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TERRITORIOS

El territorio es una posibilidad infinita, un disimulado fracaso o la reafirmación de


nuestros triunfos. Es también la expresión de lo que hicimos, de lo que fuimos, o de
lo que quisimos ser. Y de lo que somos: ruido o música, en el envés de un límite
sobre el que se superponen el decir y el hacer, cuando enumeramos nuestros impe-
rativos cosmopolitas y no podemos más que ocluir esos rostros plebeyos que nos
muestra el fondo que siempre quisimos negar. Cuando hacemos en el desorden, en
la invasión, en la anarquía y oímos ecos de viejas mitologías que ya no pueden suce-
der. A veces, el territorio también se trastoca en una elegía o en un escrutinio corro-
sivo, entonces aparecen las ciudades y los urbanistas. Y si la ciudad es una mujer,
entonces la recorremos, nos metemos por sus calles, andamos en tropel por su
cuerpo hasta quedarnos exhaustos. Pero no nos detenemos en las luces del centro
y nos atrevemos a su paredón y después, a eso que viejos etnógrafos llamaron
conurbano, que si se levantó alguna vez en lo sublime, no deja de acechar las con-
ciencias y los bolsillos bienpensantes. Claro, ridículo es pensar que la clase social
nada tiene que ver con el pensamiento. Viejas sectas de la filosofía concibieron al
mundo como una sucesión ontológica de anillos descendentes, desde la perfección
divina hasta nuestra barruntada materialidad. Hoy encontramos una curiosa grada-
ción que va desde los territorios privatizados, regenteados y planificados por baro-
nes medievales, hasta la miseria que crece a la vera de las vías de trenes y el ria-
chuelo. Y, va de suyo: propietario es sinónimo de tener derechos; para el resto, sór-
didas noticias policiales. Y en este contexto, en el que se solapan invasiones y tránsi-
tos de bienes y vidas, tenemos una insolente constatación: no hay sosiego ni reparo,
ni podemos hacer del territorio un lugar de lo común, si seguimos presos de la lógi-
ca del bolsillo, si pretendemos universalizar nuestras miserias compartidas. Eso
sería seguir haciéndole el amor a un drácula con tacones. Seguir presos…
18/19 Jacques Attali llevaba esta hipótesis al límite: “Toda música,
toda organización de sonidos es pues un instrumento para crear o
consolidar una comunidad, una totalidad; es lazo de unión entre un
TERRITORIOS poder y sus súbditos y por lo tanto, más generalmente, un atributo
del poder, cualquiera que éste sea. Una teoría del poder exige pues
EL RUIDO Y actualmente una teoría de la localización del ruido y de su forma-
ción. Instrumento de demarcación de territorio entre los pájaros, el
LA INVASIÓN ruido se inscribe, desde sus orígenes, en la panoplia del poder”.1 No
es diferente la lectura que hacen Deleuze y Guattari a propósito de
POR Guadalupe Lucero y Mariana Santángelo
la música en Mil mesetas. La música es atravesada por un devenir-
fascista que le es propio, y que no tiene equivalente en el resto de las
artes, porque en ella se juega justamente toda una lógica del encan-
tamiento y el arrastre, su potencia de afectación la convierte en un
–¿Quiénes gritan afuera? –preguntó
el filósofo arrugando el ceño. arma.
Adán le señaló un edificio en
construcción que se levantaba enfrente.
I.
–Los albañiles italianos.
–¿Y de qué se ríe la bestia itálica?
–De tu quimono. Uno de los problemas de la estética musical contemporánea es
Leopoldo Marechal, Adán Buenosayres
el quiebre de la frontera entre música y ruido. Desde la experiencia
de ininteligibilidad de la vanguardia musical de principios de siglo
La escena que describe Marechal no nos es ajena. La construc- hasta el surgimiento de la música concreta, el arco de la música con-
ción es siempre ruidosa, y el ruido, es claro, nos molesta. Sobre todo temporánea parece trazarse en la tensión e incorporación del ruido
al filósofo, para quien el ruido es lo que está siempre afuera. El ruido en el discurso musical hasta hacer compleja y discutible la distin-
que molesta porque ante todo es una afirmación de territorio, aún ción. Sin embargo, el ruido incorporado necesariamente funciona
cuando una afirmación semejante se sostenga en la risa que causan como un elemento discursivo más, un nuevo material para compo-
nuestras fronteras. (Pero el silencio puede también construir sus ner. Diríamos que si había una distancia entre música y ruido es
propios espacios, como sucede en el museo, la iglesia y en el concier- aquella en la que el sonido “se articula” en el marco de un discurso
to.) El estrecho vínculo entre ruido y construcción no hace sino o resta meramente inarticulado. Los ruidos pueden ser musicales en
recordar el origen de todo habitar: la complicidad de la ocupación y tanto se incorporen al discurso musical entendido como ocupación
la construcción, la complementariedad entre la delimitación territo- relativamente consciente del tiempo.
rial y la invasión. El ruido es siempre el desparpajo, porque no atien- Entre 1945 y 1950 nacen los dos nuevos modos de producción
de los límites trazados: su mera aparición es ya afirmación territorial. musical que efectivamente revolucionarán la ontología de la música.
De ahí que haya devenido en un problema de composición. Es decir, Estos modos de producción implican dos movimientos de amplia-
en un problema de cómo se pone, se posiciona, se conjuga, con-. Y a ción del universo sonoro musical: por un lado, la composición de
la vez, en el problema que tiene como revés la descomposición. obras con elementos sonoros que hasta entonces se consideraban
meros ruidos; por otro, tomando como punto de partida sus carac- lerar un ruido ya dado. Aquí la forma viene dada por la materia,
terísticas acústicas, la sintetización de sonidos generados exclusiva- materia formante que determinará una forma que se construye a
mente por medios electrónicos, es decir, creados a partir de la mani- posteriori. Cifrar es también recodificar, cambiar y transformar el
pulación de sus componentes analíticas. Doble movimiento que en lenguaje en función de la máquina con la que debe entenderse.
principio parecía implicar dos vías casi opuestas: la inclusión de la Schaeffer parece reclamar una petición de principio. La música que
materia bruta y la generación del material deseado. Este gesto en él llama a priori toma como caracteres esenciales del sonido aquellos
principio opuesto no impidió que, como Schaeffer indica, ambas que resultan de un lenguaje que determina de antemano el tipo de
vías mantuvieran una misma indiferencia por la notación tradicio- sonidos que serán sus elementos o unidades. Es decir, el lenguaje
nal, es decir, por el carácter más ligado al lenguaje en la música. En excluye de antemano un universo sonoro, y luego toma los elemen-
un caso se trataba de grabar, de tomar directamente el sonido de su tos restantes como casos ejemplares del universo sonoro del que se
fuente en el mundo, y en el otro, se trataba de cifrar las componen- extraerán las unidades a componer. Con la música concreta, por el
tes del sonido deseado en la máquina para que ésta pudiera generar- contrario, “[e]n lugar de anotar las ideas musicales con los símbolos
lo electrónicamente.2 Tomar y cifrar en lugar de escribir. Tomar y del solfeo, y confiar la realización concreta a instrumentos conoci-
cifrar en lugar de componer a priori, es decir, componer tomando dos, se trataba de recoger el concreto sonoro de dondequiera que
los parámetros del sonido abstractamente y desarrollando la forma y procediera y abstraer de él los valores musicales que contenía en

EL RUIDO Y LA INVASIÓN
estructura de su relación con anterioridad a la escucha empírica, y a potencia”.3 Ahora bien, esta música concreta, término que utiliza en
menudo, indiferente respecto de ésta. primer lugar Schaeffer, no debe oponerse a la abstracción sin más,

G. Lucero y M. Santángelo
El afuera de la música se incorpora así al discurso musical. Estos como si la música realizara un recorrido inverso al de la pintura, y
dos modos de incorporación implican modos de componer distin- pasara de ser “abstracta” a ser “mimética”. Nuevamente es necesario
tos. O bien se toma el afuera y se lo dispone con cierta visibilidad recordar la otra línea igualmente opuesta a la noción tradicional de
para que nazca de allí el sentido, o bien se hace surgir como efecto lenguaje musical y sus consecuencias. El doble movimiento de la
de la composición ese mundo sonoro antes ajeno. De un lado, una música concreta y electrónica ¿no sugiere quizás cierta irreductibili-
lógica de yuxtaposición: el sentido aquí surge de las relaciones que dad de ambos movimientos? ¿No advierte, tal vez, que siempre hay
establecen entre sí los objetos de los que disponemos. Del otro, el una toma, una irrupción del afuera junto con lo que se sintetiza, y
sentido es lo que está antes, y los objetos sonoros surgen de él, como que todo cifrado se articula sobre una ocupación?4
si fuera posible inmunizarse del afuera haciendo que sólo surja como El futurismo ya había explorado, en la primera década del siglo
20 efecto sintetizado de la composición. XX, el ruido como elemento de composición musical. Para los futu- 21
Acentuemos algunas cuestiones: cifrar implica ante todo la ristas el ascenso del ruido es un fenómeno necesariamente urbano.
determinación de la relaciones independientemente de los elemen- Son las máquinas, las fábricas, el transporte, los que traen, junto con
tos concretos, o en otro términos, la determinación de un espacio- una nueva noción de velocidad, también una nueva calificación del
tiempo abstracto, cuyos ocupantes serán el mero índice de las rela- sonido, que se comienza a pensar como ruidoso. En El arte de los rui-
ciones formales que se presentan como condición de posibilidad de dos Russolo indicaba que: “La vida antigua fue toda silencio. En el
su aparición. Tomar implica, por el contrario, descubrir las relacio- siglo diecinueve, con la invención de las máquinas, nació el Ruido.
nes inéditas que se establecen al montar un ruido junto a otro, un Hoy, el Ruido triunfa y domina soberano sobre la sensibilidad de los
ruido sobre otro, las relaciones que se establecen al acelerar o desace- hombres. Durante muchos siglos, la vida se desarrolló en silencio o,
a lo sumo, en sordina. Los ruidos más fuertes que interrumpían este II.
silencio no eran ni intensos, ni prolongados, ni variados. Ya que,
exceptuando los movimientos telúricos, los huracanes, las tempesta- La música electroacústica invertía a su modo la ecuación kantia-
des, los aludes y las cascadas, la naturaleza es silenciosa”. Es decir, el na: para el filósofo prusiano también se trataba de pensar la música
ruido es fundamentalmente el ruido de las máquinas y de la tecno- y el ruido bajo la misma tonalidad, pero porque ambos compartían,
logía humana. El espacio del ruido no es el mundo natural, sino antes que la posibilidad de articularse en un discurso de lo común,
ante todo la ciudad. Por ello, quizás, Russolo haya pensado ya en su carácter invasivo. Kant duda respecto del valor de la música en
1914 una partitura sobre los ruidos de la ciudad. relación con el resto de las bellas artes. Por un lado está muy cerca
Es curioso este término: partitura. La partitura, ante todo, es el de la más elevada, de la poesía, y es la que se deja comunicar univer-
equivalente textual de la música. Espacio de inscripción, de nota- salmente. Pero a la vez, hay en la música, decía Kant, “una cierta falta
ción, de determinación de las duraciones y las alturas, de los ingre- de urbanidad, y es que, sobre todo según la naturaleza de sus instru-
sos y las salidas. Partitura, viene, claro, de partición. La partitura era mentos, extiende su influencia más allá de lo que se desea (sobre la
la parte que le tocaba a cada músico en un conjunto. Es decir, la par- vecindad); y de ese modo, por decirlo así, se impone, y, por tanto,
titura es la inscripción de un reparto: el reparto de la música que perjudica la libertad de los que están fuera de la reunión musical,
suena en un conjunto en el que cada uno toca lo que le toca, hace cosa que no hacen las artes que hablan a los ojos, pues basta apartar

EL RUIDO Y LA INVASIÓN
sonar la parte que le fue adjudicada en el reparto. Finalmente pare- la vista, si no se quieren recibir sus impresiones”.7 La música, como
ce que no es extraño que Russolo haya compuesto una partitura para los olores, se mete sin que la llamen, ocupa, irrumpe en el espacio

