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El Ritual Funerario:

una Construcción Semiótica del Orden

José Enrique Finol


Laboratorio de Investigaciones Semióticas y Antropológicas (LISA)
Universidad del Zulia Facultad de Ciencias Maracaibo Venezuela
Apartado 526
joseenriquefinol@cantv.net
www.joseenriquefinol.com
Telf. (58 - 261) 7428891

El ritual funerario es una práctica semiótica que opera en los límites


entre la vida y la muerte. Él hace posible el tránsito, en tanto ritual de
pasaje, entre un orden y un desorden. En efecto, la muerte introduce
una ruptura en el orden dinámico de la vida. En la presente
investigación se analizó el comportamiento ritual de 103 encuestados
que visitaban a sus difuntos en dos cementerios de la ciudad de
Maracaibo, Venezuela. Las encuestas se llevaron a cabo el Día de los
Muertos. De acuerdo con nuestra hipótesis interpretativa, la cultura de
la muerte en dichos cementerios está basada en una semiótica que
presenta la relación entre vivos y difuntos como si éstos últimos "aún
estuviesen vivos". En tal sentido, el ritual de la visita al cementerio,
expresado en cuatro acciones específicas (conversación, limpieza de las
tumbas, colocación de flores y encendido de velas) sustituye el sentido
tradicional de la muerte con un sentido de vida, a fin de evitar el caos,
la nada, la pérdida de la afirmación positiva de la vida. Al reivindicar la
vida el ritual de la visita al cementerio busca restablecer el orden
perdido. En esa restitución del orden de la vida existe una semiótica de
lo femenino: hay un predominio abrumador de visitantes femeninos
sobre los masculinos, lo mismo que un predominio de los difuntos
femeninos visitados sobre los masculinos.

Para los asiáticos, la higiene y el pudor son dos aspectos muy


importantes de la vida así como el respeto a los profesionistas de
cualquier raza. A los sikhs no les agrada la idea de que se realice la
autopsia, pero la aceptan si es requerida por el forense. El cuerpo debe
dejarse en libertad tan pronto sea posible para permitir que el funeral
tenga lugar; generalmente se utiliza la cremación. Los parientes pueden
desear llevarse el cuerpo (o las cenizas) a su casa para enterrarlo.
Si un pariente hindú está agonizando en el hospital, los parientes
pueden traerle dinero y ropa para que los toque antes de distribuírselos
a los necesitados. Algunos parientes aprovecharán la oportunidad de
sentarse junto al paciente moribundo y leer un libro sagrado.

Si el sacerdote hindú está presente, puede ayudar a las personas a


aceptar la muerte (como lo inevitable) de una manera filosófica; puede
asimismo, atar un hilo alrededor del cuello o de la cintura del paciente
como una bendición.

El paciente puede querer acostarse en el suelo para estar más cerca de


la madre tierra al momento de su muerte y ayudar así a la subsiguiente
encarnación. Después de la muerte los parientes procederán a lavar el
cuerpo y vestirlo con ropa nueva antes de sacarlo del hospital.

Tradicionalmente el hijo mayor del difunto será quien encabece esto


independientemente de lo joven que sea. La familia puede desear
llevarse el cuerpo a la India para que sea cremado y después esparcir
las cenizas en el Río Sagrado (Sherr, 1992).

El Hinduismo, considerada una de las religiones más antiguas del


mundo, surge de la religión védica, que se convertiría en el
brahmanismo años más tarde con la llegada de los arios del Cáucaso,
los emigrantes de Malasia, Babilonia e Irán. El hinduismo tiene una edad
de al menos 3.500 años.

En la época védica se pensaba que al morir, el cadáver era devorado por


la pira funeraria, pero sus múltiples almas (asu, atman, prana, manas),
pasaban al mundo de los muertos, al reino de Yama conducidas por Agni
y Martus, el fuego y la lluvia.

El reino de Yama es el lugar donde van los buenos, “en el más alto cielo,
en el sol” lugar de gran belleza y felicidad, donde abundan los alimentos
más preciados. Centro de reunión con los familiares y la gente del
pueblo que ha muerto. El muerto adquiere un nuevo cuerpo renovado,
una especie de “doble”.

