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Ciclo revisión de trabajos:

CARÁCTER Y DESTINO1
(sobre las relaciones entre el conocer, el ser y el suceder)

Heinrich Racker

Fundación Luis Chiozza


Buenos Aires, 6 de Mayo de 2005

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El presente trabajo forma parte del libro “Psicoanálisis del Espíritu”. Editorial Paidos. Bs. As. 1957.

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CARÁCTER Y DESTINO2
(Sobre las relaciones entre el carácter, el ser y el suceder)

“En el secreto de la unidad del yo y el mundo, del ser


y el suceder, en el descubrimiento de lo
aparentemente objetivo y accidental como
realización de la psiquis, creo reconocer la esencia
misma de la enseñanza psicoanalítica”
Thomas Mann, Freud y el futuro.

Señoras y señores:

Hablar a los Amigos del Psicoanálisis sobre el carácter y destino podría parecer una
empresa superflua. El que se a acercado al psicoanálisis, o mas aún, se ha sometido a un
tratamiento psicoanalítico, ha manifestado con ello, al mismo tiempo, que sabe, o por lo
menos que intuye, cuán íntimamente entrelazados están lo interno y lo externo, la
psiquis y el curso de la vida, la personalidad y los sucesos. Pues se ha vinculado a una
ciencia o técnica que dirige a su atención casi exclusivamente hacia el interior del
hombre y ve en ello la palanca promotora de su vida en general. No sólo psiquis y cuerpo
se han acercado mutuamente por esta nueva ciencia, tanto que hasta se oye opinar que
ya el diferenciarlos representa un prejuicio –opinión que también en otras épocas de la
historia del espíritu humano ha sido expresada, pero que esta vez se apoya en los
asombrosos descubrimientos de la medicina psicosomática- ; no sólo psiquis y cuerpo,
digo, sino también las otras partes de lo "interno" y "externo”, o sea, el yo y el mundo, el
carácter y el destino se han acercado mutuamente, asombrosamente. Y también aquí
podríamos preguntarnos si el diferenciarlos en la forma usual no representa ya una
suerte de prejuicio, dado el conocimiento de sus íntimas conexiones que inducen a
verlos como dos formas de expresión del individuo (es decir, de lo en realidad
indivisible), o bien a ver el verdadero centro en lo interno y a considerar los sucesos
externos corno expresión, creación o derivado de la psiquis. Así como hoy se sabe que,
por ejemplo, la úlcera de estómago es un derivado de deseos y temores inconscientes,
así también sabemos que, por ejemplo, el endeudarse económicamente suele ser un
derivado de sentimientos de culpa inconscientes. Tanto aquí como allá se trata de una
manifestación de lo psíquico en lo material externo; es contenido psíquico representado
en otra substancia.

Desde sus comienzos, el psicoanálisis ha dirigido su atención a las relaciones que existen
entre lo interno del ser humano y lo que haríamos su destino. Quisiera recalcar ya aquí
que al hablar de destino me refiero no sólo a lo que experimentamos, sino también a

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Conferencia pronunciada ante los Amigos del Psicoanálisis, en la Asociación Psicoanalítica Argentina, en 1956.

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cómo lo experimentamos, ya que son el qué y el cómo, y su enlace, lo que, constituye, en
realidad, nuestro " destino".
En ambos aspectos el psicoanálisis ha contribuido a una mejor comprensión de este
antiguo problema. Freud se refiere por primera vez a él en su Interpretación de los
sueños, al hablar del Edipo de Sófocles, llamando “tragedia de destino”, y muestra cómo
el destino de Edipo proviene de sus impulsos inconcientes. El descubrimiento del
inconciente abre así un acceso a una nueva concepción científica del destino humano.
Los dioses cambian de morada, abandonando los cielos, albergándose en el interior del
hombre, y presionando -como instintos- desde adentro en lugar de hacerlo desde afuera.
Poco tiempo después, en su Psicopatología de la vida cotidiana, Freud muestra cómo una
serie de actos, que suelen ser llamados casuales, son igualmente determinados por el
inconsciente. De esta manera el psicoanálisis conquista una parte de lo que se
adjudicaba al terreno de lo casual, es decir, nuevamente, de lo externo y ajeno al hombre,
y lo recupera para su mundo interno al señalar que es ahí donde se origina y determina.
Freud descubre, en especial, que con frecuencia nosotros nos creamos determinado
"destino" por necesidad de castigo o por terror de sufrirlo. En el último caso tratamos de
conjurar el destino, perdiendo por ejemplo, algún objeto de valor, para impedir otra
pérdida más grave.
Genéticamente, aquel temor al castigo se refería a los padres, frente a los cuales nos
sentíamos culpables. Son, pues, ellos los que constituyen la imagen primaria del destino.
Esta es, en otras palabras, una "proyección" de los padres que se volvieron, en la
superficie de nuestro pensar, impersonales o super-personales. En el caso del varón el
destino es, según Freud, ante todo una proyección ulterior del padre, quien amenaza con
castigarlo por sus deseos edípicos. Ustedes saben que el psicoanálisis habla de los
padres "internos", en especial al referirse a la conciencia moral, a la que comprende
como un resultado o "precipitado" de las vivencias efectivas e instintivas del niño con
sus padres. Esta "instancia" interna que lo censura y elogia, lo castiga y recompensa,
como antes lo hicieron sus padres, es llamada "superyó". De ahí que, finalmente, Freud
defina los poderes del destino como proyección del superyó, tanto en su carácter
amenazante como en el protector.
Resumiendo y uniendo los diversos aspectos, mucho de lo que se ha considerado como
destino o bien como casual, proviene del inconsciente, de los propios impulsos
reprimidos. Éstos se expresan en dos direcciones: por un lado desde el sujeto hacia los
objetos, como, por ejemplo, Edipo al matar a su padre y casarse con su madre; y por otro
lado desde los objetos hacia el sujeto, desde los padres internos hacia el yo, lo que
igualmente suele quedar inconsciente, pero se vuelve manifiesto, por ejemplo, al cegarse
Edipo a sí mismo, castigándose y calmando así la ira (el deseo agresivo) de su padre
interno y de los dioses, y cumpliendo en esta forma su "destino". Los impulsos de los
padres internos son, en general, idénticos a los del sujeto. La ira del padre interno de
Edipo debe de haber sido igual a la ira del pequeño Edipo contra su padre. Las imágenes
de los padres suelen ser formadas según nuestros propios instintos y sentimientos,
aunque éstos, a su vez, hayan experimentado, naturalmente, la influencia de los padres
reales.
En una de las obras de su último período, o sea, en el Mas allá del principio del placer,
Freud señala otro factor más que rige el destino: la compulsión a la repetición. Esta se
sobrepone, a veces, aun al poderoso “principio del placer”. Cita Freud como ejemplo a la
situación analítica, en la que cada paciente repite con el analista las vivencias amorosas
de su infancia por más dolorosas que éstas hayan sido. Pero no sólo en los enfermos sino
también en los considerados normales puede observarse la misma compulsión a la
repetición: así, por ejemplo, hombres en los que cada amistad termina con el hecho de

