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AMOR Y DIALÉCTICA

El amor es un fuego.
Arde por todas partes.
Desfigura a todo el mundo.
Es la excusa que el mundo pone
por ser tan feo.
Leonard Cohen

¿Es posible datar el instante preciso en que el amor comienza? Aún más: ¿datar el instante preciso en que el
amor acaba? Tal parece que en el amor, como en el sueño, no existen puertas claras. Ante tal cuestión quizá
sea prudente remitirnos a Borges y sus Siete noches –una serie de siete conferencias continuas llevadas a cabo
en la ciudad de Buenos Aires en 1977 y publicadas en 1980-. La primera noche está dedicada a La Divina
Comedia, en ella Borges trae a la vista lo que para él son los únicos dos momentos en la literatura en los
cuales se puede fechar el comienzo del amor, a saber, el primero es el adulterio post-La matiere de Bretagne
entre Francesca y Paolo. El otro momento se haya en una cuarteta del soneto Alma venturosa de Leopoldo
Lugones: Al promediar la tarde de aquel día,/ cuando iba mi habitual adiós a darte,/ fue una vaga congoja de
dejarte/ lo que me hizo saber que te quería. Lo evidente es lo tenue y casi imperceptible del suceso,
contrapuesto al fulgor repentino del mito moderno.

También sería prudente establecer la dicotomía amor ≠ enamoramiento, me parece que el primero es la
supervivencia tras el segundo. Uno se levanta una mañana y ve la niebla, la contempla hasta que es extinguida
por el primer rayo de luz de la realidad. ¿Qué es lo que viene luego de cruzar esta frontera difusa?
Probablemente el amor real. El enamoramiento llena de brillo, está apoyado por endorfinas que habrán de
desvanecerse y dar paso al aplomo si es que se establece, el otro ya no deslumbra, ya no abarca la completa
visión, ahora acompaña y construye.

El amo y el esclavo

En un texto anterior (Deslengua2, Año 1, No.4) sostuve que las relaciones intersubjetivas, amorosas, están
enmarcadas por una concepción mercantil capitalista e inexorablemente atravesadas por relaciones de poder.
Para entender el amor como dialéctica quizá sea prudente desglosar el concepto de manera somera volviendo
a su acepción más fundamental.

Tanto en la historia, como en el amor, el comienzo sobreviene con la confrontación de dos deseos –quizá sea
ocioso discernir entre el deseo humano (desear el deseo) y el deseo animal (desear la materia)-; confrontación
que forzosamente ha de requerir una resolución, una que, dada la naturaleza de las conciencias deseantes, no
puede sino conducir a la fatalidad. ¿Qué produce el saber de la fatalidad en los polos confrontados? En uno de
sus extremos produce el temor a esa fatalidad, en el otro produce el reforzamiento del deseo, este último se
consolida como el dominante y el que ha antepuesto su temor queda subyugado, sometido.

Atemos los cabos, tras la evanescencia del enamoramiento la consolidación del amor evidencia su dialéctica:
donde subsisten dos conciencias que eligen amar no con poca frecuencia una de ellas lo hace con mayor
intensidad que la otra, el que más ama (la conciencia débil) se descubre sometido al otro, que ama con menor
intensidad, puede ser bajo presunción de mayor racionalidad, mesura o infinidad de posibilidades.

Volvamos un poco ¿Qué sucede con la conciencia dominante, la que ha logrado el sometimiento y
reconocimiento del otro? No le queda más que la insatisfacción. El otro sometido ya no es un sujeto libre de
conciencia, es ahora un oprimido que sirve a un amo ocioso, estancado. Para entenderlo quizá debamos
explicitar que el proceso dialéctico comprende tres momentos claramente diferenciables, el primero consta del
enfrentamiento entre deseos-deseantes, un segundo momento lo constituye el sometimiento de la conciencia
más débil, su negación. El tercer momento consiste en la negación de la negación, es decir, la parte dominante
de la relación dialéctica queda inerte y eventualmente será negado en una síntesis superadora en tanto que el
esclavo es atravesado por la historia creativa, para nuestros fines será el responsable de reproducir el amor
real aludido líneas atrás, pero bien puede ser el responsable de crear cultura o el proletario que transforma la
materia.

Concluyo con una reflexión a manera de síntesis. En la relación dialéctica el deseo despoja a la alteridad de su
otredad, de sus posibles dominios, así el deseo deviene en un impulso devastador, no sólo ante la alteridad
sino ante sí mismo. El amor protege a su propio prisionero y bajo esas premisas se encumbra, se niega y se
autodestruye.

Martín Alejandro Del Carmen


@PobrecitoSrX
pobrecitosrx.blogspot.mx

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