Al infierno naraka (bajo tierra) van los malos, donde “quedan sentados
en medio de un río de sangre, comen pelo, beben lágrimas de uno que
lloró al ser derrotado, o el agua con que lavaron a un muerto”.Hay otros
lugares de supervivencia como los árboles o las plantas o la tierra
Madre.
Es hasta el S. VII-VI a. C, con el periodo upanishádico, que entra la
creencia en la reencarnación de las almas. El hinduismo no divide para
siempre la vida y la muerte, la vida sigue a la muerte y la muerte a la
vida, tampoco se aferra a la identidad: hoy estamos aquí de una
manera, después volveremos de otra forma.

Cuando un niño nace, tiene ya una serie de historias pasadas, otras


vidas. La existencia está conformada por ciclos de reencarnaciones. La
ley de la eterna reencarnación del alma (punarjanma) así como su
correspondiente renacer o samsara (trasmigración de las almas) forman
parte del pensamiento filosófico y religioso de la India.

Su símbolo es una rueda, la cadena sin fin del renacer. La adhesión a las
cosas, la ignorancia impide ver la realidad como es, “su superación lleva
a una visión directa del Brahamán y a la unidad en lo existente”. El alma
eterna, el atman, está desterrada en el cuerpo. Como un ave, va
volando de cuerpo en cuerpo, sin fin durante toda la duración de un ciclo
cósmico, antes de fundirse en el Brahamán, pero las malas acciones la
hacen descender en la escala de los seres, para renacer en un hombre
de categoría inferior, o incluso de una planta o animal, por el contrario
sus buenas acciones, la elevarán hasta alcanzar el Brahamán, claro que
para esto, podrían pasar por 8. 400.000 vidas antes de llegar a la
liberació.

En la concepción hinduista, las almas van adquiriendo su condición,


divina, animal o humana, según sea el momento del proceso en que se
encuentre, en función de la ley del karma (sánscrito kar-mano y
derivadamente = acción), consiste en un principio de retribución: quien
la hace la paga. En el curso de este proceso de miles de vidas, cabe la
posibilidad de estar en el rango de los dioses como el de volver a caer
en la miseria y el anonimato.

La tradición hinduista hace la distinción entre el cuerpo físico, o cuerpo


vulgar, llamado sthula-sarira, y el cuerpo sutil suksma-sarira, el primero
es tangible, visible, el segundo es totalmente transparente y por ello
muy próximo al espíritu, al estar compuesto por elementos sutiles, es
como la semilla del cuerpo y contiene a toda la persona en potencia.
“Las acciones humanas dejan su huella en el cuerpo sutil, que circunda
al alma y hace de campo de continuidad entre el alma y el cuerpo
vulgar. Al morir, el alma y el cuerpo sutil abandonan al cuerpo vulgar
para que el alma sea retribuida en el otro mundo según sus méritos o
deméritos y para proporcionar al alma un cuerpo que se adapte a una
nueva reencarnación”.
Bajo esta ley del karma la existencia es el resultado del premio o
castigos acumulados en las vidas anteriores. El justo proceder
proporciona al su autor un mérito (punya) destinado a fructificar en esta
vida o en otra por venir, en cambio un injusto actuar genera un
demérito (papman) que provocará sufrimientos en la vida o vidas por
venir. Este principio del karma se traducirá en nacimientos más nobles o
innobles en función del comportamiento global realizado durante la vida
anterior o las vidas anteriores (es acumulativo). Aunque pudiese sonar
fatalista, para el hindú esta doctrina, invita a interpretar la condición
humana, como una ocasión privilegiada que tiene el alma para cambiar
el curso de su destino, devuelve la propia responsabilidad al sujeto de la
acción. La acción -dice un proverbio indio- vuelve a encontrarse con su
autor en el extremo del mundo.

La muerte entonces sería una oportunidad de “ir pagando la deuda”, de


avanzar en el proceso evolutivo hacia la liberación, que sólo llega
cuando uno se libera de los deseos, estos, cita Díaz, son perturbadores
del espíritu, “…es necesario dominarlos a todos y concentrarse, fijarse
únicamente en el yo, quien logra dominar los sentido se vuelve sabio, de
otra manera el ser humano está perdido, pues del deseo nace la cólera,
que engendra al extravío obnubilando la mente, que hará desfallecer la
razón haciendo naufragar el pensamiento”. Pero quien logra atravesar el
exterior con los sentidos liberados de apegos y odios, tiene el espíritu
disciplinado y alcanza la paz, donde se halla el fin de todo sufrimiento.
Doctrina filosófica fundada por Buda en la India, cuyo problema básico
consisten en suprimir la causa del dolor mediante la aniquilación del
deseo. De las diversas sectas a que dio origen la filosofía Vedanta, la
única que prosperó fue la preconizada por Buda, en el siglo V antes de
J.C. Si bien muchas de las ideas principales del budismo fueron tomadas
del brahmanismo, ambas religiones se diferencian en importantes
aspectos del dogma y del culto.