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que el amigo los traiciona, benefactores que siempre de nuevo sufren la ingratitud de
sus protegidos, amantes cuya relación con la mujer pasa cada vez por las mismas etapas
y sufre el mismo fin, etc. “Nos extrañamos sólo pocos –dice Freud- de este «eterno
retorno de lo mismo» si se trata de una conducta activa de la persona en cuestión, y si
encontramos el rasgo constante de su carácter, que tiene que expresarse en la repetición
de las mismas vivencias. Mucho más nos impresionan aquellos casos en los que la
persona parece experimentar pasivamente algo sobre lo que no tiene influencia,
experimentando, sin embargo, siempre de nuevo la repetición del mismo destino.
Piénsese, por ejemplo, en la historia de aquella mujer que se casó tres veces seguidas
con hombres que poco después se enfermaron y tuvieron que ser atendidos por ella
hasta la muerte”.
Quisiera agregar ya aquí la contribución que, a este problema, hizo una de las más
destacadas discípulas de Freud, Melanie Klein. Según su opinión, uno de los factores que
originan la compulsión a la repetición es la presión que ejercen las situaciones de
angustia que provienen de nuestras vivencias más tempranas y que siguen subsistiendo
en el fondo de nuestra psiquis. M. Klein se refiere con ello a angustias persecutorias y
depresivas y a sentimientos de culpa, cuya subsistencia nos obliga a repetir siempre de
nuevo determinada conducta hacia nosotros mismos y hacia los demás, para
defendernos de aquellos peligros fantaseados al comienzo de nuestra vida. Volveré
sobre ello más adelante, aclarándolo con ejemplos.
Hasta aquí he resumido, a grandes rasgos, lo que el psicoanálisis ha aportado ala
comprensión de la génesis del concepto “destino” y a la comprensión de algunos factores
que codeterminan la gestación misma del destino, que originan o co-originan lo que
experimentamos.
Veamos ahora –y nuevamente en breve síntesis- qué nos dice el psicoanálisis sobre el
otro aspecto del destino, el cómo experimentamos lo que experimentamos. La
importancia, lo decisivo de este aspecto es evidente. Cualquier situación se presta para
ilustrarlo. Todos ustedes aquí comparten en este momento, en cierto modo, el mismo
destino: están en el mismo lugar, escuchando la misma conferencia; pero cada uno lo
vivencia de modo distinto, lo cual depende de muchos factores, pero ante todo del
espíritu con que escucha. El psicoanálisis nos enseñó al respecto que este espíritu está
determinado, en gran parte, por el inconciente. En cuanto ustedes me vean, por ejemplo,
como hombre- y en algunos rasgos me presto para ello- el espíritu con que me escuchan
estará influido por su relación con su padre y hermano. Pero también soy alguien que les
está leyendo una conferencia, es decir que les está mostrando un producto, una creación
suya, en cierta forma su hijo espiritual, y que suele representar, para el inconciente, la
imagen de una madre que da a luz3. En este sentido, sin que ustedes lo sepan, su espíritu
de este momento puede estar codeterminado también por los sentimientos hacia su
madre. He dicho antes que mi imagen se confunde, inconcientemente, en algún grado,
con la de su padre, que se confunde, pues, presente y pasado, ya me referí a una imagen
que de su padre tuvieron ustedes de niños; y éste entretejimiento del presente con el
pasado es otra característica de nuestra vivencia del destino en general. Además,
ustedes no sólo tuvieron una sola imagen de su padre, sino muchas, algunas muy
opuestas entre sí, y por una u otra circunstancia –posiblemente aun ajena a la
conferencia misma- yo puedo representar para uno la imagen del padre querido, para
3
El que no está familiarizado con el inconciente dudará de tal afirmación o la encontrará rebuscada. Sin
embargo, es así; la experiencia analitica lo confirma siempre de nuevo. Cuando los analizados saben, por
ejemplo, que su analista está preparando una conferencia, suelen soñar con él como mujer embarazada. También
los artistas, que por lo general tiene un acceso mas fácil a su inconciente, lo confirman. Richar Wagner, por
ejemplo, comapra su estado en épocas de gestación de sus obras con el de una mujer embarazada.

