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Semana 1 del salterio

Domingo
Laudes
Salmo 62, 2­9   
El alma sedienta de Dios
Madruga por Dios todo el que rechaza las obras de las
tinieblas

Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada1, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré de manjares exquisitos
y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,   
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. 

1
Que ha rendido todo el fruto posible y ya no tiene casi vida.
Monición 
El salmo 62 es, probablemente, la oración de un levita, desterrado de Jerusalén y alejado
del templo, que recuerda con añoranza los días felices en que contemplaba a Dios en el
santuario, viendo su fuerza y su gloria. Ahora la situación ha cambiado, pero el deseo y
la esperanza de contemplar nuevamente el santuario perseveran. Alejado del templo, su
alma se siente como tierra reseca, agostada, sin agua, pero el espíritu no desfallece,
pues Dios volverá a otorgarle los antiguos favores, con mayor abundancia si cabe: Mis
labios te alabarán nuevamente jubilosos, me saciaré como de enjundia y de manteca.
El alma del salmista está, desde el primer momento del día -por ti madrugo-, toda ella
en tensión esperanzada hacia Jerusalén. Por ello su oración puede ser la expresión de la
oración cristiana, sobre todo en esta primera hora del domingo. También nosotros,
aunque quizá hoy nos encontremos como tierra reseca, agostada, sin agua,
contemplamos la fuerza y la gloria de Dios en la carne del Resucitado; y este recuerdo
alienta nuestra esperanza. Nuestra alma está sedienta de Dios, de felicidad, de vida,
pero, como el salmista, estamos ciertos de que en el reino de Dios nos saciaremos como
de enjundia y de manteca; y, si por un momento hemos de vivir aún en la dificultad y la
noche, a la sombra de las alas del Señor esperamos tranquilos.—
Explicación
Introducción general
El salmo 62 tiene tres partes netamente distintas: una lamentación (vv. 2-3), una acción
de gracias (vv. 4-6) y un canto de gozo (vv. 7-9). Por otra parte, el «yo» del salmista
puede ser muy bien un «yo» universal, por encima de todas las hipótesis de
reconstrucción histórica.
La gozosa celebración dominical hace de este salmo un himno de acción de gracias al
Dios que salva del peligro. La nota dominante es «la gracia de Dios, mejor que la vida».
Desde aquí debemos relativizar todos los valores del mundo. El orante cristiano que hoy
reza este salmo está invitado a repetir la experiencia del orante vétero-testamentario:
debe impregnarse de un sentimiento de intimidad, que va de la dolorosa y anhelante
búsqueda, a la celebración del encuentro con el Dios vivo, origen de una fiesta de
alegría. Hacemos el mismo camino recorrido por el salmista.
Nostalgia de Dios
El salmista ha tenido una existencia dependiente de Dios. Vivía del Santuario y en el
Santuario. Ahora, lejos de su ambiente, la totalidad de su ser (alma y carne) es un
sequedal desértico, cubierto de añoranza. Por eso aspira volver a casa. Nadie anheló con
tal vehemencia esa íntima unión con Dios como el ser humano de Jesús. Cuando su
carne fue transformada por el poder y gloria divina, cesó su búsqueda y se sació su
nostalgia. Hoy el Cristo glorioso nos insta a que busquemos a Dios: «Buscad a Dios y le
encontraréis» (Mt 7,7). Con aire festivo buscamos y celebramos al Dios presente en
Cristo, en la espera de que un día le veamos tal cual es, y seamos semejantes a Él.

Tu gracia vale más que la vida


La experiencia religiosa del salmista le permite afirmar como gran valor el amparo
benévolo que Dios nos atestigua. Quien así capta al Dios benevolente ha encontrado la
bendición -la fuerza enriquecedora de Dios- comparable y más apreciable que la
enjundia y la manteca. ¿Cómo no hacer de este motivo una alabanza jubilosa? Esta
alabanza tiene pleno sentido el domingo, porque nuestro Mediador y Sumo Sacerdote ha
experimentado el amparo benevolente de Dios. Hoy contemplamos al Dios-Amor en el
Cristo crucificado y, sobre todo, en el Cristo glorioso. Quedamos saciados de la plenitud
que recibimos de Dios. Gozosamente damos gracias a Dios por su inmenso amor...
La presencia del Dios Protector
Que Dios nos conceda cobijo y abrigo, que nos sacie de su presencia, tal puede ser el
tema de meditación del salmista. Es la perspectiva reconfortante en un momento de
dificultad. El perseguido Jesús fue injuriado del siguiente modo: «Ha puesto su
confianza en Dios, que lo salve ahora si es que de verdad lo quiere» (Mt 27,43).
Efectivamente, Dios le salvó, pero después de que pasara por la angustia mortal. La vida
de Jesús estaba «pegada» a su Padre, por eso sus enemigos no pudieron arrancarlo del
amparo protector. El orante cristiano sabe que cuenta con la protección divina porque
vive en «la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí» (Gál 2,20). Ante el
enemigo, piensa en el amparo definitivo bajo las alas del Padre, en el refugio cálido de
su amor. Esto sucederá cuando ya no existan el duelo, ni las lágrimas, ni el llanto (Ap
21,4). Mientras tanto, exultamos porque nuestra vida está adherida a Dios.
Resonancias en la vida religiosa
Añoranza del día de mi consagración: El salmo 62 moviliza los sentimientos más
profundos, la experiencia religiosa más genuina, que originó nuestra vocación. ¿No
recordamos aquel día en que, abandonándolo todo, le dijimos: «Oh Dios, Tú eres mi
Dios»? En aquellos primeros momentos, cuando Dios nos sedujo, contemplábamos su
belleza, su encanto, su poder; mas no sospechábamos que no todo en nuestra vida sería
dirigido por aquella luz, por aquella saciedad. Hemos tenido que vivir, como Jesús, la
experiencia del destierro, de la noche, de la sequedad, de la lejanía del Padre.
Pero con el salmista constatamos que hoy se puede revivir aquella experiencia
vocacional, que es posible que su luz desvele nuestro sueño y que nos haga madrugar,
como Jesús resucitó la mañana de Pascua cuando los demás dormían. Nuestra misma
sed es sed de Dios, como la sed de Jesús crucificado. Y es posible calmarla con el «agua
viva» del Espíritu.
A pesar de las noches oscuras y de la sequedad seguimos anclados y unidos a Dios: «Mi
alma está unida a Ti», «Sin Mí no podéis hacer nada». Lo recordamos como María en
nuestro pensamiento y vida. Intuimos que nuestra noche sólo es la sombra que el mismo
Dios proyecta sobre nuestro camino.
Renovemos la respuesta de nuestra vocación diciendo a nuestro Dios: «Tu gracia vale
más que la vida». Tu encanto, tu belleza, tu amor, tu poder liberador, manifestados en el
«lleno de gracia», Jesús, merece que te consagremos nuestra existencia y nos perdamos
en el océano de tu mar inmenso.-
Oración
Tal es mi deseo por ti, Señor. Sed en el cuerpo y en el alma. Sed de tu presencia, de tu visión,
de tu amor. Sed de ti. Sed de las aguas de la vida, que son las únicas que pueden traer el
descanso a mi alma reseca. Aguas saltarinas en medio del desierto, milagro de luz y frescura,
44 arroyos de alegría, juego transparente de olas que cantan y corrientes que bailan sobre la
tierra seca y las piedras inertes. Resplandor en la noche y melodía en el silencio. Te deseo y te
amo. En ti espero y en ti descanso. Aumenta mi sed, Señor, para que yo intensifique mi
búsqueda de las fuentes de la vida.

Cántico    Dn 3,57­88. 56   
Toda la creación alabe al Señor
Alabad al Señor, sus siervos todos (Ap 19, 5)

Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Ángeles del Señor, bendecid al Señor;
cielos, bendecid al Señor.

Aguas del espacio, bendecid al Señor;
ejércitos del Señor, bendecid al Señor.

Sol y luna, bendecid al Señor;
astros del cielo, bendecid al Señor.

Lluvia y rocío, bendecid al Señor;
vientos todos, bendecid al Señor.

Fuego y calor, bendecid al Señor;
fríos y heladas, bendecid al Señor.

Rocíos  y nevadas, bendecid al Señor;
témpanos2 y hielos, bendecid al Señor.

Escarchas y nieves, bendecid al Señor;
noche y día, bendecid al Señor.

Luz y tinieblas, bendecid al Señor;
rayos y nubes, bendecid al Señor.

Bendiga la tierra al Señor,
ensálcelo con himnos por los siglos.

2
Trozo de hielo plano y delgado que se forma en paredes y caminos
Montes y cumbres, bendecid al Señor;
cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.

Manantiales, bendecid al Señor;
mares y ríos, bendecid al Señor.

Cetáceos3 y peces, bendecid al Señor;
aves del cielo, bendecid al Señor.

Fieras y ganados, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Hijos de los hombres, bendecid al Señor;
bendiga Israel al Señor.

Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor;
siervos del Señor, bendecid al Señor.

Almas y espíritus justos, bendecid al Señor;
santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.

Ananías, Azarías y Misael4, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo,
ensalcémoslo con himnos por los siglos.

Bendito el Señor en la bóveda del cielo,
alabado y glorioso y ensalzado por los siglos.

 
3
término que agrupa a los animales que comúnmente conocemos como ballenas,
delfines y marsopas.
4
desafían la orden del rey Nabucodonosor II de Babilonia de que se inclinen y adoren
un ídolo de oro que mandó construir el monarca. Nabucodonosor, furioso, ordena que los
muchachos sean arrojados a un horno, donde milagrosamente no son quemados por las
llamas y sobreviven a la experiencia incólumes.
Monición
La escena de los tres jóvenes en el horno de Babilonia es una de las
páginas del Antiguo Testamento que más ha usado la Iglesia desde
los tiempos primitivos, como lo prueba ya la antigua iconografía de
las catacumbas.

La comunidad cristiana -sobre todo la que vivió las grandes


persecuciones de los comienzos- veía en los jóvenes martirizados por
el rey Nabucodonosor, que, en medio de las llamas y como si no
sintieran el tormento del fuego, cantaban unánimes a Dios, una
imagen evocadora de la actitud de la Iglesia. Perseguida por los
poderes del mundo, sometida a los sufrimientos del martirio, la
comunidad de Jesús se siente como refrigerada por una suave brisa,
que no es otra sino la esperanza que le infunde la contemplación del
Resucitado. También él fue perseguido y martirizado y, tras un breve
sufrir, venció la muerte y ahora se sienta, feliz y glorioso, a la derecha
del Padre.

La Iglesia de nuestros días necesita también este aliento; el domingo


que estamos celebrando quiere infundirnos esta esperanza. Por
muchos que sean los sufrimientos y las dificultades, el recuerdo de la
resurrección, que hoy celebramos los cristianos, debe constituir como
una brisa refrescante que, transportándonos en la esperanza al reino
escatológico, donde Cristo reina, nos impida sucumbir ante la tristeza
y nos haga vivir tranquilamente dedicados a la alabanza, como los
tres jóvenes del horno de Babilonia.

Explicación

Introducción general
Hoy se suele admitir que la composición literaria de Daniel, libro
sagrado que lleva el nombre de su protagonista, se realizó en los
tiempos de la afirmación seléucida [siglo II antes de Cristo]. Una
época doblemente difícil para los judíos: a la helenización cultural se
añade la persecución sangrienta. El autor del libro orienta a su Pueblo
con la elocuencia de cuatro personajes del exilio, Daniel y los tres
jóvenes, cuya conducta ejemplar se había transmitido en el seno de la
tradición. Como los cuatro héroes del pasado, los creyentes del
presente pueden mantenerse también fieles a la ley, a pesar de las
presiones externas; la ayuda de Dios no les faltará: toda la creación le
pertenece y se dobla a sus órdenes. Ahora toda la creación alaba al
Señor, que ha salvado a los tres jóvenes.

Este cántico puede considerarse una oración litánica. Un particular


puede evocar las criaturas concretas, y la asamblea rezar el estribillo
litúrgico: «Bendecid al Señor». Hay que tener en cuenta la división
estrófica del Cántico: Invitación a la alabanza: «Criaturas todas del
Señor... con himnos por los siglos» (v. 57). Alabanza de las criaturas
celestes: «Ángeles del Señor..., astros del cielo, bendecid al Señor»
(vv. 58-63). Alabanza de los fenómenos naturales: «Lluvia y rocío...
rayos y nubes, bendecid al Señor» (vv. 64-73). Invitación general
dirigida a las criaturas terrestres: «Bendiga la tierra el Señor,
ensálcelo con himnos por los siglos (v. 74). Alabanza de las criaturas
terrestres: «Montes y cumbres..., fieras y ganados, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos» (vv. 75-81). Alabanza de los
hombres: «Hijos de los hombres..., Ananías, Azarías, Misael, bendecid
al Señor» (vv. 82-88a). Doxología final: «Ensalzadlo con himnos por
los siglos... alabando, glorioso y ensalzadlo por los siglos» (vv.
88b.56). En las distintas estrofas se alterna la voz del salmista, que
evoca a las criaturas, con la de la asamblea, que recita el estribillo.

Alegría en la persecución
Los tres jóvenes están en medio de una prueba mortal y, sin
embargo, se atreven a concitar a todo lo creado (creaturas celestes,
fenómenos naturales, creaturas terrestres y a los hombres todos)
para que con ellos alaben a su Dios. Es una anticipación de la luz que
brilla en la Cruz, que obliga a doblar la rodilla a toda la creación y a
confesar al Crucificado como Señor. Quienes a lo largo de la historia
de la Iglesia han sido perseguidos por causa del Hijo del Hombre
están invitados a alegrarse y a saltar de gozo (Lc 6,22), pues la
debilidad humana pone de relieve la fortaleza de Dios. Así aconteció
con el crucificado y ahora resucitado, y con cuantos ahora siguen sus
huellas. En esta mañana dominical, el aura refrescante de la
resurrección inunda de gozo a la Iglesia. En su nombre cantamos.

«Yéndolas mirando... vestidas las dejó de su hermosura»


La bendición no es una cruz en el aire; es primero un don que afecta
al ser y a la vida, y después una palabra. Quien así contempla la
creación se ve impelido a proclamar la presencia del Creador, el único
bendito. Los cristianos, bendecidos en la persona de Cristo, tenemos
un titulo más para advertir la eclosión de un don nuevo, «el don del
Espíritu», que es nacimiento y renovación, vida y fecundidad, plenitud
y paz, gozo y comunión de corazones. Esta superabundancia de vida
y de bendición, que viste de hermosura a todo lo creado, nos invita a
confesar públicamente el poder divino y a darle gracias por su
generosidad. Todas las criaturas son el instrumento de nuestra
alabanza.