Los budistas creen que únicamente los hombres pueden alcanzar la


divinidad gradualmente, que la materia es eterna y que Dios está en
constante reposo, y rechazan la autoridad de los Vedas, y los Puranas, y
la eficacia teológica de los sacrificios. En cambio, para los brahmanes,
dios puede aparecer en forma de hombre o animal, y está
permanentemente en acción; la materia ha sido creada, los libros
sagrados son indiscutibles, y los sacrificios necesarios. Coinciden las dos
religiones en la aceptación del principio de la metempsicosis y en la
exaltación de los preceptos morales que demuestran una concepción
equivalente del bien y del mal.
Originariamente, el budismo no pretendió ser más que un método de
vida, y su creador no se arrogó un origen sobrenatural ni exigió a sus
discípulos culto alguno a su persona. Doscientos años después de la
muerte del reformador, el budismo modificó su doctrina en este punto e
impuso la veneración de Buda, con ritos formales y oraciones. Creía
Buda que la vida es inseparable del dolor, pero mientras el
brahmanismo aspiraba como meta de la felicidad a la desaparición de la
vida personal mediante la identificación del espíritu impersonal, Brahma,
para Buda el ideal supremo está en la extinción de todo deseo, en el
nirvana, indiferencia ante la vida y la muerte, ante el dolor y el placer.
Aunque afirmó la igualdad de todos los hombres antes Dios, no
combatió la división en casta desde el punto de vista social y religioso,
sino únicamente a la casta sacerdotal como maestra e intérprete de una
ley contraria a la que él había adoptado. Por otra parte, en las
instituciones monacales el budismo dio entrada a los miembros célibes
de todas las castas, e incluso a las mujeres. La moral búdica señala
cinco prohibiciones: matar, robar, cometer adulterio, mentir y
embriagarse; establece diez pecados: asesinato, robo, fornicación,
mentira, maledicencia, injuria, charlatanería, envidia, odio y error
dogmático, y recomienda la práctica de seis virtudes trascendentales: la
limosna, la moral perfecta, la paciencia, la energía, la bondad y la
caridad o amor al prójimo.

Menos rígido que el brahmanismo, ofreció a los adeptos tibios la


posibilidad de disfrutar después de la muerte de inefables goces y
delicias materiales, por lo cual encontró amplia acogida entre el pueblo
humilde. En el siglo IV de la era cristiana se convirtió en la religión
oficial de China, luego pasó a Corea, desde donde la llevó al Japón, en el
año 522, una embajada coreana. Se extendió al Tibet en 632, para
imperar en todo el territorio a partir del siglo IX. Desde el siglo XIII el
lama, monje principal, fue elevado a la categoría de jefe espiritual y
temporal. Tras una lucha de quince siglos, el brahmanismo logró
expulsar al budismo de las zonas centrales de la India. Hoy profesan esa
religión más de 155 millones de personas. Los escritos canónicos del
budismo figuran en la triple Biblia, llamada Tipitaka, o Tripitaka,
compuesta hacia el siglo primero antes de Cristo.

El camino de la vida budista ofrece preceptos para el bienestar ético y


espiritual de cada individuo y los exhorta a tener compasión, por
cualquier forma de vida. Dado que creen en la reencarnación, todos los
budistas deben aceptar la responsabilidad de la manera en que ejercen
su libertad, ya que las consecuencias de la acción puede ser vista en
vidas posteriores.
El paciente budista con frecuencia es vegetariano y a menudo buscará la
ayuda del cuerpo médico para asegurarse que pueda tener un tiempo de
total tranquilidad para meditar. En los moribundos puede rechazarse la
administración de medicamentos que pueden obnubilar la conciencia si
éstos interfieren en su capacidad para meditar, especialmente por que
meditar sobre su propia muerte ejercerá influencia en la siguiente
reencarnación.