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ciudad, en tanto que la ciudad es ante todo el espacio donde quizás sin detenerse ante las fronteras, sin verlas (imponiendo nuevas en
con mayor visibilidad se muestran los restos del reparto y la parti- realidad). Es que justamente no se trata de ver nada, sino de atrave-
ción del territorio. ¿Qué música obtendríamos si creáramos una par- sar todo con sus ondas invasivas. Kant dice “falta de urbanidad”.
titura con la forma física de ciudad, según el espacio construido y Antonio Di Benedetto lo vio claramente en su novela El silen-
los espacios libres que posee?5 Si la naturaleza, como dice Russolo, ciero, escrita a mediados de los 60 pero situada en algún momento
es silenciosa, deberíamos decir que la ciudad es esencialmente rui- de los 50. Di Benedetto la sitúa en algún lugar de América Latina,
dosa. Y ya no sólo en términos de las ondas sonoras que emiten las en la posguerra. La referencia temporal claramente europea, contras-
máquinas que la habitan. La grilla nos puede dar quizás el aspecto tada con la referencia espacial latinoamericana, señala algo del deve-
más claramente articulado de la ciudad, su marco discursivo. Como nir de la ciudad que aún no puede ser digerido. La latinoamericani-
22 sucedía en nuestra descripción de la música concreta y la electrónica, zación en tanto que invasión de cierto desorden, de cierta falta de 23
también aquí lo que queda afuera se reincorpora. Los restos de esa recato, como multiplicación de modos de habitar, trabajar, creer,
articulación parecen encarnar algo de esta esencia ruidosa, resonado- ajenos a aquellos derivados de la inmigración europea, parecen
ra. Aquí el silencio –como decía Cage– no existe. Los espacios libres haber tenido comienzo en algún punto cercano a ese momento pre-
de la ciudad antes que señalar simplemente un punto vacío, hacen ciso. Respecto de la radio, entonces, que luego de una carrera trans-
resonar modos inéditos de la ocupación. La cuadrícula, o la partitu- mite música, el narrador afirma: Luego, es música, pero música
ra catastral, se extiende por medio de artefactos –calles, fachadas, impuesta. En consecuencia, la música, que es sonido, se convierte en
plazas, parques, edificios públicos– que ejecutan una sonoridad ruido. Se modifica aquí la definición clásica del sonido musical,
regular que se impone a esos bordes disonantes del territorio.6 aquella que lo describe como aquel en que se puede distinguir la
altura, la intensidad y el timbre. Lo que diferencia la música del ce preponderar: la invasión. La sensación de invasión que la asalta
ruido no es la posibilidad de determinar sus parámetros, sino su parece fundarse en el hecho de ser alcanzada por algo que no puede
carácter compulsivo, invasivo y ajeno. (L)as palabras, de radio o de procesar desde los imaginarios urbanos tradicionales. Justamente,
televisión, para mí no representan más que un ruido si es que, como no es ella ya depositaria de la luz que ilumina los objetos y en cuyo
suele suceder, carecen de sentido, o poco tienen, o de tenerlo no me alcan- reflejo la teoría se hace carne. La situación se ha invertido, y son
za cuando escucho contra mi voluntad. De cualquier modo, la distan- ahora los objetos los que emiten las ondas, para alcanzar a un obser-
cia entre música y ruido es ínfima respecto de la distancia más gené- vador que no puede sino reflejar, repetir como en el eco, esos sonidos.8
rica entre el ámbito sonoro y el visual: Si el señor con quien compar- A partir de un relato del escritor Ricardo Romero, que tiene por
to un asiento del ómnibus lee un diario que yo no deseo leer, en tanto tema la vida en una pensión de San Telmo, comenta Beatriz Sarlo:
no lo haga en voz alta no lo afecta. Si en vez de diario lleva entre manos “La vitalidad sonora de los adolescentes y el desparpajo con el que
una radio de transistores y capta un programa verbal que no quiero oír, se ocupa el espacio público tienen poco de mirada populista conmi-
como lo expande me invade, y me lo impone. serativa”. En otros términos, hay algo concreto e irreductible en esa
Una diferencia fundamental que Schaeffer encuentra entre la ocupación que no debemos pasar por alto: la música pasa los lími-
experiencia visual y la experiencia sonora es que los objetos de la pri- tes para crear otros, “convierte el espacio supuestamente público en
mera no son, generalmente, en sí mismos luminosos, sino que refle- uno regulado frente a otros individuos”,9 es decir, la música ocupa el

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jan la luz, mientras que en el caso de los sonidos, acordamos en espacio público tiñéndolo de una tonalidad afectiva que no debería
hablar de “fuentes” sonoras, pues los objetos no reflejan el sonido, mancharlo: la del grupo privado, que es sinónimo aquí de privado

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sino que lo crean. En la introducción de La ciudad vista, Beatriz de urbanidad.
Sarlo indica que durante años recorrió la ciudad “tratando de ver y Necesariamente, esta relación de la música con la invasión es la
escuchar”. El abrirse paso por la ciudad requiere necesariamente de que mejor le cabe a esos nuevos pobladores que aunque quisiéramos
una apertura de los sentidos, de cierta disponibilidad fenomenoló- no podríamos evitar ver o, mejor, escuchar. Pienso en casas cuyo ruido
gica. Pero, este recorrido, nos dice Sarlo, se realiza, curiosamente, no trascienda lo exterior. Ni su música, a fin de que no sea, para nadie,
“sin apretar las teclas de ningún grabador”. ¿Se trata de la descon- música impuesta. Los urbanistas de todas las naciones, que según
fianza respecto de la inscripción de la experiencia más allá del cuer- Besarión no tienden a la ciudad antisonora, me rodean, juntan las
po propio y la memoria propia? Al menos diríamos que no, si del cabezas por encima de mi cuerpo amilanado y me asestan un golpe de
sentido de la vista se trata, ya que llevaba “una libretita y la cámara cordura: –Se puede hacer la casa que no reciba ruidos, aunque es muy
24 digital”. ¿Por qué inscribir la visión y la lectura y no la escucha? cara. Pero en la casa que más perfectamente impida la emisión de ruido, 25
La famosa metáfora de la lámpara parece ser aquí un obstáculo si se abre una ventana, el ruido sale. Atiendo con respeto. Luego, ellos
eficiente a la hora de pensar los sonidos. Los objetos del mundo en han terminado, y, desde el suelo, yo pateo. Digo: –Apelo. –¿Apelas ante
tanto que reflejantes son índices de cierto modo de ver y pensar la quién? –Ante quien pueda mejorar al hombre. –¿Para que no haga
ciudad. Sin embargo, el objeto en tanto que fuente sonora, nos invi- ruido? –Para que el hombre no haga daño al hombre. Ni daño visible
ta a una ecuación distinta. El que recibe el ruido, el que es alcanza- ni daño invisible. –¿Y si lo hace sin saberlo?... ¿Si él cree emitir música
do por el ruido, es reubicado en el lugar del objeto de la luz, es decir y tú recibes ruido?... –Oh –me desespero, al advertir que emplean los
en el lugar donde el ruido rebota. Sarlo se encuentra en este libro secretos argumentos de mi mente–, entonces que se pueda creer en la
con los “inéditos” ghettos de la ciudad, y en ellos una sensación pare- palabra del hombre. Que baste levantar la mano y decir “No me hagas
daño” y el otro se abstenga, al comprender que, para alguien, su jazmín ¿Es ése un sentido propio de la ciudad (y con él las relaciones del
es una lanza. espacio sonoro) que sirve para juzgar las desviaciones, los desplaza-
Sarlo encuentra en el ruido una propiedad constructora de terri- mientos de sus sentidos figurados? ¿Cuáles son las características de
torialidad que no se ajusta a la de la buena vecindad. Y esta urbani- un sonido para convertirse en un ruido ocupante, productor de
dad degradada es la que reaparece en su descripción del suburbio: territorialidad? Olivier Messiaen dedicó sus últimos años a anotar y
“En el suburbio los cuerpos están próximos, (...) las ventanas dejan transcribir los cantos de los pájaros, transcripción que no buscaba
escuchar las conversaciones; las cortinas más que aislar iluminan los ser su mera imitación reconocible del canto, sino que tenía una fun-
interiores. (...). El suburbio pasa por alto una intimidad íntima para ción didáctica, mostrar la complejidad de sus patrones melódicos y
poner en escena la intimidad pública”. Es decir, el suburbio es aquel utilizarlos como material para la composición. Messiaen nos dice
espacio en el que las fronteras se han diluido, donde lo íntimo se que la música no es en primer lugar una práctica humana, sino que
vuelve público porque las aberturas, las puertas y las ventanas, están más bien, el arte humano es una copia pobre del arte de los anima-
demasiado abiertas, no separan nada sino que más bien comunican les. Ahora bien, el arte de los pájaros no nace de un impulso desin-
espacios heterogéneos, que deberían mantener su plena distinción. teresado, como lo quería Kant e incluso Schaeffer.10 Lo que se juega
Lo que desaparece aquí es esa “etiqueta [etiquette] sonora” que soña- en el duelo musical de los pájaros es una cuestión de territorio. El
ban los que, ante la densificación de las ciudades y el amontona- uso del sonido, la construcción del territorio por medio de la ocu-

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miento de los cuerpos, comenzaron a pensar que el hacer ruido era pación sonora, es el modo como Deleuze y Guattari, siguiendo a
un comportamiento incivilizado producido por una total falta de Messiaen, entienden la cuestión de la música: si la música se vincu-

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auto-control. En La ciudad vista se recurre en varias oportunidades la íntimamente con el ritornelo, hay que recordar que el ritornelo es
a la marca de silenciosidad para referirse a aquellos que ocupan los ante todo una particular construcción territorial, aquella que marca,
espacios de la ciudad de paso, es decir, que no los ocupan realmente, que puebla de índices un medio tiñéndolo de cierta afectividad.
frente a aquellos que hacen suyo el espacio público invadiéndolo Ruido y territorio no señalan una dupla nueva. Peter Bayley ya
sonoramente. Me discutió: –Usted ataca los altoparlantes de los bailes, había realizado una taxonomía social de los ruidos, relacionando
los talleres mecánicos y chapistas. Sus ruidos no son los peores. El más algunos con la alegría, otros con el bochorno o la vergüenza, y otros
maligno es el que producen las motocicletas. Yo, que los tenía clasifica- con la central categoría del terror, pasión desatada sobre todo por los
dos en mi mente, contesté con brevedad: –No, señor. Los ruidos de las ruidos en épocas de guerra. Desde los gritos de los ejércitos hasta los
motocicletas son ruidos transeúntes. Los ruidos que “se quedan”, sonidos producidos por la maquinaria bélica, se generan verdaderos
26 entonces, son los problemáticos, aquellos que delatan la persistencia ambientes sonoros que marcan la distancia –o la cercanía– con los 27
de fronteras traspasadas, límites de una fijeza evanescente pero de no otros (la valentía y el coraje al interior de las propias fuerzas o la inti-
menor contundencia para el paseante que ve desmentida la circula- midación del enemigo, por ejemplo). Y es precisamente este carác-
ción infinita y abierta de la urbe. ter invasivo y delimitante del sonido el que precisamente no puede
¿Hay detrás de la conciencia de ese espacio regulado por los iluminar Sarlo, porque eso quizás requeriría un dejarse afectar y
sonidos de un grupo, el sueño de un ágora perfecta en el que los dejarse componer por el territorio que se arma delante de ella. La
cuerpos y las voces se acomoden a suficiente distancia para dialogar contemplación o la vista reflejante ya no son posibles, porque ese
y llegar a una palabra común, puesta, por supuesto, como conviene ruido, cualquiera que sea, no es pasible de ser modificado a la dis-
a la geometría, en un centro que no es de nadie y a la vez de todos? tancia.Es el autor de La cabeza de Goliat el que advierte de qué
modo el oído e incluso la vista se vuelven políticos en la ciudad, ver- controlarse: el diario del colectivo de El silenciero. Mientras que los
daderos instrumentos de batalla de la existencia cotidiana. Para objetos sonoros son aquellos que simplemente nos asaltan.
Martínez Estrada, la variedad, la velocidad, los escorzos infinitos del La historia de Narciso y Eco es elocuente respecto de los modos
escenario urbano hacen imposible que los sentidos puedan cumplir de la visibilidad y la imagen y los modos de la sonoridad y la escu-
un rol contemplativo o estético y deban convertirse en verdaderos cha. Narciso, que creyendo alcanzar al otro sólo se encuentra –trá-
lazarillos que guían a nuestros cuerpos por las intrincadas calles gicamente– a sí mismo, está condenado a quedar atrapado por el
repletas de masas arquitectónicas y de una muchedumbre igual de reflejo de su propia imagen. Eco presta voz al Narciso reflejado.
maciza a la hora de dejarse atravesar. El oído y la vista parecen ser Narciso habla y no habla consigo mismo. Si queremos evitar un soli-
ante todo instrumentos cinéticos. La vista, por ejemplo, no es loquio o, lo que es lo mismo, una trampa narcisista, es necesario
empleada para recibir las formas y los colores, sino para anticipar el evadir la lógica de la imagen, recuperando esas ondas más lentas,
impacto de los objetos, calcular, en definitiva, las proximidades menos inmediatas, del sonido.
entre los cuerpos y las oportunidades de movimiento. Su función Eco está condenada a no poder iniciar la conversación, sino sólo
estética queda desterrada, o al menos desplazada, pues si la vista a repetir. Sin embargo, “ella está pronta a esperar sonidos a los que
“viera el color, las formas y los dibujos, no avanzaríamos mucho, puede devolver sus propias palabras”.13 Es decir, repitiendo los restos
porque a cada instante hay en la ciudad prodigios de esfumaturas, del discurso del otro, Eco construye su propia voz. Vedadas para ella

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matices y detalles que nos fascinarían”. La vista pierde su capacidad las potencias iluminadoras y creadoras de la palabra, sólo le resta
de contemplar y captar la belleza para tornarse en un verdadero construir cortando los sonidos ya pronunciados. En la repetición de

