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IGUALDAD EN EL GOBIERNO DEL HOGAR

ARTICULO 290

Ambos cónyuges tienen el deber y el derecho de participar en el gobierno del


hogar y de cooperar al mejor desenvolvimiento del mismo. A ambos compete,
igualmente, fijar y mudar el domicilio conyugal y decidir las cuestiones
referentes a la economía del hogar.
Comentario

Para resaltar la importancia de esta disposición es pertinente remitimos, a


modo de antecedente, a los artículos 161 y 162 del Código Civil de 1936. En
dichas normas se establecía que el gobierno del hogar estaba a cargo del
cónyuge (esposo), de modo que solo él tenía el derecho de fijar y mudar el
domicilio conyugal. Asimismo, se señalaba que a aquél le correspondía el
derecho de decidir las cuestiones referentes a la economía del hogar, autorizar
o no a la mujer el ejercicio de cualquier activida.d lucrativa fuera del hogar,
ejercer la representación de la sociedad conyugal frente a terceros, e imponer a
la mujer la obligación de agregar a su apellido, el suyo.

Se aprecia, pues, que la organización de las relaciones familiares bajo la


vigencia del Código Civil anterior, se basó en un modelo de potestad marital, lo
cual significaba la ubicación del varón como cabeza y jefe de su familia,
concentrándose en él prácticamente todas las decisiones sobre la marcha del
hogar.
. "La 'potestad marital' es parte de lo que tradicionalmente se ha denominado
'patriarcado' que es el sistema que reconoce un poder casi omnipotente del
padre sobre todos los miembros de la familia y que ha constituido la base social
sobre la que se desarrolló el Occidente. Durante largos siglos este orden fue
considerado comnatural y fue respaldado por la religión, la moral y el Derecho.
La mujer no fue vista como un sujeto en sí misma sino que estaba en función
de las necesidades del varón, sometida a su dominio vía el control de la
fecundidad (capacidad reproductora) y la división sexual del trabajo.
Socialmente este control se logró mediante la demarcación de dos esferas bien
definidas: la pública del trabajo y la política y la privada de la familia y la
gestión de los afectos".

La Carta de 1979, al elevar a rango constitucional el principio de igualdad entre


varones y mujeres, así como la prohibición de discriminación por razón de sexo
prácticamente eliminó el modelo de "potestad marital", lo cual llevó allégislado
r

la elaboración de una normatividad ajustada a los nuevos preceptos


constitucionales. A esto último responde la norma materia de comentario. Así
pues, se puede afirmar que el artículo 290 del Código Civil contiene una
igualdad de trato y un modelo de relación conyugal no jerarquizado. Sin
embargo, la incorporación del principio de igualdad en las normas referentes a
las relaciones personales entre los cónyuges no trajo, como consecuencia, un
cambio en los patrones culturales de las relaciones familiares. Así pues, si bien
contamos con una norma neutra en términos de género, la realidad todavía nos
muestra a familias organizadas muy jerárquicamente en donde el varón sigue
desempeñando el papel de máxima autoridad. Una manifestación de esto
último es la violencia familiar que tiene como víctimas principalmente a
mujeres y niños/as.

El logro de la igualdad real entre varones y mujeres en el campo familiar,


exige ir más allá de una mera declaración de igualdad de trato. Es así que los
artículos 4 y 16 de la "Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de
Discriminación contra la Mujer", aprobada y ratificada por el Estado peruano,
permiten a éste la adopción de medidas especiales encaminadas al logro de la
igualdad real.

La tendencia al reconocimiento de la igualdad conyugal como un derecho de la


mujer casada, ha sido adoptada no solo por nuestros legisladores civiles, sino
también por los de nuestros países vecinos. Así por ejemplo, en Chile, luego de
sucesivas reformas, se permite, ahora, que la mujer intervenga como
coadministradora de la sociedad conyugal. Asimismo, se ha establecido que el
marido no puede por sí disponer de los bienes raíces sociales sino con la
anuencia de su mujer. Más que una limitación al poder del marido, se trata de
una actuación de la mujer que permite al marido la enajenación.

Se observa, entonces, que en el sistema actual del régimen legal de bienes en


Chile los poderes aparecen en la administración ordinaria con relativo y
práctico equilibrio, puesto que para celebrar los actos y negocios jurídicos más
esenciales el marido deberá contar necesariamente con la participación de la
mujer. Cierto es que esa participación aparece formalmente como un requisito
consistente en una autorización. Pero, al exigirla, se está obligando al marido a
discutir precariamente con su mujer la conveniencia de la celebración de
aquellos actos.

Ahora bien, la igualdad entre los cónyuges se manifiesta, de acuerdo con lo


establecido en nuestro Código Civil, con la posibilidad de que ambos puedan
fijar y mudar el domicilio conyugal y decidir las cuestiones referentes a la
economía del hogar. Al respecto, cabe precisar qué se entiende por domicilio
conyugal toda vez que el artículo 290 se refiere a este concepto.