Resonancias en la vida religiosa


Nuestra bendición sinfónica: Hemos experimentado la bendición de
Dios. Bendición es la vida que nos da, nuestro cuerpo y espíritu, el
pan de cada día, la conservación de nuestro ser; bendición de Dios es
el Jesús que Él nos entrega en el acontecimiento de muerte y de
resurrección, y que se simboliza realmente en los sacramentos;
bendición de Dios es su Palabra que nos con-voca, con-grega,
comunitariza y fraterniza. Aunque paradójicamente a los ojos de
muchos, bendición de Dios es nuestra pobreza, virginidad y
obediencia, cuando Dios se sirve de ellas para fecundar la imagen de
un hombre nuevo. Bendición de Dios es el marco cósmico que nos
rodea, este maravilloso mundo que se regenera incansablemente
como símbolo de la indeficiente fecundidad de Dios.

Por eso, nosotros, comunidad bendita, en un cosmos bendito,


refractamos la bendición bendiciendo a nuestro Padre. Tratamos de
ser un pálido reflejo agradecido de su inmensa prodigalidad.
Formamos parte de esta gigantesca sinfonía de toda la creación que
glorifica al Señor. Sin manipularla, con mística actitud contemplativa,
con el recato tímido de nuestra pobreza y obediencia virginal, seamos
portavoces de este mundo bendito.

Oración
Oh Dios, que mitigaste las llamas del fuego para los tres jóvenes, concédenos
benignamente a tus siervos que no nos abrase la llama de los vicios.

Te rogamos, Señor, que prevengas nuestras acciones con tu inspiración y que las
acompañes con tu ayuda, para que así toda nuestra oración y obra comience
siempre en Ti, y por Ti se concluya.

Danos, te lo pedimos, Señor, poder apagar las llamas de nuestros vicios, Tú que le
concediste a San Lorenzo vencer el fuego que le atormentaba. Por Cristo nuestro
Señor.

Salmo 149   Alegría de los santos
Los hijos de la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, se alegran en su
Rey, Cristo, el Señor (Hesiquio)

Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey.

Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras5;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes.

Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
5
Instrumento musical de cuerda en hebreo llamado “nebel”. Se usaba para expresar la alegría
entre los hebreos y en muchos pueblos antiguos.
con vítores6 a Dios en la boca
y espadas de dos filos en las manos:

para tomar venganza de los pueblos
y aplicar el castigo a las naciones,
sujetando a los reyes con argollas,
a los nobles con esposas de hierro.

Ejecutar la sentencia dictada
es un honor para todos sus fieles.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Monición
Con el salmo 149 Israel cantaba la especial protección de Dios para con su pueblo y las
victorias de Yahvé frente a los enemigos. Este salmo, recitado en el domingo, a
nosotros, nuevo Israel de Dios, nos invita también a cantar al Señor que ama a su
pueblo y adorna con la victoria a los humildes.
Que el júbilo y la alabanza sean, pues, el trasfondo de nuestra jornada y de la oración de
este día; que ante la creación, cuyo inicio tuvo lugar en domingo, se alegre Israel por su
Creador; que ante la resurrección de Cristo, también realizada en este día y en esta hora
primera de la jornada, los fieles festejemos la gloria del Resucitado, con vítores a Dios
en la boca.
Cantemos también la perspectiva escatológica en la que nos introduce la victoria
pascual del domingo: se ejecutará la sentencia dictada. La venganza de los pueblos, el
castigo a las naciones, la sujeción de sus reyes y de sus nobles con esposas de
hierro son otras tantas imágenes que nos describen poéticamente la aniquilación
definitiva del poder del mal. Ejecutar este plan de Dios es un honor para nosotros, sus
fieles.

Explicación
Introducción general
Una victoria concreta, sin que sepamos determinar cuál, ni precisar la época en que fue
compuesto este himno, motivó la elaboración de un «cántico nuevo», en el que se
entremezclan motivos de alabanza y de combate, de oración y de guerra. Estos motivos
persisten en el rezo dominical en virtud de la victoria concreta de Cristo, sea sobre sus
enemigos, sea el día de la consumación. Podemos rezar el salmo desde los agentes y
acciones que figuran en el mismo.

6
Aclamación de alegría con que se aplaude a una persona o un suceso.
Los cuatro primeros versículos son una invitación a la alabanza, dirigida al pueblo para
que en asamblea cante a su Creador y Rey. La interpelación va seguida de un motivo de
alabanza. El v. 5 repite una nueva invitación para celebrar ahora una victoria universal
sobre las gentes. En el rezo podemos separar las invitaciones de los motivos de
alabanza, del modo siguiente: Invitación a la alabanza: «Cantad..., cantadle con
tambores y cítaras» (vv. 1-3). Motivo de alabanza: «Porque el Señor... con la victoria a
los humildes» (v. 4). Nueva invitación: «Que los fieles... jubilosos en filas» (v.
5). Nuevo motivo (victoria universal): «Con vítores a Dios... para todos sus fieles» (vv.
6-91).
Cántico de los humildes
Que un pueblo compuesto de «humildes» sea invitado a cantar puede parecer un
sarcasmo a los sabios y ricos de este mundo. Cuando se advierte que la pobreza bíblica
tiene la hondura de quien lo espera todo de Dios, es lícito entonar un cántico nuevo. Son
los pobres cuya situación bienaventurada se constata y se proclama en los Evangelios,
los mismos por quienes Jesús, lleno de gozo, bendijo al Padre, que «manifestó estas
cosas a los pequeños» (Lc 10,21ss). Nosotros tenemos el conocimiento íntimo de quién
es Jesús, a quien le fue dado todo el día primero. Expresión reconocida del
conocimiento que se nos ha dado es el cántico nuevo que ahora entonamos.
Dios, creador de su pueblo
La creación no es ninguna noción abstracta en Israel. Dios es, ante todo, el creador de su
Pueblo. Lo creó en el comienzo de su existencia y lo crea nuevamente después de mil
peligros amenazantes y destructores. Esta conducta divina sólo es comprensible cuando
se confiesa: «Dios ama a su Pueblo». La nueva creación, surgida en Cristo Jesús,
participa de la vigorosa novedad del Primogénito. Si Él es la creatura definitiva, nos es
lícito esperar la «gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21) y alegrarnos, durante
este domingo, por nuestro Creador.
Veré la derrota de mis enemigos
El pueblo humilde y su Dios, que crea venciendo, entablan encarnizada batalla contra
sus enemigos. De hecho el pueblo ha triunfado «aplicando el castigo a las naciones» y
encadenando a sus reyes. Tal es la «ejecución de la sentencia dictada». Desde esta
perspectiva el salmo nos habla de la victoria de Cristo -que es también la nuestra- sobre
sus enemigos y sobre los nuestros. En Cristo Jesús no tememos ni la tribulación, ni la
angustia, ni la persecución, ni el hambre, ni la desnudez, ni los peligros, ni la espada
(Rm 8,35). Nuestra alabanza dominical se dirige a Dios, que nos da la victoria por
nuestro Señor Jesucristo.
Resonancias en la vida religiosa
Impulsores de un cántico nuevo: Nadie puede arrebatarnos el derecho a la alegría, a la
fiesta. Somos comunidad guerrera en el Pueblo de Dios, intérpretes de sus luchas y
victorias. Cristo en medio de su Pueblo es fuerza incitante y aglutinante. Quisieron
borrar su nombre de la tierra, arrasar a su Iglesia, exterminar la fe en Él. Y siglo tras
siglo su figura se engrandece y su presencia resulta más alentadora. Nuestro proyecto de
vida dramatiza en la Iglesia la victoria del Reino de Dios. La humildad, la pobreza, el
despojo que nos hace solidarios de los humillados, pobres y despojados, son los medios
estratégicos de Dios para conseguir su victoria.
Urge dejar que la victoria de Cristo se marque en nuestra carne; que nuestro canto no
sea un cántico viejo, sino nuevo, con la novedad de Cristo Resucitado.

Oración
Dios mío, creador mío, redentor mío, te alabo, te bendigo, te doy gracias. Solo tu? eres
Santo, solo tu? eres digno de toda alabanza. Te doy gracias por mi vida, por mis
alegrías, por mis tristezas. Todo te lo debo a ti y todo es para ti. Te alabo con mis manos,
con mi voz y con mi vida. Solo a ti quiero adorarte, bendecirte, alabarte. Que mi vida
sea una alabanza agradable en tu presencia. Que el perfume de mi alabanza llene tu
Iglesia y la embellezca. Esto es lo más grande que te puedo dar. Acéptalo Señor.
II VISPERAS
Salmo 109, 1­ 5. 7   El Mesías, Rey y Sacerdote
Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado
de sus pies (1Co 15,25)

Oráculo7 del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno, 
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
7
Significa "palabra". El Dios verdadero habla a su pueblo. Pero también se le llama "oráculo" a una
antiquísima práctica pagana de adivinación.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. 

Monición 
En su origen el salmo 109 fue un oráculo dirigido a un rey de Judá en el día de su
consagración real. Una gran fiesta ha congregado en el palacio al rey electo y al pueblo;
todo está dispuesto ya para la consagración del que ha de ser el Ungido del Señor. Pero,
en medio de tanta fiesta, no todo es optimismo: Israel está rodeado de poderosos
enemigos, más fuertes, sin duda, que el minúsculo reino de David. ¿Cuál será, pues, la
suerte del nuevo rey que está a punto de ser consagrado? Un oráculo divino viene a dar
la respuesta, tranquilizando al rey y a su pueblo: Oráculo del Señor (Dios) a mi
Señor (el rey): «Siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies. No
temas, pues, oh rey: en este día y entre los esplendores sagrados de esta solemne
liturgia de consagración, yo mismo te engendro como cabeza, rey y sacerdote de mi
pueblo. Desde este día de tu nacimiento como rey, eres príncipe. El Señor extenderá tu
poder desde tu palacio de Sión: someterás en la batalla a tus enemigos y, si,
persiguiendo o perseguido por tus enemigos, apenas puedes en tu camino beber del
torrente, levantarás al fin la cabeza y conducirás a tu pueblo victorioso al triunfo de la
resurrección».
Por su tono de victoria y por la descripción que en este texto se hace de la unción del
rey de Israel, este salmo ha venido a ser para los cristianos, ya desde el tiempo de los
apóstoles, el salmo mesiánico por excelencia: el propio Cristo se lo aplicó a sí mismo
(Mt 22,44); los apóstoles se sirvieron de él para proclamar la victoria de la resurrección
(Hch 2,34-35; Rm 8,34; etc.); el autor de la carta a los Hebreos se sirve del mismo para
probar la superioridad del sacerdocio de Cristo frente al del antiguo Testamento.
A nosotros este salmo, situado al final del domingo, nos invita a contemplar el triunfo
del Resucitado y a acrecentar nuestra esperanza de que también la Iglesia, cuerpo de
Cristo, participará un día de su misma gloria, por muchas que sean las dificultades y los
enemigos presentes. Como el antiguo Israel, al que literalmente se refiere el salmo,
como Cristo en los días de su vida, la Iglesia tiene poderosos enemigos que podrían
darle sobrados motivos de temor; pero la misma Iglesia escucha un oráculo del Señor:
«Haré de tus enemigos -la muerte, el dolor, el pecado- estrado de tus pies». «Por la
resurrección de Jesucristo de entre los muertos -que hoy, como cada domingo,
celebramos-, Dios nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva» (1 Pe 1,3).
Que la contemplación de la antigua promesa de Dios al rey de Judá, realizada en la
resurrección de Cristo, tal como nos la hace contemplar este salmo, intensifique nuestra
oración cristiana de acción de gracias en este domingo.
Es recomendable que este salmo sea proclamado en forma dialogada, a la manera del
relato de la pasión en los días de Semana santa. En este diálogo deberían intervenir «el
cronista», «Dios» y «el pueblo»; este último, representado por toda la asamblea, debería
hacer (si es posible, con canto) las aclamaciones del pueblo al nueva rey. De este modo,
se facilita una oración contemplativa de la victoria pascual de Cristo.