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órgano de “lucha y defensa”. Y si bien el oído es también un pertre- lo mismo, y consciente de esto, efectivamente logra afirmar una
cho de la batalla urbana, lo es en un modo completamente diferen- diferencia.
te, desde el momento en que, como afirmamos antes, la fuente
sonora se caracteriza por desplegar otro modo de la invasión.
“Imposible dejar de escucharse11 en el espacio `público´ de la vereda
donde la música a todo volumen reduce las dimensiones. Para quien
pasa por allí, el lugar está capturado por un grupo, territorio de los
`otros´ donde hay que manejarse con cuidado”, advierte Sarlo. No
nos encontramos lejos de los pájaros de Messiaen: “Si un intruso
28 «quiere ocupar indebidamente un lugar que no le pertenece, el ver- 29
dadero propietario canta, canta tan bien que el otro se marcha (…).
Si el intruso canta mejor, el propietario le cede el sitio»”.12 Pero, ¿por
qué es imposible escucharse? ¿Por qué no tomar el duelo y cantar a
su vez, como los pájaros de Messiaen? Quizás nos equivoquemos y
estemos demasiado lejos. Si al escuchar al otro sólo enfrentamos el
fracaso de no escuchar nuestra propia voz, quizás estemos entram-
pados en las derivas de la imagen antes que en las del sonido.
Recordemos que los objetos iluminados son aquellos que pueden
Notas espera infinita, terrain vague como un espacio vaciado y como un territorio potencial, expectan-
1
te y liberado, se integra, aunque sólo sea a través de esa máscara mínima, a la lógica del valor de
Jacques ATTALI, Ruidos. Ensayo sobre la economía política de la música, Siglo XXI, México, cambio. El relato de la publicidad abre un espacio profundo en esos carteles que ocultan el vacío
1995, pp. 15-16.
provisorio, se sobreimprimen a otras voces de la ciudad, a la memoria de lo que ya no está allí:
2
Cf. Pierre SCHAEFFER, Tratado de los objetos musicales, Alianza, Madrid, 1996, p. 20. al relato que nos cuenta el pasado sobre el que se va a construir, uno que nos dice “allí vivía tal”
3
o “allí había una panadería”. El baldío se vuelve terreno, lote. ¿Por qué se oculta tan rápidamen-
Ibíd. p. 23 te el suelo urbano tras esas vallas publicitarias? ¿Es que acaso resguardan del espectáculo obsce-
4
Quisiéramos iniciar aquí una digresión, aquella que nos llevará desde el sonido hacia la ciudad, no de la tierra desnuda? Verdaderos quirófanos en los que se transplanta el cuerpo de la ciudad,
desde la música hacia el territorio. Esta máquina conceptual, tomar-cifrar, parecería implicar el se extirpa un órgano y se pone otro, se saca una casa y se planta un edificio, a distancia de las
íntimo vínculo entre, por un lado, una lógica de la ocupación (tomar, habitar) y, por otro, una miradas curiosas que pretenden ver sobre qué “fundamento” sucede todo aquello. El pudor del
lógica de la codificación (cifrar, hacer aparecer un lugar como un efecto de la planificación urba- suelo queda asépticamente preservado.
na; un baldío, por ejemplo, se resintetiza como lote o terreno). En la música electrónica, el len- 7
I. KANT, Crítica del juicio, §53, Porrúa, México, 2003, pp. 363-364.
guaje musical es condición de posibilidad de la aparición del afuera, mientras que el peligro de
8
la música concreta es que cualquiera puede armar la serie a través de una sumatoria de elemen- ¿No habría una tercera posibilidad? Un objeto que se trague las ondas que recibe, que emita
tos en los que el sentido es sólo su efecto azaroso, sin estar predeterminado por un código a prio- una luz negra. Un hueco metafísico, un agujero negro. Cuando los vecinos de Villa Urquiza que
ri. ¿Cómo funciona ese impensado que el código devora para el ámbito territorial y particular- habitan en la traza de la Ex AU3, dicen vivir “en la Ex AU3”, ¿qué es ese lugar? La explicación
mente en la ciudad? ¿Cómo se hace aparecer ese afuera que no se corresponde con el extramu- es clara. Lo que determina ese territorio son los restos de una acción estatal interrumpida, la pro-
ros, sino que es lo que está afuera de su cuenta? yección de esa autopista y su aborto prematuro. Sin embargo, hecha la salvedad denotativa, los
5
nombres siguen siendo curiosos. Porque el prefijo “ex”, que en el uso que aquí se le da remite
¿Y qué es un espacio libre en la ciudad? Un baldío o un lote. No hablamos de lo mismo. Un

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necesariamente a un pasado donde lo determinado por la partícula tenía una existencia al menos
lote es un espacio disponible para el intercambio mercantil. Precisamente, en los planos topo- más densa, implica a la vez el problema de la salida fuera de sí. Una negatividad habitada. Estos
gráficos parcelarios pueden encontrarse puntos vacíos, silentes respecto de las zonas ya consti- huecos permiten articular más claramente el necesario vínculo entre la ocupación y la grilla,

G. Lucero y M. Santángelo
tuidas de la ciudad. El baldío, en cambio, no tiene lugar en el mapa, porque éste a menudo es entre la invasión y la determinación, entre el sonido y la luz. Cuando la luz, ya sea lumínica
la consolidación gráfica de una retícula, llena o vacía, que se impone a cualquier distorsión, de como teórica, alcanza este hueco, el hueco mismo la absorbe. Sólo se torna un objeto reflejante
la que aquél sería sólo un caso. Un baldío es aquel punto improductivo, espacio en balde, que cuando tiene los carteles, que devuelven un sentido. Es emisor de una luz negra, porque es una
está disponible sin más y señala una espera, una expectativa, un modo particular de habitar el demasía respecto de la lógica de la ciudad. Como las estrellas desaparecidas, que siguen emitien-
tiempo distinto al del mero solar que se muestra en los mapas. Esta espera sin contenido del bal- do la luz de lo que ya no está. Cuando dejan de estar, la luz de su desaparición nos sigue llegan-
dío no puede cartografiarse; ni bien se lo intenta se le sobreimprime inmediatamente la “verdad” do, fantasmal, desde su ausencia.
del catastro, que compone una totalidad que avanza por carriles ya definidos. Para el lote la pro-
9
gresión es evidente, su futuro es controlable en el reparto de la ciudad, pues él mismo es una B. SARLO, La ciudad vista. Mercancías y cultura urbana, Siglo XXI, Buenos Aires, 2009, p. 75.
parte incorporable de la misma. Para el baldío (que sólo se trasviste de lote para hacerle trampa 10
al mapa) se trata de una espera suspendida, una apertura en la productividad urbana, que rasga Respecto del devenir instrumento del útil, Schaeffer trae a colación la vieja categoría kantia-
como un agujero negro el buen funcionamiento del artefacto, un secreto susurrado que el suelo na del desinterés. El instrumento es el útil cuándo pierde su utilidad, cuando nos volvemos a
interpone en la sinfonía de la gran ciudad, un destiempo de su ritmo sincopado. él desinteresadamente.
11
6 Cursiva nuestra.
La partitura de la ciudad se las tiene que ver con otra repartición, la propiedad del suelo… La
30 tierra desnuda habilitaría la memoria del reparto y la ocupación del suelo urbano. El baldío es 12
Gilles DELEUZE y Félix GUATTARI, Mil mesetas, Pre-Textos, Valencia, 1988, p. 323. 31
una apertura en el sistema de ciudad y hace patente la vivencia del suelo como propiedad. A 13
pesar de lo que nuestro sentido común inmobiliario podría indicarnos, en la ciudad abundan OVIDIO, Metamorfosis, Libro III, 375.
todavía los huecos, aunque duren poco y estén sujetos a otra temporalidad. La mayoría de ellos
son la marca de una demolición y se convierten rápidamente en el auspicio de una nueva cons-
trucción. No los percibimos, porque la cicatriz del derrumbe casi siempre se tapa rápidamente
con una sutura provisoria: los grandes paneles publicitarios son la primera codificación produc-
tiva del hueco. La ciudad no puede darse el lujo de mantener un vacío improductivo, y menos
allí donde linda con edificios cuyo metro cuadrado se alza alto hasta perderse en las nubes de la
especulación. El baldío, lo no construido, lo no regulado, lo que quedó allí y tuvo un destino
equívoco debe erradicarse. La publicidad es una doble solución, por un lado, integra el desvío a
la línea del paisaje urbano, por otro, el hueco, que indica peligrosamente la posibilidad de una
32/33 conurbano, más allá de la General Paz o de este lado del Riachuelo,
anudaditos en cordón y sin fecha de nacimiento precisa.
Y vivir es hacer del espacio una legalidad que pueda ser leída,
TERRITORIOS que tiene que ser legible. Que seduce o que horroriza. Que fuerza
biografías. En definitiva: que identifica. Por ello (y para ello), los
LA QUERELLA hombres lo informan con construcciones cuyos sentidos encadenan
una serie de sensibilidades, ciudadanas o plebeyas, indómitas o previ-
DEL INFINITO MALO sibles. El espacio señala de este modo visibilidades que muestran
POR Tomás Bartoletti y Julián Fava
“otra cosa que lo que se ve”. Así deja de ser mera cuadrícula y se con-
vierte en lugar. Entonces, en el mejor de los casos, lo apolíneo le
gana a lo dionisíaco y la arquitectura –y su doblez del urbanismo–
ordena los desplazamientos, las velocidades y las memorias. Las ope-
raciones que designan, finalmente, el lugar de lo común.
“Nos íbamos cuatro o cinco a La Blanqueada, al toque de puente La vieja distinción, de Tönnies y Simmel, entre Gemeinschaft,
Alsina, donde todavía hoy se hace la mejor pizza del mundo, y nos como la comunidad rural dominada por la costumbre y por una
comprábamos una única porción entre todos –para más no daba–, y
la comíamos así, un mordiscón cada uno (…) después me sacaron de
persistente entonación de sentimientos y emociones, es decir, por
Villa Fiorito y me revolearon de una patada en el culo a París. Yo un lazo de férrea persistencia, frente a la Gessellschaft como el lugar
tenía puesto el pantalón de siempre, el único, el que usaba en invier- propio de los espíritus libres e innovadores que se mueven según el
no y en verano, ése de corderoy. Allí caí y me pidieron, me exigieron,
que dijera lo que tenía que decir, que actuara como
nerviosismo de las grandes ciudades, marca los límites de pensar el
tenía que actuar, que hiciera lo que ellos quisieran. Y yo… habitar de los hombres bajo las operaciones de una racionalidad
hice lo que pude, creo que tan mal no me fue” moderna que precede y procede. Brevemente: la ineficacia de un
Diego Armando Maradona, Yo soy el Diego (de la gente)
estado que quiere hacer vivir y no puede evitar dejar morir. Que pro-
“Este mundo es una bola, yecta torres sobre un eje vertical mientras a sus pies, y en forma hori-
y nosotros unos boludos, geométricamente hablando” zontal, crece el carcinoma del vivir como se puede.
Leopoldo Marechal, Megafón o la guerra
Planta libre y rascacielos (Puerto Madero o la clásica Avenida
del Libertador: con vista al río y palier privado) hundidos en los
1. Malaria cimientos de arena sobre los que crece la ciudadanía. –¿Y del otro
lado? –Un tejido epitelial que no echa raíces en el humus de su
Ni soberanos ni súbditos: portadores de una carta de buen com- suelo. –¿Y la “metafísica pampeana? –De elegía mítica devino una
portamiento. Menos hacedores de un destino común que el resulta- sórdida noticia policial. – Claro, y de Sherlock Holmes al oficial
do de una oscura máquina que asigna lugares, órdenes y jerarquías. Barraza, pasando por punteros políticos y dealers. – ¿Y los movi-
–¿Una clasificación de lo real? –Desde luego, pero las taxonomías mientos sociales porque hay barrios que también están de pie? –Sí,
dejan marcas en la carne. Si se es lo que se hace y lo que se hace es pero con reticencias. (Esos son los límites de un proyecto que inclu-
vivir, entonces se es como se vive. Y, de este lado del Río de la Plata, ye por el consumo).
se vive en la ciudad –la de las dos fundaciones, la reina– o en el De este modo, el conurbano es, mal que nos pese, una epider-
mis. Una mancha sobre la superficie: menos ontológica que óntica. uno de los problemas fundamentales de nuestras vidas. Se trata de
Pero que nos constituye, que nos forma e informa. Y, si en el siglo eso y de mucho más. ¿Cómo forjar el suelo para hacerlo habitable?
XIX crecía el desierto –o en su revés ciudadano: la frontera–, hoy Pero, ¿cómo forjarlo material y simbólicamente? Con guita, desde
crecen una serie de variaciones en las velocidades territoriales. ¿A qué luego. Con infraestructura, también. Con planes. Pero no para “pro-
nos referimos? A las dificultades para señalar el referente del conur- ducir” ciudadanos, buenos vecinos, sino para extraer de las condi-
bano. ¿Qué señala, qué delimita? ¿Qué lo delimita? Y mucho más ciones materiales que permitan la felicidad de los hombres, la alegría
aún: ¿Quiénes lo delimitan? ¿Los escritores o los etnógrafos? ¿Los de los únicos privilegiados. –Imposible. –Sí, la vida en el conurbano
mapas de la inseguridad o las políticas públicas? De las arcadias es imposible.
populares de la década del 40, ciudades con escuela, hospital y clu- Sin embargo, coincidimos con Nouvel (y con Nietzsche tam-
bes (y el Roca en media hora desde Constitución hasta La Plata) a bién): la potencia purificadora del olvido es lo que nos permite
los cinturones (primero, segundo, tercero o ¿hasta dónde llegarán seguir viviendo. Para todos aquellos que nacimos y vivimos más allá
los anillos de Saturno?) de la exclusión. Desde el 55 en adelante –Y, de Pompeya, el Riachuelo es la condición de posibilidad de la exis-

LA QUERELLA DEL INFINITO MALO


va de suyo, mucho más desde el 76 y los noventa. tencia. O, mejor dicho, la condición de una imposibilidad. Una
Así, la velocidad de los flujos es menos una variable de la vida materialidad intratable, que ni siquiera se puede olvidar. Hay que
moderna que el efecto de años de desamparo y desarme de lo públi- negarla: es la malaria que avanza sobre nuestras vidas.
co. El estado ya no precede, procede. Y también proceden, crecen, las
células rotas del tejido social: las villas crecen a la vera de los trenes, 2. Lobo suelto