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otro, la del padre odiado, el padre valorizado o el despreciado, el rico o el pobre, el
temido o el buscado, etc.
Todo esto ustedes ya lo saben posiblemente, y no quisiera detenerme en ello. En
síntesis, podemos decir que el cómo vivenciamos lo que vivenciamos depende de los
sentimientos, deseos y temores con que vamos al encuentro del mundo, todos ellos
intensamente coloreados por nuestro inconsciente.
Sin embargo, la situación es aún algo compleja.
El psicoanálisis ha recalcado que les impulsos y sentimientos con que vamos al
encuentro del mundo no son aceptados en su totalidad por nuestro yo. Muchos nos
provocan angustia, nos aparecen como malos o peligrosos y nos defendemos de ellos.
Las distintas formas con que los rechazamos se llaman mecanismos de defensa. Ustedes
les conocen, por ejemplo, como represión (que es rechazo ante la conciencia), como
proyección (que es un colocar en otro y ver en él lo que es de uno mismo), como
introyección (que es un colocar dentro de uno mismo lo que es de otro), etc. Es evidente
que éstos y los demás mecanismos mentales estructuran y modifican nuestra imagen del
mundo, de los seres que nos rodean y de nosotros mismos, y que codeterminan, pues, el
cómo vivenciamos este mundo. Veremos más adelante en qué medida depende también
de estos mecanismos lo que vivenciamos: cómo, por ejemplo, la represión de un impulso
sexual y de la imagen del objeto sexual torna difícil o aún imposible el encontrar un
"partenaire" sexual, sea realmente, quedando la persona solitaria, o psicológicamente,
quedando sin la posibilidad de sentir y gozar de la unión erótica. En términos generales,
estudiaremos y veremos las relaciones que existen entre el mundo interno y el mundo
externo del individuo.
Pero aquí, por el papel especial que desempeña, quisiera dirigir la atención a uno de los
mecanismos mentales, al que tal vez no hemos aún apreciado en todo su alcance. Me
refiero a la proyección. Ustedes habrán oído hablar de ella como defensa patológica
especialmente marcada en la paranoia. El que sufre de un delirio persecutorio ha
proyectado su propio odio en los demás, sintiéndose, por lo tanto, amenazado; el que
sufre de un delirio de celos proyecta sus propios deseos de infidelidad hetero u
homosexuales en la persona celada, etc. Son los sentimientos de culpa por todas estas
tendencias los que impiden que estos enfermos las reconozcan como propias,
llevándolos a que las coloquen en otras personas. De esta manera su mundo se convierte
en un infierno, siendo éste el destino originado por los sentimientos de culpa señalados.
Debemos ya recalcar que no nos referimos solamente a los casos graves. Todos nosotros
sufrimos, en algún grado, de estas mismas angustias paranoides, ya que todos nosotros
albergamos los mismos sentimientos de culpa, de los que nos defendemos proyectando
en los demás lo que no toleramos en nosotros mismos. En realidad, la observación
muestra que, por ejemplo, todo enojo, toda rabia, es precedida por una angustia
paranoide. En la fantasía persecutoria por la que son provocadas esta angustia y la
subsiguiente ira, participa siempre la proyección de la propia agresividad. Los
sentimientos de culpa que acompañan el sentirnos malos nosotros mismos, son los que
crean la espera y el temor de que lo malo nos ataque desde afuera. Evidentemente, esto
no quiere decir que la maldad, la agresión, no existan fuera; sería a su vez psicótico
pensarlo. Sólo quiere decir que la agresión del mundo nos provoca tanto más angustia y
odio consecutivo cuanto más hemos rechazado de nuestra conciencia la existencia de
nuestra propia hostilidad. En otras palabras: mi mundo o destino externo se vuelve
tanto más peligroso y doloroso cuanto más rechazo ciertas partes de mi mundo interno
proyectándolo afuera.
En este sentido aumentamos la maldad de las imágenes de los seres que nos rodean, la
exageramos debido a la necesidad morbosa de proyectar. Pero la proyección no es

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solamente un mecanismo patológico. Muy al contrario, su papel es de suma importancia
en nuestra vida psicológica en general, en muchos de los aspectos sanos de ella y aun en
los más elevados. Ya Freud había recalcado que también nuestra percepción sensorial
del mundo implica la proyección, pues las impresiones que recibimos, que entran en
nosotros, son nuevamente colocadas afuera, es decir, son proyectadas. En realidad, lo
que así colocamos afuera es algo perteneciente a nuestro yo, a nuestro organismo
psicofisiológico. Ahora bien, lo que así vale para nuestra percepción del mundo físico,
vale también para toda otra clase de percepción. Si esto es cierto, significa que todo
conocimiento del mundo se basa en una proyección de nuestro yo.
Con esta afirmación he anticipado una de las tesis principales que he querido exponer
esta noche, ya que tiene profundos vínculos con nuestro torna. Pero debo ahora
desarrollar ante ustedes, paso a paso, cómo llegamos a tal conclusión, y luego, qué
deducimos de ello para el problema que hoy nos ocupa. Quisiera aún agregar que estas
conclusiones van un paso más allá de lo que afirma Freud, de manera que si ustedes
están en desacuerdo, tienen que vérselas conmigo y no deben responsabilizar de ello al
psicoanálisis.
Veamos, en primer lugar, algunos ejemplos del mundo psicológico. Si nosotros
percibimos en otro ser, a través de sus palabras o de su conducta, alguna modalidad de
su carácter o algún impulso o sentimiento, cualquiera que sea, siempre es porque
nosotros tenemos, en mayor o menor grado, la misma modalidad o el mismo impulso o
sentimiento. ¿Cómo podría, por ejemplo, percibir el analista lo que pasa en el analizado
si no conociese esto mismo a través de sí mismo, sea amor u odio, autoconfianza o
sentimiento de inferioridad, generosidad o envidia? Toda percepción de lo que sucede
psicológicamente en otro ser se basa en los siguientes procesos: primero, dejamos al
otro entrar en nosotros o lo tomamos dentro, mecanismo que el psicoanálisis llama
introyección. Lo que ha entrado hace vibrar en nosotros las cuerdas afines a su
naturaleza, de la misma manera que un determinado tono hace vibrar las cuerdas afines
de un piano que se encuentra en el mismo lugar. Cuando tendemos activamente a que se
produzca esta resonancia, hablamos de "empatía", en alemán "Einfühlung", es decir,
identificación. El ejemplo del piano ilustra también que una condición previa de la
identificación sea la identidad potencial preexistente. Sólo cuando se produce este re-
conocer al otro en sí mismo, este reconocer al otro como a sí mismo, sólo entonces
puede percibiese algún rasgo psicológico del otro. Este reconocimiento es, la mayoría de
las veces, un proceso inconciente, pero siempre presente. Si digo: Fulano es orgulloso o
modesto, es porque he reconocido en él mi propio orgullo o mi propia modestia. Aun el
grado de orgullo o de modestia que he percibido en Fulano es el grado de mi propio
orgullo o modestia, aunque puede estar latente y potencial en mi lo que en el otro es, en
este momento, manifiesto y actual.
Ahora bien, ustedes se han dado cuenta de que a aquella identificación sigue algo más.
Pues he dicho: "as es Fulano” es decir, he colocado nuevamente en él lo que había
percibido en mí; he proyectado mi propio orgullo o mi modestia nuevamente en él.
Evidentemente, depende del estado de mi "piano" interno el "cómo" reflejo los sonidos
externos. Si mi "piano" tiene algunos "tornillos flojos", las cuerdas no resonarán o
resonarán desfiguradamente los sonidos que vienen de afuera. Pero en todo caso, es sólo
proyectando nuestro propio mundo cómo percibimos o conocemos el mundo de los
demás, ya sea esta percepción exacta o falsificada.
Llegamos así a la conclusión de que no puede verse ni conocerse en el mundo nada que
no sea uno mismo. Lo que rechazamos de él y lo que aceptarnos de él, lo que
despreciarnos y lo que admiramos son, en última instancia, muestras propias partes,
malas y buenas. La diferencia entre cada uno de nosotros y los demás seres está, ante