Explicación 
Introducción general
Un salmo real, compuesto con motivo de la entronización del rey en Jerusalén o, quizá,
en la fiesta de su aniversario. Lo integran tres partes: tres oráculos de Yahweh con
visiones de un futuro glorioso. Aunque el «yo» que habla al rey sea un poeta o un
profeta de corte, Yahweh es el sujeto que realiza todo: el que promete al rey dominio y
títulos de gloria, y el que somete a su poder a todos los enemigos. Desde los
primerísimos tiempos de la Iglesia, este salmo fue aplicado a Cristo.
Sentado a la derecha del Padre
El rey de Israel se sienta a la derecha del Poder divino: tiene parte en la fuerza bélica y
triunfante de Yahweh, que reduce al polvo a sus enemigos. Es una imagen y un lenguaje
grandilocuente para los soberanos israelitas, pero que cobra realismo cuando se aplica a
Cristo. Después de vencer totalmente a sus enemigos, de pisotearlos, «fue elevado al
cielo y está sentado a la derecha de Dios». Constituido así en Señor y Cristo, vendrá con
el poder que el Padre le ha concedido y colocará a su derecha a quienes ya ahora
misteriosamente se hallan sentados en el trono celeste de Cristo. Cantamos al rey
victorioso exaltado a la derecha del Padre.
«Yo te he engendrado hoy»
En el mundo oriental, el monarca es hijo de Dios. Dios será para él como rocío y
florecerá como un lirio. Es un rocío procedente del reino celeste, de la luz que ahuyenta
las tinieblas, y obliga a la tierra a devolver a los muertos. Dios se constituye de este
modo en dispensador de una vida nueva. Pues bien, «la promesa hecha a los padres se
ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús, como está escrito: "Hijo mío
eres tú, yo te he engendrado hoy"» (Hch 13,32-33). Engendrado antes de la aurora,
Cristo es el primero de muchos hermanos, engendrados como él por el rocío divino.
Sobre ellos, el Padre continúa pronunciando sus palabras de reconocimiento: «Tú eres
mi hijo, yo te he engendrado hoy». Alabemos a nuestro Dios por el inefable don de
nuestra filiación.
Sacerdote según el orden de Melquisedec
La dinastía davídica, conquistadora de la ciudad jebusea de Jerusalén, continúa la
tradición cananea de la ciudad, según la cual su rey es también sacerdote. Los
sacerdotes de la antigua alianza fueron muchos porque la muerte les impedía perdurar.
Sólo uno pudo heredar el sacerdocio de Melquisedec: Aquel cuya procedencia no es
carnal, sino divina, y «llegado a la perfección se convirtió en causa de salvación para
todos los que le obedecen» (Hb 5,9). Su sacerdocio permanece para siempre, ya que
siempre está vivo para interceder por los que se llegan a Dios. Mediante su oblación
efectuada de una vez para siempre ha llevado a la perfección a los santificados.
Teniendo la seguridad de entrar en el santuario, fijémonos los unos en los otros para
estímulo de la caridad.
Resonancias en la vida religiosa
Inmediatez amorosa de Dios: Nuestra comunidad contempla en esta tarde al Cristo
Jesús que la define: el Resucitado, el Victorioso, lleno del poder de Dios; el que da
consistencia a todo lo que existe. No es el Vengador de nuestras maldades, sino el vigor
de los impotentes, la fuerza de los débiles, el futuro de los desesperados, la riqueza de
los pobres.
Jesús nos remite al Padre, fuente de todo lo que existe, nuestro Abba. Él engendró como
rocío a Jesús y también nos engendra como personas y comunidad. Sin la vida que
procede del Padre seríamos nada, vacío, islas.
El Padre ha constituido a Jesús Sacerdote permanente, que permite y posibilita el acceso
a Dios, no una vez al año y por mediación de una víctima, sino inmediatamente. Jesús
nos constituye en comunidad sacerdotal, testigo de la inmediatez amorosa de Dios,
volcada hacia la humanidad.
Si vivimos en Cristo seremos comunidad transmisora de fuerza y esperanza, regenerada
por Dios, mediadora del acceso amoroso al Dios amorosamente cercano.
Oración

Tu, Dios nuestro, juraste establecer a tu Hijo sacerdote eterno según el orden
de Melquisedec; y éste, llegado a la perfección, es causa de salvación para
todos los que le obedecen. Aviva en nosotros, partícipes del sacerdocio de
Cristo, la seguridad de entrar en el santuario, donde nuestros enemigos -el
pecado y la muerte- serán puestos por estrado de tus pies. Te lo pedimos por
Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Salmo 113 A   Israel librado de Egipto: las maravillas del
Éxodo
Reconoced que también vosotros, los que renunciasteis al
mundo, habéis salido de Egipto (S. Agustín)

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente8,
Judá fue su santuario,
8
Hablar con dificultad, eliminando sonidos o cambiándolos de lugar, en especial como lo hacen
los niños pequeños cuando están aprendiendo a hablar.
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal9 en manantiales de agua.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. 

Monición 
cabamos de meditar el salmo 109, que nos ha hecho contemplar el triunfo del Mesías, el
Primogénito entre muchos hermanos, a quien el Padre ha prometido «hacer de sus
enemigos estrado de sus pies» (v. 1). Ahora el salmo 113 nos hará contemplar al pueblo
que, también triunfante, sigue a Cristo, caminando hacia la libertad definitiva: el
nuevo Israel salió de Egipto, los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente.
Para la comunidad cristiana este salmo es, sobre todo en el domingo, una evocación de
su propia peregrinación, triunfante por lo menos en la esperanza. Como Israel se sintió
acompañado por Dios durante los años del desierto -Judá fue el santuario de
Dios, Israel su dominio-, así también el pueblo cristiano se ve acompañado por la fuerza
de Cristo y de su misterio pascual en su caminar por este mundo.
Que este salmo nos invite, pues, a la contemplación de la victoria de Cristo participada
por la Iglesia. Cuando Israel salió de Egipto, en presencia del Señor se estremeció la
tierra; cuando el nuevo pueblo de Dios, siguiendo a Cristo, camina hacia la libertad
definitiva, también las peñas duras de las dificultades se transforman en manantiales
de agua abundante, y así, con paso firme y seguro, contemplando como el mar huye y
los montes saltan como carneros -es decir, como se allanan todas las dificultades-, el
nuevo pueblo de Dios camina hacia la tierra de la vida.
Si no es posible cantar la antífona propia, este salmo se puede acompañar cantando
alguna antífona que exprese el sentido de peregrinación del pueblo de Dios, por
9
Cosa de gran dureza, material o inmaterial.
ejemplo: «Por ti, patria esperada», sólo el estribillo, o bien «El pueblo gime en el
dolor», sólo la primera estrofa.

Explicacion
Introducción general
La Pascua judía es la síntesis de todas las festividades religiosas de Israel. Es el
momento de la formación del pueblo porque es el momento de la epifanía de Yahweh.
Por Pascua se entiende todo el arco temporal, geográfico, histórico y teológico que va
de Egipto a la Tierra, de la esclavitud a la libertad, del Faraón a Yahweh, mediante el
paso por el desierto. Hacia este acontecimiento denso retornó constantemente el alma
israelita, como lo hace ahora el autor del salmo 113, en época post-deuteronomista, con
la intención de alumbrar el futuro con la clara luz del pasado.
El salmo 113-A es un himno compuesto, al parecer, de cuatro estrofas. Como himno
puede ser proclamado al unísono, o bien recitado a dos coros siguiendo la distribución
del oficio. Si se le acompaña de alguna aclamación entusiasta hecha por todos («Por ti,
Patria esperada»... u otra), se puede asignar la recitación de cada estrofa a un salmista
distinto.
Ambigüedad de los poderes terrenos
Quizá ninguna nación con la que se relacionó Israel manifieste mejor la ambigüedad del
poder terreno que Egipto. Nación acogedora para los trashumantes y proscritos, pero
también una tentación fácil para gente sin ideal. Imperio pagado en su fuerza y opresor
de los demás. Tierra culta, pero también idólatra. Egipto es símbolo del poder de la
carne, opuesto al poder del Espíritu, opuesto a Dios. Para crear el nuevo pueblo, Dios
tiene que llamar a su hijo de Egipto e introducirlo en Israel. Quien sale de Egipto estima
mayor riqueza los oprobios de Cristo que los tesoros de Egipto (Hb 11,26).
Transformación de lo creado
Cuando Dios se manifiesta, todo lo creado acusa su presencia. Así sucedió en la teofanía
que configuró a Israel como pueblo de Dios (Ex 19,16). Algo parecido prevé el profeta
para los días del retorno (Is 42,15). Mientras, los evangelistas ponen cuidado en anotar
cómo se inclina la naturaleza ante Jesús, el pionero del éxodo definitivo. A su voz se
calman y acallan las aguas del lago, y las montañas tiemblan en el momento de su
muerte y de su resurrección. Cuando nuestra tierra sea posesión completa de Dios -con
la aparición de los nuevos cielos y de la tierra nueva- habrán desaparecido los poderes
destructores, y lo creado saltará de alegría ante la presencia de Dios. Ahora demos
gracias a Dios que nos da en posesión una tierra excelsa.
Quien tenga sed que beba
El desierto tiene un sentido dual: lugar de la experiencia de Dios y ocasión de tentación.
En Meribá surge la gran tentación: «¿Está Yahweh con nosotros o no?». Si está, que lo
demuestre de una forma concreta, que nos ahorre la vida dándonos agua de beber.
Situado en parecida coyuntura, Jesús prefiere afirmar el valor divino por encima de la
vida. El Padre tuvo en cuenta esta heroica entrega e hizo que de su costado brotaran
raudales de agua para el nuevo pueblo. Desde entonces y para siempre quien tenga sed
puede acercarse a Jesús porque de su seno corren ríos de agua viva. Él es la roca
espiritual que acompaña a los creyentes mientras es tiempo de éxodo.
Resonancias en la vida religiosa
Poder de Dios en nuestra frágil comunidad: El santuario de Dios en un pueblo en éxodo
es el mismo pueblo, las comunidades que lo constituyen. Nosotros, comunidad de la
Iglesia peregrina, gozamos de la presencia magnífica de Dios. Por ello las fronteras
carcelarias del odio, de la violencia, se estremecen y retiran de nosotros. El poder de
Dios en nuestra frágil comunidad conmueve los cimientos de la tierra y convierte los
corazones más obstinados. Nuestra misión goza de la garantía de un futuro victorioso,
avalado por la presencia del Espíritu del Señor.
Expresemos, en continuidad de fe con nuestros antepasados, la confianza en la
liberación total y el compromiso de anticipar con nuestro esfuerzo la presencia poderosa
de Dios entre nosotros y en nuestro mundo.

Oracion
Dios, Padre Santo, que al sacarnos del Egipto opresor y pecaminoso nos has
mostrado una riqueza mayor escondida en Cristo; concede al pueblo por ti
rescatado que no ponga su confianza en el dinero, en el prestigio o en el
mero esfuerzo humano, sino en tu Santo Espíritu, que nos ha convertido en
tu santuario y en tu dominio. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.

Cántico, Cf. Ap 19,1­2.5­7   Las bodas del Cordero
Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
 
Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
 
Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias.
 
Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
su esposa se ha embellecido.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. 
 
Monición 
El cántico con el que terminamos hoy la salmodia dominical es una aclamación a Cristo,
Señor victorioso, muy parecida por su estilo a las que, en la antigüedad, se entonaban en
honor del emperador. En el Apocalipsis, estas aclamaciones forman parte de la
contemplación profética del hundimiento de la nueva Babilonia, la gran Roma
perseguidora de los mártires y figura del mal, y de la victoria del Cordero vencedor.
Nosotros, desterrados también y lejos del reino, celebramos, cada domingo, el triunfo de
la humanidad, inaugurado por la resurrección de Jesucristo, y nos sentimos
incorporados en este mismo triunfo y partícipes de él, como la esposa asociada a la
gloria de su esposo.
Este cántico nos hace participar también, ya en esta vida, de aquella adoración en
espíritu y en verdad, de la que viviremos eternamente; y de la cual el domingo es como
un anuncio y pregustación.

Explicación
Introducción general
A los gritos de lamento en la tierra (Ap 18), se contrapone la alegría celeste. La
composición consta de tres tiempos: 1) La «muchedumbre exterminada» alaba a Dios
(vv. 1-4). 2) Respuesta de una voz que viene del cielo y exhorta a una alabanza
ininterrumpida (v. 5). 3) La muchedumbre acoge la exhortación y, junto con el mismo
Cristo («el ruido de las grandes aguas» v. 6), alaba a Dios. La alabanza es un grito
impresionante: «¡Aleluya!», con tres variaciones sobre el mismo tema: el reinado de
Dios. El himno finaliza con un segundo tema -las Bodas del Cordero, v. 7-, ejecutado
por la multitud.
En la celebración comunitaria se puede recurrir a la salmodia responsorial: a la
invitación y motivos de alabanza proclamados por un salmista, todos responden o
cantan «Aleluya».
El Dios de nuestra alabanza
La alabanza nace del «entusiasmo», de la contemplación divina vivida como justicia,
como salvación, como amor y fidelidad, etc.; cualidades que se relegan a un segundo
plano y se coloca en el primero al portador de las mismas. El hombre está ante Dios, o
Dios en el hombre. Este sólo es capaz de articular un emocionado y condensado grito:
«Hallelu-Yah»=«Alabad-a-Yah(weh)». La alabanza neotestamentaria es cristiana:
Hemos visto a nuestro Dios, Dueño, presente en Cristo: poder de Dios, gloria de Dios y
salvación del hombre. Hoy domingo, alabamos a nuestro Dios, que ha sido bueno con
nosotros, y estamos alegres, entusiasmados.
La celebración esponsalicia
Nuestra tierra ya no se llamará jamás «Desolada», sino que su nombre será
«Desposada»: Dios se ha compadecido de nosotros y nuestra tierra tendrá marido (Is
62,4). Desde el momento en que el Verbo se hizo carne, naciendo de una mujer de
nuestra raza, comienzan a expedirse las invitaciones a las bodas del Cordero. La gran
fiesta se celebrará cuando la sala esté rebosante de comensales, a quienes se les pide que
lleven traje de boda. Es decir, que hayan permitido que se les haga «hijos». Nuestra
carne es transformada en esta sin par celebración. ¡Dichosos los que asistan a las bodas
y puedan comer en el reino de Dios!. Dios nos saciará para siempre.
Resonancias en la vida religiosa
Comunidad anticipadora de la gran fraternidad: La comunidad que es contemplativa
puede penetrar, como el escritor apocalíptico, el Misterio del Reinado de Dios, actuante
ya en nuestra historia. La presencia del Resucitado en el mundo ha sido y sigue siendo
tan determinante que en Él estamos siendo juzgados; en Él logramos la salvación.
Nuestra comunidad intenta por vocación ser reflejo y anticipo de la gran fraternidad de
todos los hombres, que un día gozaremos victoriosamente bajo la presencia amorosa del
Padre y unidos estrechamente a Cristo por el Espíritu.
Por eso, ya ahora aparece nuestra comunidad como aquella fraternidad escatológica,
revestida de las galas de la esposa embellecida y dispuesta para el encuentro
matrimonial con Cristo-Esposo. A ello contribuye de forma primordial la actitud
comunitaria de alabanza a Yahweh, de Halleluya. En la alabanza somos reflejo de su
gloria y hermosura.
Oracion

Señor Dios nuestro y Dueño de todo, que te alaben tus criaturas en el cielo y
en la tierra, y al contemplar tu poder y gloria resplandecientes en Cristo
-justicia y salvación nuestra-, entonemos ya ahora tu alabanza, en espera de
poder asociar nuestras voces al «Aleluya» eterno. Por Jesucristo nuestro
Señor. Amén.
En Cuaresma
CÁNTICO DE LA CARTA I DE SAN PEDRO
(2,21b-24)
La pasión voluntaria de Cristo, el siervo de Dios

Cristo padeció por nosotros,


dejándonos un ejemplo
para que sigamos sus huellas.

Él no cometió pecado
ni encontraron engaño en su boca;
cuando lo insultaban,
no devolvía el insulto;
en su pasión no profería amenazas;
al contrario,
se ponía en manos del que juzga justamente.

Cargado con nuestros pecados, subió al leño,


para que, muertos al pecado,
vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. 

