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1. Su naturaleza.
No cabe duda de que la apreciación de las palabras, como distintivas de otras unidades
lingüísticas, yace en la raíz misma de la concepción entera que el hombre tiene del lenguaje.
La escritura, que separa con espacios en blanco las palabras; los diccionarios, que las estudian
aisladamente, contribuyen a esta toma de conciencia.
De los rasgos y la unidad de las palabras se han ocupado todos los lingüistas, desde Panini
(el gramático hindú de hacia los siglos IV-VI antes de Jesucristo) hasta nuestros días. Pero la
palabra ocupa en la lingüística una posición paradójica y acaso por ello no hay definición
satisfactoria y generalmente aceptada. Unos piensan que debe ser definida independientemente
en cada lengua. Otros sólo la definen en términos fonológicos; algunos, como Bloomfield, se
basan sólo en la distribución de unidades significantes; quien la considera exclusivamente
como unidad de lengua, sin referirla al habla. Tanto la lingüística americana, que analiza la
frase en constituyentes inmediatos (morfemas, palabras, sintagmas) sin distinguirlos, como la
lingüística transformacional, derivada de ella, se desentienden en el fondo del concepto mismo
de palabra.
Distribucionalmente, la palabra tiene un orden fijo de sus morfemas, los que entran en su
composición, que son inseparables y no admiten intrusión de otros elementos. En cambio, la
palabra posee una mayor libertad de distribución dentro de la unidad superior, la frase.
Pero no basta esta prueba de segmentación para identificar la palabra. Hay que someterla a
la prueba distribucional: variaciones de la inicial o final de palabra, según los fonemas finales
o iniciales de la palabra que precede o sigue; las variantes libres, etcétera.
a) Series paradigmáticas (cuando una forma de una palabra se halla en serie con otras que
sólo difieren gramaticalmente de ella, no la consideramos como palabra independiente;
por ejemplo, canto-cantaría-cantara son una sola palabra con diferencias gramaticales
paradigmáticas).
b) Cuando la diferencia entre dos formas depende de morfemas de clase abierta (o
lexemas) se consideran independientes. Por ejemplo, león/tigre.
c) Otra clasificación es la que se logra por medios formales y funcionales: función
nominal, función verbal, etc. (las llamadas partes de la oración en la gramática
tradicional).
2. Rasgos fonológicos
La aislabilidad. En algunas lenguas existe una clara juntura que separa las palabras,
aunque no siempre es garantía de separación, sobre todo cuando no nos orienta el sentido o
significación y la función que desempeña. De todas formas, podemos decir que la palabra es
un segmento de extensión variable que lleva tras sí una pausa potencial.
En la aislabilidad hay grados: un artículo, por ejemplo, es menos separable que un nombre,
y un verbo auxiliar menos que uno pleno. A esta dificultad alude Martinet cuando estudia la
delimitación de las palabras, dificultad que trata de salvar introduciendo el concepto de
amalgama. Por ejemplo: «He visto» (forma auxiliar y verbo) es un sintagma de dos morfemas
(“pasado y ver”) pero percibido como una sola unidad. Y si bien el término palabra corresponde
necesariamente en cada lengua a tipos particulares de relaciones sintagmáticas, existen de
hecho una infinidad de grados posibles entre la inseparabilidad completa y la amalgama, por
un lado, y la independencia total, por otro.
3. Rasgos funcionales
Los rasgos funcionales se deben estudiar sobre criterios formales. La capacidad para
desempeñar una u otra función contribuye a definir semánticamente las clases de palabras y las
palabras mismas. La palabra, lo hemos venido repitiendo, es una unidad de significado,
significado que presuponen las funciones en que interviene. La palabra no es la suma de una
serie de significados subordinados o parciales que encarnan los morfemas que la componen,
sino que tiene un significado propio. Por ejemplo: amarías no es concebido por el hablante
como una suma de am y arias, sino como una totalidad. Es decir, que los signos inferiores (del
nivel primero) cobran valores puramente distintivos; lo mismo ocurre cuando la palabra se
integra en el sintagma, perdiendo su sentido individual. Por ejemplo, brazo de mar (el hablante
lo emplea como un todo con significación propia, independiente ya de las significaciones
peculiares de cada uno de los componentes del sintagma). Lo mismo, por ejemplo, en al pie,
en el que, aun conservando notas o rasgos de pie, nadie piensa en el pie propiamente dicho
cuando emplea el sintagma, sino en los rasgos de «cercanía de la parte baja».
Esta doble clasificación se corresponde con las llamadas palabras plenas y palabras vacías
(véase Ullmann, op. cit., pág. 51). «Una distinción más importante relacionada con la situación
gramatical de la palabra es la que se da entre las palabras plenas y las palabras-Jormas. Esta
dicotomía se remonta a Aristóteles y ha reaparecido, en diversos aspectos y bajo diferentes
nombres, en muchas obras filosóficas y lingüísticas; los términos aquí utilizados fueron
introducidos por Henry Sweet en su Neto English Grammar (en 1892). La distinción se basa
en un criterio puramente semántico.»
Las palabras plenas tienen algún significado aun cuando aparezcan aisladas. Las vacías no
tienen significado propio independiente: son elementos gramaticales que contribuirán al
significado de la frase o de la oración cuando se usen en conjunción con otras palabras. Las
palabras plenas han sido llamadas autosemánticas, «significativas en sí mismas»; en tanto que
los artículos, preposiciones, conjunciones, pronombres, adverbios pronominales y similares
son sinsemánticas, es decir, significativas sólo cuando se encuentran en compañía de otras
palabras.