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todo, en que éstos realizan más -o menos- lo uno o lo otro, en que convierten en realidad
diversas posibilidades latentes, comunes a todos.
En este sentido psicológico tenemos que decir que el mundo de cada uno de nosotros no
es otra cosa que uno mismo. Al través del análisis esto puede verificarse fácilmente. La
vivencia que un hombre tiene, por ejemplo, de su mujer, es, ante todo, el reflejo de su
propia feminidad; la imagen que de ella tiene es, en el fondo, la imagen de su propia
parte femenina. Un hombre que no puede gozar con su mujer ve inconscientemente en
ella, por ejemplo, un pulpo. Este pulpo es, en una parte de su personalidad, él mismo. En
este sentido tenemos que decir que cada uno está casado, en última instancia, consigo
mismo, en lo malo y en lo bueno. Y lo que vale para el matrimonio vale para todas las
demás relaciones humanas. Estas representan, a su vez, gran parte de nuestro "destino".
Nuestros hijos son -para citar otro ejemplo- nosotros mismos en nuestra parte infantil.
Rechazamos y aceptamos en ellos más que nada lo que rechazamos y aceptamos en
nuestros propios sentimientos e impulsos hacia nuestros padres. Y aun éstos son, ya
desde las primeras imágenes que de ellos tenemos, un reflejo de nuestra afectividad e
instintividad, que interpretan, moldean y determinan las impresiones externas
recibidas. Y se trasluce así que en la medida en que cambian nuestras relaciones con
nosotros mismos, cambian también nuestras relaciones con los demás. El hombre, por
ejemplo, que reconoce su parte de "pulpo", no necesita proyectarla más en su mujer. Ella
cambia para él, la puede querer más y puede gozar mejor con ella.

II

El psicoanálisis viene así a confirmar científicamente y a profundizar psicológicamente


afirmaciones de antigua sabiduría y de corrientes filosóficas de todos los tiempos. Por
ejemplo, uno de los axiomas de la sabiduría hindú reza: "Tata twam asi", lo que significa:
"esto (o sea toda cosa) eres tú", afirmando así la identidad esencial del yo y el no-yo. Lo
mismo expresa la inscripción del templo de Delfos, que decía, visible a todo el mundo:
"Conócete a ti mismo", y que continuaba en la parte interna, reservada a los iniciados: "Y
así conocerás al universo y a los dioses". Contiene esta idea, pues, nuevamente la
ecuación yo = todo, el microcosmos es igual al macrocosmos. En la sabiduría medieval
esto fue expresado con las palabras: "Así como adentro, así es afuera". Y también se
afirmaba: "Sólo lo igual puede conocer lo igual", lo que quiere decir que el conocimiento
sólo es posible sí hay identidad entre sujeto y objeto del conocimiento. Y Goethe,
versificando al filósofo Plotino, dice: "Si el ojo no fuera solar, nunca podría percibir al sol.
Y si no estuviera en nosotros la fuerza de Dios, ¿cómo podría encantarnos lo divino?" La
teoría de las mónadas de Leibniz es otra expresión de la misma idea al suponer una
analogía entre el universo dentro de cada ser y el universo fuera de nosotros. Y algo
similar dice también Schopenhauer al comenzar su obra principal con las palabras: "El
mundo es mi representación". Más aún: en un ensayo que lleva el título Sobre la
aparente intencionalidad en el destino del individuo, Schopenhauer expresa la idea de que
de la misma manera como en los sueños aparece nuestra voluntad (nosotros diríamos el
"ello") como destino objetivo, de la misma manera como en los sueños todo proviene de
nosotros mismos y cada uno es el secreto director dramático de ellos, así también, en la
realidad (en este gran sueño, que un único ser, la "voluntad" universal sueña con todos
nosotros) nuestros destinos son el producto de nuestro interior, de nuestra "voluntad".
Es decir, nosotros mismos hacemos, en realidad, lo que parecemos experimentar
pasivamente.