Monicion
«El que quiera seguirme -dijo Jesús a sus discípulos- que cargue con su cruz cada día y
se venga conmigo» (Lc 9, 23). El cántico que en los domingos de Cuaresma concluye la
salmodia de las II Vísperas quiere ser una respuesta de la comunidad cristiana a esta
invitación de su Señor.
Literalmente, con el contenido de este texto se quiere alentar a los esclavos injustamente
vejados por dueños crueles e injustos: si sufren sin haberlo merecido, que recuerden que
los mismos castigos que a ellos les infligen -insultos, azotes, incluso la crucifixión-,
como ellos y antes que ellos, los soportó el Señor.
Pero el Espíritu Santo ha querido que en los sufrimientos de estos esclavos del siglo I se
reflejaran también todas las injusticias y los sufrimientos de los fieles de todos los
tiempos, nuestros propios sufrimientos también. Y ha querido darnos la única respuesta
válida, desde el punto de vista cristiano, ante el sufrimiento: la paciencia esperanzada.
En efecto, la paciencia ante la tribulación es una de las enseñanzas más repetidas en la
Escritura; por ello, hay que decir que para los seguidores de Cristo es válida también en
nuestros días, aunque nuestro mundo respire sólo sublevación ante el sufrimiento, y
violencia ante la violencia. El cristiano no puede ser hombre violento ni puede dar curso
libre a la venganza ni tomarse la justicia por su mano, sino que debe presentar la mejilla
izquierda al que le abofetee en la derecha y dar la capa al que quiera ponerle pleito para
quitarle la túnica (cf. Mt 5,39-40). Si esta doctrina nos parece difícil, que nuestro
cántico a Cristo sufriente nos ayude en estos domingos de Cuaresma, en los que con
mayor asiduidad contemplamos su cruz.
Explicacion 
Introducción general
La Carta primera de Pedro se escribió para cristianos probados por los sufrimientos.
Llegó a ser, posteriormente, la carta consolatoria de la Iglesia perseguida de todos los
tiempos. Su visión grandiosa de la historia universal ha logrado infundir consuelo y
fortaleza en los tiempos más difíciles. Así, esta carta de Pedro -sea él el autor directo o
se trate de un escrito pseudoepigráfico- vino a ser la carta de los mártires por su fe en
Cristo, por su esperanza de la vida eterna y por su fidelidad a la comunidad eclesial. En
este ambiente se justifica la suma importancia que el autor da a la imagen de Cristo
paciente.
Este himno puede ser salmodiado al unísono, ya que todo él es una motivación que
justifica nuestra común vocación. No obstante, se puede distinguir entre las partes
exhortativas y la descriptiva. Las exhortaciones pueden ser recitadas por la asamblea; la
descripción, por el presidente; de este modo:
Asamblea, Exhortación al seguimiento: «Cristo padeció... para que sigamos sus
huellas» (v. 21b).
Presidente, Descripción de la pasión: «El no cometió pecado... del que juzga
justamente» (vv. 22-23).
Asamblea, Exhortación a la imitación: «Cargado con nuestros pecados... Sus heridas
nos han curado» (v. 24).
Jesús abre la marcha
El rebaño que caminaba a la desbandada ha encontrado un jefe que marcha a la cabeza.
Es el Hijo del hombre que ha de ser entregado a los hombres. En marcha hacia Jerusalén
y delante de los hombres, propone a quien quiera seguirle que tome su cruz y marche
tras él. Simón de Cirene es un ejemplo para todo cristiano. Contemplando el ejemplo de
Jesús y de aquellos que le han seguido, la invitación llega a nosotros: «Salgamos donde
él, fuera del campamento, y carguemos con su oprobio» (Hb 13,13). Es tanto como
encarnar en la vida los mismos sentimientos que tenía Cristo cuando rendía su vida al
Padre. Difícil tarea, por no tener un fundamento natural; es una verdadera aventura de
fe. Jesús va por delante, abriendo la marcha para que el camino nos resulte más fácil.
Dios salvaguarda el derecho del inocente
Jesús fue insultado a lo largo de su vida. Era algo normal que se le insultara en la hora
de la muerte. Si, como el siervo, era un deshecho de hombre, un leproso, ¿cómo no le
iban a tener por malhechor? Sólo él sabía su inocencia. Él y su Padre. Pone su inocencia
en manos del Padre, para que el Padre haga justicia a los inocentes. Desde aquel viernes
tenebroso, ¡cuántos inocentes han muerto confiando su inocencia sólo a Dios!. Los
impresionantes silencios de Jesús y la espléndida respuesta del Padre nos hablan de la
justicia de Dios, salvaguarda de quien sufre injustamente. Pongámonos en manos de
Dios, que juzga justamente.
La víctima sobre el altar
La expiación vicaria tuvo sus antecedentes vétero-testamentarios: el macho cabrío que
lleva sobre sí los pecados del pueblo. La expiación se ha realizado previamente ante el
Señor, después se envía el animal al desierto, fuera del campamento. También el siervo
lleva y soporta las dolencias de todos. Jesús se apropia, de modo eminente, los pecados
de todos los hombres de todos los tiempos y, como nuevo Isaac, es atado en el altar de la
cruz. Allí sacrificó el pecado de todos junto con el propio cuerpo. ¡Sus heridas nos han
curado! Ellas posibilitan que vivamos para la justicia. Una justicia que no se alcanza por
el esfuerzo personal, sino que es el inmenso amor que Cristo nos ha manifestado y se ha
derramado en nuestros corazones. Es el mandamiento del amor, posible para aquellos
que han recibido el Espíritu. ¡Feliz y bienaventurada Víctima de la cruz, que posibilita
amarnos mutuamente!
Resonancias en la vida religiosa
Siguiendo las huellas del Cristo paciente: El Señor Jesús padeció voluntariamente por
nosotros. Cargó con nuestros pecados, con nuestra lejanía de Dios y con los efectos que
produce en los hombres la injusticia, la opresión, el odio. En su pasión Dios mató e hizo
morir el pecado, para que renaciera en el mundo, en nosotros, una nueva vida. Cada una
de las heridas corporales y espirituales de Jesús se convertían en medicinas con las que
Dios nos curaba.
El dolor no es, pues, un sinsentido; se puede sufrir, como Jesús, sin culpa y ayudar a
otros con el propio sufrimiento; se puede padecer el mal, dominándolo y provocando el
adviento del bien.
Nosotros, religiosos, empeñados en el seguimiento de Cristo, procuremos asemejarnos a
nuestro modelo; sigamos más de cerca sus huellas. Que nada nos arredre; gocémonos en
las privaciones; abracemos los trabajos y sacrificios; carguemos con los pecados de los
demás; que no seguimos a Cristo para encontrar aquí en la tierra la fama, el poder, la
riqueza. Así nuestro sufrimiento acrisolará, en íntima unión con la pasión de Cristo, el
mal de nuestro mundo. Entonces nuestras heridas, como estigmas de Cristo,
sacramentalizarán las heridas del Jesús crucificado con las que Dios Padre nos cura.
Oración 
Oh Dios, Tú has querido que Cristo padeciera por nosotros dejándonos un
ejemplo; te rogamos por cuantos seguimos a Cristo: revístenos de los mismos
sentimientos que tuvo Cristo, fortalécenos para que seamos capaces de salir
fuera del campamento y cargar con su oprobio; ayudados por ti seguiremos
las huellas de tu Hijo, nuestro Señor, que vive y reina por los siglos de los
siglos. Amén.

LUNES
LAUDES  
Salmo 5, 2­10.12­13   Oración de la mañana de un justo
perseguido
Se alegrarán eternamente los que acogieron al Verbo en su
interior. El Verbo habita en ellos

Señor, escucha mis palabras,
atiende a mis gemidos,
haz caso de mis gritos de auxilio,
Rey mío y Dios mío.

A ti te suplico, Señor;
por la mañana escucharás mi voz,
por la mañana te expongo mi causa,
y me quedo aguardando.

Tú no eres un Dios que ame la maldad,
ni el malvado es tu huésped,
ni el arrogante se mantiene en tu presencia.

Detestas a los malhechores,
destruyes a los mentirosos;
al hombre sanguinario y traicionero,
lo aborrece el Señor.

Pero yo, por tu gran hondad,
entraré en tu casa,
me postraré ante tu templo santo
con toda reverencia.

Señor, guíame con tu justicia,
porque tengo enemigos;
alláname10 tu camino.

En su boca no hay sinceridad,
su corazón es perverso;
su garganta es un sepulcro abierto,
mientras halagan con la lengua.

Que se alegren los que se acogen a ti,
con júbilo eterno;
10
Quitar los obstáculos de un camino.
protégelos, para que se llenen de gozo
los que aman tu nombre.

Porque tú, Señor, bendices al justo,
Y como un escudo lo rodea tu favor.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. 

Monicion 
El salmista es un levita injustamente acusado que, en su aflicción, acude por la
mañana al templo y presenta a Dios su súplica confiada. Este salmo, puesto en
labios de un cristiano y recitado por la Iglesia al empezar el día, es una
invitación a que, llenos de esperanza, pongamos en manos de Dios todas las
preocupaciones del día que empieza: «Señor, tú no eres un Dios que ame la
maldad; yo deseo durante este día caminar por tus sendas, pero, tú lo
sabes, tengo enemigos que dificultarán mi propósito: mi debilidad, mi
inconstancia, el ambiente. Atiéndeme, pues, ante tanta dificultad, te expongo
mi causa, y me quedo aguardando en paz, seguro de que tu ayuda no me va a
faltar. Guíame,Señor, durante toda la jornada con tu justicia, alláname tu
camino, tú que, porque detestas a los malhechores, deseas que todos seamos
justos en tu presencia».-

Explicación
Introducción general
En este salmo ora un justo, injustamente perseguido. No sabemos cuándo se escribió.
Tres coordenadas unifican el conjunto sálmico: El Dios justo es cobijo de los justos e
intransigente con los malvados; la justicia divina se hace presente en el templo, hacia
donde se encaminan los pasos del orante ya desde la aurora; finalmente, el proceso
psicológico del orante, cuyos polos son los gritos de socorro y la súplica confiada.
En el salmo pueden distinguirse estas secciones: Súplica insistente:
«Señor, escucha mis palabras... y me quedo aguardando» (vv. 2-4). Reflexión sobre la
actitud de Dios:«Tú no eres un Dios que ame... con toda reverencia» (vv. 5-8). Petición
de ayuda para el justo:«Señor, guíame.., alláname tu camino» (v. 9). Petición de
humillación para el impío: «En su boca no hay sinceridad... halagan con la lengua» (v.
10). Súplica por la comunidad: «Que se alegren... como un escudo lo rodea tu favor»
(vv 12-13).
El tiempo del favor
La mañana, por oposición a la noche, es el tiempo propicio para que Dios obre la
salvación. La gran liberación nocturna del éxodo, para los israelitas fue un gesto
realizado en pleno día: «Para tus Santos -comenta la Sabiduría-, era plena luz» (Sab
18,1). El drama del primer viernes santo está rodeado de tinieblas (Jn 13,30), pero he
aquí que «al despuntar el alba» irrumpe el mensajero angélico anunciando el triunfo de
la Luz sobre las tinieblas, de la Vida sobre la muerte (Mt 28,3). Quien pertenece a
Cristo, ya «no es de la noche» (1 Jn 5,5), sino que es «hijo del día» (Ef 5,8). Ha de
deponer «las obras de las tinieblas» (Rm 13,12). De este modo, los creyentes
anticipamos el día sin fin, en el que «ya no habrá noche» (Ap 21,25). En la mañana,
tiempo de favor, acudamos a Dios.
El problema del mal
Hoy como ayer, el mal se pasea por el mundo y sigue cobrando sus víctimas. El mal, en
sus variadas formas, continúa siendo el escándalo, origen de muchos «porqués»: ¿Por
qué triunfan los injustos, los opresores, los sanguinarios, los mentirosos?... ¿Por qué
consiente Dios estos desórdenes?... Quien ha experimentado a Dios sabe hacer del mal
incluso motivo de súplica, cuyo exponente más elocuente y doloroso es el «porqué» de
la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mc 15,34). De la cruz
nace la firme convicción de que Dios nunca abandona a sus testigos. Fijos los ojos «en
aquel que soportó la contradicción de parte de los pecadores» (Heb 12,3), queremos
resistir al mal con el bien, sabedores de que el vencedor no sufrirá el daño de la muerte
segunda.
La justicia divina, un escudo protector
Ciertamente que Dios distingue entre el inocente y el culpable, ¡y esto es justicia! El
salmista espera sobre todo que Dios le muestre su rostro propicio y le conceda arrimo.
La solidaridad personal entre el salmista y «su Dios» le obliga a fiarse y confiarse
plenamente en Dios, el único fiel a su palabra. La justicia de Dios es fidelidad,
misericordia, gracia..., que motivan la confianza. En los tiempos presentes, en los que
Dios ha manifestado su justicia (Rm 3,25) y su fidelidad está marcada por el sí rotundo
de Cristo (2 Cor 1,20), los cristianos podemos -con mayor razón que el salmista-
acogernos a Él con júbilo eterno porque su favor nos rodea como un escudo.
Resonancias en la vida religiosa
Los que gritan a Dios en la amenaza: Hay momentos en que necesitamos la presencia
de alguien que escuche las confidencias de nuestro corazón. No quisiéramos esperar. La
mañana misma, tiempo de gracia, nos brinda la oportunidad. En esta mañana, Dios es
nuestro confidente. Mas ¿qué nos inquieta ya al amanecer para lanzarle nuestros gritos
de socorro?
El imperio de las tinieblas nos cerca y hasta busca solapadamente nuestra complicidad:
el imperio de la arrogancia que destruye la igualdad cristiana en nuestra fraternidad, el
ámbito de la maldad y malevolencia, que infiltra en nuestros actos un anónimo malestar,
el mundo de la traición o la quiebra de nuestra fidelidad y confianza mutua, que
desgarra el ambiente de sinceridad. Nuestra lengua puede ser el instrumento de un
sepulcro abierto.
La comunidad está amenazada. A través de nuestros miembros el mundo de la
perversión, de la mentira, de la arrogancia, ejerce un poder diabólico sobre nosotros.
¿No es éste motivo suficiente para gritar a nuestro Dios?
El no ama la maldad, derriba la arrogancia, destruye la mentira, hace fracasar con la
muerte de Jesús cualquier intento prometéico del hombre. Por eso, Dios puede
restaurarnos, guiarnos con su justicia, allanar el camino accidentado de nuestra
comunidad. La protección del Señor nos debe llenar de gozo. Él expulsará todo aquello
que nos destruya y aniquile.-

Oración

Cántico   1Cro 29, 10­13   Sólo a Dios honor y gloria
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo (Ef 1,3)

Bendito eres, Señor,
Dios de nuestro padre Israel,
Por los siglos de los siglos.

