionales como
candidato a incumplir sus compromisos financieros. A fin de año, se negoció un préstamo de los organismos
internacionales destinado a cubrir los baches en los vencimientos de deuda que la ausencia de financiamiento
privado dejaría abiertos.
Fue un fugaz momento de esperanza antes del año más crítico dentro de la crisis.
En el año 2001, en el mes de marzo, se vivieron momentos de vértigo. Fue el de mayor salida de depósitos del
sistema financiero a lo largo de toda la década de convertibilidad. El reemplazo de Machinea por Murphy generó tal
rechazo en el partido de gobierno que sorprendentemente se optó por convocar a Cavallo. En la visión a Cavallo, el
problema central que aquejaba a la convertibilidad, derivada de la devaluación de todas las monedas del mundo
frente al dólar y al peso. Los instrumentos de política económica con los que podía enfrentarse ese problema eran
limitados, pero Cavallo los creía suficientemente poderosos como para revertir la recesión si eran explotados al
máximo.
Mientras que el sector real de la economía no reaccionó positivamente a las medidas de Cavallo, los mercados
financieros respondían, pero para mal. El continuado deterioro de la situación fiscal pronto reclamo la atención
inmediata de Cavallo. Para ese entonces, la expectativa de que la convertibilidad seria abandonada era una profecía
ya inevitablemente destinada al auto cumplimiento. La caída de los depósitos llego a tal punto que el gobierno opto
por restringir los retiros de efectivo para evitar la caída de bancos. La situación exploto en diciembre; en medio de
las manifestaciones callejeras violentamente reprimidas y saqueos más o menos espontáneos a comercios,
renunciaron Cavallo y de la Rúa. En la última semana del 2001, el presidente Rodríguez Saá anuncio que la Argentina
no pagaría en tiempo y forma la deuda pública.
En el año 2002, en su primera semana, el gobierno de Duhalde decreto el final de la convertibilidad.
En cuanto a las explicaciones más propiamente económicas, conviene desdoblar la discusión en dos problemas
distintos; en primer lugar, qué fue lo que inicio la crisis; en segundo lugar, cuáles fueron los mecanismos de
propagación que la hicieron tan prolongada y tan profunda.
De las dos explicaciones principales acerca del origen de la depresión argentina, una apunta a la cuestión cambiaria y
otra enfatiza el manejo fiscal. De acuerdo a la hipótesis cambiaria, la Argentina padeció de un desequilibrio en su
tipo real de cambio, debido a su vez a distintos motivos. Durante algunos años alrededor de mediados de la década
del 90, el problema inicial de tipo de cambio pareció corregirse por ambas vías: tras el efecto Tequila, los precios
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internos de la Argentina aumentaron menos que sus precios externos; además, la Argentina siguió siendo un destino
relativamente seguro para el capital internacional, y la productividad aumento más que en los EEUU. A partir de
1998, sin embargo, los precios externos comenzaron a caer y los capitales emprendieron la retirada de los países
emergentes.
La hipótesis fiscal señala un desequilibrio presupuestario mayor al sostenible como causa de primer orden. La
debilidad de las cuentas públicas impactaba en el riesgo soberano de la Argentina, aumentando las tasas de interés y
retrayendo por esa vía el gasto privado.
Cualquiera fuera la causa última de la recesión argentina, lo cierto es que existieron mecanismos que tendieron a
perpetuar y agravar la recesión. Uno primordial surgía del hecho de que en un país como la Argentina, endeudado y
dependiente del capital extranjero, la tasa de interés aumentaba a medida que caía la economía, en lugar de
reducirse, como sucede en los países centrales. Una segunda vía por la cual la recesión tenía a auto-perpetuarse
tenía que ver con el ajuste de cuentas al que forzosamente obligaba la crisis fiscal. Al contrario de lo que prescriben
todas las escuelas económicas, se redujeron gastos y se aumentaron impuestos en medio de la recesión, lo cual
implicaba mayores caídas de la demanda agregada. En tercer lugar, la recesión colaboraba para que la caída de los
precios se acentuara. Como cuatro factor de transmisión estaba la incertidumbre cambiaria.
Todo, o casi todo, se intentó para salir de la depresión sin salir de la convertibilidad; aun si fuera cierto que una
salida era imposible sin la otra, la traumática experiencia del año 2002 probo que aquél espanto instintivo a la
devaluación tenia, finalmente, buenos motivos.

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