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“Hermanos Campos, el apellido de la cueca”

La cueca chilena, recibió su apellido al nacer del campo profundo del


corazón de Chile, con dos hermanos longavianos, que desde la cuna
crecieron entre cuecas y versos, brindando su apellido a nuestra danza
nacional.
Hablar de la cueca en Chile, es hablar de su
origen, influencias, identidad y diversidad. Si se
considera su evolución desde la Colonia, la
cueca ha llegado para quedarse y una vez
instalada, como manifestación folclórica en
territorio nacional, la clasificamos en cueca
nortina, sureña, chilota, clásica, porteña o
chora y campesina.
Fue investigada, recopilada y puesta en valor.
Muchos fueron los que pusieron sus nombres a estas expresiones
propias de nuestro
campo; lo cierto es
que pocos fueron los
reales autores de
sus acordes o
letras, sin
embargo,
existieron dos
personajes
surgidos del
corazón de
Chile que dieron su apellido a la cueca, estableciendo un antes y un
después de esta noble expresión folclórica llevándola a pasear por el
mundo para hacerla popular y convertirla en la reina indiscutible de las
danzas nacionales. ¿Quiénes fueron estos personajes que plasmaron
en sus canciones una serie de versos donde se relata la evolución
histórica de nuestro país? Parecieran ser juglares made in Chile que
fueron plasmando en sus canciones los problemas, situaciones,
anécdotas o acontecimientos de la sociedad donde vivieron, pero eso
sí, con todo el humor y la picardía del huaso chileno.

Como profesores de Lenguaje, fraguados y curtidos en la provincia de


Linares, nos dirigimos hacia el pueblo de Longaví, para entrevistarnos
con Luis Campos González, hijo del legendario Marcial Campos y de la
mítica Guadalupe del Carmen. La cita se pactó en su casa, ubicada en
una céntrica calle del pueblo liguaíno. Lo encontramos allí, tras el
mostrador de una antigua botillería de su propiedad, rodeado de
añejadas botellas de vino y elocuentes fotografías que hablaban desde
las paredes, como testimonio inocuo e indeleble de la historia folclórica
de Chile.

El calendario marcaba el día primero de diciembre de 2017, día del


aniversario natal de Marcial, quien, una década atrás, partió a la
inmortalidad. Poco a poco, en la afabilidad del relato, fuimos
descubriendo, sus instrumentos musicales, anécdotas, vivencias y
recuerdos que forman parte de los anaqueles memoriales del folclor y
del legado artístico del dúo fraternal longaviano.
Eleodoro Campos Sepúlveda, el primero en nacer y el último en morir
(1925 – 2014) y su hermano Fernando Campos Sepúlveda (1918 –
2010), heredaron el talento musical de sus padres provenientes de
Catentoa, donde cada familia conformaba un conjunto musical. Esta
singular localidad donde todas las familias cantaban: proviene de la
expresión “Canten todas”, incluso sus padres, Vicente Campos,
acordeonista, payador y su madre Verónica Sepúlveda, poetisa popular.
La pareja tuvo dieciocho hijos en total, pero las diversas enfermedades,
que afectaron la precariedad familiar, le fueron arrebatando a zarpazos,
uno a uno, cada vástago que los Campos Sepúlveda iban teniendo. Solo
les sobrevivieron: Eleodoro, Fernando y Luis, este último, único hijo
vivo, que no se dedicó a la música pero si a la agricultura.

Nos encontramos con la imagen de “Los Hermanos Campos” Eleodoro


y Marcial (Fernando, según su certificado de nacimiento), Los Huasos
Campos, emblemas y referentes de la cueca a secas y responsables de
haber traspasado su propio apellido a la cueca picaresca y de
contrapunto preambular.