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Si continuamos reflexionando sobre aquellas ideas de la unidad entre yo y mundo, entre
ser y conocer, y entre ser y acontecer, llegamos también a comprender de una manera
nueva algunos conceptos éticos de aquellas escuelas de sabiduría y filosofía. Así, por
ejemplo, el principio ético básico de varias de ellas está sintetizado en el bíblico "Ama a
tu prójimo como a ti mismo". El "como a ti mismo" adquiere, considerando lo antes
dicho, un nuevo significado, o sea: por ser el otro "tú mismo" (o "igual a ti mismo")4
Permítanme explayarme un poco más al respecto. Si es cierto que todo lo que vemos en
el otro somos, en última instancia, nosotros mismos, todo rechazo de otro es un rechazo
de algo propio. Aquella exhortación ética se basa, pues, en un hecho real, y constituye, en
este sentido, un requerimiento de la realidad o aun, si quieren, una regla de higiene
mental. En su libro El Malestar en la cultura, discute Freud este mismo principio ético, y
lo considera una exigencia exagerada e irrealizable. Concordamos con Freud, en cuanto
este principio es utilizado por parte de un superyó cruel que se sirve de esta exigencia
para atormentar al pobre yo. Por otro lado el conocimiento psicoanalítico mismo nos
lleva a comprender la realidad sobre la que se basa aquel principio y aconseja, por lo
tanto, mantenerlo como ideal, aunque sin la severidad con que el superyó neurótico
suele exigir su realización.
Quisiera ahora recalcar dos aportaciones que el psicoanálisis ha hecho en la línea de
aquellas ideas filosóficas, dos aportaciones, de suma importancia. Una de ellas se basa en
el descubrimiento del inconsciente y consiste en que la ecuación del mundo = yo pudo
ser profundizada v enriquecida en alto grado. Ya he dado algunos ejemplos para
ilustrarlo y agregaré otros más adelante.
La segunda aportación al respecto se basa en el descubrimiento de la técnica
psicoanalítica, y constituye un paso decisivo hacia la realización de uno de los anhelos
más antiguos, más íntimos y más intensos de la humanidad entera: me refiero al anhelo
de cambiar la propia personalidad y con ello el destino; de vencer el eterno -retorno de
lo mismo, de romper la rueda de Ixión y de obtener la liberación, obtener la victoria de la
libertad sobre la compulsión interna. (Al margen sea ya que confirma nuevamente un
concepto psicoanalítico central, que el esta atado para siempre a una rueda que gira sin
cesar -lo que representó para los griegos la eterna y torturante repetición de lo mismo-
es el castigo que Júpiter impuso a Ixión porque éste había engendrado al Centauro en
cópula con una nube que tenía la forma de Juno, es decir, de a mujer del dios-padre.)
Ahora bien: ¿en que consiste la técnica psicoanalítica? Voy a tratar de decirlo en la forma
más breve posible y limitándome a los aspectos que hoy nos interesan. Ustedes ya
sabrán que el centro de la terapia analítica lo constituye el análisis de la "transferencia",
es decir, de la relación del analizado con el analista, en la qu4e se repite vivencias
anteriores y su conducta acostumbrada. Si logramos ciertos cambios en su reacción con
el analista, los logramos para todas sus relaciones con el mundo.
¿Cómo logra el psicoanálisis estos cambios? Ustedes saben también que el analizarlo
proyecta su propio mundo interno sobre el analista. Proyecta sus tendencias y partes
propias y proyecta las imágenes de otras personas, especialmente las de sus padres.
Estas imágenes ya han sido, a su vez, impregnadas por sus propias tendencias y partes.
Al proyectar así su mondo interno sobre el analista, no hace, en esencia, otra cosa que lo
que hace en sus relaciones con todas las demás personas. Pero existe una importante
diferencia. Por lo general, las personas responden a la actitud de él en correspondencia a
ésta, o como dice un proverbio alemán: según lo que se grite en el bosque así contesta el
eco. A esto se agrega que la respuesta de los demás es nuevamente vivenciada según lo
que él pone en el mundo y espera y teme de él, es decir, es filtrada por sus propios