T. Bartoletti y J. Fava
en los márgenes del riachuelo, en lugares cada vez más invisibles. O
demasiado visibles y transitados, por eso mismo: olvidados. O con- En el diagrama de la ciudad, visto desde la autopista o en el arri-
jurados por la indiferencia. El tiempo es, como la enfermedad para bo mismo del tren, las estaciones muestran su fachada carnavalesca.
Rousseau, una categoría moral. El arquitecto francés Jean Nouvel Son espacios de tránsito travestidos en mercados, santuarios y piña-
afirma que “una de las grandes dificultades de la arquitectura es que tas de la limosna. Son porosidades de la piel que ensayan la hibridez
debe a la vez existir y rápidamente ser olvidada. Es decir, que todo de la carga. Pero, ¿quién se hace cargo de ese tránsito, de nuestras
espacio vivido no ha sido hecho para ser contemplado en forma per- ilusiones? ¿Qué se cifra en el espejo astillado que cada día proyecta
manente”.1 Piensa en las ciudades norteamericanas. Que no conoce- y arroja a miles de hombres y mujeres en la ciudad? Si el cargo tiene
mos, desde luego. Pero que intuimos imponentes y eficientes. O con su origen en la identificación, ¿con quién debería identificarse la
34 casitas de madera, alineadas y pulcras. Y agrega: “Estas ciudades estación de tren? ¿Y los que se suben y bajan de los trenes? Ésos nos 35
americanas nos permiten volver a una especie de escena primitiva invaden, están por todas partes.
del espacio…puedes circular en ellas como en un desierto, como en Lejos de ser un espacio de salvación, la estación es un depósito
tantas otras cosas, sin que se dé la comedia del arte, la estética, la his- de esperanza o un refugio infernal. Este flujo vital, que se reduce a
toria del arte, la historia de la arquitectura”.2 las acciones cotidianas meditadas o no, desfigura la arquitectura, los
Nada puede ilustrar mejor lo que intuimos: circular por la ciu- pasillos, la movilidad, la idea finita y acabada de un proyecto que no
dad señala un estado de ánimo, individual o colectivo. Es un acto se culminó. Si la esperanza placía en el diseño cosmopolita de la
moral o, en el peor de los casos, un imperativo ético. Es decir, pedir estación y su dinámica, la vida que circula en su interior hoy per-
igualdad de derechos para los excluidos como si así se solucionara vierte aquel viejo sueño alegre y se sume en un insomnio feroz. El
insomnio galopa en una realidad sin detención y desea, pero desea de circulación es la de Nordelta y sus pequeños cofrades? ¿Quién se
con angustia, refundar una idea. Teme, también, a la idea de dormir carga con una nueva esperanza regida por una lógica de la distinción
para despertarse nuevamente en el insomnio. No dormir, no dete- que encierra una utopía asesina? Nordelta mostró con elegancia que
nerse, invierte los roles del tiempo y, entonces, los del espacio. se puede habitar fuera de la Ciudad. La Ciudad está celosa. Ahora,
Comemos a la hora de dormir, cogemos a la hora de almorzar, estu- dejó de mirarse y ponderarse como la idea y envidia la lógica deluxe
diamos a la hora de viajar, trabajamos a la hora de disfrutar la fami- de Tigre. La Ciudad dirime su espacio entre la felicidad blanda y la
lia, dormimos cuando tenemos que habitar las ideas. La estación no seguridad flaca. ¿Es la mimetización otra forma de hibridez?
es una muestra de eso, sino que es el origen, la condición de posibi- Ilumina, pavimenta, pare policía, peatonaliza, cerca, repavimenta.
lidad de ello. ¿Y el smog? ¿Y el ruido? ¿Y los carteles, el tránsito, el espacio, la vida?
La comunicación, en cualquiera de sus sentidos, nos hace La Ciudad es inhabitable por la superposición de selección capital.
humanos, comunitarios. La comunicación, tal como la internaliza- Se trata de otra invasión conurbana y de la vieja historia de deposi-
mos hoy, nos muestra lo inhabitable de nuestras relaciones. Donde tar los sueños (y los suelos) en otro lado.

LA QUERELLA DEL INFINITO MALO


tendría que existir un metro de distancia, un silencio, un respiro, Si en otro tiempo la Ciudad tenía la posta de la explotación y
hay otros, otras mercancías, otras biografías irreconciliables, necesi- expansión del espacio, en estos últimos años el conurbano no deja
dades inconmensurables, propuestas limitadas. Esta comunicación, dormir a la Ciudad. Los buenos vecinos se persiguen hasta en sue-
este tránsito yuxtapuesto, gesta una hibridez en el que ni uno es ños con invasiones que desarman su identidad, que la tuercen. Las
uno, ni otro es otro. En las estaciones la Ciudad no es propia ni es estaciones traen vagones de selección natural que descascaran sus

T. Bartoletti y J. Fava
ajena. Llega un caudal de conurbanato que invade anárquicamente estandartes de progreso y modifican las funciones de su materiali-
ese espacio compartido. Invadido lo invadido, desmitificada la dad: alambres como paredes, pasillos como camas, baños como pea-
Ciudad, profanada la comunicación, reinante el conurbanato, ¿quién jes, calles como mercados. La autopista invade con olas de selección
se carga el monstruo? ¿Quién se reconoce en esos gestos, en estas capital, las que amenazan con reproducirse en donde pueda repro-
genealogías, en esos olores? ducir su capital.
Entonces, la ciudad está dislocada: si hacia el centenario miraba Si la Ciudad no adopta una política de pulcritud y fachada, se
a París, cien años después se espeja en otros paraísos soñados. Pero, pierde el baile, se le ha pasado su hora de bonita. No se trata ya de
como la seducción no es consensual, sino que es dual, los dueños de “la ciudad de los negocios” como bautizó Adrián Gorelik en Miradas
la tierra de hoy confrontan su objeto con el orden real, con el orden sobre Buenos Aires. En los noventa, la ciudad había convertido “el
36 visible que los rodea. ¿Y qué los rodea? La hibridez, los contornos espacio público en negocio privado y la sociedad urbana en una 37
imprecisos de lo que alguna vez supo ser una pequeña Europa con suma simple de intereses en competencia”.3 En tal lógica, el espacio
su mar dulce. Pero, ¿qué proyecto de ciudad encierra el deseo de los público reduce sus funciones a la rentabilidad, el ciudadano devie-
propietarios, de los dueños de bienes y vidas? El de una ciudad para ne cliente y, si no puede consumir, queda fuera de la planificación
pocos (para muy pocos). Ni súbditos ni plebeyos: –Vas a vivir en el urbana y, dramáticamente, del proyecto de país. Pero ahora la vuel-
delta en un lanchón buscando de que reír. –Sí, pero lejos, espero, de ta es más ridícula. El habitante hecho ciudadano exige de la ciudad
la invasión. no un proyecto, sino un consorcio. El vecino quiere esa felicidad
La zona de Tigre se convierte, de este modo, en el lugar donde neobarroca del country, paraíso terrenal de los desanclados ciudada-
reina el lujo de la vulgaridad. Hasta al río le cobran peaje. ¿Qué tipo nos, pero en la Ciudad. Como el territorio no es apto, como hay
otros cimientos sobre la Ciudad, como la Ciudad tiene otra historia ser el espacio donde se producen ciudadanos en términos políticos,
que no es la distinción, sino la esperanza de ascenso (o su cadáver), y la ciudad, el espacio que los produce en términos más experiencia-
la hibridez toma la forma de torres arábigas dubaianas con pileta y les, culturales”.5 Frialdad de taxidermista o precisión de cirujana: ¿La
cancha de tenis. Los jeques patrullan con sus camionetas-lanchones república sarmientito-estradiana es acaso la gran pólis y la ciudad es
y abren, sin anestesia, la historia, el vector a futuro, de la Ciudad. el teatro de la etnografía? ¿Cuántos estratos o pieles se superponen,
¿Quién es ciudadano, entonces? Quién se asume porteño en un entonces, en la Argentina actual? ¿Qué ciudad puede pensarse hoy
espacio que no promete comunidad, sino que espera de nosotros como dispositivo de subjetivación en los términos que lo propone
exigencias consorcistas. Quién se identifica con las fachadas y las Sarlo? Su deseo está más cerca de lo que hubiera planificado el Vasco
jetas que invaden la Ciudad. Quién se identifica consigo mismo. Juan de Garay que de las alucinaciones inmobiliarias del Barón
Pues, lo habitable huye de la Ciudad y del Conurbano. Se hunde en Constantini y, sin embargo, ¿nos atreveríamos a negar la conciencia
otro Río. En otras orillas. Se va al interior, quizás. Cruza el de clase de los habitantes de Nordelta? Si son el campo, pero en la
Atlántico, tal vez. No se trata de un Apocalipsis. Se trata de la pre- ciudad, rica y joven aunque tan clásica como su castidad medieval.

LA QUERELLA DEL INFINITO MALO


gunta por la habitabilidad. Dónde vivir. Dónde hacer. Dónde ser Emigrados de la Reina del Plata, buscan poder vivir y dejar morir al
felices. Y los espacios nos presentan otras categorías, otras necesida- híbrido de la ciudad soñada que, miope de mirar a París, dejó entrar
des. Y nos dan otras respuestas, entonces; exigen de nosotros otras el monstruo y la barbarie por sus estaciones de trenes, por su no
preguntas. electrificada General Paz, por su cancerígeno riachuelo. –Sí, ni reina
¿No es acaso Buenos Aires el fracaso de una Aufhebung mal ni plebeya, la ciudad es un híbrido. Ya no el centro del mundo, sino

T. Bartoletti y J. Fava
digerida o la nihilización impotente del ni ni: ni interior o pasado una ciudad imposible.
rosista ni la consumación de la causerie de los jueves que tanto delei- Tal vez la condición de posibilidad fundamental para habitar un
taba al viejo Mansilla? ¿Y las metáforas cabezonas de Don Ezequiel suelo sea el intercambio. El intercambio de vidas, de proyectos, de
dónde quedaron? afectos; y la intervención que urbaniza y ordena vidas o irrumpe con
movimientos de masas que cruzan el riachuelo, llegan a la plaza
3. Braguetazo mayor y piden por la liberación de su líder político preso. Hoy pare-
ce, sin embargo, que en esos intercambios y estas intervenciones
En el último número de la revista La Biblioteca, en una lúcida (desde arriba hacia abajo o viceversa) se escamotean regiones de visi-
entrevista realizada por María Pía López y Sebastián Scolnik, Beatriz bilidad y convivencia compartidas. Si la acción y el conflicto son las
38 Sarlo afirma: “las ciudades y las naciones son aparatos para producir características agonales de la política, algunos sectores –los enclaus- 39
y para impedir que se produzca ciudadanía (…) pero la ciudad no trados barrios privados– han renunciado hace tiempo a ella, ya no
produce ciudadanía sino bajo ciertas condiciones, bajo otras condi- hay amor mundi, ni más filiación que no sea la del bolsillo, en los
ciones no produce ciudadanía. Se puede vivir en la ciudad, sin por gestos de la gentry; mientras otros –los de los cordones del abando-
eso participar en un proceso que incluya ciudadanía”.4 no– atemorizan poco como cuerpo político, como masa. Ahora
De un modo astuto, apunta al núcleo de la cuestión y no esqui- asustan sólo como un índice de la criminalidad pobre. ¿Cuántos
va el bulto: efectivamente se puede compartir una geografía sin por proyectos o Argentinas se enfrentan hoy?
eso hacer del destino un proyecto común. ¿Pero qué se ciñe a este Entonces, no nos preguntemos por la producción de ciudada-
concepto de ciudadanía para Sarlo? “La república, por un lado, debe nos, culturales o políticos, sin hacernos cargo antes de la génesis del
Notas
monstruo, de la disolución de la política, de los años de desactiva-
ción del proyecto de país de “Avellaneda, la fabril”, del urbanismo 1
BAUDRILLARD, J.-NOUVEL, J., Los objetos singulares. Arquitectura y filosofía, Buenos Aires,
de los argumentos que esconde el enfrentamiento real de intereses, FCE, 2006, p. 23.

que confunde la filosofía con el sudoku. –No nosotros, eso se lo 2


Ibid, p. 24.
dejamos a los bravos napoleones sin batallas, a los elásticos enhebra- 3
GORELIK, A., Miradas sobre Buenos Aires, Siglo XXI, Buenos Aires, 2004, p. 201.
dores de deseo. El compromiso nunca ha sido un bálsamo. Y mucho 4
La Biblioteca, N° 7, primavera de 2008, Buenos Aires, p. 17.
menos las elecciones terminológicas. Por eso no es casual que cier-
5
tos intelectuales elijan taxonomías surgidas al calor de los negros Ibid, p.17.

africanos y los aventureros ingleses y franceses seducidos por el exo-


tismo de los otros. ¿Qué otros? Los que vienen del otro lado. Claro.
La ciudad bajo la noche era un vivac. Más allá empezaba el campo de
batalla.

LA QUERELLA DEL INFINITO MALO


T. Bartoletti y J. Fava
40 41
42/43 Se trata de atender no sólo a lo que muestran sino a lo que dicen
las fotos, procurando oír el fondo impensado que resiste a la captura
fotográfica. Nuestra lectura se apoya en la sospecha de que las estam-
TERRITORIOS pas de Martínez Estrada dicen –susurran– más de lo que muestran,
más de lo que él mismo ve y está dispuesto a escuchar. El radiógrafo
LA IMAGINACIÓN de “la Pampa” no se atreve más que a fotografiar “la Ciudad”.
¿Es la fotografía una herramienta suficiente para pensar un terri-
CONURBANA torio? La imagen fotográfica registra los movimientos impercepti-
bles de la ciudad y los cristaliza para que los podamos observar. Sin
POR Ángela Menchón y José Elías Hage
embargo, hay algo en ellas que se sigue moviendo: lo otro de la esce-
na visible que es aquello que la hace posible. ¿Cuál es la forma de
percibir lo invisible que sostiene a las imágenes? La política se mueve
en ese complejo campo de interacción entre lo visible y lo invisible,
y es, generalmente, la que cuida –produce– el límite entre ambas
esferas. ¿Por qué una imagen, una estética, hace política? Porque es
Acá en esta casa viven mil, política toda instancia en la cual se trate de hacer visible lo invisible
clavamos el tiempo en un cartel o invisible lo visible, donde se procure dotar de imágenes a la exis-
somos como brujos del reloj,
ninguno parece envejecer.
tencia o de existencia a las imágenes. “(…) las cosas son invisibles,
Fernando Cabrera, La casa de al lado saben volverse invisibles. Cuando uno llega las ve, pero son invisibles en
la medida en que, en efecto, ponen en jaque la visibilidad hegemónica,
la que nos domina, la del sistema, donde todo debe volverse inmediata-
“La estética de la ciudad, ¿corresponderá al álbum más que al mente visible e inmediatamente descifrable”.2 La genealogía nos permi-
libro?”1 Frente a este interrogante Ezequiel Martínez Estrada se res- te escuchar esos murmullos y desenmascarar el entramado de fuer-
ponde: la fotografía “convence en primer término a los ojos, que zas que domina y establece la visibilidad de las imágenes. No se trata
son los órganos casi exclusivos para interpretar a Buenos Aires” de hacer todo visible, sino de comprender las fuerzas que se traman
(LCG, 96). ¿Cómo leer –entonces– la Ciudad? ¿Cómo ordenar el en su visibilidad.3
álbum de fotos? Según la crónica, el problema reside en la cantidad
de fotografías tomadas. Cada una expresa de un modo general algo Fotografía I
que uno quiere mostrar; entonces, la ciudad se reconstruye por par-
tes. En cambio, según el ordenamiento genealógico, cada fotografía Lo que pasa es que su tamaño sideral, su bienestar y su desasosiego
expresa de modo singular toda la trama de la ciudad. Detrás de ese intrascendente proyectan sus movimientos en un campo vasto y vivaz, y
maquillaje inmóvil se esconde un entramado de voces, de fuerzas. por eso juzgamos a Buenos Aires dinámica y terrible. Hora a hora se
Pero ¿cómo leer las fotografías más allá de los textos que las sutu- dilata, crece, lleva hasta confines más distantes su agitación superficial
ran y las acomunan en un álbum? ¿Cómo “debe” ser leído un (LCG, 38).
álbum de fotos?
El límite es redefinido en la constante dilatación citadina. El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires? ¿Cómo puede el vacío ser
límite de la ciudad es pensado en esta fotografía como lo permeable, deseado? ¿Es el síntoma de una imaginación cansada que se rinde (se
lo desbordable, es articulado y definido como frontera, aquello que deja seducir) ante la imagen-modelo?
se puede correr o traspasar. La Ciudad Autónoma de Buenos Aires Según esta lógica del límite como frontera, la tensión entre el
crece, pero ¿sobre qué? Lo que bordea la ciudad es el conurbano conurbano bonaerense y la ciudad porteña (espacios irreductibles
bonaerense. El conurbano rodea el territorio de la Capital Federal: pero inseparables) se transforma en un juego de reflejos. La imagen
los separa una gran avenida-autopista y un río. Los barrios que con- modelo precipita un imaginar hasta el fondo de la repetición. En efec-
forman este anillo envolvente prologan el infinito horizontal pampe- to, el proyecto de la copia es la imposibilidad y la negación del mismo
ano. Parte de su velo fino de niebla llega arrastrado por la noche hasta proyecto. Porque es proyecto inalcanzable y porque a su vez la copia
las calles pueblerinas, en las que se mezclan, interrumpiendo el silen- es copia de copias. ¿Hacia qué lugar se ubica de frente el espejo que
cio de la humildad, sirenas, tiros, frenadas que marcan el asfalto, proyecta la imagen reflejo? ¿Cuál es la dirección de lo real? La poten-
también gritos o música de alguna fiesta perdida en algún patio. cia del corazón de la ciudad cruza sus límites, la sangre se oxigena en
La ciudad, entonces, sale de sí misma en un movimiento expan- el transitar y aumenta el cauce vital.

