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FLACSO Ecuador

Maestría en Sociología
Sociología Política

La ciudadanía y las desigualdades


Ángel González
Introducción
El presente ensayo tiene como propósito responder la siguiente pregunta ¿el
reconocimiento formal de la ciudadanía tiende a reproducir un sistema de estratificación
social en el que los individuos excluidos tienden a disputar con otros y con el Estado
por una forma de igualdad sustancial? Para responder a las preguntas, se analizan las
tensiones entre las concepciones de ciudadanía que devienen del liberalismo y del
marxismo y las críticas que se realizan a la concepción de ciudadanía universal de
Marshall.

Se argumenta que el reconocimiento formal de la ciudadanía entendida como el


conjunto de derechos y obligaciones que hacen que un individuo forme parte de una
comunidad política, en su concepción normativa ha permitido desarrollar un sistema de
estratificación social, encubriendo las desigualdades. En ese escenario, actualmente los
individuos excluidos o catalogados como consumidores de servicios públicos
entendidos como mercancía, tienden a mirar la ciudadanía como un terreno de disputa, y
al Estado como una fuente productora de orden social.

Ciudadanía y derechos

La ciudadanía es producto de la formación de las sociedades modernas y la


consagración del Estado nación (López 1997) principalmente de las formaciones
democrático liberales. Por ello, la concepción del liberalismo es el respeto de los
derechos civiles y políticos, sin reconocer los derechos sociales. De allí que la principal
crítica que se realice desde el marxismo es la contradicción entre la igualdad jurídica y
política y la desigualdad socioeconómica (Andrenacci 2001, 3)

Según Andrenacci “la ciudadanía es la llave de ingreso a la cuestión de la igualdad y la


desigualdad en los sistemas sociopolíticos actualmente hegemónicos” (2001, 2) Los
enfoques del liberalismos se centraron en reconocer que la ciudadanía es un haz de
derechos universales para ciudadanos iguales, pero obviaron criticar las condiciones de
desigualdad resultantes del desarrollo del sistema capitalista, por ello, el marxismo la
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considero como el establecimiento de status, mediante el cual se mantenían privilegios y
se acentuaban la diferencia económica entre las personas.

Para dirimir esa contradicción entre el sistema capitalista, el orden democrático liberal y
las cuestiones de desigualdad, Marshall propone su concepción de ciudadanía universal,
que contempla un modelo de derechos civiles, políticos y sociales (Marshall 1998) Los
civiles relacionados con el capitalismo, buscan la protección de la propiedad y las
libertades individuales, los políticos permiten la participación en el poder e instaurar un
sistema político democrático, y los sociales permiten alcanzar un nivel de bienestar para
la población. Con ello, Marshall pretendía conciliar la gran contradicción entre igualdad
formal y desigualdad sustancial.

No obstante, el modelo de Marshall ha sido ampliamente criticado en la medida en que


trata de legitimar las desigualdades sociales provenientes del modelo de economía
capitalista. Las críticas se centran en la concepción de ciudadanía social, que es
equiparada con la civil y política. Según Freijeiro (2005) el propio Marshall se dio
cuenta de las contradicciones luego de algunos años de haber propuesto su modelo,
principalmente porque su garantía dependía de la discrecionalidad del Estado cuyo
deber era otorgarlos. Llegó, por tanto, a concluir que no son prescindibles en la
sociedad, y que se podía progresar sin ellos, dejando que la cuestión de la desigualdad
se resuelva en el ámbito del mercado.

