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Según Eduardo Galeano en su libro “ El futbol a sol y sombra”; el futbol se encuentra en todos
lados, se vive, se comenta y hasta se respira llegando a tal punto donde la sociedad lo cotidianiza;
ello se puede apreciar, sobre todo, en los medios de comunicación, quienes se dedican a hablar de
ello toda la semana e incluso se han incrementado canales donde solo se hablan de deporte
siendo el futbol el más mencionado.
El futbol esta visto como una fiesta donde interactúan muchos peruanos, es en esta donde un
individuo deja de lado, por 90 minutos, su propia vida y se convierte en parte de una masa en
donde se experimenta una unidad emocional, llamada “afición”.
Para entender este término, afición se refiere a un conjunto de personas vivamente interesadas
por un espectáculo o partidarias de una figura o un grupo que lo protagoniza1.
Cada uno de los integrantes de la masa establecen una sola emoción que puede ser de alegría o de
frustración, por ejemplo, estando en el estadio viendo un partido de futbol, el ánimo, emoción y
todo tipo de sentimiento transmitidos por los asistentes se convierte en un influenciado en los
sentimientos y acciones de las demás personas, además de ser integrador por unir a todos en un
solo aliento apoyando a un equipo. Considerándose de esta manera al futbol, como un deporte
igualitario, democrático, no excluyente; en el que no se toma en cuenta religiones ni posiciones
políticas.
Dicho anteriormente, el futbol puede ser considerado como una religión, siendo los jugadores, los
santos; y el balón, el icono simbólico; el gol visto como el milagro y símbolo de la fe de todos los
seguidores. El resultado es la celebración o frustración del espectador pues al tener un partido
ganado se genera una fiesta en los seguidores, estos serían los rituales de celebración ante la
victoria. Esta celebración no solo puede durar los minutos en que se realiza el deporte, además
este también se puede extender más días, semanas, etc; ello por la importancia y la viralidad que
se le da.
La durabilidad de la festividad dependerá mucho del encuentro y las emociones manejadas en él;
por ejemplo una clasificación al mundial, podrá tener una recordación extensa que con el tiempo
ira disminuyendo la intensidad de la celebración y comentarios; y donde los futbolista
participantes serán visto como héroes . Sin embargo, pasaría lo contrario cuando ocurre por
ejemplo, un encuentro amistoso, aburrido, sin goles, pues este tiene facilidad de olvido, y con el
tiempo la intensidad emocional disminuirá o podría pasar como inadvertida.
1
Rae
El mundo gira alrededor de un balón
El fútbol no escapa de esta ritualidad de todo espectáculo circense, las tribunas aullando de
emociones desfogadas, toda la comunidad formando una sola pasión –no es ajeno el grafiti Más
que un sentimiento, Nos une una pasión. La fiesta es siempre multitud catártica, expresiva,
multidiscursiva (la carnavalización incluye música, cantos, caras pintadas, máscaras, banderolas,
fuegos de colores, camisetas de ritual, etc.), el grupo representado se reafirma como una totalidad
social individualizada –todo lo que hace uno lo repite la masa, la masa repetitiva se individualiza
en acciones: si uno canta todos cantan, si uno insulta otro remachará el desánimo y se irá
repitiendo como un eco, o la máxima en la alegría del gol, produciéndose así una interacción entre
los involucrados en la carnavalización: tribuna (espectador) y jugadores. El diálogo entre jugador y
espectador está fijado en una tensión continua, palpitante, acordada. «Los jugadores actúan para
ser contemplados, apreciados o juzgados. El jugador ofrece su acciones memorables y el público le
paga con su afecto» (Medina Cano, Ibid:49). En el verde de la cancha la simbolización de un épica,
mientras que en las tribunas el espectáculo de la hinchada.