Tuyos son, Señor, la grandeza y el poder,
la gloria, el esplendor, la majestad,
Porque tuyo es cuanto hay en cielo y tierra,
tu eres rey y soberano de todo.

De ti viene la riqueza y la gloria,
tú eres Señor del universo,
en tu mano está el poder y la fuerza,
tú engrandeces y confortas a todos.

Por eso, Dios nuestro,
nosotros te damos gracias,
alabando tu nombre glorioso.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. 
Monicion
Próximo ya a su muerte, David congrega al pueblo y, después de anunciarle las grandes
riquezas que ha reunido para el futuro templo, exhorta a los israelitas a que contribuyan
también con sus dones a la edificación de una morada digna de Dios. El pueblo ofrece,
entonces, con generosidad sus presentes, y el rey entona este himno, en el que confiesa
que, si las riquezas ofrecidas han sido muchas, el mismo Señor es la fuente de ellas y de
todo bien; por tanto, todo lo que el pueblo ha ofrecido era ya propiedad de Dios.
Utilicemos hoy este cántico para ofrecer nuestro día y nuestras obras al que es dueño
supremo de todo. Todo el bien que hay en nosotros proviene de Dios, como lo decía ya
san Ignacio de Loyola, en la bella plegaria que podría ser un buen comentario a este
cántico: «Recibe, Señor, mi libertad, acepta mi memoria, mi inteligencia, mi voluntad;
todo lo que tengo o poseo, tú me lo diste; a ti te lo devuelvo todo, y todo lo pongo a tu
disposición»

Explicación
Introducción general
El libro de las Crónicas, escrito quizá en los primeros días del cisma samaritano, tiene la
doble finalidad de instruir y de edificar a sus lectores. Para ello elabora una historia de
la teocracia. Al autor le interesa el pasado en cuanto que fundamenta la vida judía del
presente: la Ley, las instituciones -centradas en el culto y en el sacerdocio jerarquizado
de Jerusalén-, la esperanza que gira en torno al Mesías Davídico, etc. David, en efecto, y
con él la monarquía, es el elegido de Dios para instaurar su reino, cuya capital será
Jerusalén, más propiamente el templo de Jerusalén. Podemos pensar que la labor del
Cronista no respeta la objetividad de los hechos, pero nos ha legado un pasado abierto a
Aquel que de hecho instaura el Reino y es el fundamento sólido de una teocracia
imperecedera.
En la recitación del Cántico se pueden distinguir dos momentos: proclamación de la
bendición:«Bendito eres, Señor..., el esplendor, la majestad» (vv. 10-11a), y motivos de
la bendición: «Porque tuyo es cuanto hay en el cielo... alabando tu nombre glorioso»
(vv. 11b-13).
La grandeza del «Dios derrotado»
A pesar de que el pueblo acaba de sufrir la prueba del destierro, y de que en el momento
presente se enfrenta con grandes dificultades, el Cronista recurre al viejo título de
Yahwéh: es GRANDE, y engrandece a todos. Es tanto como confesar único y absoluto a
su «Dios derrotado», pero en cuyo favor habla la historia pasada. Una confesión
aleccionadora que se da la mano con la confesión del centurión de Marcos: «Al ver que
había expirado de esa manera dijo: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios"»
(Mc 15,39). En el Cristo crucificado se confiesa al Dios presente, al «gran sacerdote»
que se adentró en la intimidad divina a través de su carne destruida (Heb 4,14). En él
habita corporalmente la plenitud de la divinidad. Gracias a la derrota de Jesús tenemos
«plena seguridad de entrar en el santuario», con tal de que «nos mantengamos firmes en
la fe que profesamos». Así es como Dios nos engrandece.
Sólo a Dios honor y gloria
El peso de un ser en la existencia define su importancia; el respeto que inspira, su gloria.
La riqueza y poder del rey, por ejemplo, proclaman el esplendor de su reinado. Es una
gloria que irradia majestad y distancia al rey del común de los mortales. Referir la gloria
a Dios, por el contrario, es hablar de su manifestación para permanecer entre los
hombres. Tanto más cuanto la revelación de la gloria correrá a cargo del siervo. Cuando
a Jesús, en efecto, se le encomienda el oficio de Siervo viene y reposa sobre él la gloria
de Dios. Levantado sobre la tierra, ofrece a la mirada de todos el misterio de su YO
SOY divino. En ese momento Dios glorificó a su Siervo Jesús. Es decir, en Jesús se
hace presente el ingente peso de Dios, a la vez que se inicia la transformación del
hombre a su imagen «de gloria en gloria». Busquemos esa gloria imperecedera, que el
resto es vana-gloria.
Una riqueza oculta
La vida y riquezas de David están en función del templo y del Dios que lo habita, así
pensaba el Cronista. Con esto queda afirmado un valor mayor: Dios es soberano de
todo, de Él viene la riqueza y la gloria. Es un lenguaje doblemente valioso aún hoy:
nosotros conocemos la superabundancia de la riqueza escondida en Cristo (Ef 3,8); por
ella estimamos todo basura con tal de lucrar a Cristo (Flp 3,8). Quien a Cristo se acerca
no tendrá ya hambre ni sed: Dios le colma sin que se desee nada ni se envidie a nadie.
Justamente por ello habrá aprendido del que siendo rico se hizo pobre que «hay más
dicha en dar que en recibir» (Hch 20,35). Iniciemos nuestra jornada ofreciendo a Dios y
a los hermanos cuanto somos y tenemos.
Resonancias en la vida religiosa
Entusiasmados porque «sólo Él es grande»: El entusiasmo, el ansia de vivir, la sonrisa
humana ante el éxito y el triunfo quedan potenciados cuando en ellos se transparenta el
Misterio infinito.
Como David, portavoz de su pueblo, nosotros, comunidad de la Iglesia, confesamos que
«la riqueza y la gloria vienen de Él», que «en sus manos está la fuerza y el poder», que
«sólo Él es grande». Cuando nuestra riqueza transparenta la inconmensurable riqueza de
Dios, queda divinizada y adquiere una maravillosa ductilidad y eficacia en sus manos.
Bendecir y adorar el nombre glorioso del Señor es transparencia. Mas no como los
cortesanos aduladores y descomprometidos, sino como aquellos servidores que sitúan y
verifican la grandeza, el poder, la gloria en donde Jesús la situó y verificó: en el servicio
desinteresado a los necesitados, en la proclamación del evangelio, en el empeño por
hacer nacer un mundo y una humanidad nueva.
No hagamos de nuestra oración un puro movimiento de labios. Nuestra conducta
cristiana y religiosa será el reflejo de su gloria.--

Salmo 28   Manifestación de Dios en la tempestad
Vino una voz del cielo que decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi
predilecto» (Mt 3, 17)

Hijos de Dios, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor,
postraos ante el Señor en el atrio sagrado.

La voz del Señor sobre las aguas,
el Dios de la gloria ha tronado,
el Señor sobre las aguas torrenciales.

La voz del Señor es potente,
la voz del Señor es magnífica,
la voz del Señor descuaja los cedros,
el Señor descuaja los cedros del Líbano.

Hace brincar al Líbano como a un novillo,
al Sarión como a una cría de búfalo.

La voz del Señor lanza llamas de fuego,
la voz del Señor sacude el desierto,
el Señor sacude el desierto de Cadés.

La voz del Señor retuerce los robles,
el Señor descorteza las selvas.
En su templo un grito unánime: «¡Gloria!»

El Señor se sienta por encima del aguacero,
el Señor se sienta como rey eterno.
El Señor da fuerza a su pueblo,
el Señor bendice a su pueblo con la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. 

Monicion
La contemplación de una furiosa tempestad, calificada hasta siete veces en este salmo
como voz del Señor, eleva el alma del salmista hasta el trono mismo del Señor, que
está encima del aguacero. A nosotros este salmo, situado al comienzo del primer día
laborable de la semana, nos invita a contemplar la creación -y el mismo trabajo, con sus
éxitos- como sacramento manifestativo de la grandeza de Dios.
Es muy posible que este salmo sea como la réplica de Israel a un antiguo himno al dios
de la tempestad; en este contexto, nos puede servir de respuesta ante las frecuentes
tempestades de nuestro mundo, que pretende divinizar y absolutizar sus propios triunfos
y progresos. Del mismo modo que el salmista proclamaba que Dios estaba por encima
de la grandiosa tempestad, que a los ojos de muchos de sus contemporáneos era un dios,
así nosotros proclamamos que cuanto de grandioso hace el hombre es simplemente
la voz del Señor, que ha dado tal poder a sus criaturas, e invitamos a toda la creación a
aclamar, junto con nosotros, en el templo de Dios: «Gloria al Señor».

Explicación
Introducción general
Este viejo salmo que celebra al Dios de la tempestad está lleno y unificado por la
presencia de Dios. Un movimiento interno presenta el «poder divino» con la siguiente
gradación: En la introducción, como algo que recibe de los «hijos de Dios» (dioses
inferiores); en el cuerpo del salmo Dios ostenta el poder en propiedad y lo manifiesta en
la vehemencia de los siete truenos («voz de Dios») espaciados; en la conclusión, se lo
dona a su pueblo. En medio de este poder transcurre la «gloria de Dios», que «los hijos
de Dios» deben reconocer y el pueblo proclama.
El salmo tiene tres partes distintas que conviene tener en cuenta a la hora de
rezarlo: Invitación a la alabanza: «Hijos de Dios... en el atrio sagrado» (vv. 1-
2). Descripción de la tormenta: «La voz del Señor sobre las aguas... un grito unánime:
Gloria» (vv. 3-9). Conclusión inclusiva: «El Señor se sienta... como rey eterno» (v.
10). Conclusión programática: «El Señor da fuerza... a su pueblo con la paz» (v. 11).
La presencia del Señor llena la tierra
El yahwista premonárquico que alaba a Dios en este salmo afirma la presencia de Dios
en tierras antiyahwistas: el Mediterráneo, el Líbano, el Antelíbano, el desierto sirio, etc.
Su presencia llena la tierra como las aguas el océano. Es una intuición sumamente
importante para un cristiano: «el Dios desconocido» deja de ser tal desde el momento en
que Dios puso su morada entre nosotros. Por otro lado, cuanto hay de bueno en la
humanidad es un signo de la presencia de Dios. En nuestra alabanza matutina unimos
los cuatro puntos cardinales y deseamos que todos los hombres reconozcan al único
Dios.
«¡Ojalá escuchéis hoy su voz!»
Más allá de la imagen «mítica» -Dios deja oír su imponente voz en la tormenta-, la
solemne teofanía del presente salmo sigue una invitación a escuchar la voz de Dios. Si
en otro tiempo habló desde la cumbre sinaítica para que su pueblo le obedeciera y
cumpliera sus mandamientos, en los tiempos finales nos ha hablado por medio de su
Hijo, a quien debemos escuchar o dar acogida. Su voz, cuyo eco ha llegado a toda la
tierra, es como un estruendo de cascadas numerosas, y es, a la vez, la voz íntima que,
por el Espíritu, grita en nuestro interior el inefable nombre del Padre. Escuchar hoy su
voz es descubrirlo en el entorno, sobre todo el personal, y convertirse en eco (trueno) de
ese rumor de aguas: ¡Saltan hasta la vida eterna!
«El poder es de nuestro Dios»
Un poder capaz de dominar las aguas destructoras, los árboles más engreídos, de sacudir
los montes -morada de los dioses- y de hacer revivir el desierto. Es un poder sobre todo
lo creado. Ese poder, creador y recreador, es el propio del Resucitado: «Me ha sido dado
todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18). Para quienes confesamos su nombre es
un poder liberador; sus oponentes, por el contrario, lo experimentarán como un poder
destructor. Por eso los creyentes contemplamos y esperamos el advenimiento del Hijo
vestido con «gran poder y majestad» (Lc 21,27): es el momento de nuestra liberación.
Pidamos ahora que nos conceda su fuerza para sacudir, dominar y vencer a tantos
antidioses como tenemos.
«Soli Deo gloria»

La gloria divina es la irradiación fulgurante de Dios. La creación entera está


marcada por las huellas de su gloria. Para Israel esa gloria es definitivamente
salvadora. Desde Jerusalén -circundada por la gloria divina- se irradiará a
todas las naciones. Todos vendrán a ver la gloria de Dios. Ahora que hemos
visto su gloria con el Hijo Unigénito del Padre, somos atraídos por Él. El Dios
que glorificó a su siervo Jesús, nos transforma en la imagen de su Hijo. ¡Ojalá
que la presencia de Dios inspire nuestra conducta para que los hombres
«glorifiquen a nuestro Padre que está en los cielos»! (Mt 5,16).
Resonancias en la vida religiosa
Si escuchas la voz de Dios: Contrasta este salmo con la sensación que se va imponiendo
en nuestra sociedad del «silencio de Dios». En la medida en que los hombres se van
haciendo más protagonistas de su destino y se sienten más autónomos, la voz de Dios
tiene menos ámbito de resonancia. ¿Cómo proclamar hoy que la voz del Señor es
potente, magnífica, que lanza llamas de fuego?
Si es que lamentablemente los hombres nos hemos creído la alternativa Dios-hombre,
resulta pensable la incompatibilidad entre ambos. Sin embargo, no es así: Dios es el
magnífico play back, el maravilloso fondo sinfónico en el que nuestras pobres melodías
adquieren valor y marco expresivo. Un mundo sin la voz de Dios es un mundo de gritos
desgarradores, de palabras malditas, de esbozos inconsistentes de intenciones de amor,
felicidad y paz.
Nosotros, hijos de Dios, que deseamos escuchar su voz, y a quienes su voz poderosa ha
arrancado de nuestra familia, posesiones, posibles proyectos, hemos de romper la
sordera de nuestro mundo. Porque hoy también la voz de Dios es ese trasfondo
ineludible de nuestra existencia. Y ni los orgullosos, ni los desolados, ni los rebeldes, ni
los hombres de piedra podrán resistir su voz.
Ratifiquemos hoy nuestra fe en la Palabra de Dios. Dejémonos doblegar, sacudir,
retorcer, descuajar por ella; y a través de esa alteración, que produzca en nuestra
existencia, alterará y transformará este mundo, que se ilusiona autónomo, porque sólo
percibe el silencio de Dios

VISPERAS
Salmo 10   El Señor, esperanza del justo
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque
ellos quedarán saciados (Mt 5, 6)

Al Señor me acojo, ¿por qué me decís: 
«Escapa como un pájaro al monte,
porque los malvados tensan el arco,
ajustan las saetas11 a la cuerda,
para disparar en la sombra contra los buenos?
Cuando fallan los cimientos,
¿qué podrá hacer el justo?»