LA IMAGINACIÓN CONURBANA
sivo, traza sobre su afuera el germen de su posibilidad. En primer
término y según este movimiento, el conurbano es un espacio que Fotografía II
alberga en su territorio los nodos que la ciudad produce en su movi-
miento inclusivo. La ciudad se empeña en hacer ciudad por fuera de Cuando el hombre primitivo concibió la diabólica idea de construir

Á. Menchón y J. Hage
la ciudad. La metrópoli insiste en reproducir más allá de sus límites ciudades, ¿quiso encarcelar a sus semejantes, como cuando construyó la
un entramado “textual sin existencia” (LCG, 56), ¿qué se revela por jaula quiso encerrar los pájaros? (…) Ahí se metió el hombre y después
debajo de cada objeto impostado, de cada imagen? no pudo salir; y de presa fugitiva se convirtió en presa enjaulada. Se
El vacío. ¿Cómo explicar el avance progresivo del vacío? ¿Cómo cazó a sí mismo (LCG, 51).
resistir a la oquedad sistemática y mediáticamente organizada? Las
marcas de la ciudad por fuera de su territorio son la condición de La ciudad, ahora, se repliega, se (en)cierra. La reja funciona
posibilidad de la imposición de un imaginario que busca capturar como límite y recorta el territorio, ahora, en un movimiento exclu-
espacios imponiendo formas, normas y modos de vincularnos. sivo. Traza nuevamente una grilla (jaula), tan real como imaginaria,
Marcar una zona es volverla posible de colonizar. Abrir un orificio que la separa y la aísla de aquello de lo que “debe” protegerse. ¿Qué
44 por donde succionar la sangre y la fuerza vital. Esa imagen vacía que la asedia? ¿Qué es eso otro que habita en ella, la sostiene, y sin embar- 45
avanza sobre el conurbano es un producto del oportunismo de los go, se confina al encierro? Algo se insinúa en la ciudad fotografiada
predicadores de la “gestión” y de los medios de comunicación, un por Martínez Estrada y no puede pensarse sin, al mismo tiempo,
artificio creado para seducir al conurbano, un dispositivo mediático estallarla. Algo que apenas se asoma en las primeras ediciones de La
de seducción, una imagen vacía encubre el vacío como proyecto: vacia- cabeza de Goliat y que se muestra por fin en la última4: el país está
miento de la cultura, de la educación, ausencia de trabajo y pérdida enfermo de urbanidad, “una ciudad (…) es un tumor maligno que
del espacio público. ¿Por qué en este territorio que posee sus códi- pocos gobiernos se deciden a extirpar” (LCG, 19, “Prólogo a la tercera
gos propios respecto a la ciudad termina por triunfar una imagen de edición” de Junio de 1956), pero a su vez, la ciudad ha sido presa de
poder ligada a la estética del partido que ocupa hoy en día el una epidemia “esta vez de carácter político” (LCG, 19).
Bajo la égida de la invasión se interpone la reja, se privatiza el
espacio, lo que amenaza es lo público. “Las calles por las que iba a su
casa, Rivera Indarte, Falcón, Membrillar, Bonifacio, estaban muy oscu-
ras, aunque bastante concurridas. A esa hora los cirujas revisaban la
basura, ocultos en las sombras. Aunque Ferdie, hundido en sus pensa-
mientos, no notaba nada, y hacía de modo automático el trayecto reco-
rrido mil veces, las caras horribles que se alzaban a su paso, con gesto
amenazante y temeroso a la vez, de entre las bolsas de plástico malolien-
te, se grababan en él una tras otra, como pinturas nocturnas. Más que
en sus ojos golpeaban en su propia cara, que era pura luminosidad…”.5
Lo amenazante, lo que asedia, es el espacio que está detrás de la reja,
lo que está afuera. Como en una pirueta histérica aquello que se bus-
caba seducir es ahora lo que tiene que quitarse del territorio y de la

LA IMAGINACIÓN CONURBANA
vista. En este movimiento excluyente, la Ciudad, traza una zona de
protección, de inmunidad6 y modula una imagen de sí misma e
interfiere en su delimitación, no sólo geográfica, sino política, social
y económica. Los medios audiovisuales trazan el mapa de la inseguri- Juan Andrés Videla. “Camino de cintura”, óleo sobre tela, 1 x 1, 40 m.

Á. Menchón y J. Hage
dad definiendo una imagen del conurbano que se imprime en las De su muestra Onda roja entre Constitución y Longchamps.

almas legitimando discursos de control, de vigilancia y de encierro.


El límite es impuesto por los barrotes del enrejado a través de los que bilidad no es algo que de suyo esté en la “fotografía” (pintura, en este
se ve lo que ella misma no es. caso), sino que excede el límite pictórico y nos sitúa ante la moles-
La epidemia, el cuerpo enfermo, es la imagen de sí, es lo que tia de lo no nítido. Sin embargo, lo que parece fugar la imagen no
puede ver el vecino. La visibilidad de la ciudad configura un hori- es el horizonte profundo sino la superficie, eso que se interpone
zonte dentro del cual el vecino exige, se queja, advierte, teme. entre nuestros ojos y el lugar. La bruma se funde en la imagen y es
el rostro de un movimiento constante. Entre el devenir y la perma-
Fotografía III nencia, lo que resiste es la afección.
46 Una señal se interpone entre un giro y la vuelta. Territorio que 47
La imagen se resiste tanto como el texto. La Obra de Juan oscila entre el pasaje, como las torres de alta tensión que transportan
Andrés Videla insinúa una realidad borrosa, una distorsión, ¿está en la luz, y el remanso, como esa isla “verde” en medio que permite esta-
la imagen eso que buscamos sin refugio? ¿Está entramado en el asfal- blecer conexiones con los costados, entre los bordes. Retomar una
to? Como en medio del desierto el espejismo es lo que, de modo ruta y perderse en el horizonte, casi como el túnel, transforma la esca-
incesante, no deja de atormentarnos. El horizonte refleja sólo luz la de grises en su extremo-salida. Volver a preguntar por el lugar del
enceguecedora. Nadie la tiene que tomar “como una ciudad verda- conurbano parece un giro retórico. Sin embargo, ese territorio es más
dera, sino como un espejismo de la sed del desierto” (LCG, 189). que su geografía. ¿En qué lugar ubicamos el paisaje videliano? ¿Dónde
Hay algo que impide ver en la Obra videliana y es la bruma. La visi- buscar aquello que resiste a las “fotos” de dicho territorio que la
Ciudad impone que miremos? ¿Qué significa hoy vivir, crecer y morir en cada momento se nos ofrece al modo del sujeto mayor que nos inter-
en el conurbano? ¿Esbozar una sonrisa? Como “Víctor San La pela un cuerpo a imitar, una imagen a encarnar. Pero esa imagen hege-
Muerte”7, aquel personaje que en Villa Celina era reconocido por su mónica, y que nos remite a los predominios políticos y a las capacidades
trabajo; “el suyo era el trabajo más triste de los trabajos tristes: reco- de emisión de discursos, no puede obliterar la existencia de otros cuerpos
lectaba de la calle animales muertos por atropellamiento o cualquier reales, que se resisten a la acabada construcción a la que se los convoca.
otra causa” (VC, 160), hasta que un accidente fallido desafía el desti- El revés y lo otro: lo que se niega y lo que es inasimilable, que por supues-
no de la parca y los restos de vida impresos en el asfalto generan una to no son sinónimos. Es revés, es negación, aquello que incorpora un
inclinación de la boca dibujando una ancha sonrisa vital. El conurba- mínimo de rebelión, pero que tiene la posibilidad de incluirse en la nor-
no genera su propia vitalidad monstruosa protectora y “milagrosa”, matividad anatómica imperante. Lo otro es aquello que es incluido por
como “Dos Narices”, que “como su nombre lo dice, este perro se la misma imagen que se postula como modelo a seguir, lo imposible de
caracterizaba por un rasgo particular: tenía dos narices (…) Había integrar, cuya negatividad no radica –por lo menos no está allí desde el
nacido en Lanús Oeste en un barrio (…) junto al riachuelo, en unos origen– en la disidencia sino en la incomodidad que provoca su inelu-
potreros con tanta contaminación que los animales y las plantas (…) dible existencia. En realidad, incomodan ambos: a los primeros se los

LA IMAGINACIÓN CONURBANA
nacen con deformaciones y características insólitas” (VC, 190). puede seducir, a los segundos eliminar o reducir.”8
Desde la lógica de la visibilidad, el conurbano aparece, enton-
Fotografía IV ces, al mismo tiempo como el revés y lo otro, lo que se niega y lo
inasimilable. El límite está dado por la coyuntura histórica y por las

Á. Menchón y J. Hage
La cabeza se chupaba la sangre del cuerpo (LCG, 33). intenciones políticas. El resto que no se piensa es también el resto
que se desecha, aquello que se seduce y luego se elimina a través de
La succión (cabeza-cuerpo, cuerpo-cabeza) parece ser ahora operaciones de incorporación excluyente, dando cuenta de una frag-
simétrica y un entre impensado la interrumpe. Aquel lugar de trán- mentación interna. ¿Cuáles son los otros cuerpos reales “que resisten a
sito o anclaje por momentos excluido, y en otros, incluido, se nos la acabada construcción a la que se los convoca”? El cuerpo real no
presenta como híbrido, a veces inasible, otras, cotidiano. La disputa es revés y otro de su vitalidad, sino del cuerpo sano, es decir, de “la
por el territorio, por su imagen, ha transformado de a poco el normatividad anatómica imperante”. La resistencia como vitalidad,
remanso en torbellino. Este anillo múltiple que en el norte y el sur excede la esfera de la visibilidad, irrumpe y desarticula la lógica sin-
se roza con la brisa del Plata parece por momentos obturar la cone- tomática de lo visible, es decir, la que se presenta como oposición o
48 xión anatómica entre el tironeo de la cabeza y el cuerpo. Un cuerpo dualidad salud-enfermedad. 49
real se interpone entre la relación de la cabeza y el cuerpo sano: la La vida y la muerte se articulan, se superponen, se frecuentan en
enfermedad es diagnosticada, encapsulada y combatida. Sin embar- un ritmo acompasado y discontinuo alrededor de figuras cotidianas
go, el cuerpo real desarticula la dialéctica salud-enfermedad. La como el trabajo, la alegría, la desocupación, la fiesta, el cansancio. Si
cabeza encarna una imagen de salud y proyecta un plan sanitario. la ciudad está “enferma” y se inmuniza, su territorio fallidamente
¿Cuál es el cuerpo real en Martínez Estrada? Esta pregunta nos lleva especular se debate entre la vida y la muerte y se revitaliza, se cae y
a interrogar sobre la lente estradiana, lo que le permite ver. se levanta, asume su tonalidad híbrida y conflictiva: los cuerpos rea-
En la siguiente compleja y extensa cita encontramos una mane- les gozan, padecen, desean, generando una estética de la vitalidad
ra de leer la serie: cuerpo-imagen-estética-política. “Efectivamente, invisible para la mirada normativa e hipocondríaca del síntoma.
¿Cuál es el proyecto posible para el conurbano? ¿Cuál es el deseo Notas
de aquellos “cuerpos reales” que resisten? ¿Cómo generar imágenes 1
MARTÍNEZ ESTRADA, E., La cabeza de Goliat, “Tiempo americano de la ciudad”, Sol
que den cuenta de dicha resistencia? ¿Cómo revitalizar y potenciar 90/Clarín, Buenos Aires, 2001, p. 36; a partir de ahora LCG.
una imaginación conurbana?9 ¿Cuál es la vitalidad del conurbano? 2
BAUDRILLARD, J., y NOUVEL, J., Los objetos singulares. Arquitectura y filosofía, Buenos
Aires, FCE, 2006, p. 18.
3
Fernando Gallego se ha ocupado del complejo dispositivo que convierte a la preocupación del
vecino en el de la visibilidad (de la basura). GALLEGO, F., “La gestión biopolítica de lo urba-
no”, en El río sin orillas, N° 1, 2007.
4
16 años distancian la primera y la última edición, modificada por su autor, de La cabeza de
Goliat. Pero no sólo son casi dos décadas, un intervalo de tiempo. Sino dos prólogos y cuatro
capítulos. Lo que nos invita a pensar es el entre impensado, una distancia espacio-temporal, su
devenir. Aquello que separa al cuerpo de la cabeza. ¿El cuello?, eso que aparece como innombra-
ble en la primera edición de 1940. Sin embargo, hay algo que necesita ser pensado, en palabras
del autor, que debe ser pensado y ocupar un lugar, redefinir el territorio en la tercera edición
publicada en 1956 (después de algunas modificaciones en la segunda de 1946). ¿Es que Goliat

LA IMAGINACIÓN CONURBANA
reconoce un nuevo lugar en su cuerpo? ¿Cuál es el límite que separa la Pampa de la Ciudad
(1940)? ¿Dónde se unen la Ciudad y el conurbano bonaerense (1956), si es que hay algo que los
une? ¿Dónde ubicamos el conurbano? ¿En la Pampa? ¿En la Ciudad?
5
AIRA, C., La guerra de los Gimnasios, Emecé, Buenos Aires, 1993, p. 31.