En el estadio, espacio sacralizado, el «punto máximo no es la altura, es la profundidad. No mira
hacia arriba, hacia lo superior; como las pirámides, es un cono invertido (como el infierno de la
Divina Comedia) que se proyecta hacia lo terrenal, hacia la materialidad. (…) Al ubicar su centro
hacia abajo permite que la afectividad se precipite, que la emotividad se concentre y encuentre
una salida. Los estadios son “sumideros de pasiones”» (Medina Cano, Ibid:53). Esta arquitectura
crea una desarticulación con el mundo circundante –pues el espectador se halla de espaldas al
mundo real (a la ciudad) y mira solo hacia abajo, en una fase de pausa a su cotidianidad, y al
involucrarse en el espectáculo, el estadio carga con fuerzas centrípetas que ajustan tensiones.
Los espectadores, en tensión perpetuamente cronometrada, desean que el compromiso se regule
con propiedad, y a la vez, en paradójica oposición, desean que éstas no sean tan reguladas al
menos para su equipo, un modo libertino y corrector, donde el azar juega un partido aparte en el
mismo encuentro, pues «el jugador tiene toda una gama de posibilidades que le permiten libertad
en su desempeño», y además de las aptitudes y actitudes de los seleccionados, «intervienen
muchos factores que hacen del fútbol un acontecimiento incierto. Es imposible controlar la buena
suerte, las lesiones de los jugadores, el estado del clima (la lluvia o el exceso de calor), las
condiciones del terreno, la presión del público, etc.». Cada partido es único y súper tenso: «sobre
la cancha se crean imposibles de repetir que parecen impuestas por el destino…» (Medina Cano,
Ibid:45).
El azar en el fútbol se da mientras el balón rueda por el césped, mientras la pelota se mueve
cualquier cosa puede suceder –o no suceder, los jugadores combaten por obtenerla, conservarla,
la redonda es el objeto del deseo, la que da vida al encuentro, el significado del fútbol se basa en
que ésta simplemente ruede por el verde, «para poseerla hay que luchar, para conservarla hay
que defenderla (…), elemento de poder (…), sensación de autoridad» (Medina Cano, Ibid:46). El
fútbol es incierto, impredecible, el jugador busca también el azar, la buena suerte, la providencia
que vuelva la probabilidad en oportunidad, la esperanza en realidad. De igual manera todos los
actantes del fútbol (sociedad + equipo) buscan la victoria a través del fatum o el folklore –así
surgen chamanes y limpias antes de cada encuentro futbolero:
«el fútbol supone la existencia del azar; (…) la suerte puede modificar el curso de un balón como
puede alterar el rumbo de una vida. (…) Pero no es sólo en la cancha donde el equipo debe asumir
su destino. Al comienzo de un campeonato (por un acuerdo entre las partes) los grupos de
equipos, la condición de visitante o de local, se define por sorteo. Al iniciar el partido, como parte
del protocolo, los capitanes de los dos equipos se juegan la cancha con una moneda (…)». (Medina
Cano, Ibid:63).
El fútbol es una fiesta de intensidades, dialogante, buscadora de destinos. También es
representación de una colectividad, portadora de signos para su significante –el equipo de sus
amores, la selección nacional: himnos, banderas, camisetas, anécdotas, ídolos, logros… fuentes de
relato épico que van acumulando el imaginario/sentimiento colectivo. Uno va vestido diferente al
estadio o al ver entre amigos por televisión un partido de selección, desde ya es un ritual distinto y
semejante también a otros de nuestra sociedad: por algo se lo asocia a la religión, el templo es el
estadio, la eucaristía es el partido… uno se comporta de otra manera a la consciente también, los
discursos asociados revelan libertad a disposiciones habituales, al menos por los noventa que dura
el encuentro la catarsis nos aleja a otro mundo que gira alrededor de un balón de fútbol.
Este ritual atípico y catártico es considerado como tal porque es una ruptura con lo cotidiano, uno
se desliga del mundo habitual por un tiempo determinado para penetrar en un espacio definido,
delineado, los comportamientos se liberan de moralidades, y el escenario y los actantes repiten
esta configuración simbólica periódicamente, cíclicamente, como los solsticios de la Tierra misma.