Pero el Señor está en su templo santo,
el Señor tiene su trono en el cielo,
sus ojos están observando,
sus pupilas examinan a los hombres.

El Señor examina a inocentes y culpables,
y al que ama la violencia él lo odia.
Hará llover sobre los malvados ascuas12 y azufre,
les tocará en suerte un viento huracanado.

Porque el Señor es justo y ama la justicia:
los buenos verán su rostro.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. 

Monicion
Este salmo es un diálogo entre los amigos del salmista, pusilánimes y alarmados, y el
propio salmista que, confiando en Dios, nada teme. En Israel, aparentemente, la fe
mengua y las costumbres se corrompen; de ahí la actitud decaída de los amigos del
salmista, de ahí el consejo que sale de sus bocas: Escapa como un pájaro al monte,
porque, cuando fallan los cimientos, ¿qué podrá hacer el justo?
La situación de temor ante el arraigamiento del mal en el mundo se repite también en
nuestros días y puede constituir para muchos una gran tentación de desánimo; este
salmo nos invita a rechazar los consejos de los «profetas de desdichas» que ante
cualquier dificultad nos irán repitiendo: Cuando fallan los cimientos, ¿qué podrá hacer
el justo?
Que nuestra respuesta ante todo posible temor sea la misma que alentó la fe del
salmista: Al Señor me acojo, porque el Señor es justo y se complace en los justos, y por
ello estamos ciertos que, finalmente, los buenos verán su rostro.

Explicación
11
Flecha (proyectil).
12
Trozo de carbón, leña u otra materia combustible que arde sin dar llama.
Introducción general
El salmo 10 es un cántico de confianza con un fin didáctico. Quien aquí ora es un
perseguido que se refugia en el templo. La composición, por consiguiente, es pre-
exílica. El diálogo con los amigos ha sido transformado en un salmo, con abundantes
citas de lugares bíblicos conocidos, mediante el cual el orante intenta que los demás
sigan su ejemplo. La trasposición cristiana puede girar sobre la asistencia divina, sobre
la contemplación del rostro de Dios o sobre el Señor, juez de vivos y de muertos.
Quien se acoge a Dios no quedará confundido
El salmo se abre con una confesión de fe y posteriormente expone sus motivos: el
templo es el cielo inviolable en nuestra tierra; el Señor que lo habita conoce las
intenciones de los hombres, a quienes juzgará por sus obras. ¿Por qué huir? Dios no
abandona a quien pone su confianza en Él. En la hora del abandono, efectivamente, el
Padre estaba con Jesús, a quien no dejó en la sombra del Hades. Quien ahora cree en
Cristo puede ser perseguido, pero no está solo, sino que Cristo está con él todos los días.
Más aún, goza de la serena presencia del Padre y del Hijo, que han hecho morada en el
creyente. ¿Por qué huir? Nadie arrebatará nada de la mano del Padre.
Verán el rostro de Dios
Contemplar el rostro de Dios acaso sea cobijarse en su templo, o acogerse al Señor.
Expresado en futuro, pudiera significar experimentar la salvación que se espera. Pero el
futuro queda abierto a Aquel que nos ha manifestado el nombre de Dios por estar en el
seno del Padre. El conocimiento íntimo que el Hijo tiene del Padre provoca en Felipe
esta admirable reacción: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta» (Jn 14,8), sólo que
Jesús ya ha manifestado al Padre, y la identidad que tiene con Él, a los pequeños de este
mundo. Presupuesto este conocimiento, ya no es un espejismo ansiar la visión facial de
Dios: Es verdad, ahora caminamos en fe, no en visión (2 Co 5,7). Pero día llegará en
que veamos no confusamente, sino cara a cara, cuando conozcamos como somos
conocidos. Es el estado de bienaventuranza propio de los limpios de corazón.
Juzgará a vivos y a muertos
Las asechanzas de los malos no logran arrebatar del corazón del salmista su íntima
confianza. Él sabe que su Dios no está alejado. Al contrario, es el único que accede a las
profundidades del hombre: a los riñones y al corazón. Por ahora es conveniente que
crezca el trigo con la cizaña, hasta que llegue el día de la siega (Mt 12,24). Será el día
señalado para reunir el grano y aventar la paja. Lo que nos importa sobremanera es
permanecer unidos a Cristo, la vid plantada por el Padre. Quien ahora rechaza a Cristo
será tratado con más rigor que las impenitentes Sodoma y Gomorra, castigadas con
fuego y azufre por la corrupción de sus habitantes; estas ciudades tendrán al menos la
excusa de que no vieron lo que nosotros podemos ver. Quien, por el contrario, se
mantiene fiel, puede descansar de sus fatigas porque sus obras le acompañan. ¡Es
tremendo caer en las manos de Dios vivo, que juzgará a vivos y a muertos!
Resonancias en la vida religiosa
¿Cómo contemplar el rostro de Dios?: Somos Templo de Dios, construido con las
piedras vivas y engarzadas de nuestras personas sobre el fundamento, que es Cristo. El
amor, difundido en nuestros corazones por el Espíritu, hace inviolable nuestra
comunidad religiosa. Aunque haya personas interesadas en herirnos o en disparar desde
la sombra contra nosotros, aquí en la comunidad -santuario de Dios- encontraremos
acogida y refugio.
Las amenazas contra la vida religiosa se multiplican hasta tal punto que incluso en el
interior del Santuario se agazapan los enemigos. Y cuando éstos se presienten, en
momentos especialmente difíciles, se nos puede ocurrir escapar, evadirnos, marchar a
otro lugar «como un pájaro al monte», abandonar la comunidad. Pero el salmista nos
indica que el Dios del cielo es el Dios presente en nuestro Templo comunitario, fuerza
inconmovible para quien se acoge a Él.
Debemos construir la comunidad en el amor y en la justicia. Vivir así es ya contemplar
el rostro de Dios aquí en la tierra, visibilizado en el sacramento de la comunidad.

Oración
A ti nos acogemos, Dios protector de los justos, aunque fallen los cimientos
de la tierra, porque Tú eres justo y amas la justicia. Confesamos que Tú estás
con nosotros, que tu nombre ha sido invocado sobre nosotros y que, así
como no dejaste a tu justo experimentar la corrupción, tampoco abandonas a
quienes buscan tu serena presencia. No permitas que nada ni nadie nos
arrebate de tu mano protectora. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.

Salmo 14   ¿Quién, es justo ante el Señor?
Os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo (Hb
12, 22)

Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda
y habitar en tu monte santo?

El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua,

el que no hace mal a su prójimo
mi difama al vecino,
el que considera despreciable al impío13
y honra a los que temen al Señor,

el que no retracta lo que juró
aun en daño propio,

13
Que no tiene o no siente compasión o piedad.
el que no presta dinero a usura14
ni acepta soborno contra el inocente.

El que así obra nunca fallará.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. 

Monicion 
El salmo 14 servía a los israelitas que se disponían a subir en peregrinación a Jerusalén
para examinarse sobre si eran o no dignos de acercarse al templo del Señor; ante la
pregunta de los peregrinos: ¿Quién puede hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte
santo?, los sacerdotes respondían recordando las condiciones requeridas para ofrecer a
Dios un culto que le sea agradable. En el nuevo Testamento Jesús promulga para sus
seguidores una doctrina muy parecida a la de este salmo: «Si, cuando vas a poner tu
ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti,
deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano» (Mt
5,23-24).
Este salmo, pues, escuchado al fin de la jornada, viene a ser como una invitación a la
reflexión sobre las acciones de nuestra jornada e incluso de toda la vida, al examen de
conciencia sobre nuestro comportamiento y a la consideración del significado mismo de
nuestra celebración y de nuestro culto. Que este texto nos ayude a la propia conversión,
en esta hora tan oportuna para el examen de nuestro día.
Es recomendable que este salmo sea proclamado por un salmista; si no es posible cantar
la antífona propia, la asamblea puede acompañar el salmo cantando alguna antífona que
aluda a la palabra de Dios como camino a seguir, por ejemplo: «Tu palabra, Señor», o
bien «Enséñame a seguir tus sendas, Señor».

Explicación 
Introducción general
Este salmo debió formar, originalmente, parte de un «ritual de entrada» en el templo del
Señor. Sin embargo, las condiciones enumeradas para acceder al templo no son rituales,
sino éticas. Lo que nos podría llevar a pensar en una «liturgia de la Ley». Aquí se trata
de ser huésped, comensal en la mesa del Señor, para lo cual se requiere una integridad
de vida, objetivada en los diez mandamientos enunciados en este salmo. De la
integridad de vida se deriva una consecuencia permanente.
Para resaltar el carácter sapiencial del presente salmo se recomienda la siguiente forma
de salmodia:
Salmista 1.º, Cómo acercarse al santuario: «Señor... en tu monte santo?» (v. 1).

14
Práctica que consiste en cobrar un interés excesivamente alto por un préstamo.
Presidente, Enumeración de las condiciones: «El que procede honradamente... ni
acepta soborno contra el inocente» (vv. 2-5b).
Asamblea, Consecuencia: «El que así obra nunca fallará» (v. 5c).
Sois familiares de Dios
El bien supremo para el israelita es ser comensal de Dios; tener parte en la mesa donde
Dios asegura su protección y bendición. Semejante aspiración pasa por un lavado
integral del hombre. Es decir, el hombre ha de estar dispuesto a «desvestirse» y a
«revestirse», a desprenderse de la propia vida para que Otro se la entregue renovada.
Entre ambas acciones se sitúa el servicio. Quienes aparecen «pecadores» ante la
ortodoxia judía, pueden ser llamados a la mesa, mientras los hijos del Reino se excusan
de acudir. Lo realmente importante para el cristiano es que ya no es extraño ni forastero,
sino conciudadano de los santos y familiar de Dios (Ef 2,19). Para él vale la
bienaventuranza evangélica: «¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios!» (Lc
14,15).
El mandamiento principal
Las condiciones que ha de observar quien busca la familiaridad divina son los
mandamientos éticos derivados de la alianza. Es la misma moral vigente en el Nuevo
Testamento, sellado con la sangre de Cristo: «Si me amáis, guardaréis mis
mandamientos». Ahora bien, los mandamientos son una explicitación del mandamiento
principal, del que pende toda la ley y los profetas, y que versa sobre el amor a Dios y al
prójimo; ambos han de ser amados con la totalidad del ser y del poseer, con un amor
indiviso. De esta forma se comportó Jesús al poner en práctica el axioma del amor:
«Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13). En virtud de
esta conducta adquiere un apremio singular el mandamiento del amor: «Quien ama a
Dios, ame también al hermano» (1 Jn 4,21). Lo contrario es observar una conducta
mendaz.
Solidez del justo
En otros textos del salterio, Dios es la roca del orante. Aquí el mismo salmista alcanza
una firmeza tal que le impide resbalar con caída fatal. Las notas distintivas trazan un
cuadro supraindividual del justo, que es pintura perfecta aplicada a Jesús, a quien el
Padre hizo nuestra justicia, santificación y redención. Cristo es el ejemplo para todo
creyente, que vive en Cristo. Ya no se contentará con decir «Señor, Señor», sino que
hará la voluntad del Padre celestial: pondrá por obra la palabra oída, y no será oyente
olvidadizo de la misma. Este tal se «ha acercado al monte de Sión, a la ciudad del Dios
vivo..., a Jesús, mediador de la nueva alianza» (Hb 12,22). Tiene la solidez propia de la
ciudad permanente.
Resonancias en la vida religiosa
La comunidad que nunca fallará: El acceso a nuestra comunidad religiosa, porción
escogida del Santuario de Dios, exige de nosotros unas disposiciones éticas
imprescindibles.
Jesús así lo indicaba a quienes llamaba o a quienes se ofrecían al seguimiento, a entrar
en la comunidad del reinado de Dios.
El salmo nos pide honradez, justicia, lealtad, fidelidad a los compromisos, amor al
prójimo, respeto venerativo hacia los santificados, rechazo del mal, insobornabilidad,
desinteresada caridad. Estas actitudes recibieron una intensificación modélica en la
biografía de Jesús de Nazaret y se convirtieron en pautas de seguimiento para su
comunidad.
La comunidad construida sobre estas actitudes «nunca fallará».

Oración 

Señor Dios nuestro, que proclamas bienaventurado a quien toma parte en la


mesa de tu Reino; te damos gracias porque hoy nos has permitido, una vez
más, hospedarnos en tu tienda y habitar en tu monte santo; porque nos has
hecho ciudadanos de los santos y familiares tuyos. Concédenos que nuestras
obras sean un claro testimonio de nuestra ciudadanía. Por Jesucristo nuestro
Señor. Amén.
Cántico.  Ef 1,3­10   El  Dios salvador
 
Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.
Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. 

Monición
En una célebre carta de Plinio, gobernador de una de las provincias romanas, al
emperador Trajano, se describe a los cristianos como un grupo de hombres que, «en un
día determinado, se reúnen y entonan un himno a Cristo, como a su Dios». De hecho, en
los libros del Nuevo Testamento encontramos algunos fragmentos que, muy
probablemente, son los himnos a los que se refería Plinio. San Pablo, en más de una
ocasión, exhorta a los fieles a que, además de los salmos, entonen «himnos espirituales»
a Dios. Uno de estos «cantos» es, sin duda, el presente fragmento de la carta a los
Efesios.
Nuestro «himno espiritual», que, como quiere el Apóstol, vamos a añadir a los salmos
que hemos cantado, contiene cuatro bendiciones o alabanzas a Dios Padre, porque:
1) Ya antes de crear el mundo, nos ha bendecido, contemplándonos como formando un
solo cuerpo en la persona de Cristo.
2) Porque esta predestinación se ha realizado de una manera admirable: ha hecho de
nosotros hijos suyos.
3) Porque esto es consecuencia de su sabiduría y prudencia infinitas: es por la sangre
de Cristo que nos ha perdonado nuestros pecados.
4) Porque, finalmente, por esta su intervención, Dios nos ha revelado el plan de
salvación oculto al principio: recapitular en Cristo, a través de su infinita perfección,
todas las deficiencias que, por culpa nuestra, pudieran tener los hombres y toda la
creación.
Que los sentimientos de gratitud expresados en este himno sean, pues, el tema de
nuestra alabanza y que, por nuestra fidelidad a la Iglesia, contribuyamos también
nosotros al pleno cumplimiento de la obra de Cristo.