Á. Menchón y J. Hage
6
Las políticas de la asepsia gestionan las conductas apropiadas frente al circuito de la basura a
través de la publicidad gráfica. La campaña PRO: Buenos Aires 1 Basura 0, nos “sorprendió” en
las calles de la Ciudad luego de la clausura del Tren Blanco.
7
INCARDONA, J., Villa Celina (VC), Norma, Buenos Aires, 2008, p. 160. San La Muerte es
uno de los apodos de Víctor, también apodado “La momia” o “El mudo”.
8
LÓPEZ, M., Mutantes. Trazos sobre los cuerpos, Colihue, Buenos Aires, 1997, p. 92.
9
Es interesante para pensar este tema el Posfacio del libro de Adrián Gorelik Miradas sobre
Buenos Aires (2004), donde el problema que se plantea en términos de “malestar” es la relación
entre las esferas de intervención, una académica y otra político-técnica, es decir, la reflexión
sobre el imaginario urbano y su relación con la reflexión de la imaginación urbana.
50 51
52/53 el apellido. O en lo que el apellido trae consigo. Como la burguesía
no comprende la falta de mérito de la aristocracia –concluye el
narrador–, los aristócratas tratan sólo entre ellos y la desprecian.
TERRITORIOS La aristocracia –hay que reconocerle a Tocqueville– se parece
más a su concepto (“el gobierno de los mejores”) cuando tiene
VOLVIERON poder. O, mejor dicho, ese es el único caso en que podría aspirar a
parecerse a su concepto. El mejor ejemplo sería el de la nobleza rusa
LAS CLASES que, a diferencia de la europea, se reproducía no tanto a través de la
herencia como de la cooptación: cuando un hombre alcanzaba cierta
POR Silvia Schwarzböck
posición en el aparato de Estado, se convertía de por vida en un noble.
Lo mismo sucedía con la nomenklatura-burocracia soviética (aunque
la categoría de clase, ni ninguna de las categorías marxistas, pueda
aplicarse mecánicamente a la URSS).3 Por eso, en la Rusia post-comu-
Es posible que la aristocracia sea la única clase que no haya exis- nista, la burguesía tiene que formarse a partir de aquellos sectores de
tido verdaderamente. Incluso las razones por las que Tocqueville la la burocracia estatal que se apropiaron de los recursos económicos,
considera un freno al despotismo y se lamenta de la pasión con que es decir, tiene que formarse sin poder distinguirse de la mafia.
los hombres de su tiempo destruyeron todo rastro que quedara de Las clases deberían reconocerse por su posición en la estructura
ella, aumentan ese carácter quimérico que tiene su concepto.1 La social de producción. Esa posición le permitiría a una clase apro-
ventaja que Tocqueville encuentra en la aristocracia, como presunta piarse del trabajo de otra. Pero ni bien uno elige este punto de par-
maestra de virtudes ciudadanas, puede entenderse, sin idealizarla, en tida para pensar la clase, termina encontrando en el final lo que ya
el análisis que hace Proust del modo en que Madame de Villeparisis estaba en el principio: algo parecido a la dialéctica del amo y el escla-
se relaciona con la cultura.2 Todo lo que esta mujer sabe de arte, de vo en la versión de Kojève, es decir, una figura que al fin y al cabo
arquitectura, de filosofía, o de religión está vinculado con la historia no explica el capitalismo sino la psiquis humana. Porque, en reali-
de su familia y con las propiedades que le pertenecen por herencia. dad, nunca se empieza por el principio para tratar un problema, sino
No puede evitar ser una persona culta, pero la vía por la que ha por el final, por el estado contemporáneo de las cosas y de las teorí-
obtenido su cultura le impide dotarla de espíritu filosófico. Todo lo as. Y las relaciones de producción –de acuerdo al estado más contem-
que sabe proviene de anécdotas que la incluyen o incluyen su patri- poráneo de la dialéctica– tendrían la misma forma que la neurosis. 53
monio, aunque ella nunca tendría el mal gusto de nombrarse o de A juzgar desde el presente, todas las clases (y la noción misma
enumerar sus bienes. Lo mismo por lo que el narrador podría envi- de clase) han adquirido el mismo carácter quimérico que la aristo-
diarla lo obliga a compadecerla. Todos los artistas que él admira ella cracia. Porque todas, al igual que ella, demostraron que nunca pudo
los conoce de tenerlos sentados a su mesa, rindiéndole pleitesía a expresarse como positividad el rasgo que hacía a cada una peculiar
cambio de algún favor, pero, por eso mismo, no puede juzgarlos más (por contraste con las otras) y a todas, necesarias para la historia
que por esa vanidad que sin querer le enrostran y que ella percibe (porque sin historia no hay emancipación humana y –se sabe– sólo
como un rasgo eminentemente plebeyo, porque dentro de su clase se puede hablar de clases a partir del capitalismo). La clase, en sí
no se cultiva de ese modo la individualidad. La aristocracia radica en misma, no es nada (no es simplemente que no se la pueda definir).
O existe como parte del resentimiento de clase (la clase, en este caso, negar su origen, y esa negación las remite a él para siempre, él fun-
es el lugar desde el que se odia a otra clase, cualquiera sea la relación daría un nuevo tipo de intelectual, el que hace de la asunción de su
con la propia, a la cual, desde ya, también se puede odiar) o existe origen la clave de su forma de provocar.
como objeto de deseo, como la clase a la que se quiere pertenecer y En el Prólogo a “El Pop-art” (1967) Masotta confiesa que cuan-
que se imita para ser confundido con un miembro de ella (esa clase do dio las conferencias que el lector va a leer a continuación –en
a la que se aspira puede ser incluso aquella clase a la que ya se per- 1965, en el Instituto Di Tella–, no había visto en persona las obras
tenece, porque –dando por cierto lo que dice Tocqueville de la aris- de las que hablaba. Dentro del libro, hace otra confesión parecida:
tocracia inglesa– es tan difícil entrar a una clase como saber que se que puede comprender a Renart, un artista que ha nacido en su
está dentro de ella). La clase, en este sentido, está siempre fuera del mismo barrio (sobre la calle Camarones, a pocas cuadras de Nazca),
yo. Es algo contra lo que el yo combate (la clase, en este caso, es el mejor que a cualquier otro. Pero, por eso mismo, se pregunta por
propio enemigo) o algo a lo que el yo imita (la clase, entonces, se qué alguien como él, nacido en Floresta, se interesa por un tema de
convierte en su modelo), pero nunca es él mismo. El sí mismo elite como es el arte contemporáneo. En “Yo cometí un happening”
nunca coincide con la clase. En este sentido, sería la clase media la (1967) analiza un happening que se le ocurrió a su vuelta de Nueva
clase por excelencia que se odia a sí misma. Pertenecer a ella siem- York, en abril de 1966, que comenzaba de la siguiente forma: apa-
pre significa haber salido de la pobreza por los propios medios. Pero, recía él, y le anunciaba al público que el happening que iba a ver

VOLVIERON LAS CLASES


entonces, en el origen está la pobreza. Y por eso hay que negar ese estaba inspirado en un happening de La Monte Young, visto duran-
origen. Sólo que el que niega su clase –en el decir de Masotta– siem- te su viaje. En la Advertencia que abre “Conciencia y estructura”
pre queda remitido a ella. (1968) confiesa que se avergüenza de la prosa presuntuosamente

S. Schwarzböck
Leyendo a Arlt, Masotta4 se da cuenta de que los individuos existencialista con que escribía en Contorno. En esa época –aclara–
sobresalientes de la clase media –como era su caso–, al ser portado- confundía el compromiso con un tono copiado de Les Temps
res lúcidos de un saber sobre su origen, se ven obligados a adoptar Modernes y de Sartre.5 Estas sucesivas confesiones remiten a una
una actitud cínica. Ser cínico es ser capaz de reconocer en otros los confesión primera, que puede considerarse fundacional, realizada en
valores que uno desprecia, sabiendo que esos valores le resultan reco- público unos pocos años antes, en 1965, cuando presenta Sexo y
nocibles porque son los mismos que lo constituyeron a uno. El odio traición en Roberto Arlt en el Salón de Artes y Ciencias. En esa oca-
a la propia clase, si uno es de clase media, lleva a la delación. Delatar sión, Masotta confiesa que cualquiera que haya leído el Saint Genet
a los pares libera de la moral desde la que uno se desprecia, una de Sartre podría haber escrito sobre Arlt lo mismo que él, salvo que
54 moral que quienes podrían practicarla, las clases altas, no la practi- él, por esa mediación, pudo descubrir el modo en que negaba su ser 55
can, y sólo la hacen valer como universal para controlar a las otras. de clase media. Pero no por eso el ser de clase media adquiere gra-
La actitud contraria consistiría en señalarse a uno mismo, en lugar cias a Masotta una dimensión positiva, como si hubiera algo en esa
de poner el dedo acusador en los pares. Pero esa podría ser la autén- clase que le permitiera emparentarse con el desparpajo que él mues-
tica manera de delatar a los otros, incurriendo en la misma actitud tra. Es en realidad la condición de intelectual la que se sobrepone en
por la que Masotta caracteriza a su clase, sólo que invertida: él se él a la miseria de su propia clase. Sólo cuando se piensa a sí mismo
asume hasta el hartazgo como alguien de clase media, con el fin de como alguien del público que ha pasado del otro lado (como autor
dejar de ser un intelectual más de la clase media. Si las individuali- del happening), o cuando siente que ahora es él el profesor, el que
dades prominentes de esa clase –había dicho– se caracterizan por da cursos sobre el pop-art a quienes pertenecen a una clase superior
a la suya pero, por eso mismo, no están dispuestos a hacer el esfuer- que la clase media nunca parece apta para la comunidad verdadera)
zo de leer por sí solos las teorías que él ha leído, sólo en esos momen- es lo mismo que la convierte en poco propensa a asumir esa concien-
tos se pone en una verdadera posición de poder, que es como decir cia de clase por la cual, gracias a ella, se redimiría toda la sociedad.
que replica la dialéctica del amo y el esclavo, poniéndose en el lugar Quien lo vio de entre los marxistas, por su misma heterodoxia como
del amo. Y al ponerse en esa posición positiviza un rasgo de su pro- tal, fue Benjamin, aunque sólo lo mencione al pasar: únicamente
pia clase: el deseo de pisotear al que siente que está por debajo de él, puede gozar quien siente la intrascendencia de su paso por este
en lugar de atacar al que siente que está por encima. Pero él lo posi- mundo. Llegará un día en que la clase proletaria se proletarizará
tiviza sintiendo por debajo suyo a los burgueses snobs confiados en tanto que sentirá su condición de mercancía y le penetrará hasta los
su saber. No obstante, aún así, sólo puede vengarse de las clases que huesos el escalofrío de la economía mercantil. Pero ese día aún no
están por encima de la suya en tanto sea intelectual y como intelec- ha llegado. Mientras tanto, la clase proletaria pasa el tiempo, y quien
tual, en tanto sea brillante. El problema, ahora, es que destacar los pasa el tiempo, busca goces.6
méritos extraordinarios de quienes provienen de una clase inferior Como la clase proletaria estaba pasando el tiempo (o porque su
siempre es parte de esa capacidad de mostrarse magnánimo que momento, el que le prescribe la historia, no había llegado, o porque
caracteriza a quien no tiene nada que perder y sólo puede ganar. El ese momento ya había pasado), buscaba goces. En este punto,
poder vuelven a tenerlo los que pagan el curso para que él les ense- podría comparársela con la nobleza. Pero, en el punto en el que las

VOLVIERON LAS CLASES


ñe lo que no tienen ganas de leer por sí solos. Por razones como esta, dos clases socialmente más lejanas podrían parecerse, es en el que
que muestran que la vanidad puede ser mayor que el odio de clase, finalmente se diferencian. Al dejar de ser aristocracia, la nobleza
es que todo lo que se espera de los intelectuales de clase media en pasa a esa condición ociosa por la que se deja ver, en las fotos de las