En la localidad longaviana antes mencionada, conocida actuatualmente


como Fundo San Manuel o Escuela Granja, los pequeños Eleodoro y
Marcial fueron creciendo, entre juegos, verseando y tarareando las
melodías campesinas que oían a sus padres y vecinos, al mismo tiempo
que desarrollaban actividades agrícolas como niños temporeros, aun
cuando apenas ganaban para el sustento diario, trabajaban con
entusiasmo y dentro del pago se contemplaba la entrega de galletas por
jornal, que ambos hermanos, con regocijo llevaban cada tarde al hogar.
Al mismo tiempo que Eleodoro comenzó a ejecutar el acordeón de
botones, a escondidas de su padre, pues, según su hijo, este les insistía
que: “la cuncuna tenía dos notas y si se tocaban mal se reventaba el
instrumento", hasta que un día un amigo de la familia le pidió que tocara
un poco y lo hizo espléndidamente ante la sorpresa de su padre, quien
después que se fuera su amigo le propinó una gran golpiza, sin
embargo, eso no impidió que continuara adelante. Marcial tardó un poco
más en encontrarse con la guitarra para acompasar a su hermano.

El año 1935, Marcial se unió por primera vez a Eleodoro, quien con sólo
con diez años se presentaba en
restaurantes de Parral. Un año más
tarde se rumoreaba sobre los
niños cantores de Longaví,
incluso, les contrató un
hacendado y también alcalde
de su pueblo natal para animar
un sábado de esparcimiento.
En aquel contrato ganaron más
dinero que en todo un mes como
temporeros. Así comenzó a escribirse la
historia, con canciones recogidas
de su cuna vecindad: “Debajo de
un limón verde” (cueca), “Los
amores de don Pancho” (tonada),
“Los rosales” (vals criollo) e iban y venían, con
cuncuna y guitarra en mano, viajando desde Longaví a Parral y de
Linares a Talca, cantando en los trenes y locales de la región, ya
vestidos de niños huasos que habían dejado el surco de un sembrado
para cultivar los surcos de un vinilo.

El verdadero aporte
que hicieron al folclor
fue su propia
espontaneidad
y picardía
campesina
antes de cada
tema musical.
Esta innovación les valió dividir el folclor en un antes y un después de
Los Campos en la cueca chilena. No obstante, en el despertar de la
década del cuarenta, llegaron a Santiago con sus maletas cargadas de
sueños y folclor. Empezaron a cantar en el Portón de calle San Diego
y en la Quinta Normal, lugar donde Héctor Tito Arancibia (Disc-jockey
folclórico de Radio del Pacífico) los descubrió y les invitó a grabar a en
RCA Víctor para hacer un Master. Todas las presentaciones previas y
giras no bastaron para el oficio, puesto que, al momento de escucharse,
les dio vergüenza. Ninguno había podido escucharse antes cantar y
opinaron que las interpretaciones fueron desastrosas. Según nos relató
Luis, quien dijo que su padre (Marcial) le señaló al respecto “Me dieron
ganas de pescar la guitarra y salir arrancando, era igual que un arreo
de trilla, uno atrás y el otro ailante” Los productores de la disquera les
enviaron al Conservatorio Nacional, dónde estudiaron técnicas vocales
y el año 1943 grabaron “Chileno valiente”, “Hasta cuándo con la
inflación” y “Los amores de don Pancho” en la primera serie de cuecas,
compiladas titulada: “Selección de cuecas Nº 3”, junto al conjunto Los
Sureños, y los hermanos Parra: Hilda, Violeta, Roberto y Lalo.

Los Campos, habían irrumpido con pañuelo en mano en los hogares de


la familia santiaguina, sin distinción de clases sociales, religiosas o
políticas.
Para finales de la década, su indumentaria, nombre y hablar campesino,
eran su sello identitario, proveniente del campo y representantes del
mismo. Hacían gala de su espontaneidad y relato picaresco contingente
en diversos auditorios radiales y en otros programas estelares junto a
otras estrellas de la canción popular. Lo demás ya es historia.

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