Explicación
Introducción general
La alabanza es la respuesta del hombre al Dios que se manifiesta salvando o revelando
su misterio. El autor de Efesios bendice a Dios porque nos ha descubierto su misterio.
El himno presenta esta composición: el enunciado de la bendición se desarrolla en tres
movimientos que abarcan todo el arco temporal y la acción trinitaria:
-- Pasado: El Padre, que elige y predestina (vv. 4-6a).
-- Presente: El Hijo, que da la gracia y perdona los pecados (vv. 6b-7).
-- Futuro: El Espíritu Santo, que inicia en el misterio (vv 8-9).
Bendecidos en el Bendito
La maldición de la tierra y la dispersión de las razas son suplantadas por la bendición:
quienes acepten al «Bendito» de Dios serán bendecidos. El símbolo patriarcal y el
monarca davídico ceden el puesto al único Bendito entre los hombres. Cristo es el lugar
en el que hemos obtenido la bendición. Se trata del Cristo que habita en los cielos
altísimos, donde el mal ya no tiene cabida. Las raíces de nuestra existencia están
saneadas por la bendición que hemos recibido en el Bendito. No es otra que la
comunicación del Espíritu, quien «infunde calor de vida en el hielo».
Nos ha elegido el Amor
Dios ama cuando Israel es todavía niño. Antes de que el hombre pueda alegar un mérito
propio, Dios muestra su amor. Aun después lo único que puede alegar el hombre es su
propia indigencia. La historia del amor de Dios con los cristianos es pretemporal y
premundana: en el principio existía el Amor y el Amor era nuestro hogar. En la remota
aurora pretemporal, Dios nos quiso hijos en su Hijo (Rm 8,14-15). La transformación
que ha emprendido en nosotros, hasta que la imagen de su Hijo esté plenamente
grabada, llegará a ser «santidad», en la presencia de Dios, cuando triunfe el Amor.
Bendigamos a Dios, que nos ha concedido esta gracia inicial en Cristo.
¡Hemos sido liberados!
La liberación, abundantemente cantada en el AT, pasa al Nuevo con una transportada
melodía. El amado no es tanto la colectividad cuanto un ser singular: Jesucristo. En El
se remansó todo el amor benevolente del Padre y se hizo historia nuestra, por cuanto
que Dios nos ama como ama a Cristo (Jn 17,23). Esta historia vivida por Jesús tiene
tintes de sangre: de tal suerte nos ha amado Dios que entregó a su Hijo (Jn 13,16), y
vivida por el hombre se traduce en la libertad de quien se sabe perdonado. ¡Cristo es
nuestra liberación!, por ello alabamos a nuestro Padre.
Dios desvela su misterio
La historia humana tiene un sentido imperceptible al humano saber, pero manifiesto a
quien Dios se lo revela. Cuando el tiempo llegó a su plenitud hemos podido comprender
que las distintas edades de la historia se encaminaban hacia el «punto cero» que es
Cristo, y desde aquí maduran en el «punto omega», que es igualmente Cristo. El mundo
disgregado por el pecado ha encontrado, por fin, su vínculo de unión -Cristo-, que será
su plenitud cuando lo creado sea exaltado con Cristo. Tal es el misterio escondido en el
pasado. Para poder comprender necesitamos que nos ilumine la sabiduría y
la prudencia procedentes de lo alto. A la vez que alabamos al Padre de las luces,
pidámosle que la «Luz penetre en nuestras almas». Que Ella nos conduzca a la plenitud
del misterio de Dios.
Resonancias en la vida religiosa
Raíces de nuestra identidad: Nuestra identidad arraiga en el misterio insondable de
Dios. Emanamos como personas y como comunidad de su misteriosa actividad creadora
y liberadora. Dios Padre nos ha dado la vida, la Vida que es Cristo para vivificarnos y
liberarnos definitivamente del reino de la corrupción y de la muerte. Dios Padre da una
impronta de valor infinito a esa vocación y con-vocación que nos ha reunido aquí en
comunidad; porque la llamada escuchada por cada uno de nosotros no era sino la
Palabra, vocadora y con-vocadora del Padre, Jesús, y no, nuestros gustos, apetencias o
inclinaciones.
Dios Padre conoce la desviación pecadora de nuestra existencia y nuestro extravío
permanente. Él nos ha perdonado a través de la actitud perdonadora del Señor
Crucificado, dando así un nuevo relanzamiento a la vocación original.
Dios Padre nos ha comunicado su Espíritu para que conozcamos y saboreemos el
secreto del mundo, derrochando con nosotros su encantadora benevolencia.
Elegidos por el Padre en la Palabra, restaurados en el perdón, alentados en el Espíritu,
glorifiquemos y alabemos el Misterio de Dios, seamos santos e irreprensibles ante Él
por el amor.
Oracion

e bendecimos, Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, por que has tenido a
bien suprimir la maldición que pesaba sobre la tierra y congregar a todos los
hombres en Cristo Jesús, tu Hijo Bendito. Que tu bendición llegue hasta los
confines del orbe para que todos los hombres reciban el Espíritu de la
Promesa. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

MARTES
LAUDES
Salmo 23   Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre,
sube al cielo (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
 
–¿Quién puede subir al monte del Señor? 
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

–El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

–Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

¡Portones!, alzad los dinteles15,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

–¿Quién es ese Rey de la gloria?
–El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra. 

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

–¿Quién es ese Rey de la gloria? 
–El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria. 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. 

Monicion
Una solemne procesión avanza hacia el templo, llevando quizá consigo el arca de la
alianza. En esta procesión de Dios con su pueblo hacia el lugar santo, se alternan los
cantos a la grandeza de Dios y a la santidad que debe adornar al pueblo que lo
acompaña: Del Señor es la tierra y cuanto la llena, él la fundó, él la
afianzó; pero, ¿quién puede subir, acompañando a Dios, al monte del Señor?, ¿quién
puede estar en el recinto sacro?
Al llegar ante el templo, la procesión se detiene. Unos momentos de expectación ante
las puertas cerradas, para contemplar la grandeza de Dios y sus victorias, ayudarán a
que la entronización del arca sea más apoteósica: ¡Portones!, alzad los dinteles, va a
entrar el Rey de la gloria, el Señor, héroe de la guerra.

15
elemento horizontal que se encuentra en el sector superior de las ventanas, las puertas y otras
aberturas, cuya función es resistir las cargas
Es éste un salmo muy apto para empezar la oración de la mañana. En esta hora, Cristo,
saliendo del sepulcro como Señor, héroe de la guerra, Dios de los ejércitos, Rey de la
gloria, verdadera arca en la que reside toda la plenitud de la divinidad, entró
definitivamente en el templo de la gloria; en esta hora, la Iglesia, iluminada por el
triunfo de su Señor, emprende nuevamente la ruta de un nuevo día que le acercará al
triunfo definitivo de la Parusía, en la que ella también entrará en el templo de Dios.
Nosotros, pues, cuerpo de Cristo en la tierra, avanzamos acompañando al Señor que, por
su resurrección, subió a lo más alto de los cielos: cada día es un nuevo paso de esta
procesión. Pero, antes de empezar nuestra jornada, al mismo tiempo que recordamos la
victoria del Rey de la gloria, debemos preguntarnos a nosotros mismos: ¿Quién puede
subir al monte del Señor? Que las acciones del nuevo día nos hagan dignos de
acompañar al Señor que asciende a lo más alto de los cielos.

Explicacion
El salmo 23 es, posiblemente, un formulario litúrgico compuesto para los peregrinos
que se dirigen al templo con ocasión de la fiesta de los Tabernáculos. En un primer
acercamiento se constata la siguiente composición: una pieza hímnica que alaba al Dios
creador, una reflexión sapiencial sobre la integridad del hombre (sólo el justo puede
acercarse a Dios) y una nueva composición hímnica cuyo tema es Dios-Rey. Esta
división heterogénea adquiere su unidad si consideramos que el Señor del universo y el
Dios de la gloria es el Dios que pide integridad a quienes creen en Él.
Himno al vencedor de las aguas
Las tumultuosas aguas de los mares y los ríos son potenciales enemigos de lo creado.
Pero he aquí que la voz de Dios triunfó sobre las aguas caóticas y echó sólidos
fundamentos a la tierra. Es una acción que permite ver en Dios al salvador de su pueblo
«ante la furia del opresor» (Is 51,13). ¿Dónde está el furor del opresor? (Is 45,18). Ha
sido abatido por Cristo, que holló las aguas, ante cuya voz amainaron los vientos y las
olas (Lc 8,24). Mas un río de agua viva brota del trono de Dios y del Cordero. Quienes
se postran ante el Señor de los mares podrán beber gratuitamente del manantial del agua
de la vida.
«Señor, ¿quién puede acudir a tu templo?»
Si Dios es tan poderoso que pone puertas al océano destructor, ¿no se sentirá el hombre
aplastado por una fuerza tan ingente? ¿Quién podrá habitar en el monte de su morada?
Sólo quien piensa, habla y obra rectamente con relación a su prójimo pertenece al
verdadero Pueblo de Dios. Esto es valedero ante todo para el cristiano que ha de amar a
Dios y al prójimo con un mismo e indiviso amor. Quien así ama es auténtico pueblo de
Dios y su corazón es tan puro que un día verá a Dios: cuando Dios y el Cordero sean
Santuario donde no tienen cabida los «cobardes, los incrédulos, los abominables, los
asesinos, los impuros, los hechiceros, los idólatras y todos los embusteros» (Ap 21,8).
¿Quién es el Rey de la gloria?
Dios, victorioso en mil batallas, patentiza su «Yo soy» obrando en la historia. El Pueblo
ha de descubrirlo en la historia personal y comunitaria. Descubrirlo, decimos, porque el
«Rey de la gloria» pasó tan desapercibido a los ojos de los príncipes de este mundo, que
no lo conocieron y lo crucificaron; a pesar de que había hecho su entrada en la capital
del Reino con los atavíos monárquicos (Mt 21,5ss). Aún continúa viniendo nuestro
soberano: «Rey de reyes y Señor de señores». Su venida y realeza ha iluminado las
imágenes del Viejo Testamento. Ahora debemos contemplar el nuevo Templo de Sión,
«cuya amplitud llena toda la tierra».
Resonancias en la vida religiosa
¡Somos del Señor!: El recinto sacro de Dios, que nos reveló Jesús, es todo el mundo, allí
donde hay «espíritu y verdad». Él está presente y actuante en toda la creación. Todos los
hombres le pertenecemos: él nos creó, nos rescató con la sangre de su Hijo. ¡Somos
pertenencia de Dios! Y en todo lugar hemos de reconocerlo para vivir en la verdad.
Nosotros, consagrados, estamos llamados a simpatizar existencialmente con el mundo
consagrado por la presencia de Dios. Mas también a luchar contra las profanaciones
constantes de su presencia. No son profanaciones rituales, culturales, sino vitales: la
profanación que emana de la idolatría, del dinero, del sexo, de la libertad y del olvido de
que lo que somos y tenemos es del Señor. «En la vida y en la muerte somos del Señor».
Debemos crear ámbitos de transparencia de Dios en nuestro mundo con nuestra
capacidad de relativizar lo relativo, ton nuestra búsqueda incesante de Dios. Que los
hombres puedan decir de nosotros: «¡Éste es el grupo que busca al Señor!», y nosotros
invitemos a los hombres a alzar sus ojos, porque el Señor los visita allí donde están.
Nuestra vida es la confesión de la absoluta trascendencia y soberanía de Dios, que se
transparenta en la inmanencia de nuestra historia, de la aparentemente ambigua historia
de nuestro mundo.-

Cántico  Tb 13, 1­10a   Dios castiga y salva
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en
su gran misericordia nos ha hecho nacer de nuevo para
unaesperanza viva (1P 1, 3)

Bendito sea Dios, que vive eternamente,
y cuyo reino dura por los siglos:
él azota y se compadece,
hunde hasta el abismo y saca de él,
y no hay quien escape de su mano.

Dadle gracias, israelitas, ante los gentiles16,
porque él nos dispersó entre ellos.
Proclamad allí su grandeza,
ensalzadlo ante todos los vivientes:
que él es nuestro Dios y Señor,
nuestro padre por todos los siglos.

16
Que adora a dioses que, desde la perspectiva de alguna de las tres religiones monoteístas
(cristianismo, judaísmo e islam), se consideran falsos.
Él nos azota por nuestros delitos,
pero se compadecerá de nuevo,
y os congregará de entre las naciones
por donde estáis dispersados.

Si volvéis a él de todo corazón
y con toda el alma,
siendo sinceros con él,
él volverá a vosotros
y no os ocultará su rostro.

Veréis lo que hará con vosotros,
le daréis gracias a boca llena,
bendeciréis al Señor de la justicia
y ensalzaréis al rey de los siglos.

Yo le doy gracias en mi cautiverio,
anuncio su grandeza y su poder
a un pueblo pecador.

Convertíos, pecadores,
obrad rectamente en su presencia:
quizá os mostrará benevolencia
y tendrá compasión.

Ensalzaré a mi Dios, al rey del cielo,
y me alegraré de su grandeza.
Que todos alaben al Señor
y le den gracias en Jerusalén.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. 