El contraste entre los dos tipos o clases de palabras parece ser evidente de suyo y
fundamental. La dificultad estriba en que los lingüistas modernos -esto decía Ullmann,
suponemos que refiriéndose a los estructuralistas- se muestran hostiles a reconocer ninguna
categoría gramatical sobre bases semánticas únicamente. Por eso, las palabras-formas no
pueden establecerse como una categoría especial, a menos que se pruebe que existen algunos
rasgos fonológicos o gramaticales que las distingan de las palabras plenas. Esos rasgos existen
y Ullmann estudia ejemplos del inglés y del francés. En español podríamos aducir su estructura
mínima: el, la, que, por, con, etc. Y en los pronombres su facilidad para ser enclíticos y
proclíticos. Y dentro del sistema gramatical, ciertas palabras-formas desempeñan el mismo
papel que las inflexiones malísimo, muy malo. También puede ponerse de relieve la diferencia
entre los dos tipos de palabras por el orden: se me cayó la pluma, pero no se me la pluma cayó.
Teniendo en cuenta estos rasgos formales parece que podemos admitir la distinción entre
ambas clases o tipos de palabras. Pero las segundas, ¿son realmente palabras? Hay que
responderse con argumentos formales. ¿Son formas mínimas libres capaces de actuar como
una expresión completa? Algunas de esas palabras-formas, tales los pronombres y los
adverbios pronominales, aparecen aisladas con cierta frecuencia, pero las preposiciones,
conjunciones y artículos rara vez subsisten por sí mismos, aunque cabe imaginar oraciones
sumamente elípticas en las que sí subsistan: una persona impaciente puede interrumpir las
palabras de otra con un «¿Y?» aislado, para apresurar el relato. Desde el punto de vista
fonológico, las palabras-formas están sometidas a las mismas reglas de estructura que las
palabras plenas, teniendo, además, algunas peculiaridades propias. Por ejemplo, las reglas del
acento rigen igualmente para unas y para otras.
Desde el punto de vista gramatical, ¿son unidades independientes? Algunos contestarían que
no, postulando que su función es la equivalente a la inflexión de los casos latinos. Pero las
palabras-formas son separables de los términos que acompañan las desinencias de los casos
latinos; no, por ejemplo, la verde hierba, con la blanca luna. Los pronombres sujetos pueden
separarse de su verbo, y pueden invertirse en el orden: él dijo, dijo él.
Con ello queda patente que no son meramente equivalentes a las inflexiones latinas y que
su función no es equivalente a las desinencias. Tienen mucha más independencia. Es decir, sin
recurrir al criterio semántico del significado, podemos demostrar que tienen varios rasgos
comunes con las palabras plenas; Ullmann propone llamarlas «pseudopalabras».
La frontera entre las dos clases de palabras no es absoluta. Pensemos en el latín horno, que
en francés pasó a ser pronombre en on. En el español vuestra merced, en el pronombre de
tratamiento usted. Puede ocurrir que algunas palabras-formas sean al mismo tiempo
(formalmente) palabras plenas, según los contextos: no cabe, cabe el techo, bajo la escalera
(expresión en la que bajo es término ambiguo que ha de esclarecerse por el contexto: yo bajo
la escalera, o debajo de la escalera). Vemos que en unos casos funcionan como palabras-formas
y en otros como palabras plenas.
Tanto en las oposiciones de tipo léxico como en las de tipo gramatical se postula un sentido
(el significado del signo) en cada uno de los términos en oposición.
Con la palabra sentido nos referimos tanto al sentido léxico como al gramatical: por
ejemplo, padre (sentido léxico más categoría de género, número, función, clase de palabra). Lo
que ocurre es que el hablante y el oyente de una lengua sintetizan como unitarios los diversos
sentidos que son descubiertos en una palabra por las oposiciones en que interviene:
padre/madre, padre/padres, padre/hijo, etcétera.
Ya sabemos que los rasgos mínimos de sentido son los semas. El sentido de una unidad
léxica es una síntesis de rasgos no presentes simultáneamente y considerados como
compatibles. Pero, además, este sentido, dentro de la cadena hablada, varía según las
oposiciones que en cada caso intervienen. Son esas oposiciones las que nos ayudan a
determinar el sentido dentro de la distribución que se nos presenta. A veces, la distribución está
sustituida por el contexto extralingüístico. Y los varios sentidos que una palabra pueda tener
según ese contexto extralingüístico (bomba, en un contexto agrícola; bomba, en un contexto
bélico, por ejemplo), son incompatibles en una misma distribución.
Esto plantea el problema de las acepciones de las palabras, de los homófonos, de los
sinónimos, el de los sentidos esporádicos (en la metáfora), etc., que veremos en temas
posteriores.
El sentido de una palabra depende de sus oposiciones y éstas pueden ser diferentes, según
la distribución en la cadena hablada. Se admite, no obstante, que cada palabra tiene un núcleo
último de sentido que es común a todos sus empleos y acepciones.
Ullmann (pág. 56) pone de relieve el papel importante que desempeña el contexto, sin
aceptar afirmaciones tan tajantes como la de Rosetti: «La palabra no existe más que por el
contexto y no es nada por sí misma.» Pues si bien es cierto que el contexto configura las
palabras, también lo es que ciertos términos subsisten por sí mismos, sin ningún apoyo
contextual. Por ejemplo: amarillo, escribir, lápiz, que tienen un núcleo semántico muy claro,
aunque admiten matices contextuales. Por otra parte, si las palabras no tuvieran significado
fuera de los contextos sería imposible redactar un diccionario. Las palabras aisladas tienen,
pues, significados más o menos permanentes; de otro modo sería imposible la comunicación.
El contexto sólo modifica el sentido de las palabras dentro de ciertos límites.
6. Contexto verbal