4
Este significado de la exhortación bíblica fue señalado por el filósofo vienés Oskar Adler.

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impulsos. De esta se origina un círculo vicioso, es decir, la eterna repetición de lo mismo.
El analista, en cambio, no responde actuando sino que sólo interpreta. No entra en el
círculo vicioso, sino que muestra al analizado su mundo interno, y esto especialmente
donde sus impulsos se refieren al analista y donde se confunde lo interno y lo externo con
respecto al analista. De esta manera el analizado empieza a diferenciar mejor lo interno
y lo externo, la realidad y la fantasía, lo actual y el pasado.
Además, el analizado toma dentro de sí la figura del analista, asimila su posición
objetiva, y adquiere así, por un lado, más distancia de sí mismo, y por otro lado se
concilia más consigo mismo, acepta más dentro de sí lo que antes había rechazado de su
conciencia, se integra, se une consigo mismo. Con ello, al mismo tiempo, se une más con
el mundo, ya que lo que más había rechazado en éste era lo que en sí mismo había
rechazado. Partes muertas de él empiezan a revivir y con ello partes del mundo externo
experimentan igualmente una resurrección. El conocimiento y la unión consigo mismo
abren un nuevo acceso al conocimiento y a la unión con el mundo. El círculo vicioso con
los demás se rompe poco a poco gracias a la ruptura del círculo vicioso del analizado en
su relación consigo mismo, y esto gracias a que el analista no entró a formar parte del
círculo vicioso del analizado con el mundo externo, sino que miraba, veía y mostraba.
Con el cambio interno empieza a cambiar el cómo vivencia el analizado al mundo y aun
lo que vivencia, ya que junto con los cambios de su percepción o conocimiento del
mundo cambian también su ser y su hacer. En una palabra, junto con el cambio de su
personalidad empieza a cambiar su destino.
Quisiera aún mostrarles lo mismo desde otro ángulo. El analizado estaba por forjar su
destino con el analista siguiendo viejas huellas. Este destino se componía de dos
factores: por un lado, de sus impulsos y fantasías con respecto al analista (según las
cuales éste le quería u odiaba, etc.), y por otro lado, de lo que realmente provocaba en el
sentir del analista hacia él. Pues naturalmente, el analista siente el trato que recibe, en
gran parte según éste sea. Pero el analista está dividido en dos: en uno que siente este
trato, y otro que utiliza todas estas sensaciones y sentimientos como instrumento de su
labor, para señalarle al analizado lo que pasa dentro de él. Esta división del analista en
una parte que siente (que responde con las emociones universales) y la otra que conoce,
que es racional pero al mismo tiempo tiene el afecto verdadero para el analizado, la que
sin angustia ni enojo observa, se identifica, comprende e interpreta, esta división es,
pues, la que hace posible que el analista se convierta, en algún grado, en el dueño del
destino del analizado con el analista y, también, en el dueño del destino del analista con
el analizado. Digo "en algún grado", pues este dominio sobre el destino está limitado por
las fuerzas que se oponen a él, tanto desde el interior del analizado como del analista.
Pero en la medida en que se realiza el cambio del destino interno y externo, se ha
realizado también algo de aquel profundo anhelo de la humanidad.
Nosotros lo llamamos "curación", pues el psicoanálisis ha comenzado como terapia de la
psiquis y sigue siéndole, predominantemente. Pero al mismo tiempo ha descubierto las
causas de los sufrimientos y de las perturbaciones evolutivas del hombre en general y se
ha ido convirtiendo en un camino y una técnica de evolución y transformación humana.
Otras épocas han denominado este aspecto y fin del psicoanálisis con términos más
místicos, como, por ejemplo, los románticos, al expresar su nostalgia por el "milagro de
amor" o los cristianos al hablar de la "redención" o “gracia". Pero en esencia se trata del
mismo fin, el de la liberación de la rueda de Ixión. Si el protopecado ha sido realmente -
como Freud afirma y la experiencia psicoanalítica comprueba- el crimen edípico, se
comprende que el psicoanálisis, al ayudar al analizado a superar este complejo, le ayuda
también a obtener esta misma "redención", es decir, la liberación de las consecuencias
de aquel "pecado". Diríamos también que la nueva concepción de Dios que trajo consigo

9
el cristianismo -el Dios de la gracia- corresponde a una nueva concepción del yo
humano, o sea al descubrimiento de su posibilidad interna de cambiar el rumbo de su
mundo interno y externo. Y comprendemos también que el amor al prójimo haya sido
elegido como clave para esta transformación, ya que éste no es otra cosa, esencialmente,
que el amor hacia sí mismo, el que a su vez fundamenta el conocimiento y la
transformación de sí mismo y del propio "destino".
Quisiera ahora ilustrar brevemente lo expuesto. Si alguno de nosotros no ha aceptado en
su conciencia, por ejemplo, sus propios deseos de robar, su mundo se llena de ladrones
que quieren robarle a él. Evidentemente, existen ladrones, y quisiera recalcar que de
ninguna manera el psicoanálisis niega esta realidad. Pero lo que sucede a aquel que no
ha hecho consciente su propia parte de ladrón, es lo siguiente. En primer lugar, está
dispuesto a ver ladrones aun donde no existen, es decir, convierte la realidad, en su
fantasía, en peor de lo que es. En segundo término, por su necesidad de ver y señalar
fuera de sí al que roba, tiende a dejarse robar y hasta provoca que le roben. Es decir, que
trata de convertir la realidad, en realidad, en peor de lo que es. Tercero, si es
efectivamente robado (en el plano material, afectivo o intelectual), vivencia este robo
con mucha mayor intensidad que otra persona. Un pequeño robo se convierte para él en
catástrofe; la realidad mala se convierte, en su fantasía, en pésima.
Llegamos así a diferenciar en cada persona un mundo interno y uno externo y
estudiamos sus interrelaciones. El hombre del que acabamos de hablar tiene, pues,
dentro de su mundo interno, un ladrón que le persigue, a quien está sometido. Este
hecho interno origina en él una disposición especial frente al destino, o sea una especial
sensibilidad para este determinado destino y una tendencia a crearlo, actuando. Al
mismo tiempo se origina en él una dependencia especial del mundo externo, ya que
espera de éste una mayor protección contra el peligro de ser robado. Pero, por suerte,
también lleva dentro de sí, además de ladrones, personas que lo quieren, lo aprecian, lo
amparan, etc., a los que igualmente puede colocar y reencontrar en el mundo externo.
Ustedes comprenden, pues, por qué el analista ve toda la realidad, todos los sucesos que
el analizado le relata, como una expresión de los procesos internos. Repito: no niega, ni
desestima la realidad externa, sino que se concentra en lo que -en la representación que
de ella obtuvo el analizado- es expresión de su mundo interno, en última instancia, de él
mismo. Acontece también lo contrario de lo que acabo de describir a través del ejemplo
del hombre perseguido. A veces preferimos cargar nosotros con toda la maldad del
mundo y vemos como diablos con tal de sentirnos rodeados de ángeles. Pero en uno u
otro caso, el analista trata de reconocer a través de la imagen del mundo del analizado a
éste mismo, de reconocer a través de lo filtrado el filtro, que es también lo que el analista
puede modificar y lo que, en el fondo, el analizado quiere modificar, pues por ello vino al
análisis. En este aspecto, el analizad siempre habla de sí mismo y siempre nos dice algo
de él mismo. Su mundo, sus objetos, su destino, son, en última instancia, él mismo.
El analista tiene, en su labor, una constante prueba de que el mundo, el otro, es, en el
fondo, uno mismo. Pues el analista vivencia al otro, es decir, al analizado solamente
como otro, ajeno, como no-yo, cuando no puede comprenderlo, es decir, cuando aparece
en el otro algo que el analista ha rechazado dentro de sí mismo.

