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La Oración: Dialogo con Dios 2ª parte Lic. R.P. Carlos R.

Álvarez Orellana

En la primera parte de este tema he querido reflexionar sobre lo que es la oración. Hoy quisiera
invitarlos a que meditáramos juntos sobre los efectos de la Oración en nuestras vidas. Recuerdo que
en mis comienzos de la Renovación Carismática Católica, cuando tenía 16 años, la importancia de
la oración vocal y espontanea fue todo un descubrimiento. Acostumbrado a la manera aprendida
dentro del ámbito de mi familia, siempre tan tradicional, se presentaba ante mí “un modelo” nuevo
que me ayudó a comprender que, la Oración, es diálogo adonde el corazón, y la vida toda, se
involucran totalmente bajo la acción del Espíritu Santo en el camino del Seguimiento a Jesús.
Viene a mi memoria momentos de mis épocas de Universidad. Un sabio Profesor de Moral nos
enseñó que cuando nos hacemos orantes muchos pecados que cometemos son superados, muchas
ataduras se desatan, las cadenas que nos aprisionan se rompen y, todo, casi sin darnos cuenta
comienza a cambiar para bien. Hasta nuestra moral entra dentro de los parámetros del Evangelio. .
Asombrado quedé al comprobar ese efecto liberador que poseé la oración porque, como dije, al ser
dialogo con Dios, con ese Dios Liberador, los efectos del pecado, de las tentaciones, de las tinieblas
van desapareciendo por pura acción del Espíritu Santo y, nuestra vida se llena de Luz.
¡Cuantas veces iba a confesar los mismos pecados y ya estaba cansado de cometerlos! Había
llegado el momento de dar punto final a esa situación así que me embargué en la tarea de reforzar
mi oración personal diaria además de mi oración comunitaria semanal en mi Grupo de Oración.
El primer efecto que pude experimentar en mi vida fue muy edificante. El Amor que sentía por
Jesús comenzó a acrecentarse; mi vida comenzaba a tomar otra tonalidad adonde la felicidad se hizo
presente y se manifestó no solo interna sino externamente. Comencé a sonreír, a tener buen humor,
mi cuerpo sentía la vida correr en él, y mi corazón se enternecía al pensar en Jesucristo y su entrega
al Padre. La oscuridad y la pobreza de mi vida estaba siendo llenada por la Luz de Dios. El odio y
los resentimientos dejaron paso al Amor. Percibí que eso era solo el comienzo.
Así fue, eso era solo el comienzo y lo pude comprobar. Dios me iba preparando para aquello a lo
cual me había destinado. Esa preparación consistía en aprender a estar en intimidad con Él durante
todo el día, a mirar de una manera distinta, y a descubrirle presente en las personas y en lo cotidiano
de la vida. No significaba estar de rodillas todo el día sino a involucrarlo en lo cotidiano.
Les contaré algo que me sucedió. Un día le dije “Señor todo el mundo ve tu rostro y yo hasta ahora
no puedo verte ¿qué sucede? Porqué casi todos y yo no? La respuesta me llegó en un Seminario de
Vida en el Espíritu. Vi unos pies delante de mi, sin abrir mis ojos. Había una persona que estaba
frente de mi pero no podía verle el rostro. Recuerdo que pregunté “¿Señor eres tú? Y la respuesta
fue “Si”. Le dije “¿porque no puedo ver tu Rostro?” y me dijo unas palabras que siempre las
recuerdo “Mirame en el Rostro de tus hermanos y ahí verás mi Rostro”. Hoy, es lo que hago en el
Hospital porque en cada Enfermo está Jesús y por los ojos de ellos me mira y yo le miro en ellos.
Ya podrán darse cuenta con este testimonio de dos frutos de la oración: el primero el Amor a Dios y
el segundo el Amor a los Hermanos. Es que Amar a Dios llama a Amar a los Hermanos. Si
queremos saber cuanto amamos a Dios miremos cuanto amamos a los hermanos y obtendremos la
respuesta. No podemos amar a Dios y despreciar al hermano nos dice el autor de la primera carta de
Juan (Cfr. 1 Jn 4, 20).
El hermano se convierte en el lugar teológico adonde Dios, también, se manifiesta a diario. El amor
y la oración siempre crean fraternidad.
Siempre afirmo y sin temor a equivocarme que la oración siempre nos debe llevar a un Encuentro
de Amor. Al Encuentro con Dios y con el hermano. Si faltara ese deseo de encontrarse con el otro y
con el Otro nuestra vida se volvería un desierto sin oasis. Totalmente árido y lleno de las alimañas
que buscan erradicar al Amor de nuestro corazón.
Busco comprender a esas personas que dicen orar y acumulan en sus corazones oscuridad, desiertos
áridos llenos de cactus secos que hundieron sus raíces en el odio y en sus manifestaciones. Muchas
veces me pregunto ¿es que no se dan cuenta de que no se encuentran con Dios? Y ¿porqué digo
esto? Porque permanecen esclavos de sus miserias, odios y resentimientos. Cayeron en un circulo
vicioso y dañino para ellos mismos. Permanecen inamovibles en sus posturas y pensamientos
erigiéndose, tal vez, como dioses cuando, en realidad, solo “son ídolos de barro que tienen ojos y no
ven, boca y no hablan, pies y no caminan” (Cfr. Salmo 115,4-7 ) hacia Dios. Cuando veo esto me
apena mucho porque sé que Dios está empeñado en que seamos felices y totalmente suyos.
No es débil quien perdona sino que es el más fuerte. No es fuerte el que permanece en la maraña de
la ofensa, sino que ese es débil.
Aquellos que aman y perdonan son los fuertes, porque el Amor es su Fuerza.
Si nuestra oración no nos lleva a vivir como Hijos de Dios y a asumir la Cruz de Cristo es que no
hemos orado al Verdadero Dios. La oración no se hace por cumplimiento se hace porque, ella, es un
medio para comunicarme con EL UNICO DIOS VERDADERO y para recibir sus Bendiciones.
Seguir a Cristo es tomar la Cruz descubriendo en ella el más grande Gesto de Amor porque ahí, se
ofrendó Jesucristo, el Salvador, a Nuestro Padre Dios.
Jesús vivió orando y murió orando. No solo por los amigos sino tambien por aquellos que lo
crucificaban.
Hoy sigue haciendo eso por Ud. y por mí. El sigue orando y enseñando que el Verdadero Amor a
Dios nos lleva al Verdadero Amor al Hermano. No huyamos, es más, dejémonos encontrar por Él.
Que Nuestro Dios le bendiga a Ud. y a su familia y nos regale, a todos, el Don de la Oración..

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