S. Schwarzböck
procesos de cambio social es al precio de que sean orgánicos, abso- revistas, como la más privilegiada de las clases: siempre de fiesta, de
lutamente orgánicos. vacaciones en la playa o en la nieve, según la estación, entregando
La clase, cuando es alabada por un rasgo positivo, el motivo de un premio, o haciendo beneficencia. La misma vida que las estrellas
alabanza se debe a algo que hay en ella de lo que se beneficiaría no del espectáculo, pero sin hacer cine ni TV. Por eso cuando la noble-
la clase misma, sino el resto de la sociedad (la sociedad como un za goza, desciende de condición. Hace lo mismo que haría cualquier
todo) y a largo plazo (en una dimensión que es la de la historia). El plebeyo millonario, así como el plebeyo millonario también tiene
rasgo en cuestión aparece como aquello que permitiría trascender la que descender de condición para gozar, porque goza haciendo lo
individualidad y el individualismo. Pero así como la vocación de mismo que haría un obrero si tuviera la misma fortuna que él. La
56 anonimato que encontraba Tocqueville en la aristocracia (producto única clase que no desciende de condición para gozar es la clase pro- 57
de que estar en posición de heredar la cultura, junto con los bienes letaria, porque no se despoja de su realidad en el momento del goce.
que la traen consigo, no supone mérito alguno) iba a dejarla fuera El obrero goza porque es obrero (¿qué le queda al obrero sino gozar
de la historia, las virtudes del mismo tipo, forjadas por el proletaria- cuando no trabaja?). Gozar de manera totalmente despreocupada es
do, podrían hacer que el paso de generaciones de obreros por este su determinación de clase. El goce de la clase obrera prometía ser ili-
mundo sea todo lo intrascendente que las teorías materialistas de la mitado, en la medida en que estuviera en situación de encontrarlo
historia pensaron que no debía ser. Todo lo que en la clase obrera en ella misma.
podría ponderarse como contrario al cultivo del yo (el rasgo que El obrero, entonces, sería el mejor posicionado para el disfrute
vuelve sospechoso al intelectual) y al individualismo (el rasgo por el pleno de la vida materialista (como bien lo entendió el primer pero-
nismo), aunque por él pudiera perder su condición redentora (como Martín Caparrós. Mercedes Depino (alias “Lila”) y Sergio Berlín
bien lo sufrió en carne propia el peronismo revolucionario). Si su (alias “Dante”) se mudan a un departamento de dos ambientes en
trabajo es anónimo, todo lo que hace fuera del trabajo constituye su Vicente López (Maipú y San Martín) que les regalan los padres de
verdadera vida. Él debería ser el único tipo de sujeto para el cual, por él, “…siempre dispuestos a ayudarlos en todo lo que pudieran. Así
ejemplo, los hijos (que le dan nombre a su condición desesperada: vivirían en su zona de militancia, y se evitarían largos viajes desde el
proletario) tienen un valor en sí. Dado que no es él el que va a ter- centro. Carlos Goldenberg, en cambio, se había ido a vivir a
minar de educarse en esta vida, dado que él no será ni dueño ni Moreno; su compañera, Adelaida Viñas, Mini, militaba allá y no
autor del fruto de su trabajo, tendrán entonces que ser sus hijos los negociaba: para ser buenos militantes, decía, tenían que vivir en un
que gocen de esa oportunidad (traduciéndola, ellos sí, en esfuerzo barrio de laburantes y en las mismas condiciones que ellos. Carlos
intelectual) como parte del beneficio de que él haya sido privado de no terminaba de estar de acuerdo: ‘Si queremos hacer la revolución
tenerla. A su vez, todo lo que contribuye a constituir su identidad no es para vivir todos peor, sino para que todos vivamos lo mejor
(desde la nacionalidad hasta las idolatrías particulares que cultive) es posible. Nivelar por arriba, che, no por abajo. Hacer la revolución
lo que tiene con otros en común, algo que comparte con otros. Su no tiene que ser una forma de sacrificio, una manera de sufrir…
vida, por todo esto, tendría esa “grandiosa ausencia de sujeto” que el Ésas son ideas cristianuchis. Si uno está en esto es por una ética y
joven Lukács –igual que Borges– ponderaba de los personajes de la también por una estética, para disfrutar en serio de la vida’. Pero el

VOLVIERON LAS CLASES


épica (aunque para eso hiciera falta que forme parte de una comu- planteo de Mini seguía la ortodoxia montonera: Carlos terminó por
nidad más homogénea, donde el individuo no se diferencie del aceptarlo y se instalaron por La Reja. Era incómodo: cada mañana
resto, ni necesite diferenciarse y que, cuando lo haga, no se sienta tenía que salir bien temprano, como si fuera a trabajar, porque en

S. Schwarzböck
aislado). Pero ese ser de clase obrera, desde ya, es tan quimérico ese barrio de casitas y calles de tierra todos salían a trabajar bien
como el de la aristocracia. La prole ata al proletario al trabajo como temprano y uno que no lo hiciera habría resultado sospechoso.
a un yugo, el trabajo sin firma lo embrutece como a un animal de Tenía que caminar muchas cuadras de barro hasta el colectivo y de
carga, la diversión, que acontece dentro de su misma realidad por ahí a la estación de tren y de ahí un par de combinaciones para lle-
mera falta de recursos, es una forma de olvidarse de sí mismo y de gar a la zona Norte, donde militaba. A menudo se aparecía en el
dejar de pensar en que cada lunes empieza todo de nuevo, como si departamento de Sergio y Mercedes con facturas para el desayuno,
fuera una maldición del Antiguo Testamento. para hacer tiempo hasta su primera cita. ‘Y encima mis vecinos que
Este problema, el de tomar o no a la vida obrera como un siempre están diciendo mirá cuando llegue el pavimento cómo se va
58 modelo de vida, formó parte de la discusión de la militancia revolu- a valorizar nuestro terreno, y la puta que lo parió. Como si eso les 59
cionaria. Quien piensa en cambiar la sociedad, y es por lo menos de fuera a cambiar algo…’”.7 ¿Qué le había hecho a la clase obrera el
clase media, debe en algún momento plantearse si sería capaz de peronismo?
vivir en la sociedad justa sin los privilegios que tiene en la sociedad En Operación masacre, Rodolfo Walsh define al peronismo
injusta (es decir, si podría vivir como un mero trabajador sin firma). como una clase, la clase obrera. Sin embargo, describe con cierta iro-
Pero también podría pensar que en la sociedad justa nadie tendría nía el conformismo pequeñoburgués en el que vivían, en 1956,
por qué vivir como vive la clase trabajadora en la sociedad injusta. aquellos personajes que prosperaron durante el peronismo. El barrio
Esta es, en agosto de 1974, la discusión entre algunos de los perso- en el que suceden los hechos, en Florida (partido de Vicente López),
najes centrales del tomo II de La voluntad, de Eduardo Anguita y a seis cuadras de la estación, es de obreros y empleados que están ter-
minando de pagar a crédito sus casas, casas que, como la de Don no medio es tomado erróneamente por judío y perseguido por el Ku
Horacio Di Chiano, electricista de la Ítalo durante 17 años, tras- Kux Klan. Su primera reacción es tratar de demostrar que no es
cienden “clase media apacible y satisfecha”.8 Peor que el obrero que judío, pero, finalmente termina asumiéndose como el judío que no
ha progresado es para Walsh el empleado que quiere progresar, es. De este modo, el personaje se politiza, porque convierte a quien
como Mario Brion: “…un muchacho serio y trabajador, dicen los persigue a los judíos en su propio enemigo.10 En el devenir peronis-
vecinos. Una vida común y sin relieves brillantes, sin deslumbres de ta de Walsh su argumento no sólo se politiza por empatía con el
aventura, reconstruimos nosotros…”.9 El narrador-periodista peronismo (por un mero “ponerse en el lugar de” y asumir a su ene-
(Walsh) se diferencia del punto de vista del vecindario, que encarna migo como propio), sino que se convierte en el argumento central
el punto de vista de la decencia, y pone al lector de su lado (lo inclu- del revolucionario. El revolucionario es el único tipo de sujeto que
ye en el “nosotros”). El de Brion –dice– es un plan de vida de eta- desea verdaderamente que todos sean como él, por lo menos para
pas precisas. Estudia y trabaja. Se recibe de perito mercantil. hacer la revolución. A él no puede aplicársele la paradoja del menti-
Aprende inglés. Se compra un terreno. Construye en él una casa. roso, que necesita que nadie sea como él (por lo cual no puede apro-
Cuando la casa está terminada, se casa con su primera novia. La bar la mentira como modo de vida general) para que él pueda men-
única anomalía, en esa vida, es la afición por la lectura, que Mario tir (porque si todos mintieran, nadie creería en la palabra ajena y él
Brion hereda de su padre, un inmigrante español que ha prospera- no podría mentir). El revolucionario quiere y necesita que todos

VOLVIERON LAS CLASES


do a partir de oficios duros. Entre los libros de su biblioteca sean revolucionarios como él. Después de la revolución, si él llega a
(Horacio, Shakespeare, Unamuno, Baroja) no faltan los de proce- ser funcionario, por supuesto va a querer que todos los ciudadanos
dencia norteamericana, que pueden resumirse en uno solo: “cómo sean como Mario Brion, para que el país emancipado prospere (aun-

S. Schwarzböck
triunfar en la vida”. Esos libros –interpreta Walsh– son los que indi- que sin leer libros de procedencia norteamericana para triunfar en la
can cuáles son las aspiraciones de Mario: trabajar, progresar, prote- vida), pero hasta la revolución, quiere que todos sean como él cuan-
ger a su familia, tener amigos, ser estimado. do era revolucionario.
Ahora bien, ¿qué hay de malo –para Walsh y para los lectores Tampoco en ¿Quién mató a Rosendo? (1969), publicado por
que incluye en su “nosotros”– en esas aspiraciones, además de ser las entregas en CGT, el Semanario de la CGT de los Argentinos, Walsh
opuestas a las propias? La objeción, en 1957, se lee como la de un muestra simpatía hacia el modo de ser que enseñó a los obreros el
bohemio (el periodista que protagoniza una aventura y la experien- primer peronismo. Allí, de hecho, se propone la construcción de un
cia lo transforma). Pero en el transcurso del tiempo, con las sucesi- héroe obrero para los lectores obreros de CGT. Pero cada vez que un
60 vas ediciones del libro, que incluyen su progresiva “peronización” a personaje evoca su infancia, Walsh pone en evidencia el que para él 61
través de los epílogos, prólogos, y anexos, esa objeción pasa a ser la es el mayor déficit del primer peronismo: haberle enseñado a la clase
de un revolucionario. Las vidas por etapas, como la de Mario Brion obrera el ser de clase media (algo que muchos peronistas suelen
(finalmente fusilado como un cordero) son vidas no politizadas que tomarlo como su mayor logro). Ser obrero habría sido, bajo el pri-
no se politizan ni en el momento en que no les queda otro camino mer peronismo, llegar a pequeño propietario y tener un nivel de
que hacerlo. De haber sobrevivido, Mario Brion hubiera luchado consumo de clase media.
por demostrar ante las autoridades que nunca fue peronista. En ¿Quién mató a Rosendo?, el paradigma de lo que el obrero
Hubiera hecho, podría suponerse, lo contrario que el protagonista debe ser lo encarna Domingo Blajaquis, “El Griego”, alguien que,
de Focus (1945), la novela de Arthur Miller. Allí, un norteamerica- desde la mirada peronista ortodoxa, es considerado un trotskista. De
hecho, Blajaquis era comunista, sólo que, en 1955, se había peleado los mismos valores de la sociedad a la que no se integraba. Por eso,
con su partido. Walsh lo describe con la misma admiración que aún cuando sintiera que las convenciones por las que se rige la socie-
quienes aprendieron de él su heroísmo: “bondad insuperable”, una dad están caducas, que todo lo obligatorio carece de legitimidad, no
mítica capacidad de soportar el dolor (“…era el primer hombre que por eso sería capaz de concebir junto a otros un orden alternativo al
sufrió la Picana, tal vez el inventor del Gran Sufrimiento de la que desprecia. Su desconfianza en lo colectivo es parte de su atomi-
Picana…”11), una ilustración de la que estaba orgulloso (no sólo zación y aquello de lo que su atomización se alimenta. El escepticis-
había ido a la universidad –se decía–, aunque sin terminar ninguna mo político del lumpen es extremo y radical: no cree en el Estado,
carrera, sino que siempre se lo veía leyendo libros de ciencia, de filo- no cree en la Anarquía, no cree en la Revolución. Cualquiera sea su
sofía, o de historia), y que la compartía con quienes nada podían ocasional ocupación rentada (una changa o un robo), no le debe
discutirle: es él el que convence a los hermanos Villaflor, a Zalazar, obediencia ni lealtad a nadie. Para lo único que sirve –para lo que
a Alonso y a Granato, de que el peronismo tiene que ser revolucio- mejor sirve, en realidad– es para el trabajo clandestino, un trabajo
nario, y lo hace con unos argumentos que ellos no estaban en con- clandestino que puede ofrecérselo el Estado (en su estructura de
diciones de notar que eran ortodoxamente marxistas. actividades ilegales) o alguna organización de tipo mafioso. Como
Pero fuera de la lengua revolucionaria y fuera de la creencia en internaliza como propios los valores de la misma sociedad que no
la proximidad histórica de una revolución y una patria socialistas, el puede incluirlo (una sociedad jerarquizada), cree en la autoridad

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discurso sobre las clases se vació inevitablemente de contenido. Ese (ideológicamente es fascista, aunque no tenga ningún credo políti-
vaciamiento, lejos de hacer a las clases inexistentes (o, mejor dicho, co) y, desde el punto de vista empresarial, se comporta como un
de hacer que la existencia de clases no se sienta más en absoluto) per- arribista en estado de latencia, aun cuando no crea ni en el progre-