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III

Así como hablamos de "conversiones" de conflictos psicológicos en perturbaciones


somáticas, así podemos hablar también de conversiones de conflictos psicológicos en
perturbaciones del destino. Los aspectos negativos del destino son, con frecuencia, otra
clase de "neurosis de conversión". Quisiera ahora, como último punto de mi exposición,
referirme a este aspecto del análisis del destino: no más al “cómo" experimentamos sino
a lo que experimentamos.
Continuando la analogía entre la relación mente-cuerpo por un lado y yo-mundo (o
carácter-destino) por el otro, diría que al referirnos a los aspectos patológicos del cómo
vivenciamos, nos hemos ocupado, ante todo, de la hipocondría de nuestra vivencia del
mundo, mientras que ahora nos ocuparemos de las conversiones en nuestro destino.
Además de introyectar y proyectar imágenes propias y del mundo, también cargamos
realmente con lo malo nosotros mismos y a nuestros objetos, o bien cedemos realmente
lo bueno o nos hacemos dueños de ello, damos y quitamos inconcientemente lo bueno y
lo malo, etc.
El psicoanálisis ha mostrado cómo las vivencias infantiles influyen en el destino del
adulto. Pero quisiera recalcar que ya el niño crea, en buena parte, el destino de su propia
infancia. Nuevamente esto no significa una negación de la influencia que el ambiente
tiene sobre nosotros, sino que quiere señalar que cada niño crea, según su constitución
instintiva y caracterológica básica, distintas imágenes de sus padres, y provoca así
distintas reacciones. Dos hijos de los mismos padres no sólo son distintamente recibidos
sino que también crean distintos padres, primero en su fantasía y luego en la realidad
misma.
Cuando una analizada nos relata, por ejemplo, que su padre ha sido muy frío con ella y
nos lo demuestra señalando las múltiples frustraciones que ella ha sufrido, mientras al
mismo tiempo otra hermana ha sido querida, la mayoría de las veces las cosas
sucedieron tal cual se nos cuentan. Puede ser que el primer sentimiento del analista sea,
en identificación con la analizada, compasión por ella y participación en su condena del
padre. Pero a menudo pronto nos damos cuenta de que fue ella misma, ya de niña, quien
creó inconscientemente esta actuación del padre. Nos damos cuenta de ello
especialmente a través de su actuación en su relación con el analista, en la que repite su
historia infantil, sentimos cómo ella busca inconscientemente provocar también nuestro
rechazo y frialdad y aun lo provoca efectivamente en la parte del analista que responde
instintivamente al trato que recibe, es decir, en aquella parte de su "contratransferencia"
(su respuesta emocional) que el analista usa luego para comprender la transferencia,
analizarla y modificar su destino. Más adelante el analista comprende también las causas
de esta conducta de la analizada. Puede, por ejemplo, deberse a una necesidad de
defenderse de los intensos sentimientos de culpa frente a la madre y el temor a su
venganza por los deseos sexuales hacia el padre, acompañados de hostilidad contra la
rival. La atracción que ejerce el padre-analista se convierte en un constante peligro, del
que la analizada se defiende con el rechazo de sus propios sentimientos e impulsos de
amor y con el rechazo hacia el analista, provocando en él igualmente rechazo. Este
rechazo por parte del padre, con el que ella se protege, es también una prueba de su
inocencia (su mejor coartada) y al mismo tiempo su auto-castigo. Pero el analista no
entra en el juego, sabe que en el fondo siempre pugnan el amor y la vida por realizarse y
trata de liberar a la analizada, ahora en su nueva infancia (la transferencia), de lo que le
impide aceptar dentro de ella esta parte de su vida.
Nuestra tendencia a ver el origen de los sucesos en el exterior, en los demás o en el
destino, es intensa. Podría hablarse de una huida a lo externo. El análisis de ciertos