Si nos remitimos a las normas sobre domicilio conyugal en los Códigos Civiles
de 1852 Y 1936, podremos encontrar sustanciales diferencias, pues el
concepto reinante era que "la mujer casada tiene por domicilio el de su marido".
Asimismo, que era al marido a quien correspondía su establecimiento o
mudanza, y la decisión respecto a la economía del hogar.
Esta línea de pensamiento ha evolucionado, al punto que domicilio conyugal es
considerado aquel constituido, de común acuerdo entre marido y mujer,
estando representado por la residencia habitual en un determinado lugar.
Lo afirmado, obviamente, se condice con lo dispuesto en el artículo 36 del
Código Civil, que considera como domicilio conyugal a aquel en el cual los
cónyuges viven de consuno y, en defecto de éste, el último que compartieron.

A pesar de la claridad que muestra la norma, no siempre resulta sencilla su


aplicación. Veamos por qué. Nuestra realidad económica actual no permite,
muchas veces, que las parejas recién casadas puedan adquirir un inmueble
para allíconstituir su domicilio conyugal. En práctica común y reiterada, los
recién casados suelen instalarse en casa de los padres de alguno de ellos.
Ante este hecho, conviene tener en claro si la nueva pareja puede o no
considerar como su domicilio conyugal al que pertenece a otra pareja. Al
respecto, la Corte Suprema ha establecido que constituye un error afirmar que
una pareja carece de domicilio conyugal por el simple hecho de haberlo fijado
en uno ya constituido. Esto significa que si la pareja señala como
domicilio uno previamente constituido por otras personas, éste podrá, asi
mismo, ser considerado su domicilio conyugal, y por ende, su centro de imputa
ciones jurídicas.
OBLIGACIÓN DE SOSTENER A LA FAMILIA
ARTICULO 291

Si uno de los cónyuges se dedica exclusivamente al trabajo del hogar y al


cuidado de los hijos, la obligación de sostener a la familia recae sobre el otro,
sin perjuicio de la ayuda y colaboración que ambos cónyuges se deben en uno
y otro campo. Cesa la obligación de uno de los cónyuges de alimentar al otro
cuando éste abandona la casa conyugal sin justa causa y rehúsa volver a ella.
En este caso el juez puede, según las circunstancias, ordenar el embargo
parcial de las rentas del abandonante en beneficio del cónyuge inocente y de
los hijos. El mandamiento de embargo queda sin efecto cuando lo soliciten
ambos cónyuges.
Comentario

La división sexual del trabajo fue una de las reglas previstas para la
organización familiar, bajo el código Civil de 1936 (artículos 164 y 173). Tal
división tenía como fundamento la capacidad reproductiva de la mujer y la
maternidad. A través de la norma se consolidó un dualismo de roles y espacios
de actuación. Así, mientras que la mujer debía atender personalmente el hogar,
al varón le correspondía ser el proveedor de recursos materiales para
su familia. Ello traía como resultado que el ámbito de actuación de la cónyuge
era el doméstico y el del varón el espacio público.
El artículo materia de comentario rompe de manera parcial tal división sexual
del trabajo, pues resultaba abiertamente discriminatoria a la luz de la Carta de
1979 y de los Convenios Internacionales en materia de Derechos Humanos
aprobados y ratificados por el Estado peruano.

Decimos que rompe de manera parcial, porque si bien el Código Civil de 1984
contempla un principio de igualdad de trato entre los cónyuges, en esta
disposición se pone bajo el supuesto de que uno de ellos se dedica de manera
exclusiva al trabajo doméstico, para disponer que en tal caso el otro es el
obligado a sostener a la familia. Es cierto que la norma es neutra en términos
de sexo, sin embargo, en un contexto como el nuestro es fácil darse cuenta
que se continúa reforzando la división sexual del trabajo. Las responsabilidad
es familiares compartidas tienen su fundamentó en el principio de igualdad
de responsabilidades y derechos en el matrimonio. En consecuencia,
constituye una vulneración a este están dar de organización familiar, el hecho
de que solo uno de los cónyuges se dedique de manera exclusiva al trabajo
doméstico. Es importante destacar que en el año 1995 el
Comité para la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la Muj
er, recomendó al Perú la adopción de medidas que garanticen las
responsabilidades familiares equitativas entre varones y mujeres (31 de mayo
de 1995).

Asimismo, en la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing de 1995 se dice


que los gobiernos deben adoptar medidas como "asegurar, mediante leyes,
incentivos o estímulos que den oportunidades adecuadas a las mujeres y los
hombres para obtener licencias y prestaciones de maternidad o paternidad;
promover la distribución de las responsabilidades del hombre y la mujer
respecto de la familia en pie de igualdad, incluso mediante leyes, incentivos o
estímulos apropiados, y promover además que se facilite la lactancia a las
madres trabajadoras".

Por lo expuesto, somos de la opinión de que, si es deber del Estado la


remoción de patrones socioculturales de conducta de varones y mujeres, es
inadecuado prever que solo uno de los cónyuges se dedique al trabajo del
hogar, debiéndose más bien estipular que éste es responsabilidad de ambos.
Aun cuando el artículo 291 del Código Civil no lo mencione de manera expresa,
es la mujer la que culturalmente es considerada como la encargada de la
marcha del hogar y de los hijos. En síntesis, el mencionado artículo plantea una
disposición de cuya redacción aparece una igualdad de trato pero que en
nuestro contexto social-y cultural plantea problemas de sexismo y
discriminación.