Ello obedece a que mientras el Estado reconoce derechos sociales “no se elimina la
diferencia de clases, sino que se modifica el modelo de desigualdad capitalista en su
dimensión cualitativa y no cuantitativa” (Freijeiro 2005, 73). Es decir, que la ciudadanía
pasa de ser el conjunto de derechos para constituirse en una ciudadanía como status. Si
bien, el propósito es lograr la igualdad de las personas, el ejercicio efectivo de los
derechos sociales, requería que el Estado sea un árbitro que redistribuya los ingresos a
las personas más afectadas por las desigualdades. En efecto, al realizarse eso, los grupos
sociales eran favorecidos con “políticas asistenciales” o servicios públicos que no
mejoraban en nada su situación en el escenario social, antes bien generaban condiciones
a las que no todos podían acceder, o requisitos para la movilidad social. Por ejemplo, la
educación para acceder a mejores trabajos. En ese escenario, la solución planteada es la
privatización de los servicios públicos, dificultando aún más el acceso a las masas
desposeídas.
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No se extingue la diferencia entre la igualdad formal y desigualdad sustancial. Por eso,
las principales críticas a esas visiones normativistas de la ciudadanía han sido
perspectivas que consideran la ciudadanía como un territorio en disputa que, al mismo
tiempo, construyen un Estado como productor de orden social. Esto ha pasado
principalmente en Latinoamérica, en escenarios, en los que los derechos sociales no se
llegan a promulgar, y las reformas que se pretenden hacer para ampliar el concepto de
ciudadanía y la reforma del Estado, en lugar de mejorar la situación de las clases bajas,
las empeoran (Castro 2002, 19).

Las críticas que se han realizado a la concepción de Marshall consideran que el


reconocimiento de derechos civiles, políticos y sociales no obedece a un carácter
evolucionista por periodos lineales, pues esa visión no considera las condiciones
políticas y sociales que determinan cada proceso, y desechan la visión anglocéntrica de
la ciudadanía. En efecto autores como Barrington o Skocpol, desde la sociología
histórica, proponen que las luchas por la configuración de un determinado sistema
político dependen de condiciones estructurales, en las que la lucha de los campesinos y
los acuerdos de las clases dominantes, determinaron la formación de diferentes tipos de
Estado y sistemas políticos.

A ello se suman las discusiones sobre una concepción de sociedad heterogénea, diversa
y fragmentada, frente a una concepción totalizante y homogeneizadora, propias de las
visiones de Marshall (Castro, 2002, 45). En ese sentido, aparecen las luchas sociales por
el reconocimiento de derechos y la formación de un tipo concreto de Estado,
problematizando las desigualdades desde la clase, la etnia y el género. Consideran, por
tanto, que el Estado es un medio por cual se puede construir un orden social, mediante
las luchas por la emancipación.

Conclusión

La ciudadanía en sus concepciones clásicas ha sido una herramienta para justificar las
desigualdades del sistema capitalista, y permitir su reproducción. Los derechos sociales
fueron concesiones a la mayoría de la población, sin criticar la estructura de clase. Las
críticas a Marshall se han dirigido a desmontar las concepciones de Estado y de sistema
político hegemónico en que se sustenta, para proponer la ciudadanía como un territorio
en disputa al que pueden acceder los grupos subalternos, y construir un tipo de Estado
incluyente.
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Referencias bibliográficas

Castro José Esteban, 2002 El retorno del ciudadano: Los inestables territorios de la
ciudadanía en América Latina, en Perfiles Latinoamericanos No. 8, No. 14, Flacso
México, www.cholonautas.edu.pe / Biblioteca Virtual de Ciencias Sociales. P. 39 69,

Freijeiro Varela, Marcos, 2005, Ciudadanía, derechos y bienestar: un análisis del modelo
de ciudadanía de T.H. Marshall, Universitas: Revista de Filosofía, Derecho y Política, n.
2, julio 2005, p.63-100.

López Silesio, 1997, Ciudadanos reales e imaginarios: concepciones, desarrollo y mapas


de la ciudadanía en el Perú. IDS, Perú, 1997. Del capítulo “De objeto a sujeto del poder”,
pp.57-75.

Marshall, Thomas Humphrey, 1998, Ciudadanía y clase social en Revista Española de


Investigaciones Sociológicas, n. 79. 297 433

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