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mitió recrearlas en un nuevo contexto. Durante y después de la últi- so ni en la civilización. Walsh lo describe con maestría en la figura de
ma dictadura, todos los individuos se aislaron en la vida privada José Américo Pérez Griz, el sicario que contrata la SIDE para ejecutar
(ocupados y desocupados, ocupados en negocios legales y ocupados a Marcos Satanowsky:12 “…fijemos a Pérez Griz en este momento de
en negocios ilegales, ricos y pobres). En ese aislamiento en la vida esplendor en que reparte ametralladoras y caza yacarés con granadas
privada (que para Tocqueville estaba unida al despotismo), todos los de mano, reparemos en este tipo de hombre que sin emoción provo-
individuos se lumpenizaron y reconstruyeron sus identidades de ca sufrimiento pero se emociona cuando lo padece, que vive la vida
clase desde esa lumpenización. como un juego y no aguanta la derrota, que se arriesga en un momen-
Había ya un concepto del lumpen en el léxico y en el sistema de to de bravura y se desmorona a la primera bofetada: prototipo del
62 pensamiento revolucionarios, asociado a la condición desclasada lumpen fascista sin ideales ni lealtades que casi durante veinte años 63
dentro de la sociedad capitalista. El lumpen, por no estar debida o llenará los cuadros de la represión gorila…”.13
suficientemente proletarizado, no tenía solidaridad de clase y, por lo Ese mismo tipo de disponibilidad amoral que padece el lumpen
tanto, no era aprovechable para ninguna causa revolucionaria. Su fascista, ese gusto por aprovecharse del más débil y reverenciar al más
comportamiento terminaba por eso estando más cerca del cuenta- fuerte, con que el pequeñoburgués desclasado identifica a la política
propismo que de la militancia, porque la militancia exigía tener el (y con el que Walsh describe, en 1968, a Augusto Timoteo Vandor,
suficiente espíritu orgánico como para subordinarse a una organiza- pero también a su segundo, Rosendo García), sería el que caracteriza
ción y para actuar en nombre de un sujeto colectivo, no de uno al sujeto más apto para la burocracia. Y burocratizadas y jerarquizadas
mismo. Por su misma atomización, además, el lumpen reproducía están todas las organizaciones legales, pero también las ilegales.
En el mismo año que Walsh (1968), Roberto Carri se pregunta La lógica de la sociedad lumpenizada es la lógica del desarma-
si Isidro Velázquez era un delincuente.14 ¿Pueden los delincuentes, dero, que saltó a la discusión pública este año, tras el asesinato de
por su modo particular de desconocer la ley, contribuir políticamen- Daniel Capristo por parte de un menor, para robarle su Fiat Palio
te a reformular la sociedad? Por pertenecer a un contexto donde la en la localidad de Valentín Alsina. Raúl Kollmann, del diario
diferencia entre la sociedad civil y la sociedad política estaba borro- Página/12, consulta sobre el tema a tres fiscales del Gran Buenos
neada a favor de la sociedad política (después de la dictadura, suce- Aires, uno de ellos de Lomas de Zamora, el distrito en el que suce-
de exactamente al revés), Carri podía pensar que la negación de la dió el caso, y a un hombre que revista en el rubro mecánico. Los
ley no presupone necesariamente la ley, contrariando así el sentido argumentos de unos y otro podrían resumirse en la siguiente expli-
común estatalista a la Hegel, que sostiene que al negar la ley, el delin- cación. Con la desindustrialización de los años noventa, la mayoría
cuente la reconoce (y le reconoce al Estado, implícitamente, el dere- de los autos eran importados. Tras la crisis del 2001, con la devalua-
cho de castigarlo). ción, comprar los repuestos de esos autos al nuevo costo del dólar se
No obstante el contexto, la pregunta de Carri contiene una volvió prohibitivo incluso para las clases medias altas. Esto llevó a
revelación válida para cualquier época, dado que el Estado no puede una intensa actividad de los desarmaderos, que trajo consigo un
conocer todas las formas de delito existentes, aunque sea capaz de aumento exponencial de los robos de autos. “…Mire, es elemental,
engendrarlas (sólo puede reconocerlas cuando está en condiciones una caja de cambios completa de una camioneta Toyota puede valer

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de castigarlas). La popularidad de los ladrones de bancos en la déca- 15.000 pesos comprada oficialmente y 4.000 pesos en el mercado
da de 1930, estimulada por el cine, estaba basada en el hecho de que negro. El capot de una camioneta F-100 cuesta 2.000 pesos en el
ellos no practicaban otra forma de violencia que el delito contra la proveedor oficial y todavía hay que agregarle la pintura y la coloca-

S. Schwarzböck
propiedad abstracta del dinero (Dillinger sería, en este sentido, el ción. En un desarmadero se consigue hasta el color y vale 500. (…)
caso más paradigmático: no secuestraba banqueros, pero robaba sus La gente tiene menos plata y recurre a esto…”15, dice al periodista
bancos, porque el secuestro era impopular). La expectativa de popu- de Página/12 el hombre que revista en el rubro mecánico. Los fisca-
laridad para el delincuente, en el caso de Carri, estaría atada al pre- les le relatan al mismo periodista sus hipótesis sobre el caso
sunto carácter prerrevolucionario de la violencia que ejerce y al Capristo, basadas en el resultado de una investigación sobre una
grado de politización de la sociedad que debe interpretarla. banda dedicada a proveer a los desarmaderos: “…en las escuchas
Por eso, en aquel contexto, el paradigma del lumpen era el lum- telefónicas se perciben cuatro niveles: el desarmadero le pide el auto
pen fascista, tan apto para la burocracia estatal de los servicios de que necesita a una especie de capitalista, éste a un puntero (así le lla-
64 inteligencia (para las actividades clandestinas de la SIDE o de la man a un hombre que tiene entre 30 y 40 años) y el puntero a pibes 65
Policía de la Provincia de Buenos Aires) como para la burocracia sin- dispuestos a todo por 350 pesos, que es lo que se les paga a los levan-
dical traidora (el vandorismo). En el contexto actual, el paradigma tadores (…) A raíz del sistema de chips y codificación que hoy tie-
del lumpen lo encarna el pequeño delincuente a secas, pero es en nen las llaves de los autos, la única manera de llevárselos es a mano
realidad la sociedad argentina la que se ha lumpenizado completa- armada (…) Al ser la parte más barata de la cadena, los pibes que
mente. La lógica que mejor explica esa lumpenización es la del deli- roban autos son, por lo general, adictos al paco (…) Cualquier
to contemporáneo, pero lo que esa lógica tiene de explicativa lo movimiento lo interpretan como que los van a atacar y disparan.
tiene porque involucra en ella a sus propias víctimas y a la tecnolo- Son de una violencia y una crueldad asombrosas (…) [porque] al
gía de la que disfrutan o desean disfrutar. primer problema los cómplices los dejan solos (…) Capristo tiene
varias armas registradas a su nombre en el Renar, entre ellas un gan de él. Lo mismo sucede con el concepto contrario al de delito,
revolver calibre 38. Lo más probable es que haya salido a la puerta que es el concepto de decencia. La decencia se construye sobre el
con el arma, el menor lo vio y le disparó. (…) Si al pibe lo detienen, supuesto de que los actos castigados por la ley son los peores actos
es raro que aparezca alguien para darle una mano. Al puntero, el humanos que se pueden cometer dentro de la propia comunidad. Es
pibe no le interesa nada. Perdió y punto. Jamás le manda un aboga- un punto de vista por el cual uno se mira a sí mismo con los ojos
do para que lo defienda. El pibe es descartable (…) [Además] un con que lo mira la comunidad de la que forma parte, en tanto esa
desarmadero no pasa desapercibido y es obvio que le paga un peaje comunidad no permite el anonimato (pueden ser los ojos incrimi-
al jefe de calle y por esa vía, al comisario de la zona. ‘Cuando vas a nadores de los vecinos, del supervisor en el trabajo, o de la familia a
allanar un desarmadero, no es fácil probar que tal autoparte es roba- la que se visita de vez en cuando). Pero, por eso mismo, no se puede
da –cuenta un fiscal–. Te muestran papeles de partes que compra- vivir feliz en la vida decente (quien mejor lo sabe, con la desindus-
ron de tal auto destruido, chocado o incendiado, pero a uno le trialización de los años noventa, es la clase obrera) como tampoco se
queda la certeza de que con los papeles de un auto venden 50 puer- puede vivir tranquilo en la delincuencia. La clase media, en el
tas y capots que, por supuesto, no tienen numeración’. (…) Es muy supuestamente nuevo orden, ya no puede hacerse acreedora de la
extraño que alguien de uniforme se junte con los pibes. El puntero, decencia, si siempre quiso comer carne sin ver degollada la vaca y,
en cambio, suele tener mucha relación y cuando uno de sus secua- ahora, para colmo, sólo puede pagar los repuestos del auto al precio

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ces perpetra un robo, no es extraño que en la comisaría disuadan a del mercado negro. Pero tampoco vale la pena ilusionarse con el
un eventual denunciante (…) El mundo del delito se rige por la honor en lugar de hacerlo con la decencia. Los códigos de honor
oferta, la demanda y el factor rentabilidad-riesgo. Por ejemplo, es atribuidos a la aristocracia quizá sólo fueron, a lo sumo, buena lite-

S. Schwarzböck
muy poco habitual que hoy en día se produzca el robo de un banco ratura. El honor, sabe bien la sociedad lumpenizada, lo inventaron
o de un blindado. En el caso de los bancos, por disposición del los mafiosos. Si la esencia del poder es ese punto en el que nadie
Banco Central hay muy poco dinero en las cajas (…) En promedio, hace su voluntad, pero el más hábil opera con la voluntad ajena
en el golpe a un banco hoy se podrían robar 40.000 o 50.000 pesos –como dice Walsh que creía Vandor– la falsa modestia de la aristo-
y eso con una banda muy grande, muy armada, dispuesta al enfren- cracia era más falsa que la falsa modestia de la burguesía. Quizá haya
tamiento (…) Por supuesto hay hechos excepcionales, como el robo que desconfiar, siempre, de la modestia. Sobre todo porque a la
al Banco Río de Acassuso…”16. En el resto del artículo, los fiscales única que se le exige modestia es a la clase obrera.
explican por qué todos los robos son hoy robos entregados y depen-
66 den menos de la habilidad de las bandas que de la facilidad con que 67
se les compra información a las empresas.
La lumpenización de la sociedad hace revivir las clases junto con
el deseo de volver a constituirlas. Reaparece el deseo de que haya un
sistema de clases como sinónimo de orden, de orden establecido.
Pero las clases retornan deformadas, deformadas porque son pro-
ducto de que no se puede vivir por siempre en el confinamiento en
la vida privada, pero es desde ese confinamiento en la vida privada
que los individuos le reclaman al Estado que haga que los otros sal-
12
Notas El abogado de la familia Peralta Ramos en el juicio por el que pretende recuperar el diario La
1
Razón.
Tocqueville sostiene que cuando desaparecen los lazos de castas, clases, corporaciones y fami-
13
lias, los hombres se entregan sin restricciones al individualismo. El gobierno centralizado obli- WALSH, R., Caso Satanowsky [1973], edición y prólogo de Roberto Ferro, Buenos Aires, De
ga a todos a prosperar, tengan o no el deseo de hacerlo. Con el fin de la sociedad feudal los la Flor, 5ª. edición, 2004, p. 137.
señores dejan de tener la obligación de evitar que sus vasallos sin tierras caigan en la indigen- 14
cia. En cuanto la nobleza pierde su poder político y deja de ser aristocracia, se constituye en CARRI, R., Isidro Velázquez. Formas prerrevolucionarias de la violencia [1968], Buenos Aires,
una casta (una clase cuyo signo distintivo es el nacimiento) y, como tal, aumenta sus privile- Colihue, 2001.
gios. Contra esta tendencia, el modelo de una aristocracia moderadora del despotismo del 15
KOLLMANN, R., “Los chicos son soldados de las bandas. El rol de los delincuentes meno-
Estado y del individualismo de los ciudadanos (dos aspectos de un mismo proceso) estaría en res de edad en la estructura del crimen”, en: Página 12, domingo 19 de abril de 2009, p. 20
la aristocracia inglesa, a la que las clases medias nunca le hicieron la guerra y a la que perma-
16
necieron íntimamente unidas. No porque esa aristocracia fuera abierta, sino porque su forma Ibid., pp. 20-21.
era indistinta y su límite, desconocido: era tan difícil entrar como saber cuándo se estaba aden-
tro. Quienes se le acercaban podían llegar a formar parte de ella, o de su gobierno, o, si no,
simplemente sacar lustre de esa mera cercanía. Al igual que para Hannah Arendt en Los oríge-
nes del totalitarismo (bajo la figura de la sociedad sin clases), para Tocqueville la ausencia de ins-
tancias intermedias entre el Estado y los ciudadanos (la relación vertical del ciudadano con el
Estado) favorece el despotismo, de un lado, y el atomización, del otro. Ver: DE
TOCQUEVILLE, A., El Antiguo Régimen y la Revolución, trad. J. Ferreiro, México, FCE,
1998, pp. 80-81, 167, y 173.

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2
PROUST, M., En busca del tiempo perdido, tomo II: A la sombra de las muchachas en flor, trad.
Estela Canto, Buenos Aires, Losada, 2002, pp. 296-298.
3
KAGARLITSKY, B., Los intelectuales y el Estado soviético. De 1917 al presente, trad. E.

S. Schwarzböck
Adamovsky, Buenos Aires, Prometeo, 2005, p. 110.
4
MASOTTA, O., “Roberto Arlt, yo mismo”, en: Sexo y traición en Roberto Arlt, Buenos Aires,
Capítulo, 1982, pp. 87-101.
5
Los ensayos citados están incluidos en MASOTTA, O., Revolución en el arte. Pop-art, happe-
nings y arte de los medios en la década del sesenta, Buenos Aires, Edhasa, 2004.
6
BENJAMIN, W., “El París del Segundo Imperio en Baudelaire”, en: Poesía y capitalismo.
Iluminaciones II, trad. J. Aguirre, Madrid, Taurus, 2ª. edición, 1980, p. 75.
7
ANGUITA, E.; CAPARRÓS, M., La Voluntad. Una historia de la militancia revolucionaria en
la Argentina, Tomo II: 1973-1976, Buenos Aires, Norma, 1998, cap. 17, p. 393.
68 69
8
WALSH, R., Operación masacre, Edición definitiva con un Prólogo de Osvaldo Bayer, Buenos
Aires, Planeta, 1994, p. 43.
9
Ibid. p. 63.
10
Este mismo argumento es retomado por Joseph Losey en El otro señor Klein y por Jim Sheridan
en En el nombre del padre. La relación entre la novela de Miller y el film de Losey está mencio-
nada por Gilles Deleuze en: La imagen movimiento. Estudios sobre el cine 1, Buenos Aires, Paidós,
1ª ed., 2ª. reimpresión., 2008, cap. 8 (“Del afecto a la acción: la imagen-pulsión”), p. 199.
11
WALSH, R., ¿Quién mató a Rosendo?, Buenos Aires, De la Flor, 10ª. edición, octubre de 2004,
p. 65.

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