Los budistas generalmente creman a sus muertos con el fin de que el


alma pueda ser liberada del cuerpo para entrar dentro de su siguiente
existencia. Normalmente no hay ninguna creencia solemne final, con
excepción de que el cuerpo debe ser envuelto en una sábana lisa, sin
ningún símbolo. Lo más importante es que el sacerdote budista
(preferentemente de la misma escuela que la persona fallecida), sea
informado lo más pronto posible, ya que si la persona está agonizando,
aprecia mucho una visita del sacerdote budista antes de morir (Sherr,
1992).

Dentro de las tradiciones secretas del budismo tibetano encontramos


numerosas doctrinas que se interesan por los problemas centrales de la
existencia humana, los senderos avanzados del autoconocimiento y en
el proceso de la muerte. A esta última categoría pertenecen las
enseñanzas que popularmente conocemos como las instrucciones del
“Libro Tibetano de los Muertos”. Los tibetanos consideran que el
confrontar el problema de la muerte y su posible transformación, más
allá de los estados intermedios que dividen nuestra existencia presente
de otras futuras, es un trabajo de gran importancia. Ulteriormente, ésta
tarea debe ser resuelta —o por lo menos adecuadamente anticipada—
durante esta vida.

El Bar-do thos-grol, o Libro Tibetano de los Muertos, se ocupa del


estudio y análisis de los eventos que ocurren durante el proceso psico-
fisico de la muerte, las experiencias que se puede esperar acontezcan
en los planos intermedios entre la vida y el renacimiento así como la
oportunidad de desarrollo y liberación que ésta difícil transición nos
ofrece. Sin embargo, a pesar del amplio conocimiento que posee la
tradición budista tibetana acerca de éstos estados alternos de existencia
y de los potenciales cognoscitivos de la mente humana, la relevancia
auténtica de las enseñanzas tibetanas acerca de la muerte, recae en su
orientación práctica dirigida hacia el aprovechamiento, apreciación y
entendimiento de la vida cotidiana.

El tantrismo budista es generalmente dividido en cuatro clases o


sistemas de práctica, correspondientes a distintos niveles de habilidad
espiritual: los Tantras de Acción, Ejecución, Unión y Suprema Unión.
Éste último y más elevado sistema de práctica, tiene como meta el
utilizar y transformar de forma definitiva la experiencia de la muerte, los
estados intermedios y el renacimiento, en una oportunidad de
crecimiento y madurez, conductiva a la plena actualización de los
potenciales humanos y la obtención de la iluminación. Esto es posible
gracias a la aplicación de una serie de metodologías o “yogas”,
moldeadas con base en las experiencias internas que acontecen durante
el proceso del morir, permitiéndole al yogui (practicante) reproducir y
controlar éstos eventos con el objetivo de reconocer los estados
mentales más sutiles y poderosos que naturalmente surgen durante
ésta difícil transición (la naturaleza más sutil y poderosa de la mente, la
conciencia de la Luz Clara de la Mente, equiparable a la mente de un
Buda). Estados que, generalmente, pasan desapercibidos por el
Individuo sin poder ser aprovechados.

Debido a que éstas yogas se basan en la simulación interna de la


muerte, es importante que el practicante conozca y entienda con
precisión qué es lo que acontece psico-fisiológicamente durante esta
experiencia. La descripción tántrica de estos eventos se basa en una
complicada teoría médica que describe a nuestro organismo como un
compuesto de energías o vientos, estados de conciencia, órganos
vitales, fluidos, venas sutiles de energía y gotas neurales, (estructuras
compuestas de las cargas de energía masculina y femenina que
recibimos de nuestros padres al nacer). Como producto del colapso
colectivo de estos sistemas de sustentación de la vida física, las
conciencias más sutiles son liberadas y la muerte acontece. Sin embargo
desde la óptica budista, esto no implica la cesación de la conciencia sino
por el contrario, el principio de una nueva etapa de vida.

En este contexto, la experiencia del sueño, contemplada bajo nuevos


parámetros, es utilizada como una herramienta de simulación del
proceso del morir, por lo que el practicante, al lograr el dominio de la
atención durante éste estado, generalmente inconsciente,
simultáneamente obtiene acceso a la misteriosa naturaleza de la
conciencia de la muerte. Es así que el estudio del proceso de la muerte
es para el practicante del tantra un fascinante medio hábil para
aprender a vivir de forma despierta, y para prepararse para esta difícil
transición, utilizándola a su favor en el escalonado proceso de la
autorrealización.

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