Monicion
Compuesto por un piadoso israelita que vive en la diáspora, el cántico de Tobit quiere
ser una exhortación a la fidelidad, ante la seducción de las costumbres paganas, y una
invitación a la esperanza, ante los sufrimientos a que el pueblo de Dios se ve sometido
por los habitantes del lugar.
Con la dispersión, fuera de Palestina, han llegado horas amargas, pero Dios azota y se
compadece. La diáspora entre gentes que no comparten la fe de Israel es motivo de
sufrimiento, pero este sufrimiento es fecundo y lleva a Israel a realizar una misión
evangelizadora del pueblo opresor: Proclamad ante los gentiles la grandeza de Dios.
Además, la hora del sufrimiento es momento de examen (Dios nos azota por nuestros
delitos) y de esperanza (si volvéis a él de todo corazón, él volverá a vosotros y os
congregará de entre las naciones por donde estáis dispersados).
También hoy el pueblo de Dios vive una nueva diáspora en un mundo que no comparte
nuestra fe cristiana; también la Iglesia debe ser evangelizadora de quienes desconocen
el rostro de Dios revelado por Cristo; también nosotros hemos sido infieles y
merecemos el azote de nuestro Padre; también el nuevo Israel está llamado a la
esperanza... Por ello, el cántico de Tobit puede ser nuestra oración: Dios nos azota, pero
se compadecerá de nosotros; Dios nos azota, pero, si volvemos a él, nos
congregarádefinitivamente en su reino escatológico de entre las naciones por donde
estamos dispersados; Dios nos dispersó entre las naciones, pero para que, con nuestra
fe y nuestra esperanza, proclamemos ante los gentiles la grandeza de Dios.

Explicación
Introducción general
La composición de la «novela ejemplar» que es el libro de Tobías, tiene lugar en el siglo
III antes de Cristo. El judaísmo de la diáspora occidental pudo ser la cuna del libro.
Abundan en el mismo las enseñanzas sapienciales. La esperanza escatológica, por su
parte, tiene una buena cabida al final del libro. En esta parte última, a la que pertenece el
capítulo 13, resuena el «Libro de la Consolación» de Isaías: los judíos dispersos vuelven
sus ojos hacia Jerusalén, su metrópoli espiritual, llamada a ser la capital del mundo
entero.
El cántico puede dividirse en cinco estrofas, y en el rezo comunitario es recomendable,
para resaltar la fuerza de los imperativos y exhortativos, que cada estrofa sea
proclamada por un salmista, dejando la última para el presidente de la asamblea: vv. 1-
3, 4-5, 6-7, 8 y 9-10.
El poder de Dios
Tanto en el pasado como en las situaciones más desesperadas del presente -es el caso de
Tobías-, Dios es poderoso. El poder divino adquiere un relieve insospechado cuando la
imagen «hundir en el abismo y sacar de él» recibe un contenido nuevo. La omnipotencia
divina puede llegar hasta el país del olvido (Sal 88,13), del que nadie retorna. No es
mera posibilidad; es un hecho, primero ilustrado con signos, posteriormente con la
estremecedora realidad del Dios que «hace revivir, resurgir, ascender, despertar». Una
actuación que lleva a la Iglesia primera a confesar: «Dios resucitó a Jesús de entre los
muertos». Desde esa intervención divina, el cristiano nunca estará en una situación
desesperada: «la muerte ha sido devorada por la victoria». Bendecimos a Dios, que vive
eternamente, porque también nosotros viviremos con una vida semejante a la suya.
Volveré a la casa de mi Padre
El castigo sufrido por Israel fue medicinal: debía aprender en carne propia lo que era
alejarse de Dios y sufrir el anhelo del retorno, la búsqueda del rostro de Dios. En
verdad, Dios no está lejos de quienes le buscan. Como el padre que siente ternura por
sus hijos, nuestro Dios espera constantemente el retorno de los hijos que abandonaron la
casa paterna; siempre está dispuesto a besar efusivamente a quien vuelve y a festejarlo
con generosidad (Lc 10,11-31). «Si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con
Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos
salvos por su vida!» (Rm 5,10). Dios nos ha ofrecido todo. ¡Ahí está! Basta con que lo
queramos aceptar. Con un horizonte tal de esperanza, oremos por los pecadores.
Portadores del Evangelio
Los judíos de la diáspora reciben la invitación de dar gracias a Dios entre las naciones,
de anunciar la grandeza y el poder de Dios, de ensalzar al Rey del cielo para que las
gentes anuncien sus maravillas. Han de llevar la experiencia religiosa a los demás. En
parecida circunstancia nos hallamos quienes hemos contemplado el rostro de Dios y
continuamos en el seno del mundo. El mundo no comprenderá nuestra conducta, y
podrá impugnar la fe y la acción del creyente. En esta situación nos confortará Aquel
que venció al mundo. Por otra parte, el mundo entero es el destinatario de la Buena
Nueva. La diáspora eclesial ha de ser la luz del mundo, hasta que Dios se forme, de
todos los puntos de la tierra, el pueblo de los redimidos. Alabemos a Dios junto con la
Iglesia misionera.
Resonancias en la vida religiosa
Peregrinos y extranjeros en el mundo: «Vosotros no sois del mundo. Si fuerais del
mundo, el mundo amaría lo suyo». Partícipes del destino de todos los creyentes,
nosotros los religiosos resaltamos en nuestra forma de vivir esa común no-pertenencia al
mundo. Estamos en él, pero como peregrinos y extranjeros. Estamos en tierra extranjera,
alienados y rechazados por no pocos de quienes nos rodean.
No obstante, somos fáciles a las alianzas, rompiendo la fidelidad hacia Aquel que nos
llamó a la Patria de su Reino. La incoherencia de nuestra vida, la esquizofrenia que
existe entre lo que profesamos ser y lo que en realidad somos es nuestro mayor castigo.
A veces estamos hundidos, desesperados, azotados, disminuidos.
El cántico de Tobías nos invita a confiar en nuestro Dios, a darle gracias en este nuestro
destierro, a convertirnos de verdad a Él, pues aunque aparezcamos ante los demás como
anacrónicos, extraños, ese signo evangelizará a los demás como anuncio de la grandeza
y poder de Dios.
Confiemos en el Señor de nuestro destierro. «El no nos ocultará su rostro». Le daremos
gracias a boca llena y nos alegraremos en Él.—

Salmo 32   Himno al poder y a la providencia de Dios
Por medio de la Palabra se hizo todo (Jn l, 3)

Aclamad, justos, al Señor,
que merece la alabanza de los buenos.

Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas;
cantadle un cántico nuevo,
acompañando los vítores con bordones17:

que la palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.

La palabra del Señor hizo el cielo;
el aliento de su boca, sus ejércitos;
encierra en un odre18 las aguas marinas,
mete en un depósito el océano.

Tema al Señor la tierra entera,
tiemblen ante él los habitantes del orbe19:
porque él lo dijo, y existió,
él lo mandó, y surgió.

El Señor deshace los planes de las naciones,
frustra los proyectos de los pueblos;
pero el plan del Señor subsiste por siempre,
los proyectos de su corazón, de edad en edad.

Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.

El Señor mira desde el cielo,
se fija en, todos los hombres;
desde su morada observa
a todos los habitantes de la tierra:
él modeló cada corazón,
y comprende todas sus acciones.

No vence el rey por su gran ejército,
no escapa el soldado por su mucha fuerza,
nada valen sus caballos para la victoria,
ni por su gran ejército se salva.
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19
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.

Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo;
con él se alegra nuestro corazón,
en su santo nombre confiamos.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. 

Monicion 
 

SABADO
I VISPERAS

Salmo 140, 1­9   Oración ante el peligro
Por manos del ángel subió a la presencia de Dios el humo
de los perfumes, junto con las oraciones de los santos (Ap
8, 4)

Señor, te estoy llamando, ven de prisa,
escucha mi voz cuando te llamo.
Suba mi oración como incienso en tu presencia,
el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde.

Coloca, Señor, una guardia en mi boca,
un centinela20 a la puerta de mis labios;
no dejes inclinarse mi corazón a la maldad,
a cometer crímenes y delitos;
ni que con los hombres malvados
participe en banquetes.

Que el justo me golpee, que el bueno me reprenda,
pero que el ungüento del impío no perfume mi cabeza;
yo seguiré rezando en sus desgracias.

20
Persona que vigila o está en observación de alguna cosa.
Sus jefes cayeron despeñados21,
aunque escucharon mis palabras amables;
como una piedra de molino, rota por tierra,
están esparcidos nuestros huesos a la boca de la tumba.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Monición 
Tradicionalmente el salmo 140 es por antonomasia el salmo de la oración vespertina a
causa de la expresión suba el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde. Pero hay un
motivo más profundo que la simple cita literal de la tarde para hacer de este salmo la
oración del fin de la jornada: nuestro texto es la oración de un hombre que, tentado en
su fidelidad a Dios, quiere mantenerse firme, pero teme ante las acechanzas del
tentador: No dejes, Señor, inclinarse mi corazón a la maldad, guárdame del lazo que me
han tendido.
El fin de la jornada es un momento especialmente indicado para hacer la síntesis del día
y para ver hasta qué punto también nosotros, como el salmista, estamos rodeados de
continuas tentaciones que ponen en peligro nuestra fidelidad. Como el autor de nuestro
salmo, somos unos pobres perseguidos por el tentador; como nos recomendó ya el
Señor, nos es necesario «velar y orar para no caer en la tentación» (Mt 26,41), pues
nuestro enemigo, el diablo, constantemente nos incita a la infidelidad: No nos dejes,
Señor, caer en la tentación, en ti nos refugiamos, no nos dejes indefensos.
Explicación 
Introducción general
Este salmo 140, de difícil interpretación debido a la corrupción textual, tal vez sea la
lamentación de un israelita que vive la dispersión de Samaria después del 721 antes de
Cristo. Quien aquí ora pide a Dios que no le deje caer en la maldad de participar en ritos
21
Precipitar a una persona o cosa desde un lugar alto o precipicio
paganos (v. 4b), ni en los banquetes ofrecidos en honor de otros dioses (vv. 4d. 5d). Pide
un centinela en sus labios para no abjurar de su yahwismo (v. 3) y que sea castigado si
participa en banquetes paganos. La segunda parte de su petición está hecha de
imprecaciones contra los jueces (o jefes) (vv. 6-10), y compara su desesperada situación
con la de aquel cuyos huesos están al borde la tumba. No obstante, el salmista dirige su
mirada a Yahweh, de quien espera la salvación (vv. 7-9). En definitiva, la turbación del
orante parte de una fe tentada.
En el rezo comunitario, esta lamentación individual puede ser recitada por varios
salmistas, siguiendo la división estrófica:
Salmista 1.º, Petición de ayuda: «Señor, te estoy llamando... como ofrenda de la tarde»
(vv. 1-2).
Salmista 2.º, Los peligros de la tentación: «Coloca, Señor... rezando en sus desgracias»
(vv. 3-5).
Salmista 3.º, La hora del juicio para los malvados: «Sus jefes... a la boca de la tumba»
(vv. 6-7).
Salmista 4.º, El orante vuelve a Dios: «Señor, mis ojos... trampa a los malhechores»
(vv. 8-9).
La asamblea responde a cada estrofa: «En ti me refugio, no me dejes indefenso».
«No nos dejes caer en la tentación»
En los salmos de tragedia personal o nacional se elevan un sinnúmero de «¿por qué?».
Cuando el interrogante surge de las profundidades y se dirige a Dios, puede convertirse
en oración o arropar la tentación. En ese momento Dios tienta. Es la hora del camino
solitario. Se puede resolver en rebeldía, tentando a Dios, o en fidelidad, confiándose
plenamente al Dios previsor y provisor. En todo caso, la atracción del mal es fuerte y la
noche densa. Se requiere la oración para que Dios nos asista en ese momento, como
asistió a Jesús por haber orado. No otra cosa le pedimos al decir que nos libre de la
tentación y del maligno. No permitas, Señor, que nuestro corazón se incline a la maldad
y nos apartemos de ti.
La fe no está de moda
El salmista sabe cuánto cuesta creer: renunciar a ser uno de tantos, poner cautela en su
corazón y en sus labios, persecuciones, oración incesante... Ha rechazado la cómoda
nivelación con los demás, aunque la fe no esté de moda. Tampoco estaba de moda la
adhesión inquebrantable que profesó Jesús con relación a su Padre. ¿Por qué rechazar la
exaltación regia? ¿Por qué rehuir la protección del fuerte y del rico? ¿Por qué no ofrecer
un signo fehaciente que le evite problemas? ¿Por qué el enfrentamiento con las
autoridades del pueblo? ¿Por qué no pide al Padre que le asista eficazmente cuando
peligra su misión? Jesús acuna un único sentimiento: su firme fe y entrega al Padre,
aunque no esté de moda. También ahora se aúnan, abierta y solapadamente, las fuerzas
del mal, para que los creyentes renieguen de su fe. Sólo con la perseverancia salvaremos
nuestras vidas. Pidamos una fe sólida aunque no esté de moda.
La intercesión de los santos
Aún no ha desaparecido Sodoma. El justo y los culpables habitan la misma ciudad. No
es el momento de arrancar la cizaña, que también el trigo puede peligrar. Es más bien la
hora de que el justo interceda por el malvado, a ver si se puede salvar nuestra ciudad. El
justo, no obstante, ha de tomar la previsión de no acomodarse al mundo presente, sino
«distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto» (Rm 12,2).
Así lo hace nuestro salmista: en un mundo adverso sigue orando por los pecadores. Así
lo hizo el Justo, quien intercedió por los pecadores. Así actúan los santos que están ante
el trono de Dios. Sodoma no será destruida en atención a los justos.
Resonancias en la vida religiosa
Fortaleza en la lucha: El mal nos envuelve como una fuerza anónima e incontrolable;
llama a nuestras puertas de los modos más insospechados. Cada uno de nosotros,
nuestra comunidad, siente la amenaza de algo que le incita a la infidelidad, al olvido de
Dios, a la increencia.
Jesús mismo y su comunidad experimentaron la tentación y se sobrepusieron a ella con
la oración, el ayuno, la coherencia de vida. Nosotros, siguiendo sus pasos, elevamos esta
tarde una súplica hacia el Dominador del mundo para que nos dé fortaleza en la lucha;
le pedimos que seamos capaces de dominar la lengua y el corazón; que nos comunique
su Espíritu para contrarrestar el influjo poderoso y casi inesquivable del pecado, del mal
que intenta contagiar, como cáncer, nuestra vocación y nuestra convivencia comunitaria.
Interpretemos al rezar este salmo aquella petición del Padrenuestro: «No nos dejes caer
en la tentación».
Oración 
En esta hora de la tarde suba nuestra oración hacia ti, Padre nuestro, como
incienso en tu presencia: No permitas que nuestro corazón se incline a la
maldad cuando nos aceche el Maligno, antes asístenos con tu ayuda
protectora, ya que Tú eres refugio seguro para el indefenso. Guárdanos,
Padre nuestro, en el momento de la tentación, como guardaste a Jesús, tu
Hijo amado, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.

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