Sí consideramos acertado lo dispuesto en la segunda parte de esta disposición,


en la medida en que se refuerza la vida en común como elemento
indispensable en la institución matrimonial. Así, al establecer que quien deja el
hogar conyugal sin mediar una causa justificada, no tiene derecho a reclamar
alimentos al abandonado, y que sus bienes pueden ser embargados, se está
aplicando una suerte de medida compensatoria a favor del cónyuge
perjudicado.

No obstante lo afirmado líneas arriba, no podemos desconocer que la intención


del legislador ha sido, de alguna manera, reforzar una de las obligaciones
conyugales: la de asistencia al cónyuge, por ello, se regula la obligación
alimentaria entre cónyuges no solo durante la unión matrimonial, sino también
durante los juicios de separación convencional y divorcio. La cuota alimentaria
asignada Y que, en buena cuenta, es la que permitirá el sostenimiento del
hogar, normalmente se expresa a través de un porcentaje o montante, de la
totalidad de los ingresos de aquél que asume para sí la carga de mantener el
hogar (ESCRIBANO).

Tradicionalmente, las legislaciones impusieron al marido la obligación de


sostener el hogar económicamente, y ello era nítida consecuencia de la jefatura
que ejercía aquél, y del deber de protección a la mujer. De otro lado, la regla
era la incapacidad jurídica de la mujer casada, por lo cual se partía del principio
de que solo el marido estaba en condiciones de aportar, mediante su trabajo o
empresa, los medios económicos de subsistencia de la familia.

Sin embargo, ya medida que se van confiriendo a la mujer roles distintos en la


sociedad y una mayor participación en el trabajo, se va reconociendo que
también sobre ella pesa la obligación de contribuir a la manutención o
subsistencia familiar. Ello no significa, en modo alguno, que la mujer esté
obligada a trabajar o a obtener recursos económicos si es el esposo quien
aporta los medios económicos para la subsistencia del hogar. Pero de algo no
cabe la menor duda, y es que sobre ambos recae por igual el deber de
sobrellevar la carga de mantener el hogar.

Ahora bien, la norma de manera expresa no relega a la mujer a los trabajos


domésticos, los cuales de ninguna manera denigran ni disminuyen a la mujer,
pues ocuparse de formar a sus hijos en la intimidad del hogar constituye una
función fundamental. Lo reprochable es que ésta haya sido y todavía siga
siendo subvaluada, y que aliente la subordinación de la mujer. No es suficiente
que exista una norma que garantice la igualdad sino que, en la medida en que
ambos cónyuges asuman posiciones análogas en la conducción del hogar,
manejo del patrimonio y en las decisiones que afectan a la familia como
conjunto, se habrá alcanzado la igualdad de los sexos sin detrimento del
hogar como escuela del hombre en su doble dimensión individual y soci
al.
REPRESENTACIÓN LEGAL DE LA SOCIEDAD CONYUGAL
ARTICULO 292

La representación de la sociedad conyugal es ejercida conjuntamente por los


cónyuges, sin perjuicio de lo dispuesto por el Código Procesal Civil. Cualquiera
de ellos, sin embargo, puede otorgar poder al otro para que ejerza dicha
representación de manera total o parcial.

Para las necesidades ordinarias del hogar y actos de administración y


conservación, la sociedad es representada indistintamente por cualquiera de
los cónyuges.

Si cualquiera de los cónyuges abusa de los derechos a que se refiere este


artículo, el Juez de Paz Letrado puede limitárselos en todo o parte. La
pretensión se tramita como proceso abreviado.
CONCORDANCIAS:
Comentario

La presente disposición diferencia la representación de la sociedad conyugal a


partir de los tipos de actos o necesidades que están en juego. Así, si se trata
de acciones destinadas a satisfacer las necesidades cotidianas del hogar
(compra de alimentos; pago de servicios básicos, entre otros), es lógico que la
representación de la sociedad pueda darse de manera indistinta por cualquiera
de los cónyuges. No parece razonable que para realizar tales actos se requiera
de la intervención de ambos cónyuges. Por el contrario, si se trata de
cuestiones que trascienden lo cotidiano, se requiere de una representación
conjunta. Esto último es una manifestación del igual derecho que tienen los
cónyuges de decidir las cuestiones que van a afectar de alguna manera a su
patrimonio. Ahora bien, como la norma no define qué es un acto que responde
a la marcha ordinaria del hogar, podrían presentarse algunos problemas
en el momento que el operador del derecho interpreta estos conceptos. Tal
vez un criterio junto con el de la naturaleza del acto, podría ser el de la cuantía
. En este último caso, la importancia de la cuantía estaría en relación
con la situación económica de la familia.

El abuso de derecho en el cual pueda incurrir uno de los cónyuges, esto es


extralimitándose en las facultades otorgadas por poder o en los casos que ha
actuado bajo el concepto de "necesidades ordinarias" no siendo ello así, debe
acarrear una limitación al derecho de representación.

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