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caracteres produce hasta la sensación de que estas personas solo tienen destino, tan
extensamente rechazan inconscientemente a su yo. Aparentemente hablan sólo de los
demás, casi nunca de ellos mismos. Pero lo cierto es, como ya he dicho, que al hablar de
los demás siempre hablan simultáneamente de ellos mismos.
También el analista está a veces en peligro de realizar o de participar inconscientemente
en aquella "huida a lo externo". El reconocimiento de este mecanismo, en uno de sus
aspectos, desempeñó ya un papel decisivo en la primera época del psicoanálisis. Los
analizados de Freud contaban una serie de acontecimientos de su vida infantil, sucesos
traumáticos, sobre los cuales Freud basó su primera teoría de la neurosis. Pero llegó un
día en que Freud descubrió que aquellos sucesos, en una parte apreciable, no habían
acontecido jamás. Freud estuvo desesperado y quiso abandonar toda su labor de
investigación por haber tomado aquellas fantasías de los analizados por realidad. Pero
pronto encontró la solución: la realidad patógena estaba constituida justamente por
aquellas fantasías.
Actualmente el peligro de participar el analista de aquella "huida al exterior" del
analizado, en poner afuera lo que sucede en el interior, reside más bien en otro de los
aspectos de este mismo mecanismo. Escuchen, por ejemplo, el siguiente caso. Un
hombre joven trae al análisis, entro otros problemas, el de estar de novio y ligado a una
muchacha que padecía de una grave paranoia de celos. No había duda de que su
diagnóstico era cierto y de que él no le daba ningún motivo externo real, para sus celos.
Sin embargo no quería separarse de ella por una serie de motivos, especialmente el
hecho de que la novia estaba muy pendiente de él y la separación hubiera sido una
catástrofe para ella. En un primer momento del análisis, el analista vio esta elección de
amor como mala suerte, sin conectarlo con la personalidad del analizado. Para él mismo
pensaba que sería mejor que el analizado se separase de esta joven y buscara otra novia,
pero, por otra parte, participaba también de los motivos del analizado en contra de la
separación. Siguiendo las regias del análisis, se cuidaba de influir en uno u otro sentido
en las decisiones del analizado. Después de algún tiempo, éste entabló relaciones
amorosas con otra muchacha. En un comienzo de esta relación el analizado sufría un
tanto de celos, pero éstos pasaron. En cambio, la nueva amiga empezó a tener celos de él
y después de pocos meses desarrolló una plena paranoia de celos. Al mismo tiempo el
analista comenzó a comprender la dinámica de este "destino". Antes de enamorarse de
la seguida muchacha, el analizado se había acercado mucho efectivamente al analista y
había empezado a sentir intensas celos en su relación con él. Fue en esta época cuando
entabló sus relaciones con la segunda muchacha. Al mismo tiempo empezó a faltar a las
sesiones y el analista había desaparecido de sus asociaciones conscientes. En sus
fantasías inconcientes, en cambio, el analista se había vuelto intensamente celoso por la
infidelidad del analizado hacia él. De esta manera se aclaró cómo el analizado creaba el
destino que al parecer sufría pasivamente. Su gran temor ante la violencia de sus
propios celos, lo llevaban a defenderse de su afecto, a alejarse emocionalmente y a
convertirse así en el objeto celado. Me parece además probable que en su elección de
objeto participaba ya la percepción inconsciente de que se trataba de personas muy
dispuestas a fuertes celos, lo que le aseguraba de antemano la posibilidad de colocar en
ellas su propia paranoia de celos, estado que temía aun mas que el estar sometido a
objetos que sufrían de esta misma dolencia y le atormentaban con reproches por su
infidelidad.
Es evidente que tales observaciones aportan nuevos elementos de juicio para varios
problemas, como, por ejemplo, el problema del divorcio, ya que, indican el peligro de la
repetición donde falta el cambio interno. Pero el tiempo no me permite entrar en
detalles de este problema específico.

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En cambio, quisiera referirles, brevemente otro ejemplo para señalar una vez mas unos
aspectos de Ia dinámica del destino. Un analizado se queja amargamente de que las
mujeres con las que había establecido relaciones amorosas habían sido casi siempre
mujeres frígidas. El análisis de la situación mostró, ante todo, los conflictos afectivos del
analizado frente a su padre-analista, conflictos que daba por resultado, en parte una
propia frialdad frente a éste.
Su inconsciente búsqueda de mujer frígida obedecía, en consideración al pasado, a una
necesidad de castigo, como si su inconciente le dijese: así como tu no querías al hombre,
así tampoco mereces ser querido como hombre. En consideración al presente su
búsqueda de la mujer frígida obedecía a la ley de afinidad que consiste en la atracción de
lo igual por lo igual o, en los términos antes expuestos: sólo lo idéntico puede conocerse.
También puede aducirse la compulsión a la repetición, dada cierta frialdad del trato que
el analizado había recibido por parte de su madre. Y hay en el planteo un problema por
parte del analizado, también un tercer aspecto, de naturaleza prospectiva, un motivo
dirigido hacia el futuro; “¿Cree usted -había preguntado el analizado al analista- que
tiene sentido que yo siga con Amalia, que es tan fría?¿Habrá esperanza de que ella
evolucione?”. Esta pregunta significaba, dentro de la situación analítica, esta
otra:”¿Piensa usted, analista, que yo puedo evolucionar en mi frialdad hacia usted?”. El
tercer motivo, es, pues, la búsqueda de la superación de la dificultad actual de poder
querer al hombre, al padre interno y a sí mismo como hombre, y de ésta manera poder
encontrar también una mujer afuera que quisiera al hombre, que lo quiera como
hombre. Mientras el analizado no veía el problema dentro de sí, solo pudo llevarlo
afuera y tratar de solucionar en el mundo externo. Mientras el analizado no veía el
problema dentro de sí, sólo pudo llevarlo afuera y tratar de solucionar en el mundo
externo un problema de su mundo interno.
Muchas veces podernos perseguir la dinámica del destino en el curso de una sola hora
analítica. Sucede, por ejemplo, que un analizado empieza una sesión expresando una
serie de preocupaciones por el bienestar de alguna persona cercana a él o del analista
mismo. En su fantasía inconciente, ha sido, por lo general, el analizado mismo quien a
dañado a esta persona con su odio. Si no intervenimos interpretando y ayudando así al
analizado a soportar su sentimiento de culpa, a afrontar sus fantasías agresivas y a
elaborarlas, vemos frecuentemente que sobrevienen en el analizado, de repente,
preocupaciones por su propio bienestar o a veces aun empeora realmente física o
psíquicamente durante la sesión. El analizado, que se había preocupado, por ejemplo,
por su padre enfermo o muerto de un ataque al corazón, puede empezar a sentir dolores
precordiales; el que había estado preocupado por el daño infligido al matrimonio de sus
padres o del analista, puede volver a casa y reñir con su mujer. Carga así con el daño
hecho, ante todo con el fin de protegerse a sí mismo del sentimiento de culpa y del temor
al castigo, ya que rechaza estas emociones más aún que el castigo mismo.
Señoras y señores, debo terminar. Mi intención ha sido ante todo, señalarles cómo es
cierto que -según las palabras de Nietzsche- el carácter hace al destino; señalar cuánto
del suceder es determinado por nuestro ser y éste a su vez es determinado por nuestro
conocer, es decir, nuestro “ver” y “no ver”. Y es por este camino, haciéndonos ver y
conocer mejor a nosotros mismos, cómo el psicoanálisis trata de cambiar nuestra
percepción del mundo y nuestra relación con el mundo. Donde lo logra cambia al mismo
tiempo nuestro ser y nuestro destino.

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